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Una pequeña historia por Dakuraita

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Notas del fanfic:

Hola, este OS es para el grupo MuraAka fans ¡Qué alegría haber alcanzado participar!

Sé que es corto y muy leve, sin embargo, va con mucho cariño a esta parejita. 

Notas del capitulo:

¡Disfruten la lectura! 

¿Te preguntas por qué vale la pena vivir pese a que todos algún día vamos a morir? No puedo darte la respuesta… nadie nunca podrá dar una respuesta certera. Ni los filósofos, ni los religiosos, ni los científicos, porque todos encontramos una respuesta diferente.

Sin embargo…

Pero puedo contarte una historia.

 

Todo pasó tiempo atrás, cuando los dragones aun eran las potestades del viento, las criaturas más sabias y antiguas de la tierra, cuando los fénix aun eran las potestades del fuego, las sirenas las potestades del mar y los humanos apenas tocaban la tierra, vigilada por la gran y antigua madre naturaleza, la deidad más grande y conocida por todos, vista por nadie, el todo.

Un día, una humana se enamoró de un fénix, el fénix tomó forma de hombre y engendró una criatura. La criatura no podía resurgir de las cenizas como el esplendoroso fénix, pero su llanto curaba los males y su canto era el fuego de la vida misma. Ardía con pasión en su pecho. Aquel fénix amó a su hijo humano como nunca amó nada sobre la tierra. Y aun a sabiendas de que nada en el mundo es eterno, se aventuró y abrió su corazón para entregárselo a su familia.

Los fénix desaprobaron estas acciones, pues sentían que el sí humano se mezclaba con las potestades, olvidarían su lugar en el mundo. Y lo olvidaron… con el paso del tiempo, los humanos olvidaron que eran hijos de la tierra y no los señores de ella. Poco a poco fueron olvidando que el dragón era sabio, y empezaron a verle como un enemigo al cual temer y despreciar. Olvidaron que las sirenas eran las amas de las aguas y entonces crearon barcos para cruzarlas sin permiso, aunque muchos pagaron el precio por eso. Y quienes olvidaron que el fuego era para brindar calor y protección, lo usaron para desaparecer bosques enteros, haciendo llorar a la madre tierra… sin embargo, la madre naturaleza, nunca objetó, ni se quejó, cual madre aceptó en silencio lo que sus hijos decidieron hacer.

Los humanos en número empezaron a crecer, a tener hijos y sus hijos, más hijos.

¿Qué ocurrió con el hijo del fénix?... Él tuvo más hijos, y sus hijos, más hijos. Cada cincuenta años, aparecía un heredero con las características  del primer hijo de fénix, con cabello rojo como el fugo, voz melodiosa y llanto que sana. Nunca nadie pudo explicarse cómo era que sin importar el tiempo, sin falta cada cincuenta años seguía apareciendo un pequeño.

Mas los humanos olvidaron, y la familia de aquel fénix, olvidó sus raíces… el tiempo las devoró. Luego, durante un siglo, dejaron de aparecer varones y aquella antigua familia dio luz sólo a mujeres. Mujeres que no sobrevivían.

Cada que veían a una niña nacer con ojos rojos… la asesinaban, pues decían que eran criaturas del mal, cuando en realidad sólo estaban asesinado a las pobres niñas del antiguo fénix.

El fénix, al ver a sus hijas morir, no pudo soportarlo y murió de dolor, solo en una cueva, lanzándose al estanque que había en esta, donde las lágrimas del fénix cayeron y donde su cuerpo desapareció, convirtiendo aquel estanque en lo que muchos siglos más tarde descubrirían era, la fuente de los milagros, ya que todo aquel que bebía de aquel estanque se decía que volvía a nacer ya que todos sus males se curaban… aunque, si esa misma persona volvía a beber, moría quemada por dentro. Mas esa es otra historia.

El mundo parecía estar condenado, el hombre pronto acabaría con todo…

Los fénix, uno a uno, fueron cazados hasta que la última de sus plumas rojas cayó.

Las sirenas, decidieron ocultarse en lo profundo de las aguas. A cambio de preservarse a sí mismas, dejarían que el mundo las olvidara creyéndolas un mito, una leyenda, un mal sueño. Las criaturas del bosque decidieron hacer algo similar. Aquellas que aun podía esconderse, se volvieron también un mito, algo que los humanos no deseasen poseer al creerles sólo un cuento para los pequeños… Sin embargo, los dragones no desearon preservarse, ellos tuvieron un sueño, un sueño donde los bosques empezaban a desaparecer, donde el cielo era negro como la brea, donde todo era sufrimiento… y decidieron que preferían desaparecer, partir con las estrellas y dejar que todo rastro de sus existencias muriese en el olvido, preferían el exilio, preferían el olvido antes que soportar la miseria. Los dragones nunca pelearon contra los humanos, aun si estos les acusaron de ser bestias crueles, ¿Por qué ellos que comían del ganado no eran bestias, y los dragones que de vez en cuando cenaban un cordero sí lo eran? Por supuesto sabían que eran mentiras, mentiras para que los humanos más jóvenes les odiasen y temiesen por igual. Uno a uno los dragones fueron cayendo. Los asesinaron a todos.

Sólo quedaba un dragón, este dragón era de escamas violetas, era un pequeño dragón, aun joven. Este se lamentaba en su cueva, cantando con su gutural y suave voz los antiguos cantos en una lengua que ha sido olvidada. Cantaba para que sus amigos y familia le escuchasen, cantaba para aliviar su dolor, para aliviar su angustia… pues joven era él y no deseaba la muerte que tenía en claro se cernía sobre él sin piedad alguna. Sin embargo, la muerte no era lo que aguardaba por él. Y eso fue algo que las estrellas no pudieron predecir.

Hombres con armaduras fueron en busca del dragón, habían preparado toda una caravana, pues habían viajado por todas partes en busca de dragones. Grande era la suma que el rey ofrecía por la cabeza de las bestias escupe fuego. En esa caravana, había un prisionero, y ese pequeño prisionero, cambiaría todo el curso de la historia que aquel dragón pensó iba a ser su destino final.

“La bestia descansa en la cueva, ¡La hemos encontrado!”, exclamó uno de aquellos hombres.

“Cortemos su cabeza —opinó uno de ellos— de lo contrario no nos creerán”

“Si cortamos su cabeza no durará tanto, ¿no has oído nunca las historias de los cazadores de dragones? ¡Cual polvo de deshacen aquellas bestias! Es como si se incinerasen solas”

“¿Qué hemos de hacer pues?”

“Atémosle, encerrémosle en una jaula y llevémosle al castillo, lo mataremos en la presencia del rey y así nos pagará lo prometido”

Y acordado así fue.

Se prepararon cadenas, jaulas, sogas, lanzas, espadas, y todo tipo de herramienta necesaria.

“Ofrezcamos a este sucio prisionero como carnada —sugirió uno de los caballeros que participaría en la captura del dragón—. Nada más noble puede ser para alguien como él, dar su vida para un propósito noble en lugar de irse a pudrir con el resto de los leprosos”

“Como siempre usted es tan noble con las escorias, Sir. Mirad que ofrecer un propósito noble a una sencilla rata, ¡Qué cosas!”

El prisionero fue obligado a caminar descalzo, para que sus pies se llenasen de heridas y la sangre incitara a la bestia, para que esta se concentrase en el aroma y tuviese apetito, así le distraerían y lo capturarían. Los hombres en armadura se ocultaron y el prisionero caminó lentamente, sin miedo alguno, sin pedir perdón o implorar piedad, caminó con paso firme, y aunque sus manos tenía atadas, logró quitarse la capa oscura que cubría su cabeza. Revelando su cabello rojos y fulgurante.

El dragón, que no tenía intenciones de pelear, se alzó para observar mejor a ese pequeño humano. Supuso que aquellos hombres deseaban usarlo de carnada, era algo obvio y bajo, desde el punto de vista del dragón. Sacrificar a los débiles es algo penoso a lo que el humano ha recurrido durante mucho tiempo.

“¿No tienes miedo de morir?” preguntó el dragón, aunque sabía que no obtendría respuesta, sabía que los humanos de esos tiempos habían olvidado como hablar y entender todo aquello que no fuese su lengua.

El muchacho alzó la mirada, sus ojos carmesí lucían cansados pero tenían algo, una llama.

“No lo tengo, la muerte es mi destino. Creen que soy un demonio, y no me queda más que aguardar. Sea aquí, sea allá… moriré… ¿Por qué temer a lo inevitable? Mi familia está maldita”

El dragón observó maravillado a ese humano que había respondido con tan hermosa voz llena de humildad y serenidad. Hermoso, sencillamente hermoso… un humano capaz de entender aquello que el hombre y el tiempo habían devorado.

“¿De quién eres hijo?”

“No puedo asegurarlo, desde pequeño huérfano he sido… sin embargo… él me habló, el primero de todos, el padre de todos los padres y madres. Me dijo que era su hijo y me enseñó su lengua”

“Tú eres… un hijo de fénix”

“El último que pisará la tierra… la sangre se ha mezclado demasiado… después de mí no habrá más”

“¿No te parece algo malo?”

“No, ¿Por qué habría de?...he visto en sueños a mis ancestros, a todas las que fallecieron y cuyo único pecado era el haber nacido. Vi a los antiguos fénix, cazados por la mano de los hombres… Vi todo aquello que provocó que la llama de mi padre se apagara…y muriese en pena. Y me veo a mí, hecho un prisionero cuando culpa no tengo, cuando crimen no he cometido… Después de mí, no habrá más, lo he comprendido y lo acepto. Es el destino. No queda más, soy el último y tú lo eres también. Aceptar lo que viene es lo más sensato, después de todo no queda nada”

No había odio en esa voz, no había remordimiento, rencor, no había emociones pérfidas que manchasen su alma… Había entendimiento, aceptación, rendición. Lo mismo que hubo en los dragones tiempo atrás. La voz del joven era tranquila, suave y expresaba la serenidad de su alma, su valor y su coraje. El coraje de seguir adelante, la valentía de aceptar la muerte y la sabiduría suficiente como para no temer a ella…

“Entonces es un honor hablar con el ultimo hijo de fénix”, dijo el dragón, ofreciendo una reverencia.

“Así como lo es para mí, hablar con el ultimo dragón”, y así mismo el muchacho también hizo una reverencia.

Los que observaban no entendían que sucedía, o porque la bestia no atacaba al muchacho. “Es un demonio” dijo uno de ellos. “Sólo el demonio podría aplacar a una bestia”, dijo otro.

Los hombres se llenaron de temor.

“¿Cuál es tu nombre, muchacho?”, preguntó el dragón.

“Akashi Seijuuro”, respondió.

“El mío es Murasakibara Atsushi… Tu nombre es hermoso”

El dragón entonces, decidió que… era momento de cambiar su destino. Aun si todos los dragones habían decidido dejarse morir, Atsushi no dejaría que la muerte llegase a él tan fácil. Cierto es que a lo único de lo que uno no puede escapar es la muerte, y si esta aguarda al final de todos los caminos, ¿Por qué llegar a ella antes de tiempo? ¿Por qué permitir que otros tomen control de tu destino?... La llama en los ojos de Akashi, había encendido un fuego nuevo en el corazón del joven dragón. Ese era el poder que tenían todos los fénix, ellos podían avivar cualquier llama sólo con su voz. Y aun si el hijo del fénix también se había rendido, Murasakibara le regresaría el favor, le daría vida a cambio del fuego nuevo.

Y entonces el dragón soltó un fuerte rugido y tomó al humano con su garra, para salir volando a toda velocidad, dejando atrás a los inútiles caballeros, haciendo un círculo de fuego alrededor de su campamento para quitarles tiempo.

Akashi se aferró a la garra del dragón, desconcertado.

“¿Por qué has hecho esto?... Pudiste haber huido sin mí”

“Porque estoy en eterna gratitud contigo”

“No he hecho nada que valga como para merecer tu gratitud, Atsushi”

“Quizá no intencionalmente, pero… has creído, has creído en la palabra de un sueño, has recordado tus raíces y con ello nos has salvado a ambos”

“De cualquier forma… moriremos”

“Lo sé, pero, ¿Por qué adelantar las cosas? Las rosas no se marchitan antes de abrirse… Tu voz me hizo entender algo Aka-chin… aun si debemos morir, no tenemos por qué dejar que otros nos arrebaten la vida… Si hemos de ser los últimos en el mundo, al menos, gocemos del mundo un poco más, juntos. Porque antes creía ya no tener nada en la tierra y ahora tengo a otro ser que comparte mi pena, el último en la línea, ¿Por qué dejarme morir cuando hoy te he conocido? Cual rayo de esperanza, cual flama eterna en la noche oscura, reencendiste el fuego con tal sólo unas pocas palabras. Porque me he visto reflejado en ti, he visto reflejados a mis hermanos en ti… nos hemos rendido antes de tiempo, lo he comprendido”

—Eres tan alto, aun siendo un humano —susurró Akashi.

—No soy un humano y tú tampoco lo eres… sólo tenemos la apariencia de uno —contestó Atsushi, sonriendo un poco—. Me agrada ser más alto que Aka-chin.

—¿Por qué?

—Porque siento que así puedo protegerte de lo que sea…

Atsushi abrazó al menos y este se dejó… habían pasado ya largos años desde que se habían conocido. Y en ese tiempo ambos se habían enamorado. Conocer lo mejor y lo peor de ambos había entrelazado sus vidas y corazones irremediablemente. Los dos se querían, se necesitaban y se hacían compañía.

—Aka-chin…

—¿Qué sucede?

—Quiero hacerte mío…

—Me parece justo, después de todo, tú ya eres mío y eso es absoluto.

Ambos juntaron sus frentes, entrelazando sus manos… procediendo a darse un beso, un beso que encendió una flama aún más peligrosa, está ya no era la llama de la vida, era la de la pasión y vaya que quemaba, consumía sus pieles y desnudaba sus naturalezas internas. La fiereza del dragón se entrelazaba a la vitalidad y la fuerza del fénix. Y con la luna envolviendo su lecho, dando su bendición a ese par de criaturas solas en el mundo, ambos se dejaron llevar, se dejaron arrastrar por ese fuego que volvía cenizas sus miedos y sencillamente les llenada de más y más afecto. El amor les envolvía.

Entre besos y caricias ambos se demostraron eterno afecto. Se hicieron promesas sin abrir sus labios y se juraron lo imposible.

—Aka-chin, Mi amado Aka-chin… —Atsushi envolvió a su pequeño y preciado fénix con sus brazos y dejando que sus alas se hicieran presentes, envolviéndose con él en aquel manto de amor, y de protección… nunca le dejaría ir.

—Atsushi, Atsushi… ¡Atsushi! —murmuraba, gimoteando.

Ambos estaban calientes, sus pieles, sus naturalezas parecían estar verdaderamente en llamas.

Y aun si ambos estaban condenados a vivir escondidos en las profundidades del bosque donde el hombre aún era temeroso de pisar, asilados para siempre, ya no importaba, porque eran libres en sus corazones, libres de vivir sin miedo, sin prisa…

No era tan malo ser los últimos en la línea, no cuando podían tomarse de la mano, no cuando podían sonreírse, besarse y abrazarse.

No era tan malo morir, no cuando las estrellas aguardaban.

El tiempo sería el verdugo y la madre naturaleza la encargada de sus sepulturas.

—El ciclo se cierra… Atsushi, mi momento está llegando —susurró Akashi, tomando la mano de aquel ser que tanto quería… era momento de decir adiós.

—Estamos tan cerca de la muerte como en el día en que nos conocimos… Aka-chin —respondió con una sonrisa dulce y embelesada.

—Es mentira, yo soy quien no aguantará más… tú aun eres un dragón, tu vida es longeva… Atsushi, no quiero dejarte solo, no en esta tierra…

Atsushi observaba a su amado, tan hermoso como aquel día, tan digno, tan maravilloso… pero al igual que toda hermosa flor debe decir adiós al mundo, igualmente su querido fénix debía decir adiós.

—Yo moriré de tristeza, Aka-chin —aseguró besando la mano de este—. No soportaré un día sin ti, nuestras almas son una y si la tuya vuela lejos, me llevarás contigo.

—Gracias… —Akashi suspiró, lucía tan feliz.

—¿Por qué?

—Por cambiar nuestros destinos, por amarme tantos, tantos años —Akashi deseaba decirlo, nunca lo había dicho y… era ahora o nunca.

Atsushi abrazó el frágil cuerpo que poco a poco palidecía. Una vez más le envolvió con sus cálidas alas. Akashi suspiró… se sentí siempre en casa, siempre que esos brazos le rodeaban, siempre que esas alas creaban un hogar para ambos.

—Te amo, Aka-chin.

—Yo te amo más.

—Yo te amo hasta las estrellas —respondió Atsushi, Akashi sonrió.

—Yo más allá de ellas.

—Aka-chin… canta una vez más, una vez más, sólo para mí.

—Siempre para ti.

Y como si su voz fuese su alma, Akashi entregó la última canción a Atsushi, feneciendo apenas la canción había terminado. El alma de Akashi parecía volar con el viento, mezclarse con el bosque lleno de vida, y Atsushi podía jurar que aún le escuchaba, que se regocijaba… la vida nueva le aguardaba.

Murasakibara lloró, lloró como jamás lo había hecho. Nunca había derramado lagrimas como aquellas, jamás en el pasado había sentido un dolor tan desgarrador… sentía que le arrancaban el alma a pedazos, sentía que estaba siendo destrozado por dentro, y su llanto incendió el bosque… pero en lugar de huir, ahí permaneció, abrazando ese pequeño cuerpo, y sencillamente dejó que las llamas sacasen el alma de su cuerpo, dejando todo lo que amó en la tierra… para unirse a su ser amado, aun si le quedaba un siglo de vida, no podría llamarle a sus existencia vida, no cuando él no estaba a su lado.

Sólo quedaron cenizas.

De las cenizas algo parecía brotar…

Una pequeña ave, un ave de ojos violetas y plumaje rojo.

El regalo de dos seres, un obsequio de amor a la madre tierra, una disculpa por haberla herido con fuego, aunque la madre tierra no sufría, pues ese fuego traía vida nueva consigo.

El mundo olvidó sus raíces.

Pero ellos dejaron un regalo. Uno que llegaría a las manos de quien lo necesitara, para aquellos que saben, para aquellos que quizá aún puedan escuchar…

La vida no pertenece a nadie, la carne ni siquiera es nuestra, todos somos hijos de la tierra, todos venimos de un lugar…

Vale la pena vivir, vale la pena existir. Aun con la muerte esperando al final del camino, aun con el dolor y la amargura. Vale la pena vivir, amar y descubrir… pero nunca debemos olvidar las raíces, y tener cuidado con quien entrelazamos nuestra alma.

Fuertes como el fénix, sabios como el dragón…

No busquemos la guerra, busquemos la protección.

Si algo vale la pena en el mundo, es el amor, porque el amor siempre se levantará desde las cenizas.

 

 

 

 

Notas finales:

<3 ¡Nos leemos en el siguiente! <3 


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