Ahí estaba el, siempre con su imponente presencia, y esa capa que le atribuía al hecho de que fuera el Hokage. Tanto hombres como mujeres suspiraban por él, pero todos sabían que él estaba casado con Uzumaki Kushina, y que además tenían un precioso hijo: el hiperactivo Namikaze Naruto.
Namikaze Minato paseaba por las calles, todos los días por el mismo camino y a la misma hora, hablaba a todos con aprecio, y este cariño era correspondido por todos los de la aldea. Sin duda era un excelente gobernante, y gracias a él estaban a salvo, pues después de mucho esfuerzo, un Kyubi llamado Kuruma, el zorro de las 9 colas, había accedido a vivir en el cuerpo de su hijo.
De eso ya habían pasado 15 años, y todo era tranquilidad y armonía en esa aldea… Claro que de vez en cuando había uno que otro problema, pero nada de lo que los jounis no se pudieran hacer cargo.
Y allí estaba él, Uchiha Itachi, admirándolo desde el mismo lugar, así no sería descubierto y podría admirar al perfecto hombre todos los días.
El también tenía una vida ideal, pues tenía todo lo que cualquiera pediría: una familia genial, considerado como un genio y unos amigos y compañeros leales y queridos para él.
Lo único que siempre quiso, y todavía quería, era que la persona que amaba le correspondiera, pero era imposible, así qué se conformo con un amor platónico, aunque eso últimamente no le era suficiente. Al principio pensó que solo era admiración, pero después de meditarlo por algún tiempo, estaba seguro que estaba enamorado de Minato.
Suspiro y se levanto de aquel tejado, regresaría a casa, tenía que pasar tiempo de calidad con su hermano: Uchiha Sasuke. Tenía 15 años y era extremadamente poderoso, tenia controlado ya el Mangekyo Sharingan y por ende, también el Sharingan normal.
Estaba sorprendido por la facilidad con la que había despertado el Mangekyo, con tan solo 14 años y un año después ya era todo un experto. Sabía que él era poderoso, pero su hermano iba bastante a su nivel, tenía que entrenar más para que su pequeño hermano no lo dejara atrás.
Corrio por los tejados de Konoha hasta llegar al distrito Uchiha, al llegar, la primera persona quien vio fue a Shisui, su amigo y su fiel confidente.
– Pense que todavía estabas admirando a Minato-sama – dijo con cierto descaro, con toda la intención de molestarlo, el era la única persona que sabía sobre sus sentimientos con respecto al Hokage
– Tenía que regresar pronto a casa, mi ototo debe estar esperándome, no quiero romper mi promesa de entrenar con el todos los días – exclamo mientras fingía ignorar su anterior comentario, aunque en el fondo estaba algo avergonzado por ser un acosador
– Tu hermano te espera en el árbol de siempre, ya sabes que el odia la impuntualidad, debe estar bastante molesto, así que ten cuidado – todos en la aldea sabían el carácter que tenía el menor de los Uchiha, pero pese a eso, la gente lo seguía, era “demasiado genial” sobre todo su actitud
Itachi no lograba entender si la gente era masoquista o simplemente les gustaba ser ignorada, ya que su hermano era muy cerrado con sus amistades, pero en el fondo era amable y amaba mucho a las personas cuando se encariñaba, por eso no le gustaba tener tanta gente cerca, no quería tener que sufrir por perderla.
Corrió con agilidad hasta donde suponía estaba su ototo. Sonrio al ver que estaba dormido. Justo cuando estaba por llegar junto a el, se detuvo en seco al ver que alguien mas había llegado, era Naruto, el hijo de su gran amor.
– ¡Teme!, no te duermas ¡tenemos que entrenar! – hablo el chico con su típica voz alegre y moviéndose de un lado a otro… pero todo era inútil, el pelinegro no se movió – Teme….– y ante los atónitos ojos de Itachi, el rubio beso a su hermano.
El rubio se sonrojo, y huyo rápidamente de ahí, sin percatarse de la presencia de Itachi.