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Don't you (forget about me) por Naga

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Notas del fanfic:

Ficha técnica (?)

Título: Don't You (Forget about me)

Autor: Naga

Géneros: Romántico, drama, realista, realidad alternativa.

Longitud total: 76.898 palabras

Estatus: Finalizado

 

Disclaimer

BTS se pertenecen a sí mismos y a su empresa. Yo sólo utilizo su imagen para desarrollar mi creatividad. Cualquier parecido con su entorno, vida y personalidad es sólo fruto de mi imaginación y el contenido aquí escrito es mero entretenimiento sin pretender o asumir que tiene algún parecido con la realidad.

La idea original del fic está inspirada en el AU de  Suga-mon en tumblr y ha sido realizado con su consentimiento.

El título pertenece a la canción «Don't you (forget about me)» de Simple Minds.

Ésta historia ha sido publicada también en Wattpad y AO3 bajo el mismo título y seudónimo. Si lo encuentras en un lugar que no sean éstos, no soy yo. Denuncialo, por favor.

 

Advertencias

• Contenido adulto: homosexualidad, menciones implícitas de violencia física y verbal, uso de palabras malsonantes, relaciones sexuales implícitas (no contiene sexo explicito), homofobia [di NO a la homofobia, el amor debe ser libre].

• Relación principal: Kim NamJoon x Min YoonGi (NamGi)

• Relación secundaria (implícita): Kim SeokJinxKim TaeHyung (TaeJin)

• Otros: Desarrollo lento. Fluff. Costumbristas. YoonGi!Centric. Longfic. Minicapítulos.

 

Visuals

(Las fotografías pertenecen a los integrantes de BTS)

 

Notas de la autora

•Las fotografías que aparecen a lo largo de la historia no me pertenecen.

• La diferencia de altura está exagerada.

• Probablemente la Universidad de Yonsei no tenga departamento de Filosofía.

• El calendario escolar en Corea comienza en febrero/marzo, pero cuando escribí ésta historia, aun no lo sabía, por lo que ha sido adaptado al calendario europeo.

• Tampoco sabía que, en Corea, ser tatuador sin tener titulo medico es ilegal. Perdón por mi ignorancia (;w;) y pasad ese detalle por alto, por favor.

• Todos conservan sus edades verdaderas, excepto Jin y Suga.

• Lamento que Jimin y V tengan un poco menos protagonismo ;w; Los amo a todos por igual.

• Me encanta el feedback, si tienes algo que decir, seré feliz de escucharlo siempre y cuando sea una critica constructiva. En mi perfil podréis encontrar mi tumblr, donde atiendo todo tipo de consultas y peticiones (?) y twitter, donde no hago más que quejarme (?).

 

Sin más que añadir... ¡A leer!

Whalien 52 no era el lugar de moda, no estaba siempre lleno, ni tenía la oferta de productos más original, pero para ser una cafetería vintage, tenía muchos puntos buenos.

 

Que una cafetería tuviera un buen café era, sin duda, lo más importante; no era conocido por muchos, pero el café de Whalien 52 era delicioso. No era muy distinto de la oferta de cualquier Starbucks, pero a diferencia de la gran multinacional, todas las bebidas eran elaboradas con el cariño y esmero de los camareros, y los pasteles y comestibles, hechos a mano a lo largo del día, y los clientes podías llevárselo recién hecho y humeante.

En la hostelería lo principal era la calidad, la presencia y el sabor, y en Whalien 52 cumplían los tres requisitos con sobresaliente.

 

Para que los clientes quisieran entrar a un lugar, ese lugar debía entrar por los ojos primero, y no se podía decir que Whalien 52 careciera de belleza estética. La ubicación, en el barrio de Sinchon-dong, cercano a la universidad de Yonsei,  era perfecta para los estudiantes que deseaban tomar un desayuno tranquilo antes de ir a la universidad. Desgraciadamente, y quizá ese era el motivo de que Whalien 52 no fuese una cafetería popular, era que no era fácil de localizar ya que se encontraba en una calle peatonal poco transitada, con edificios bajos y viejos a su alrededor.

En la puerta se encontraba un bello cartel, con el nombre y numero de la cafetería escrito en una esmerada caligrafía en el alfabeto latino, con unas elegantes filigranas en las esquinas que llamaban la atención de todo el que pasara. Sin embargo, para acceder a ella había que subir unas angostas y anticuadas escaleras que no daban la confianza necesaria a muchos para decidir que era un lugar seguro y cómodo para tomar un café de forma tranquila.

Mas el interior de Whalien 52 era de lo más interesante. La sensación que transmitía en cuanto terminabas de subir aquellas escaleras era de absoluta paz. El olor a café recién hecho era lo primero que se percibía. A continuación, la luminosidad de la sala, que contrastaba con la oscuridad de la escalera. La luz blanca y de baja intensidad de las lámparas alógenas era sólo un complemento para los momentos nublados o previos al amanecer y posteriores al anochecer, pues los grandes ventanales eran suficientes para que la cafetería estuviera provista durante todo el día de la luz solar. Al encontrarse en un segundo piso, rodeado por edificios bajos, no había nada que la obstaculizara.

Esos mismos factores ayudaban a que la vista desde las mesas más cercanas a los ventanales fueran otro de los atractivos del lugar. La vista directa a una de las calles principales, los tejados de las construcciones colindantes y parte del skyline de la ciudad eran los encantos para los clientes más bucólicos, pues observar desde allí a los viandantes de las calles adyacentes era una actividad realmente entretenida.

Por lo demás, Whalien podría ser una cafetería vintage más; con paredes de ladrillo, no falso  ladrillo, plastificado al tacto, si no ladrillo real, frío y gastado; suelos crujientes de madera; mesas bajas, con sofás y sillones individuales, todos del mismo estilo, de cuero color borgoña, ligero olor a usado y a piel, que rechinaban al sentarse. Y la espaciosa barra, decorada con dibujos a juego con el cartel de la entrada, hechos a mano hechos por uno de sus artísticos camareros.

 

Los camareros. Por supuesto, no podía haber un buen servicio sin una buena persona detrás de él, por eso en Whalien 52 se ofrecía una calidad optima, por los profesionales con los que contaba.

Kim SeokJin regentaba Whalien 52 orgullosamente. Más que camarero, SeokJin estaba metido en la cocina durante gran parte del día, preparando los pasteles, sándwiches y bocadillos que se ofrecían en el expositor refrigerado de la entrada. SeokJin adoraba los dulces y su personalidad iba acorde. Tan dulce y adorable, con una carita de bebé que al mirarlo provocaba una sobredosis de ternura.

 

SeokJin era un grandísimo cocinero, pero no habría podido hacerlo solo de esa forma. Las cuentas no se llevaban solas, los pedidos no venían por arte de magia, y los turnos no eran al libre albedrío, pero de eso ya se encargaba Kim TaeHyung.

TaeHyung estaba a medio camino de la genialidad y la locura, era más raro que un perro verde, pero lograba sacar adelante el negocio de una forma impecable. Estudiaba gestión y administración de empresas en la universidad de Hongik, y a sus flamantes 20 años ya había conseguido tener éxito en su carrera al impedir que el Whalien 52 cayera en la quiebra gracias a su habilidad en la contabilidad. Sin embargo sus horarios estudiantiles impedían que estuviera demasiado presente en la cafetería en las horas de apertura.

 

SeokJin y TaeHyung eran la orgullosa pareja de enamorados que sacaba adelante Whalien 52. Vivían juntos, trabajaban juntos, y las horas que estaban separados por las clases de TaeHyung eran una tortura para ambos.

 

Y si SeokJin estaba en la cocina y TaeHyung en la universidad ¿Quién atendía a los clientes?

Pues para eso estaban Park JiMin y Min YoonGi, los atractivos y encantadores camareros y baristas. O más bien el atractivo y encantador JiMin y el provocador y gruñón YoonGi.

 

JiMin era cautivador en toda su extensión, con su rostro angelical, su sonrisa radiante y su cordial actitud hacia los clientes. JiMin era el favorito de las clientas, pues siempre tenía una palabra bonita para ellas, regalando sonrisas por doquier.

JiMin no era buen cocinero y le costaba mucho aprenderse las recetas y elaboraciones de las bebidas que debía preparar, pero tenía la habilidad de dejar satisfechos a todos los clientes gracias al servicio diligente que ofrecía.

 

YoonGi carecía de la paciencia y la afabilidad de JiMin para dirigirse a los clientes, era un poco adusto en sus contestaciones y no era capaz de recordar los nombres de los clientes que hacían los pedidos, olvidándolos al momento en el que estos lo pronunciaban y poniendo en su lugar un mote por el que sólo YoonGi era capaz de identificarlos.

YoonGi era mordaz y sarcástico, pero era bastante guapo, tenía una intensa mirada oscura y aprendía con una facilidad impresionante. Cuando YoonGi se presentó a la entrevista de trabajo, SeokJin no estuvo muy seguro de contratarlo; pero cuando le hizo la prueba de preparar un mocaccino con solo unas pocas instrucciones, el repostero no tuvo ninguna duda. El mocaccino estaba delicioso y YoonGi no había tocado una cafetera en su vida.

Por un presentimiento, dejándose llevar por lo que ese mocaccino le había dicho a sus papilas gustativas, SeokJin decidió darle una oportunidad de oro a YoonGi y enseñarle a preparar toda la selección de bebidas de la carta de Whalien 52.

En un mes, YoonGi podía elaborarlos todos en un abrir y cerrar de ojos, sin poner ningún esfuerzo especial, y todos le salían increíblemente deliciosos.

 

Y aun así no era capaz de recordar un nombre segundos después de escucharlo.

 

***

 

Whalien 52 era el extraño nombre de aquella cafetería tan particular.

 

El 52 no era más que el número del local de aquella calle peatonal, poco transitada, antigua y con las enredaderas trepando por los blancos muros exteriores.

Y por su parte, el nombre de «Whalien» no diría nada a la gran mayoría de las personas ya que se trataba de una broma interna de SeokJin y TaeHyung.

 

A menudo, TaeHyung hacía de rabiar al mayor diciéndole que se pondría gordo como una ballena por probar todos y cada uno de los dulces que preparaba. A lo que SeokJin se hacía el ofendido, argumentando que debía catarlos ya que no podía vender cualquier cosa a sus clientes.

TaeHyung no le decía aquello a malas, por ello SeokJin nunca se ofendía. Más bien, aquella disputa terminaba en risas y mimos, ya que TaeHyung adoraba las mejillas redondeaditas de SeokJin.

 

Y luego estaba la particular existencia de TaeHyung. No había mucho que decir al respecto. El joven empresario era rarito de la cabeza a los pies; optimista, bromista y cariñoso, era casi imposible de enfadar; hiperactivo e incansable, TaeHyung era como el conejito de Duracell, (y dura, y dura, y dura...) con cuerda para rato, imposible de hacer que deje de hablar pese a que no fuera capaz de decir algo con sentido, pero también era impredecible en todas sus facetas, nunca sabías por donde podría salir TaeHyung, y eso le hacía mágico.

O al menos lo hacía mágico a los ojos de SeokJin, pues en sus años de secundaria, cuando el mayor lo conoció, era apodado «el alíen» por sus compañeros, y no en un sentido amigable. Pero TaeHyung siempre se tomó aquel insulto como un alago, pues ser un alíen, raro a ojos de todos los demás, le hacía sentir que era especial y SeokJin ayudó a ello.

 

Y de ahí salió el nombre de Whalien 52: whale, ballena en inglés + alien = whalien.

 

SeokJin y TaeHyung siempre estaban esperando que alguien les preguntara por el nombre de la cafetería para contar la anécdota y demostrar su amor al mundo, porque siempre que podían, lo hacían.

 

Así de empalagosa era la pareja.

 

***

 

Whalien 52 abría de lunes a domingo, de 6:00 am a 8:00 pm.

 

JiMin estudiaba danza en la Universidad Nacional de Artes de Corea y tenía clases hasta las 2:00 pm, de modo que el turno de mañana en la cafetería pertenecía a YoonGi.

 

SeokJin y YoonGi abrían la cafetería todas las mañanas.

En realidad, abría SeokJin, que a las cinco en punto estaba ya metido en la cocina para preparar las primeras hornadas de pan y muffins del desayuno.

YoonGi siempre llegaba tarde. No era una persona de mañanas y le costaba mucho levantarse de la cama porque siempre se acostaba tarde. No había día en que no se le pegaran las sabanas. Suerte que tenía un jefe bueno y comprensivo y que TaeHyung siempre intercedía por él cuando SeokJin se enfadaba de verdad con él. Porque SeokJin era realmente aterrador cuando se enfadaba.

En las mañanas siempre había más actividad, por lo que YoonGi no tenía tiempo de aburrirse, y a las 3:00, cuando JiMin llegaba para cambiarle el turno, estaba agotado y deseando irse a casa a dormir.

 

Cuando había mucho trabajo, SeokJin salía de la cocina para apoyar a los camareros siempre que no tuviera a medias alguna elaboración que pudiera echarse a perder si no estaba pendiente. Y después de clase siempre estaba TaeHyung pululando por allí, aunque a menudo era más un estorbo que una ayuda, desgraciadamente.

 

Los fines de semana y los días que JiMin no tenía clase, cambiaban el turno y JiMin atendía por las mañanas y YoonGi cerrara por la tarde, para que el perezoso pudiera dormir hasta tarde al menos dos días a la semana.

 

Entre los cuatro eran perfectamente capaces de hacer frente al día a día en la cafetería. SeokJin algunas veces se había agobiado y había pensado en contratar a otro camarero o a un ayudante para la cocina, pero TaeHyung le había quitado la idea de la cabeza porque no tenían tanto dinero ni tantos clientes como para que fuera imprescindible.

Y además, a SeokJin y a TaeHyung no eran a los únicos que les importaba Whalien 52.

 

***

 

YoonGi no discutía con los clientes a propósito. No iba buscando pelea deliberadamente. Sin embargo, parecía que los problemas iban buscándole a él.

 

En realidad todo era culpa de su incapacidad para recordar un maldito nombre.

 

YoonGi no tenía problema para acordarse de recetas, de elaboraciones complicadas, de las tareas que tenía para el día, de fechas y precios... pero los nombres de las personas parecían escaparse de su mente.

 

Mas si solo fuera eso, no habría tanto drama. Pero YoonGi era demasiado orgulloso para pedir que le repitieran el nombre del pedido una vez más para anotarlo, y por otro lado su actitud de «me importa todo una mierda» tampoco ayudaba a hacer las situaciones mucho más fáciles.

 

- Bang ShiHyuk - respondió el cliente cuando YoonGi le preguntó, más por costumbre que porque le interesara.

 

«¿Qué ha dicho?» fue lo que su mente se preguntó, instantes después de escuchar el nombre. YoonGi miró al cliente y estudió su prominente y llamativa nariz en aquel rostro regordete. Sin pensarlo demasiado, escribió «Señor Cerdito» en el vaso para llevar, y mientras el café caía, se dedicó a añadir el detalle de dibujarle una alegre cara de cerdito para animar el día de aquel empresario que parecía bastante gruñón.

 

A YoonGi no le pareció en absoluto ofensivo. De hecho, creía que era divertido y tierno en cierto modo. Se había levantado de buen humor, se justificó, y había estado hablando con TaeHyung antes de que éste se fuera a la universidad, así que debía haberle contagiado algo de su espíritu alíen para hacer aquella tontería.

 

- Señor Cerdito, su café está listo - lo llamó YoonGi, pero el señor Cerdito no se dio por aludido.

 

No tenía más clientes, así que, pese a que no tenía por qué hacer aquello con los pedidos para llevar, YoonGi salió de detrás de la barra y fue a llevarle la orden hasta el lugar al que se había ido a sentar mientras esperaba.

 

El Señor Cerdito miró a YoonGi y agradeció con una sonrisa cordial, pero cuando vio lo que había escrito y dibujado en su vaso, el gesto educado se desvaneció. Sin duda debía sentirse ofendido y había pensado que había sido un insulto por parte de YoonGi.

 

El señor Cerdito comenzó a alzar la voz y a retar a YoonGi. Lo llamó «ganster» por su cabello teñido y clavó repetidamente su dedo en el hombro del joven camarero. A pesar de todo, YoonGi se mantuvo calmado y con actitud flemática, y cuando se cansó del problemático cliente y de sus ganas de buscarle las cosquillas, cogió el café que acababa de preparar de entre las manos de aquel tipo rechonchito y se lo tiró por encima.

 

YoonGi hizo callar al Señor Cerdito y éste tomó sus cosas y se marchó sin pagar.

 

YoonGi había perdido un cliente, había perdido dinero y había ensuciado el suelo de madera de Whalien.

 

Sin duda SeokJin iba a gritarle.

 

***

 

YoonGi no era originario de Seúl.

 

YoonGi había nacido en Daegu y se sentía orgulloso de sus orígenes.

 

A sus veintitrés años, YoonGi dejó Daegu y se mudó a Seúl. Han pasado tres años desde entonces y YoonGi acababa de cumplir veintiséis.

A diferencia que muchos jóvenes, YoonGi no se mudó a la capital para estudiar en la universidad. De hecho, YoonGi no tenía estudios superiores, y si los hubiera tenido, probablemente no trabajaría nueve horas diarias en una cafetería por un sueldo mediocre.

 

Sin embargo, su puesto de camarero en Whalien 52 era el mejor empleo que había tenido desde que llegó a Seúl, y no por nada lo había conservado durante dos años pese a su personalidad difícil de tratar.

 

En Whalien, pese a su poca paciencia con los clientes y a lo impertinente que podía ser a veces con ellos, YoonGi estaba a gusto.

 

Había construido una sólida amistad con la pareja y con JiMin, a quienes acudía siempre cuando tenía algún problema de cualquier tipo, aunque con lo orgulloso que era YoonGi, debía ser un problema muy grande como para que el chico lo considerase un «problema» y tuviese que pedir ayuda.

 

Además, el trabajo era entretenido, porque aunque no lo admitiera, YoonGi disfrutaba preparando café, y cuando no había clientes, SeokJin le permitía hacer lo que quisiera siempre y cuando no incomodara a las personas cuando entraran. De forma que en sus horas muertas YoonGi ponía su música favorita en el ambiente de la cafetería, en lugar de la música de moda o de la clásica que tenía preparada TaeHyung, se sentaba en detrás de la barra a leer, navegaba en internet visitando las redes sociales en su móvil, o dibujaba.

 

Porque de tener un oficio, YoonGi debía ser dibujante.

 

YoonGi no sólo tenía una habilidad innata para preparar café, sino también para dibujar. Sin embargo, no aprovechaba su talento para ganar dinero a costa de él.

 

En ese sentido, YoonGi encajaba a la perfección con la atmosfera bohemia de Whalien 52.

 

YoonGi creía que si empezaba a dibujar por dinero, eso que tanto disfrutaba y lo que tanto le relajaba de crear arte, perdería el valor intrínseco y purgante que tenía para su ser.

Pero eso no significaba que guardase su arte para sí mismo.

De hecho, era más bien al contrario.

 

YoonGi expandía su arte por las calles de Seúl a modo de graffiti.

 

«Arte urbano» le gustaba denominarlo a SeokJin, para sentir que lo que YoonGi hacía no era un delito, pero a YoonGi le gustaba llamar a las cosas por su nombre y no con un eufemismo.

 

Y aun así no era capaz de recordar un nombre segundos después de escucharlo.

 

YoonGi aprovechaba siempre que podía para salir a pintar, cosa que no sucedía a menudo por su horario en el trabajo.

Casi siempre aprovechaba los viernes cuando oscurecía y se pasaba la noche en vela dibujando con pintura en spray en algún lugar abandonado o debajo de algún puente. Aunque si la inspiración le salía por las orejas o se encontraba como una hoya exprés a punto de estallar de la presión, cualquier momento era bueno, sin importar si debía ir a trabajar de empalme.

 

YoonGi firmaba sus trabajos como Suga, apodo que se había traído de Daegu y del que no había querido desprenderse pese haber llegado a Seúl para hacer una nueva vida.

 

Suga también era el nombre que ponía en su placa identificativa mientras trabajaba en Whalien 52.

Esa fue idea de TaeHyung, que creyó que un apodo dulce como Suga(r), haría que la imagen hosca que los clientes se llevaban cuando abría la boca se suavizara un poco.

Como si no fuera suficiente con el propio aspecto físico de YoonGi.

 

YoonGi era compacto, porque para eso si le gustaban los eufemismos, bajito no, compacto. Su delgadez, su cabello teñido en turquesa, su cara redonda, su nariz pequeña, sus ojos rasgados y sus labios, esos labios gruesos para una boca pequeña, como todo lo demás en su rostro, todo en ello hacía a YoonGi parecer delicado, más dulce que SeokJin, más intenso que TaeHyung, más angelical que JiMin... Pero eso era sólo al primer vistazo, porque en cuanto YoonGi clavaba su penetrante mirada en cualquiera, ésta ya no era capaz de pensar que alguno de esos adjetivos encajaba con YoonGi.

 

YoonGi era masculino, fuerte, insondable... Para lo pequeño que era, YoonGi era capaz él solo de llenar cualquier habitación con su presencia.

 

YoonGi era potente, amargo y espeso, como un buen café negro.

 

***

 

YoonGi no era un hombre hablador y se regocijaba enormemente en la soledad, pero no le gustaban los silencios. Por eso, necesitaba llenar cualquier momento de calma con música. Cualquier música estaba bien, pero a YoonGi le gustaba el hip hop.

YoonGi no era fanático de los grupos de pop ni de Idols, pero no odiaba escuchar las canciones de moda ni los nuevos lanzamientos cuando sonaban día y noche en la cafetería. Además, gracias a JiMin, que siempre estaba al tanto de los nuevos grupos que hacían su debut y de los que ya tenían su hueco afianzado en la industria, YoonGi también los conocía y en secreto los disfrutaba, así como disfrutaba viendo a JiMin haciendo exhibición en directo de los bailes del grupo femenino de moda.

 

Pero cuando estaba solo y sin influencia de ningún fan, la música que verdaderamente satisfacía a YoonGi era el hip hop.

 

Era realmente raro que en Whalien 52 hubiera más de diez clientes a la vez. La caja la hacían gracias a que ponían bebida y comida para llevar, por lo que la gran parte de su clientela iba de paso, sobre todo en dirección a la universidad. El resto del tiempo estaba prácticamente vacío.

Esos momentos, YoonGi los aprovechaba para poner su propia música.

 

A SeokJin no le gustaba que YoonGi pusiera hip hop en los altavoces de su cafetería, pese a que lo hacía a un volumen ambiental y que no molestara a nadie, pero el mayor opinaba que las letras eran demasiado agresivas y que eso incomodaba a los clientes.

Pero eso no detenía a YoonGi, ya que seguía poniendo su lista de reproducción, pero para no enfadar a SeokJin, únicamente ponía las bases de las canciones. Eso también era un beneficio para sí mismo, pues al no estar pendiente de la letra, era capaz de concentrarse mucho mejor en cualquiera de las tareas que tuviera entre manos a lo largo del día.

 

Era marzo y la primavera ya había llegado a Seúl.

La luz del sol se metía por los ventanales y calentaba el cuero de los sillones, haciendo que casi no hiciera ni falta poner la calefacción.

Pronto llegarían el polen y las alergias y la gente llevando mascarillas por doquier cubriendo sus narices y sus bocas, haciendo que YoonGi pasara desapercibido cuando fuese camino a continuar con su último graffiti.

 

YoonGi pensaba en él, tratando de no quedarse dormido sobre la barra. Eran las nueve de la mañana y el sol que entraba a raudales hasta su posición no hacía más que aumentar su somnolencia.

Trataba de ordenar los colores en su cabeza. Tenía que comprar otro bote de color blanco, pues había gastado todos el último día y aun no había ido a la tienda a por más, y de eso hacían ya cinco días.

 

La cabeza se le resbaló de la mano en la que la tenía apoyada, haciendo que se despertara repentinamente porque se había quedado traspuesto un segundo, y acto seguido se obligó a espabilarse porque había escuchado pasos subiendo por la escalera de acceso.

 

YoonGi se irguió y observó la puerta, viendo cómo entraba en el establecimiento un cliente. El cliente era alto, tanto que se dio en la frente con el marco de la puerta, teniendo que agacharse un poco para pasar por debajo de él, porque el edificio era antiguo y las puertas no estaban hechas para gente tan enorme. Era la primera vez que ese cliente entraba en el Whalien 52, al menos en su turno, pues YoonGi recordaría a alguien que difícilmente cabía por su puerta.

Su altura impresionó a YoonGi, porque YoonGi se consideraba compacto. Pero no fue lo único.

 

YoonGi no pudo evitar fijarse en lo hortera que era ese chico enorme. Vestía con ropas de marca, lo que denotaba que tenía dinero, e individualmente, las prendas estaban de moda, pero o el chico era incapaz de combinar su indumentaria o la selección de outfit le sentaba terriblemente mal. O quizá fueran ambas cosas.

Las Converse All Star bajas, YoonGi odiaba las Converse. Un pantalón que le quedaba pesquero, como se llevaba ahora, pero que en él, por su altura, parecía que le quedaba pequeño y que no había pantalón que pudiera cubrir por completo tan largas piernas. Un polo rayado bajo una chaqueta vaquera. No, YoonGi nunca hubiera hecho semejante elección y sólo le daban ganas de sacarse los ojos al verlo para dejar de pasar tanta vergüenza ajena.

Su mal gusto para la ropa impresionó a YoonGi, y eso que YoonGi no era precisamente un gurú de la moda, pero al menos tenía swag.

 

Unas gafas de montura gruesa y negra le daban un aspecto muy intelectual a su rostro de piel morena y tersa, de labios gruesos y ojos rasgados y estilizados. Tenía un rostro interesante, YoonGi no podía negarlo, pero cuando miraba su cabello, YoonGi sentía que lo estropeaba. ¿No había más colores para teñirlo? ¿Por qué había tenido que elegir el rosa?

El rosa era el color favorito de SeokJin, pero YoonGi consideraba que el rosa era un color muy poco varonil.

Ver el pelo rosa en aquella cabeza impresionó a YoonGi y lo hizo sentir un poco de vergüenza ajena.

 

YoonGi no era para nada una persona impresionable, pero cuando aquel conjunto de cosas impresionantes llegó hasta el mostrador sin despegar la mirada de su teléfono móvil, YoonGi no pudo más que observarlo con una ceja alzada, totalmente sin palabras para darle la bienvenida como hacía usualmente.

 

Debido al silencio y a que el cliente no era capaz de mirarle o hacer su pedido, YoonGi tragó saliva y lucho por recuperarse de la impresión. Pero en cuanto abrió la boca para tratar de decir algo, la voz grave del cliente rompió el silencio.

 

- Buenos días amigo camarero... como mi alma, quiero un café negro, pero no le eches todo el azucarero, o del dulzor me desintegro.

 

 Los ojos de YoonGi se abrieron lo imposible por la sorpresa al percatarse de que el cliente estaba rapeando tan tranquilo al ritmo de la base de hip hop que sonaba en los altavoces de la cafetería.

 

- Ni canela ni vainilla, esas porquerías son para chavalillas, mi café ha de ser con regaliz, un aroma que despeje mi nariz.

 

Con la mandíbula caída, YoonGi observaba al cliente como si fuera una aparición. ¿Que TaeHyung era un alíen decían? Sin duda, aquellos que llamaban alíen a TaeHyung no debían conocer al individuo que tenía al otro lado del mostrador, recitando aquellas líneas con la fluidez de un experto, sin trabarse ni en una sola sílaba, sin sentir ningún tipo de vergüenza. Espontaneo y natural.

 

- Échale seis cubos de hielo, el café caliente yo repelo. Y nada de taza de un sorbito, quiero un tanque de café fresquito, que despierte a este cabeza de chorlito...

 

YoonGi no había sido capaz de retener la información, había entrado por sus oídos, había asimilado las rimas, pero el contenido lo había olvidado. ¿Realmente había rapeado su pedido? Debía estar bromeando.

 

- Debes estar tomándome el pelo - consiguió decir por fin YoonGi, dando voz a sus pensamientos.

 

El cliente de pelo rosa levantó por fin su mirada del teléfono móvil y miró a YoonGi unos instantes, confundido. Una vez más, el cliente impresionó a YoonGi, sonriéndole de forma inocente, haciendo que se marcaran dos hoyuelos en cada una de sus mejillas.

Ésta vez, YoonGi no dejó que esa sonrisa impresionante lo dejara fuera de combate y continuó mirando al desconocido cliente. YoonGi estaba acostumbrado a combatir contra las deslumbrantes sonrisas de JiMin, esa sonrisa no era nada del otro mundo para él. No. Era. Nada.

Cuando el chico de pelo rosa se percato de la forma en que YoonGi le miraba y en su ceño fruncido, dejó de sonreír, entreabriendo sus carnosos labios, mientras que en su expresión se dibujaba la confusión durante unos segundos, para que, acto seguido, se transformara en comprensión.

 

- Acabo de rimar ¿verdad? - preguntó horrorizado, haciendo que YoonGi advirtiera que había empezado a ruborizarse hasta las orejas, haciendo juego con el color de su pelo.

 

YoonGi no se lo creyó. Tenía que estar fingiendo, actuando de alguna forma. YoonGi no se creía que ese esperpento hubiera podido hacer aquellas rimas sin haberse percatado si quiera de lo que estaba haciendo.

 

De mala gana, YoonGi atrapó la muñeca del cliente y le arrebató el móvil. Seguro que lo había estado leyendo mientras recitaba, YoonGi estaba convencido de ello y había querido asegurarse. Pero cuando miró la pantalla, sólo pudo ver que tenía abierta la aplicación de Instagram, que estaba mirando los comentarios de una fotografía de lo que parecían sus propios labios y sólo le dio tiempo de leer un nick, «Runch Randa», antes de devolvérselo al cliente.

Se le olvidó el nick nada más verlo.

 

- ¿No estabas leyendo? - preguntó YoonGi, desconfiado, aun sin creerse la situación que acababa de vivir, empezando a aceptar que había sido genuina y que probablemente no iba a repetirse nunca nada igual en su vida.

 

El muchacho negó con la cabeza, ahora rojo desde las mejillas hasta las puntas de sus orejas, sin saber a dónde mirar, pero tratando de evitar los ojos de YoonGi con todas sus fuerzas.

 

- No te creo - lo retó YoonGi, como último recurso para asegurarse - Repítelo.

 

El tono autoritario de YoonGi hizo que los hombros del chico de pelo rosa se encogieran por un instante, incómodo ante la orden petición del camarero. Se notaba que el chico no sabía dónde meterse y debía estar arrepintiéndose de entrar en aquella extraña cafetería, con aún más extraño nombre y con un camarero para nada amigable. Los tres grandes encantos del Whalien 52.

 

- No puedo - murmuró, con su grave voz ligeramente quebrada por la vergüenza - No lo recuerdo... Te juro que lo he hecho sin darme cuenta...

 

Por primera vez desde que se percató de lo que había hecho, el cliente miró a YoonGi a los ojos al decir aquello. Su pena y la intensidad en la forma de decirlo hicieron que YoonGi terminara de convencerse de que decía la verdad, y de todas formas, no tenía forma de probarlo.

Cuando se lo contara a los demás no iban a creerle.

 

YoonGi gruñó algo ininteligible y se frotó la nuca, agitando sus cabellos turquesas, resignado a aceptar lo que acababa de pasar y a no darle más vueltas para no seguir incomodando al chico, que ya bastante tenía con lo suyo. YoonGi estaba convencido de que ese no volvía y SeokJin se cabrearía con él por perder un posible cliente habitual.

 

- Entonces... - acotó YoonGi, como si nada hubiera pasado - ¿Qué vas a pedir?

 

- Un café solo con regaliz y mucho hielo. Para llevar, tamaño venti. A nombre de NamJoon.

 

Se le olvidó el nombre nada más escucharlo.

 

¿Por qué no dejaba de ser impresionado por ese tipo? Medio litro de café solo con ¿regaliz? ¿Quién demonios se tomaba eso?

 

- Regaliz - repitió YoonGi, incrédulo. Fue contestado con un asentimiento de cabeza. - Regaliz en rama - insistió YoonGi, recibiendo otro asentimiento de cabeza.

 

YoonGi no dijo nada más. Le señaló un sofá al cliente de pelo rosa, invitándolo a sentarse mientras esperaba y se dispuso a anotar el pedido en el programa de la registradora. Cuando llegó al lugar donde debía anotar el nombre del cliente, como siempre se preguntó «¿Cuál era?» y al ser incapaz de recordarlo, lo miró, tratando inútilmente de recordar.

El tipo se había quedado mirando hacia el exterior por los ventanales con una expresión vacía y ausente.

 

YoonGi anotó «Desert Mind» como nombre escribiéndolo con rotulador indeleble en el vaso de plástico donde serviría el café.

 

Preparó en silencio la cafetera para tal ingente cantidad de café, usando granos de Moka y lo dejó cayendo. En ese momento se percató de que el regaliz no era un pedido usual. De hecho, no se lo habían pedido nunca y menos para el café. YoonGi no sabía por dónde empezar a buscar, así que recurrió a la solución fácil.

Se asomó a la cocina, recibiendo un intenso olor a nuez moscada en cuanto abrió la puerta, proveniente del bizcocho de calabaza que SeokJin estaba preparando en esos momentos. SeokJin miró a su empleado, dándose cuenta de inmediato de su entrada, pues no era nada usual que YoonGi abandonase la sala y se internase en el territorio desconocido que era la cocina.

 

- Jin ¿Tenemos regaliz?

 

- ¿Regaliz en rama? - preguntó el cocinero, altamente sorprendido e intrigado por tan extraña petición.

 

- Es una larga historia. ¿Tenemos?

 

SeokJin no preguntó más y de una estantería con especias y aromas, extrajo un bote con varias ramas de regaliz para entregárselo a YoonGi. El bote parecía no haber sido abierto nunca, conservando en su interior cinco ramitas cuyo intenso olor abrió hasta los pulmones los senos nasales de YoonGi, despejándole hasta el alma.

Cuando regresó a la sala, el de pelo rosa seguía en su sitio y no parecía haberse movido ni haber advertido la ausencia de YoonGi.

 

El vaso se había llenado ya y YoonGi le añadió cuatro cubos de hielo, los que había podido meter sin hacer que el contenido del vaso rebosara.

Debía confesar que no sabía qué hacer con el regaliz.

 

- ¡Eh! ¡Desert Mind! – lo llamó, con su inglés de Corea y su mala pronunciación.

 

El joven se dio por aludido. Miró a YoonGi, confuso por el apodo y se subió las gafas por el puente de su nariz con el dedo índice, mientras se levantaba para acudir a su llamada.

YoonGi pensó que se veía realmente estúpido, con su cara de tonto, pese a que al principio había pensado que parecía un intelectual; con su ropa mal conjuntada; con su alto y larguirucho cuerpo, haciéndole parecer descoordinado; con su ridículo pelo rosa. Un completo fenómeno de mal gusto en general.

 

- ¿Qué quieres que haga con el regaliz? ¿Lo echo dentro?

 

Desert Mind, como lo había apodado YoonGi, porque parecía un absoluto cabeza hueca, una mente desértica, extendió la mano, para que YoonGi le diera uno de los palos de regaliz. El chico lo cogió, lo mordió un poco con sus muelas, para que desprendiera todo su sabor, y removió el café con él como si fuera una cuchara. A continuación lo echó dentro sin más y le dio un trago a la extraña mezcla.

 

YoonGi observó todo el proceso con una mueca de asco. Qué manera de estropear un buen café.

 

Desert Mind puso cara de estar saboreando lo más delicioso que había probado en su vida. Leyó lo que estaba escrito en su vaso y sonrió. Y sonrió a YoonGi.

 

- 2.500 won - reclamó YoonGi, todavía fingiendo que esa sonrisa no tenía ningún efecto en él.

 

El chico pagó sin rechistar, incluso encantado, como si le resultase excesivamente barato.

 

Desert Mind salió de Whalien 52 con un particular café solo con regaliz en una mano, con una media sonrisa en su rostro, agachándose ligeramente para no golpearse la cabeza con el marco de la puerta, dejando a YoonGi con una sensación desconcertante en su interior.

 

YoonGi deseó que Desert Mind no volviera por allí.

 

***

 

Dado que tenían horarios complementarios, era prácticamente imposible que JiMin y YoonGi pasaran tiempo juntos. Sin embargo, lo hacían.

 

JiMin y YoonGi se llevaban seis años de diferencia, pero aun así, se soportaban bastante bien.

 

JiMin solamente llevaba un año trabajando en Whalien 52. Antes de que JiMin entrara allí a trabajar, YoonGi pasaba el tiempo justo y necesario en la cafetería con tal de no compartir espacio durante demasiado rato con su reemplazo.

 

En esa época, SeokJin siempre estaba preocupado, procurando estar siempre presente para que no hubiera ningún percance. Jackson y YoonGi chocaban mucho en personalidad y aunque apenas se veían, cuando coincidían un solo momento en la misma habitación, parecía que saltaban chispas.

YoonGi era flemático y aparentemente calmado, actuaba como si todo le diera igual, como si el simple hecho de hablar le diera pereza. Pero YoonGi era explosivo, y en el momento menos pensado, la bomba nuclear que llevaba dentro estallaba y arrasaba con todo.

Jackson era enérgico y altivo y tenía un ego que salpicaba y manchaba las paredes en cuanto el chico abría la boca. Tenía 20 años, se estaba preparando para debutar como Idol y sentía que se iba a comer el mundo.

 

YoonGi no le había hecho nada a Jackson, pero Jackson consideraba que YoonGi le miraba por encima del hombro, pensaba que lo despreciaba por estar tratando de convertirse en Idol, y eso no le gustaba.

Jackson creía que cualquier momento era bueno para provocar a YoonGi, y YoonGi picaba enseguida.

Normalmente sólo se atacaban con comentarios incisivos, pero un día que Jackson pilló a YoonGi de especial mal humor, el mayor saltó sobre él, comenzando una pelea física en mitad de la sala.

Suerte que TaeHyung estaba por allí y, junto con SeokJin, consiguieron separarlos, llevándolos cada uno a una esquina.

 

SeokJin no quería despedir a ninguno, pero como jefe debía tomar medidas. Pero Jackson le arrebató esa carga yéndose por su propio pie. Sin embargo le dejó con un hueco en su plantilla que tendría que apresurarse a llenar.

 

Después de una semana y muchas entrevistas de trabajo, JiMin empezó a trabajar en Whalien por las tardes, haciendo que el ambiente de trabajo cambiara radicalmente.

 

JiMin aportaba al lugar el ambiente que Jackson no era capaz de causar pese a su gran belleza. JiMin traía con su presencia la calidez y la tranquilidad que perpetuamente lo rodeaba. Hacía que Whalien 52 se sintiera un hogar. Hacía que YoonGi sintiera que con ellos estaba su lugar.

 


JiMin daba paz a YoonGi y hacía que se sintiera en casa.

 

SeokJin y TaeHyung eran casi como un matrimonio bien avenido, pero cuando llegó JiMin, lo arroparon a él y a YoonGi, formando una pequeña familia unida por aquella cafetería.

 

Por eso, Whalien 52 era para ellos como una casa y el núcleo de su hogar, y debían cuidarlo y mimarlo como un bebé.

 

***

 

Pasaron ocho días completos hasta que el chico de pelo rosa regresó.

 

No era el mismo día de la semana, ni la misma hora que la vez anterior. Eran casi la una de la tarde y el día se encontraba nublado y lluvioso.

YoonGi estaba más despierto que de costumbre. La lluvia le inspiraba y le daban ganas de salir a pintar, aunque se calara hasta los huesos. Pero la lluvia no se llevaba bien con la pintura al aire libre y YoonGi debía conformarse con dibujar como un loco en un bloc de papel con lápices de colores con bases de hip hop de fondo mientras trabajaba.

 

El chico de pelo rosa hizo su segunda aparición de forma magistral. Sus fuertes pisotones subiendo por la escalera podían escucharse hasta en Busan, anunciando su entrada. Fue por eso que YoonGi levantó la vista de la lámina que dibujaba para mirar en dirección a la entrada y ver cómo el altísimo chico tropezaba en el último escalón y se golpeaba la frente con el quicio de la puerta cuando precisamente había trastabillado al intentar esquivarlo.

 

Impactado, YoonGi dejó caer el lápiz de color verde que tenía en la mano, boquiabierto, mirando al chico de pelo rosa que se caía al suelo de boca, con el trasero en pompa.

 

No había nadie más en ese momento en la cafetería, de modo que nadie se levantó para ayudarlo, porque YoonGi se había quedado congelado al ver la imposible escena.

 

Ese chico de verdad sabía cómo hacer que el imperturbable YoonGi se quedara con la boca abierta y sin saber cómo reaccionar.

 

Se levantó sin ninguna ayuda, después de tomarse unos segundos para recuperarse del dolor y asumir lo que había sucedido. Frotándose la frente y la barbilla, caminó, cabizbajo hasta el mostrador, donde YoonGi aun era incapaz de moverse.

 

- Buenos días - saludó el cliente, pese a que ya era tarde. No se le veía en absoluto avergonzado por lo que acababa de pasar y sonreía pacíficamente.

 

YoonGi pensó que parecía acostumbrado a ese tipo de situaciones.

 

- B-buenos... - YoonGi no supo cómo continuar, pues le resultó de mala educación corregirle y decirle que ya era tarde, y ya había sido bastante maleducado con ese cliente que había esperado no volver a ver y sin embargo, allí estaba, delante de él - ¿En qué le puedo servir?

 

- Té Matcha - pidió, sin pensarlo demasiado, como si ya lo tuviera decidido desde hace rato - Tamaño grande, con hielo frappé y una bola de helado de té. Para tomar aquí, por favor - Y sonrió de oreja a oreja, mostrando unos dientes perlados y perfectos y unos hoyuelos asesinos - A nombre de NamJoon.

 

YoonGi ni si quiera se molestó en prestar atención al nombre, pues sabía que iba a olvidarlo.

 

- Puedes sentarte, en seguida te lo sirvo - murmuró YoonGi con fastidio.

 

El té matcha era laborioso y él quería seguir dibujando.

 

YoonGi intentó no pensar mientras hacía su labor, pero no pudo evitar percatarse de que el chico de pelo rosa no había sacado su móvil en ningún momento y que, esta vez, había hecho su pedido mirando a YoonGi a los ojos, como si se esforzara en demostrarle que se acordaba del incidente de la última vez y que no tenía intención de incomodarlo con su rap accidental, aunque hubiera hecho una entrada igual de impresionante.

 

Cuando levantó la vista de su tarea, se percató de que el chico había elegido un asiento de dos plazas, en una esquina del local, y que miraba la lluvia con expresión melancólica a través de sus gruesas gafas de pasta. YoonGi vio que su ropa era más discreta ésta vez, completamente de color negro, con un pantalón estrecho que le quedaba igualmente pesquero y una sudadera holgada que parecía quedarle dos tallas más grande. Aun así, YoonGi siguió pensando que era muy hortera.

 

YoonGi decidió centrarse en terminar cuanto antes el pedido para poder volver a su dibujo. Preparó una bandeja para la taza e incluyó también un plato, donde dispuso un paño de cocina limpio que envolvía cuatro hielos, porque YoonGi era difícil de impresionar, pero no era un insensible, no siempre, y sabía que el chico debía haberse hecho daño en la frente al chocar.

 

Con buen equilibrio llevó la bandeja hasta el cliente y dejó el té con una bonita presentación en vaso ancho y el plato con el hielo sobre la mesa.

 

- Aquí tiene, Mister Torpe - el chico desvió su atención a YoonGi y sonrió al escuchar el mote que le había dado ésta vez. YoonGi frunció los labios sin saber qué le divertía tanto a ese torpe de pelo rosa - Te he puesto hielo en ese trapo. Para tu frente. Así no te saldrá chichón.

 

- Muchas gracias - exclamó Mister Torpe, con su grave voz cantarina, realmente agradecido. YoonGi no quiso quedarse a contemplar cómo probaba su té o se ponía hielo en el golpe, por lo que se dio media vuelta rápidamente - Disculpa... - el chico torpe lo llamó, dubitativo, antes de que se alejara demasiado, haciendo que YoonGi se detuviera y girara sobre sus talones - ¿Podrías subir un poco el volumen de la música?

 

- Mmm... - YoonGi se lo pensó antes de responder, extrañado por la petición - Supongo que podría... Pero si vienen más clientes tendré que bajarla. A mi jefe no le gusta que ponga hip hop muy alto.

 

- No hay problema. Gracias.

 

YoonGi regresó tras la barra y aumentó un par de puntos el volumen del reproductor para contentar a su cliente. Cuando lo miró, el chico de pelo rosa había sacado un libro de su mochila y se había puesto a leer apaciblemente, con la base de hip hop y el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el cristal como música de fondo. Su expresión era de concentración y de disfrute mientras saboreaba su amargo té helado.

 

YoonGi esperaba no tener que acostumbrarse a esas inesperadas situaciones, o tendría que volverse de hielo para que el torpe de pelo roja dejara de impresionarlo.

 

***

 

YoonGi vivía en un apartamento de un solo espacio, en la azotea de un viejo edificio de tres plantas: dos viviendas y un local.

 

El apartamento era pequeño, tenía lo justo y necesario para vivir: un sofá, una cama, una cocina y un cuarto de baño minúsculo. En invierno era frío como el ártico porque las paredes no estaban bien selladas, y en verano, era caluroso como el infierno porque el sol pegaba durante todo el día justo encima del tejado.

El lugar tenía más desventajas que ventajas, pero era barato, y allí YoonGi se sentía cómodo pese a que sólo llevaba nueve meses viviendo allí. Había hecho su nido y no quería tener que irse.

 

El local a pie de calle era un estudio de tatuaje. El propietario vivía justo encima, por lo que YoonGi tenía un único vecino.

Aunque lo veía todos los días, YoonGi tardó dos meses en aprenderse su nombre.

JungKook apenas tenía dieciocho años y ya tenía un negocio. YoonGi admiraba al chico profundamente. Con dieciocho años YoonGi no tenía ninguna preocupación, tenía a sus padres que lo mantenían, un techo bajo el que dormir, comida siempre en la mesa y no tenía ni que trabajar. Pero JungKook había perdido a sus padres en un accidente de coche, había abierto un negocio con el dinero de la herencia para poder mantenerse a sí mismo y tenía que hacer frente a las facturas del piso y de su estudio y a veces no tenía ni qué llevarse a la boca.

 

JungKook era el chico más tímido que YoonGi había conocido jamás, pero el camarero había conseguido que el chaval se abriera a él porque tenían cosas en común. No solo eran vecinos. Ambos eran dibujantes, les gustaba el arte, la música, eran jóvenes y tenían su propia forma de ver la vida.

 

Aunque no fuera capaz de recordar su nombre al principio, YoonGi sentía mucha curiosidad por JungKook, y fue por eso que se interesó en conocerlo. Y al conocer su triste historia, YoonGi no pudo evitar acoger al joven tatuador bajo su ala.

YoonGi sentía la necesidad de cuidar de JungKook, alimentarlo cuando le faltaba el dinero, apoyarlo cuando se sentía agobiado y solitario, animarlo cuando estaba triste... porque ambos estaban solos en aquella gran ciudad, pero YoonGi era un adulto y JungKook aun era sólo un niño, y necesitaba un firme pilar sobre el que construir su vida.

 

YoonGi se aseguró de ser ese pilar y no dejar nunca que JungKook se derrumbase.

 

***

 

El gran torpe de pelo rosa y mente desértica continuó yendo al Whalien 52.

 

Nunca iba los mismos días, ni a las mismas horas. Nunca se sentaba en el mismo lugar. Nunca pedía lo mismo.

 

Después del quinto día, YoonGi entendió que el tipo era impredecible, aunque aún no estaba seguro si esa falta de constancia era genuina o estaba milimétricamente estudiada.

 

YoonGi también comprendió que el tipo sembraba la destrucción allá por donde pasaba. Tropezaba, caía y rompía. Era un caos de la cabeza a los pies y YoonGi empezó a temer cuando escuchaba sus pisotones de gigante subir por las escaleras.

 

«Fee Fi Fo Fum» pensaba YoonGi cada vez que lo oía, prediciendo su llegada.

 

Había roto tres tazas desde que había empezado a frecuentar la cafetería, también le había hecho un agujero a uno de los sofás y había conseguido mellar dos mesas, nadie sabía cómo.

 

Cuando YoonGi le contaba a SeokJin el estrago que el chico de pelo rosa había causado, el mayor se llevaba las manos a la cabeza y temía por la seguridad de su cafetería.

 

Una vez le preguntó a JiMin si el desastroso chico de pelo rosa había ido alguna vez durante su turno. JiMin intentó recordarlo, pero no se le iba a la cabeza ningún chico de pelo rosado, y ambos llegaron a la conclusión de que si JiMin lo hubiera visto, no habría sido capaz de olvidarse de él por una u otra razón.

 

TaeHyung estaba presente uno de los días en los que le dio por aparecer. YoonGi les había hablado de él en más de una ocasión y por fin TaeHyung pudo contemplar con sus propios ojos lo raro que era ese tipo.

TaeHyung no tenía ninguna vergüenza y se acercó a hablar con él de inmediato. No podía dejar pasar la ocasión de conocer a otro alien.

 

En apenas una conversación de cinco minutos, TaeHyung se enteró que el extraño chico de pelo rosa se apellidaba Kim, igual que él e igual que SeokJin. Su nombre era NamJoon, tenía veintiún años y estudiaba filosofía en la universidad de Yonsei. Por supuesto, YoonGi no fue capaz de retener su nombre en la memoria.

 

YoonGi no se sorprendió al enterarse de toda la información que TaeHyung había conseguido en tan breve conversación, porque era muy difícil decirle que no a TaeHyung. Pero el chico de pelo rosa volvió a impresionar a YoonGi una vez más. Entrar en la Yonsei, una de las universidades más prestigiosas del país, no era moco de pavo, y estudiar filosofía, en los tiempos que corrían, era algo realmente inusual.

 

Todo en él parecía ser inusual.

 

***

 

Aunque SeokJin tuviera veintisiete años y TaeHyung tuviera apenas veinte, eran una de las parejas más fuertes y enamoradas que YoonGi hubiera conocido en su vida.

 

Parecían estar hechos el uno para el otro y se amaban de manera incondicional.

 

Al apellidarse ambos Kim, a TaeHyung le gustaba presumir que estaban casados, pese a que el matrimonio homosexual no era legal en Corea.

 

«Tiempo al tiempo» siempre se apresuraba a decir el joven gerente, asegurando que pronto los homosexuales podrían casarse en su país y que en cuanto fuera legal, iría a contraer nupcias con su amado SeokJin.

 

Pero aunque fueran empalagosos hasta provocar diabetes, no lo habían tenido nada fácil.

SeokJin venía de una familia adinerada. Sus padres nunca le hicieron mucho caso, dando prioridad a sus respectivos trabajos, por lo que había crecido en la más absoluta soledad.

Le costó mucho tiempo asumir que le traía sin cuidado a sus padres y pasó una adolescencia rebelde y con muchos altercados, hasta que encontró la pasión en la cocina.

Sus padres no le pusieron límites nunca, por eso siempre hizo lo que quería y usaba el dinero que ellos le daban en lo que le parecía. Por eso se pagó varios cursos de repostería y cocina.

 

Conoció a TaeHyung porque era el hijo de su profesora de cocina.

 

No pudieron evitar enamorarse. Pero TaeHyung era menor de edad, sus padres muy conservadores y no había manera de que pudieran hacer pública su relación.

 

TaeHyung tenía diecisiete cuando salió del armario. Tenía diecisiete cuando sus padres le echaron de casa por ser homosexual. Tenía diecisiete cuando se refugió en los brazos de SeokJin para siempre, porque era su amado, su escudo y su refugio.

 

TaeHyung lloró mucho en aquella época por haber sido rechazado por sus propios padres, pero no ha vuelto a llorar, porque SeokJin era el único que podía hacerle feliz.

 

***

 

Tras el primer mes, YoonGi se acostumbró a las salteadas visitas del destructor de pelo rosa.

 

Éste había hecho buenas migas con TaeHyung, así que sus apariciones eran cada vez más frecuentes. Pero YoonGi aun no era capaz de recordar su nombre.

 

Con abril llegaron los días más calurosos y el esperpento empezó a llevar pantalones cortos y camisetas de manga corta. YoonGi detestaba su indumentaria más que de costumbre, pero con ellas también podía ver que el torpe no era tan flaco y escuchimizado como parecía, que sus brazos eran fuertes, con tendones marcados y que sus piernas eran torneadas, con gemelos de deportista. También YoonGi fue consciente en seguida de que se depilaba, porque ese gigante no podía ser más lampiño que él.

 

- Suga-hyung - YoonGi fue descubierto examinando las piernas tersas del gigante, pero no fue eso lo que descolocó a YoonGi, si no que el estudiante de filosofía lo llamase por su apodo. Lo llevaba enganchado del delantal a la vista de todos, pero el chico nunca lo había utilizado para llamarlo.

 

Cuando YoonGi lo miró, el chico sonrió, marcando los hoyuelos de sus mejillas. YoonGi lo miró con expresión vacía, pero en su interior aun seguía sintiendo que aquella sonrisa lo impresionaba, lo dejaba sin habla y sin saber qué hacer con sus manos.

 

El chico se había levantado de su mesa, dejando su bebida, su libro y su mochila atrás para acudir a la barra frente a YoonGi. Normalmente no hacía nada como eso. Por eso YoonGi lo miró interrogante sin llegar a preguntar nada.

 

El chico le ofreció uno de sus auriculares.

 

- Pensé que ésta canción podría gustarte - YoonGi lo miró sin entender - Te gusta el hip hop, ¿no? - insistió, aventurándose a ponerle él mismo el auricular. YoonGi se sorprendió de lo delicado que había sido, y notó que las manos le temblaban por el esfuerzo que ello le estaba suponiendo - Si no te gusta prometo traerte algo mejor la próxima vez.

 

La música empezó a sonar y una voz grave comenzó a rapear en coreano. El ritmo era bueno, la letra era pegadiza, la voz era áspera y la letra era rompedora. Sus ojos se cerraron. Su cabeza empezó a moverse con el ritmo. El bello en sus brazos se erizó al escucharla y su corazón dio un vuelco repentino.

 

YoonGi tuvo que reprimir un escalofrío cuando la canción terminó.

 

- No está mal - murmuró, fingiendo desinterés, pero tuvo que carraspear porque la voz se le había quedado atorada en la garganta. Lo que en realidad pensaba era que había sido impresionante - ¿De quién es?

 

- De Runch Randa - contestó el chico de pelo rosa, mordiéndose el labio, entre tímido y ansioso.

 

YoonGi por primera vez lamentó no ser capaz de recordar un nombre.

 

***

 

Aunque ya era mayo, cuando YoonGi salió de trabajar aquel sábado ya se había hecho de noche.

 

Aun así la temperatura era buena y se encontraba con energía, así que le había mandado un mensaje a JungKook para que le acompañara a pintar a Hongdae.

 

Cuando llegó a su edificio vio que la persiana metálica del estudio de JungKook estaba echada y cuando subió a su apartamento, el menor estaba sentado junto a su puerta, con las piernas estiradas, luciendo adorable pese a los tatuajes y a su apariencia de chico peligroso.

 

Al verlo, YoonGi sonrió y le revolvió los cabellos, dejándole entrar a su apartamento el tiempo justo para cambiarse de ropa, coger las pinturas, los sprays y la escalera de mano.

 

YoonGi vivía a sólo quince minutos a pie de Whalien 52 y tardó a penas 30 en llegar a Hongdae junto al menor.

YoonGi le había echado el ojo a aquel muro desde hacía varios días. Sabía que por la noche no pasaba mucha gente por allí y que la estructura en la que quería pintar era segura porque había pedido permiso a los dueños para hacerlo.

 

Aunque JungKook también fuera dibujante, acompañaba a YoonGi en calidad de espectador únicamente. El spray era la herramienta de YoonGi, igual que la tatuadora era la de JungKook, pero eso no significaba que no apreciaran las habilidades del contrario.

 

El estilo de YoonGi era todo lo contrario a lo que cabría esperar de él. YoonGi era introvertido, pero era como si en sus dibujos expresara todo lo que no salía de su boca. Eran explosiones de colores vivos y brillantes. Sus diseños eran una mezcla cartoon y realista, sus motivos eran naturales.

A YoonGi le gustaba llenar la ciudad con animales salvajes, desubicados en la urbe y también con seres inventados, llenos de color e imaginación.

La realidad estaba sobrevalorada y con ellos quería llevar a aquellos que presumían de tener los pies bien puestos en la tierra a mundos que nunca serían capaces de soñar, porque habían atrofiado esa parte de su cerebro.

 

A JungKook le gustaba observar a Suga, porque cuando pintaba dejaba de ser YoonGi y se transformaba en Suga, el graffitero. La cara de Suga se transformaba en pura ilusión y parecía un niño. Suga era YoonGi en el país de las maravillas.

 

Hablar con Suga era mucho más fácil hablar que con YoonGi.

 

***

 

- Pinkie Pie - YoonGi lo llamó, agitando el café como reclamo para que el chico se levantara a por él.

 

El gigante de pelo rosa se había acostumbrado a los motes que YoonGi le ponía. Nunca había rechistado, pero ya se le hacía hasta natural. YoonGi siempre hacía referencias a su pelo rosa, a su cabeza hueca o a su torpeza en ellos, pero él nunca se lo tomaba a mal, porque sabía que el camarero no lo hacía para molestarlo.

TaeHyung le había contado el problema que YoonGi tenía con los nombres y el pobre ya había asumido que nunca se aprendería el suyo. Ya ni si quiera se molestaba en recordárselo al final de cada pedido.

 

Pinkie Pie se levantó sonriente, con su móvil y los auriculares en la mano. Se apoyó en la barra y probó su café solo especiado. Delicioso, como siempre.

No volvió a sentarse. Se quedó allí, desenredó el lío que se había hecho en el cable de los auriculares y le dio uno de ellos a YoonGi.

 

YoonGi lo aceptó, expectante y ansioso, deseando que pusiera la música.

 

Prácticamente cada semana, el gigante de rosa le traía una canción nueva para que la escuchara de ese rapero de voz rota y rimas incisivas. YoonGi se encontraba ansiando que llegara con su móvil en la mano para mostrársela.  Pero para desgracia, o suerte, de YoonGi, el chico no era nada constante y a veces la espera era de solo unos días y otras veces, debía aguardar mucho más.

 

Y YoonGi era demasiado orgulloso como para pedir que le mostrara más.

 

Ésta vez, sin mediar palabra, el chico dio play al reproductor y la música comenzó a sonar. YoonGi cerró los ojos y se le puso la piel de gallina con las primeras palabras. El ritmo era lento, la voz le susurraba al oído. YoonGi se sintió acalorado al percatarse de lo que hablaba la canción.

Sexo. Atracción física. Puro choque de cuerpos hecho canción.

 

Cuando terminó la música, YoonGi se dio cuenta de que estaba ligeramente excitado, que su corazón latía a mil por hora y que tenía las mejillas completamente coloradas.

Cuando abrió los ojos, dejo escapar un suspiro, tratando de ser disimulado, que el chico no pudiera notar su algarabía interna. Evitó mirarlo a los ojos.

 

- ¿Qué te pareció, Suga-hyung?

 

YoonGi no contestó de inmediato.

De repente tenía ganas de dibujar. De subirse a la azotea de su apartamento y gritar como un loco para dejar escapar la frustración. De hacer el amor hasta que se quedara sin fuerzas.

 

YoonGi se tomó su tiempo para tratar de calmar esos deseos, y cuando se sintió listo, respondió:

 

- Ese rapero es un maldito genio...

 

***

 

YoonGi sólo había tenido una novia en su vida.

Durante cuatro años, ella fue su todo.

SeulGi fue casi todas las primeras veces de YoonGi. El primer amor, la primera confesión, el primer beso... La primera chica a la que abrazó, con la que quiso pasear cogidos de la mano, con la que hizo el amor.

 

Por SeulGi, YoonGi era cursi y un caballero. Por SeulGi, YoonGi podía ser lo que ella quisiera. Porque la amaba demasiado.

 

Durante cuatro años, YoonGi estuvo perdidamente enamorado.

Nunca vio a otra mujer. Nunca se imaginó de otra manera que no fuera con ella.

 

SeulGi era una chica tradicional sin grandes aspiraciones. Ella quería casarse y formar una familia. Esos nunca fueron los objetivos de YoonGi. Él quería pintar. Él quería ser libre. Pero por estar junto a SeulGi, estaba dispuesto a renunciar a sus sueños.

 

La familia Min tenía una pescadería allá en Daegu.

YoonGi odiaba aquella pescadería con todo su ser. Pero sin duda lo que más odiaba era la expectativa de verse encadenado para siempre a ella.

 

Sus padres querían que YoonGi aprendiera el oficio antes de que terminara incluso el instituto. Ellos querían que cuando acabara sus estudios, heredara el negocio y fuese pescadero como lo fue su padre, y su abuelo antes que él.

Pero YoonGi quería pintar.

YoonGi simplemente se negaba a aceptar que aquel fuera su destino.

 

Estaba acostumbrado a que sus padres lo presionaran con eso. Que se sacara los pájaros de la cabeza y empezase a madurar. Que debía ser un adulto y anclar los pies en la tierra. Que de dibujos no sería capaz de sacar adelante una familia.

 

Esas cosas siempre le entraron por un oído y le salieron por otro.

 

Pero cuando SeulGi empezó con la misma cantinela, el agobio empezó a apoderarse de él.

YoonGi quería a SeulGi, pero ella le estaba empujando a enterrar sus sueños. Le obligaba a convertirse en un hombre sin alma. Y YoonGi cedió. Durante dos años trabajó en la pescadería, hizo los pedidos y las entregas y poco a poco se fue convirtiendo en un autómata.

 

Tardó mucho tiempo en darse cuenta de que se estaba pudriendo por dentro, que el olor a pescado se le había metido en la piel y que apestaba a muerto. A juventud marchita. Y YoonGi no podía, simplemente no podía dejarse morir así.

Cuando YoonGi se rebeló a ese destino, SeulGi le abandonó.

 

«No puedo estar con alguien que es incapaz de comprometerse»

 

YoonGi pudo haberse vuelto loco de tristeza. Pero no lo hizo.

En lugar de eso, rompió con todo. Él fue abandonado, y lo que él abandonó fue Daegu.

Todo le recordaba a ella, y allí no hacía más que sufrir. Decidió poner tierra de por medio y antes de que a sus padres se les ocurriera ponerle al mando de la pescadería por la fuerza de nuevo, escapó. Escapó a Seúl, allá a donde no pudieran controlarle.

 

***

 

Quería seguir escuchando a ese rapero que el gigante torpe de pelo rosa le había mostrado.

Era incapaz de olvidar cómo se le ponía el vello de punta al oír esas incisivas rimas. Y aquella última canción...

Pocas veces había sentido que la música le llegara tan hondo, hasta el punto de dejarle sin habla. Era por eso que ya lo consideraba un genio y sólo había tenido oportunidad de escuchar cuatro o cinco canciones.

 

Necesitaba más. Pero no sabía cómo pedírselo.

Si al menos fuese capaz de recordar su nombre, podría buscar en internet y encontrarlo por sí mismo. Pero su fatal memoria para los nombres y su inmenso orgullo lo tenían un miércoles por la noche sin poder dormir, con un gran vacío en el pecho que necesitaba ser llenado por esa voz.

 

 YoonGi pocas veces se aburría y nunca era incapaz de conciliar el sueño, porque siempre estaba cansado. Pero ahí estaba, a la una de la madrugada, tirado en la cama, con la mente llena de pensamientos y el móvil en la mano.

En cinco horas tenía que levantarse para ir a trabajar, era consciente de ello, pero aun así sabía que sería incapaz de dormir aunque lo intentara. Los pensamientos eran demasiado fuertes, demasiado intensos, y el corazón le bombeaba a toda potencia, haciendo imposible la tarea de relajarse.

 

Miraba las fotos de Instagram de forma ausente. Deslizaba hacia abajo, viéndolas sin ver realmente, poco interesado, pero ayudaba a que su cabeza se distrajera ligeramente y no le apabullara con pensamientos que no quería tener.

Estaba excitado desde que había escuchado esa canción. Era una excitación sexual, pero que únicamente poseía su mente, calentaba su pecho y hacía bullir su sangre, pero su cuerpo, su miembro, no reaccionaba. Era extraño. Era confuso.

 

Si se estimulaba estaba seguro de que podría conseguir fácilmente terminar de excitar su cuerpo. Pero no quería hacerlo.

No pensaba masturbarse por una canción.

Tenía veintiséis años, joder. No era un mocoso pubescente que se alteraba hormonalmente  hasta con el aleteo de una mariposa. Él era un adulto y podía controlarse.

Y era demasiado bochornoso. Sólo YoonGi lo sabría, y por eso mismo no quería hacerlo. Sería un golpe a su ego, su orgullo masculino resultaría herido.

No quería y no iba a hacerlo, y si tenía que pasar una semana sin dormir, sin duda que lo haría.

 

Estaba a punto de cerrar Instagram y tratar de distraerse dibujando cuando una foto llamó su atención y se detuvo a examinarla con más detalle.

 

Era una instantanea en blanco y negro de un chico en el metro. Enseguida reconoció sus rasgos, las manos nervudas, las mejillas tersas, la nariz chata. Las gruesas gafas de pasta, el horrible atuendo mal conjuntado y sin gusto. Aunque no fuera en color, YoonGi pudo rapidamente verlo con el cabello rosa.

 

Era «Cotton Candy», el gigante de la cafetería.

 

Por algún motivo, leyó el comentario de la foto. Era un texto bastante extenso en comparación con otros que veía en la red social. En él hablaba de la soledad, de la necesidad de encontrar el amor y de sentirse completo al encontrarlo.

Era filosófico y poético en cierta manera, aunque no había rima en ello. Algo en ese texto incomodó a YoonGi y le removió algo por dentro.

Últimamente tenía mucho esa sensación. Se le hizo un nudo en la garganta y quiso cerrar la aplicación, pero sus ojos se mantenían fijos en la fotografía, sin saber qué llamaba tanto la atención en ella. Quizá lo solo que se veía el chico en ella.

YoonGi sintió una pequeña punzada de empatía y se golpeó mentalmente por ello.

Él no estaba solo. Tenía a SeokJin y a TaeHyung. Tenía a JiMin y JungKook. No se sentía solo con ellos.

 

«Pero te falta algo»

 

YoonGi bloqueó la pantalla y tiró el móvil sin cuidado a los pies de la cama. Se tumbó, ofuscado y cerró los ojos, deseando dormir. Pero no pasó ni un minuto cuando se volvió a incorporar, recuperó el móvil y pulsó sobre el nombre de la fotografía para entrar en el perfil.

 

«Runch Randa»

 

Le sonaba ese nombre. Y era extraño, porque no recordaba haberlo escuchado.

Sin pensarlo, le dio al botón de «seguir» y volvió a dejar el teléfono olvidado en la cama.

 

***

 

Era junio, el calor del verano golpeaba y Whalien 52 estaba casi siempre llena.

 

Irónicamente, la época de exámenes de los universitarios coincidía con la temporada alta para la cafetería. Los estudiantes, estresados por la entrega de trabajos y los exámenes, necesitaban altas dosis de cafeína para mantener el ritmo y Whalien servía un buen café, tenía precios bajos, era un lugar tranquilo y tenía aire acondicionado.

 

SeokJin pasaba menos tiempo en la cocina para apoyar a YoonGi en la sala y a su vez, YoonGi hacía horas extra para echar una mano, porque TaeHyung y JiMin estaban tan agobiados como los clientes.

 

Al verlos, YoonGi agradecía no haber ido a la universidad.

 

Eran las siete de la tarde de un lunes y aun así YoonGi se encontraba todavía trabajando porque JiMin tenía una prueba muy importante para el día siguiente y había algunos pasos que no le salían. Fue el mismo YoonGi quien se ofreció a hacer el turno de JiMin por él para que pudiera ensayar toda la tarde hasta que le saliera y para que también pudiera descansar el tiempo necesario.

 

Después de una tarde de pesadilla, YoonGi estaba muy cansado y arrepentido por haber aceptado trabajar más de doce horas. Suerte que no era un trabajo pesado y que había tenido muchos momentos de descanso, pero aun así le dolían lar piernas de estar de pie y los músculos lumbares estaban gritándole por que se sentara en uno de los sofás de una vez.

 

Aun quedaba una hora para cerrar, pero por fin la sala se había vaciado.

SeokJin estaba reponiendo la leche en completo silencio. Se le veía cansado y con grandes ojeras, sin duda por las noches de estudio de TaeHyung. SeokJin era maternal con todos, pero con su novio lo era el doble. YoonGi no tenía ninguna duda de que si TaeHyung se pasaba las noches con la nariz metida en sus libros de economía, SeokJin estaría a su lado, preparándole tentempiés y café; apoyándolo y animándolo cuando el estrés le saliera por las orejas y entrara en pánico por no  ser capaz de aprenderse alguna fórmula; y obligándolo a ir a dormir cuando TaeHyung se negara a descansar pese a que fuera lo único que necesitaba para seguir estudiando.

 

YoonGi admitía que admiraba esa relación tan profunda, pero nunca aceptaría en voz alta que también la envidiaba muchísimo, porque a pesar de haber amado a SeulGi con todo lo que tenía, su relación no había sido incondicional como la de SeokJin y TaeHyung.

 

YoonGi se percató que SeokJin cogía la escoba para barrer la sala, pero el menor no se lo permitió, quitándosela con cuidado.

 

- ¿Por qué no te vas a casa y me dejas cerrar a mí? - propuso, con un tono anormalmente suave para él, tocándole el antebrazo a su jefe para mostrarle sinceridad y apoyo.

 

- Llevas aquí desde las seis, Suga, necesitas descansar - SeokJin se salió por la tangente, sin soltar el palo de la escoba.

 

- Yo he dormido ésta noche, Jin... - contraatacó - Lo dio en serio. Vete a casa, dale un beso a tu novio, comed algo y meteos en la cama a hacer la cucharita, porque los dos estáis hechos mierda - YoonGi miró a los ojos de SeokJin con esa mirada oscura y penetrante que no dejaba lugar a replica - El verano ya está aquí, lo único que tienes que hacer para compensarme es darme unas vacaciones.

 

Con ese argumento convenció a SeokJin. El mayor sonrió dulcemente, abrazó a YoonGi y le dio un cariñoso beso en la mejilla, pese a que sabía que YoonGi los odiaba. O fingía odiarlos.

YoonGi puso cara de asco, se limpió el moflete con el dorso de la mano y se puso a barrer farfullando obscenidades contra SeokJin. SeokJin se marchó riendo, dejando a YoonGi con la responsabilidad, confiando plenamente en él.

 

Al quedarse solo, el silencio aplastó a YoonGi. Se apresuró a poner música, de nuevo, bases de hip hop. YoonGi se sabía las letras de memoria y sabiéndose solo, comenzó a rapear para sí mismo mientras barría.

 

Tardó tres pistas en darse cuenta de que no estaba solo en la sala.

 

Un repentino ronquido le hizo dar un bote en el sitio, asustándolo, sin saber de dónde había provenido ese monstruoso sonido.

YoonGi dejó de barrer para darse cuenta de que un gigante de casi dos metros estaba despatarrado en uno de los sillones de la cafetería, durmiendo a pierna suelta, con la boca abierta y las gafas torcidas.

 

Era raro que no se hubiera dado cuenta que seguía allí, pero el sillón estaba de espaldas a la barra y al estar medio derretido en él, no había sido capaz de verlo en ese ángulo hasta que no estuvo cerca.

 

YoonGi sintió entre pena y vergüenza. Sus ropas no eran tan horribles como en otras ocasiones porque eran sencillas, anchas, cómodas y sin mucho color, el estilo que le gustaba a YoonGi, pero como siempre, su cabello rosa desentonaba demasiado.

Le dio pena lo derrotado que se veía. Recordó que era estudiante. Filosofía, había dicho TaeHyung. Debía estar hasta arriba de exámenes y trabajos, como los demás, tan cansado que no había podido evitar dormirse profundamente en un lugar público.

La vergüenza ajena venía porque no era una forma bonita de dormir, con la mandíbula desencajada, roncando como un oso. Con las piernas desmadejadas y los brazos colgando en su regazo.

 

YoonGi suspiró, tratando de decidir qué hacer con él.

El pobre debía estar realmente cansado y le sabía mal despertarlo, pero YoonGi sabía que lo que necesitaba era dormir en su cama, en una buena postura y durante ocho horas seguidas.

 

Decidió terminar de barrer primero, recoger la taza sucia que había dejado y limpiar las mesas antes de aventurarse a despertarlo.

 

Primero lo intentó suavemente, dándole algunos toquecitos en el hombro y en el muslo, consiguiendo más ronquidos como respuesta.

Como segundo intento, probó agitándole más fuerte, posando su mano en la rodilla desnuda y lampiña, moviéndolo bruscamente. El plan no surtió efecto, provocando un resultado parecido al anterior.

A la tercera debía ir la vencida, así que como último recurso, le gritó, tratando de despertarlo con un susto. Pero nada.

Si no roncase tanto, YoonGi habría pensado que estaba muerto.

 

Perdiendo la paciencia, el camarero se sentó en la mesita baja que estaba frente al sillón en el que el chico dormía. A su lado estaba su móvil, el cable liado de los auriculares (YoonGi se percató de que faltaba uno de ellos y que el cable estaba pelado), y un libro.

YoonGi sintió el deseo de coger el móvil y tratar de encontrar las canciones del rapero que el chico siempre le enseñaba, pero no lo hizo, porque iba contra sus principios hurgar en la privacidad de los demás.

En su lugar tomó el libro y lo examinó.

«Una temporada en el infierno» de Arthur Rimbaud. Eso ponía en la portada. YoonGi no lo conocía y tampoco le sonaba el autor, porque ni si quiera era capaz de recordar nombres famosos. YoonGi no era mucho de leer y no sabía mucho de literatura.

El libro daba aun más pena que su dueño. No parecía una edición muy antigua, YoonGi vio en la contraportada que había sido impresa en el 2015, pero el ejemplar se caía a pedazos; la portada estaba doblada, le falta una de las esquinas; el corte delantero estaba arrugado y separado, como si se hubiera mojado con agua, de hecho, por el color marronuzco que tenía YoonGi habría apostado a que era café; el lomo estaba partido y al abrirlo a YoonGi se le quedaron en la mano algunas páginas que, por la poca resistencia que habían ofrecido, el camarero estaba seguro de que se habían desprendido antes de que él llegara a tocarlo.

Por curiosidad, abrió una página al azar y leyó algunas líneas. No entendió nada porque estaba en inglés y no en coreano. Parecía un poema, pero estaba escrito seguido, como si fuera una novela. Él no sabía de esas cosas, pero le intrigó por cómo estaba escrito.

Desistió de su intento de leerlo y se fue directo a la primera página, buscando una dedicatoria o algo que destacara que ese libro era importante para su dueño, pese al trato que le había dado. Lo único que encontró fue un nombre en hangul escrito a mano con una letra redondeada y bonita.

 

«Kim NamJoon»

 

«Así que es así como se escribe»

 

YoonGi se sorprendió a sí mismo, asociando el nombre automáticamente al esperpento dormido en el sofá.

Aquel nombre podía pertenecer a otra persona, al propietario original del libro, por ejemplo, ya que bien podía haber sido prestado. Pero YoonGi sabía que ese nombre era el del chico de pelo rosa, alto como una montaña, torpe como él solo, sin ningún sentido del ridículo, capaz de romper cualquier cosa a su paso.

 

Confuso, YoonGi lo miró dormir unos instantes con el libro en la mano. A penas lo conocía, sólo lo había visto durante un par de meses en la cafetería, y habían hablado un poco, pero no lo conocía. Lo poco que sabía de él lo había observado durante su paso por la cafetería en sus horas de trabajo.

Sin embargo, acababa de aprenderse su nombre.

 

YoonGi sabía lo que significaba eso.

Cuando YoonGi se aprendía un nombre era porque había admitido a esa persona en su vida.

No estaba seguro de que eso fuera algo bueno.

 

YoonGi gruñó, dejando el libro en la mesa y levantándose, frustrado al darse cuenta de lo que acababa de pasar.

No todos los días YoonGi se aprendía un nombre, y el propietario de ese nombre estaba en esos momentos durmiendo como un tronco y no era capaz de despertarlo.

 

YoonGi desistió. Lo dejaría dormir hasta el último momento, cuando terminara de recoger. Se percató de que debía estar clavándose las gafas, así que se dispuso a quitárselas suavemente. Fue precisamente ese gesto lo que consiguió despertar a NamJoon.

YoonGi vio cómo abría los ojos cuando tenía sus gafas a medio quitar, sostenidas por las manos de YoonGi. NamJoon lo miró confuso y somnoliento. No se movió cuando YoonGi terminó de quitarle las gafas con cuidado.

 

- No era capaz de despertarte - se explicó el camarero, sentándose en la mesa, devolviéndole las gafas.

 

NamJoon no las cogió de inmediato. En lugar de eso, se irguió en el asiento y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas y frotándose los ojos para quitarse los rastros de sueño. Cuando se espabiló un poco, se pasó sus grandes manos por la cara y se echó los mechones rosas que caían sobre su frente hacia atrás.

 

Por primera vez, YoonGi vio su rostro sin las gruesas gafas de pasta. YoonGi se sorprendió al percatarse que la sensación que daba era completamente diferente. A pesar del cansancio y los restos de sueño, el NamJoon que tenía en esos momentos en frente, parecía sereno y muy maduro. No había rastro del torpe cabeza hueca que había entrado por la puerta de Whalien 52 el primer día.

Su pelo seguía siendo rosa, pero YoonGi sólo podía apreciar lo masculino que se veía con esos pantalones cortos oscuros y la camiseta gris de manga corta. Pero sobre todo, por sus grandes manos, sus dedos largos, los nervios y las venas marcadas, el prominente hueso de su muñeca, sin anillos ni pulseras que distrajeran de aquellos atributos.

 

Cuando NamJoon alzó la mirada hacia YoonGi, sonrió. YoonGi notó los hoyuelos que se marcaban en cada una de sus mejillas, las líneas de expresión a los lados de su boca, los dientes blancos y perfectos en una sonrisa no tan perfecta, pues su mandíbula no parecía encajar bien, como si la parte inferior estuviera ligeramente prominente hacia afuera.

 

No era una sonrisa deslumbrante como la de JiMin, pero YoonGi tenía que admitirse de una vez que tenía algo.

 

- ¿Estabas cerrando, Suga-hyung? - preguntó por fin NamJoon, con la voz un tono más grave de lo usual, probablemente fruto de sus fuertes ronquidos.

 

- Aun queda un poco. Tómatelo con calma.

 

NamJoon estiró sus brazos hacia arriba, marcando aún más sus músculos y sus tendones. YoonGi decidió que ese era el momento de dejar de mirar y ponerse a trabajar. Se levantó y dejó las gafas sobre la mesa, tratando de ignorar a NamJoon mientras este se dispusiera a marcharse.

 

NamJoon recogió sus cosas, pero no se marchó.

 

Siguió a YoonGi y se sentó en un taburete en la barra, tras la que el mayor se había refugiado. YoonGi estaba incómodo, pero NamJoon, torpe en todos los sentidos, no se percató de ello.

 

- Me he pasado la noche anterior haciendo un ensayo y mañana tengo un examen de filosofía griega a las cuatro. - Se quejó el menor, cogiendo un sobre de azúcar del mostrador y empezando a juguetear con él.

 

Ese chico nunca iba a quejarse con YoonGi. Esa actitud era extraña. YoonGi pensó que el estrés también podía hacer mella en los cabezas de chorlito y que hasta NamJoon necesitaba desahogarse y que alguien lo escuchara.

 

- ¿Y qué haces aquí perdiendo el tiempo en lugar de estar estudiando?

 

- Necesitaba despejarme... - NamJoon calló, fijando la vista en el paquete de azúcar. Se le veía intranquilo, ausente y nervioso. YoonGi sabía con solo verlo que necesitaba un largo descanso, como todos los que pasaban por allí últimamente. - Me siento muy a gusto aquí.

 

- Jin y Tae estarán encantados de escuchar eso - comentó YoonGi sin mirarlo, metiendo los platos y tazas sucias en una charola para llevarlas al lavavajillas de la cocina - Esos dos se han esforzado mucho para que Whalien cause ese efecto en los clientes. JiMin también lo consigue cuando está por aquí.

 

- ¿Quién es JiMin?

 

YoonGi observó al chico, extrañado. ¿Cómo no sabía quién era JiMin, si últimamente el pastelito de cabeza de fresa se pasaba todos los días por allí? JiMin era imposible de olvidar con su encanto y afecto rezumando por los poros.

 

- El otro camarero. Está aquí por las tardes. ¿No lo conoces?

 

NamJoon negó con la cabeza.

YoonGi recordaba haber hablado del Rey de los torpes con JiMin, pero JiMin aseguraba no haber visto a nadie en su turno que reuniera las características que YoonGi describía. JiMin había mencionado que estaba deseando conocerlo, pero por alguna extraña razón, nunca se había aparecido durante el turno del bailarín.

Eso significaba que NamJoon sólo iba a Whalien cuando era el turno de YoonGi.

 

YoonGi decidió no expresar en voz alta aquello de lo que acababa de darse cuenta y prefirió cambiar de tema.

 

- Hace tiempo que no me traes una canción nueva de ese rapero que siempre me enseñas.

 

YoonGi no necesitó mirar para saber que NamJoon había destrozado el sobre con el que andaba jugando y había dispersado el azúcar sobre toda la barra.

 

- Lo siento... Yo... - NamJoon se veía azorado. YoonGi pensó que era por su torpeza y que no había ninguna otra razón.

 

- No te preocupes, Pinkie, ya estoy acostumbrado a tu caos...

 

YoonGi limpió el azucarado estrago bajo la mirada abochornada de NamJoon, que se mordía el labio y había entrelazado sus dedos para no destrozar nada más y darle más trabajo al camarero.

 

- Es que... Con los exámenes y los trabajos no he tenido tiempo... - le explicó, contestando a su pregunta anterior - De buscar y eso... No he mirado si ha subido alguna canción nueva... - YoonGi ojeó al chaval por el rabillo del ojo, suspicaz, sintiendo el hedor de la mentira que NamJoon desprendía - Runch Randa no es un rapero famoso, sólo tiene algunos seguidores en internet...

 

YoonGi casi dejó caer el plato que tenía entre sus manos, pero consiguió recuperar las fuerzas en el último momento.

 

«Runch Randa» era el nombre del rapero que hacía que el mundo de YoonGi se pusiera del revés cuando lo escuchaba. «Runch Randa» era el Nick que NamJoon tenía en Instagram. «Runch Randa» era NamJoon.

 

YoonGi sintió la saliva espesa pasar trabajosamente por su garganta.

YoonGi era un chico listo y rápidamente había sumado dos más dos.

YoonGi sintió ganas de vomitar.

 

- ¿Te encuentras bien, Suga? - preguntó NamJoon, genuinamente preocupado. Era la primera vez que lo llamaba sin utilizar el honorifico, de manera totalmente informal - Te has puesto pálido de repente. Aún más pálido...

 

- Es sólo cansancio - se justificó YoonGi, con voz ahogada.

 

- Déjame ayudarte a recoger.

 

YoonGi no detuvo a NamJoon y le dejó que subiera las sillas a las mesas mientras que él pasaba la fregona y terminaba de limpiar detrás de la barra.

 

No volvieron a intercambiar palabra. YoonGi se sentía demasiado cohibido de repente como para ser capaz de mantener una conversación. La impresión había sido demasiado fuerte para él y necesitaba estar a solas y lejos de NamJoon para evaluar todo lo que había descubierto en una sola noche.

 

***

 

YoonGi sudaba como un pollo en el horno.

 

Llevaba una camiseta sin mangas y el pantalón de deporte era fino, aunque largo, porque a YoonGi no le gustaba mostrar sus piernas, excepto por los pantalones rotos que le gustaba llevar.

Aun así, las gotas de sudor le caían por la frente y por la espalda.

 

Se sentía asfixiado por la mascarilla que llevaba para que los vapores del spray no lo intoxicaran al respirarlo.

 

Era julio y las noches ya se habían vuelto sofocantes.

 

JungKook estaba sentado a unos metros, junto al altavoz conectado al móvil de YoonGi. El joven tatuador tenía los ojos cerrados y se abanicaba con un uchiwa de 2NE1 que a saber de dónde había sacado.

 

El altavoz emitía las mordaces rimas de Runch Randa.

 

JungKook abrió los ojos y miró a Suga preocupado. Su mirada era vehemente. Cuando pintaba era apasionado, pero nunca lo había visto tan sumamente entusiasta.

Algo le había pasado, pero JungKook no sabía cómo preguntar.

 

El graffiti en el que Suga trabajaba tenía mucho turquesa y mucho rosa.

Era un diseño complicado, con líneas intrincadas y con muchos elementos. JungKook no dudaba que era una manifestación de cómo se sentía Suga en esos momentos. Confuso, hecho un lío. El menor lo conocía de forma lo suficientemente profunda para interpretar sus trazos. Pero aún así no sabía el motivo de todo aquel desastre que mantenía a Suga al borde de ahogarse en sentimientos.

Por su mirada, por su forma de moverse, apostaría su mano derecha a que ni el propio Suga lo sabía.

 

«Fireworks are flowers too, do you understand my flower language?

Nope, you can’t even smell my scent»

 

De repente Suga rugió de la nada, asustando a JungKook, y tiró el bote de spray al suelo con rabia.

JungKook no entendía que había pasado por la cabeza de su amigo para de repente reaccionar de esa manera. El tatuador no supo qué hacer, de modo que se limitó a observar en silencio cómo YoonGi se quitaba la mascarilla de un tirón, dejándola reposar en su barbilla, respirando agitadamente, como si le estuviera dando un ataque de ansiedad.

 

- Suga ¿qué pasa? - preguntó JungKook, asustado.

 

- ¡No lo sé!

 

YoonGi se dejó caer al lado de JungKook, derrotado, y apoyó la cabeza en su hombro. Aunque JungKook fuera menor, ya era más alto que YoonGi, tenía la espalda más ancha y los brazos más fuertes.

Aunque quisiera ser el pilar de JungKook, a veces YoonGi también necesitaba recargarse en el menor.

 

- Se me está yendo la pinza, Kookie... - confesó YoonGi, mirando el cielo sin estrellas de Seúl. Parecía más tranquilo después de haber liberado algo de su frustración.

 

- ¿Quieres hablar? - JungKook acarició el cabello turquesa de YoonGi, tratando de infundirle calma.

 

- Todavía no sé de qué tengo que hablar... - no era fácil admitir aquello. No cuando a YoonGi le gustaba jactarse de que sus mejores cualidades eran la seguridad en sí mismo y que siempre sabía lo que quería. - Pero te prometo que serás el primero en saberlo cuando lo averigüe...

 

***

 

Una de las cosas que más le gustaba a Suga de trabajar en Whalien era que no necesitaba un uniforme. Lo único que SeokJin le obligaba a llevar era un delantal negro y el gafete con su nombre. Por lo demás, podía llevar la ropa que quisiera sin que SeokJin lo juzgara.

 

«Me gusta que te sientas cómodo con lo que llevas en el trabajo. Mientras que no lleves nada indecoroso, para mí está bien que te pongas lo que quieras» le había dicho SeokJin cuando YoonGi le preguntó por cómo debía vestir.

 

A YoonGi no le gustaba que le obligaran a hacer cosas porque sí, era por eso que no entendía la existencia de la uniformidad, ni en la escuela ni en los trabajos. La opinión de SeokJin al respecto alegraba a YoonGi, porque así se sentía mejor trabajando.

 

De todas maneras YoonGi era discreto en su forma de vestir. Lo único que llamaba excepcionalmente su atención era el pelo color turquesa, pero por lo demás, le gustaban los colores oscuros, las camisetas lisas y los pantalones rasgados.

 

En verano no le gustaba llevar pantalones cortos salvo para estar en casa, pero que hubiera aire acondicionado en la cafetería solucionaba sus problemas.

 

A pesar de que la temperatura del interior fuera perfecta, el verano hacía que la cantidad de clientes se redujera considerablemente. Con los estudiantes de vacaciones, Whalien se encontraba aun más vacío que de costumbre, dejando demasiado tiempo libre a YoonGi.

YoonGi se olía que como la cosa siguiera así, los cuatro iban a tener un par de semanas de vacaciones también.

 

JiMin había ido a hacerle compañía un par de horas antes de que su turno comenzara. Ese rato no era remunerado, pero al bailarín le dio igual y aun así se puso su delantal y se quedó tras la barra junto a YoonGi, hablando de todo y nada.

 

Poco antes de que finalizara el turno de YoonGi, los pisotones en la escalera anunciaron la llegada de NamJoon. YoonGi ya estaba acostumbrado, pero el ruido alteró a JiMin, sobre todo cuando un fuerte golpe y un aullido de dolor vino de allí antes de que nadie entrara en el establecimiento.

 

JiMin se levantó de su asiento, asustado, dispuesto a ir a ver qué había sucedido, pero YoonGi lo detuvo, tranquilizándolo.

 

- No pasa nada, JiMin, es ese idiota...

 

JiMin miró a su mayor sin entender, pero entonces a montaña llamada NamJoon hizo aparición con una sonrisa satisfecha, como si nada acabara de suceder. YoonGi se regocijó en la expresión sorprendida de JiMin en lugar de echarle un vistazo al cliente habitual que acababa de entrar.

Ese fue su error, porque cuando miró a NamJoon, algo había cambiado drásticamente, haciendo que sus ojos se abrieran desmesuradamente por la sorpresa.

 

- Oye... ¿qué le ha pasado a tu cabeza? - saludó YoonGi, con los ojos fijos en el cabello de NamJoon.

 

Con timidez, NamJoon sonrió, todo hoyuelos y se pasó las manos por el pelo. El peinado no había cambiado demasiado, seguía llevándolo largo arriba y al frente, con los lados y la nuca rapados, pero el rosa chicle había dado paso a un rubio platino que contrastaba a las mil maravillas con su piel.

 

- Es que siempre te burlabas de mi pelo, Suga-hyung- confesó, azorado, masajeándose la parte posterior del cuello - Así que pensé decolorarlo en lugar de teñirlo...

 

JiMin carraspeó para hacerse notar, extrañado por la familiaridad con la que YoonGi se trataba con aquel cliente. YoonGi desvió la atención a su compañero y entonces se acordó que JiMin nunca había coincidido con NamJoon.

 

- JiMin, éste es el tipo del que te hablé, el dios de la destrucción de pelo rosa... Aunque ya no es rosa...

 

- Encantado, soy Park JiMin - saludó el bailarín con su sonrisa angelical, haciendo una venia al presentarse.

 

- Soy Kim NamJoon, un placer - respondió el más alto de igual modo.

 

JiMin se quedó mirando a NamJoon fijamente, sin ningún disimulo y una gran sonrisa. NamJoon hacía como que no lo notaba deliberadamente. YoonGi no tenía ni idea de lo que les pasaba a aquellos dos, pero notaba la tensión en el ambiente, cosa inusual porque la presencia de JiMin siempre provocaba el efecto contrario.

 

- ¿Qué te pongo? - preguntó por fin, dándole un ligero codazo a JiMin en las costillas para que dejara de hacer lo que quisiera que estuviera haciendo.

 

- Un frappé de Moka, con más café que leche, sin azúcar y sin nata. Tamaño gigante. Y un sándwich vegetal. Para llevar, por favor.

 

YoonGi asintió y se dispuso a preparar el pedido. Antes de darse cuenta estaba escribiendo «NamJoon» en el vaso de plástico.

 

-Es raro que los universitarios se pasen por aquí durante las vacaciones de verano - comentó JiMin, apoyándose en la barra para quedar más cerca de NamJoon, su sonrisa angelical, de repente, transformada en pura maldad - ¿Tienes algo que hacer en la universidad hoy?

 

- No - NamJoon sonrió, inmune a los encantos de JiMin, contestando educadamente - No vivo lejos y la verdad es que me he vuelto adicto al café de Suga-hyung y los bocadillos de Jin-hyung...

 

NamJoon apestaba mintiendo. Aunque YoonGi no participara en la conversación y fingiera estar pendiente de su trabajo, escuchaba todo lo que decían, y sabía que NamJoon estaba mintiendo, pero no sabía exactamente en qué parte había mentido. De reojo miró a JiMin y debido a su amplia sonrisa maligna, supo que él también se había dado cuenta.

 

- ¿De verdad? Deberías venir a probar mi café un día de estos también, mi capuccino es mejor que el de Suga, él siempre se queda corto de crema y canela.

 

- En realidad no me gustan las cosas dulces... pero vendré un día durante tu turno - aseguró NamJoon, cortés y correcto. Pero volvía a mentir.

 

Se hizo el silencio. NamJoon sonreía, pero se le notaba incómodo, balanceándose sobre las puntas de sus pies como un niño pequeño bajo la atenta mirada de JiMin.

 

YoonGi se dio prisa en terminar la orden porque no aguantaba esa tensión que se podía cortar con un cuchillo. No tenía idea de a qué estaba jugando JiMin, pero el bailarín parecía estar pasándoselo pipa incomodando a NamJoon.

 

YoonGi dejó el vaso de café frío y el sándwich perfectamente envuelto en papel reciclado  frente a NamJoon. Éste pagó, y lo primero que hizo fue probar el delicioso café que YoonGi preparaba. A continuación miró el nombre escrito en el vaso, curioso por ver qué mote le había puesto YoonGi esta vez.

 

Al ver su nombre, NamJoon soltó un grito ahogado y sonrió con esa mueca de mandíbula desencajada, viéndose realmente feliz.

YoonGi simuló no darse cuenta.

JiMin tuvo que aguantarse la risa.

 

NamJoon estaba eufórico cuando se marchó y en cuanto desapareció por la escalera, JiMin estalló en carcajadas sobre la encimera. YoonGi no le veía la gracia.

Cuando por fin dejó de reír, JiMin miró a su mayor, limpiándose las lagrimas.

 

- Sabes que ha venido sólo a enseñarte su flamante pelo rubio, ¿verdad?

 

YoonGi le dio un pisotón tan fuerte que JiMin dejó de reír y empezó a llorar de verdad.

 

***

 

Habían decidido de forma unánime que todos tendrían vacaciones, pero que Whalien 52 no cerraría durante el verano.

 

Los primeros en marcharse fueron SeokJin y TaeHyung. Tendrían una semana entera de vacaciones en la que harían una escapada romántica a Busan.

 

Mientras que ellos estuvieran ausentes, la pastelería quedaría cerrada y sólo venderían aperitivos básicos que JiMin y YoonGi pudieran preparar en el momento.

Además, los dos camareros repartirían equitativamente sus jornadas. Como JiMin ya no tenía clases, sólo ensayos esporádicos para presentaciones después del verano, tenía mucho más tiempo, por lo que ambos podían trabajar perfectamente la mitad del horario en el que Whalien estaría abierto.

 

Cuando la parejita volviera de su viaje, sería el turno de descansar de JiMin, siendo sustituido por TaeHyung durante el turno de tarde. Para la última semana de agosto le tocaba a YoonGi.

Habían discutido mucho al respecto, pues YoonGi trabajaba demasiadas horas y había hecho turnos dobles durante gran parte del mes de junio, pero YoonGi insistía que no estaba tan cansado y eran ellos los que más necesitaban las vacaciones.

En gran parte lo había organizado así por sus amigos, pero también estaba siendo un poco egoísta en la decisión. YoonGi no quería demasiado tiempo libre en el quebrarse la cabeza con pensamientos que no quería.

Y también quería retrasar lo máximo posible el tener que tomar la decisión de si debía gastar las vacaciones en ir a Daegu a visitar a su familia o no. No los había visto en tres años, hablaba con sus padres por teléfono todas las semanas, pero aun no estaba seguro de estar preparado para volver.

 

Era el sábado previo a que SeokJin y TaeHyung se marcharan. YoonGi tenía el turno de tarde y se encontraba completamente solo en la cafetería porque la pareja estaba ocupada haciendo el equipaje.

 

«Y siendo asquerosamente empalagosos», YoonGi estaba seguro de ello.

 

Los zapatazos de NamJoon en la escalera hicieron que YoonGi escondiera el bloc de dibujo antes de que el chico entrara y fuera capaz de ver en lo que YoonGi trabajaba.

Para sorpresa de YoonGi, NamJoon no entró a trompicones, como solía hacer, si no que fue cuidadoso, asomando la cabeza primero, asegurando el perímetro, y cuando consideró que no había peligró, entró felizmente hasta el mostrador.

 

- ¿Te estás escondiendo de alguien? - no pudo evitar preguntar YoonGi, divertido porque se imaginaba la respuesta.

 

- Me aseguraba que JiMin no te estaba haciendo una visita. Ese chico me intimida...

 

- Es la primera vez que escucho que JiMin intimida a alguien más que yo.

 

- Tu también me intimidas, Suga-hyung, pero de forma diferente...

 

Ni YoonGi ni NamJoon quisieron ahondar en la conversación y decidieron ignorar el último comentario, cada uno por motivos distintos.

NamJoon parecía más ansioso de lo normal y YoonGi se imaginó que se traía algo entre manos. Fue por eso que esperó, en silencio, a que el menor se decidiese.

 

A YoonGi le hizo gracia cómo NamJoon había cubierto su recién estrenado cabello rubio con una gorra de baseball vuelta hacia atrás. Las orejas le sobresalían, haciéndole parecerse a Dumbo. Su horrible camiseta rosa y el pantalón pirata de camuflaje era la combinación más horrenda que YoonGi había visto en su vida.

 

NamJoon carraspeó, haciendo que YoonGi dejara de auto torturarse mirando su atuendo para fijarse en sus ojos tras las gafas de pasta. NamJoon trasteaba en su teléfono de una forma que no le había visto hacer delante de él desde el primer día que piso Whalien y canturreó su pedido.

Si YoonGi lo pensaba, ese había sido el primer indicio que NamJoon le había dado para darse cuenta de que él era rapero y YoonGi no había sabido verlo.

 

- Suga-hyung... - lo llamó, haciendo que YoonGi sintiera anticipación por lo que iba a suceder. - ¿Eres el mismo Suga que ha hecho esto?

 

NamJoon giró la pantalla de su teléfono hacia YoonGi y le mostró una fotografía con el nombre de «Suga» como firma. Con el dedo empezó a pasar varias fotografías y YoonGi pudo ver uno de sus graffitis fotografiado desde varios ángulos y captando diversos detalles de su diseño.

Era el graffiti rosa y turquesa, de enrevesado trazado. Ese que había dibujado tan confuso y furioso que había preocupado a JungKook durante semanas.

 

Se imaginó a NamJoon parado frente a su graffiti, admirándolo con esa cara de idiota que ponía a veces cuando se notaba que estaba anonadado. Lo dibujó en su mente al darse cuenta que el Suga que lo había hecho podía ser el mismo Suga que él conocía. Lo vio corriendo hasta el Whalien para averiguarlo.

 

Ese mismo instante en el que YoonGi trataba de imaginarse a NamJoon mirando el graffiti en el que YoonGi había sacado sus más grandes frustraciones, fue la primera vez que NamJoon vio sonreír a YoonGi.

 

Sí, YoonGi sonrió, mostrando una fila de dientes romos, pequeños y muy igualados, y demasiada encía. Pero aún así, era una sonrisa bonita y encantadora.

 

YoonGi nunca supo que dejó a NamJoon sin habla con su sonrisa, porque estaba demasiado ocupado riéndose de sí mismo, de lo similar que debía haber sido para NamJoon percatarse de que era ese Suga con el momento en que YoonGi ató cabos y se dio cuenta que NamJoon era el rapero cuya música ponía su mente del revés.

 

En lugar de responder, YoonGi se giró al ordenador, entró en SoundCloud e hizo sonar una de las canciones de Runch Randa en los altavoces de la cafetería.

 

- ¿Eres el mismo Runch Randa que canta esta canción?

 

NamJoon se sonrojó hasta las orejas, bajó la mirada y sonrió. Escucharse a sí mismo en los altavoces de la cafetería le resultaba extraño y ajeno, pero sobre todo, se sentía expectante, deseando que YoonGi dijera algo en lugar de estar atravesándolo con la mirada.

 

Para YoonGi también era raro. Había escuchado las canciones de NamJoon teniéndolo al lado sin saber que era él y ahora que lo sabía, la sensación en su pecho al escucharla era aun mayor.

Había intentado imaginárselo cantando infinidad de veces, pero por más que trataba, era incapaz de concebir a aquel hortera cabeza de chorlito escribiendo y cantando aquellas líneas.

 

- Has tardado mucho en darte cuenta, hyung... - dijo NamJoon, sonriendo mientras se tocaba el labio inferior con nerviosismo.

 

Sí, YoonGi aun se torturaba por haber tardado tanto en caer en ello. No podía negar que las señales habían estado ahí y YoonGi no había sido capaz de verlas. Siempre se había considerado perspicaz y difícil de engañar, y NamJoon era particularmente fácil de atrapar en sus mentiras. YoonGi aun no entendía cómo había sido capaz de guardar ese secreto de él y que no se hubiera dado cuenta de ello.

 

- Entonces... ¿Tú has hecho esto?

 

YoonGi no había contestado a NamJoon cuando él preguntó primero. YoonGi asintió solemnemente con la cabeza.

 

- Qué escondido lo tenías...

 

- No soy yo quien lo mantenía en secreto - le reprochó - Los únicos que me preocupa que se enteren es la policía... Yo no me estaba ocultando.

 

NamJoon se encogió de hombros, sabiendo que YoonGi tenía razón, pero ni YoonGi pidió explicaciones ni NamJoon se las dio.

 

- ¿Me dejarías acompañarte algún día? Me gustaría verte pintando...

 

Ni en un millón de años YoonGi habría esperado que le pidiera tal cosa. Acompañarlo cuando graffiteaba no era tarea exclusiva de JungKook, de hecho, en la mayor parte de las veces, YoonGi iba solo, lo prefería así.

Aun así, tendría que pensarlo.

Dejar que NamJoon lo acompañara significaba que se encontrarían fuera de las horas de trabajo de YoonGi. Significaría que pasaría su tiempo de ocio con él, que estaría con NamJoon porque quería y no porque era su obligación.

Saber si quería hacer eso realmente era algo que YoonGi quería guardar bajo llave en su mente, junto a la sensación que la música de NamJoon provocaba en él, justo al lado de la forma que siempre tenía el menor de dejarlo sin habla, todo ello escondiendo por completo el miedo que YoonGi tenía de NamJoon.

 

- Me lo pensaré... - admitió YoonGi, incapaz de mirar a NamJoon a los ojos. Aun así, supo que sonrió.

 

- ¿Intercambiamos números? – pidió NamJoon, tratando de no sonar demasiado exaltado, notando que YoonGi estaba dudando - Así cuando decidas si puedo acompañarte, podrás llamarme... Iré a donde sea...

 

YoonGi accedió. NamJoon le dio su número y luego le hizo una llamada perdida para que él también guardara el de YoonGi. También se agregaron mutuamente a sus contactos de KakaoTalk.

 

YoonGi no sabía en el embrollo que se estaba metiendo.

 

***

 

Notas finales:

Muchas gracias por leer ^^


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