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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 20 __

Después de la declaración pública del capitán Gale Hawthorne sobre lo que sentía por el nuevo gobernador del distrito doce, el joven Peeta Mellark, el soldado había decidido darle cierto tiempo a Peeta de asimilar todo aquello, pero nadie contó con la arcaica y cerrada visión de muchos en el distrito doce, quienes no perdieron tiempo en demostrarle al joven mandatario, que no estaban de acuerdo con sus gustos sexuales.

—¿Quién crees que haya hecho esto? —preguntó Katniss, mirando la fachada de la casa que ambos jóvenes compartían, donde habían escrito con pintura la palabra “Cerdo”, destrozando también el jardín de la parte de enfrente, en un acto vandálico de desprecio hacia el joven Mellark.

—Eso no importa… —respondió Peeta bajando la mirada—. Lo importante es que al parecer, esto nos traerá problemas. —Miró todo el reguero frente a la casa, el cual estaba siendo restaurado por varios de los vecinos, quienes apoyaban a Peeta, exigiéndole que no se aminorara ante nada ni ante nadie, pero el joven se sentía intranquilo y no podía dejar de pensar en Galpeet, temiendo que aquel grupo que lo odiaba, fuesen a hacerle daño al niño.

—Ya me contacté con Gale… —notificó Hazelle, saliendo de su casa con el niño en brazos, el cual trataba de mantener sus ojos abiertos pero el inclemente sol del mediodía se lo dificultaba—. Viene para acá. —Peeta suspiró, lo menos que deseaba era verlo, pero después de la declaración y el transcurrir de un par de días, parecía ser suficiente para el soldado, aunque el gobernador no tenía el más mínimo deseo de encararle y menos a sabiendas de que había un grupo al que no le agrada aquella relación y mucho menos el verlos juntos.

—No debiste hacerlo —comentó Peeta acercándose a la puerta con una pequeña cubeta con agua y jabón, comenzando a restregar la pintura con un cepillo de cerdas, siendo Katniss quien hablara.

—¿Qué no debió?... Es su deber resguardar la vida de su hijo y la tuya… Él fue quien alborotó este pandemónium.

—Pues quien haya hecho esto se le pasará… se dará cuenta que yo no pretendo retomar esa relación con Gale y…

—Espera, espera un momento —interrumpió Haymitch, quien intentó reacomodar las prímulas que habían sacado de raíz del pequeño jardín frontal, intentando recuperar lo que se podía—. ¿Tú vas a seguir reacio a volver con Gale?... —Peeta puso los ojos en blanco, tratando de ignorarle—. No se puede ser tan orgulloso en la vida. —El chico siguió sin decir nada, tratando de borrar las insultantes palabras pintadas en el frente de su casa—. Prometiste que si era Caesar quien los entrevistaba, tú…

—¿Y crees que lo hará?... —preguntó el alterado joven, sacudiendo de mala gana el cepillo, llenando de agua jabonosa tanto a Katniss como a Haymitch, quienes se sacudieron, fulminándole con la mirada—. Yo lo dudo… han pasado dos días y no se ha sabido nada de ese asunto. —Miró a Haymitch y luego a Katniss, prosiguiendo con su alegato—. Puede ser que Paylor haya estado de acuerdo con que Gale dijera todo en público, pero más que ayudarnos, creo que lo hizo para enterrarme vivo. —Todos se miraron entre sí, mientras los demás vecinos siguieron restaurando la fachada—. ¿No se dan cuenta?... Me ha hecho perder un grupo de seguidores con esto, ella sabía que esto me traería problemas. —A lo que Haymitch respondió.

—Pues demuéstrale que se equivoca. —Peeta no dejó de mirarle con el ceño fruncido, aferrando con fuerza la cubeta y el cepillo—. Demuéstrale que va a tener que jugar tu juego… insita a las masas, Peeta… la mayoría te aman... Los aman a los dos, haz que el público la presione, todos quieren saber de ustedes, las cámaras desean captar cualquier cosa que los haga gritar al verlos juntos. —Peeta se giró de mala gana, retomando su ardua labor de limpiar la puerta y parte de la pared, mientras Haymitch proseguía—. Los que hicieron esto son una simple minoría… ¿Por qué crees que lo hicieron mientras dormían? —El chico dejó de restregar, girándose nuevamente para verle—. Porque la mayoría los apoya y quien haya hecho esto sabe que le caerá todo el peso de la ley y sobre todo el odio de las personas que los aman.

—Yo apoyo a Haymitch —argumentó Katniss, sorprendiendo tanto a Peeta como al mismo ex mentor, el cual señaló a la chica, agradeciéndole su apoyo—. Quien hizo esto tiene miedo… a lo mejor es un reprimido que también quiere salir del closet y no puede. —Peeta suspiró bajando la mirada—. Y no pudo hacer algo mejor que este estúpido acto vandálico… un verdadero hombre se para enfrente de ti y te llama en tu propia cara “cerdo”, no te lo escribe en la puerta de tu casa… demuéstrales a todos que esto no te afecta en lo más mínimo. —El joven Mellark no dijo nada al respecto, retomando su trabajo de limpiar toda la fachada, mientras Effie salió de la casa de Haymitch con unos refrigerios para quienes intentaban restaurar el lugar.

Todos agradecieron la refrescante bebida cítrica, deteniendo por unos instantes el trabajo, siendo Peeta el único en seguir, pensando en todo aquel asunto, negándose rotundamente a ser el nuevo entretenimiento de las masas, ya que al parecer, no solo en el Capitolio, las personas les gustaban los reality show, todo Panem hablaba de ellos, todos deseaban saber más de aquel amor que había nacido por una venganza y había terminado en varios corazones rotos, los cuales trataban de sanar y recuperar el amor perdido.

—Será mejor que lleves el niño a la casa, Hazelle… hace mucho sol —le exigió Peeta a la madre de Gale, señalando la casa de los Hawthorne, percatándose de cómo Rory le miraba desde la puerta, cerrándola con cierta brusquedad, volteándole la cara de mala gana.

Peeta no dijo nada, simplemente siguió limpiando, sintiéndose mal por haber causado todo aquel predicamento, ya que, aunque Gale había confesado que todo había sido una venganza, ambos desviaron por completo el panorama de la situación sentimental, terminando por entregarse mutuamente un amor que jamás fue correspondido al cien por ciento por la joven Everdeen, pensando que a lo mejor, aquello no era verdadero amor, sino simple necesidad.

—No le hagas caso —le exigió Hazelle al rubio muchacho, al ver aquella tristeza y el rubor en su mirada—. Se le pasará. —Peeta asintió sonriéndole con desgano, sin dejar de limpiar la puerta—. ¡Por cierto!... hoy fui a limpiar la gobernación junto a varias voluntarias y ya la hemos dejado habitable. —El chico le agradeció enormemente toda su ayuda. —Creo que será mejor que te mudes lo más pronto posible, Peeta… si alguien está en tu contra por lo tuyo con Gale es mejor que se vayan a vivir allá, estarán más resguardados. —El joven gobernador asintió, prometiéndole que así lo haría.

—¡Por cierto, Hazelle! —Peeta miró hacia atrás, para ver donde se encontraban Haymitch, Katniss y Effie, percatándose de cómo los tres conversaban con los demás vecinos de la Aldea, notificándole a la madre de Gale, quien trataba de mantener al niño resguardado del sol—. Quiero que sepas que… —Bajó el rostro, no sabía cómo disculparse con ella, ya que Hazelle una vez lo había encontrado en la alcoba de Gale, conversando con su hijo por medio del holográfono, a altas horas de la noche, dando por sentado lo de ellos.

—No digas nada, Peeta… —El chico dejó escapar el aire de sus pulmones, mirando a todos lados—. En el corazón no se manda y eso Gale ya me lo ha explicado de todas las formas posibles. —Bajó una vez más la mirada, completamente avergonzado—. Solo trata de no ser tan duro con él… no te voy a decir que lo perdones pero por el bien del niño, deberían, por lo menos, tratar de llevarse bien. —Peeta no dijo nada, observando como la sería mujer se retiró con el niño en brazos, aquel que intentó por todos los medios de llamar la atención de su padre adoptivo, pero este se encontraba tan perturbado por todo lo ocurrido que simplemente ignoró cada uno de los movimientos y los balbuceos del infante, retomando una vez más la ardua labor de limpiar aquellas duras palabras.

 

Gale había llegado al distrito doce cuando todo ya había sido restaurado, pero Haymitch no perdió la oportunidad de tomar varias fotos de lo ocurrido, mostrándoselas al capitán Hawthorne, quien pasó una a una las diapositivas que la cámara digital le mostraba, alegando a continuación.

—Esto me parece un acto bastante infantil… ¿No les parece? —Effie asintió a las palabras del soldado, el cual siguió intentando ver las fotos, sin que Galpeet arrojara la cámara digital al suelo de un manotazo, al estar sentando sobre el regazo de su padre—. Trataremos de averiguar quién pudo haber hecho esto, pero creo que lo mejor es que tanto Peeta como Katniss se muden a la gobernación. —Hazelle asintió a las palabras de su hijo.

—Así es, cariño... yo también se lo propuse y me prometió que mañana mismo recogerían sus pertenencias y se mudarían a la casa de gobierno. —Gale asintió, y aunque se sentía más tranquilo por ello, también sintió nostalgia al saber que lo tendría más lejos de él.

—Me parece perfecto. —El apuesto soldado le entregó la cámara a Haymitch, enfocando toda su atención en el infante, colocándole frente a él, alzándole en el aire—. ¿Y tú cómo estás… ah? —le preguntó Gale, consiguiendo que Galpeet riera por demás divertido ante el jugueteo de su padre biológico, quien dejó de jugar con el infante al ver la repentina llegada de Katniss por la puerta trasera de la casa.

—Hazelle, puedes prestarme tu… —Se detuvo en el marco de la puerta que dividía la cocina con la sala, mirando a Gale—. ¡Hola!...

—Hola, Katniss. —Gale le sonrió—. ¿Cómo estás? —La chica se encogió de hombros.

—Aún afrontando toda esta locura que has causado por tu “efusiva” presentación en público. —Gale le volvió a sonreír, dejando a Galpeet nuevamente sobre su regazo, entregándole uno de los tantos juguetes que habían desperdigados sobre el sofá.

—Ayer hablé con la presidenta, me dijo que si Peeta no envía las firmas y la petición formal de su parte ella no podrá hacer nada ante tu indulto.

—Peeta ya envió las firmas y la petición al despacho de Plutarch hoy en la mañana —acotó Effie—. Fue allí cuando nos dimos cuenta de lo que había ocurrido con el frente de su casa. —Gale asintió.

—Perfecto… entonces más temprano que tarde…

—Se desharán de mí… ¿no? —Gale negó con la cabeza, mientras Haymitch rodó los ojos de mala gana.

—No puedes ser tan insoportable, mujer —alegó el ex mentor, incorporándose del sofá—. ¿Vas a seguir siendo el insufrible dolor de bolas de siempre? —Gale apretó los labios para no reír, enfocando su mirada en el niño.

—Cálmate, Haymitch, y tomate tu pastilla para la paranoia. —El aludido fulminó con la mirada a la chica—. Solo estoy bromeando… —Se acercó al soldado, sentándose a su lado—. Gale solo tiene ojos para Peeta… ¿no es así? —Gale asintió sin titubear.

—Sí, así es. —Katniss sonrió con picardía.

—No te veo… es decir… no los veo… —Gesticulo los brazos—. Ya sabes…

—¿Katniss?... —llamó Hazelle a la impertinente chica—. Creo que no es de la incumbencia de nadie lo que Gale y Peeta hacían en privado. —Se escuchó un portazo desde una de las habitaciones de los hermanos del soldado, donde todo supieron de sobra quién había sido—. Te recuerdo que Rory aún no supera el saber que su hermano es… —Hazelle miró a su hijo, sin poder hacer verbal lo que pensaba—... Bueno… ya sabes… de gustos distintos.

—Homosexual, Hazelle… —La aludida suspiró negando con la cabeza—. Se llama homosexualidad y tu hijo va a tener que superarlo, si yo lo hice, el lo hará. —Katniss miró a Gale y luego a su hijo, el cual comenzó a llamarle mamá—. Sí, aquí está mami. —Se acercó el infante dándole un beso en la mejilla—. Pero el bebé de mami se quedará más tiempo con su padre biológico porque yo necesito ir a la plaza central. —La joven se incorporó del sofá—. Necesito que me prestes tus ollas gigantes de asado.

—¿Y eso como para qué? —preguntó Hazelle, incorporándose de su asiento junto a Effie, la cual miró a Katniss tan asombrada como cada uno de los presentes.

—Peeta y yo cazamos un par de venados… —Gale se sorprendió al saber que ambos ex tributos se iban de caza juntos—. Y Sae está haciendo un gran asado para todos los ciudadanos del distrito, cada uno ha puesto ingredientes, pero necesitamos dónde cocinar tanta comida. —Katniss salió con un par de enormes ollas, entregándoselas a Haymitch, quien pegó un respingón al sentir el repentino peso de los trastos de cocina sobre sus brazos al voltearse.

—Pero qué coño… —Katniss le dio un manotazo, exigiéndole que no dijera vulgaridades delante del niño—. Ese mocoso no sabe de lo que estamos hablando.

—Exacto, los bebés son esponjas que absorben todo lo que los adultos dicen y lo repiten como sinsajos, así que limítate a decir malas palabras delate de Galpeet que no quiero que sea tan vulgar como tú. —Comenzó a empujarle a las afueras de la casa.

—Pero Katniss… ¡No soy tu burro de carga!

—Pues ahora sí… andando… —Sacó a empujones al molesto hombre, el cual no dejó de despotricar a los cuatro vientos que no le ayudaría, aunque siguió caminando hacia las rejas que dividían la aldea con el resto del distrito—. ¿Vienes, Effie?... solo tú puedes controlar a ese asno. —La sonriente mujer asintió, saliendo de la casa de los Hawthorne, después de despedirse de los presentes, dándole un dulce beso al niño, el cual estuvo a punto de jalarle la peluca que traía puesta.

—¡Oh!... pequeño diablillo… la peluca de tía Effie no es para jugar… —El niño rió como si le entendiera, arrojándole el juguete que tenía en las manos—. ¡Oh, por Dios!... estás incontenible, Galpeet. —Katniss no pudo dejar de reír, esperando a que la mujer saliera de la casa, notificándole a Gale, justo cuando Hazelle salió de la cocina con una bolsa de legumbres, entregándosela a la chica para ayudar en la comelona.

—Tú no te muevas de aquí. —Gale se levantó, alegando que tenía pensado ir a la plaza para ayudarles, pero la chica negó con la cabeza—. Yo haré que él venga hasta acá, tú tranquilo. —Le sonrió a Gale guiñándole un ojo, despidiéndose tanto de él como de Galpeet, el cual ya sabía decir adiós con las manitos—. Adiós, mi amor… pórtate bien. —Salió de la casa, después de tomar la bolsa de suministros que Hazelle le había entregado, corriendo detrás de Effie y de Haymitch, quien siguió despotricando en contra de la chica, la cual le explicó todo lo que se estaba tramando para que Gale y Peeta se vieran al fin después de lo ocurrido en el programa televisivo, consiguiendo que el molesto hombre se calmara.

 

Peeta venía cargando una de las ollas de Hazelle, la cual traía un poco menos de la cuarta parte del asado que habían hecho en la plaza central, donde los ciudadanos se dieron el atracón de comida de sus vidas, llevándoles hasta a los enfermos del hospital e invitando a los obreros de la construcción, quienes se tomaron un respiro para disfrutar de aquel maravilloso almuerzo comunitario.

Katniss, Effie, Haymitch y hasta la propia Johanna, quien se había quedado esperando a Gale en el aerodeslizador, junto con la escolta del capitán, ayudaron en todo aquello, tratando de buscar en aquella reunión, el posible culpable del ataqué homofóbico a la fachada de la casa, pero nadie se portó de forma indebida con el joven Mellark, al contrario, muchos se habían dignado a preguntarle sobre su relación, pero Peeta lograba salirse por la tangente, haciéndose el desentendido.

—“¡Yo no puedo, Peeta, una cosa es traerla vacía y otra muy distinta el llevarla llena!”… —acotó el molesto gobernador, imitando la voz de Haymitch, quien se había rehusado a llevar la olla con un poco del asado para Hazelle y sus hijos—. ¿Y Katniss?... —Bufó por la nariz—. “¡No, anda tú!… yo la estoy pasando de lo lindo”. —Recordó cómo se abrazó a Johanna, como si ambas fuesen amigas de toda la vida—. ¿Desde cuándo se aman ustedes dos?... ¿Ah?... ¿Me creen idiota o qué? —Siguió despotricando hasta llegar a la casa de los Hawthorne, dejando la olla en el suelo, limpiándose el sudor de la frente, a causa del agotamiento, tocando enérgicamente.

La puerta se abrió, dejando ver el dulce rostro de Posy, la cual le incitó a entrar. Peeta agradeció su amabilidad, tomando nuevamente la pesada olla con asado, introduciéndose rápidamente en la casa, llevándola hasta la cocina, donde Hazelle lavaba los trastos del almuerzo que habían disfrutado en la casa.

—¡Oh, vaya!... ¿Ya comieron? —preguntó Peeta, mirando como la niña terminó de ayudar a su madre a recoger la mesa.

—Sí, cariño… pero no te preocupes, ese asado nos queda perfecto para la cena, así no tendré que volver a cocinar. —Peeta asintió, dejando la olla sobre la cocina, mirando a todos lados como quien no quiere la cosa, imaginando que Gale se encontraba en su alcoba con el niño.

—¿Y Galpeet?... —Hazelle siguió lavando los trastos, haciendo un gesto con la boca, señalando al patio.

—Está afuera… —Peeta se asomó por la ventana, observando la amplia y masculina espalda de Gale, percibiendo mariposas en el estomago, odiándose por seguir sintiendo cosas por él, tratando de hablar lo más normal posible.

—Podrías traérmelo… de seguro extraña a su madre… —alegó al escucharle gimotear.

—Ve a buscarlo tú, cariño… ¿No ves que estoy ocupada? —le exigió Hazelle como si le estuviese pidiendo ir por un simple vaso de agua a la nevera.

—Yo lo busco —acotó Posy, pretendiendo salir de la casa en busca de su sobrino.

—Tú no vas para ningún lado… ve a hacer la tarea.

—Pero, mamá…

—Mamá nada… andando o no hay postre para la cena… —La niña salió corriendo hasta su alcoba, mientras Hazelle siguió fregando los trastos como si nada pasara.

—No me hagas esto Hazelle… —Pero la mujer lo ignoró por completo, comenzando a tararear una canción sin intención alguna de ceder a las exigencias de Peeta—. ¡Por favor!... —Hazelle siguió en su ardua tarea, mirando a cada tanto por la ventana, sonriendo al ver como su hijo y si nieto disfrutaban mutuamente de la compañía del otro—. Bien… —Peeta se giró, abriendo raudo la puerta que daba al patio, decidido a decirle a Gale que entregara al niño, para poder marcharse lo antes posible, pero al estar tan cerca del apuesto soldado y el escucharle hablar de aquel modo tan dulce y amoroso, como tantas veces Peeta se lo imaginó, no pudo decir nada, deteniéndose a espaldas del muchacho.

—¿Sí?... ¿Ah?... ¿sí?... ¿Me harás ese favor, compañero? —le preguntó Gale a Galpeet, alzándolo por sobre su cabeza, dándole la espalda al joven Mellark—. ¿Le dirás a tu papito Peeta lo mucho que lo amo y lo extraño? —Aquello consiguió que el corazón de Peeta se detuviera y comenzara nuevamente a funcionar fuera de control, golpeando impetuoso en contra de su pecho, que los latidos los percibió en todo su ser, robándole el aliento—. Nooo… no te rías… estoy hablando en serio. —Cada vez que Gale alzaba al niño, este moría de risa ante las cosquillas que le causa el vértigo.

“No me hagas esto Gale”. Mucho antes de saber la verdad, cuando Katniss aún estaba embarazada, Peeta siempre imaginó un momento como ese junto a su hijo y su amante, donde al final terminó sintiéndose culpable por pretender seguir adelante con su relación, aun después del alumbramiento, pero la realidad era otra, y Gale ya no era “el otro”, era el verdadero padre del niño y él no era más que el tonto muchacho que se había enamorado perdidamente de su ex rival.

—Promételo, Galpeet… prométele a tu papito Gale que le dirás a Peeta cuánto lo amo o no dejaré de hacerte cosquillas. —Abrazó al niño, frotando la cara en contra de su cuerpecito, consiguiendo que el infante muriera de las risas, aferrando los cabellos del entretenido soldado, logrando que Peeta sonriera al verlos interactuar.

Hazelle no dejó de ver toda la escena desde su puesto vigía frente al fregadero por si ocurría algo donde ella tuviese que involucrarse, sobre todo por el bien del niño, sin dejar de asear los platos y las ollas del almuerzo.

Galpeet balbuceó, señalando a Peeta, consiguiendo que el risueño soldado girara el rostro, encontrándose con el petrificado semblante del joven gobernador, quien bajó rápidamente la mirada.

—¡Oh!... —exclamó Gale, sorprendido—. No… no te oí llegar… —Peeta comenzó a acercarse, colocándose junto a Gale, mirando al horizonte—. ¿Llevas mucho tiempo allí? —El joven asintió—. Comprendo. —Gale no supo qué decir, si Peeta había escuchado su declaración lo más seguro era que estuviese elucubrando sobre aquello, sin saber si sería positiva o negativa su reacción.

El serio y temeroso soldado no pudo dejar de observarle, mientras Peeta siguió absorto contemplando la distancia, recordando lo que Gale había dicho en el programa, sus gestos, su rubor y todo lo que soportó para demostrarle cuanto lo amaba y aun así, por más que intentaba hacer borrón y cuenta nueva, el dolor era aún mayor que su deseo de perdonarle.

—¿Por qué con Katniss, Gale? —El aludido se sorprendió, tratando de acomodar al niño sobre uno de sus brazos, intentando calmar sus inquietos movimientos—. Cuando me enteré que tú y Johanna se… “entendía”… me dio igual… ¿pero Katniss?… ella…

—Era tu esposa y la apreciabas… comprendo toda tu decepción hacía mí, Peeta… pero mi venganza iba dirigida a ambos… —Peeta asintió, poniendo los ojos en blanco.

—Claro… fue una jugada magistral, sin duda…

—Fue una completa estupidez —alegó Gale, interrumpiendo a Peeta—. Pretendí hacerles daño y terminé hiriéndome a mí mismo… —Peeta lo fulminó con la mirada—. Porque siento que perdí al único ser que realmente me pudo haber llegado a amar como yo tanto lo deseaba. —Sus ojos comenzaron a humedecerse, clavados en el odioso y duro rostro de Peeta, quien no dejó de mirarle con prepotencia—. Daría hasta lo que no tengo porque me perdones… —El joven Mellark miró nuevamente al frente, tratando de ignorarle—. Así como yo te perdoné a ti, Peeta.

El joven volteó una vez más el rostro para verle, arrugando la cara, mientras el adolorido soldado, limpió sus lágrimas, tratando de controlarse, ya que el niño parecía querer ponerse a llorar al ver a su padre sollozar.

—Te perdoné la humillación que me hiciste, perdoné el ultraje del que fue participe mi cuerpo… —Peeta palideció ante sus palabras, mirando a sus espaldas, para ver si Hazelle les estaba escuchando pero la mujer parecía estar absorta en sus quehaceres—. También te perdoné los golpes y hasta las hirientes palabras que salieron de tu boca, las cuales se me reproducen una y otra vez en mi cabeza. —El joven gobernador no pudo dejar de mirarle—. ¿Pero sabes qué es lo único que no te pienso perdonar? —Peeta bajó el rostro, ya que no quería saber. El simple hecho de restregarle todo lo que él le había hecho era más que suficiente para hacerlo sentir mal, esperando la estocada final—. Que le pusieras ese espantoso nombre a nuestro hijo.

Peeta alzó el rostro, contemplando la dulce y seductora sonrisa del soldado, sin poder creer que no solo había dicho que Galpeet era el hijo de ambos, sino también ante su fortaleza, ya que, aunque todo lo que le recriminó debió doler en lo más profundo de su ser, Gale fue lo suficientemente condescendiente como para hacer una broma y regalarle una amable y sincera sonrisa.

No pudo menos que sonreír, bajando nuevamente la mirada, ruborizándose un poco, al sentir la calidez de aquel momento, donde poco a poco parecían estar sanando las heridas y un nuevo comienzo con matices de esperanza se dibujó frente a ellos como el hermoso horizonte que se mostraba en la distancia, regalándoles un soplo de aliento.

—Bueno… eso ni yo me lo perdono. —Gale sonrió, tratando de mantener a Galpeet tranquilo, pero el niño parecía estar fastidiado de estar tanto tiempo entre los brazos de su padre—. Pero estaba bastante deschavetado en ese momento.

—Y en vez de intentar apoyarte en alguien cuerdo, vienes y te apoyas en Katniss, quien al parecer está más loca que tú al permitírtelo. —Peeta rió, intentando cubrir su amplia sonrisa, pero Gale ya se había percatado de aquella pequeña brecha que su amado chico del pan abrió en su duro corazón, alegando a continuación—. Pero debo decir que fue muy tierno. —Peeta, le miró fijamente a los ojos, sosteniéndole la mirada por unos segundos, volviendo a sentir las mismas cosquillas que sintió en el pasado por el agraciado soldado, intentando permanecer calmo.

—Sí… bueno… —El muchacho intentó controlar sus temblores, su acelerado corazón y sus sudorosas manos, frotándolas nerviosamente la una en contra de la otra—. Ya no hay nada que se pueda hacer y Galpeet nos odiará por el resto de nuestras vidas por ponerle semejante nombre. —Gale no pudo detener las carcajadas que salieron sin control alguno de su garganta, acercándose un poco más a Peeta.

—Espero que no… —Ambos volvieron a cruzar miradas—. Lo que más deseo es que Galpeet ame a sus dos padres tanto como ama a Katniss. —No pudieron dejar de contemplarse, los dos hombres se estudiaron con las mirada, Peeta rememorando cada parte del agraciado rostro de Gale, perdiéndose en aquellos carnosos y seductores labios del capitán, mientras que el soldado se sumergió en la profundidad de aquellos espectaculares ojos azules de joven Mellark, el cual pretendió bajar raudo la mirada, siendo Gale quien le mantuviera la cara en alzas, sosteniéndole por la barbilla—. Tanto como yo te amo a ti, Peeta.

El tiempo se detuvo para ambos, Peeta no pudo dejar de mirarle, de desearlo como lo hacía, dándose cuenta de cuánto amaba a Gale, y eso era algo en lo que él mismo no se podía engañar, mientras que el soldado no pudo dejar de contemplar aquel mar profundo que eran sus hermosos ojos azules, bajando lentamente la mirada hacía sus delgados pero insinuantes labios, pretendiendo besarlos sin poder contener las ansias desmedidas que lo embargaban, dejándose apreciar un estruendoso ruido proveniente de la cocina, donde ambos giraron raudos sus ruborizados rostros, siendo Gale quien preguntara, tratando de controlar sus aceleradas palpitaciones.

—¿Estás bien, mamá?... —Se escuchó la voz de Hazelle, despotricando ante su torpeza.

—Sí, querido… —Asomó la cabeza por la ventana—. Se me resbaló una de las ollas, lamento si los asusté. —Ambos se miraron nuevamente a los ojos, Gale dejando escapar el aire acumulado en sus pulmones y Peeta, tratando de que sus glándulas sudoríparas no colapsaran ante tanta transpiración.

—Parece que va a llover —acotó Peeta, mirando el cielo, sin deseo alguno de volver a ver a Gale a los ojos, ya que no sabía si lograría contenerse tan bien como lo había hecho hasta ahora—. Y está comenzando a hacer frío. —El decepcionado pero tranquilo soldado asintió, pretendiendo entregarle al niño, y justo allí, cuando Galpeet se encontraba entre los brazos de Gale a punto de pasar a los de Peeta, balbuceó lo bastante entendible.

—Papá… —Los dos caballeros se miraron nuevamente a los ojos, entregándose una afable y amplia sonrisa.

—¿Dijiste papá, Galpeet? —preguntó Peeta, tomando al niño entre sus brazos, el cual aplaudió, riendo como si estuviese divirtiéndose de lo lindo con tan poco.

—Así es… —notificó Gale—. Te llamó papá… —Peeta negó con la cabeza.

—No digas eso…

—No… está bien, Peeta. —Pero el chico le miró de malas.

—Deja de hacer eso, deja de fingir que nada te duele, deja de hacerte el condescendiente conmigo, Gale… me alegro porque el niño al fin diga papá, no me interesa a quien iba dirigido, a lo mejor solo lo dijo por decirlo y ni siquiera sabe el significado, pero eso no importa, ¿o sí? —El sonriente soldado negó con la cabeza—. Entonces deja de hacer siempre lo que crees que me hará feliz, porque te voy a decir una cosa. —Acomodó al niño sobre su hombro izquierdo, el cual se recostó de él, observando a su abuela, asomada por la ventana—. Es verdad… yo hice todo de lo que me acusas… —alegó en voz baja—. Pero tienes tanta culpa como yo.

—¿Por qué?... —preguntó Gale, acariciándole el cabello al niño.

—Porque creíste que si me dejabas descargar todo mi odio sobre ti como se me diera la gana, yo al final te perdonaría. —Gale le contempló con un semblante serio—. Sí, es verdad… te hice mucho daño y me lo reprocho todos los malditos días, pero tú tenías el poder de detenerme, y de eso me di cuenta cuando fui a buscarte a las ruinas creyendo que corrías peligro. —El inmutable soldado no dejo de verle a los ojos, dejando de acariciar los cabellos de Galpeet—. Tienes mucha fuerza, Gale y hasta me he dado cuenta de que el muto te teme, así que tienes tanta culpa como yo por no querer detenerlo creyendo que era lo mejor para ambos.

Peeta tenía razón, Gale no debió dejar que todo aquello pasara ya que para la sumisión y la humillación se necesitaban dos personas, el dominante y déspota, y quien se dejara pisotear tal y como el capitán Hawthorne se había dejado mangonear y abusar de Peeta, creyendo que hacía lo correcto.

—Tenía miedo, Peeta. —El aludido se apartó del soldado—. Tenía tanto miedo de perderte, aún sigo sintiendo temor de no poder acceder nunca más a ti. —El joven Mellark le observó, sin dejar de mecer al niño, el cual empezó a quedarse dormido—. Yo sigo preguntándome qué pasó, por qué siento lo que siento por ti, pero la respuesta ya no importa, Peeta… porque la realidad es que lo verdaderamente importante es saber si tú aún sigues sintiendo lo mismo hacía mí.

Por supuesto que lo sentía, lo amaba, la providencia sabía cuánto Peeta amaba a Gale, pero sintió que aún no era el momento de decírselo y mucho menos de bajar la guardia con el apuesto soldado, ya que lo que menos necesitaba ahora con aquel problema del homofóbico anónimo, era arrojarle mas leña al fuego y traer más problemas a su vida.

—Pues eso es algo que tú deberías saber sin preguntármelo. —Gale le miró una vez más a los ojos, acercándose lentamente a Peeta, buscando la respuesta en su mirada. —Por ahora confórmate con saber que estoy muy arrepentido de lo que te hice y espero resarcir el daño que te causé.

—Un beso resarciría mucho lo que hiciste.

—No abuses de mi buen humor, Gale. —El divertido soldado sonrió de medio lado, mostrándole una socarrona sonrisa al muchacho—. Vamos despacio, no quiero que volvamos a estrellarnos. —El capitán Hawthorne asintió, haciéndole la venia.

—Como el señor gobernador diga. —Peeta se posó del otro lado de Gale, señalando su casa.

—Me retiro, están comenzando a caer gotas y el niño ya se durmió. —Gale asintió, acercándose a Galpeet para darle un paternal beso en la frente, sin dejar de mirar a Peeta, quien supo de sobra que el soldado no dejaba de contemplarle—. Buenas tardes.

—Buenas tardes, Peeta. —El joven gobernador alzó la mirada, al darse cuenta de un celaje que se movió desde la ventana de una de las recamaras, percatándose de la mirada inquisidora de Rory, quien cerró rápidamente las cortinas, al contemplar que su hermano también le miraba—. No le hagas caso, su rabia es conmigo.

—Con ambos… sé que es con ambos, solo espero que logré superarlo. —Un flash de cámara irrumpió violentamente desde la casa de Haymitch, logrando que ambos hombres voltearan hacía la ventana de dicha vivienda, encontrándose con el hilarante semblante del ex mentor, quien mostró con total descaro la cámara fotográfica.

—¿Saben cuánto está pagando la prensa por fotos de ustedes dos juntos? —Gale se cubrió el rostro, mientras Peeta fulminó con la mirada al descarado hombre—. Mucho dinero, así que…

—Si te atreves a entregarle eso a la prensa voy a ponerte preso, Haymitch.

—Eso se llama abuso de autoridad —argumentó el ex mentor.

—Llámalo como quieras, pero ni tu ni nadie va a entregarle fotos nuestras a la prensa amarillista… ¿Me has entendido? —Pero Haymitch no pretendió dar su brazo a torcer, alegando a su favor.

—Tengo derecho a la libertad de expresión.

—Sí, en eso tienes razón… —confirmó, Peeta… introduciéndose en el patio del molesto ex mentor—. Lo que no puedes es usar mi vida personal para expresar tu derecho a la libertad de expresión, así que si veo alguna foto mía en la televisión o la prensa, iras detenido. —Peeta miró a Gale—. Tienes mi orden directa de apresar a Haymitch si se atreve a entregar esa foto. —El soldado asintió, haciéndole nuevamente la venia, confirmándole que así lo haría.

—Malditos malagradecidos, ¿así agradecen lo que he hecho por ustedes?... —A lo que Peeta respondió saliendo de la propiedad del ofuscado hombre entrando al terreno de la suya.

—Pues una cosa es agradecerte y otra dejar que te metas en mi vida… dije que no habrá exclusiva, ni fotos ni entrevistas hasta obtener lo que quiero… y lo que yo quiero es la libertad de Caesar. —Haymitch lo maldijo a todo pulmón, consiguiendo un sartenazo de parte de Effie, la cual le exigió que midiera sus palabras, arrastrándolo al interior de la casa.

—Así se habla, gobernador Mellark —respondió Katniss, saliendo por la puerta que daba al patio, acercándose a Peeta—. Esa sin duda ha sido tu mejor jugada, así que esperemos a ver qué hará Paylor con eso. —Le quitó el niño a Peeta, después de cubrirlo con la manta—. ¿Ya probaste el estofado, Gale? —El joven Mellark, volteó a ver al soldado, el cual negó con la cabeza, regalándole una sincera y amistosa sonrisa.

—Aún no… lo haré en la cena, sin duda. —Katniss, asintió.

—Te encantará, lo hicieron entre Sae y Peeta. —Ella miró al joven a su lado, el cual no podía creer lo bien que ambos se trataban.

—Sae hacía estupendos estofados y me imagino que con la ayuda de Peeta debe estar de lujo. —La chica asintió.

—Así es… —Miro nuevamente a ambos jóvenes—. Bueno… con permiso… —Se introdujo en la casa con el pequeño en brazos, dejando a Gale y Peeta solos para que se despidieran a gusto.

—Adiós… —Se despidió Peeta con un simple gesto de mano.

—Adiós, Peeta… que descanses. —El muchacho, asintió y a punto de introducirse en la casa, Gale le llamó—. ¿Peeta?... —El aludido salió de nuevo, aferrándose del marco de la puerta, esperando su acotación—. Puedo ayudarles a ambos a mudarse mañana, si quieres. —Se lo pensó por unos segundos, si decía que no, insistiría, mirando al interior de la casa, donde Katniss le incitó a responder, mirando nuevamente a Gale.

—Sí, claro… —El alegre soldado asintió, despidiéndose nuevamente de Peeta, el cual le observó marchar, deseando decirle algo más, él sabía lo que era, pero se lo guardó para sí mismo, conteniendo ese enorme deseo de decirle, cuánto lo amaba.

 

Katniss y Peeta habían logrado mudarse a la casa de gobierno, la cual, a pesar de toda la insistencia del muchacho a que no fuese nada ostentosa, era demasiado lujosa para su gusto, pero Effie estaba encantada, comenzando a planificar las fiestas que se podría realizar en aquel lugar, mientras Haymitch seguía reacio a dejar su humilde y privada casa en la aldea, aunque de vez en cuando se paseaba por la gobernación para hacerse de la dotación de whisky y licores caros que le habían enviado al gobernador desde el Capitolio, siendo el desaliñado hombre quien lo disfrutara.

Gale se había marchado el mismo día de la mudanza, despidiéndose de Peeta con un simple apretón de manos, deseando obtener de él algo más, pero ya había tentado bastante a su suerte y sin duda había tenido la suficiente como para obtener del gobernador, el derecho a volverle a hablar y sobre todo a estar cerca de él y de Galpeet.

Peeta estuvo ocupado, su agenda se fue haciendo cada vez más insostenible, ya ni podía ir a cazar con Katniss, y muy poco podía jugar con Galpeet, pero tenía que tratar de solventar lo de la mina y que esta comenzara nuevamente su producción, al igual que las cosechas que habían empezado a mostrar sus primeros brotes, alentando a los ciudadanos a realizar su parte de riego y cuidado de las mismas, ya que de ello dependía el progreso agrícola del distrito.

Aquella semana después del ataque homofóbico, las cosas se calmaron y ya no hubo represaría en su contra, la prensa estaba como loca y varias fotos de ellos dos se habían filtrado sin querer, siendo Haymitch inocente de todo aquello, ya que desde donde las habían tomado se pudo apreciar las casas de los ex tributos, imaginando que habían sido tomadas por los vecinos cercanos a ellos.

Hoy Peeta tendría una junta importante en el salón de conferencias virtual, el cual no era más que una privada habitación equipada con trece monitores, donde cada uno mostraría el rostro del gobernador de su distrito, al igual que el de Paylor, realizando una reunión de altos mandatarios, sin necesidad de tener que viajar y descuidar sus deberes.

—Me parece perfecta la propuesta de Beetee, los distritos deberían poseer una mejor red de comunicación entre ellos —alegó Paylor desde el monitor central de la sala de reuniones donde Peeta tomaba nota, mientras que otros asentían y unos cuantos simplemente leían la propuesta del nuevo gobernador del distrito tres, ya que, antes de la reunión se les había hecho llegar toda la información previamente por escrito.

—Yo no tengo ningún inconveniente en la propuesta del gobernador, Beetee —acotó el mandatario del distrito once, un alto y corpulento hombre de color, el cual miraba fijamente a la cámara—. Siempre se nos fue negada la tecnología y aunque nadie muere por no tener computadoras y sistema de comunicación a distancia, me parece que el tener en nuestras manos ese conocimiento, el futuro de nuestro distrito, nuestros hijos, podría tener una mejor educación. —Peeta dejó de redactar, mirando al frente, contemplando cada uno de los monitores, siendo el del distrito trece el único desconectado, ya que seguían en conflictos entre ellos mismos, donde al parecer, estaban divididos en la votación para gobernadores, generando un nuevo problema entre los ciudadanos del mismo distrito.

—¿Qué tiene que decir el joven Mellark? A quien hemos visto bastante entretenido escribiendo. —Aquello hizo sonreír a varios de los gobernadores, quienes le doblaban la edad a Peeta, siendo este el más joven de todos.

—Lo siento… —Se disculpó—. Usted sabe que no ando muy bien de la cabeza y temo que se me olviden puntos importantes. —Paylor asintió—. Yo por supuesto estoy de acuerdo con Beetee… necesitamos tecnología de vanguardia, de la que siempre ha gozado el Capitolio, negándosela a muchos distritos. —Varios asintieron, mientras que otros simplemente le contemplaron—. Si todos están a favor, no veo inconveniente en pasar a otros puntos importantes de la agenda. —Beetee no dijo nada, esperando la votación de cada uno de los mandatarios, quienes votaron positivamente.

—Se apoya la moción. —Todos aplaudieron menos Beetee, quien asintió haciendo una leve reverencia con la cabeza, agradeciendo el apoyo a su idea—. Y ya que el joven Mellark está tan ansioso de decir sus propuestas, nos saltaremos el orden por distrito y dejaremos que él hable. —El gobernador del distrito cuatro se quejó, al escuchar que sería Peeta quien tomara la palabra y no él.

—No, no… no tengo ningún inconveniente en que se siga el orden —alegó Peeta—. Es solo que creo que en vez de estar debatiendo nimiedades que usted misma puede solventar y decidir sin nuestros votos, deberíamos estar planteándonos el serio conflicto que existe en el distrito trece. —Ninguno dijo nada, pero la gobernadora del distrito seis, asintió con una amplia sonrisa a las palabras del joven Mellark. —Al parecer a nadie le importa que el monitor del distrito trece este apagado, pero yo no he dejado de pensar en eso.

—Los habitantes del distrito trece no quieren entrar en razón, al parecer están felices peleándose entre ellos —argumentó el odioso hombre del distrito cuatro.

—No lo creo así —respondió Peeta—. Si ellos están en conflicto debería buscarse el modo de que entre en un acuerdo común, ni siquiera se nos ha dicho porque están en contra de los postulantes.

—Pues no creo que sea algo que nos incumba —alegó el gobernador del distrito cinco.

—Se equivocan… nos incumbe a todos —respondió la mujer que comandaba el distrito seis—. Y Peeta tiene razón… ¿Qué nos garantiza a nosotros que justo ahora el trece no está volviendo a revelarse en contra del Capitolio?... —Paylor ensombreció su semblante ante aquello—. Nadie nos garantiza que ellos en verdad estén deliberando o no en su gobernador… según tengo entendido, en el distrito trece el admirarte Jenkins es quien gobierna y no creo que estén de acuerdo con que usted, presidenta, les imponga a alguien del Capitolio.

—Yo no les he impuesto a nadie —respondió ella—. Ellos jamás me enviaron a sus candidatos, así que yo supuse que no tenían a nadie en concreto, y envié a dos posibles candidatos, uno nacido en el Capitolio y el otro proveniente del mismo distrito, residenciado aquí.

—Usted era una rebelde del distrito ocho, debió imaginarse que el almirante no quería votaciones, los militares...

—El almirante Jenkins quiere más que la gobernación del distrito trece —interrumpió Paylor al joven Mellark, quien le observó bastante molesto—. Y no pienso permitir su sublevación.

—Y mucho menos que le quite a usted su puesto… ¿No es así? —Paylor abrió grande los ojos, al escuchar tan directa insinuación de su parte, siendo Beetee y los gobernadores del distrito seis y el del dos quienes sonrieran ante las sinceras palabras del muchacho—. Yo entiendo perfectamente su posición, presidenta, pero no creo que escondiéndose detrás de su lujoso escritorio vaya a lograr que culmine este conflicto.

—Me estás acusando de negligente. —Peeta negó con la cabeza.

—No, pero ya no veo en usted la comandante rebelde del distrito ocho y si usted ya no quiere luchar de frente al enemigo y con arma en mano yo sí, así que pido permiso para viajar al distrito trece y mediar con el almirante y los rebeldes que están en contra de él. —Cada uno de los gobernadores miró incrédulo al monitor que mostraba el rostro del muchacho, mientras que el odioso hombre del distrito cuatro, se mecía de un lado a otro sobre su silla, como si deseara que el muchacho se callara y así poder tomar su turno en la reunión.

—Es muy arriesgado, Peeta —alegó Beetee.

—Lo sé, pero estoy dispuesto a ir y a averiguar de una vez por todas que es lo que quieren ambas partes y tratar de conseguir una mediación entre ambos bandos y terminar de una vez por todas con este conflicto. —La gobernadora asintió.

—Yo apoyo la moción del joven Mellark —alegó la sonriente mujer que comandaba el distrito seis—. Es peligroso, es cierto… pero creo que Peeta tiene la suficiente experiencia en diplomacia. Sé que tiene una lengua muy hábil y sabrá mediar con ambas partes. —El joven asintió, agradeciendo el apoyo de la amable dama.

—Pues si es lo que quieres, te apoyo también, Peeta —argumentó Beetee.

—Yo también… —El gobernador del distrito ocho, el serio hombre de color que comandaba en aquel lugar, apoyó a Peeta, quien agradeció de antemano su voto.

—Mis hombres han estado en el distrito trece, gobernador Mellark, no es un lugar a donde se pueda ir de campamento, ellos ya no necesitan estar bajo tierra y como ha podido ver en los noticieros el conflicto armado esta a la orden del día —comentó el mandatario del distrito dos, el cual era un militar de alto rango.

—Pues espero contar con sus muy bien entrenados agentes de la paz para eso. —El hombre asintió, poniendo a sus órdenes a sus hombres.

—El escuadrón 561 le escoltará junto a un gran número de agentes de la paz…

—Yo tengo entendido que el escuadrón 561 es la escolta de la presidenta Paylor. —Interrumpió Peeta las palabras del gobernador del distrito dos, donde se encargaban de formar a los mejores agentes de la paz de todo Panem.

—Pues ahora serán tu escolta, Peeta. —El pasmado muchacho miró la socarrona sonrisa de la presidenta, quien no iba a dejar pasar la oportunidad de juntar a Gale y a Peeta y sobre todo, darle a las masas lo que estaban pidiendo, la reconciliación de los Sinsajos—. El capitán Hawthorne será de ahora en adelante tu escolta.

—Pero…

—Tómalo o déjalo… —sentenció—. Si te rehúsas a la escolta te negaré el permiso a mediar con ambas partes en conflicto. —Peeta no dejó de mirarla con ganas de espetarle lo mucho que la detestaba—. ¿Y bien?... —El joven dejó escapar el aire en sus pulmones.

—Bien, acepto… —Paylor sonrió triunfante—. Iré con el escuadrón del capitán Hawthorne. —A lo que la presidenta argumentó.

—Y con el grupo periodístico de Cressida. —Peeta no pudo creer lo manipuladora que podía llegar a ser aquella mujer, negando con la cabeza a sus exigencias—. Entonces no irás.

—No es justo… —gritó Peeta, completamente fuera de sí—. Esto es algo realmente importante, estoy tratando de ser mediador de un conflicto bélico y usted solo quiere entretener a su público.

—No sé de qué me hablas.

—Claro que sabe perfectamente de lo que le hablo. —Peeta golpeó enérgicamente la mesa—. Sabe que todo Panem quiere vernos juntos, les carcome el cotilleo y eso es rating para los programas de Plutarch, no voy a caer en su juego… si cree que…

—¿Peeta?... —llamó la gobernadora del distrito seis, pero el ofuscado muchacho siguió despotricando a los cuatro vientos todo el desprecio que sentía hacia la mujer, llamándola manipuladora y un sinfín de adjetivos que para él, la describían a la perfección—. ¡Peeta!... ¡Cálmate, por favor!... —El chico dejó de despotricar su odio hacia Paylor, la cual simplemente le contempló sin decir ni una palabra—. No dejes que todo esto que ha pasado con el capitán Hawthorne te descontrole, nos has demostrado que tienes más humanidad, inteligencia y compasión que cualquiera de nosotros a pesar de tu corta edad...

El tembloroso joven no miró a ninguno de los monitores, tomó nuevamente asiento, ya que ante el altercado se puso de pie sin tan siquiera darse cuenta, sentándose una vez más en su cómodo asiento reclinable, recostándose de él, mirando a un punto muerto, tratando de calmarse.

—Eso sin duda es de admirar. —El chico mordisqueó sus labios, tratando de controlar el mal sabor de boca que tenía ante el altercado, escuchando a la dulce y sonriente mujer—. Hasta nos has demostrado que a pesar de tus inclinaciones sexuales eres más hombre que muchos de los que están aquí, ya que ninguno se ha dignado a hacer lo que tú quieres hacer. —Beetee solo sonrió sin sentirse ofendido en lo más mínimo, ya que él si deseaba hacerlo pero su impedimento físico lo limitaba, mientras que el del once y el del dos, fruncieron el ceño sin decir nada, siendo el del cuatro quien despotricara a los cuatro vientos que nadie le iba a llamar poco hombre en su cara—. El punto es… —notificó la impertérrita mujer, alzando la voz por sobre la del insufrible mandatario—... que no importa lo que quieran los demás, sino lo que tú quieras.

Paylor no parecía muy contenta con las palabras de la sexagenaria mujer, pero se aguantó aquello, ya que lo que nadie sabía en aquella reunión, era que Plutarch guiaba cada uno de sus movimientos tras bastidores, sentado frente a ella, siendo testigo silencioso de la reunión.

—¿Qué quieres tú, Peeta?... —preguntó la amable gobernante del distrito seis.

—Yo quiero un Panem libre… —El chico miró el monitor de su interlocutora, la cual le sonrió—. Quiero que cada día seamos más humanos, que nos toleremos, que se acaben los conflictos, que…

—Quieres el país de las maravillas… eso es algo que no es posible, niño —espetó el grosero hombre del distrito cuatro.

—No es posible para personas como usted —vociferó Peeta, mirando con el ceño fruncido al insoportable hombre—. Por personas como usted es que estamos como estamos, no sé cómo llegó a ser gobernador de su distrito, pero ni usted, ni su mal humor y su negativa forma de pensar va a cambiar la mía.

—Pues demuéstrales a todos, incluso a nuestra respetable presidenta que puedes, con o sin sus trabas, con o sin sus reglas, y estoy segura que el capitán Hawthorne te apoyara al cien por ciento. —Peeta no pudo evitar ruborizarse ante aquello—. Ya tienes el voto de la mayoría, qué más da con quién vayas, tú tienes un objetivo, abórdalo y punto, que los demás no te detenga. —El joven asintió, agradeciendo sus amables y dulces palabras, las cuales consiguieron lo que trataban, calmar al ofuscado muchacho.

—Lo haré… —Miró el monitor de Paylor—. Iré con quien usted diga. —La presidenta asintió—. Y ya que terminé teniendo la palabra, quiero saber si usted ya tiene en sus manos la petición del indulto de Katniss. —El aún molesto mandatario del distrito cuatro bufó por la nariz, arrojando de mala gana la pluma fuente que sostenía en su mano derecha.

—Sí, así es… ya pasé el caso a legislación y están evaluándolo. —Peeta asintió—. Así como también el indulto a Caesar. —Aquello sin duda no lo esperaba, percibiendo que el estómago se le comprimía, sintiendo arcadas—. Veremos cuál sale primero.

—Pues espero que el de Katniss, es mi prioridad.

—¿Ahora es tu prioridad? —El joven Mellark asintió, tratando de no perder nuevamente la calma frente a Paylor—. Pues ya veremos… por ahora ambos están en tela de juicio. —Peeta supo que Paylor no jugaría limpio y trataría que el de Caesar saliera primero—. ¿Alguna otra petición o sugerencia? —El chico negó con la cabeza—. Pues entonces démosle la palabra al gobernador Bleed, el cual está a punto de sufrir un ataque de úlcera gástrica. —Varios rieron, lo que consiguió miradas de desprecio por parte del irritado hombre, siendo Peeta quien hablara.

—Pues si la agenda va tal cual la han enviado en la documentación mi voto es “Sí” a todo menos a un solo punto —notificó Peeta incorporándose de su puesto—. No apoyo la moción del gobernador Bleed de realizar unos simbólicos Juegos del Hambre con los prisioneros de guerra que estuvieron a favor de Snow. —Todos comenzaron a buscar el documento en cuestión, ya que al parecer, no se habían tomado el tiempo de leer los puntos a tratar con anterioridad—. Por personas como usted es que seguimos sembrando odio, así que mi voto es un “no” rotundo.

Muchos parecían estar indignados ante aquello, mientras Paylor simplemente se frotó la frente, en un gesto de hastío y cansancio. Beetee negó una y otra vez con la cabeza, releyendo el documento pertinente, siendo el ofuscado hombre quien tomara la palabra.

—Pues a mí me parece que es una oportunidad única de atraer a las masas a algo más que no sea tu… peculiar... relación con el soldadito. —Peeta sintió como si le hubiesen inyectado una buena dosis de veneno de rastrevíspulas, donde se imaginó al muto que vivía dentro de él, arrancándole la cabeza con sus propias manos, arrojándosela a una jauría de bestias salvajes—. Pensé que serías el primero en decir que , así te deshaces de la prensa.

—Pues por mi parte es un “NO” y no tengo nada más que agregar a eso, salvo una sola cosa. —Se acercó al teclado digital que manejaba la sala virtual, pulsando el botón de culminación de reunión, donde una segunda ventana se abrió en el teclado táctil, mostrándole al joven Mellark dos botones, el de aceptar y el de cancelar, argumentando a continuación—. Prefiero que la televisora me atormente por el resto de mi vida, a que en Panem se realicen unos nuevos Juegos del Hambre. —Cada uno de los gobernadores le aplaudió, asintiendo a sus palabras—. Y algo más, señor gobernador —espetó Peeta de mala gana—. El soldadito tiene rango y apellido… espero que para una próxima oportunidad se refiera a Gale como el capitán Hawthorne.

Y allí estaba Peeta, demostrándoles a pesar de todo, el inmenso amor que aun sentía por Gale, pulsando decididamente el botón de aceptar, culminando la transmisión por su parte, después de notificarles a todos que su tiempo era limitado y quería pasar el resto del día disfrutando de sus seres queridos. Salió rápidamente de la sala de juntas, encontrándose en la puerta con Katniss, Effie y Haymitch, quienes intentaron hacerse los locos, unos aseando los objetos decorativos del pasillo, mientras que otros le hablan a Galpeet, intentado no mirar la molesta cara del muchacho.

—¿Me estaban espiando?... —Los presentes negaron con la cabeza, haciéndose los desentendidos—. Esto es inaudito. —Peeta se acercó a Katniss, quitándole al pequeño, llevándolo consigo hasta el pasillo que daba a las afueras de la gobernación, deseando tomar aire fresco—. Pues supongo que no tengo que contarles mucho —alegó Peeta, al sentir como todos le seguían.

—Pues no escuchamos toda la reunión —notificó Katniss, quien era de los tres, la que le seguía de cerca—. Pero en verdad me parece peligroso que quieras mediar en las cosas del distrito trece. —A lo que Peeta respondió saliendo al jardín de la casa, en busca de un lugar agradable donde sentarse.

—Es lo que haré, Katniss, no hay vuelta atrás. —Haymitch y Effie se miraron, el uno al otro siendo el atolondrado hombre quien hablara.

—Iré contigo. —Peeta negó con la cabeza.

—Me basta y me sobra con tener que lidiar con Gale. —Las tres personas que le seguían le miraron algo extrañados, mientras el calmo joven se sentó junto a los rosales—. Paylor ha asignado al escuadrón 561 como mi escolta personal. —Aquello sorprendió tanto a Effie como a Katniss, siendo Haymitch el único que sonriera.

—Por eso no quieres que te acompañe, ¿no es así, pillín? —Peeta lo fulminó con la mirada.

—No seas idiota, Haymitch… lo menos que quiero es darle el gusto a las televisoras de que suban su rating con mi vida privada. —Haymitch no dejó de sonreír—. Pero si es la única forma de que Paylor me deje ir, aceptaré. —Por supuesto Peeta no lo diría, pero su corazón no dejó de latir ante el simple hecho de saber que viajaría con Gale, teniendo que pasar todo el tiempo a su lado—. Así que es mejor que te quedes y me cubras desde acá, necesito que incites a Paylor y a Plutarch a que movilicen lo del indulto de Katniss. —La aludida le sonrió—. Ambos indultos ya han pasado a manos del juzgado.

—¿Ambos? —preguntó Katniss.

—Sí, así es. —Peeta sonrió al fin al ver como su hijo intentaba tomar una de las rosas cercanas—. Introdujo también el de Caesar. —Todos abrieron desmesuradamente los ojos, sin saber qué decir, si alegrarse o no, ya que al parecer, aquello tenía un poco molesto a Peeta.

—Pues era lo que querías ¿No?... —preguntó Haymitch.

—Sí, así es… lo que me incomoda es por qué lo ha hecho justo ahora.

—Tú le diste el motivo, Peeta —argumentó Katniss—. Ahora solo es cuestión de esperar. —Ambos jóvenes asintieron, observando al niño deshojar la rosa que había logrado atrapar entre sus inquietas manos.

—¿Y para cuando viene, Gale? —preguntó Effie.

—No lo sé, debemos esperar a que la presidenta organice todo con Cressida. —La extrañada mujer de cabellos rubios y peinado estrafalario, preguntó el porqué de la presencia de la reportera—. Pues ella no dejará sin entretenimiento a su pueblo, ¿no es así?... —Katniss tornó el rostro serio al saber lo que la maldita vieja se estaba tramando con todo esto—. Ni modo… amanecerá y veremos.

Cada uno elucubró sobre todo aquello que se le avecinaba al joven Mellark, Katniss pensó en la posibilidad de tener el indulto antes y así poder acompañarle, pero lo cierto era que Galpeet estaba aún muy pequeño como para dejarlo en manos de alguien más que no fuera Gale o Peeta, mientras Haymitch y Effie pensaban exactamente lo mismo, ambos debían ir al Capitolio y tratar de que Plutarch no se hiciera el loco con la promesa que le había hecho tanto a ellos como al capitán Hawthorne sobre obtener el perdón de la joven Everdeen, siendo Peeta el único en pensar en que a pesar de todo, el amor que había nacido entre Gale y él, había traído tantas cosas buenas y eso sin duda era un punto positivo a favor, para un posible y anhelado perdón.

 

NOTA: Sé que están deseosos de seguir disfrutando de este fanfic, el cual he hecho con mucho cariño para ustedes, pero me encuentro en la última etapa de mi cuarto libro de la saga “El reflejo púrpura”, y si mis seguidores en Amazon han tenido la paciencia suficiente como para esperarse más de un año... espero que ustedes la tengan para esperar unas semanas los capítulos culminantes de este slash. ¡Gracias!

 

 

 


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