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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 22 __

Después de tomar una ducha rápida en cuartos de baños separados, Gale y Peeta comenzaron a vestirse, sentados en sus respectivas camas individuales, donde a cada tanto Gale contemplaba como los arremolinados cabellos dorados de Peeta, caían desperdigados sobre su agraciado rostro, lo que lo hacía ver deliciosamente seductor, mientras que Peeta observaba disimuladamente los músculos abdominales del soldado, aquellos que se marcaban perfectamente en lo bajo de su torso, mientras que los bíceps y tríceps se acentuaban justo cuando el capitán comenzó a atar los cordones de sus botas militares.

“Esto es una completa tortura”, pensó el joven gobernador, quien trataba de enfocarse en su atuendo, alisándole lo mejor que puso sobre la cama, mientras Gale observaba los gruesos brazos de Peeta, deseando tenerlos alrededor de su cuerpo, cobijándole como lo había hecho en el pasado.

“Es tan apuesto… tan bello, no puedo soportarlo”. Gale comenzó a sentir como su hombría le estaba jugando una mala pasada, apretando con fuerza su entrepierna, observando hacia otro lado, justo cuando Peeta le dio una rápida mirada, contemplando como el soldado parecía estar sudando y con algún tipo de dolor o eso pensó el muchacho.

—¿Estás bien? —preguntó el asustado gobernante, acercándose a Gale.

—No, no estoy bien. —Apoyó los codos sobre los muslos de sus piernas, aferrándose los cabellos, mirando al suelo—. Estoy intentando contenerme. —Peeta se fue acercando a Gale, quien levantó el rostro al ver los zapatos de su amante, acercarse a él—. Es difícil para mí no desearte como te deseo. —El joven Mellark sonrió por demás complacido.

—No creas que yo soy de hierro, Gale. —El aludido no pudo evitar que sus ojos se enfocaran en la entrepierna del muchacho, la cual mostró un protuberante bulto, el cual había crecido a causa de su candente imaginación—. Desde que me besaste en el despacho, no he hecho más que pensar en tenerte. —Se acercó a Gale, quien alzó la mirada para verle, apartando las piernas para darle espacio a Peeta, para que se acercara—. Te deseo. —El soldado no pudo controlarse más, tomando a Peeta por el pantalón, intentando arrojarlo sobre su cama, consiguiendo que el muchacho se resistiera un poco pero al final, cedió ante aquel forcejeo, dejándose tumbar sobre el colchón.

—La cena… —alegó el joven Mellark, tratando de detenerlo.

—Puede esperar. —Y antes de que Peeta refutara sus palabras, se arrojó sobre él, devorando los delgados labios del muchacho con total anhelo, acariciando su desnudo pecho, ya que ambos solo se habían logrado poner los pantalones y los zapatos, postergando la postura de sus respetivas camisas, admirando la desnudez del otro.

—Nos deben estar esperando… —refutó Peeta, pero Gale no pretendía darle tregua, mordisqueando su boca, su mentón, su cuello y hasta el lóbulo de su oreja, lo que consiguió que Peeta se estremeciera y su ya predispuesto pene se tensara aún más de lo que ya estaba—. Mmm… Creo que después de todo sí pueden esperar unos minutos por nosotros… ¿no? —Gale no respondió y Peeta tampoco esperó su respuesta, simplemente dejó que su cuerpo sintiera lo que deseaba sentir, entregándose a aquel beso que mantuvo a ambos por largo rato, saboreando la boca del otro.

—Te deseo demasiado —notificó Gale entre susurros, comenzando nuevamente a saborear el cuello de Peeta, apretando con fuerza su entrepierna sobre la del muchacho, el cual empujó impetuoso su pelvis hacia arriba, para demostrarle a Gale lo mucho que lo anhelaba—. Eso me gusta. —Peeta sonrió, al ver como el soldado le contemplaba, lujurioso y deseoso de él.

—Quiero resarcir todo el daño que te hice, Gale. —El aludido negó con la cabeza, posando el dedo índice sobre los labios de Peeta, para hacerlo callar.

—Ya olvídalo. —Pero Peeta estaba decidido a redimirse con su amado capitán.

—Quiero hacerte olvidar todo el mal que te hice en las ruinas. —Peeta empujó a Gale para que cayera sobre la cama, siendo el chico quien ahora tomara el control de todo—. Lo siento tanto, Gale —El soldado volvió a negar con la cabeza.

—No tienes por qué disculparte, yo ya lo he olvidado. —A lo que Peeta respondió, comenzando a desabotonar su pantalón.

—Pues veamos qué tan cierto es eso. —Sacó el ya endurecido sexo del soldado, masajeándolo enérgicamente desde la raíz hasta la punta, sin dejar de mirar los lujuriosos ojos de Gale, quien dejó que su cabeza cayera sobre el colchón, apretando con fuerza los párpados, entregándose al placer que le brindaba el muchacho.

—Hazlo. —Gale deseaba que Peeta chupara su endurecido pene, el cual anhelaba las atenciones de aquella deliciosa y ya profesional boca del rubio joven, quien no se lo pensó mucho para introducir el monumental miembro dentro de su cavidad bucal, succionando con total deleite el cavernoso sexo del soldado, el cual se estremeció de gusto al volver a sentir el placer de tener a Peeta con él, amándose y entregándose al placer desmedido que ambos sentían en aquella relación que se había creído perdida para siempre—. Mmm… Sí, sí... no sabes cuánto había deseado esto.

Peeta también lo había deseado con locura, todas las noches se despertaba bañado en sudor ante los sueños húmedos que le embargaban, donde ni el agua fría ni los intentos por aliviar su excitación con simples masturbaciones, consiguieron lo que obtendría ahora, descargar todas las ansias que sentía por Gale y el anhelo de borrar de su cuerpo aquel mal recuerdo ante el ultimo y vengativo encuentro sexual.

El hambriento gobernador no dejó de saborear las carnes de su amado capitán, mientras liberaba su pene de la apretada tela de su pantalón y su ropa interior, dejando que su empalmado miembro se extendiera todo lo que pudo fuera de su prisión, acariciándolo enérgicamente, sin dejar de darle las atenciones pertinentes al sexo de Gale, quien no pudo controlar sus jadeos, pidiendo más de aquella intensa felación.

—Más… quiero más… —rogó Gale, aferrando los despeinados cabellos de Peeta, incitándolo a introducir aún más su tensado pene dentro de su húmeda, cálida y experta boca, la cual no se cansó de lengüetear, chupar y lamer aquella delicia de hombría, sin dejar de atender las necesidades de su propio miembro, disfrutando de las descargas de placer que cosquillearon desde sus testículos hasta lo largo de su venoso pene, consiguiendo que expulsiones involuntarias de pre-cum aliviaran un poco aquellas ansias de hacerlo suyo y demostrarle justo como Gale le había demostrado a él que la penetración no era algo doloroso sino verdaderamente placentero si se hacía correctamente.

“Voy a devolverte la confianza en mí, Gale”, pensó Peeta, sacando el rígido sexo de Gale de su boca, relamiendo desvergonzadamente sus labios, frotando tanto su pene con el del soldado, con movimientos rápidos y rítmicos, observando cómo Gale se estremecía de gusto, aferrándose a las sábanas.

Peeta soltó ambos miembros, comenzando a halar el pantalón de Gale para bajarlo un poco más, recostándose sobre él, posado su duro pene sobre el del soldado, quien le cobijó entre sus musculosos brazos, apretándole aún más a su cuerpo, donde ambos volvieron a entrelazar sus bocas en un hambriento beso que solo deseaba demostrar el deseo y el amor que ambos hombres sentían, sin importarles que en media hora debían de estar sentados a la mesa con el almirante Jenkins, entregándose todo lo que se estuvieron negando en los últimos meses.

—Te amo, Gale.

—Y yo te amo a ti, Peeta. —Gale introdujo sus manos por el pantalón del muchacho, acariciando sus bien torneadas nalgas, incitando a mover su pelvis y conseguir que ambos penes se frotara entre sí—. Ya no puedo soportarlo más.

—Ni yo… —respondió el joven Mellark, suspirando para calmar sus ansias, colocándose de medio lado sobre la cama, aferrando a Gale por el brazo, incitándole a ponerse de medió lado y frente a él—. Ven aquí. —Gale pretendió besarlo, pero Peeta lo haló un poco más, consiguiendo que el extrañado soldado quedara con el pecho sobre el colchón y de espalda a él—. Voy a demostrarte lo rico que se siente… —El cuerpo de Gale se tensó—… y que no es como tú crees o como te lo hice sentir. —Peeta besó nuevamente los labios del soldado, quien no pudo articular palabra alguna, ya que desde lo ocurrido, se había jurado a sí mismo que si Peeta lo perdonaba, lo complacería en todo, pero aquello sin duda era algo para lo que él no estaba preparado

Mientras se besaban, Peeta acarició los duros glúteos de Gale, consiguiendo que el cuerpo del soldado se tensara aún más, tanto como se había tensando el pene del joven Mellark, al imaginarse dentro de Gale, devolviéndole la confianza en él, ya que en su revuelta cabeza, aún no cabía la idea de que al capitán Hawthorne, todo lo ocurrido le hubiese afectado como en realidad lo había hecho.

—Peeta… —Gale intentó hablar pero el joven gobernador se lo impidió, besándole nuevamente en los labios, aferrándole de los cabellos, colocándose un vez más sobre el cuerpo del soldado, dejando que su duro miembro reposara entre ambas nalgas.

Mordisqueó, lamió y besó el cuello de Gale, quien simplemente cerró sus ojos, recostándose sobre el colchón, dejando que el muchacho lo llenara de atenciones, intentando relajar su cuerpo, pero los recuerdos se le agolparon en la cabeza, trayéndole de vuelta aquel desagradable recuerdo de las ruinas, donde el muto, no solo lo había humillado, sino lo había lastimado tanto que por un tiempo, la sola idea de defecar lo traía de los nervios.

—Peeta… —Volvió a llamarle, pero el chico simplemente comenzó a bajar, llenándole la espalda de besos, hasta llegar a sus posaderas, besando una y luego la otra, intentando acceder al estrecho orificio con su lengua—. No… —Aquella negación salió lánguida de los labios de Gale, quien cerró sus ojos, tratando de recordar cada momento grato con Peeta, pero el recuerdo de lo último que ambos vivieron en las ruinas volvió a socavar en sus memorias, sintiendo como su cuerpo se tensó aún más, percibiendo las delicadas lamidas de Peeta como aguijonazos punzantes, temblando sobre el colchón, tratando de controlarse.

Por supuesto el joven gobernador no se percató de nada, el chico simplemente disfrutó del sabor del cuerpo de Gale, siendo aquel pequeño orificio algo que el muchacho no había tenido la dicha de degustar como él tanto lo había deseado, siendo el muto quien le robara aquel anhelo.

El chico apartó el rostro del delicioso trasero de Gale, colocándose nuevamente sobre el soldado, después de escupir desvergonzadamente sobre la palma de su mano y humedecer con su saliva todo el largo de su sexo, tomando posición sobre el cuerpo de su amado, colocando la punta de su sexo entre ambas nalgas, lo que consiguió un respingón de parte de Gale, aferrándose con todas su fuerzas a las sábanas.

—Relájate… —Comenzó a empujar poco a poco su duro y grueso sexo dentro del tensado trasero del Gale, quien no pudo soportarlo más, temblando sin control alguno, aferrando a Peeta de ambos brazos, aquellos que rodearon el torso del soldado.

Por unos segundos, Peeta no supo interpretar aquello, pero al darse cuenta de cómo Gale mantuvo los ojos cerrados, y como los nudillos de sus manos se acentuaron aún más ante la aprensión, pudo percatarse de lo mal que la estaba pasado, apartándose rápidamente del convulso cuerpo, aquel que no paraba de temblar.

—¿Gale?... —llamó el asustado muchacho a su amado—. ¡Gale!... abre los ojos, por favor. —Pero el soldado siguió tenso sobre la cama, dejando que las lágrimas hablaran por él, lo que consiguió que Peeta le abrazara, disculpándose una y otra vez con el tembloroso militar—. Perdóname, lo siento… no se qué ha pasado por mi cabeza, pensé que a lo mejor si te demostraba lo rico que se siente la penetración… yo… yo podría hacerte olvidar.

—Está bien, Peeta —habló en voz baja y lenta, el lloroso soldado—. Yo dije que todo estaba olvidado. —Peeta se apartó un poco de Gale para verle al rostro—. Pero creo que mi cerebro aún se resiste. —El joven Mellark comenzó a llorar, disculpándose nuevamente con Gale, atrayéndolo hacía él, cobijándole entre sus brazos—. Mi corazón no ha dejado de amarte y mi cuerpo te desea, pero… —Suspiró para controlar su llanto—… mi mente sigue jugándome malas pasadas y el dolor físico parece volver ante los malos recuerdos.

Ambos lloraron en los brazos del otro, Peeta acariciándole el oscuro cabello a Gale, mientras que el soldado se aferró del torso del apuesto gobernador, quien le cobijó con aquellos gruesos y fuertes brazos que el capitán tanto había anhelado, y aunque el gallardo militar era un hombre rudo, con temple y mal carácter, dentro de aquel par de extremidades, se sentía indefenso y deliciosamente seguro.

—¿Peeta, Gale?... La cena va a comenzar. —La voz de Johanna, los hizo volver a la realidad, donde los dos enjugaron sus lágrimas, dejando sobre la cama las ganas de amarse y la fragilidad sentimental de ambos hombres, vistiendo no solo sus trajes de etiqueta militar, sino también, sosteniendo la careta de la dureza, el temple y la entereza que los caracterizaba como el imponente capitán Hawthorne y el tenaz gobernador Peeta Mellark.

 

El almirante Jenkins les había ordenado a los Sinsajos sentarse uno frente a otro, apartándolos para estudiarlos mejor, sin que uno fuese el apoyo del otro, pero lo que el odioso hombre no sabía, era que al hacer eso, empeoraba aún más las cosas a su favor, que si los mantuviera juntos, ya que tanto Gale como Peeta, al estar separados, se convertían en tributos, dispuestos a darle batalla a su contrincante en la arena, en este caso, en el campo de batalla del distrito trece, al almirante.

La prensa no pudo grabar la cena, prohibiéndoles las cámaras en dicha reunión, pero Cressida había escondido en su ropa un micrófono y con este comenzó a grabar todo en un dispositivo a distancia, el cual se encontraba en su barraca.

La oficial Mason y la escolta militar les acompañaban, siendo Johanna la que se sentara junto a Peeta, mientras que Jackson y Stuart flanqueaban a Gale, siendo el piloto, el oficial Callahan, quien se sentara del otro lado de Peeta, y junto a Jenkins.

—La mercancía es de primera, capitán —acotó el serio hombre, después de haber tragado su primer bocado—. Pensé que no lo traería.

—Cumplo mis promesas, almirante. —Gale miró a Peeta, pero el chico parecía estar concentrado en su comida o eso pensó el soldado—. Pero no creo que haga falta que use lo que le traje.

—Eso lo decido yo, capitán —espetó el odioso hombre, consiguiendo que Peeta enfocara sus ojos en él—. Ahora solo necesito que el joven Mellark haga su pantomima protocolar con los rebeldes y así saber quién está detrás de la rebelión—. Gale enfocó raudo sus ojos en el muchacho, quien no dejó de mirar al almirante, el cual retomó su ingesta de comida, como si no hubiese dicho nada.

—¿Mi pantomima protocolar? —El hombre de cabellos canoso y ceño fruncido asintió, gesticulando los brazos.

—Sí, sí… ya sabe… todo eso de alzar bandera blanca en los suburbios noroeste del distrito y conseguir hablar con la cabecilla de los rebeldes y entregármelo en bandeja de plata. —Gale deseó enterrar su cabeza en el plato de comida, pero simplemente se limitó a picar su carne, comenzando mentalmente una cuenta regresiva a la espera de la explosiva respuesta de Peeta, la cual no se hizo esperar.

—¡Vaya!... no pensé que usted fuese tan incompetente como para necesitar al bufón del distrito doce para sacar al cabecilla del los rebeldes de su madriguera. —Gale apretó los labios, mientras que Callahan y Johanna se hicieron los locos, siendo los reporteros los únicos que miraran al almirante, quien dejó los cubiertos a cada lado del plato, fulminando a Peeta con la mirada—. Yo no vine aquí a ayudarle a usted a capturar a los rebeldes, yo vine porque quiero…

—No me interesa lo que usted quiera, muchachito. —Aquello de llamarlo tan despectivamente niño o muchacho estaba cabreado a Peeta—. Soy el almirante y aquí se hace lo que yo diga.

—Y yo soy el gobernador Peeta Mellark, almirante… que no se le olvide. —Callahan le dio un rápida mirada a Johanna por sobre Peeta, contemplando la amplia sonrisa de desgraciada que tenía, comiendo como si no estuviese sucediendo nada—. No soy el niño o el muchachito “ese”, tengo nombre y apellido, y si vuelve a menospreciarme como el mandatario que soy, juro que…

—¿Qué?... —preguntó el prepotente hombre fulminando a Peeta con la mirada.

—Que dejaré que el muto le dé una paliza. —Tanto Johanna como Gale escupieron el buche de comida ante aquello, mientras Jackson y Stuart se miraron a las caras sin saber a qué demonios se refería el muchacho, mientras Pollux contempló a Cressida, alzando una ceja a modo de ironía.

—No sé de qué me habla.

—No creo que quiera saberlo —respondió Gale—. Ya trajimos el cargamento, ahora déjenos a nosotros hacer nuestro trabajo. —A lo que el odioso y altanero hombre respondió.

—Mañana a las ochocientas horas, usted y su escuadrón serán escoltados por mis hombres hasta donde creemos que se encuentran los rebeldes, hemos enviado señales de radio en varias frecuencias, anunciándoles su llegada. —Tanto Gale como Peeta se miraron, pensando en lo mismo, en que a lo mejor aquello no había sido lo más prudente.

—¿Los puso en sobre aviso? —preguntó Peeta observando al almirante, quien negó con la cabeza.

—Solo fingimos conversaciones sobre su supuesta llegada al distrito… ¿Cómo creen ustedes que los rebeldes saldrán de su escondite sin tener un motivo?... ellos no saben que el gobernador vendría. —Peeta siguió comiendo, dándole la razón a Jenkins, aunque no lo hizo verbal—. ¡Por cierto!… no sé si fue buena idea ponerlos en la misma barraca —comentó el líder militar, mirando a Gale y luego a Peeta—. No quiero que se trasnochen y… —Sonrió con socarronería y cierta burla—... tengo entendido que ustedes dos se entienden o eso he visto en la nauseabunda programación del Capitolio.

Al decir aquello, su tono de voz denotó cierto asco al referirse tanto a las excentricidades del Capitolio como a los gustos sexuales de ambos hombres, quienes lo miraron sin tan siquiera parpadear.

—Así que espero que se comporten y duerman temprano, ya que necesito que se levanten a las seiscientas para que desayunen y se reúnan conmigo. —Gale deseaba espetarle todo el odio que sentía hacia el desagradable hombre, siendo Peeta quien hablara.

—¡Oh, no se preocupe, almirante!... Gale y yo ya tuvimos sexo antes de la cena. —El canoso hombre abrió desmesuradamente los ojos, mientras Jackson y Stuart dejaron caer los cubiertos, siendo Johanna quien soltara una carcajada y Callahan intentara cubrirse el rostro con su mano derecha, apoyando el codo del brazo sobre la mesa, haciéndose el desentendido—. Así que después de la cena, conversaremos un rato más con usted para que nos ponga al tanto de lo que ha ocurrido en el distrito y luego nos iremos directo a dormir.

Peeta retomó su cena, comiendo con total deleite, mientras Cressida y Pollux hablaban entre señas, y el segundo camarógrafo simplemente se limitó a observar todo, siendo Gale quien le exigiera a Johanna que dejara de reírse como loca, intentando que el rubor en sus mejillas no delatara su vergüenza ante lo dicho por su amado chico del pan.

—¡Ja!.. —Una escueta risa monosílaba se escapó de la garganta del almirante, quien no dejó de observar a Peeta como lo hacía—. El mucha… —Jenkins detuvo su despectivas palabras para con el joven Mellark, al ver como este le observaba—... el gobernador tiene carácter y es atravesado, eso me gusta. —Peeta no dejo de mirar su comida, engullendo otro bocado con total calma—. Veremos qué tan valiente es mañana.

Peeta no dijo nada, simplemente se limitó a comer, recordando un refrán que siempre decía su madre “Perro que ladra no muerde”, haciendo alusión a las personas que hablan mucho y hacen poco, limitándose a simplemente callar, esperando el momento propicio para demostrare al petulante soldado, que él no solo era un perro bravo, sino que también, era el más astuto.

 

A las seis de la mañana, Gale y Peeta se encontraban ya despiertos, esperando a que los demás se levantaran, siendo Johanna y Callahan los únicos del escuadrón protocolar reunidos con ellos a la hora prevista por el almirante, el cual se paseó de un lado al otro frente a la mesa donde desayunaban, mostrándoles un mapa virtual de la zona a explorar.

—Nosotros creemos que la base rebelde esta aquí. —Señaló en el holograma, lo que parecía ser un edificio derrumbado a medias, el cual permanecía de medio lado sin querer caer por completo—. Debajo de este edificio. —Peeta se acercó al mapa, preguntando dónde se encontraba la base militar donde se hallaban justo ahora—. Aquí. —Mostró Jenkins la zona más resguardada del distrito trece—. Están más o menos a una hora y media de distancia si van en auto.

—Pues no queda de otra —alegó Gale, después de beber de su taza de café—. No quiero realizar nuevamente una maniobra como la que ejecutamos para entrar aquí. —Peeta asintió, observando el sonriente rostro de Callahan, justo cuando Jackson y Stuart llegaban con caras de trasnocho, disculpándose por la tardanza.

—Siéntense —exigió Jenkins a los recién llegados, quienes tomaron asiento sirviéndose café y tomando cada uno un bollo de pan—. Es mejor ir vía terrestre, los malditos son expertos en hacer caer nuestras naves.

—Artilleros —notificó Johanna, mirando a su superior, el cual asintió a sus suposiciones—. ¿Tienen ustedes algún registro de los soldados que le servían, almirante? —El hombre asintió, acercándose a la pantalla táctil detrás de él, buscando en los archivos.

—Tuvimos varios enfrentamientos y han muerto hombres de bando y bando en varias de las contiendas, no tengo la certeza de cuáles de los faltantes están muertos y cuántos han desertado y cambiado de bando, pero después de lo ocurrido, pedí una lista de todos los soldados que no están en la base y esto fue lo que me entregaron. —Pulsó un archivo, el cual se abrió, mostrando un listado de aproximadamente doscientos cincuenta hombres.

—Son muchos —alegó Peeta—. No podemos revisar todos los archivos.

—No tenemos que… —contestó Gale, mirando a Stuart, quien se puso rápidamente de pie, justo cuando el grupo reporteril entraba, rodeando la mesa en busca de algún asiento disponible—. Stuart viene del distrito tres, es analista en sistema y operador de programas. —El joven le pidió permiso al almirante para acceder al sistema, a lo que el serio hombre asintió, observando como el muchacho paseo hábilmente sus manos por sobre la superficie de la pantalla táctil, reduciendo los doscientos cincuenta archivos en tal solo quince, los cuales desplegó por toda la pantalla, mostrando los rostros de los posibles artilleros.

—Estos tres están descartados, yo mismo los vi morir —notificó Jenkins, observando cómo Stuart los eliminaba—. Estos dos son principiantes, debieron morir en alguna contienda. —Señaló a dos enclenques jovencitos de tan solo diecisiete años de edad, siendo descartados por el analista, justo cuando Gale notificaba.

—No juzgue a sus contrincantes por su apariencia, almirante. —Stuart pretendió restaurar los archivos, pero Gale negó con la cabeza—. A veces quienes menos creemos posible de alguna proeza, suelen ser la mecha que encienda toda una rebelión, recuerde usted a Katniss. —Tanto Gale como Peeta sonrieron—. Pero no creo que ese par de niños fuesen un problema. —El capitán Hawthorne se incorporó de su puesto, acercándose a la pantalla, observándolos a todos, pero sobre todo, leyendo sus expedientes.

—La señorita Everdeen solo fue el rostro de la rebelión. —A lo que Peeta respondió, dejando su desayuno a medio terminar, acercándose a Gale.

—Ella fue la que decidió arrojar la flecha al campo electromagnético, almirante… Katniss fue la que tomó la decisión y ese fue el comienzo de todo. —Cressida sonrió recodando todo aquello, pero ahora era el momento de que los Sinsajos machos brillaran, exigiéndole a los camarógrafos que comenzar a documentar todo—. ¿Qué piensas? —le preguntó a Gale, quien siguió leyendo y descartando posibles rebeldes.

—Ninguno me da el perfil de líder… A lo mejor me equivoque —respondió el soldado.

—A lo mejor no es un artillero, capitán —alegó Callahan.

—Es posible, pero… —Gale se lo pensó por unos segundos, y por más que tuvieran buenos artilleros, el líder era quien debía ejecutar cada ataque y este debía conocer de bombas, cañones o bazucas, enfocándose en otros dos archivos, encontrándose con un rostro conocido para él—. Shulk. —Peeta miró a Gale, el cual comenzó a leer exhaustivamente el archivo de vida del soldado­—. Puede que sea él. —Recordó que era uno de los nuevos, quien había estado recibiendo entrenamiento militar junto con Gale, cuando arribaron al distrito trece después de lograr huir del bombardeo al distrito doce, siendo el chico uno de los que ayudara a Gale.

—¿No era el joven que vendía ilegalmente alcohol y objetos inflamables en el quemador? —preguntó Peeta entre dientes, tratando de que el almirante no lo escuchara.

—Sí, así es. —Comenzó a leer en el expediente del soldado que se había hecho experto en crear bombas y era el mejor artillero del distrito—. Puede que sea él. —Gale pulsó el botón de escape, consiguiendo que los archivos se guardaran quedando la pantalla en blanco.

—¿Y bien?... —preguntó el almirante, acercándose al capitán Hawthorne.

—Tenemos a un posible sospechoso. —Gale tomó a Peeta del brazo, incitándolo a salir del salón de reuniones, exigiéndole a sus hombres que se pusiera de pie—. Pero es tan solo eso… una suposición. —Si Gale le notificaba a Jenkins que el rebelde era del distrito doce y no del trece, daría órdenes de matarlo y eso era precisamente lo que quería evitar—. Andando. —Todos abandonaron el salón, siendo los reporteros los últimos en salir, todos vestidos de militar, tal y como el día en que pretendía entrar al Capitolio siendo el escuadrón estrella.

—Exijo saber quién es, capitán. —A lo que Peeta respondió zafándose del agarre de Gale, acercándose al odioso hombre.

—El capitán tiene terminantemente prohibido debelar lo que sabe hasta que yo no le de permiso de hacerlo. —El canoso y ceñudo hombre lo fulminó con la mirada—. Espere nuestro regreso. —Comenzaron a caminar, introduciéndose en el enorme hangar donde había aterrizado el aerodeslizador, siendo Gale quien caminara con mayor rapidez, tomando a Johanna por el brazo después de soltar a Peeta, incitando a Jackson a seguirles, hablando con ellos en privado, mientras Jenkins contempló cada uno de los movimientos de los recién llegados, exigiéndole a sus hombres estar alerta a todo lo que ellos hicieran.

—Acompáñeme, gobernador —exigió Callahan, señalando uno de los vehículos militares­—. El capitán, la oficial Mason, usted y yo iremos en este vehículo. —Peeta asintió pero no pudo evitar mirar hacia atrás en busca de Gale, quien siguió hablando con Johanna, mientras Jackson corrió hacia la nave que les había llevado hasta el distrito, imaginando que se estaban tramando algo—. Nos llevaremos a uno de los camarógrafos, mientras que los demás se irán allá. —Señaló un camión CCKW-353—. Suba, por favor. —Al hacerlo, Peeta volvió a mirar hacia atrás, observando cómo Gale comenzó a correr hacia donde se encontraba Stuart, señalando a Johanna, la cual empezó a caminar hacia el final del hangar, donde se encontraba la mercancía que Gale les había traído.

“¿Qué tramas, Gale?”, pensó Peeta temiendo lo peor, siendo Cressida quien lo sacara de sus elucubraciones, al escuchar cómo le preguntaba a Callahan donde irían ellos, repitiéndole justo lo que le había dicho al joven gobernador, el cual contempló como Gale se acercó a paso rápido hacía ellos, sentándose a su lado, en la parte trasera del jeep—. ¿Qué ocurre? —preguntó Peeta, percatándose que Pollux era el que los acompañaría, tomando asiento junto al gobernador, el cual quedó en medio del camarógrafo y de Gale, quien respondió con una amplia sonrisa.

—Organizando un plan B. —Le guiñó un ojo, exigiéndole que no se preocupara y que fuera pensando lo que les diría a los rebeldes para ganarse su simpatía y poder mediar con el líder, enfocando sus ojos hacías atrás, percatándose de cómo Johanna, Jackson y Stuart regresaban al trote, subiéndose a sus respectivos vehículos, siendo en el camión donde irían seis de los soldados de Jenkins, escoltándoles a todos—. Tú tranquilo, déjamelo todo a mí. —Le dio un beso en la frente, rodeando sus hombros con el brazo izquierdo, golpeando el techo del vehículo, exigiéndole a Callahan ponerse en marcha.

—Somos un equipo… recuerda eso. —Gale asintió, palmeándole el hombro—. No siempre debes llevar tú la carga más pesada. —A lo que el capitán Hawthorne respondió.

—Lo sé… y te lo agradezco, pero por ahora solo necesito algo de ti. —Peeta preguntó qué era—. Que afiles bien esa lengua y que tu mente sea tan sagaz y hábil como lo ha sido hasta ahora. —Los vehículos se pusieron en marcha, justo cuando las enormes puertas de acero blindado se abrieron, dejando que el escuadrón protocolar 561 comenzara su recorrido por el distrito trece.

 

Ambos escuadrones tuvieron que dejar los vehículos atrás, resguardados por dos de los hombres del almirante, prosiguiendo su recorrido a pie, siendo Gale quien llevara consigo el Holo que los guiara hasta el edificio en ruinas, tal y como cuando se adentraron al Capitolio para derrocar la tiranía de Snow.

—Son astutos —acotó Callahan—. Obstruir el paso vehicular sin duda les da cierta seguridad.

—Pero también los pone en evidencia —argumentó Johanna—. Le demuestra a su oponente donde están con tantas trabas y trampas. —Stuart asintió al igual que Jackson, quienes flanqueaban a cada lado el escuadrón, siendo Gale y Peeta quienes se mantuvieran en medio.

—Tal vez sea solo una puesta en escena —alegó el capitán, tratando de que el Holo le diera alguna señal de movimiento pero nada aparecía en él—. Tal parece que aquí no hay nadie. —Siguieron buscando y recorriendo todo el lugar, donde a cada tanto Peeta bebía agua de la botella que se encontraba en su bolso de suministros para no deshidratarse ante el calor, ya que estaban a punto de ser las once del día y el sol comenzó a subir cada vez más—. ¿Estás cansado? —preguntó Gale al muchacho, quien asintió, deteniéndose entre los escombros que tenían que ir escalando y evitando.

—Yo también —argumentó Cressida, sentándose sobre una de las rocas que conformaban el deplorable lugar—. Descansemos. —Todos tomaron asiento, siendo Gale y Peeta los únicos en permanecer de pie, mientras los demás comenzaron a buscar donde sentarse.

—Ven aquí —le exigió Peeta a Gale, llevándoselo consigo hacia un rincón, lo que por supuesto activó a los reporteros, enfocando sus cámaras sobre ellos, aunque no podían escuchar lo que decían—. ¿Qué están tramando? —preguntó lo más bajo que pudo, pero lo suficientemente audible como para que Gale escuchara.

—Tranquilo. —Gale le sonrió, apartando los mechones de cabello que se adhirieron a la sudorosa frente de Peeta—. Como te has dado cuenta, Jenkins no es el indicado para liderar este distrito. —Ambos hablaban en voz baja, mirando de vez en cuando a los hombres del almirante—. Pero tampoco queremos un enfrentamiento y que sigan habiendo más muertes. —Peeta asintió—. Roguemos porque encontremos a los rebeldes­. —El muchacho alzó la mirada al cielo, encontrándose con una esfera vigía, la cual se perdió de vista a toda velocidad.

—O que ellos nos encuentren a nosotros. —Gale intentó ver lo que Peeta había visto, pero el artefacto ya no estaba—. Una esfera nos estaba vigilando. —El cauteloso soldado se apartó del muchacho, notificándoles a todos.

—Hay que movernos. —Se acercó a Johanna—. ¿Puedes divisar desde aquí los autos? —La joven subió a una camioneta vieja y desmantelada que se encontraba estacionada cerca de ellos, sacando sus binoculares digitales, aquellos que les mostraban en una pantalla la distancia entre ellos y los vehículos, percatándose que los dos hombres del almirante que había decidido quedarse a resguardar los vehículos, no estaban.

—Los lamebotas no están, Gale —notificó Johanna, mientras que los demás intentaron mirar a la distancia, pero sin binoculares, se les sería imposible.

—A lo mejor están dentro del camión —comentó Jackson, justo cuando una fuerte detonación consiguió que todos cayeran al suelo, siendo Johanna la que cayera del vehículo, golpeándose en contra del suelo al resbalar del roído capo.

—Por todos los cielos… ¿Qué fue eso? —preguntó Cressida, levantándose rápidamente del suelo, ayudando a Pollux a incorporarse para que siguiera grabando.

—El camión acaba de explotar —notificó Johanna, levantándose del suelo, sobándose las nalgas—. Si esos dos estaban dentro, lo lamento mucho por ellos. —Los soldados del almirante comenzaron a escanear todo el perímetro, observando a la distancia por medio de sus miras telescópicas, apuntando sus armas a todos lados, buscando algún indicio de vida, justo cuando Gale se levantó del suelo, sintiendo como su broche, aquel que escondía entre el chaleco y su uniforme, comenzó a vibrar, notificándole al soldado que su amado chico del pan se encontraba en problemas.

—¿Peeta? —Gale giró raudo el rostro en busca del muchacho, encontrándose a un hombre cubriendo su rostro con un pasamontañas y unos lentes de sol, el cual mantuvo a Peeta aferrado del cuello, apuntándole con un revólver a la cabeza.

Cada uno de los soldados apuntó al astuto hombre que había utilizado la detonación como distracción y así poder acceder a Peeta, el cual se había quedado apartado de todos, en el rincón donde tan solo unos instantes conversaba con Gale, siendo este quien les exigiera a todos.

—Bajen sus armas. —Los hombres de su escuadrón obedecieron sus órdenes, pero los soldados del almirante permanecieron firmes en su postura amenazante—. He dicho que bajen sus armas.

—Usted no es nuestro superior. —A lo que Gale refutó.

—Soy el de mayor rango aquí, soldado… atrévase a desobedecer mis órdenes y juro que lo relevaré de su cargo sin pensármelo dos veces. —Gale apuntó su fusil directo a la cabeza del insubordinado, el cual dejó de apuntar al rebelde, quien siguió reacio a soltar a Peeta, a pesar de estar rodeado y en la mira de varias armas enemigas.

—Baja el arma, Sambury —exigió el encapuchado, consiguiendo la atención de todos, al ver que conocía al soldado—. No te quieras hacer el valiente, cuando eras el más llorón de todos en las barracas. —El asombrado hombre bajó su arma, tratando de recordar aquella voz y sobre todo, quien podría ser de los tantos hombres que habían entrenado junto a él.

—Suelta al muchacho —le exigió Gale al rebelde, quien se apartó aún más de ellos, al ver como el capitán se le acercaba.

—Supe que vendrían. —El corazón de Peeta comenzó a calmarse al escuchar aquello, sintiendo que después de todo, la treta de Jenkins había servido para algo—. ¿Quieren hablar?... Pues hablemos… —Apuntó a Gale—. Solo tú, el gobernador y la reportera… los demás se quedan.

—No… —soltó Johanna al instante, mientras el tal Sambury negó con la cabeza, siendo el rebelde quien hablara.

—Será a mi modo, o nada. —A lo que Peeta respondió.

—Bien, aceptamos. —Todos volvieron a negar con la cabeza, siendo Gale el único en aceptar a las condiciones del hombre, y las que Peeta ya había accedido.

—Hablaremos… solo Peeta, Cressida tú y yo. —La rubia reportera le exigió al otro camarógrafo que le entregara sus implementos, siendo Pollux quien se los colocara encima, explicándole por medio de señas cómo debía grabar—. Ahora suéltalo. —El encapuchado negó con la cabeza.

—Andando… —Señaló un sendero hacia su derecha—. Caminen. —Cressida fue la primera en ponerse en marcha, mientras Gale le exigió a sus hombres que se mantuvieran en sus puestos y que por nada del mundo les siguieran—. No tengo todo el día, capitán Hawthorne. —Aquello consiguió que el soldado enfocara sus ojos en el encapuchado, el cual siguió apuntando a Peeta en la cabeza.

“Eres tú, Shulk… de eso no hay duda”. Gale recordaba perfectamente su voz y su forma irreverente de ser, tanto en el distrito doce como cuando entró al resguardo del trece, siendo el más temerario de todos a la hora de las contiendas y el entrenamiento militar.

El soldado no le quedó más remedio que caminar tras Cressida, observando el calmo rostro de Peeta, quien simplemente le asintió, dándole a entender que hiciera lo que el hombre decía o todo el esfuerzo seria en vano.

—Ustedes ni se atrevan a moverse de aquí —amenazó el líder rebelde—. En cada edificio, en cada auto estacionado, en cada maldito recoveco de esta zona hay un explosivo esperando a ser detonado. —Señaló a todos lados con su revólver—. Y en cada ventana hay ojos atentos que aguardan con un detonador en la mano.

Aquello consiguió lo que el rebelde buscaba, asustarlos a todos, consiguiendo que permanecieran en el lugar indicado, mientras el líder comenzó a seguir a la reportera y al soldado, sin dejar de mantener a Peeta aferrado del cuello, apuntándole a la cabeza. Varios metros después, tres hombres con pasamontañas les apuntaron, consiguiendo que se detuvieran, siendo uno de ellos quienes les exigieran ponerse unos sacos de tela negra sobre la cabeza, ya que no dejarían que supieran por donde acceder a la madriguera de los rebeldes.

Acataron la orden dada, donde los tres intrusos cubrieron sus cabezas con la gruesa tela, la cual también cubrió la cámara que Cressida tenía adherida a la cabeza, sin poder grabar nada más que las voces y el ruido que los acompañaba, siendo escoltados por los rebeldes, por un largo camino de rocas y escombros, hasta llegar a suelo firme, donde pudieron escuchar como alguien abrió una puerta metálica, consiguiendo que el suelo vibrara.

“Una trampilla”, pensó Gale, refiriéndose a una puerta de metal en el suelo. “Están debajo como lo suponía Jenkins”. Comenzaron a bajar por unas escaleras de caracol, hasta llegar nuevamente a suelo firme, entrando en una especie de cuarto o eso sintió el soldado al percibir como todos se aglomeraban juntos, sintiendo el repentino vértigo del descenso, percatándose de que aquello era un ascensor.

—¿Peeta?... —llamó Gale, para corroborar que estaban juntos.

—Aquí estoy. —Suspiró aliviado—. ¿Cressida?

—Acá —notificó la mujer—. Estoy bien. —El ascensor siguió descendiendo, deteniéndose bruscamente al final del recorrido, comenzando a salir de él, ante los empujones de los rebeldes.

—Jamás te imaginé como un desviado, Gale —comentó el líder de los rebeldes, acercándose al soldado—. Siempre vivías hablando de Katniss. —Peeta comenzó a sentirse un poco incomodo al respecto—. Y despotricabas a los cuatro vientos el desprecio que sentías por Peeta. —A lo que Gale respondió sin titubear.

—El amor no es desviación, Shulk. —Aquello consiguió que el líder rebelde sonriera, aunque por supuesto nadie lo vio—. Dicen que del odio al amor hay solo un paso. —Ahora era Peeta el que sonreía, sin dejar de caminar hacia donde los guiaban—. El destino es incierto y a veces no entendemos las señales. —Se detuvieron, escuchando como alguien abrió una puerta y los incitaba a pasar, mientras Gale proseguía—. Katniss era la conexión, y el destino se encargó de ponernos a Peeta y a mí, frente a frente. —Cada uno de los rebeldes les arrancó el grueso saco de la cabeza, dejándoles ver donde estaban, justo cuando el capitán culminó su explicación—. Solo fue cuestión de tiempo y de conocernos mejor, para darnos cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro.

Peeta buscó el rostro de Gale, el cual ya lo observaba con una amplia sonrisa, consiguiendo que el joven Mellark correspondiera aquel gesto del mismo modo, regalándole una seductora sonrisa, lo que por supuesto Cressida comenzó a grabar, sin perder detalles de aquellas intensas miradas entre ellos.

—¡Qué lindo!... —exclamó Shulk en un tono sarcástico, quitándose las gafas oscuras y el pasamontaña, consiguiendo que ambos amantes enfocaran sus miradas en el agraciado hombre de ojos pequeños pero penetrantes—. Espero que eso no me suceda con Jenkins. —Aquello consiguió que tanto sus hombres como los recién llegados sonrieran—. Ese maldito viejo es demasiado feo. —Arrojó todo lo que había cubierto su rostro sobre una pequeña mesa, donde varios documentos reposaban sobre ella—. Siéntense —exigió el líder rebelde señalando a sus espaldas, consiguiendo que los tres voltearan a ver los respectivos asientos—. ¿Desde cuándo supiste que era yo? — A lo que Gale respondió, después de sentarse junto a Peeta.

—Desde que vi tu cara en la computadora de datos de la base militar. —Aquello consiguió que el rostro de Shulk, se mostrara un poco consternado—. Hay un archivo que contiene los expedientes de doscientos cincuenta soldados que ya no están en la base, reduciéndolos a tan solo quince artilleros de los cuales tres estaban muertos y otros descartados por incompetentes. —El soldado rebelde asintió—. Entre los que quedaron estabas tú y no tuve dudas al respecto de que fueras el líder de esta rebelión. —El hombre miró a Gale con el ceño fruncido.

—Y se lo notificaste a Jenkins… ¿No es así? —Tanto Gale como Peeta negaron con la cabeza, siendo el joven Mellark quien acotara.

—Gale supo que si se lo decía, eras hombre muerto… el almirante no dejará que un rebelde que ni siquiera pertenece al distrito trece le quite el poder. —Shulk miró a Peeta y luego a Gale, pensándose todo aquello, sin saber si creerles o no.

—Shulk, vine aquí con una orden a cuestas y un propósito propio —notificó Gale al rebelde—. La orden es acabarlos a los dos. —Aquello sorprendió al líder rebelde—. Y mi propósito propio es evitar que eso ocurra y que Peeta sea el mediador entre ambos… Paylor desea sacar adelante el distrito trece y esta disputa de bandos se lo está impidiendo. —A lo que Shulk respondió.

—Pero si mi rebelión es por ella. —Tanto Peeta como Gale se miraron a las caras, contemplando de igual modo el asombrado rostro de Cressida, la cual no dejó de grabar—. Ella fue el soldado que me inspiró, yo la admiro y la respeto. —A lo que Gale alegó.

—Pues hay que hacérselo saber, Shulk… Paylor cree que esta disputa es para sacarla a ella del juego.

—Pero es Jenkins quien quiere sacarla del poder, es él quien ha estado planificando un golpe al Capitolio en su contra.

—Lo sabía —comentó Peeta—. Paylor debe enterarse de esto lo antes posible. —Gale pensó en cómo podrían hacerle llegar a la presidenta una grabación donde Shulk le explicara todo, y el porqué de la rebelión en contra de Jenkins y mostrarle el desprecio que el almirante siente hacia ella.

—Tengo un plan. —Todos observaron a Gale—. Vamos a grabarte explicándole todo a la presidenta, le dirás todo lo que sabes y nosotros lo trasmitiremos desde la base. —El líder rebelde negó con la cabeza.

—¿Qué me garantiza que lo harán? —A lo que Peeta respondió.

—Tienes mi palabra.

—No es suficiente para mí. —A lo que Gale, respondió.

—Vendrás con nosotros. —Tanto Cressida como Peeta miraron extrañados a Gale, quien tan solo se percató del asombrado rostro de Shulk—. Vamos a infíltrate en la base.

—¿Te volviste loco?... ¿Cómo demonios saldré de allí? Y si es que puedo tan siquiera acceder a la base antes de que me maten. —A lo que Gale respondió.

—No saldrás. —Nadie entendió qué demonios estaba planeando Gale—. Te quedarás y tomarás el liderazgo de todo, yo te lo prometo. —Shulk miró al soldado y luego a Peeta, enfocando lentamente sus intensos ojos en Cressida, pensando en toda aquella locura—. ¿Tienes pruebas de todo lo que has dicho? —El líder rebelde asintió, chasqueando sus dedos hacia uno de sus subalternos, los cuales permanecieron encapuchados, siendo uno de ellos quien se moviera, acercándose a un pequeño gavetero de metal, sacando una pequeña cinta.

—Yo lo grabé todo, justo cuando el viejo organizaba el complot en contra de Paylor con su contacto en el Capitolio. —Gale y Peeta se miraron al rostro, preguntándole quién era el otro—. No lo sé… solo esta su voz. —Cressida le quitó rápidamente la cinta, introduciéndola dentro de la consola donde ella podía ver lo que se estaba grabando, pulsando el botón de reproducción, dejando correr la cinta.

—Tú solo consígueme las armas que necesito y prometo sacar a Paylor del poder, después de la guerra en contra de Snow, hemos quedado desabastecidos de armas de destrucción masiva. —Se le escuchó decir a Jenkins, donde los tres contemplaron como solo el rostro del almirante se dejaba ver entre un par de tubos, imaginado que Shulk había estado escondido en algún lugar de aquella sala de comunicaciones.

—Tranquilo, haré todo lo que esté en mis manos, algo se me ocurrirá, pero prometo enviarte los proyectiles y el armamento necesario. —Cressida cubrió su boca con una de sus manos, mirando tanto a Gale como a Peeta, quienes cerraron sus ojos al darse cuenta de lo que la reportera ya se había percatado, que el contacto de Jenkins era Plutarch—. Tú y yo nos vamos a apoderar de Panem. —En la grabación el almirante asintió con una amplia sonrisa—. Por ahora estoy manejando a los Sinsajos a mi antojo, a lo mejor sean ellos quienes te entreguen las armas, hasta entonces. —La comunicación se terminó, al igual que la grabación, donde cada uno de los presentes miró a Shulk, completamente pasmados.

—Imagino que saben quién es el otro. —Gale asintió notificándole que era el jefe de gabinetes de Paylor—. Hay que hacer algo. —El soldado asintió.

—Esto debe verlo Paylor. —Gale pensó en el modo de introducir a Shulk en la base militar, justo cuando Peeta alegaba.

—Nos usó. —Todos voltearon a verle—. Ese maldito nos usó, con razón se te hizo tan fácil traerles el armamento que pidieron. —Shulk miró a Gale, el cual intentó permanecer serio, ya que el notificarle al rebelde que las armas habían sido entregadas no era prudente—. ¿Cómo demonios vamos a evitar que ese demente use los proyectiles que les trajiste? —El líder fulminó a Gale con la mirada, preguntándole si en verdad habían traído el armamento, a lo que Gale asintió, observando el consternado y frustrado rostro del muchacho.

—Tranquilo, Shulk… el almirante no podrá usarlos. —A lo que Peeta preguntó por qué tenía la certeza de ello—. Tú solo confía en mí. —Peeta no dijo nada, mirando a Shulk, quien esperaba una respuesta más congruente de su parte—. Les falta algo que yo tengo, no diré más. —El rebelde no refutó su corta respuesta—. Ahora hagamos tu grabación explicándole todo a Paylor y luego uniremos ambos videos, cuando estemos en la base, la transmitiremos, me contactaré con Beetee, él nos ayudará. —Peeta asintió, justo cuando Cressida enfocó las cámaras sobre el líder de la rebelión, exigiéndole que comenzara a hablar.

—Se supone que esto sería un encuentro diplomático —alegó Peeta entre dientes acercándose a Gale, mientras el joven rebelde comenzó a hablar—. Y terminó convirtiéndose en un complot, no puedo creer que Plutarch esté detrás de todo esto.

—Pues a mí jamás me agradó ese maldito doble cara. —Peeta asintió dándole la razón—. Pero debo decir que estoy tan sorprendido como tú. —Gale recordó todas las veces que Plutarch los apoyó en su relación, haciéndose el condescendiente, ayudándole también cuando se encontró sumergido en lo más profundo de su depresión a causa de lo ocurrido entre Peeta y él, ante la traición de Katniss y el soldado para con el joven Mellark—. Jamás pensé que a Plutarch le agradara tanto el poder.

—Ni yo… pero seguiremos adelante y vamos a liberar a Panem de esos bastardos que desean arruinar todo lo que hemos conseguido hasta ahora. —Gale asintió, rodeándole los hombros con uno de sus brazos.

—Y muy pronto estaremos de regreso con nuestro hijo. —Los dos se contemplaron por unos segundos a los ojos, deseando que así fuera, pero ambos sabían en donde estaban metidos, y si no actuaban rápido, perderían todo… sus vidas, su futuro y sobre todo, la esperanza de volver a ver el hermoso rostro de su hijo, Galpeet.


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