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Decalcomanía por Aelilim

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Notas del fanfic:

Se siente raro publicar en AY después de tiempo (mi cuenta original data del '05, saquen cuentas, lol), pero con el cambio de fandom me siento aislada, así que... hola, hola~ Seamos amigos (?). ^,^

Notas del capitulo:

Uno de tres.

Changmin despertó con dolor de espalda, una sed terrible, y exhausto de la vida. Fastidiado, apretó los dientes cuando asimiló que la espalda no era lo único que le dolía. Consideró brevemente prohibirse el alcohol (y de inmediato eliminó la opción) o lanzarse a las sasaeangs. O mejor, lanzarlo a Yunho. Animado por la perspectiva, se arrastró a la nevera y sacó una botella de agua mineral que bebió hasta vaciarla. El siguiente paso era hacer lo posible para volver a sentirse una persona sin arrepentimientos y negaciones, así como lo había sido seis horas atrás con exactitud.

Era culpa de Yunho.

Todo.

El dolor de espalda producto de haber pasado parte de la noche durmiendo en una posición engorrosa. Las punzadas en la cabeza y el malestar general. La pesadumbre de alma. Yunho lo había animado con su estúpido buen humor a salir a beber con el staff (—Vamos, Changminie, prometo que yo asumiré los gastos, incluido el tuyo), y después, con su estúpida sonrisa que tenía el brillo de mil soles también lo convenció de continuar ellos dos solos.

—¿Tú y yo? Me aburriré —había dicho, cruzado de brazos y muy al tanto de que Yunho ya estaba ebrio y él no.

Había hecho su buena labor del día (¿de la semana?) llevando a su tonto hyung sano y salvo a su departamento y ahora quería irse al suyo, pero Yunho no tenía los mismos planes. Sin dejarse convencer, Changmin propuso llamar a Kyuhyun, Ryeowook o a Donghae, pero Yunho le recordó que Super Junior estaba promocionando en otro país.

Y con su estúpido discursillo, su estúpido humor y su estúpida torpeza, le quitó el teléfono para que tampoco avisara a Minho o a cualquier otro amigo.

—Hyung —murmuró Changmin en tono lúgubre—, devuélvemelo.

—Tendrás que quitármelo —replicó Yunho con voz cantarina.

Changmin pensó en hacerlo, pero conociendo a Yunho, eso significaría que lo obligaría a corretear por la sala y seguro, se tropezaría con sus propios pies y lo miraría con los ojos muy grandes y riéndose. «Changdola, me caí», diría y al día siguiente no comentaría al respecto, pero miraría preocupado sus cardenales, preguntándose qué había sucedido.

(Porque Yunho era de esos idiotas que cuando tomaba mucho tenía lagunas mentales.

De esos idiotas que te conquistaban sin que te dieras cuentas y maldita sea, debiste haberte dado cuenta antes, mucho antes).

—Quédate el teléfono, no me importa —había determinado Changmin, aún con los brazos cruzados.

Todo era culpa de Yunho porque insistió ilusamente en que podía mantenerse a la par en la cantidad cerveza que consumió él y luego se convirtió en un conjunto de toqueteo, bromas (muy, muy) malas y cariño. Un metro ochenta y cuatro de verborrea y «Minie, ¿sabes quién es mi persona favorita en el mundo entero?» más «¿Por qué eres tan malo con tu hyung que te quiere tanto, Changdolie?» y rematado con estrujones innecesarios de sus brazos y piernas.

Pronto Changmin recurrió al stock oculto de alcohol que siempre tenía en el departamento de Yunho, cuestionándose por qué no se marchaba y acababa la velada de forma digna. Si tan solo lo hubiera hecho… Pero no fue así gracias a que Yunho, en su versión embriagada, era un niño gigantesco (más cercano a la treintena que a la adolescencia) que no evitaba pensar en lo que no debía, como la última declaración de Junsu en revista tal, la indirecta nada sutil de Jaejoong en Twitter…

—¿Viste el último drama de Yoonchie? —preguntó Yunho, comprimiendo entre sus manos su lata vacía.

… o la carrera actoral de Yoochun.

—No —contestó, y para cambiar de tema, agregó—: es que me he estado esforzando para seguir mejorando mi baile.

El ceño de Yunho se frunció y Changmin abrió otra lata, ofreciéndosela para reemplazar la que tenía.

—He mejorado bastante, pero sabes que a veces me equivoco y es tan frustrante… —Encogió un hombro y fue suficiente para volver a Yunho a su estado anterior donde le decía que era el mejor dongsaeng que cualquiera podría desear. Que era perfecto.

Solo había dos ocasiones en las que Yunho lo halagaba a ese punto ridículo: cuando estaban al aire o con mucho licor en las venas. En los ensayos, si marchaban bien, se limitaba a sonreír y darle palmadas en la espalda. Si una secuencia le era demasiado difícil, lo observaba un rato y luego se paraba a su lado, indicándole en qué fallaba y cómo podía mejorar.

Changmin sabía que él no era el mejor maknae, pero sí tenía al mejor líder (y sí, en definitiva eres un atolondrado con tus sentimientos, Changmin), líder que en esos momentos estaba cabeceando.

—Es hora de dormir —anunció, y a pesar de que Yunho quiso negarse, se dejó llevar con docilidad hasta su habitación. Allí lo vio quitarse la ropa hasta quedar en interiores.

—Tú también, Minie —el volumen era tentativo. En respuesta, Changmin se dio media vuelta y cerró la puerta tras él.

Pasó por el baño y de regreso a la sala, ordenó el pequeño desastre que siempre dejaba Yunho a su paso. Después, sin sueño y porque al día siguiente no tenía nada concertado en su agenda, se puso a ver DVDs de la segunda temporada de One Piece.

Podía haber llamado a algún servicio de transporte privado debido a que conducir sería irresponsable, pero desistió por el cansancio y porque, aceptaba, el piso de Yunho era su segundo hogar (al punto que relegaba a tercer lugar a la casa en la que había crecido y abandonó a temprana edad para ser entrenado por la SME). Tenía el código de entrada para ingresar y salir cuando quisiera, varias prendas, libros y objetos personales; incluso el cuarto de invitados llevaba su nombre implícito.

 

Changmin no supo cuándo quedó dormido, entumecido por la cerveza y el agotamiento, pero despertó sobresaltado con la pantalla en negro y sus párpados pesando como ladrillos.

Fue a cepillarse los dientes, tan exhausto que ni siquiera tuvo la energía de arrugar la nariz al ver que la pasta de dientes estaba sin la tapa puesta y que un calcetín se encontraba encima del jabón. ¿Cómo había llegado a ese lugar? Otro talento oculto que U-know Yunho no lucía frente a las cámaras o en conciertos. Y una confirmación extra de lo inteligente que había sido mudarse.

—Hey…

Pegó un salto y casi le tiró un porrazo a la figura que sobresalía en las penumbras, en las cuales apenas se distinguía a Yunho en bóxers y con el cabello desordenado. La sonrisa boba que le dirigió le hizo constatar que seguía ebrio (y peligroso).

—¿Acaso quieres que te arrope? —preguntó Changmin, irritado por lo descontrolado de su pulso.

—Es que tuve una pesadilla.

El resto asumía que Yunho era el más complaciente de los dos, y llevaban razón, la franqueza por delante. Pero la situación cambiaba si la galaxia se le metía en la mirada y en la sonrisa, si se ponía en actitud de «¡Changminie!, no sería genial si…». ¿Y entonces? Entonces Changmin mascullaba, mascullaba otro tanto y cedía, actuando como si deseara estar en la Antártica cohabitando con pingüinos en vez de tener que lidiar con un molestoso hyung. Solo por eso se encontró a sí mismo acompañando a Yunho a su habitación y dejándose llevar hasta echarse a su costado. La fatiga era la otra gran culpable, se consoló mientras se quitaba el pantalón.

—Esto es vergonzoso —dijo Yunho en un murmullo—, pero gracias.

—Sí…

Cada uno en un lado respectivo de la cama, acomodados sin dificultades y ateniéndose a las consecuencias, como las probabilidades de que Changmin empezara a murmurar en japonés o diera manotazos, y que Yunho amaneciera adherido a él, acoplado como la pieza de un rompecabezas a su cuerpo.

Si lo analizaba, precisamente eran eso, un puzle: dos piezas muy distintas entre sí que encajaban en cada recoveco. No siempre fue así, era obvio, pero volverse compañeros en una elección que significó un cambio significativo en sus vidas personales y en sus carreras, los había forzado a hacer los ajustes necesarios.

—¿Minie?

—Duerme.

—Pero…

—Duerme —cortó. Changmin bostezó y pensó con vaguedad que el nuevo colchón de Yunho no estaba mal, ideal para sus problemas de espalda, aunque demasiado duro para su gusto.

El beso en su nuca no fue sorpresivo, tampoco la mano colándose debajo de su camiseta y acariciando su vientre. Ni siquiera se asombró cuando Yunho se irguió con el fin de distribuir besos cortos y secos por su cuello, luego hombro derecho, cadera y llegó a bajar hasta sus piernas.

Era una parte explorada de su relación. No la principal, ya que primero iba su amistad; algo sin exclusividad y fruto de los depresivos meses post-demanda donde se vieron obligados a trabajar duro para reencontrar el rumbo. Por un lado, habían estaban perdidos sobre cómo continuar como un dúo y por el otro, con el consuelo de haber tomado la decisión correcta.

Mientras Yunho regresaba a besar su cuello, con mucho cuidado para no dejar marca, Changmin se permitió recordar la primera vez que había sucedido. Fue en los dormitorios de SME que todavía compartían, precedida por una pelea a gritos. Apresurado, salvaje y culpable, tuvo el sabor de sus lágrimas y el anhelo vacío de Yunho de volver a ser cinco.

Los siguientes días ni siquiera habían podido mirarse a la cara, evadiéndose lo más que podían a pesar de vivir bajo el mismo techo y tener reuniones tensas para decidir su futuro incierto. Siguieron evitándose hasta que una tarde después de salir de la grabación de canciones de TVXQ (ahora con dos voces en vez de cinco), Yunho le cercó el camino y dijo sin titubeos:

—Estamos en esto ambos o no lo estamos, pero no podemos seguir así.

Y su mirada había gritado te necesito a mi lado y Changmin apenas había tenido que asentir para recibir un abrazo que no sabía que necesitaba (y que necesita con frecuencia).

Nunca confrontaron el tema de forma directa y las siguientes veces que se repitió actuaron igual. El sexo como un ingrediente añadido a su vínculo no cambió las bases fundamentales de su amistad o sus ideales. Si despertaban desnudos, rastros de semen en las sábanas y en sus cuerpos, se levantaban callados y se ocupaban de borrar los vestigios de la noche. Para Changmin, eran dos hombres adultos que lo reducían a un intercambio irrelevante de fluidos, besos y caricias. Era entretenido, muy bueno, y servía para deshacerse del estrés.

A veces, en la oscuridad y con extraño humor, se ponía a pensar que equivalía al fanservice que hacían para sus fans. Ellas sabían que no era real, ellos también, sin embargo, nada evitaba que fuera placentero. Sin futuro, sin planes, sin romance alguno. Una sonrisita quizá haría curvar sus labios, sabiendo que eso en concreto era verdad: no había romance ni insinuaciones sentimentales (y siempre había estado bien de ese modo, y ahora… ¿ahora qué?¸ la pregunta ganadora de la lotería). Hablaban de sus proyectos con TVXQ, el nombre que tanto les había costado mantener, hablaban sobre lo que querían y qué sucedería cuando alguno hallara a una mujer maravillosa y quisiera establecerse.

—Estaré a tu lado cuando te cases, yo entregaré tu mano —solía decir Yunho.

—Ni siquiera te avisaré la fecha —contradecía Changmin con seriedad, aunque ambos sabían que era mentira.

Todo era culpa de Yunho porque comenzó a besarlo y Changmin, cansado, quiso rechazarlo. Pero continuó a pesar de sus quejas y lo calló-provocó-persuadió envolviéndolo con su boca. Siempre era una imagen erótica ver a Yunho en esa posición, así que se dejó, se dejó cuando dedos embadurnados ingresaron en su cuerpo y se abrieron paso.

—Relájate.

—Estoy relajado —objetó, más somnoliento que excitado.

Culpa de Yunho porque se puso el preservativo entre risitas, fallando en desenrollarlo con fluidez en su erección, y Changmin se guardó la réplica irónica de, «Qué torpe eres, Jung Yunho-sshi», por temor a soltar un bostezo. Era sexo, solo eso. No se debían nada. Por facilidad, rodó sobre su estómago y Yunho se arrodilló a la altura de su trasero, una pierna a cada lado, y se introdujo con cuidado. Las manos grandes de Yunho tomaron sus caderas y dio principio a un ritmo lento que fue acelerando a medida que sus músculos cedían a la invasión.

Changmin ahogó otro bostezo, pero sus ojos se abrieron de sobremanera cuando Yunho cambió el ángulo y sin parar, siguió empujando una y otra vez. Inevitablemente, un jadeo abandonó su boca y sin querer deshacerse en bochornosos ruidos de placer, enterró el rostro en la almohada. El roce de su dureza que al fin había despertado, aplastada contra las mantas, era enloquecedor. Con el sueño ahuyentado, elevó la parte inferior de su cuerpo en señal de que quería más fuerza y quedó satisfecho porque Yunho entendió el gesto.

—Sí, sí, sí…

—Calla.

Era bueno, confirmó Changmin para sí mismo, encendido, aturdido por haber pasado de cero a cien en meros minutos. Era tan bueno. No que significara algo. Yunho se correría, se quitaría el preservativo para dejarlo de modo descuidado en su velador y se dormiría con una sonrisa leve curvando sus labios y sin decirle nada porque las palabras salían sobrando. Changmin se ocuparía de su propio orgasmo, y en venganza porque no estaba muy feliz de acabar solo con su mano (debido a que su hyung en estado de ebriedad no era un amante generoso), tal vez se limpiaría en el hombro de Yunho o su pecho, dejando que su esperma se secara formando una costra seca y blancuzca.

Pero eso no fue lo que ocurrió.

Changmin no consiguió evitar que un gemido muy largo, agudo, brotara de su garganta. Sus mejillas estaban ardiendo y las orejas las tenía tan calientes que creía que iban a salir disparadas de su cabeza. Sin sobre aviso, sintió una mordida en su nuca que le hizo apretar los dientes y soltar otro gemido  embarazoso.

—Yunho —jadeó—, ¿qué haces?

—Te lo hago a ti —contestó Yunho con voz baja, peligrosa.

Yunho seguía ebrio, y aunque Changmin daba uno que otro golpe contra la cabecera de la cama, no replicó ni se apartó. La mordida se repitió y su clímax se acercó a un paso fulminante, sin estar tocándose de manera directa. Le faltaba poco, tal vez dos o tres embestidas… Y de repente, Yunho se detuvo.

Changmin notó la falta de movimiento, pero lo que creyó que sería Yunho cambiando de posición, no pasó. La respiración del otro se había vuelto pesada contra sus omóplatos y su peso muerto comenzó a sentirse incómodo encima de él. Si era una broma, era de pésimo gusto.

—¿¡Yunho!? —preguntó Changmin y se removió en su lugar, o al menos lo intentó.

La comprensión lo golpeó al segundo: Yunho se había quedado dormido. Incrédulo, volvió a removerse y jadeó.

—¡Quítate! —clamó a continuación, pero la respiración de Yunho seguía acompasada y su peso, insoportable. Lo peor era que el empalme de Yunho no cedía, como si fuera ajena a lo que ocurría.

«No puedo creerlo, no puedo creerlo», repitió Changmin en su mente como un cántico. Utilizó los brazos para enderezar el torso y haciendo fuerza, consiguió librarse de Yunho, quien rodó al otro lado de la cama con placidez, quedándose quieto y sin contraer ni un músculo.

Changmin miró la figura dormida, sin poder asimilar lo que había pasado. ¿En serio Yunho se había quedado dormido mientras tenían sexo? «No es grave», se dijo, acallando sus instintos homicidas. Desde que habían llegado al departamento, Yunho no había estado sobrio, condición que empeoró notablemente con las cervezas compartidas. Molesto (y un poco herido), llevó la mano a su pene pensando en venganza, esta vez mucho más sentida y adrede que nunca antes. Se tocó con intensidad y prisas hasta que explotó y los hilillos blancos de su placer adornaron el torso desnudo de Yunho.

Satisfecho a medias, cubrió a Yunho, se puso ropa interior y salió del dormitorio. La lógica lo mandaba a darse un baño veloz y echarse a dormir, sin embargo, todavía dolido en lo profundo del orgullo y mandado por la imbecilidad (y el hambre), lo que hizo fue ir a la cocina, hacerse un paquete de ramyun… o mejor tres, comer lo que sobraba de helado (segunda venganza de la madrugada), y después volver como zombi a donde Yunho seguía dormido.

El ego le dolía, no sería patético y se mentiría a sí mismo.

Lo que tenían era bueno, reiteró. El sexo, el compañerismo y la preocupación que compartían el uno por el otro. Desde que los otros tres se habían ido, forzándolos a ir por una dirección que por su voluntad no hubieran elegido, su conexión se había fortalecido. Sin embargo, realmente imaginaba a Yunho casado con una linda chica y siendo el padre de varios chiquillos adorables. Se notaba que era un hombre de familia, cualquiera que lo hubiera visto interactuar con niños lo sabía.

En sus conversaciones también habían incluido el saber que ninguno daría pronto ese gran paso. SME no se metía con sus vidas privadas (siempre y cuando fueran eso, privadas: la buena reputación que se habían ganado a pulso debía permanecer intacta), pero iba sobreentendido que parte de su popularidad residía en que sus seguidores los juntaban en tontas ensoñaciones de que eran una pareja gay o, al otro extremo, los vislumbrara como eternos solteros codiciados.

Debían ser un producto sin manchas para consumo de las masas.

El anunciamiento de una boda borraría esa visión, dándole un golpe irrebatible a su popularidad. Así era con los idols en la cumbre de su profesión, pocos firmaban los papeles por estar enamorados y lo que pasaba más a menudo era que embarazaban a sus novias y no les quedaba otra elección.

Con un suspiro, Changmin decidió que era suficiente por una noche. El sexo a medias había sido una decepción, algo que no había ocurrido antes con Yunho y mientras recogía sus prendas para ir al cuarto de invitados, pensó que tomar más represalias sería entretenido. Una mueca poseyó sus facciones, suprimiendo sus maquinaciones. No tenía derechos a represalias ni a reclamos (era la realidad, y las epifanías no la cambiaban, no tenía derechos y nunca los tendrás, Changmin, siémbrate eso en el cerebro). Yunho estaba borracho y dormirse por ebriedad no era tan fuera de lo común.

Punto.

—No tengo derecho —susurró y sintió una presión rara en el pecho y en la garganta, descontento por esa idea. Arrugó el ceño, fastidiado, y aun así fue incapaz de echarle tierra a sus cavilaciones.

Se inclinó sobre Yunho y sopló un mechón de pelo que le caía encima de la frente.

—Dime hyung —susurró.

—Aw, Min-ah, invítame tu cena —murmuró Yunho entre sueños a modo de respuesta.

Su corazón dio un latido furioso y comprendiendo al fin lo que sentía, salió de la estancia.

No había derecho, volvió a reflexionar. No por más que se hubiera e-na-mo-ra-do (y por los mil demonios).

Yunho tenía la culpa por ser un líder perfecto y un hombre con todos los defectos del mundo. Por ser tan torpe y golpearse con muros si no estaba fijándose y despistado como para perder su teléfono dos o tres veces al día sino era más.

—Mátate, Shim Changmin —se murmuró, maldiciendo en su mente cuando vio que no tenía más cervezas y que salir a esas horas de la madrugada a la tienda de conveniencia más próxima era estúpido—. Estúpido —repitió—, estúpido… estúpido Yunho.

Yunho tenía la culpa porque, a pesar de todo, sí fue a comprar más cervezas (y una botella de soju) y después, derrotado y muy enamorado de Yunho, se quedó dormido doblado en diez, ebrio y agobiado, deseando más que nunca mudarse a la Antártica.


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