Era lo suficientemente pronto como para poder considerarse tarde.
Las seis de la mañana.
Caminó lentamente, aunque el lugar le ponía nervioso. Realmente habría preferido no estar allí.
Pero tenía que hacerlo.
Tenía que ir a trabajar.
Como su coche estaba averiado tenía que tomar el metro hasta el centro y hacer trasbordo para seguir con tranvía un par de paradas más.
Giró la última esquina antes de la entrada.
Buscó con la mirada su destino, encontrándolo un poco más allá.
Había gente cerca de él, pero nadie en el sitio concreto al que le llevaban sus pies.
Entonces lo vio.
Podría jurar que un segundo antes aquella figura no estaba allí. Ante sus ojos se había materializado el ángel más bello que hubiera podido imaginar.
Miraba hacia el otro lado de la calle, apartándose el cabello rubio de sus mejillas, que la ligera brisa volvía a acomodar como mejor le parecía, caprichosa.
Estaba seguro de que lo tenía que haber conocido en otra vida.
Lo observó fijamente, tratando de grabar la imagen en sus ojos permanentemente, por si no llegaba a ver aquello nunca más.
Podía ver claramente la sonrisa suave del muchacho. Visualizó su acercamiento y quiso creer que aquello no fue un sueño. Aunque una parte de él mismo prefería que hubiera sido así.
Justo en aquel momento, el ángel tenía la cabeza gacha y las manos en los bolsillos.
El moreno se había quedado clavado sobre el cemento, sin apartar la vista del otro. El rubio levantó su cabeza, distraído.
Sus ojos hicieron contacto.
La mirada de uno quedó prendada de la del otro.
- Yo... –susurró Ikki- No sé que hacer.
Hablaba para si mismo, reprendiéndose por aquel momento de necedad.
No podía dejar pasar algo como aquello.
Tenía que hacer algo. Alguna cosa. ¡Lo que fuera!
El otro muchacho seguía mirándolo y su paso se había tornado más lento. Pero aún así apartó la mirada cuando sus hombros rozaron levemente.
¿Por qué tenía que ser así?
Conocer al amor de tu vida y que pasara como una exhalación a tu lado.
¿Por qué tenía que ser siempre así?
No quería. ¡No podía ser así para siempre!
Alargó el brazo y giró levemente, posesionándose de la muñeca del desconocido.
El rubio viró, levantando el brazo, pero sin deshacerse del agarre.
- ¿Qué?
Preguntó después de unos segundos en los cuales ambos habían quedado de nuevos prendados de los ojos del otro.
- No te perderé otra vez -sentenció Ikki, mirando fijamente la foto de la losa-. Si te vuelvo a encontrar...
El ángel parpadeó lentamente.
Para sorpresa del moreno, le sonrió.
- Esta vez no dejaré que mueras justo después de darme la felicidad.
Tocó el mármol con sus manos enguantadas y le dedicó una mueca parecida a una sonrisa, rota por la tristeza.
- ¿Nos conocemos? –preguntó el rubio.
- La próxima vez, cuando te coja, no te voy a dejar escapar –bajó la mano y dio una paso hacia atrás-. ¿Me has oído?
- Yo... –titubeó el japonés.
Ikki se inclinó, mostrando sus respectos hacia la tumba del mestizo.
- Esto... es una promesa.
- ¿Y bien? –interrogó el rubio, deshaciéndose del agarre y dejando una suave caricia en la mano del otro- ¿Qué dices?
Ikki se incorporó. Sus ojos estaban húmedos, pero no iba a llorar, se lo había prometido.
- Así que vete preparando.
- No –habló por fin-. Creo que no.
Se giró y recolocó sus gafas de sol.
- Hasta luego, angelito.
El rubio ladeó la cabeza, pareciendo un poco decepcionado. Se encogió de hombros y se dispuso a seguir su camino.
- ¡Pero! –alzó la voz el moreno, atrayendo de nuevo la atención del otro- ...pero, podríamos conocernos.
El ángel sonrió de nuevo, correspondiendo el gesto torcido de su interlocutor.
- Es una buena idea...
Se acercó a él y se agarró de su brazo.
- Yo soy Yukida Hyoga –se presentó- ¿y como dices que te llamas?
- Ikki... Amamiya Ikki. Encantado.
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