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Noche de Luna por Kuroyami Mirai

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Notas del capitulo:

Hola hola!!! Estoy de vuelta con una actualización, ésta vez será algo diferente, ya que es nada más y nada menos que la historia de un par que adoro mucho. Pero no les haré spoiler, mejor pasen a leer…

PD: Sólo por aclarar, éste capítulo no es una continuación de la historia. Es algo así como los rellenos de Naruto. Un capítulo explicativo donde citaré el pasado. Luego volveré con la trama principal.

 

 

Sentado en la rama de un árbol, con la pierna derecha flexionada y el codo apoyada en ésta, un joven felino de ocho años observaba el terreno que figuraba ser su nuevo hogar. Era más grande de lo que pensaba, con jardines llenos de gardenias y nomeolvides. Una pequeña cerca blanca rodeaba las trenzas de jardineras y un par de naranjos resguardaban el portal con un poco de sombra. Balanceándose en un sillón con una pequeña manta sobre sus piernas, estaba su tía. Tan jovial y radiante que parecía un sol, con sus cabellos bermejos y su sonrisa imborrable. La amaba. Debía hacerlo, porque a partir de ese momento ella sería su nueva madre.

Deidara dejó escapar el aire de los pulmones cuando recordó a sus primos, haciendo un puchero cuando vio a uno de ellos, el menor de los mellizos, corriendo alrededor de su madre como un terremoto, jalándole la falda para llamar un poco de su atención. Aún no hablaba con ellos, ya que ninguno habían sido lo suficientemente interesantes como para lograrlo. Al contrario. En ese momento Deidara no podía verlos más que como un fastidio.

Una mota rubia con dos coletas a los lados de la cabeza, corrió detrás de otra mota rubia que no paraba de reír a carcajadas. Los mellizos siempre fueron muy revoltosos, desesperantes la mayor parte del tiempo. El gatito dejó caer la cabeza hacia atrás en un gesto perezoso, apoyándose contra el tronco de su árbol. Escuchó a su tía gritarle a los pequeños gemelos y golpearle la cabeza al menor. Rodó sus azules ojos bañados de aburrimiento.

-¿Qué haces aquí?

-¡Wah!...- Deidara se pegó un susto de muerte, chillando tan alto que terminó perdiendo el equilibrio y cayendo del árbol. Antes de que pudiese hacer algo al respecto, ya tenía un golpe en la cabeza y su mejilla pegada al suelo- ¡imbécil!- chilló otra vez, ésta vez soltando insultos y maldiciones al causante de su desgracia.

-Deberías tener más cuidado, primo- burló Menma, ladeando una socarrona sonrisa. Se irguió en lo alto de la misma rama que había caído Deidara y luego saltó, parándose a su lado- ¿qué estabas mirando?

Deidara se puso de pie entre refunfuños, sacudiéndose los pantalones y las mangas de su playera roja- nada, sólo miraba los árboles.

-Puedo saber perfectamente cuando estás mintiendo- respondió, levantando una ceja.

Deidara hizo un puchero cómico, desviando la mirada hacia su izquierda- estaba observando a los gemelos.

Menma sintió que su ceja se elevaba más, después de un segundo, se percató que ésta vez Deidara hablaba en serio. Sus pupilas dispar oscilaron hacia el porche dónde su madre y sus hermanos aún estaban armando un estruendoso escándalo. La vio a ella gritar, a Naruko hacer pucheros y cruzarse de brazos, y a Naruto soltando lagrimones mientras se sobaba la zona de su cabeza que había sido golpeada. Entonces lo entendió. Sus pupilas oscilaron de nuevo, ésta vez hacia la mirada vacía de su primo.

-Los extrañas, ¿verdad?- Deidara lo miró interrogante, entonces decidió aclarar- a tus padres.

El felino abrió tanto los ojos, que parecían dos cuencas de cristal. Se mordió el labio, conteniendo el impulso de soltar un sollozo, entonces sonrió jetón y golpeó el brazo de Menma- no seas tonto. Ya ha pasado un mes desde que…

-No te he preguntado si lo has superado- interrumpió Menma, frunciendo el ceño- los extrañas- esta vez no fue una pregunta.

Deidara se sobó el brazo derecho, tratando de darse confort- no puedo evitarlo.

Menma se acercó un par de pasos y lo abrazó, empujándole la cabeza contra su hombro- no lo evites entonces.- sintió la tensión de su primo a través del contacto. Hizo más presión con sus brazos, acariciándole la cabeza- puedes llorar.

Reaccionando con rapidez, Deidara le dio un repentino empujón, logrando que Menma cayese al suelo de culo- no lo necesito. Déjame en paz- y tras aquellas palabras, salió corriendo, metiéndose en el bosque transformado en su forma animal.

 

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Deidara estaba en presencia del mayor desafío de su vida. Estaba cumpliendo doce años, la casa estaba decorada con globos y cintas de colores. Su tía le había hecho una enorme tarta con crema rosa y azul. Su tío le sonreía orgulloso desde su sitio privilegiado, con los brazos cruzados y una expresión sincera. La manada entera lo observaba, esperando ansiosos a que por fin hiciera lo que debía hacer. Pero no podía moverse, los nervios lo carcomían.

-Vamos, Dei. Que es para hoy- se quejaba un Naruto de diez años, haciendo pucheros de niño inconforme.

-No es tan difícil. Solo debes sacarlo de adentro- esa había sido Naruko, parada al lado de Naruto, con las manos unidas en su pecho y una mirada suplicante.

-Que fastidio- y ese había sido el “cariñoso” apoyo de Menma, que estaba de pie junto a su padre, apoyado en la pared, con la misma pose de brazos cruzados.

Deidara miró a sus tres primos, al público impaciente y a su adorable tía, que no hacía más que esperar a que por fin pidiera el bendito deseo y acabase de soplar las velas. Suspiró sonoramente, cerrando los ojos para pensar en un deseo que valiese la pena.

Si pudiera, desearía que sus padres regresaran a su lado, o que a su nueva familia no le ocurra algo similar. Pero eso no estaba en sus manos, mucho menos en las de una superstición estúpida e infantil. Pensó en lo primero que le vino a la mente y sopló las velas. Cuando abrió los ojos, notó que un pensamiento sí había surcado su cerebro antes de que la pequeña flama se extinguiera.

Deseo encontrar a alguien que no se valla de mi lado.

Los aplausos invadieron el salón y las risas de la multitud lo sacaron de su estado de ensimismamiento. Kushina agarró una paleta metálica y comenzó a repartir la tarta en porciones idénticas. El primer trozo fue el suyo, el segundo fue para Naruto, que no paraba de dar saltitos desesperados por el dulce.

Deidara dejó que una pequeña sonrisa se escapara de sus labios cuando lo vio con su redonda carita embarrada de crema rosa y azul. Se veía tan feliz sólo por esa tontería. En cambio él, después de lo que le pasó a su familia, se había vuelto un poco más exigente para sacar a flote dichas expresiones.

Observó a Naruko manchar la cara de Menma con crema y a Menma saltar encima de su traviesa hermana para darle algunas hostias. Kushina sonreía ante los elogios de los invitados por la comida y la deliciosa tarta. Minato hablaba de temas políticos con otros miembros de la manada, de tierras lejanas y de cómo el Beta había regresado con la noticia de que los líderes de la manada de los lobos huargos, habían muerto en un incendio.

Resopló, desviando su atención hacia cualquier otro punto. No le interesaba en lo más mínimo lo que sucediera fuera de su hogar, mucho menos con una manada enemiga. Se estaba aburriendo a lo grande y ya los adultos habían olvidado que el motivo de la fiesta, estaba justo en el centro de todos ellos. Allí, parado e invisible, Deidara se sintió inmensamente solitario.

Escabulléndose del lugar con una habilidad digna de elogiar – teniendo en cuenta lo atestado que estaba de gente –, salió de la propiedad en su forma felina, buscando el árbol más alto de los alrededores para trepar en él. Lo encontró muy cerca de la ribera, tan cerca que sus ramas estaban húmedas y mohosas.

Al comienzo le costó un poco de trabajo escalar, pero tras un pequeño esfuerzo de sus garritas y la agilidad de la que tanto se regocijaba, logró llegar a la segunda rama. Se recostó sobre ella, extendiendo su cuerpo con pereza y dejando las patitas colgando. Podía escuchar el viento mecer las hojas y el agua del río golpear las rocas en la orilla. Casi estaba entrando en un estado de sopor, cuando escuchó un sonido algo perturbador.

Levantando la cabecita, buscó entre los matorrales de dónde provenían aquellos sonidos tan inquietantes, pero no podía ver nada, salvo las hojarascas revoloteando de aquí para allá. Entrecerró los ojos cuando vio que se trataba de una pelea en la distancia. Lentamente, los pelos de su lomo dorado se levantaron hasta darle un aspecto arisco. Podía tener apenas doce años recién cumplidos, pero eso no quería decir que era débil. A Menma podía dejarlo en el suelo con mucha facilidad, a pesar de ser el hijo de un alfa mientras que él era un simple Omega.

Los ruidos se escuchaban cada vez más fuertes, podía distinguir que se trataban de ladridos, gruñidos y algún que otro chillido de dolor. También notó que no eran de su manada. Las protestas de aquellos intrusos no eran de felinos, más bien se escuchaban como… caninos.

-¡Miau!- Deidara se aferró con fuerza a la rama, enterrando las garritas en la madera cuando sintió que el árbol se sacudía hacia los lados. Dos lobos habían aparecido de la nada por uno de los matorrales, chocando ambos contra el árbol y haciéndolo estremecer.

Aquello había sido el peor error que pudo haber cometido. Después de escuchar su maullido aterrado, los lobos dejaron su pelea de lado y lo buscaron entre los árboles del paisaje, guiándose por su sentido del olfato. Cuando lo hallaron, uno de ellos comenzó a gruñir, mostrando una efervescente rabia a través de sus colmillos desnudos.

Deidara se estremeció. Tal vez era un buen luchador, pero eso no quería decir que podía ganarle a un lobo adulto, cuando él apenas era un cachorro. Sintiéndose acorralado, tembló de pies a cabeza cuando el lobo más fiero se acercó al árbol para comenzar a rasguñarlo con sus patas, provocando que se meciera, amenazando con caer.

Deidara se pegó al grueso del tronco y comenzó a trepar a una rama más alta; pero la sacudida lo tomó desprevenido y sus patas se desprendieron de la madera. Chilló una vez más, sintiendo la caída libre como un portal a su propia muerte.

Cayó al suelo; el golpe lo dejó mareado y para cuando quiso ponerse de pie, unas enormes fauces lobunas lo estaban amenazando muy cerca. Su cuerpo quedó petrificado, sus ojos azules estaban fijos en los del depredador. Podía ver su reflejo en aquellas cuencas doradas y podía ver cómo el miedo lo llenaba hasta la médula.

Cerró los ojos cuando las fauces del lobo se abrieron, acercándose a su cuello. Esperó la mordida, el desgarre de su piel, su cuello rompiéndose bajo la fuerza de la mandíbula del canino y finalmente, su muerte. Pero nada de eso sucedió. Escuchó un forcejeo, una nueva oleada de gruñidos y aullidos, escuchó a las hojas cecas siendo pisoteadas y escuchó algunas ramas quebrarse cuando un peso cayó sobre ellas. Abrió los ojos y lo que vio, lo dejó boquiabierto.

Frente a él estaba el otro lobo. A diferencia del primero, sus ojos eras como un par de rubíes y su tamaño era un poco más pequeño; en lugar de un pelo denso y cobrizo, éste era tan negro como el ala de un cuervo. Deidara osciló su mirada hacia el primer lobo, una cabeza más grande que el pelinegro, más musculoso y más salvaje. Estaba tirado contra un arbusto, con la boca abierta y la lengua hacia afuera, mostrando que se encontraba inconsciente. El otro estaba de pie, sin un rasguño, erguido y victorioso. ¿Cómo lo había hecho?

Sacudió la cabeza. Eso no era importante. Lo que en verdad le preocupaba al gatito era, ¿qué pasaría con él ahora?

El lobo negro se acercó con pasos amenazantes, pero no hostiles; aun así, Deidara podía sentir la imponencia y la autoridad que regía su musculatura de cachorro. Los temblores que recorrían su columna vertebral, le advertían que se encontraba en presencia de un Alfa y que debía rendirle respeto. Lo menos que podía hacer, era doblar las patas, agachar la cabeza y mostrar su cuello como gesto de sumisión… Pero no lo hizo.

Las cuencas azules se enfocaron en las rubíes. Observando, escrutando, demostrando que no se doblegaría aunque le costara la vida. Tenía miedo, debía admitirlo. Pero el orgullo era más fuerte. No. Pensándolo mejor, no se trataba de orgullo. Sólo era la necesidad de mostrar un punto.

No soy débil.

El lobo le sostuvo la mirada durante un minuto completo, evaluándolo desde la cola hasta la cabeza. Su observación era fija, calculadora, entrecerrada. Dio un par de pasos, el gatito no retrocedió en lo absoluto, lo cual lo sorprendió bastante, ya que podía sentir su olor a miedo desde una milla de distancia.

Sin poderlo evitar, el lobo tomó su forma humana, irguiéndose en sus dos piernas. El gatito lo recorrió con la vista desde el suelo, sintiéndose ahora mucho más pequeño. Sabía que ese lobo también era un cachorro, ya que podía distinguir por su aroma, que aún le faltaba algunos años para pasar por su primera luna, igual que él. Aun así, era un espécimen bastante grande.

Las piernas fuertes, largas y poderosas, dando a entender que el ejercicio y las carreras era su pan nuestro de cada día. El abdomen bien marcado con seis cuadrados perfectos, los pectorales hacia afuera, duros como rocas. Los brazos eran dos extensiones tan poderosas como las piernas, marcados con vigorosos bíceps; hombros relativamente anchos. Dios. Su mentón era firme a pesar de su joven edad. Los ojos permanecían entrecerrados mientras algunos mechones de su largo cabello azabache se le enredaban en las pestañas.

A Deidara no le quedó más remedio que transformarse, irguiéndose también en sus dos piernas. Una vez más, el lobo estuvo un minuto completo en silencio, observándolo detenidamente. Deidara tuvo que contener un respiro cuando la mirada escarlata recorrió sus piernas, subiendo por su torso hasta que por fin se detuvo en sus ojos.

El joven lobo levantó una ceja incrédula cuando vio al gatito fruncirle el ceño mientras cruzaba los brazos en su pecho, resguardándose de su depredadora mirada.- Eres un culo malagradecido- dijo por lo alto, más divertido que molesto en sí.

-Yo no pedí tu ayuda.

El pelinegro levantó mucho más su ceja, encontrando en el pequeño rubio algo interesante- no sé si te habrás dado cuenta, pero acabo de salvarte la vida.

-No era necesario- Deidara dio un paso atrás, tratando de esconder su miedo debajo de la hostilidad que reflejaba su mirada- gracias y adiós.- Estuvo a punto de saltar en su forma animal hacia al árbol más cercano, pero un repentino jalón en su antebrazo lo detuvo, obligándolo a dar un par de pasos hacia el chico que lo mantenía agarrado.

-No huyas.

El rubio apretó los dientes, sintiendo dolor en su mandíbula por el esfuerzo- ¿qué es lo que quieres?

-Tu vida- respondió el moreno, sin ningún atisbo de hacerlo parecer una broma.

Deidara forcejeó para zafarse del agarre, pero su fuerza era un chiste comparada con la del chico. Intentó golpearlo, pero el pelinegro lo esquivó sin problemas, sosteniéndole el brazo para desviar la trayectoria de su puño. En consecuencia, Deidara quedó muy pegado al cuerpo esbelto de su salvador, viéndose obligado a pararse de puntitas ya que su brazo había sido estirado hacia arriba.

-¿Así es como le agradeces a tu salvador?

-¡Suéltame, pulgoso!- el rubio forcejeó inútilmente, desesperando a la gran paciencia del moreno. El lobo envolvió un brazo alrededor de su cintura para evitar que se siguiera removiendo, provocando que ambos sintieran una reacción inesperada y vergonzosa cuando sus miembros se tocaron.

En las mejillas de ambos apareció un sonrojo. Mientras que las del gatito eran rojas fosforescentes, las del lobo era un tierno carmín sobre los pómulos. A pesar de esto, el pelinegro no soltó el agarre en el brazo y la cintura del áureo- no te soltaré. Ni siquiera puedes pelear contra mí, ¿cómo puedes darme órdenes?

-En mi formal animal soy tan salvaje cómo tú. ¡No soy ningún gato de compañía!

-Oh vamos, cálmate. No quiero hacerte daño- el lobo lo miró fijamente a los ojos, provocando un temblor en las piernas de Deidara; incluso tuvo que hacer más firme su agarre en la delgada cintura del chico, creyendo que iría directo al suelo si lo soltaba.

Deidara pareció calmarse por un momento. Miró hacia el cuerpo del enorme lobo cobrizo, aún tumbado sobre el arbusto. Recordó sus enormes fauces abriéndose para devorar su cuello. Recordó el miedo que sintió en ese instante. El de ser devorado o partido en dos como una rama ceca.

Sabía que tenía que poner las barbas en remojo y ser agradecido. Poco a poco sus hombros dejaron de moverse, su azul mirada se fue tiñendo de un añil obscuro hasta que cerró los párpados y bajó la cabeza, mostrando su cuello. Sintió el brazo del lobo deslizarse por su espalda y el otro deslizándose por la parte inferior de sus rodillas. Asustado, abrió los ojos de golpe, encontrándose en brazos del moreno que lo tenía cargado al estilo nupcial.

-¿Qué estás haciendo? Ya me he sometido, pulgoso estúpido- comenzó a dar golpes desesperados en el pecho del mayor- ¡bájame ahora mismo!

El azabache lo meditó durante un segundo, entonces separó los labios para decir:- No.

-¡Hey!

-Si he salvado tu vida, entonces me pertenece. No pienso soltarte, minino.- Con esas últimas palabras, corrió a través de la ribera con el gatito a cuestas, haciendo una demostración de su fuerza al verse tan fresco mientras corría con un peso extra.

Debido al miedo a caerse, Deidara envolvió el cuello de su salvador/secuestrador y cerró los ojos, contando internamente hasta cien para poder calmarse.- Ya que me estás llevando en contra de mi voluntad…, ¿no crees que al menos deberías decirme tu nombre?

El joven pareció meditarlo, mirando sólo al frente, se mantuvo callado y centrado en el camino. Después de ver una pared de piedras negras amontonadas, bañadas con el olor de los machos de su manada, fue que se detuvo, percibiendo la frontera. Dejó al rubio en el suelo y lo miró, sonriendo antes de decir:- Itachi.

-¿Qué?

-Mi nombre… es Itachi.

Deidara parpadeó un par de veces, entendiendo que el chico era de los que hacían las cosas siempre a su modo. Estuvo esperando por más de media hora, ¿y ahora era que venía a presentarse? ¿Pero quién se piensa qué es?

-Deidara- refunfuñó, mirándolo con una mirada sucia.

Itachi enarcó una ceja- ¿debo asumir que ese es tu nombre?

-Haz lo que quieras- el rubio dio la vuelta y estuvo a punto de marcharse, pero una vez más, su brazo fue sujetado y su cuerpo tirado como si fuese de tela- déjame en paz. No iré contigo a ningún lado.

-Sólo quiero pasar un rato contigo. Prometo que no haré nada raro- compuso una expresión tan lastimera, que Deidara de repente pensó que estaba frente a una cría de cordero.

Resopló sonoramente, negando con la cabeza, dijo- supongo que te lo debo.

La felicidad en el rostro de Itachi era digna de retratar- ¿qué te apetece hacer? ¿Quieres perseguir gatos?- debido al entusiasmo descontrolado, su cola canina salió a la luz, sacudiéndose de aquí para allá- oh no, lo siento. Tú eres un gato.

Deidara puso los ojos en blanco, ignorando la broma- ¿por qué estás tan feliz? Sólo te aburrirás conmigo. Por lo general sólo quiero dormir en los árboles.

-Entonces te enseñaré a hacer otras cosas- Itachi se llevó una mano a la cadera y la otra al mentón, optando una pose pensativa- ¿qué tal una pelea? Eso siempre es relajante, desarrolla los músculos y…- miró al gatito de arriba a abajo- supongo que aprender algunos movimientos te salvarían el pellejo de vez en cuando, ¿no lo crees?

-No pienso pelear contra ti- aseguró, convencido y con los brazos en jarra- es obvio que eres más fuerte. Incluso más grande. ¿Qué edad tienes?

-En un mes cumpliré los trece, no soy tan mayor- respondió, sintiéndose ofendido.

Deidara se sorprendió. Ese chico y él tenían casi la misma edad. Pero eso no podía ser posible. No solo Itachi era mucho más alto que él, sino que además, su destreza sobrepasaba a la de un adulto. Joder, que le había ganado a un lobo veterano en menos de lo que canta un gallo. Y hablando de eso…, ¿por qué estaba peleando con aquel chucho?

-El lobo de antes- susurró, llamando la atención del moreno- ¿por qué peleabas con él como si fuera un duelo a muerte? Incluso lo has dejado inconsciente.

Itachi apretó los puños y frunció el ceño, dando un paso al frente para acercarse a Deidara- era un renegado de la manada. Quería convertirse en Alfa- hizo una pausa, apretando los dientes con rabia- últimamente hay muchos de ellos… queriendo retarme.

Ahora fue el turno del rubio para enarcar una ceja- ¿retarte? ¿Por qué los adultos de tu manada querrían retarte?

Itachi le sostuvo la mirada, sopesando entre decir o no decir. Después de meditarlo pacientemente, reveló- mis padres murieron en un incendio… causado por los humanos- Itachi ahora miraba el suelo, sus músculos estaban más tensos y su mandíbula tembló- yo soy ahora el líder del clan. Pero como soy joven, me retan para derrocarme y gobernar por su cuenta- resoplando más fuerte, buscó una roca que estaba cerca y se sentó sobre ella, descansando los brazos en sus muslos- nunca deseé ser el líder. Ni siquiera me gusta el cargo. Desearía poder dejarlo.

Deidara se sintió mal por él. De repente Itachi le parecía más pequeño, más solitario. Se sentó a su lado y le puso una mano en su hombro, no muy seguro de lo que estaba haciendo, ya que los nervios lo carcomían. Joder, estaba hablando con un Alfa. El líder del clan de los lobos, y no cualquier lobo. Eran huargos. Nada más grande y temible. A pesar de esto, delante de él no había un Alfa de lobo huargo, sino un chico asustado que se siente muy solo.

-Gracias por salvarme, Itachi. Te debo la vida- sonrió de verdad, sintiéndose agradecido.

La expresión de Itachi se iluminó después de aquello. Observó al rubio directamente a los ojos y, sin percatarse, sus pupilas descendieron poco a poco hasta reposar sobre los tiernos labios de algodón. Sin previo aviso, tomó las mejillas de Deidara, las presionó con sus palmas y estampó su cara contra la suya, provocando un inesperado choque de labios. Mantuvo sus bocas juntas por unos segundos, y cuando los forcejeos del blondo ya se le pasaban de incontrolables, lo soltó.

-¿Qué mierda te pasa, pulgoso?- exclamó, alejándose del moreno de un salto, con las mejillas rojas y el antebrazo frotando sus labios.

-¿Qué? Sólo fue un beso.

-¿Por qué lo hiciste? ¡Eres un pervertido, engreído, egoísta, manipulador, mentiroso! ¡Aléjate de mí, o te arranco las pelotas con los dientes!- dio otro salto ofuscado cuando Itachi se puso de pie.

-¿Sabes?- sonrió burlón, acercándose a pesar de la advertencia- soy todas esas cosas que has dicho, lo admito- esquivó el golpe que Deidara le propinó, sosteniéndole las muñecas como hizo unos minutos atrás- pero a ti no te he mentido- susurró, pegándose más al chico.

-¿Por qué me besaste?- volvió a preguntar el blondo, un poco más calmado.

-Por la misma razón por la que te salvé la vida- Deidara lo miró sin entender, Itachi decidió explicárselo más detalladamente- me gustas.

-Pero si me acabas de conocer…, y tú… no deberías- la lista de excusas que tenía planeado soltar, murió en sus labios cuando Itachi se fue acercando una vez más, alertándolo de que otro beso se acercaba…, pero no llegó. Antes de que las pieles de sus labios se tocaran, Itachi retrocedió, sonriendo al ver que Deidara tenía los ojos muy bien cerrados y los carrillos enrojecidos.

-Debo volver.- dijo cuando el blondo abrió los ojos y lo miró- Tengo un hermano pequeño y él también es el heredero de un Alfa. No puedo asegurar que está a salvo en su propia manada- frunció el ceño- al menos hasta que me haya ganado el respeto de los adultos.

El áureo lo miró y asintió con la cabeza, dando una paso atrás- No me malinterpretes, yo te odio- sentenció, sus mejillas seguían igual de rojas- pero…, ¿te puedo ver mañana?

Itachi sonrió y le robó un rápido beso en la boca- te esperaré en la ribera cuando el sol esté en su cene.- diciendo esto, tomó su forma animal y desapreció, perdiéndose entre los arbustos del bosque.

 

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Deidara estaba por demás nervioso, sonrojado, acongojado. Había quedado con Itachi en la ribera del río, pero… ¿y si no se aparecía? ¿Y si lo dejaba plantado? ¿Y si se estaba burlando de él? No es que tuviese miedo de la más mínima entidad, pero después de su experiencia del día anterior, esperaba cualquier cosa.

Sacudió la cabeza, lo mejor era no pensar en eso.

No faltó demasiado para que llegara a la ribera. Se quitó los zapatos y se sentó en una roca que sobresalía por encima de la superficie, metiendo los pies en el agua. Chapoteó durante un rato, sintiendo como el temor a lo desconocido se iba de su cuerpo poco a poco. El sol le calentaba la piel, el viento le despeinaba los mechones áureos y el río le refrescaba los pies. Se sentía muy bien, su cuerpo aceptaba la cúspide del verano con una sonrisa.

No pudo resistirlo por más tiempo. Se quitó la ropa y se lanzó al agua. Le gustaba nadar, cortesía de su padre, que era del clan de los tigres. Desde pequeño le enseñó que no había que temerle al agua y que podía llegar a ser muy agradable si llegaba a dominar el nado. Por supuesto, todas esas enseñanzas fueron a escondidas de su madre, ya que era una felina montesa y sentía cierto recelo hacia dicho líquido.

Sacó la cabeza a la superficie cuando le hizo falta el oxígeno. Gotas dulces se mezclaban con las gotas saladas de sus ojos. Siempre le sucedía cada vez que pensaba en sus padres. Levantando el antebrazo, se frotó los párpados para retirar las lágrimas. No soportaba sentirse como una magdalena. Se irguió un poco para estirar su cuerpo, notando que el sol ya estaba completamente en su cene y estaba reconfortando la temperatura del rio.

-¿Quién anda ahí?- preguntó de repente, sintiendo el peso de una mirada sobre su cuerpo- si no sales, te arrepentirás, lo juro- que idiota, pensó. Su voz había salido demasiado temblorosa y eso lo convertía en una presa fácil y temerosa a ojos del enemigo.

Sacando las orejas felinas a partir de las humanas y su cautelosa cola, Deidara salió despacio del agua y observó en todas direcciones, agudizando sus sentidos. Los pelos de la cola se le pusieron en punta cuando escuchó una estruendosa carcajada. A sus espaldas, sentado en el suelo con los brazos cruzados, estaba Itachi.

-¿Qué es tan gracioso, pulgoso estúpido?- preguntó cabreado, bajando las orejas por la vergüenza.

Itachi dejó de reír y se puso de pie, caminando en dirección al rubio- te ves increíblemente adorable cuando de enfadas.

-¡Imbécil!- las mejillas de Deidara estaban como farolas. Esto provocó una involuntaria sonrisa en Itachi, acompañada con un repentino beso.

Despacio, movió sus labios en torno a la tierna carnosidad, saboreando ese dulzor húmedo que había probado la tarde anterior. Deidara le dio dos golpes en el pecho, uno por cada puño, y se detuvo. Lentamente fue subiendo sus manos, enroscándolas en torno al cuello del lobo. Itachi le envolvió la cintura, obligándolo a estar pegado a su cuerpo de granito, cincelado en un perfecto Adonis.

Notando que estaba siendo correspondido, Itachi aventuró su lengua en la cavidad ajena, buscando contacto con ese húmedo músculo de Deidara que, temeroso, rehuía del contacto con el suyo. Hizo más presión en la delgada cintura. Aprovechando el jadeo que se escapó de los labios de durazno, entró por completo y domó su lengua, sintiendo que el mundo se le venía abajo.

El oxígeno comenzó a hacer falta y Deidara se vio obligado a morder el labio inferior de Itachi para que le soltase. De manera inmediata, el moreno dio un brinco hacia atrás, sosteniendo su labio lastimado con una mano para recoger la pequeña gotita de sangre que resbalaba.

-¿Por qué hiciste eso?- la pregunta salió de su boca con un ligero tono cabreado.

Deidara sonrió ladinamente- no me gusta ser domado.

-¡Serás!- aún más irritado, Itachi se lanzó sobre el gatito, buscando inmovilizarlo, pero era demasiado escurridizo. A penas lo tenía entre sus brazos, se le escapaba en un desliz. Esto lo molestó más mientras Deidara parecía cada vez más divertido.

Centrándose en conseguir la victoria absoluta, Itachi hizo uso de su fuerza para retener el brazo de Deidara mientras con su otra mano hacía presión en su cola. Esto provocó que el minino chillara de dolor y se quedara quieto.

-Duele…- lloró, mirando al moreno con los ojitos acuosos.

Itachi sintió que su corazón calló en su estómago y rebotó hasta los pulmones, provocándole una parálisis respiratoria cuando miró al felino a los ojos. Era demasiado adorable. Pero no se dejaría engañar, sabía de sobra que los felinos eran maliciosos y traicioneros. Presionó la cola con más fuerza, Deidara volvió a chillar.

-Itachi… duele.

Ésta vez no se pudo resistir. Itachi soltó la peluda extremidad, viendo embelesado como el rubio la tomaba entre sus manos y la lamía, buscando mitigar el dolor que le había provocado.- Lo siento, me dejé llevar- dijo en un suspiro, sentándose a un lado del felino.

Deidara lo observó de soslayo sin dejar de darle mimos a su colita- eres un mal perdedor- refunfuñó- no tenías por qué lastimarme. Se supone que sólo estábamos jugando.

Itachi guardó silencio. Se había dejado llevar por la adrenalina, siempre le pasaba lo mismo. Su falta de control lo había metido en algunos problemas, incluso con su propio hermano. Dejando escapar el aire de los pulmones, aclaró- estoy acostumbrado a los combates serios, no a los juegos de cachorros. En mi manada tengo que estar alerta día y noche- se encogió de hombros- mis instintos asesinos se desarrollaron más de lo normal.

El rubio entrecerró los ojos, notándose molesto- conmigo no tenías que usarlo. Yo no pretendo hacerte daño, ni traicionarte.

-Lo sé, pero es difícil, ¿sabes?- se rascó la nuca. Parecía estar muy avergonzado por lo que hizo- ¿me perdonas?

Deidara miró su colita lastimada, luego la expresión lastimera de Itachi y al final contestó un:- de acuerdo, estás perdonado.

Emocionado, el joven lobo no pudo evitar que sus orejas y cola también salieran, sacudiéndose hacia todos lados. Sonriendo con perversión, puso en la mira de sus ojos escarlatas el tierno cuerpo del gatito y saltó. Para cuando felino pudo reaccionar, ya tenía a un excitado lobo encima, besándole los labios y tocándolo por todas partes.

Algo le decía muy en su interior, que jamás se iba a librar de su agarre. Tampoco deseaba hacerlo. Correspondió el nuevo beso, estremeciéndose bajo las tiernas caricias mientras ambos cuerpos se acoplaban. Estaba seguro que aquello era una jugarreta de la diosa de la luna, porque apenas conocía a Itachi y ya podía asegurar que no podía vivir sin él.

 

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-¿Lo encontraste?- preguntó Deidara.

-No, pero juraría que lo vi por aquí.

Deidara rodó los ojos, viendo como su revoltoso primo de diez años se metía hasta la cintura en un matorral de hojas húmedas, buscando al sapo de ojos saltones que se le escapó en un descuido. Su melliza también estaba allí, jugando entre las amapolas que crecían alrededor del árbol más grueso.

-Encontré una ranita de banano- decía la alegre Naruko, llegando hasta donde estaban ellos con las manos juntas hechas una bola. En ellas llevaba su ranita.

-No la dejes escapar, Pecas. Mira tu hermano cuánto tiempo lleva buscando su sapo- dijo Deidara, acercándose a la rubia para revolverle los cabellos.

-Yo no soy tan torpe como el enano- refunfuñó la gatita, inflando los carrillos en un puchero adorable.

-¡Aquí está!- chilló el menor, saltando detrás de un enorme sapo naranja- ¡ven aquí, Gamakichi!- pero el sapo siguió saltando, alejándose de él. Naruto estuvo a punto de cruzar el rio para ir tras el animalillo, pero el agarre de su primo en la solapa de su playera, lo detuvo justo a tiempo.

-Alto ahí, campeón- regañó, tirándolo hacia atrás en pleno impulso- no sabes nadar, ¿cómo piensas ir tras él?

-Pero…- Naruto hizo un puchero entre lagrimones, llorando por su sapo perdido.

Deidara lo miró y negó con la cabeza, sabiendo que si no le alcanzaba al bendito sapo, no dejaría de llorar durante la cena y al final se ganaría un regaño de su tío. Mejor haría algo por él, para no verlo así de triste. Levantó una mano y le sacudió los cabellos como hizo con su hermana, sonriéndole- no te preocupes, yo iré por él.

-¿Lo harás? ¿En serio lo harás?- emocionado, el pequeño Naruto se revolvió y se lanzó a su vientre, dándole un fortísimo abrazo- gracias, Deidara-nii.

Deidara suspiró, se separó de su primo y se quitó la playera, lanzándose al agua; nadó hasta el otro extremo, sosteniéndose de una roca de la orilla para salir a la superficie. Se paró sobre ella y levantó la mano, demostrando con el gesto a sus primos, que había llegado a salvo.

Frunciendo el ceño, comenzó la búsqueda; poco a poco se fue adentrando en el espesor del bosque, saliendo del campo de visión de los gemelos. Usando su mano de visera, miró hacia todos lados, esperando encontrar al jodido sapo gordinflón para poder volver a casa.

Escuchó un sonido de ramas rompiéndose y hojas secas siendo aplastadas. Se dio la vuelta, esperando encontrar al sapo. Pero no. Justo detrás de él, se encontraba el ser más atractivo que haya conocido, vestido sólo con la piel puesta.

-¡Itachi!

-¿Qué haces aquí? Pensé que hoy estarías ocupado con tu familia.

-En teoría…- se rascó la parte trasera de la cabeza, viéndose avergonzado- estoy buscando al sapo de mi primo. Si no lo encuentro, llorará toda la noche.

Itachi se puso de cuclillas, siendo la masculinidad personificada a sus, apenas, quince años. Sus fracciones se habían hecho más maduras y su cuerpo había crecido unos cuantos centímetros. Ya sobrepasaba a Deidara por más de una cabeza; la coronilla del rubio le llegaba justo debajo del mentón. La altura perfecta para abrazarlo y enterrarlo en su cuerpo. Le gustaba.

-Te ayudaré- entrecerró los ojos, viendo desde el suelo, pero no había ni rastro del animalillo.

Deidara se acuclilló a su lado, mirándolo- hey, Itachi.

-¿Qué sucede?

Deidara frunció el ceño con fastidio- bésame.

Itachi sonrió coqueto, atrapando al gatito entre sus brazos para acercarlo de golpe mientras se lanzaba hacia atrás, dejándolo acomodarse sobre su regazo- ¿lo estabas esperando?

El blondo desvió la mirada, su ceño seguía fruncido mientras en su boca aparecía un puchero- ya te estabas tardando.

Itachi no dijo ni una palabra más. Sosteniendo la cabeza de Deidara, juntó sus labios en un beso lento, dulce, que poco a poco se fue transformando en uno cada vez más pasional, un beso donde no solo los labios entran en contacto, la lengua y las manos también. Deidara soltó un gemido ahogado, resistiendo la fuerza de su lívido mientras Itachi le dejaba placenteras caricias en los muslos inferiores.

Cuando la excitación comenzó a calentar sus pieles, se separaron entre jadeos, sin dejar de mirarse, sonriéndose como tontos. Se pusieron de pie al mismo tiempo y, tomados de la mano, comenzaron la rutinaria caminata por el bosque. Hablaron de todo mientras buscaban al sapito y al mismo tiempo, se devoraban con intermitentes y lánguidos besos.

Deidara le contó a Itachi que faltaba poco para su primera luna llena. La de ambos, en realidad. Tenían que planear una forma de escaparse de sus respectivas manadas para estar juntos. Itachi al principio no estaba muy seguro, puesto que su manada estaba en una constante balanza por el poder. Pero entonces recordó a Sasuke. Su pequeño hermano había crecido bastante rápido y se podía defender muy bien. Y no solo eso, sino que ya podía patear unos cuantos traseros sin ayuda alguna. Esto lo tenía bastante orgulloso y Deidara rodaba los ojos cada vez que escuchaba las anécdotas. En conclusión. Si Sasuke ya podía defenderse solo, entonces podría hacerse cargo de la manada al manos por una noche.

Se escondieron en una pequeña cueva cerca de la rivera, compartiendo besos y caricias que no llegaban más allá, porque eran jóvenes, porque la luna estaba cerca, pero aún no había llegado; y porque querían que fuese especial. Para cuando se dieron cuenta, el sol ya estaba cerca del horizonte y la frialdad de la noche había comenzado a rondar por el bosque.

Deidara se puso de pie, recordando que su primo aún esperaba por su sapito y que de seguro sus tíos estarían preocupados. Le dio un último beso de buenas noches al moreno y salió corriendo, rezando porque nadie se haya percatado de su ausencia.

 

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-Quedas expulsado de la manada.

Deidara sintió que su corazón salía de su pecho. Jamás pensó que sería expulsado, mucho menos por su propia familia. Las lágrimas amenazaron con salir de sus párpados, pero las contuvo y, apretando la mandíbula, salió del despacho de su tío. Sin decir ni una palabra, ni una excusa, ni una súplica. Le dolía, pero su orgullo era enorme y su amor por Itachi mucho mayor.

Aquel día en el río, lo que menos esperaba era que su tío los había visto juntos, teniendo la evidencia de la relación de los chicos en sus propias narices. Minato pensaba sinceramente que era una lástima. Había querido a Deidara como si fuera un hijo. Pero las reglas son las reglas y la manada de los lobos y la de los monteses no se llevaban muy bien que digamos. Vivían en constante guerra. No iba a permitir que el desastre se desatara sólo porque su sobrino había descubierto un amorío.

Deidara esperó a que fuese de madrugada, cuando todos en la casa estaban durmiendo, recogió todas sus cosas, o al menos las más esenciales, y salió a hurtadillas. Odiaba las despedidas, mucho más si era una tan vergonzosa como la de una expulsión.

En el exterior el viento corría helado, despeinándole los cabellos y provocándole un temblor en la dentadura. Al suspirar, pudo notar que una espesa nube de vapor salía de su boca. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, debía encontrar un refugio pronto. Pero no conocía ninguno. Salvo la cueva.

Decidido, se encaminó a la ribera, a pesar de que esa sería la zona más helada del bosque. Cruzó el río por la parte más baja, justo por donde el agua le llegaba a la cintura, de lo contrario sus escasas pertenencias se mojarían. En el otro lado del bosque, sólo quedaba la frontera con los lobos huargos y el territorio neutro, done vivían la mayoría de los renegados de otras manadas.

En la mañana decidiría qué hacer, por el momento solo necesitaba descansar. Se adentró en la cueva, justo donde pasaba un montón de tiempo con Itachi. Dejó la bolsa en el suelo y se acostó junto a ella, usándola de almohada. Sus extremidades comenzaron a temblar, así que creyó que lo mejor era dormir en su forma animal. Enroscándose en su propio cuerpo, se envolvió con la cola mientras enterraba la cabecita entre sus patas. Mucho mejor. Ahora solo le quedaba dormir.

 

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Deidara respiró el dulce aroma del café mañanero, de los huevos friéndose en la sartén y el tocino tostándose. Su estómago comenzó a gruñir. Sin poder sostenerse por un minuto más, abrió los ojos perezosamente y se levantó de la cama… un momento… ¿cama?

¿Dónde demonios estaba?

Con los ojos como platos, recorrió con la vista aquel lugar. No lo reconocía por apariencia, pero sí por olor. Esa era la casa de Itachi. Su aroma estaba en la cama donde dormía, en las mantas, en el suelo, en el alfeizar de la ventana. No le cabía la menor duda. Esa era su habitación.

Sacó los pies fuera de la cama, notando que estaba medianamente desnudo, sólo una playera que le quedaba nadando cubría su piel. Se puso de pie, siguiendo el aroma de los huevos con tocino. Abrió la puerta y bajó por las escaleras, encontrándose a Itachi parado frente al fogón, con un delantal púrpura amarrado a la cintura y unos vaqueros desteñidos. Su torso estaba desnudo.

-Por fin despiertas- saludó el moreno, dándose la vuelta y sacando una sonrisa al ver la enrojecida expresión de Deidara- ¿quieres desayunar?

-¿Qué hago aquí?- preguntó con una mirada recelosa.

-Es mala educación responder una pregunta con otra- regañó, acercándose a la mesa para poner los platos y los cubiertos- no te preocupes por Sasuke. Suele levantarse más tarde.

-¿Qué hago aquí?- preguntó una vez más, sin moverse de donde estaba.

Itachi resopló, viéndose un poco molesto cuando contestó- ayer te encontré a la intemperie. Imaginé que…

-Fui expulsado de la manada- se adelantó, su mirada tornándose indiferente- mi tío y yo tuvimos ciertas… discrepancias.

-Sé cuáles son esas discrepancias- Itachi se acercó a Deidara y lo agarró por la barbilla, sujetándolo para darle un beso- a partir de ahora, no quiero que pienses que fuiste expulsado de tu manada.

-¿Qué? Pero si es…

-Yo te rapté, y te mantengo cómo prisionero en mi manada.- interrumpió, frunciendo las cejas.

-Itachi…

-Quiero que pienses en eso todos los días… hasta que termines creyéndolo.- lo volvió a besar, envolviéndole la cintura con los brazos para pegarlo más a su cuerpo. Deidara levantó los brazos y los envolvió en su cuello, irguiéndose de puntitas para llegar más alto.

-¡¿Qué es esto?!

El repentino alarido hizo que la parejita se separara bruscamente, mirando con susto hacia las escaleras donde un joven moreno los observaba como si tuviesen tres cabezas.- ¿Quién es él, Itachi? ¿Qué hace aquí?

Itachi miró a Deidara y después a su hermano, sacando a flote una sonrisa- Sasuke, te presento a Deidara... tu cuñado. Desde ahora será parte de la familia y miembro oficial de nuestra manada.

La expresión de Sasuke osciló de escrutadora a divertida y pícara. El joven lobo descendió por completo de las escaleras y se detuvo enfrente del felino, mirándolo a los ojos y sin parpadear, dijo:- Bienvenido…, cuñado.

 

 

Continuará…

Notas finales:

Bueno, creo ya ha sido bastante por hoy de ItaDei no lo creen? La próxima semana subiré la cont y ya seguiremos con la historia original. Si me embullo, tal vez, y solo tal vez, le hago conti a esta historia extra. Tal vez incluso les haga un capítulo especial a Kakashi y Menma, pero no prometo nada, eso depende de mi inspiración.

Espero que os haya gustado, nos vemos la próxima samana!!!


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