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Good Enough to my madness - Suficientemente bueno para mi locura. por Bokutosama

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Notas del capitulo:

Hey Hey Hey! Capitulo 30!

Takeda-san nos cuenta su historia

 

No creo que pueda llegar el día en que sea capaz de olvidar su rostro.

Cubierto de lágrimas, frotándose rudamente las mejillas tratando de alguna forma hacer desaparecer la humedad creciente que empapaba su rostro sin emitir ningún sonido.

Ukai-kun jamás había llorado frente a mí. Oh, bueno, debería admitir que nunca había visto su ser aquejado por tan fuertes emociones, era fascinante y a la vez aterrador.

Recién después de 2 años de convivir a su lado me daba el lujo de presenciar tal escena, por supuesto que las razones tras ello eran crueles, pensándolo con detenimiento mi anonado ser estaba sumiéndose en el placer más culposo que hubiese sentido antes, que me hubiese permitido sentir antes de ese día.

Sin embargo ahí congelado no podía hacer nada más que observar.

Ukai Keishin, el alocado pasante de cabello tinturado y despeinado que había llegado un día, con su expresión vacía, recomendado por uno de mis antiguos profesores en la universidad, a ser uno de mis aprendices en mis primeros años como Director del Hospital Matsuzawa, de lejos era la única persona que había permanecido a mi lado tanto tiempo y también quien más me conocía; aunque ese hecho hasta ese momento hubiese pasado desapercibido para mí.

Por la escena que presenciaba, yo, de él, no sabía absolutamente nada.

Con el paso de los meses me había decidido, Ukai-kun no era el tipo de persona que tendría futuro como psiquiatra, siempre se mostraba apático a los sentimientos de los pacientes y nunca intervenía más de lo necesario, para él era como ser el barrendero de la calle, algo que debía hacer, sistemático y repetitivo, nunca tuvo problemas para comunicarse con los pacientes pero tampoco usó eso para transmitir algo más, se limitaba a impedir que terminaran arrancándose los cabellos entre ellos. Ni más ni menos.

Y esta era la reacción que recibía al hablarle sobre ello, cuando intenté persuadirlo de seguir otro camino.

Me sentí desubicado, ¿Quién era Ukai-kun en realidad?

Quien sabe cuánto tiempo pasó antes de que pudiese descongelar mi procesamiento neuronal y  actuar de alguna forma, Ukai-kun no emitía ningún sonido, ni un gemido, ni una respiración agitada, pero las lágrimas fluían sin control por sus mejillas.

Me acerqué lentamente, cauteloso, esperando no ganarme un buen puñetazo en la cara proveniente del yankee llorón que me sobrepasaba por más de 10 cm de altura.

Acuné sus mejillas en mis manos y lo acerque a mi cuello, terminó encorvado en un abrazo, que aunque incomodo fue cálido, podía sentir los latidos de su corazón alterado contra mi hombro.

Pasé un brazo por su espalda acariciándolo lentamente, como si se tratara de un niño gigante al que tenía que calmar, su respiración fue más audible cerca de mi oído, sentí la piel de mi cara ponerse cálida, los ojos se me nublaron y sin saber porque empecé a llorar también.

Quizá era la primera vez que lloraba desde la última que lograba recordar muchos años atrás, cuando mi padre había muerto.

—Sensei —su voz sonó rasposa, pero contra mi oído fue como escuchar una melodía que me hizo erizar la piel.

—Lo siento, no creí que pudieras reaccionar de esta forma —fue lo único que pude decirle.

En un segundo y sin mi intervención, mi espalda dio contra la pared, sus fuertes manos me sostenían contra el frio concreto, su respiración agitada hacía eco sobre mi nariz, su aliento cálido tornó el aire alrededor, sofocante.

Sus labios se estamparon contra los míos. Fue un contacto rudo y húmedo, la imagen de su lengua pasar por sus labios segundos antes de apretarlos contra los míos fue más de lo que mi mente pudo asimilar y mi parte masculina de la que ya creía haberme olvidado fue la que muy ávida reaccionó con entusiasmo.

Hizo contacto con mis labios un par de veces más antes de esconder su rostro completamente enrojecido contra mi cuello de nuevo, temblando, sin dejar de sostenerme con fuerza, como si temiera que me fuese a escapar.

No pronuncie palabra alguna, lo deje hacer, lo deje sentir, ni siquiera me pregunte ¿Por qué?.

Sin oponerme acaricié su espalda de nuevo, sus brazos se destensaron lentamente mientras se apegaba más a mí, no me dirigía la mirada, se veía avergonzado, quizá miles de pensamientos contradictorios sostenían una cruda batalla en su interior.

Yo era casi 4 años mayor que él físicamente, mentalmente podría superarlo por un par de décadas.

Tomé con suavidad su bata blanca y la saque de sus hombros mientras el apretaba los labios desviando la mirada hacia un lado, era tan enternecedor y apetitoso, toda clase de fuerzas mundanas se apoderaban de mi cuerpo y yo les permití actuar.

Me deshice de su camisa, desabotonando con paciencia cada uno de sus 7 botones, con suavidad saque su cinturón, colé mis manos entre sus pantalones y los deslicé hacia abajo mientras lo empujaba hacia el escritorio.

Mi escritorio, en mi oficina, con la puerta sin seguro alguno más que el de la perilla que podría girarse en cualquier momento y dejar a la luz nuestro pequeño encuentro, al que ni yo mismo podía darle nombre o razón.

Lo recosté con suavidad, admiré su rostro, el color carmesí al que se había tornado su piel era aún más excitante, sus ojos entrecerrados y empañados, sus labios fruncidos haciendo un ligero puchero, sus manos temblando aun sujetas a mis brazos.

En ese momento sentí la urgencia de hacerle emitir algún sonido, teniéndolo en bóxers, fue muy sencillo hacerlo jadear al sentir mis dedos acariciar lentamente su entrepierna, se estremeció por completo, sus manos se aferraron más a mí, ese pequeño sonido fue suficiente para dejar el ultimo cerrojo de mi cordura a su merced.

Un par de segundos después ya estaba deleitado con la suave composición de gemidos que llenaron las cuatro paredes, mis manos se movían sobre su entrepierna dura y ardiendo.

No pasó mucho tiempo antes de que lo despojara de la tela que me estorbaba y tomara toda su virilidad entre mis manos, con movimientos bruscos, quizá por la falta de práctica, quizá cegado por el placer que drogaba cada una de las células en mi cuerpo, logré hacer que se viniera contra su abdomen marcado y entre mis manos, jadeaba desesperado, con uno de sus brazos contra su boca tratando de ocultar los sonidos que ya no podía retener dentro de sus dientes apretados.

La luz que recibí al abrir los ojos me dejó aturdido, desperté entre sus brazos, acalorado, olía a sudor, el sol de verano nos azotaba desde temprano, esa noche había soñado con la primera vez que Ukai-kun y yo hicimos el amor, mi entrepierna estaba muy consciente de ello.

—Ittetsu? —murmuro alejándose de mí, incomodo por el calor que aumentaba.

—Buenos días —lo saludé dejando un beso suave en su hombro para levantarme y darle más espacio en la cama, que de por sí ya era estrecha.

No eran tan buenos días, con todos los problemas en el que el hospital se veía envuelto, las noches a su lado eran mi único alivio, por lo que de momento había decidido quedarme en su habitación, normalmente lo haría solo un par de veces a la semana, pero sí tenía que ser sincero conmigo mismo, no podría superar nada de todo esto sin su apoyo a mi lado, sin confirmar cada noche en medio de la oscuridad entre sus caricias y sus jadeos que sin importar lo que sucediera él estaría ahí, de mi lado, a mi lado, sosteniéndome.

Me había convertido en alguien inevitablemente dependiente de su existencia.

Tener sueños vividos sobre mis recuerdos y otro par de “habilidades”, como me gustaba llamarles, eran ciertos comportamientos extraños que había desarrollado a lo largo de mi formación psiquiátrica. Entre ellas también gozaba de una memoria eidética, cosa que era muy útil cuando tenías que memorizar cada comportamiento, cada gesto, cada opinión y penetrar en las mentes perturbadas de mis pacientes en busca de una respuesta, esa era mi vocación.

Mi padre había sido un reconocido doctor que se enfocaba en dar tratamiento a problemas mentales derivados de vivencias traumáticas, de eventos abrumadores que golpearon la psique de los pacientes dejándolos entre la realidad y el profundo temor. Mi madre fue una de ellas, padeció de esquizofrenia paranoide, como resultado de haber sido secuestrada de niña junto con sus padres, los cuales fueron asesinados, fue llevada a un hospital psiquiátrico donde conoció a mi padre, que para ese entonces estaba terminando su especialización, se podría decir que tuvieron una historia feliz hasta que lastimosamente, ella murió el día en que me dio a luz.

Recuerdo como mi padre solía hablar de ella, como si hubiese sido su más hermosa obra de arte, hasta donde pudo le permitió tener una vida tranquila y feliz, le enseñó muchas cosas que en sus 6 años de confinamiento y horror no tuvieron lugar en lo que hubiese sido una adolescencia normal.

Ella fue hija de una familia adinerada parte de algún lugar entre la política de la ciudad, sus abuelos le dejaron como única herencia una enorme casa al estilo antiguo a las afueras de la ciudad, posesión que pasó a nombre mío cuando falleció.

Ese era mi hogar paterno. Mi padre vivió allí conmigo hasta que perdió el último de sus recuerdos sobre mí, abatido por el Alzheimer, olvidó a mi madre, olvidó la casa, olvidó todo lo que sabía de medicina, olvidó donde, como vivía y hasta quien era. Ahora estaba recluido en un centro médico en kyoto, cuando le diagnosticaron su enfermedad en pleno uso de sus últimas facultades mentales escribió un testamento, donde, no solo me obligaba a internarlo en ese lugar, sino que también me prohibía ir a visitarlo, también me dejaba la casa y todo lo que había en ella, todos los recuerdos toda la vida que él y mi madre no pudieron tener, como los deseos que quedaron en el aire bajo un techo donde nunca durmieron juntos.

Contra su voluntad iba a visitarlo por lo menos dos fechas al año, me hacía pasar por un médico más y lograba de vez en vez tener una tarde tranquila a su lado viendo el atardecer o jugando shogi.

Agarre la toalla y camine hacia el baño, luego de cepillarme rápidamente me metí bajo la ducha, el agua fría me hizo sentir mas tranquilo.

Sentimientos amargos estaban convirtiéndose en mi desayuno de cada día, mitigar la ansiedad era el trabajo de Ukai-kun, su compañía siempre me hacía bien, razón por la cual no regresé a casa esas semanas.

En vez de eso me hice un pequeño nido entre sus brazos donde lograba recargar energías cada día.

Aún era temprano, podía escuchar el leve trinar de algún pájaro en la distancia, la luz era fuerte, el verano nos estaba dando con todo, apenas salí de la ducha el calor empezó a tomar forma entre los pensamientos en mi cabeza.

—Hace calor —se quejó rascándose la cabeza, sin la diadema, sus cabellos rubios y negros no tenían un orden, algunos mechones se le iban a la frente y otros se enroscaban en rulos hacia su nuca, ya tenía el cabello muy largo.

—Entra, la ducha esta fría —le arrojé la toalla a la cara mientras buscaba algo de ropa en la mochila de viaje que había traído para sobrevivir esos días, aunque ya conservaba una buena parte de mi ropa y mis cosas personales entre sus pertenencias.

Caminé hasta donde yacía mi bata, en la pared colgada de un gancho junto a la suya, impecable y sin una sola arruga, esa era una de sus solidarias acciones que se acostumbró a hacer día tras día.

Un par de golpes se escucharon en la puerta de salida, Ukai-kun soltó un pequeño bufido desde el baño mientras yo terminaba de acomodarme los pantalones en la cadera.

—Ukai-kuuuun puede decirme a qué hora llega Takeda-san? —la voz chillona e inconfundible del oficial de policía de cabellos rojos desbaratados sonó a través de la madera.

Junté ambas manos a modo de súplica mirándolo, un notable enojo se clavó en su entrecejo.

—En una hora o un poco menos —fue su respuesta fría y concisa.

Se escucharon un par de golpes más, seguramente Tendou-san quería que se le abriera la puerta pero cada detalle o información por más mínima que fuera tenía que ser manejada con sumo cuidado, a pesar de ser uno de los oficiales de policía más experimentados en casos como los nuestros, tenía una inclinación insana a pensar como el “paciente” o como él los llamaba “criminales”.

Ukai-kun se terminó de vestir ignorando la puerta y al resto del universo aparentemente, se acercó a mí, me acomodo los mechones en mi coronilla que se negaban a asentarse y acunando mis mejillas en sus manos dejo un cálido beso en mi frente

—Todo irá mejorando, poco a poco —susurró contra mi piel. Yo era el director del hospital, el directo responsable de todo, pero el… Él era mi pilar.

Le sonreí aguantando el ardor en mis ojos resecos, logramos desayunar un poco para luego regresar al edificio central, primero pasamos por Nekoma y Fukurodani, aún tenía que revisar constantemente el estado de los chicos de Karasuno que había tenido que aislar de momento, una vez terminé eso y le encargue a Ukai-kun un par de problemillas con los búhos de Fukurodani regresé a Karasuno directo al pabellón médico.

Eran las 8:15 am según el reloj de pared que orquestaba el único sonido en la sala de estar.

Caminé por el pasillo blanco, me acerque a la puerta lentamente, Tsukishima-kun seguía inconsciente por los efectos brutales que tuvo la sobredosis de medicina en él, las venas en el lado derecho de su cuello se brotaron por el exceso palpitar que produjo el fármaco, tanto que su clara piel ahora se notaba verdosa con rayas moradas que sobresalían como si su piel hubiese desaparecido y su sistema circulatorio hubiese quedado en carne viva.

Aún seguía inconsciente, tuve que usar todo el conocimiento medico a mi mano para usar los supresivos correctos que pudieran controlar su tensión y su ritmo cardiaco, así como sus cambios salvajes de temperatura y la fiebre intensa que lo aquejó desde la primera noche y apenas llevábamos dos.

Los parpados me pesaban, pero no era de sueño.

—Buenos días Takeda-san! —La voz alegre de Tendou-san apareció justo detrás de mí antes de que girara el pomo y entrara a la habitación.

Me detuve.

—Buenos días Tendou-san —seguía repudiando el haberle permitido dejar a uno de mis pacientes en ese estado, por lo que no lo quería cerca de ninguno de ellos, ya había hecho el reporte a uno de sus superiores, pero apenas logré reducir su estadía diaria y su contacto con los pacientes, aunque a él no parecía importarle.

Ahora solo tenía que lidiar con su presencia en las mañanas, luego del medio día podía echarlo a patadas.

—Vaya, ¿aún sigue enojado conmigo? —preguntó sonriente. Me negué a contestarle cualquier cosa que pudiese ser usada en mi contra, mantener la compostura era un  arte que me había costado adquirir y el tipo frente a mí, aunque en mi opinión clínica era un desquiciado, todavía seguía siendo un oficial de la policía.

—No tengo que recordarle que no tiene permitido entrar a esta habitación hasta que Tsukishima-kun se recupere, ¿verdad? —le sonreí como apenas pude hacerlo, sentí los músculos de mis mejillas oponerse, pero el asunto era inevitable.

—Claro que si —respondió esta vez sin la sonrisa en el rostro, agachó la cabeza, levantó un brazo a modo de despedida y se dio media vuelta alejándose por el pasillo.

Las expresiones que lograba poner en su rostro eran más tétricas que las de mis peores pacientes.

Entré a la habitación, Yamaguchi-kun seguía recostado sobre una esquina de la cama, con el resto de su cuerpo sobre la silla de plástico, acaricie un poco sus cabellos pasando por su lado hacia la cabecera donde el rubio aún seguía dormido, aunque su expresión ahora era más tranquila, como si solo estuviese descansando después de un largo día.

Revisé sus signos vitales y el catéter de suero que seguía anclado a su brazo, cambie la bolsa, revise las lecturas de su actividad cardiaca, le inyecté una dosis de medicina en el brazo derecho y mientras lo hacía Yamaguchi-kun abrió los ojos, sin decir nada se acomodó sobre ambos brazos mirando cada uno de mis movimientos con los ojos entrecerrados.

—¿Dormiste bien?, ¿No tienes hambre? —le pregunté terminando mi trabajo y acercándome a él, las ojeras bajo sus ojos se hacían más oscuras con el paso de los días.

—¿Seguro? — el negó suavemente con la cabeza para luego enredarse de nuevo en el brazo de Tsukishima-kun.

Acaricie de nuevo su cabeza y salí de la habitación. Aun no sabía a ciencia cierta si Yamaguchi-kun sería uno de mis primeros fracasos, ninguna sesión, ningún tratamiento, ninguna droga, no había nada que yo hiciera que afectase su condición, ni siquiera su estadía en el hospital parecía forzada para él, era más como si cada cosa en su vida hubiese sido planeada por el mismo y no tuviera ninguna intensión de negarse al flujo de las circunstancias.

Pasé a la siguiente habitación, Hinata seguía sentado en el suelo contra la pared, justo como lo había dejado en la noche, no me permitió ni siquiera sentarlo en la silla de plástico, estaba sumiéndose en una depresión preocupante, en mi interior temía por su salud, podía terminar como Sugawara-kun.

Sin embargo no estaba entre mis capacidades “obligarlo” a hacer esto o aquello, ese pequeño poseía un aura de fragilidad que aún no analizaba con total calma.

Kageyama-kun no estaba inconsciente, mucho menos dormido, se limitaba a ver por la ventana estuviese abierta o no, se negaba a dirigirle la palabra a Hinata y tampoco me permitía sostener una conversación normal con él, por momentos prefería que explotara en ira como lo había echo ese día a tener que verlo en estado catatónico por la inmensa culpa que lo embargaba.

—Buenos días Kageyama-kun —lo saludé mientras revisaba sus signos vitales, la herida estaba cicatrizando lentamente, si seguía así duraría mucho más tiempo en esa cama antes de poder siquiera levantarse.

Me senté con cuidado dispuesto a limpiarle la herida y cambiarle los vendajes, Hinata se sentó más derecho mirándome, como si estuviera memorizando mis movimientos.

—¿Quieres ayudarme? —le pregunté estirando el vendaje sucio hacia él, asintió rápidamente, la energía que lo caracterizaba avivó su cuerpo por un momento haciendo más notables los estragos que hacía en su masa muscular los últimos días, las últimas semanas, el último año.

Vi de reojo como Kageyama apretó uno de sus puños conforme el pequeño se acercaba, Hinata tomó en sus manos el vendaje sucio y lo deposito en la papelera de desechos tóxicos en una esquina de la habitación.

—¿Puedo hacer algo más? —preguntó con cautela aun alejado un poco del campo de visión del pelinegro.

Le hice una seña con la mano para que se acercara, le mostré la herida en la piel blanca que por el golpe y la cirugía se tornaba morada y verdosa alrededor, su cara se tiño de preocupación, le acerque un poco más halándolo suavemente del brazo, tomé una gasa nueva, la impregne de alcohol y empecé a limpiarle, luego, puse su mano bajo la mía, sus delgados dedos hacían sobresalir ásperamente sus falanges, lo hice imitar mis movimientos suavemente sobre la herida.

Kageyama nos miraba, por fin teníamos su atención, su brazo seguía tensionado con fuerza al mismo tiempo en que se enterraba las uñas en la palma de la mano.

Desde que pude tener un vistazo de la relación entre esos dos me di cuenta de la importancia de Hinata en el proceso de Kageyama, porque por ese pequeño y revoltoso pelinaranja, el pelinegro era capaz de hacer sacrificios y tomar crudas decisiones en pro del bienestar de alguien más, cosa que en un obsesivo compulsivo como él, era de por sí mismo un gran avance,  por más cruel que sonara tenía que forzarlo a cruzar el límite, para enseñarle a controlarse, en ese orden de ideas, lo mejor era no separarlo de Hinata ni por un momento.

Para que en su mente, huir, dejara de ser una opción.

Por un momento de cansancio quizá, pase por desapercibida las lágrimas del pelinaranja que empezaron a fluir por sus mejillas cayendo sobre el estómago desnudo de Kageyama.

La mano de Hinata temblaba bajo la mía, pasó un segundo, un solo segundo para que Kageyama soltara un fuerte manotazo contra nosotros haciéndonos retroceder, se encorvo conteniendo las muecas de dolor que se forzaban en las facciones de su rostro.

—Aléjate de mí! —Gritó.

Hinata se recogió encorvando la espalda, escondiendo su mano contra su pecho, sorbiendo las lágrimas y el dolor.

Intenté decir su nombre para calmarlo, pero su ira siempre se acumulaba mucho más rápido que los pensamientos, volvió a soltar un manotazo lanzando el equipo de curación y demás lejos contra la pared blanca, uno de los frascos que contenían una medicina de color oscuro se rompió al instante manchando el color del muro.

—Tranquilízate! —me forcé a gritarle, de pronto sentí mi respiración agitada, mi yo interno se salía de control con más frecuencia, por primera vez en mi vida no afrontaba una mala situación con una sonrisa.

Kageyama se encogió ante mi orden, se llevó ambas manos a la herida resintiendo todo el dolor que le provocaron los bruscos movimientos y tosió un par de veces quizá falto de aire.

Hinata se llevó una mano a la boca tratando de acallarse, estaba llorando más fuerte y su respiración se iba en pequeños y suaves quejidos de dolor a través de sus dedos.

—No quiero verte! Lárgate de aquí! Maldito inútil! —Le gritó de nuevo el pelinegro, la herida ya sangraba de nuevo y el borde de su pantalón gris ya empezaba a mancharse.

—Kageyama! —mi voz era ronca, difícilmente me reconocía entre la ira que empezaba a cumularse entre mis pulmones impidiendo la entrada del aire cálido de la mitad odiosa del verano más seco y abrumador en décadas.

Hinata apretó los dientes y sin ser capaz de levantar la mirada del suelo salió corriendo de la habitación.

—¿Qué crees que vas a lograr tratándolo así?

Mis pensamientos personales en cuanto a la vida de mis pacientes eran irrelevantes e innecesarios, un psiquiatra de mi nivel, debe ser un paño seco, dispuesto a aportar soluciones, a manipular la mente humana para hallar algo de luz en medio de los cuartos oscuros donde cada paciente se escondía.

No se me era permitido criticar el comportamiento de mis pacientes, mi trabajo era apelar a su raciocinio más básico, ayudándolos a cambiar su comportamiento por uno más sociablemente aceptable.

Yo no debía criticar a nadie.

Me lleve una mano a la frente, mientras los estragos de la infelicidad devoraban su rostro, ver como sus cejas se fruncían, sus labios se partían y quebraban en un puchero rabioso al mismo tiempo en que sus ojos se empañaban y su nariz enrojecía.

¿Cuánto dolor estaba soportando dentro de sí mismo?, ¿Cuanta ira?, ¿Cuantos remordimientos?.

Solté un suspiro, me senté de nuevo, levanté lo que me era más necesario, deseché cualquier cosa que se hubiese podido contaminar y me dedique a limpiar de nuevo la herida, le cambie vendajes y le aplique morfina.

Me levanté sin decir una sola palabra más y me retire de la habitación. Me retuve un momento de espaldas contra la puerta ya cerrada soltando un largo suspiro.

—¿Sensei?

Ahí estaba, mi vaso de agua en medio del desierto.

—¿Viste a Hinata por aquí? —le pregunté sacudiendo un poco el polvo que se acumulaba parsimoniosamente sobre mi cordura.

—Lo vi entrar al cuarto del rubio —respondió con la misma sequedad de siempre, me miró examinándome, arquee una ceja y negué con la cabeza leyendo, del marrón de sus ojos, lo que quería preguntar.

—Estoy bien, no te preocupes —Su expresión me decía que obviamente no me creía nada, así era él, terco y vivía preocupado por mí, sin embargo prefería no presionarme con sus cuestionamientos.

Asintió con la cabeza y volvió por el pasillo hacia el comedor, ya era hora del desayuno. Solté un largo suspiro y me dispuse a volver a mi oficina, ese día tendría que completar los informes escritos que exigía la policía por lo que tendría que pasar ese tiempo con Tendou-san que revisaría cada uno de mis diagnósticos y decisiones tomadas en esos últimos días.

Primero estaba Sugawara-kun, no dejaba de incomodarme la presión que tenía encima cuando decidí internarlo aunque fuese de manera temporal, él  era un chico muy fraternal, cosía lazos con las personas tan naturalmente como le era respirar, lo cual lo hacía sumamente vulnerable, aún seguía en shock por la muerte de Tanaka-kun y no podía culparlo, pero ya era hora de que reaccionara, en los últimos días comía muy poco, no salía de la cama, no dejaba de mirar a la pared más cercana como si dentro de su cerebro ya no quedara más que un doloroso vacío.

En ese caso y aunque aún no lograba descifrarlo del todo, nuestro nuevo “paciente” Sawamura estaba siendo de gran ayuda, por alguna razón Sugawara-kun le dejaba acercarse y le escuchaba, no era una solución pero me permitía usarlo para alimentarlo y asearlo cada día.

Una vez en la oficina me senté a evaluar los primeros diagnósticos que Akaashi-kun y Nishinoya hicieron para mí, sobre los dos pacientes que trasladé a su unidad, la opinión del pelinegro siempre era objetiva y sensata, era una mente brillante y perceptiva con el suficiente carácter para mantenerse a raya, inmune a los sentimientos de los demás, se podría decir, con apenas una única excepción, por otro lado el castaño más bajito era un torrente de energía dispuesto a hacer lo que fuese necesario para ayudar, esa sin duda era su cualidad más notoria.

Paciente: Sugawara Koushi

Síntomas: Depresión aguda, trastornos somáticos, enlentecimiento de los movimientos, falta de deseo de realizar actividad constructiva, terrores nocturnos.

Primer diagnóstico: Su inconsciente está sumido en una aguda depresión en peligro de tornarse crónica, no se interesa en hacer contacto visual con nadie más que con Daichi-san, se muestra desconectado de la realidad que lo rodea, sin embargo no parece estar pensando en nada en particular, padece pesadillas en las noches y terrores nocturnos donde se despierta gritando sin emitir alguna palabra y/o frase coherente.

Segundo diagnóstico: No es una depresión normal, él está consciente de su situación pero se encuentra en un profundo estado de negación donde pretende acorazarse para evitar enfrentar la realidad, respuesta normal a un suceso traumático alargada más de lo necesario.

Tercer diagnóstico: …

La percepción de Akaashi era impecablemente igual a la mía, excepto por una afirmación que me inquietó, (él está consciente de su situación) ¿Podría ser posible que yo no hubiese visto eso antes? Y si así fuese ¿en qué forma Akaashi-kun se refería a ella?

Me quede meditando cada reacción en el peligris de los días que estuvo bajo mi directa supervisión, sentí la espalda adolorida al recostarme en el suave remanso de mi silla de cuero y por un momento me sentí perdido.

Dos toques en la puerta me despertaron, en el fondo me sentí agradecido, por al menos los segundos que le siguieron al sonido antes de que la puerta se abriera.

Ahí estaba, mi reciente y constante pesadilla.

—Takeda-san! ¿Como esta?! Cuénteme como van nuestros muchachos —su sonrisa seguía siendo repulsiva. Sin mi permiso tomo asiento frente a mí mandando sus largos y tétricos dedos hacia los informes de Akaashi y Nishinoya, les echo una ojeada rápida sonriendo con los ojos entrecerrados.

—Vaya, vaya, no vamos tan bien como se esperaba, ¿no? Cuénteme de Tsukki ¿Que vamos a hacer con él?

Solo yo sé cuánto quería ignorarlo y seguir en lo mío, alcé la mirada y lo examine de arriba abajo.

—Por el momento su estado no es algo de su incumbencia, hasta que mejore de la sobredosis que usted mismo le administro no tendrá más información que esta —sentí la garganta rasposa, no era común en mí el enojo, pero esa era una etapa de mi vida donde no hallaba otra solución.

Inmediatamente se puso serio, bufo una par de cosas que no logré entender y de un salto se paró de la silla.

—Bien! Supongo que no podré hacer mucho por ahora, me retirare a los demás edificios si no le molesta.

—Por supuesto que no, mientras yo lo acompañe —Ukai-kun apareció por la puerta que el pelirrojo había dejado abierta estirando la mano indicándole la salida.

—Vamos

Su mirada se detuvo en mi unos segundos antes de seguir al pelirrojo que le hizo caso saliendo de la oficina, asintió con la cabeza dándome a entender que él se haría cargo, mi aliviado ser se distensionó por un momento y agradecido le sonreí antes de verlo desaparecer dejando la puerta con seguro por dentro.

¿Qué haría yo sin él? En ese momento me di cuenta de algo profundamente básico, la realización de lo mismo me hizo sentir estúpido.

¿Cuál ha sido mi filosofía a proceder con Kageyama? ¿Cuál es el elemento más importante de su tratamiento? Me hice esas dos preguntas mientras salía apresurado del edificio directo hacia Fukurodani.

Contrario a la mayoría de mis colegas no basaba mis tratamientos únicamente en medicinas, aun cuando las emociones y los sentimientos son derivados de procesos químicos funcionando en nuestro cerebro, no me permitía dejar de lado ese yo interno que cada uno poseía, eso dentro de cada uno que determinaba cual y como se desarrollaban dichos procesos, así que yo mantenía una sola regla como parte de mi ética profesional, que no me atrevía a romper, un tratamiento químico no era la solución perfecta a ninguna afección emocional que trastornara el comportamiento y el funcionamiento racional de la psique, no combates una tristeza con fármacos, la anulas con felicidad.

La soledad que acarrea una perdida en cantidades iguales puede ser curada con compañía.

Con la compañía adecuada.

Llegue rápidamente y casi sudando a la entrada de Fukurodani, Nishinoya estaba en el pasillo esperando el ascensor, el único que funcionaba como debía en todo el hospital, crédito de Bokuto Koutaro nuestro experto en arreglar cosas que funcionaran con engranajes y aceite.

—Sensei! —me saludó con el entusiasmo que lo caracterizaba.

—Buenos días Nishinoya-kun, donde esta Akaashi-kun? —,le pregunté entrando con él al ascensor.

—Mmm, creo que está en el piso de Bokuto —me contestó rascándose la barbilla. —Yo acabo de llegar —añadió.

—No tiene muy buena cara hoy sensei! —el pequeño ya estaba examinándome de cerca señalando mi nariz con su dedo índice.

—Si, si, no han sido buenos días —le sonreí, genuinamente esta vez, pasando una mano por sus cabellos ya alborotados, ¿Qué tenían todos con tinturarse partes de su cabello de rubio?, pensé.

Bajamos del ascensor y subimos al cuarto piso por las escaleras, todo el cuarto piso había sido modificado para Bokuto Koutaro, era un chico hiperactivo y muy inteligente, su caso era una mezcla de anomalías psiquiátricas que lo traían y llevaban de un padecimiento a otro, requería extrema vigilancia y mucho, mucho esfuerzo.

Siendo el hijo único de uno de los empresarios más reconocidos en la ciudad, fue traído a nuestro hospital un día como cualquier otro, luego de ser dado de alta de otro hospital donde estuvo recuperándose de un intento de suicidio, se había cortado las venas en el baño de su casa.

Su padre era una persona amorosa, pasaba los 50 años y para ser parte de la alta sociedad, solo quería lo mejor para su hijo, que pudiese tener una vida tranquila aunque no fuera normal, se sabe muy poco de su madre, el expediente médico solo la reporta como fallecida apenas un par de años después de su nacimiento, figura como muerte natural, no hay más información al respecto.

Así mismo el padre del joven se aseguraba de cubrir todos sus gastos y donar una generosa suma de dinero al hospital cada semestre, el piso entero fue remodelado según sus necesidades, en la mitad tenía su cama doble, la base fue construida con concreto por lo que no había un “debajo de la cama” donde se pudieran esconder sus miedos, el armario donde se guardaba su ropa y elementos de aseo era de goma, una estructura parecida a los panales de un nido de abejas, sin puertas, ni tornillos, ni cerraduras que pudiesen ser usadas para lastimarse, tenía una enorme mesa de goma también con varias sillas del mismo material, encima siempre permanecían todos sus elementos de dibujo, hojas, lienzos, lápices de colores, pinturas y pinceles hechos especialmente para él.

Otro de sus pasatiempos pero el más limitado, era el de armar y desarmar cosas electrónicas, tenía una inquietante facilidad para entender el funcionamiento de las cosas que tuvieran engranajes y conexiones eléctricas, se lo teníamos restringido por lo peligroso que podía tornarse, Akaashi-kun se encargaba de supervisar estrictamente esas actividades dependiendo de su estado de ánimo.

Habían puffs de colores por toda la habitación, Bokuto amaba las cosas de muchos colores, poseía una colección de animales de felpa y juguetes para niños regados en una esquina de la habitación, tenía también una televisión de 42” empotrada en la pared en una estructura de goma también, donde veían películas, y deportes con los otros pacientes del edificio, el chico era sumamente amable con todos, compartía todo lo que su padre financiaba y le gustaba enseñarle a los demás lo que hacía como si fuese un niño pequeño, no era agresivo con nadie más que con el mismo, por los registros solo había tenido un episodio agresivo contra otra persona apenas una vez en su vida,  y esa persona era el mismo que había abnegado su vida a cuidar de él.

—Bokuto-san quédate quieto por favor —apenas abrimos la puerta, los quejas (más bien regaños) de Akaashi nos recibieron, estaban en el suelo uno sobre el otro, Bokuto a medio vestir y el otro tratando de encajar los jeans en sus piernas. Hubiese mentido de la forma más vil si me aguantaba la risa.

Nishinoya-kun estalló a carcajadas a mi lado, agarrándose el estómago, Akaashi-kun terminó sonrojándose y levantándose rápidamente dejando el peso muerto de Bokuto caer contra la alfombra.

—Bueno días Takeda-sensei —saludó el pelinegro tratando de guardar la compostura, Bokuto yacía en el suelo mirando al vacío, con los pantalones a mitad de las pierna y la playera trabada en su cuello y su hombro derecho.

—Vamos Bokuto no le hagas pasar mal rato a Akaashi-kun tan temprano —me acurruque junto a él ayudándole con la playera, aunque lo único que pude hacer fue quitársela, su cuerpo no quería colaborar, era demasiado divertido verlos actuar de esa manera.

Bokuto era un niño pequeño atrapado en un cuerpo de un adulto de casi 30 años.

Nishinoya fue expulsado del cuarto por el mismo Akaashi, luego de cerrar la puerta pasó por el lado de Bokuto ignorándolo, el aludido empezó a hacer pucheros, y mi sonrisa no se me borraba del rostro.

—Suga-san, Takeda-sensei está aquí —Akaashi fue hasta el puff donde el chico estaba recostado mirando a la ventana abierta de par en par, la corriente de aire era más fuerte ahí arriba por lo que era un cómodo lugar donde relajarse, sin embargo no se inmutó ni un poco, siguió en la misma postura sin prestarme atención.

—Akaaaaaaaaaaaaaashi! —empezó a quejarse Bokuto en el suelo, el pelinegro soltó un suspiro y volvió a su lucha con su ropa.

—Buenos días Sugawara-kun —intenté saludarlo tomando asiento junto a él pero tampoco reaccionó.

—¿Y Sawamura-san? ¿Sabes dónde está? —le pregunté teniendo la leve esperanza de que eso lo hiciera moverse pero no funcionó.

—Ah, Daichi fue a traer el desayuno —me respondió Akaashi desde el otro lado de la habitación, terminándole de poner los calcetines a Bokuto que estaba cruzado de brazos extendido en el suelo haciendo pucheros con los pies estirados hacia arriba.

—Dai… chi —ahí estaba la respuesta que esperaba, Sugawara-kun ya estaba mirándome y pronunciando palabra.

—Sí, Daichi, me han contado que ha sido bueno contigo, ¿es verdad? —por fin! Celebré internamente, Sugawara-kun asintió con la cabeza y giró su cuerpo hacia la puerta, mirando hacia ella, esperando, esperando que el otro apareciera en cualquier momento.

Voltee hacia Akaashi, el me sonrió y asintió con la cabeza, habían progresos! Al fin había progresos.

—Oh, Takeda-san, buenos días —el pelinegro llegó con dos bandejas llenas de comida, seguramente para los cuatro. Bokuto se levantó de golpe del suelo corriendo a ayudarlo, la comida era prioridad.

—Bokuto-san, siéntate —le ordenó Akaashi mientras le quitaba la bandeja de las manos, como un perrito corrió a la mesa y se sentó sin dejar de mover las piernas.

—Dai... chi —repitió Sugawara-kun levantándose del puff, él solo.

—Suga, perdón por tardarme —Sawamura se aproximó y le agarró del brazo llevándolo a la mesa, ya acomodados para comer le pedí a Akaashi que saliera un momento conmigo de la habitación, el asintió y me siguió, no sin antes decirle a Bokuto que no le diera problemas a Daichi que pronto el regresaría.

—Si no lo hubiese visto yo mismo se me haría difícil de creer —le dije rascándome la cabeza.

Akaashi-kun me sonrió y se recostó contra la pared cruzándose de brazos, —Ayer salió a la cancha con nosotros y charló un poco con Bokuto, creo que ya está empezando a salir de su depresión, pero aún me preocupa que no esté aceptando la situación.

—Podría estar reemplazando y olvidando a Tanaka-san —añadió luego de hacer una larga pausa.

—Akashi-kun cuál ha sido el tratamiento más efectivo para la condición de Bokuto-san? — le pregunte, sin duda lo inquietó el cuestionamiento, se ergio derecho y me miro confundido.

—Hay varias medicinas que logran calmarlo… aunque su efecto es temporal —antes de que terminara de hablar lo interrumpí.

—No, Akaashi-kun, dime cual es la razón principal por la que Bokuto no se ha dañado a sí mismo en estos últimos 3 años

—No lo… espere un momento, ¿Daichi? ¿Realmente piensa confiar en él? —me preguntó deduciendo mi punto sin mencionarlo.

—Aunque él no padezca ninguna enfermedad mental y solo sea una buena persona por naturaleza, aunque sus circunstancias hayan sido torcidas de una u otra manera, el no permanecerá aquí el tiempo suficiente, si crean un lazo fuerte podría ser más contraproducente que benéfico — añadió rascándose la mejilla haciendo un análisis rápido de mis intenciones.

—Sugawara-san tampoco tiene destinado quedarse aquí toda la vida —le contesté, a lo que levantó la cabeza rápidamente mirándome.

—Aun así, si sale de aquí, iría a la cárcel, ¿No es así?, Usted dijo que no le inspiraba confianza.

—Sugawara-kun es uno de mis estudiantes más apreciados y el destino de Sawamura-kun aun esta en mis manos —le guiñé un ojo y le palmee un hombro.

—Muchas gracias por tu trabajo aquí con los chicos como siempre, regresaré mañana temprano por favor prepárame un informe para cuando regrese, tan detallado como sea posible, hay varias cosas que necesito que me expliques —el asintió con la cabeza, le sonreí y me retiré.

Un peso menos, luego de ahí fui directo a Nekoma, los chicos estaban tranquilos, Asahi me preguntó por Sugawara-kun, logré tranquilizarlo con un par de detalles sobre sus progresos, sus miedos incoherentes estaban siendo aplacados exitosamente de momento con la compañía de un gatito negro de patas amarillas que Nekomata-sensei le había dado a cuidar.

Él era un amo de la terapia con animales, los más jóvenes del hospital siempre llegaban primero a sus manos, la inocencia de un niño y la pureza de un animal era la combinación perfecta.

Dos pesos menos, regresé a Karasuno al medio día, donde mi tercer peso estaba a punto de retirarse, la patrulla de la policía estaba estacionada frente al portón principal, justo a tiempo para recoger a mi mayor molestia.

—No logramos hacer avances el día de hoy ¿eh? — me reprochó el pelirrojo mientras cruzaba conmigo en la entrada del edificio.

—Mañana será otro día —le sonreí sin forzarme por primera vez en el día, Ukai-kun estaba en la recepción esperando que la patrulla desapareciera de la vista, en cuanto me vio entrar soltó un suspiro y se aflojo el cuello de la bata.

—Por fin algo de paz

—No del todo Ukai-kun aún tenemos mucho que hacer —mis energías habían sido renovadas de momento por las buenas nuevas que aún no le contaba.

Ya era hora de poner orden en mi hospital, de suavizar los dolores de mis pacientes y restaurar con todo mi corazón la que ahora era mi familia.

Notas finales:

No me pienso rendir con este fic! muchas gracias a todos los que me han dejado sus comentarios, me animan mucho! tratare de no tardar tanto esta vez :(


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