Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

[Reviews - 19]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo

__ 6 __

Pasaron tres largos meses, los más eternos tanto para Gale como para Peeta, y por qué no decirlo, también para Katniss, la cual jamás se imaginó que después de aquel encuentro entre ella y el capitán Hawthorne, él terminaría huyendo de ella, o eso sintió la confundida joven.

Al final Katniss terminó por aceptar que Gale jamás regresaría, sentía que había sido su culpa, de seguro se estaba cuestionando a sí mismo todo aquello, conocía perfectamente a Gale y sabía de sobra que él se estaría odiando por haberle fallado tanto a la reciente amistad de él con Peeta, como a sí mismo como persona, deseando no volver a aquel lugar, nunca más.

—¿Katniss, te encuentras bien? —preguntó Peeta tocando la puerta del baño donde la chica se encontraba, sentada en el suelo con los brazos rodeando el asiento del escusado.

—Estoy bien. —Pero no lo estaba, había estado enferma y Peeta se culpaba por aquello, al haber traído varias liebres que de seguro estarían enfermas de algo, y estas a su vez hubiesen enfermado a la chica, la cual le explicó que eso era completamente imposible, ya que el fuego mataba cualquier parásito que los animales tuvieran.

—¿Quieres que le avise a tu madre?... A lo mejor…

—Dije que estoy bien, no quiero que venga, si ella no quiere volver al distrito doce, no seré yo quien le haga romper su promesa. —Se levantó del suelo, y después de halar la palanca del escusado, se aseó los dientes, saliendo rápidamente del baño, ignorando a Peeta, quien había estado esperándola en la puerta, recostándose nuevamente sobre la cama—. Ya se me pasará, a lo mejor un té de manzanilla y mentas me sentaría bien.

Ella le sonrió a Peeta, quien asintió, retirándose de la alcoba de Katniss para ir a hacerle el té, colocando una olla con agua sobre la cocina, buscando una de las taza de porcelana, saliendo a las afueras de la casa en busca de las flores de manzanilla y las hojas de menta, observando a los hermanos de Gale jugar en el patio trasero de su antigua casa, recordando una vez más al muchacho.

“Deja de pensar en él, no volverá… Ya ni siquiera vale la pena seguir con lo que hacías en las ruinas”. Cada vez que Peeta iba a cazar, terminaba el día apilando las tablas que habían caído del techo, limpiando todo aquel desastre e intentando reacomodar todo el lugar, ¿pero de qué serviría?... Gale no volvería y era una completa pérdida de tiempo restaurar aquel lugar.

Por otro lado estaba su sentido común, aquel que le decía que si todo estaba bien entre él y Katniss, ¿por qué arruinarlo?... después de que Gale se hubiese marchado, ella lo había estado buscando varias noches seguidas, intimando con el joven Mellark, quien descargó todo su deseo reprimido con la chica, aunque luego, él terminaba sintiéndose mal por pensar en Gale mientras lo hacían, pero lo que Peeta no sabía era que Katniss hacía lo mismo con él, pensar en el capitán Hawthorne mientras el joven panadero le hacía el amor.

Volvió a la casa e introdujo las flores y las hojas en el agua que ya hervía, y después de apagarla, dejó que aquel brebaje reposara unos minutos antes de servirlo, buscando el colador para que los excipientes no cayeran dentro de la taza.

“Es mejor que te hayas marchado, Gale… Pero me duele, duele sentir algo por alguien que luego te deja y sin importarle absolutamente nada tus sentimientos”. Tragó grueso intentando controlar las ganas de llorar, terminando de servir la taza de manzanilla y menta, llevándosela a Katniss, quien parecía haberse quedado dormida, dejando la taza sobre la pequeña mesa del cuarto, apartándole el cabello de la frente para tocarla y corroborar que no tuviera fiebre, lo que hizo que la chica abriera lentamente los ojos.

—Te traje el té, está caliente. —Se sentó a su lado y tomó su mano.

—Gracias… ¿No irás hoy al bosque? —preguntó Katniss recostándose en el espaldar de la cama.

—No quiero dejarte sola.

—Estoy bien, tengo sueño… Me beberé el té y dormiré hasta que mi cuerpo lo desee, así que puedes salir, no has ido a visitar a Haymitch desde que llegó, así que por mí no te detengas, no quiero que estés encerrado por mi culpa. —Peeta asintió, pasándole la taza de té, levantándose de la cama.

—Entonces iré a ver a Haymitch, hemos hablado poco y no me ha podido contar cómo le fue en el Capitolio. —Ella asintió, y después de un dulce beso de ambas partes, el chico se retiró tanto de la alcoba como de la casa, saliendo por la puerta trasera, introduciéndose en la casa del ex-mentor, al comprobar que la puerta estaba medio abierta—. ¿Haymitch? —llamó pero nadie contestó, acercándose hasta la alcoba, empujando levemente la puerta al verla de igual modo que la primera, semiabierta, encontrándose con una espalda femenina, completamente al descubierto, donde un bien torneado trasero se agitaba sobre el cuerpo desnudo de Haymitch, el cual se percató de la presencia de Peeta, gritándole al muchacho.

—¿Pero qué demonios?...

—¡Oh, por Dios!... Lo siento, yo… yo… —La mujer volteó el rostro para ver hacia la puerta, donde Peeta se percató de que se trataba nada más y nada menos que de Effie Trinket, la cual emitió un estruendoso grito al verle, intentando cubrirse con las sábanas, mientras Haymitch le arrojó con fuerza una de las almohadas.

—Fuera, fuera, fuera de aquí, maldito mocoso, ¿no sabes que las puertas se hicieron para tener privacidad? —Peeta salió de la alcoba, intentando no reírse de todo aquello, ya que eran totalmente contradictorias sus palabras, pues todas las puertas estaban entreabiertas.

—Lo siento —gritó Peeta—. Volveré luego… Aaamm… ¿Effie?... ha sido un gusto volver a verte.

—Igual, cariño.

—Fuera de mi casa, ve a joder a otro lado. —Peeta simplemente sonrió, escuchando como Effie le pedía que no fuera tan duro con el muchacho, pero el joven Mellark sabía de sobra el carácter de Haymitch, y de seguro, nada sería más frustrante para aquel hombre, el que después de tanto tiempo sin sexo, viniese alguien a interrumpir aquel privado y placentero momento.

—Lo lamento, Haymitch, la próxima ponle cerrojo a las puertas, eso también ayuda a tener privacidad. —Effie rió, mientras Haymitch siguió puteando y maldiciendo a Peeta, quien salió de aquella casa por la puerta de enfrente, acomodándose la chamarra, pensando en lo que podía hacer ese día para no seguir pensando en Gale y su dolorosa ausencia.

—Si voy al bosque pensaré más en ti. —Se dijo a sí mismo bajando las escaleras, recordando el día en el que Haymitch había regresado y Peeta venía de recoger las trampas, escuchando la pregunta del ex-mentor.

—¿Has estado cazando? —Peeta le asintió—. ¿Solo? —Él no supo qué responder, mirando fijamente a Haymitch—. Digo… Es que pensé que cazabas solo por darle gusto al capitán Hawthorne o no sé, simplemente para estar con él.

—¿A qué te refieres? —preguntó Peeta en un tono molesto.

—A nada, solo pensé…

—No sé qué pasa por tu mente, Haymitch… tampoco sé por qué demonios me mandaste a ver ese programa, pero lo que sea que esté pasando por tu cabeza, no es como tú lo piensas.

—¿Y según tú, qué pienso yo? —preguntó de lo más calmo, mientras que al joven Mellark se le estaba reventando el páncreas de la rabia, percatándose él mismo que se estaba poniendo en evidencia delante de Haymitch al ponerse de aquel modo.

—Dímelo. —Haymitch rió, rascándose la rubia barba, acercándose a Peeta, mirándole fijamente a los ojos, soltando con una amplia sonrisa.

—Ambos son tan evidentes. —Y sin decir nada más, tomó sus maletas y se encerró en su casa, donde Peeta no quiso regresar, pensando en aquellas palabras de Haymitch, hasta el día hoy.

“¿Qué habrás querido decir con eso, Haymitch?”, se preguntó Peeta internamente, saliendo de la Aldea de los Vencedores, sintiéndose aún más confundido, pero no era el momento, su ex–mentor se encontraba con Effie y no era buena idea incomodarlo.

Caminó sin rumbo fijo hasta llegar a la plaza central, donde todos observaron el despegue de uno de los aerodeslizadores del gobierno, donde varios militares habían dejado un considerable número de cajas, las cuales eran resguardadas por media docena de militares, mientras los ciudadanos observaban todo aquello.

—¿Qué ocurre? —preguntó, intentando de abrirse paso entre la gente.

—No sé —respondió un desconocido—. Llegó ese cargamento, pero no sabemos qué es. —Todos hablaban entre sí, mientras Peeta intentaba salir de aquel muro humano, observando a los militares resguardar todo aquello.

—Disculpe —llamó Peeta la atención de uno de los militares—. ¿Este cargamento quién lo envía y qué es?... —preguntó acercándose aún más al alto y musculoso soldado.

—Son suministros, alimentos, cereales, todo lo necesario para el consumo humano… Lo envía la presidenta. —Los presentes comenzaron a alterarse y a hablar entre ellos, exigiendo que repartieran la comida—. Nada será entregado hasta que mi superior llegue. —Todos comenzaron a abuchear a los soldados, quienes estaban atentos a cualquier posible trifulca de parte de los ciudadanos del distrito doce, donde Peeta pidió cordura, incitándoles a la calma.

—Cálmense, por favor… Así no vamos a lograr nada. —Peeta jamás sufrió de hambre, no como tantos ciudadanos que comían hasta de la basura, pero él sabía de sobra lo que el hambre podía llegar a hacer, transformando a las personas en bestias salvajes—. ¿Puede decirme quién es su superior?

—El capitán Hawthorne. —Al escuchar aquel apellido, el estómago le dio un vuelco y su corazón comenzó a latir cada vez más rápido.

—¿Viene para acá? —preguntó, más para sí mismo que para el soldado, el cual respondió rápidamente su interrogante.

—El capitán arribó al distrito doce a las setecientas horas, un aerodeslizador lo dejó en el perímetro del bosque, con una caja de herramientas y varios materiales de construcción. —Peeta no podía creer aquello, Gale había arriba al distrito a tempranas horas de la mañana y no había ni siquiera enviado una nota a su madre o a él, aunque a lo mejor Hazelle sí lo sabía, y como Peeta se rehusaba a pisar aquella casa, él no se había logrado enterar.

—El bosque… ¿eh?... —El soldado asintió, sin dejar de mirar al frente, mientras Peeta pensaba en todo aquello, sin poder creer que Gale estuviese en las ruinas, intentando hacer lo mismo que él pretendía hacer, restaurar aquel lugar.

Los ciudadanos comenzaron a alterarse nuevamente, exigiendo la comida que había en las cajas, donde los soldados se colocaron en posición de ataque, lo que hizo que las personas se alteraran aún más.

—Tranquilos, tranquilos… No vamos a obtener nada por las malas. —Peeta intentó controlar los ánimos, alzando la voz por sobre la de la multitud—. Iré a buscar al capitán, creo saber dónde está, pero necesito que permanezcan calmados. —Empezó a abrirse paso entre la multitud, comenzando a correr hacia el bosque, sin poder controlar sus temblores, Gale estaba de vuelta, no podía aún asimilar tanta dicha, y peor aún, él mismo no podía creer que la noticia lo alegrara tanto, olvidándose por completo de todo lo que se había estado planteando los últimos meses, olvidar de una vez por toda a Gale.

No dejó de correr, saltó obstáculos y se abrió paso entre la maleza, deseaba llegar lo más pronto posible, no supo si por temor a que los ciudadanos terminaran heridos o si su anhelo era tan grande como la dicha que embargaba su corazón.

Un disparo y varios aleteos de aves, detuvieron las carreras de Peeta, quien contempló a lo lejos las ruinas entre la maleza, escuchando nuevamente un disparo tras otros, lo que lo hizo correr hacia aquel lugar, temiendo lo peor.

La puerta se encontraba colocada en la entrada, con bisagras nuevas que la mantuvieron erguida en su puesto, apartándola rápidamente en busca de Gale, quien se encontraba en lo alto de una escalera de ocho tramos con una pistola de clavos hidráulica en la mano derecha, la cual fue disparada una vez más, intentando afianzar una de las nuevas tablas de madera que el joven soldado pretendía colocar como techo.

—Esto es más difícil de lo que creí —soltó Gale para sí mismo creyéndose a solas, mientras Peeta no podía dejar de verlo, era él, era Gale y estaba de vuelta, deseaba halarlo por la correa de su cinturón, deseaba arrojarlo al suelo y abrazarse a él y decirle lo mucho que le había extrañado, pero se contuvo, preguntándole en un tono autosuficiente como si no estuviese padeciendo justo en ese momento una fuerte taquicardia.

—A lo mejor con algo de ayuda podrías terminar más rápido. —Gale se sobresaltó, perdiendo por completo el equilibrio, pero Peeta fue lo suficientemente rápido como para sostenerle la escalera y Gale asirse del techo, sin que ambos pudiesen dejar de mirarse cómo lo hacían.

“¡Estás aquí!”, pensó Gale, sin poder dejar de ver los dulces ojos azules de Peeta, el cual le sonreía como si nada de lo ocurrido hubiese pasado, claro, Gale sabía de sobra que él no sabía nada, pero hubo la posibilidad de que Haymitch le dijera algo, pero el joven soldado se percató, al ver la enorme sonrisa del muchacho, que el hombre no había abierto la boca.

—Capitán Hawthorne. — Peeta sonrió, acercándose a la mesa que vestía el amplio lugar, imaginando que aquello había venido con las herramientas en el aerodeslizador.

—Oficial Mellark. —Aquello hizo sonreír aún más a Peeta, quien intentó no verle a los ojos, tenía miedo, su corazón parecía desbocado, parecía gritar el nombre de Gale en cada latido, pero lo que Peeta no sabía era que el corazón de Gale estaba igual o peor que el de él, quien comenzó a bajar lentamente de la escalera, afianzando la pistola de clavos—. ¿Quién le informó de mi ubicación? —Peeta comenzó a tomar las herramientas, examinándolas entre sus manos mientras respondía, sin dejar de ver por medio de su visión periférica, como Gale se acercaba a la mesa.

—Hay un grupo de seis soldados que esperan por su capitán para entregar suministros. —Gale dejó la herramienta hidráulica sobre la mesa, golpeándose la frente.

—Me lleva el demonio, lo olvidé por completo. —Se quitó los guantes y buscó su chaqueta militar, la cual reposaba sobre la desgastada chimenea—. ¿Y tú qué hacías en la plaza?

—Intentaba no pensar en ti. —Peeta no pudo guardarse aquello, anhelaba decirle que lo había extrañado y que deseaba sacárselo del corazón pero no podía, pensando en que todo era tan absurdo, ya que por más que tuviese sexo con Katniss, el enorme vacío que sentía su corazón, solo lo lograba llenar por completo Gale, sin ni siquiera tocarlo, aunque lo añoraba.

El joven soldado rodeó la mesa, mientras Peeta intentaba alejarse de él, pero ambos se comían con los ojos, Gale no pudo dejar de ver sus labios y el joven Mellark, parecía sentir aquella penetrante mirada sobre ellos, logrando que el chico relamiera sus labios, como si pudiese sentir en ellos lo que vendría a continuación.

—Pues si intentaba olvidarme, oficial Mellark, temo que me veré en la penosa labor de hacer lo que Snow le hizo hace tiempo. —Peeta abrió grande los ojos, percibiendo como su espalda golpeó en contra de la pared que intentaba sostener la pequeña chimenea, sintiendo como Gale posó una de sus manos justo en la zona de su cuello donde él mismo había depositado un inconsciente beso, mientras que la otra le aferró de los jean, posando su frente sobre la de Peeta—. Tendré que intoxicarle con mi veneno. —Lentamente posó sus labios sobre los de Peeta y ambos sintieron lo mismo, una fuerte descarga eléctrica que les recorrió todo el cuerpo.

Peeta se aferró de la chaqueta de Gale, sentía que el piso se le movía, como si intentara mantener el equilibrio sobre arena movediza, cerrando los ojos lentamente, mientras Gale hacía lo suyo, intoxicar los labios del chico con los de él, los mordisqueó y marcó cada fibra del cuerpo de Peeta, el cual comenzó a rodearle los hombros con sus brazos y Gale le aferró con fuerza tanto del cuello como de la cintura, sin dejar de ganar terreno entre los labios del panadero, el cual comenzó a sentir cosquillas que jamás le había hecho sentir Katniss.

¿Acaso siempre habían sido homosexuales y no lo sabían?... ¿Se podía llegar a despertar aquellos instintos después de tanto tiempo?... Tanto Gale como Peeta se preguntaron lo mismo… ¿Cuándo?... ¿Cuándo había ocurrido aquello en ambos?... Y sobre todo, ¿por qué?... Eran tantas sus preguntas, pero ahora no intentaban encontrar una respuesta, trataban de calmar aquel hambre, aquellas ansias de marcarse el uno en el otro, siendo Peeta, a duras penas, quien lograra hablar.

—Los ciudadanos. —Fue lo único que pudo decir, entre beso y beso, sin dejar de aferrar a Gale por los hombros, acariciándole el cabello.

—¿Mmm?... —preguntó Gale, restándole importancia a sus palabras.

—Los… —El joven soldado parecía no querer darle tregua a aquellos labios, introduciendo su lengua dentro de la boca de Peeta, quien a su vez, movía la suya con total deseo y desenfreno, saboreando la de Gale—... ciudadanos… —Logró decir con cierta dificultad—... te esperan… —Tanto Peeta como el capitán Hawthorne no deseaban culminar aquel beso, es más, sabían muy en el fondo que si no tuviesen que ir a calmar los ánimos en la plaza, ya se hubiesen arrancado la ropa, o eso pensó Peeta, sintiéndose avergonzado ante sus deseos, pero sin duda Gale sentía la misma hambre sexual, no solo ante el hecho de haberle extrañado y añorado tanto, sino también al haber sido castigado por Johanna con interminables noches de soledad, donde la joven no le volvió a dirigir la palabra, hasta que Haymitch logró convencerla de que debía seguir tratándole o todo el plan que ambos se habían maquinado se vendría abajo.

Así era, Haymitch había escuchado todo aquel macabro complot entre Gale y Johanna para vengarse de Katniss, donde el ex–mentor se dio cuenta que la única víbora ponzoñosa, culpable de todo aquello, era nada más y nada menos que la joven tributo del distrito siete, sabiendo de antemano el desprecio que la chica sentía por el Sinsajo y lo que esta sería capaz de hacer para quedarse definitivamente con Gale y borrar todo rastro de sentimientos que aquel joven pudiese seguir albergando en su corazón.

Pero Haymitch era astuto y juró jugar su macabro juego en contra de Katniss, pero lo que Johanna no sabía era que esta vez, el ex–mentor apostaría por la felicidad de Peeta y eso lo haría a costa de cualquiera, incluso de la propia felicidad del Sinsajo, quien ya no era importante para aquel hombre desde el primer momento en el que supo que la chica había sido capaz de serle infiel a su actual pareja con su ex.

—No quiero ir.

—Yo tampoco, pero… —Gale volvió a besar a Peeta, quien correspondió sus besos sediento de aquella boca, volviendo a separarse dolorosamente de aquellos deliciosos y pecaminosos labios—... debemos ir.

—Promete que esta noche irás a mi cuarto. —Peeta se estremeció al escuchar eso—. Promételo o no me va importar lo que ocurra en la plaza central.

—Lo prometo. —Aquella promesa fue más a favor de los ciudadanos del distrito que el haber pensado con claridad, ya que él sabía que Katniss estaba enferma y lo más seguro era que debiera dormir a su lado para cuidarle, pero ya lo había prometido, pensando qué podría hacer ante aquella promesa.

—Entonces vamos antes de que me arrepienta. —Jaló bruscamente al muchacho de la chaqueta, sacándolo de aquel lugar, el cual Gale cerró con llave, tomando una de las tres copias que tenía de aquel cerrojo, entregándosela a Peeta—. Cuídala.

Peeta asintió, observando el ruborizado rostro de Gale, imaginando que si el bronceado joven se veía de aquel modo, él de seguro debía parecer un tomate de lo acalorado que sentía el rostro ante aquel beso, percibiendo como Gale le tomó de la mano, llevándoselo consigo, donde ambos intentaban caminar lo más rápido que podían.

Ambos se dieron miradas furtivas, sonreían y relamían sus labios, pero no se soltaban de las manos, Peeta sintió como estas le sudaban o a lo mejor eran las de Gale, el punto era que ni el sudor lograba que ninguno de los dos se soltaran hasta llegar hasta donde había existido una alambrada, siendo el joven quien soltara la mano de Gale, el cual introdujo sus temblorosas manos en los bolsillos de su chaqueta y Peeta lo hacía en su pantalón, donde ambos volvieron a mirarse al mismo tiempo, regalándose otra sonrisa.

—¿Me extrañaste?

—Mucho —respondió Peeta sin pensárselo dos veces—. ¿No se notó? —Aquello hizo reír a Gale, quien asintió, ruborizándose nuevamente, ya que no podía asimilar aún que se hubiese dejado llevar por aquel sentimiento, había llorado tanto lo que había hecho, pero se había jurado a sí mismo resarcir el daño a cualquier precio, y Haymitch le había puesto un precio a sus culpas, haciéndole jurar a Gale que de ahora en adelante la felicidad de Peeta estaba por encima de cualquiera, incluso hasta de la suya.

“Voy a hacerte feliz, Peeta… juro que te haré feliz, aunque muera en el intento”, se dijo a sí mismo el capitán Hawthorne, dándole una vez más una rápida mirada de soslayo, antes de llegar a la plaza, donde las personas que conformaban el distrito doce, estaban a punto de ser baleadas por los soldados, quienes intentaban calmar a los enardecidos civiles con sus barras de descarga eléctrica.

—¡Atención! —exclamó con voz enérgica y autoritaria el capitán de la pequeña tropa de seis hombres, quienes se pusieron firmes al escucharle y Peeta le miraba con los ojos llenos de orgullo y total respeto—. Quiero que cada uno se coloque enfrente de mis soldados, cada persona recibirá equitativamente los suministros que la presidenta ha enviado para los ciudadanos del distrito doce. —Todos comenzaron a reacomodarse, siendo Peeta quien intentara reorganizarles, mientras Gale se acercó a sus hombres, exigiéndoles que comenzaran a abrir las cajas.

Fueron recopilando los paquetes y entregándolos a cada uno de los jefes de familia, donde Peeta observó lo que Hazelle le había intentado explicar, que su hijo amaba ayudar y no comprendía por qué el hecho de que el joven Mellark quisiese del mismo modo ayudar a Sae la Grasienta le había causado a Gale tanta molestia.

“Te gusta ayudar”, pensó, mientras le observaba repartir los suministros, donde el joven intentó mantenerlos en una ordenada fila. “¿Entonces qué te hizo rabiar, Gale?... ¿Por qué tu molestia ese día?” Peeta se encontraba confundido, deseaba saber qué lo había hecho rabiar, pero sobre todo, qué lo había hecho llorar aquel día y cuestionarse a sí mismo como persona. “Ya tendremos tiempo de hablar”. Recordó la promesa de ir hasta su cuarto, rogando porque Katniss se encontrara mejor, volteando a ver a Gale, al escucharle hablar.

—Cada saco de harina, de cereal, de avena y de granos, llega hasta sus manos gracias a la colaboración de una sola persona. —Peeta deseaba saber quién había sido el causante de todo aquello, si bien todo había sido enviado por la presidenta, él sabía de sobra que había sido porque alguien había hablado con ella, a lo mejor Haymitch, Plutarch o el mismo Gale, escuchando lo que el muchacho soltó a continuación—. Todo esto es gracias al ex–tributo del antiguo Capitolio, el señor Peeta Mellark.

El aludido se quedó paralizado al escuchar su nombre, observándole fijamente a los ojos, sin poder entender qué demonios se tramaba Gale ante todo aquello, ya que Peeta supo de sobra que él no había tenido nada que ver en eso, escuchando como le aplaudían.

—La presidenta escuchó tus ruegos, Peeta. —El chico se acercó al capitán, preguntándole entre dientes.

—¿De qué demonios estás hablando? —A lo que Gale respondió hablándole al oído.

—La presidenta Paylor, recibió tu video.

—¿Cuál video? —preguntó una vez más, algo extrañado.

—Ya lo verás. —Gale le guiñó un ojo y siguió entregando la dotación de comida, mientras Peeta no pudo dejar de pensar de qué diantres hablaba el joven soldado, sintiéndose algo confuso y utilizado.

 

Llegaron a la casa de Haymitch, Peeta le pidió a Gale que le diera tiempo de ir a ver cómo seguía Katniss, pero al encontrarla levantada y trabajando en el libro de plantas que había sido de su padre, él decidió regresar, después de que arreglara los suministros que le tocaban a ellos por ley, hasta la casa del aún, molesto hombre, quien conversaba con Gale y Effie, mientras esperaban a Peeta.

—¿Qué hizo cuando te vio? —preguntó Haymitch, mientras picaba una manzana, con una pequeña navaja, llevándose el trozo a la boca.

—¿Qué crees que hizo? —preguntó Gale completamente serio, dándole una mirada furtiva a la mujer, la cual por supuesto ya se había enterado de todo, ya que Haymitch, después de pasar un mes en el distrito dos, pasó el siguiente en el Capitolio, junto a Effie y Plutarch.

—¿Se alegró?... ¿Se besaron?... —Zarandeó la navaja peligrosamente, intentando hablar sin que los trozos de manzana salieran disparados de su boca.

—Por amor a Dios, Haymitch… ¿Cómo vas a preguntarle semejante cosa al capitán? —preguntó Effie con su respectiva voz chillona y odiosa, con acento del Capitolio.

—No le pregunté si fornicaron, quiero sabe si Peeta…

—… ¿Está feliz de verme?... Sí, lo está, tanto como yo. —Haymitch hizo una reverencia bastante exagerada, para que Gale comprendiera que estaba más que complacido con aquella respuesta.

—Gale, no tienes que responder a todo lo que este barbaján de pregunte.

—Déjelo, él lo está disfrutando. —Haymitch sonrió maliciosamente, cortando otro trozo de fruta, engulléndole rápidamente—. Lo que él no sabe es que yo no hago esto por él, lo hago por nosotros, por Peeta, no me importa lo que ustedes piensen de todo esto. —El rostro de Gale se encontraba serio, mientras que el de Haymitch rebosaba de dicha, ese goce malicioso que el ex–mentor poseía cuando se tramaba algo, escuchando como la puerta principal se abría.

—Katniss está mejor, se encuentra trabajando en el libro de su padre —alegó Peeta, introduciéndose nuevamente en la casa de su ex mentor, quien soltó a continuación.

—Genial… —Miró a Effie—. ¿Has visto la nueva programación del Capitolio, bella? —Ella asintió, dándole una fugaz mirada a Peeta, quien tomó asiento junto a Gale—. Me gusta el programa de las diez de la noche. —El recién llegado rodó los ojos al escuchar aquello.

—¿Parejas asombrosas? —preguntó Effie, lo que hizo que Haymitch asintiera.

—Hay de todo… tríos, Avox travestis y famosos homosexuales. —Gale miró de mala gana a Haymitch, mientras Peeta comenzó a ruborizarse, observando a otro lado—. ¿Sabes lo que siempre pensé? —preguntó nuevamente a Effie, quien no podía dejar de ver los rostros de ambos muchachos, negando con la cabeza, esperando a que respondiera su propia interrogante—. Que Caesar Flickerman era homosexual. —Gale suspiró, levantándose con parsimonia del sofá, mientras la única mujer en aquel lugar, miró de mala manera a Haymitch.

—Me retiro, aún no he ido a saludar a mi madre. —Volteó a ver a Peeta—. Recuerda tu promesa. —Le sonrió y Peeta no pudo dejar de sentir cierto temor, asintiéndole rápidamente—. Adiós, señorita Trinket. —La mujer se despidió con una amplia sonrisa en sus pálidos labios violeta—. Haymitch. —El aludido asintió zarandeando la navaja, despidiéndose del capitán, el cual salió de la casa, con ganas de apuñalar aquel hombre con su propia arma, pero se contuvo, pensando en otro modo de vengarse de él y sus indirectas.

—Por cierto —comentó Peeta, intentando cambiar el tema—. ¿Alguno de ustedes sabe qué fue de la vida de Caesar? —Effie miró a Haymitch, el cual había terminado con la manzana, limpiándose la boca y las manos con un pañuelo.

—Está preso —respondió el rubio hombre, acomodándose el cabello—. Lo condenaron por conspiración con Snow, difamación de los hechos y estar a favor del gobierno del Capitolio. —Peeta pensó por unos segundos en él, escuchando una vez más a Haymitch—. Le dieron cadena perpetua, pero creo que las personas piden la muerte para él. —El rubio joven alzó la mirada, sin poder creer aquello.

—¿Por qué?... No me parece justo, él simplemente hacía lo que Snow le decía, a lo mejor se encontraba tan aterrado como todos nosotros y simplemente hizo lo que se le ordenó. —Recordó cuando lo entrevistó por última vez, Caesar se encontraba tan sudoroso e inquieto como Peeta—. No me parece justo —repitió de nuevo para sí mismo.

—Pues la vida nunca es justa, cariño —respondió Effie, incorporándose rápidamente del sofá junto a Haymitch—. Ahora… ¿por qué no dejamos de hablar de cosas tristes y vamos a ver a Katniss? —Peeta asintió, levantándose de su puesto, donde ambos miraron a Haymitch.

—Vayan ustedes. No quiero contagiarme con algo extraño. —Effie le miró de mala manera, frunciendo el ceño—. ¡Vayan, vayan ustedes!... Yo me quedaré a ver televisión. —Peeta se acercó a la molesta mujer, la cual simplemente le volteó los ojos a Haymitch, tomando al joven Mellark por el brazo, saliendo de aquella casa, rumbo a la de Katniss y Peeta, quien no pudo dejar de pensar en lo de Gale y el supuesto video que la presidenta había visto y por el que había enviado los suministros.

 

Eran las diez de la noche, Peeta se encontraba en su alcoba, mirando al techo a la espera de que se hiciera un poco más tarde para ir a ver a Gale mientras recordaba todo aquel loco día, el regreso de Gale y la visita de Effie, quien pasó toda la tarde con él y con Katniss, la cual no pudo creer que ella y Haymitch mantenían contacto por medio de cartas y por vía telefónica, sin poder entender que le pudo haber visto semejante mujer de ciudad a aquel borracho, aunque Peeta sabía qué sentía, o se lo imaginó, Haymitch era un hombre que se escondía tras una falsa fachada de hombre odioso e insoportable, el joven panadero siempre pensó que Haymitch era un ser que sufría mucho y se escudaba detrás de la bebida.

Se levantó sigilosamente de su cama y se asomó a la habitación de Katniss, la cual dormía plácidamente; la chica se había rehusado a dormir con él y por supuesto Peeta no le insistió, era algo que había estado deseando, y después de haber pasado unos meses tranquilos, al parecer, el que ella se enterara del regreso de Gale, no le había parecido del todo grato, limitándose a cenar en silencio y retirarse a su recamara sin decir nada al respecto.

Volvió a su alcoba y salió por la ventana de su recamara, pasando por el patio de la casa de Haymitch, escabulléndose por el callejón que dividía la cada de aquel hombre con su antigua casa, tocando no muy fuerte la ventana del cuarto de Gale.

En tan solo unos segundos, el joven soldado apartó las cortinas, observando a Peeta, quien miró a sus espaldas, sintiendo que desde la ventana de la casa de Haymitch, alguien le miraba, pero lo más seguro era que fuesen suposiciones suyas ante los nervios que le embargaban.

—Pasa —pidió Gale, después de abrir la ventana, ayudándole al chico a entrar.

Peeta se acercó a la cama después de entrar, observando como el muchacho cerró la ventana, intentando controlar sus temblores y los latidos de su corazón, temiendo que Gale deseara algo más que solo hablar, ya que, aunque ambos lo deseaban, ninguno de los dos tenían la más mínima idea de cómo comenzar y mucho menos como terminar la fornicación con una persona de su mismo sexo.

—¿Me vas a decir de qué video hablabas en la plaza? —preguntó al ver como Gale se giraba para verle, intentando ganar tiempo.

—¿Eso importa ahora? —Peeta asintió, observando cómo Gale se sentaba a su lado—. Bien. —Abrió el gavetero que se encontraba cerca de él, sacando de este una pequeña esfera dorada del tamaño de una pelota de béisbol, entregándosela a Peeta—. Pulsa el botón rojo. —El chico obedeció, y en el acto la esfera se alzó por los aires, al encenderse, iluminando la oscura habitación con tonalidades azules y violetas, siendo Gale quien volviera a hablar—. Proyectar archivo tres de agosto, hora… las mil doscientas.

Peeta le dio una rápida mirada a Gale, volviendo a contemplar la esfera, la cual proyectó en la pared un vídeo donde él le entregaba los respectivos panes que le hacía a Sae cada semana y esta le entregaba a cambio un plato de comida y otro saco de harina, de donde el chico sacaba pan tanto para Haymitch, Katniss y para él mismo, entregándole el resto a Sae, quien lo colocaba en cada plato de comida que vendía en el antiguo quemador.

—¿Me has estado espiando? —Gale sonrió, mirando el serio rostro de Peeta, quien dejó de ver dicha proyección para enfocar sus ojos en el joven soldado.

—Te extrañaba.

—Yo también te extrañaba —soltó algo molesto—. Tú por lo menos tenías el modo de saber qué hacía, pero yo… Yo intentaba seguir con mi vida, pero el vacío era tan grande, que tuve que cubrirlo con… —Pretendió decir que con sexo, bajando levemente el rostro, sintiéndose algo avergonzado, intentando cambiar de tema—. Ahora explícame por qué les dijiste que había sido por mí que la presidenta envió los suministros.

—Porque así fue. —Peeta le miró algo extrañado—. Ella vio esos videos… ¡Bueno!... No todos, solo donde ayudas a los demás y Johanna me asistió, escribiéndole una carta con tu nombre a la presidenta, pidiéndole su total cooperación para todo el distrito.

—¿Por qué?... —preguntó sin poder entenderlo aún—. Es decir… No me molesta que escribieran una carta, de hecho pensaba hacerlo yo y que tú me ayudaras a entregársela a la presidenta, pero no comprendo el propósito de hacerme ver como el salvador del distrito doce, cuando la que hizo todo esto fue Katniss.

—Te equivocas, ella solo fue el rostro de la rebelión, Kats no lo hubiese podido hacer sola. —Peeta le miró por unos segundos, sin querer saber nada más sobre aquel asunto de los vívieres y la ayuda del gobierno, ya que le parecía que era algo de lo que él no quería enterarse, temiendo que le estuvieran utilizando, como lo habían hecho con Katniss y los propos, cambiando una vez más de tema.

—Me sentí tan solo a pesar de… —Recordó nuevamente los fortuitos encuentros sexuales con Katniss, intentando no decir nada de aquello a Gale.

—Lo lamento, en verdad lamento todo esto, pero yo debía volver al dos, me necesitaban. —Peeta deseó decir que él también lo necesitaba, pero aquello sería muy egoísta de su parte, mirando nuevamente la proyección de su persona en la pared, sin poder creer que Gale le había estado espiando con aquella especie de cámara vigía, lo que de seguro había conseguido gracias a Beetee—. Archivo diecinueve de agosto, hora las mil seiscientas. —Las imágenes se volvieron un borrón en la pared, volviendo a ser nuevamente nítidas, donde Peeta se contempló a sí mismo sacando las tablas que habían caído del techo, volteando a ver a Gale.

—¿Por eso sabías lo que intentaba hacer en las ruinas? —Gale asintió, acercándose un poco a Peeta.

—No me odies. —Peeta se debatía internamente, por un lado estaba aquel deseo de abrazarle, de sentirle y darse cuenta de una vez por todas de que él había vuelto, pero por el otro se sentía molesto al ver que Gale podía saber lo que él hacía, pero Peeta jamás supo nada del muchacho.

—Ni una carta, Gale. —El aludido bajó la mirada, ordenándole a la esfera detenerse, la cual se apagó cayendo sobre el suelo, dejando la alcoba nuevamente en penumbras.

—Lo siento —se disculpó nuevamente—. Todo era muy confuso.

—¿Por eso te fuiste?... —Gale se acercó aún más a Peeta, sin dejar de mirarle fijamente a los ojos, o lo que podía ver de estos entre la poca luz que provenía del exterior.

—En parte… Y la otra por mis deberes. —Apoyó su mano sobre la de Peeta, la cual se encontraba sobre la cama—. Pero eso no importa, ahora estoy aquí. —Ambos se miraron a los ojos, relamiéndose los labios al mismo tiempo, sintiendo vergüenza ante aquella sincronía, ya que al parecer, ambos esperaban lo mismo, un beso de parte del otro.

Peeta cerró los ojos por instinto y acto seguido Gale se acercó tanto a él, que el calor corporal que expedía el cuerpo de Gale, parecía poseer iones, pues Peeta no pudo dejar de percibir aquellas fuertes descargas eléctricas, donde tan solo el sentir el cálido aliento del muchacho sobre sus labios, fue suficiente para descontrolar todo su cuerpo y su cordura.

Ambos se cobijaron entre los brazos del otro, donde el joven soldado recostó el cuerpo de Peeta sobre su cama, y este a su vez, lo atenazó entre sus cuatro extremidades, sintiendo en su entrepierna la dureza del sexo de Gale, quien tembló al percibir un bulto tan voluptuoso y duro como su propio sexo.

“Esto es antinatural”, pensaron al mismo tiempo, pero Gale no dejó de besarle y Peeta sentía que ya no podía lograr apartar aquel cuerpo del suyo, deseándolo por sobre todos sus miedos.

—Gale. —El decir su nombre aumentó su deseo, un hombre… él besaba y deseaba a un hombre y el nombrarle avivaba aquella llama, aquel deseo, aquel morbo de saber que se entregaría a Gale, quien a su vez, no pudo dejar de cuestionarse a sí mismo ante lo que había ocurrido entre él y Katniss.

“No merezco tocarte, ni siquiera merezco tener miedo de hacerlo, estás entregándote a mí a pesar de tantas preguntas, de tantos temores y de tanta confusión, yo también me siento como tú, Peeta y temo estropearlo nuevamente”, pensó mientras besaba el cuello del muchacho, el cual se estremeció al percibir nuevamente aquellos cálidos labios que le había besado justo en aquella zona de su cuerpo, hacía ya más de tres meses.

—Tengo miedo.

—Y yo… Pero no quiero detenerme.

—No te detengas, nadie te lo ha pedido. —Gale apretó su pelvis en contra de la dolorosa erección de Peeta, quien soltó un gemido ahogado, sintiendo que el corazón se le saldría por la boca y su cuerpo sucumbiría ante tanta pasión contenida—. Dios mío, esto no me pasa con… —Gale besó nuevamente los labios de Peeta, ya que él no deseaba escuchar el nombre de Katniss, pues ella ya no importaba ahora y no le iba a permitir que su recuerdo irrumpiera en aquel placentero momento.

Dos fuertes golpes en la ventana, lograron sobresaltar tanto a los dos muchachos, que Gale terminó en el suelo y Peeta hecho una roca sobre la cama, sin poder moverse, escuchando un segundo golpe.

—Maldición —espetó Gale levantándose del suelo, intentando acomodar su punzante erección, aquella que comenzó a ser incómoda y dolorosa, acercándose a la ventana, apartando un poco la cortina para ver de quién se trataba—. No puede ser. —Soltó la cortina, volteando a ver a Peeta, notificándole en voz baja—. Es Haymitch. —El joven Mellark se levantó tan rápido de la cama, que terminó pisándose una de las mal atadas trenzas, cayendo de igual modo al suelo, escondiéndose debajo de la ventana, sobándose el golpe.

Gale apartó las cortinas y abrió la ventana, preguntándole de mal humor a Haymitch, quien le miró con una socarrona sonrisa en sus labios.

—¿Qué? —espetó sin poder dejar de verlo con ganas de darle un puñetazo en la cara.

—Dile a Peetita que su mujercita despertó y ha estado vomitando en el cuarto de baño que está muy cerca de mi alcoba. —Peeta se levantó tan rápido, que su erección dolió aún más ante el impulso, quejándose de dolor—. ¡Vaya!... Qué rápido apareces, niño, pareces escapista. —Gale no pudo dejar de mirar con mala cara al odioso hombre, el cual parecía estar disfrutando todo aquello.

—¿Tú cómo sabías que yo estaba aquí? —Peeta comenzó a pasar su pierna izquierda del lado de afuera, mientras Gale le ayudaba a mantener el equilibrio y Haymitch respondía de lo más tranquilo.

—Te vi tocar la ventana del capitán. —Peeta sintió como toda la sangre de su cuerpo emigró hasta su rostro, perdiendo completamente el equilibrio, cayendo del otro lado a los pies de Haymitch, quien rodó los ojos al ver como el muchacho se estampaba contra el suelo, mientras Gale exclamaba el nombre de Peeta al ver como cayó de bruces—. Por amor a Dios, muchacho. —Le tomó del brazo, ayudando a levantarse del suelo.

—¿Estás bien? —preguntó Gale, sacudiéndole la tierra.

—Creo que me he quedado sin celebrar el día del padre —respondió Peeta, apretándose la entrepierna, siendo Haymitch quien riera ante la alusión del ocurrente joven, ante la posibilidad de haber perdido los testículos en aquella caída, y quedarse sin posibilidades de procrear, mientras Gale simplemente miró al risueño hombre de mala gana, y Peeta alegaba a continuación—. Vine a buscar a Gale porque…

—No trates de aclarar las cosas, que oscureces aún más el panorama, niño —alegó Haymitch en un tono desdeñoso—. Da igual, no es a mí a quien le debes explicaciones, Effie fue a ayudarla cuando escuchó que la chica gritaba tu nombre. —Peeta miró a Haymitch y luego a Gale, quien parecía estar maldiciendo internamente su suerte, haciéndole con la cabeza un gesto que le indicaba que fuese a ver a la chica, lo que Peeta captó a la perfección, disculpándose con los presentes, enrumbándose hasta su casa, mientras se maquinaba una mentira.

—Mmm… Buenas noches, capitán. —Pretendió despedirse Haymitch, pero Gale le preguntó en un tono odioso y por demás reprochable.

—¿Lo estás disfrutando, no? — Haymitch se giró sobre sus pies, mirándole con una amplia sonrisa, mientras Gale se imaginaba que se saldría con alguna de sus histriónicas respuestas.

—No tienes idea cuánto. —Se acercó nuevamente a la ventana y le soltó muy cerca del rostro—. Yo quiero que Peeta sea feliz, sí… pero también sabes que estás en periodo de prueba y no te la pienso poner fácil, Gale. —El aludido le miró de tal forma, que por unos segundos, Haymitch pensó que perdería por completo el raciocinio y le golpearía, pero se contuvo.

—Lo haremos quieras o no. —El calmo hombre, asintió cerrando con parsimonia los ojos, tornando el gesto crédulo.

—No digo que no, pero recuerda algo. —Gale esperó con cara de pocos amigos su alegato—. Te estaré vigilando, un solo movimiento en falso y te arrojo por la borda con Peeta. —Y sin decir nada más, se retiró deseándole con cierta ironía buenas noches, aconsejándole que lo mejor para dormir sin tensiones era una ducha de agua fría, logrando que Gale cerrara la ventana de mala gana, cubriéndola con las cortinas, maldiciendo a aquel hombre y sobre todo a Katniss, aunque la chica no tuviese la culpa de estar tan mal.

—¿Quieres guerra? —preguntó Gale como si Haymitch pudiese oírle, tomando la toalla de baño, la cual reposaba sobre el pequeño sofá de la esquina—. Pues guerra tendrás. —Y adentrándose al cuarto de baño, dejó que el agua fría calmara sus ansias y sus deseos de sentir a Peeta entre sus brazos, donde aquel leve encuentro le dejó más que claro sus sentimientos hacia el muchacho, sin poder dejar de pensar en lo que Peeta se tendría que haber inventado para cubrir su falta dentro de la casa a altas horas de la noche, mientras él se debatía en dejar que agua calmara sus ansias o ayudarse con un par de buenas manos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).