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"Las maravillas de un baúl" por kuroshassy

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Notas del capitulo:

Después de pensarlo mucho, me he animado a comenzar estos escritos: es mi primera vez, así que intentaré aumentar la narración y nivel poco a poco. Este fragmento está extraido del manga, una situación curiosa ¿No motiva a despertar la imaginación? ¡Espero sea de vuestro agrado! 

—  Ese hombre…

 

Sorprendido observé la imagen que frente a mí mostraba aquella vieja fotografía: no había duda alguna de que los niños eran algunos integrantes de la troupe del circo, aunque las expresiones resultaban completamente diferentes en los más mayores. Ansioso dejé el marco a un lado para caminar directamente hacia el baúl más cercano donde parecían haber sido guardados aquellos exuberantes conjuntos de la domadora. Al abrir este y apartar varias prendas, descubrí una nueva fotografía, donde esta vez aquel desconocido aparentemente cálido se encontraba acompañado por Beast. Su rostro era redondo y cargado de arrugas, pero aún así agradable, como un tío con el cual salir a jugar. Interpreté gracias al cabello perfectamente cortado y bigote aristócrata que su posesión era alta aunque ella, por el contrario, vistiese ropas viejas.

 

—  Es el mismo hombre. — Sentencié para mí mismo.

 

 Entre ellos parecía brotar una unión típica entre padre e hija, pero dado que dicha opción era imposible, aproximé mi rostro un poco más queriendo descubrir cualquier detalle importante. Inmediatamente toda la atención se volcó en el cartel del fondo "Pone Workhouse…¿Hospicio?"  Suspirado volví a dejar caer sin mucha importancia la fotografía hasta lograr inclinarme sobre el baúl. Diferentes prendas terminaron revueltas mientras con mis manos tanteaba cualquier superficie, pero no me importaba; si no aceleraba los movimientos y descubría algo pronto la actuación de Sebastian llegaría a su fin y con ello, nuevas preguntas sobre donde se encontraba el llamado Smile. Notaba mis propios nervios sobrepasarse ante la mera idea de ser descubierto, haciéndome temblar o incluso errar al remover los mismos objetos una y otra vez, esperando cualquier pista milagrosa "¿Pero qué hospicio? Están frente al cartel y no se lee lo que pone… ¿No tendrá una foto donde se vea mejor el nombre?"

Con el ceño fruncido solté todo mi oxígeno en forma de suspiro. Era mi única oportunidad.

Repentinamente la oscuridad terminó brotando cuando un único golpe seco fue necesario para empujarme hacia el interior del baúl. Me invadió la cólera junto a al punzante dolor de haber caído sin cuidado, pero antes de poder murmurar cualquier maldición o pregunta unos dedos enguantados sellaron mis labios sin darme tregua. No podía ver nada, pero sabía quien estaba situado justo encima como un inmenso abismo demoníaco. Parecía sorprendente que un cuerpo tan alto pudiese caber allí dentro incluso conmigo, pero Sebastian lograba mantenerse encajado hábilmente con sus piernas flexionadas en cada lateral y las mías, rodeándole las caderas. A pesar de la clara incomodidad afilé el oído: los pasos de alguien cada vez más próximo, el susurro siguiente de aquella tienda abriéndose y dando paso a su dueña. En cuanto el mayordomo entendió que lo había comprendido, retiró cada dedo lentamente hasta darme nueva libertad. Incluso allí envueltos por una semi oscuridad, podía notar su típica sonrisa suficiente seguramente provocada debido a la cómica escena. "Demasiado cerca" pensé, removiéndome hasta encontrar cualquier otra postura más cómoda. No sentía ningún pudor con mi cuerpo si se trataba del mayordomo, pero nunca ambos habíamos permanecido tan asfixiantes el uno con el otro.

Cuando tuve la tentación de incorporarme me detuvo apoyando los codos a cada lado de mi cabeza, manteniéndome completamente pegado al fondo del baúl usando su propio cuerpo: sentía el duro torso de Sebastian cual losa, la pelvis peligrosamente situada encima de la mía pero sobretodo, lo que más podía desquiciarme era tener aquel atractivo y varonil rostro situado a escasos centímetros del mío. Por supuesto olisqueó mi enfado, pues rápidamente dejó caer un poco más el cuerpo simulando ser un enorme felino buscando estresar al la inofensiva presa. Inmediatamente deseé golpearle; aquel maligno demonio podía ser terriblemente leal y capaz, pero no dudaba en molestarme si tenía oportunidad.

 

— ¡Con lo que me gustaba ese traje!

 

La clara voz de Beast resonó sorprendiéndome, arrancándome cualquier pensamiento donde me había estado sumergiendo e inevitablemente obligándome a abandonar mi irritación para mirar hacia el cierre del baúl. Si este se abría, estábamos perdidos. Sebastian debió pensar lo mismo y de nuevo, se adelantó a todo movimiento de la mujer, cogiendo otro top bien escaso en tela y tras colar este entre la rendija, dirigirme una mirada curiosa. Primero no comprendí el motivo del gesto, pero al dirigir mis ojos a aquella nueva obertura, los enormes pechos de la domadora se revelaron sin pudor alguno. Sentí las mejillas enrojecer, un calor que rápidamente terminó extendiéndose a lo largo del cuerpo debido al pudor y otra vez, la bravucona expresión del hombre. Mis conocimientos sobre mujeres se veían reducidos a mi hiperactiva prometida, elegantes señoras, o incluso el toque coqueto que había mostrado tía An. Nada tan directo como era aquel cuerpo atlético y sus atributos medio expuestos.

Mientras Beast comenzaba a enlazar las tiras del nuevo conjunto, miré a Sebastian. Desconocía si un demonio podía tener deseos carnales ¿Se sentiría él atraído hacia ese atractivo salvaje? Podía simular ser el perfecto sirviente pero al fin y al cabo, era un hombre adulto cargado de perversidades. Queriendo reprimirle sin motivo alcé un brazo hasta conseguir parparle el rostro y así, empujarle hacia atrás.

 

"Estese quieto, joven amo" susurró. Su voz resonó tan suave que gracias al escándalo externo no podría ser escuchado. Todavía enfadado ante su diversión por mi reacción volví a empujarle sin atreverme a responder; yo era humano, y mi tono podía ser fácilmente descubierto.

 

"No hay motivo por el cual avergonzarse, es algo natural y usted pronto alcanzará la edad indicada para disfrutar"

 

Cubierto de simpatía disfrutó del gesto horrorizado que mostré. Sebastian no estaba entendiendo absolutamente nada. Nunca podría mostrar interés hacia una mujer tan vulgar, incluso insinuarlo me pareció una ofensa hacia el apellido Phantomhive. Furioso retiré varios centímetros la mano hasta que aquel demonio, queriendo regocijarse un poco más en la incomodidad de su amo, atrapó esta por mi muñeca para retenerme. No pude ver, pero sí sentí los dientes presionando con ternura la carne del pulgar, ejerciendo un pequeño mordisco el cual precedió una leve caricia con su lengua.

Tal era mi estupor que no pude reaccionar: mi cuerpo se quedó anclado en aquella incómoda posición, mis ojos desearon cerrarse por mera voluntad propia al instante donde recibía mimos de su tórrida lengua, los latidos aumentaron considerablemente. Sabía que Sebastian podía escucharlos y ello me avergonzó todavía más. El maldito pretendía jugar con una supuesta excitación hacia Beast, pero todo sentimiento inerte al presenciar sus pechos despertó debido al simple contacto ejercido después. A medida que  continuaba deslizando los dientes hacia la cara interna de la muñeca, sentí un hormiguero recorriendo mi pecho, vientre y caderas, algo desconocido pero no molesto. El escaso espacio me proporcionaba notar sobre mí cada movimiento, como Sebastian arqueaba la espalda para así poder dirigir los incisivos hacia mis antebrazos. Sabía que no podía reprenderle y debía estar quieto, bailaba con esa ventaja ¿Pero era también consciente del extraño comportamiento de mi cuerpo? Desconocía cuando había comenzado el temblor en las piernas, o una rigidez y calor excesivo al cual se había sometido mi entrepierna. Humillante. Evitando a toda costa que esa misma zona entrase en contacto con el tan próximo vientre de Sebastian, me estremecí bajo él, cerré los dedos en un puño  y finalmente opté por descargar este sobre sus costillas.

Sabía que no le había causado daño alguno, incluso escuché su risa aterciopelada acariciarme el oído, pero consiguió detenerle, no sin antes besar el mismo dedo mordido.

Como si todo lo anterior pasara a pertenecer al olvido, usó un brazo para abrir aquel viejo baúl mientras se inclinaba, cegándome con el exterior y su fría sensación de libertad.

Sebastian, manteniendo la mirada fija hacia la entrada ya vacía, musitó con un suspiro:

 

—  Lo hicimos en el momento justo. 

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