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Blue Bird por KittieBatch

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Notas del capitulo:

Hola hermosas personas que leen la historia hasta este punto, quiero agradecer su apoyo a la historia y sobre todo a mi, sus comentarios me han fortalecido muchas veces. Este es el fin, pero tengo muchos más proyectos por venir, estén pendientes y no olviden visitar mi página de Facebook Fanfics by KittieBatch. Estaré avisando de mis nuevos proyectos por ese medio.

Un beso y espero les guste el final.

Capitulo 9

 

Mycroft dio dos pasos y se detuvo, aspiró el aire conocido de Londres y sonrió. ¿Cómo podría describir aquella sensación? En más de un sentido se hallaba dichoso, Evan descansaba en sus brazos dormido y Greg le sonreía sin soltar su mano. Recordaba cuanto odió tener que viajar a Nueva York, ahora lo agradecía. El ruido del aeropuerto hizo que el niño se revolviera en sus brazos despertando con una protesta.

 

–Tranquilo, pronto llegaremos al hotel– dijo Greg y Mycroft negó con la cabeza.

 

–No van a ir a ningún hotel, se quedarán en mi casa– habló serio y Greg sonrió dulce.

 

–¿No seremos un problema?– la pregunta no se dirigía solo al hecho de dónde se hospedarían, Greg aún temía que su presencia generara inconvenientes a la vida que Mycroft construyó.

 

–Nunca– sonrió de vuelta y dejó un beso suave en los labios del castaño.

 

–El aeropuerto no es el mejor sitio para ponerse románticos– dijo Sherlock apareciendo seguido de John, ellos volvieron un día antes para medir el terreno y asegurarse que los Holmes no supieran nada de lo ocurrido en Nueva York.

 

–¿Es por eso que tienes sujeta la mano de John?– respondió Mycroft y el rostro del rubio se volvió de un rojo intenso.

 

–Hace frío– se defendieron ambos y Greg soltó una risilla encantada.

 

–Nunca cambien– dijo dando una palmada en el hombro de Sherlock con cariño.

 

–Papi, ¿por qué el tío Sherlock y el tío John no se casan?– dijo Evan frotándose los ojos espantando los restos de sueño que pudieran quedar.

 

–Es pronto para eso cariño– sonrió Greg a su hijo ignorando lo nerviosos que la pregunta puso al par de jóvenes.

 

Después de recuperar las maletas salieron del aeropuerto donde ya esperaba un auto, la asistente de Mycroft los saludó amable abriendo la puerta para la pareja y su hijo, Sherlock y John decidieron tomar el subterráneo pues irían a la universidad primero. Tan pronto como la familia subió al auto se dirigieron hacia la casa de Mycroft, el niño miraba con ojos curiosos y maravillados la ciudad. Toda su vida vivió en Nueva York y la única vez que salió del estado fue cuando Greg lo llevó a Orlando para visitar Disneyland. La arquitectura, el clima, las personas, absolutamente todo era diferente a cuanto viera antes y aun así, se sentía como si de pronto estuviera de vuelta, como si estuviera en casa.

 

Greg por su parte también observaba aquella ciudad que amaba y a la que no volvió por tantos años, allí conoció el amor, allí vivió los momentos más felices de su vida y también los más amargos, sin embargo en retrospectiva todo aquello parecía borrarse por los nuevos momentos que experimentaba, allí estaba, volviendo a Inglaterra con su hijo y el padre de él, sabiendo que todo el sufrimiento y el odio de esos años fue a causa de terceros, pues el hombre que le juró amarlo nunca dejó de hacerlo, nunca renegó de su familia. Quizás resultaba tonto sentirse completo, pero era tal y como se veía, ahora volvía a respirar con libertad.

 

–¿Recuerdas la casa que queríamos comprar cuando nos casáramos?– dijo Mycroft dejando un beso en sus mejillas.

 

–Sí, tenía un jardín precioso para que niños y mascotas corrieran, estaba cerca del parlamento y del hospital donde hacía prácticas por aquellos años.

 

–Cuando te marchaste alguien la compró, sin embargo no pudieron pagar la hipoteca y el banco la subastó un año después, justo cuando dejé de buscar. Así que la compré.

 

–¿Hablas en serio? Creí que seguías viviendo en tu cómodo apartamento del centro.

 

–Y lo hago, compré la casa, la amueblé y la decoré, tiene una habitación principal que imaginaba sería nuestra, además de dos habitaciones para los niños, una oficina para ambos, una biblioteca, una cocina donde podríamos cocinar el desayuno los fines de semana para toda la familia… Nunca viví allí, llámame loco pero fue mi forma de tenerte cerca, de conservar algo de nosotros.

 

–Mycroft– atinó a decir abrazando con fuerza al hombre, no pudo contener el llanto que comenzó a fluir mojando el hombro en que escondía el rostro, fue envuelto en un abrazo protector y su naturaleza reconoció el cuerpo contrario. –Te amo– susurró sin apartarse de él, era sincero en sus palabras, siempre y a pesar de todo, jamás dejó ni dejaría de amarlo.

 

Evan supo que sus papás no podrían estar separados más tiempo, a pesar que consideraba a Stuart como un padre, la llegada de Mycroft a su vida revolucionó muchas cosas, y tal como suelen decir, la sangre pesó más y pronto se hallaba enamorado de su papá, le gustaba ese hombre, no solo por quién era sino porque veía a su papi feliz a su lado, feliz como no lo recordaba haber visto jamás, el amor que ambos sentían era tan fuerte que casi podría tocarse y para Evan eso fue suficiente. ¿Qué importaba vivir en Nueva York si sus papás querían volver a su país? Aquel era un viaje para que Evan conociera Inglaterra, se familiarizara con sus costumbres y decidiera si deseaba quedarse allí o volver a Nueva York, sin embargo el niño había decidido desde que subieron al avión.

 

La parte del plan que no le contaron fue aquella en la que Mycroft y Greg enfrentaban a los culpables de su separación. Sherlock preparó el terreno, dijo que necesitaba hablar de su futuro con ellos, harían una cena al día siguiente en la casa Holmes, John y Sherlock cuidarían a Evan y ellos tendrían una conversación amena con el matrimonio. El auto se detuvo frente a una casa imponente. Cuando ellos soñaban con comprar aquella propiedad pensaban a largo plazo, pues ambos no contaban con los recursos para hacerlo, Mycroft en esos seis años no solo subió de puestos en el Gobierno sino que su poder económico aumentó, por ello compró la propiedad sin pensarlo dos veces. Recordaba con cariño aquellos meses en que se entregó a trabajar en aquella casa, cuidó hasta el más mínimo detalle, desde los colores en las paredes hasta los muebles, tomó en cuenta los gustos de Greg para la decoración, las habitaciones de los niños fueron decoradas en forma neutra pues no le gustaban los estereotipos.

 

Meses intensos de trabajo que culminaron cuando él cubrió todo con cuidado y puso bajo llave la propiedad. Creyó sellar para siempre su hogar perfecto, sin embargo ahora el auto se detenía frente a la casa y esta vez cumpliría con la misión que Mycroft le dio el día que la compró, sería su hogar. Greg y Evan vivirían con él allí, vivirían como la familia que siempre debieron ser. –Es más hermosa de lo que recordaba– dijo Greg viendo asombrado la propiedad desde la ventana de auto.

 

–Es nuestra– respondió Mycroft y los ojos de Greg se iluminaron.

 

El auto penetró en la propiedad dejando ver lo magnífico del lugar, un suspiro escapó de Greg, aquello parecía un sueño, casi como los cuentos de hadas que leía por las noches a Evan. Mycroft tomó su mano depositando un beso en el dorso, el amor que sentía por aquel hombre era inmenso, lo amaba aún incluso de todos sus prejuicios, a su lado comprendía cuán fuerte podría ser si tan solo escuchaba su voz. El hijo de ambos reforzaba ese sentimiento de amor que desbordaba de su ser, su familia sería el motivo para afrontar el futuro con la frente en alto.

 

Tras bajar del auto y dejar las maletas en el interior pudieron por fin hablar, Evan debido al cambio de horario y el vuelo cayó dormido tan pronto como su fue arropado en su habitación, los adultos fueron a la sala, sin duda Mycroft hizo un gran trabajo con la decoración pues Greg quedó fascinado con los detalles, incluso los cuadros en la pared de la sala de estar reflejaba el anhelo del pelirrojo por tener a Greg de vuelta, fotos de ellos adornaban las paredes, fotos que tomaran en sus diferentes citas, todas siguiendo la cronología exacta.

 

–Tenemos seis años que agregar a esta pared– sonrió Greg observando con detenimiento sus rostros mucho más jóvenes en aquellos cuadros. –Gracias– dijo en una sonrisa melancólica.

 

–¿Por qué?– le vio extrañado Mycroft.

 

–Por hacer esto, por llevarme contigo de cierta forma, porque a pesar de los años sigues amándome y por perseverar en hacerme ver que nada tuviste de culpa en este asunto… No puedo volver el tiempo pero, sé que puedo confiar en ti y construir el hogar que merecemos.

 

–Nada me haría más feliz, tú y Evan son lo más importante en mi vida, jamás los dejaré ir de mi lado.– Aquello sellaba el acuerdo a que llegaran en Nueva York, todo dependería ahora de dónde quisiera establecerse Evan, no lo forzarían a nada, vivir en Estados Unidos o en Inglaterra, no importaba si estaban juntos.

 

La noche llegó y ambos prepararon la cena, Mycroft se había encargado de pedir a su asistente que abasteciera la despensa y dejara la casa habitable para ellos, Greg no se sorprendió al ver la nevera llena de productos frescos, sabía cómo era Mycroft y aquello le trajo tantos recuerdos de sus días juntos. Desde que se re encontrara nada más que unos besos y algunas caricias se cruzaron entre ellos, por respeto al otro ninguno mencionó lo difícil que resultaba estar al lado de quien despertaba la pasión más poderosa en su cuerpo sin poder tocarlo, esa noche sin embargo no respetarían más el espacio personal del otro. Todo lleva un orden y ellos lo entendían, primero tomaron la cena con Evan, atendieron las necesidades de su hijo y cuando volvió a la cama ambos se vieron de forma seductora.

 

–No debería pedirlo…– dijo Mycroft

 

–No tienes qué hacerlo, yo te lo estoy pidiendo a ti– contestó Greg y se fundieron en un beso apasionado, su boca reaccionaba al contacto con la contraria y sus manos jugaban a acariciar cualquier parte disponible del cuerpo ajeno, la pasión los inundó, era el deseo por el otro, el deseo contenido por tantos años. Ahora la espera se terminaba y sus cuerpos se acoplaban al contrario, tal y como la primera vez que estuvieron juntos.

 

Las prendas que cubrían la piel de Greg fueron las primeras en ceder, desnudo de pies a cabeza fue llevado por Mycroft a la habitación, el pelirrojo empujó suave a su pareja sobre la cama, se tomó su tiempo para desvestirse y cuando lo estuvo pudo notar el deseo en los ojos de Greg, el fuego en su mirada y la necesidad de su cuerpo por ser poseído. Sonrió acercándose a Greg apresando sus labios con fiereza, generando pequeños gemidos con tan solo rozar su lengua con la contraria, suspiros y jadeos llenaron la habitación a medida que sus pieles generaban una deliciosa fricción. Las manos del castaño se enredaron en los cabellos rojizos de Mycroft y éste respondió rozando su erección con la contraria. –No te contengas– pidió Greg y Mycroft asintió en una sonrisa satisfecha, dirigió entonces sus besos por toda la piel canela de su amado, detuvo sus besos para acariciar con su lengua sus pezones, sabía cuánto disfrutaba el castaño de aquellas atenciones así que se concentró en darle placer. Llevó sus manos a su erección acariciándola buscando estimular el placer en su amado Greg, por su parte el castaño movió sus caderas al ritmo que marcaba Mycroft con los movimientos en su miembro, gimió y jadeó y cuando eso no fue suficiente clavó sus uñas en la piel desnuda del pelirrojo.

 

–Shh… tranquilo– pidió Mycroft llevando uno de sus dedos a la entrada de Greg, lo sintió húmedo y cálido, un gemido escapó del castaño cuando sintió aquella intromisión estimulado su entrada, pronto dos dedos se deslizaron y separándose para ayudar a dilatar el cuerpo del omega. La estimulación logró su objetivo y Mycroft se dispuso a entrar en su cuerpo cuando se detuvo, había olvidado algo. –No tengo condones– dijo y Greg soltó un carcajada.

 

–Tenemos un hijo ¿y tú te preocupas de eso?– dijo el castaño –No me importa, quiero que lo hagas.

 

–¿Estás seguro?– no pensaba detenerse pero sus buenos modales le pedían que preguntara antes de adentrarse en él.

 

–Sí, solo hazlo– gimió y Mycroft asintió besando los labios de Greg a medida que dirigía su erección a la entrada palpitante de su amado, lento y sin prisas ingresó en él sintiendo como era reclamado y abrazado por la naturaleza del omega. Su instinto reaccionó y pronto marcó un ritmo rápido, tocaba con sus movimientos el punto de mayor placer en Greg y él mismo se sentía en las nubes, nunca tuvo sexo con nadie más, jamás se interesó en otra persona y sabía que no lo haría, su naturaleza solo respondía a su amado castaño, le pertenecía, no importaba cuánto tiempo pasara, su cuerpo respondería solamente a un hombre, a un omega.

 

Se sentía prontos a llegar al punto más alto de placer y la naturaleza Alpha de Mycroft terminó por despertar, antes no lo hizo, antes creyó que podrían esperar y por ello nunca hubo un lazo que le avisara qué pasó con Greg, ahora no estaba dispuesto a que eso pasara, no, ahora lo reclamaría como suyo. Su lengua lamió la zona donde sus dientes debían encajarse y Greg gimió agudo devolviendo algo de razón a la mente nublada de Mycroft. –No lo haré si no quieres– murmuró sin apartarse de la curvatura entre su cuello y hombro.

 

–Por favor, no te contengas– pidió Greg y como respuesta recibió un gruñido seguido de un cerco de dientes clavándose en su piel logrando que ambos explotaran en placer, su interior se llenó de la esencia de Mycroft y su sangre de la unión de ellos, ahora serían uno, se pertenecerían por siempre. Aquella era la unión más sagrada que existiera.

 

La noche transcurrió y ellos siguieron retozando, recuperando el tiempo perdido, una noche no bastaría para recobrar todo lo que se perdieron, pero podrían iniciar a ponerse al día. Quizás fuese la ansiedad de la naturaleza que llamaba o el simple deseo carnal unido a la ausencia tan larga, fuera lo que fuese, Mycroft y Greg se volvieron uno esa noche, y juntos protegerían su amor y el fruto de éste, juntos protegería a Evan y harían pagar a quienes se interpusieron en su felicidad y apartaron a aquella familia por tanto tiempo. Aún si eran los padres de Mycroft, no importaría, al final, los culpables no tendrían éxito en su empresa destructora.

 

La mañana llegó y con ella el desayuno en familia que tanto deseó Mycroft tener en aquella casa. Greg fue quien cocinó mientras Evan era asistido por su padre al momento de elegir su atuendo para su primer día en Londres. se le explicó al niño que primero tendrían que atender algunas cosas pendientes y después tomarían una decisión sobre quedarse en Londres o volver a Nueva York, Evan sabía que quería quedarse en aquella ciudad, le gustó lo poco que vio en el auto y al ver la sonrisa de su papá estando en su país y ciudad quiso quedarse.

 

–Sherlock y John te cuidarán esta noche pero mañana podremos ir a conocer donde trabajo y hacer algo de turismo, te encantará el Palacio de Buckingham y el London Eye, tu papi y yo estuvimos allí en nuestra tercera cita– sonrió y Evan se sintió curioso pues quería conocer la historia de sus padres.

 

–¿Me contarías como se conocieron tú y papi?– pidió Evan saltando sobre su cama.

 

–Claro, te contaré todo lo que quieras, siempre y cuando a papi no le moleste.

 

–¡Sí!– celebró el pequeño.

 

Los padres de Mycroft sonrieron al recibir la notificación que su hijo había vuelto a la ciudad, no se hallaban registros de que llegase con alguien más y eso demostraba que su plan estaba vigente aún y nada tenían que temer. Lo cierto era que la asistente de Mycroft se encargó de crearles información falsa, ellos no se enterarían hasta la noche que no solo fueron descubiertos sino también serían encarados por las partes afectadas. La rutina de ambos se volvió de la misma forma en que solía llevarse, sin embargo cuando decidieron que era tiempo de atender la cena con Sherlock, no imaginaron que éste no se presentaría y mucho menos que sería Mycroft junto a un invitado especial quienes se sentarían a la mesa con ellos.

 

–Hola padre, madre– saludó Mycroft cuando los vio entrar al comedor –¿Recuerdan a Greg?– sonrió y el castaño saludó con una sonrisa amable.

 

–Señores– saludó y el matrimonio Holmes sintió que su mundo se caía a pedazos. –Su nieto les envía saludos– agregó y la madre de Mycroft tuvo que sentarse.

 

El rostro pálido delató la impresión y sorpresa que ambos recibían en ese momento, su hijo estaba allí, él sabía todo cuanto hicieron y esta vez no podrían escapar. –Hijo, podemos explicarlo– dijo su madre y Mycroft alzó una ceja incrédulo.

 

–¿En serio? ¿Cómo explicas que apartaste a mi novio y a mi hijo de mi lado haciéndoles creer que no me interesaban? ¿Cómo explicas que falsificaste mi letra para que ellos se apartaran de mi lado? ¿Qué van a decir? Los conozco, sé de lo que son capaces pero jamás imaginé que arruinarían la vida de su propio hijo con tal de que los obedeciera– dijo y el rostro de su padre comenzó a volverse de un color rojo intenso.

 

–Usted fue a mi apartamento– esta vez habló Greg directamente al Holmes mayor –fingió que le preocupaba mi situación, dijo que estaba a tiempo de que lo dejase encargarse del bebé, quiso que me deshiciera de mi hijo y cuando me negué prometió apoyar mi embarazo pero tendría que irme pues Mycroft no quería tener a un niño cerca, sería un obstáculo y cuando lo supiera me obligaría de deshacerme de él– lo vio a los ojos con la fuerza de la ira contenida por tantos años.

 

–No eres un santo, aceptaste mi dinero, eres solo un busca fortunas, por eso te embarazaste de mi hijo, no solo eres un omega cualquiera, eres mitad francés, no merecías pertenecer a esta familia, ¡todo cuanto hicimos fue por Mycroft! ¡Él no necesita a alguien como tú y esas tonterías del amor para vivir!– gritó el hombre elevando la mano dispuesto a golpear al médico.

 

–Ni lo pienses padre– siseó Mycroft interponiéndose entre él y Greg –Para tu desgracia y el de toda esta familia, Greg y yo nos unimos, lo marqué y será mi pareja quieran ustedes o no, criaremos a nuestro hijo y tendremos más y no se acercarán a ellos.

 

–Hijo, por favor. Hicimos lo mejor para ti– habló por fin su madre con la voz baja fingiendo arrepentimiento.

 

–No señora, si usted amara a su hijo no le hubiese apartado de mi y de su hijo, no diga tonterías, tengo un hijo y le prometo que jamás sería tan vil de apartarlo de quién lo ame, usted no es nadie para decidir por Mycroft– dijo Greg enfurecido.

 

–Ustedes– añadió Mycroft –no tienen ningún derecho a acercarse a mi familia, a mi vida y tampoco se interpongan en la vida de Sherlock, apártense de nosotros, si se acercan haré que toda Inglaterra se entere de lo que hicieron, aunque no contarán con la misma suerte ante la corte, lamento informarles que La Corona Británica ya está enterada de su intervención y como sabrán a la Reina no le agradan los mentirosos.– sonrió y tomó la mano de Greg afirmando así el lazo que los unía. Salieron de la casa de los Holmes dejando al matrimonio temblando por las consecuencias de sus actos, aunque ahora ya no importaba, estarían juntos, criarían a su hijo juntos y no permitirían que Sherlock pasara por lo mismo.

 

Los días siguientes tomaron las decisiones más importantes, además de recuperar a Toto de las 48 horas obligatorias en aduana, pudieron tener  una charla con Evan donde decidieron quedarse a vivir en Inglaterra, casarse en unos meses y visitar a la familia de Greg en Francia. El año siguiente su pequeña familia se estableció en la ciudad, Evan se adaptó con facilidad y la visita a sus abuelos le hizo sentir que ya no estaban solos, la relación con su tío Sherlock se volvió fuerte y aunque extrañaba a Stuart hablaba con él una vez a la semana. El hombre tardó un tiempo en reponerse de la ruptura con Greg y el no volver a tenerlo cerca, sin embargo por fin pudo concentrarse en ampliar sus horizontes.

 

Greg y Mycroft se casaron en una ceremonia privada, algunos invitados cercanos al político, incluyendo a la Reina que parecía encantada con la pareja e hijo de su hombre de confianza. Por parte de Greg asistieron sus padres y familia, algunos compañeros de trabajo y Stuart, quién llegó la noche anterior a la boda y en la cena de ensayo posó sus ojos en un hermoso francés compañero de trabajo de Greg.

 

–Lo hicimos– sonrió Greg besando a Mycroft en la habitación del hotel tras la boda, pasarían la primera noche de la luna de miel en un hotel del centro y después se moverían a Niza para pasar unos días antes de volver. Evan se quedaría con su tío Sherlock y su querido tío John.  Los jóvenes vivían juntos ahora y tal como se desarrollaba todo pronto se realizaría otra boda.

 

–Sí y te prometo que nunca dejaré de que te vuelvas a apartar de mi lado, tú y Evan son lo más preciado en mi vida– sonrió Mycroft dando un beso en los labios de su ahora esposo.

 

–No hay razón alguna para irnos, nuestro lugar está junto a ti– sonrió Greg abrazándolo.

 

Su vida cambió de muchas formas, sin embargo ya no existía espacio para dudas o rencores, lo que sea que el futuro deparase para ellos lo enfrentaría juntos, especialmente si se trataba de la llegada de un nuevo hijo o hija, eso lo sabrían nueve meses después de aquella fabulosa noche de bodas. Greg se quedaría al lado de Mycroft, no volvería a desaparecer y el canto de aquel pájaro azul que los hiciera reír en la primera cita tendría peso en su vida siempre, para Greg fue un augurio de buena suerte, para Mycroft el indicador que su camino estaba con ese hombre de cabellos castaños. 


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