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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

 

He vuelto... por fin.

Quizá por el moderado alcohol que contenía el vino espumoso que habíamos bebido durante la fiesta, tal vez a causa del golpetazo o muy seguramente debido a una mala combinación de ambos mi cerebro se negaba a responder adecuadamente mientras todo el mundo alrededor corría de un lado a otro.


Yo permanecí en el banquillo, junto a la barra, con el hielo que me habían dado sostenido contra la ceja, mirando el corretear del resto quienes, aunque andaban de aquí para allá, no terminaban de entender la situación y parecían preguntar sin palabras qué debían hacer conmigo, con mi sangrante rostro que provocaba poco a poco un desastre en el suelo o con Victoria a quién verdaderamente se la veía con ganas de atizar a Helena.


Nadie necesitaba más conflictos, al menos no por esa noche así que optamos por trasladarnos al amplio sanitario del bar que normalmente era apacible. Y aunque menos ruidoso que afuera, no era menos caótico:


Por un lado, Jav limpiaba los restos de sangre del tajo abierto en mi frente ayudándose de un paño empapado en antiséptico, una sustancia con olor misteriosamente similar al del tequila añejo que Alan reservaba celosamente para ocasiones especiales y de no haber tenido la botella de desinfectante al lado habría jurado que efectivamente era tequila. El grandullón pretendía determinar qué tan profunda era la herida y si era prudente llevarme al hospital o bastaría con ponerle una bendita encima.


Mientras tanto, Alex trataba de sostener la puerta del cubículo en el que había conseguido encerrar a su melliza para que no saliera a, según sus propias palabras: “Patear el perfecto trasero de esa mujer” y por esa mujer se refería evidentemente a Helena.


Victoria, encerrada, golpeaba la puerta y gritaba una impresionante sarta de improperios contra su hermano por no dejarla salir, contra Helena por causar tremendo alboroto y contra mí por no defenderme.


Yo trataba de soportar el escozor que me causaba el alcohol y de no pensar demasiado en cómo todo se nos había ido tan rápido de las manos.


— Hola —el rostro de Gwen asomó por la puerta y por encima del de ella, como sucede en las caricaturas, Matt y Doble B asomaron la cabeza también—. ¿Podemos entrar?


— Venimos en paz —declaró Matt agitando su camiseta blanca.


Javier les indicó con un gesto de la mano que estaba bien, que podían entrar.


— Iré por otro paño —anunció—. Sostén esto aquí —aguanté un quejido cuando volvió a colocarme el hielo sobre la frente—, vuelvo en un minuto.


Lo seguí con la mirada hasta que desapareció tras la puerta, agradecía de haber parado con las labores de limpieza por el momento.


— Nosotros creímos que le daríamos emoción a tu vida con lo del hotel —Bernardo fue el primero en romper el breve silencio.


— Pero visto lo que pasó ya tienes una vida con demasiadas emociones fuertes ¿verdad que sí? —Matt sonrió dándole un leve empujón a mi hombro.


— Yo aposté por ti, si eso sirve de algo —me guiñó Gwen.


— Rubia, eso no fue una pelea limpia. La atacaron a traición —BB frunció el ceño todavía más.


— ¡Exacto! Un instante todo eran risas y al siguiente ¡boom! —Mauricio abrió los ojos de par en par tras hacer un gesto con las manos—, te vimos caer al suelo.


— Todo sucedió tan rápido que creo que me provocó vértigo. Ahora necesito un trago de tequila —añadió la rubia.


— ¿Cómo va el tequila a quitarte el mareo? —la cuestionó el huraño pelinegro.


— Es mi remedio para todos los males Berni — Bernardo rodó los ojos y negó mirando al techo tras escuchar de boca de la rubia aquel mote que tanto lo fastidiaba.


— Relaja los músculos, el alcohol digo —Alex, desde el otro extremo de la habitación, le daba la razón a Gwen sonriéndole ampliamente y recibiendo de vuelta otra mueca similar por parte de ella.


— Oye pelirrojo, concéntrate en lo que haces y deja de animarla —le reprendí.


— Yo sólo digo que hubo mucha tensión por aquí y todos necesitamos un respiro.


— Éste es de los míos —murmuró la bióloga, riendo bajito.


— Y que lo digas —resoplé.


— ¿Qué tal tu herida? ¿Duele? —Chambers se apuntó la cara, primero el labio luego la ceja.


— Con las revoluciones al máximo ni tiempo tuvimos de ver qué tan mal te encontrabas —Bernardo sonaba preocupado, pero con ese ceño fruncido parecía más hastiado que otra cosa.


— No es nada grave.


— Díselo a los litros de sangre que perdiste —señaló Matt. Bajé la vista encontrándome con que el lavamanos estaba vuelto un sanguinolento desastre.


No me preocupaba demasiado ver sangre sobre los muebles del baño, golpearse la cara siempre terminaba en desastre porque la exagerada cantidad de sangre que mana de la herida, por más insignificante que fuese, lo volvía más escandaloso de lo que en verdad solía ser, así que no me alarmé de verdad.


— Bien, entonces déjanos ver.


— De acuerdo —y retiré, no sin un mohín de dolor, el hielo.


— Ouch —musitó Doble B.


— ¡¡Santa madre de los golpes!! —exclamó Matt.


Gwen no dijo nada, pero su rostro se deformó en una expresión increíble de desagrado y empático dolor. Así que después de eso no hizo falta mucho más, me giré al instante al gran espejo y entendí enseguida el por qué de sus caras espantadas.


Emití una risilla incrédula y nerviosa al mirar el boquete que se me había formado​ y en medio de una carcajada medio histérica balbuceé:


— Me destrozó la maldita cara.


— ¡Te lo dije! —rezongó Victoria dentro del cubículo, dándole un golpetazo a la puerta—. ¡Sólo dejen que le ponga las manos encima!


No iba a pecar de ignorancia fingiendo que Helena era una enclenque, porque tenía claro que no lo era. Pero, lo fuera o no, la magnitud del corte era mucho mayor de lo que esperaba. La piel se había literalmente roto en dos trozos de bordes irregulares que formaban una profunda brecha carmesí que iniciaba en el borde de la ceja y curvaba unos cuatro centímetros hacía arriba, semejando una alargada letra C, rodeada a ambos lados por piel enrojecida que en unas horas formaría enormes cardenales purpúreos. La labor del hielo era evidente ya que la hinchazón estaba considerablemente atenuada y de no ser por él a esas alturas tendría indudablemente el ojo medio cerrado, aunque eso no quitaba que iba a requerir puntadas sí o sí.


— Hay que ir al hospital —dije—, ahora mismo.


— ¡¡Conduzco yo!! —ofreció la melliza.


— ¡Tú cállate! —le gritó su hermano.


Al final, cuando Javier hubo regresado empuñando las llaves del auto decidimos unánimemente que no ir al hospital no era una opción y como era de esperar todo el mundo se apuntó para la travesía. Todos menos Andrea y Helena que al salir del improvisado fuerte ya no se encontraban en el Varano, Alan tampoco quiso acompañarnos argumentando que luego de despachar a los últimos clientes se iría a ver como lo llevaban las dos mujeres. Así que los siete restantes nos dimos a la tarea de buscar algún lugar donde pudieran zurcirme la frente.


— ¿Te duele? —preguntó la pelirroja, ambas viajábamos en la parte trasera de mi auto, Javier conducía y Alex era su copiloto. Los playeros nos seguían en su propio vehículo que Matt había rentado para moverse por la ciudad.


— Algo —le respondí, pero claro que me dolía. La adrenalina del momento se me había esfumado muchos minutos atrás dejando a su paso un ardoroso malestar.


La pelirroja se mordió el labio, era evidente que luchaba consigo misma para decir algo porque​ entre abrió los labios pero no musitó palabra, luego chasqueó la lengua molesta.


— ¿Por qué Helena te golpeó? —parecía haber soportado todo el tiempo que había podido la necesidad imperiosa de preguntarlo.


— Y yo que voy a saber —me quejé.


— ¿Tal vez fue por Andrea?


— Seguro, sí, pero no he acabado de entenderlo bien.


— ¿Terminaste de hablar con ella?


— Estaba en ello —asentí—, luego esto pasó —me apunté—. Creo que es una señal de que no debo decirle nada.


— Lo que acabas de decir es una señal de que eres una completa imbécil.


— No ahora Vic, no quiero discutir esto contigo ahora así que no te pongas pesada.


— ¿Y cuándo piensas discutirlo?


— En algún momento que no sea ahora.


— No sé si lo has notado, pero se te agota el tiempo de hacer cualquier cosa diferente a tu estúpida rutina de mártir que espera una mujer que probablemente no vuelva nunca —dijo entre dientes, el mal humor había aumentado en ella notablemente y eso la hacía decir cosas hirientes a posta—. ¡Seguro que ella se da la gran vida y tú sigues aquí atada! ¡No le debes nada, no tienes nada que te ate a ella más que tus ridículos remordimientos de algo que pasó hace años! —eso había sido un golpe bajo, uno muy bajo y ella se había dado cuanta porque se interrumpió de inmediato.


Ninguna dijo nada más durante todo el trayecto, pero ambas sabíamos muy en el fondo que las palabras de la pelirroja no estaban lejos de la realidad. Eso era terrible, siempre es terrible que alguien diga cosas que, por muy verdaderas que sean, no queremos escuchar.


 


Media hora después de la disputa del bar, en el área de urgencias del hospital central reinaba el frío. Tuvimos que esperar a que un adormilado sujeto llenara un formulario para poder finalmente conducirme a otra habitación donde me coserían mientras los demás permanecían en la sala de espera.


La enfermera encargada de las labores de curación me aplicó una leve anestesia que a pesar de inhibir el dolor no impedía que percibiera la aguja entrando y saliendo de mi piel, no era una sensación agradable de experimentar. Por cierto que la enfermera, una mujer de manos diestras y mirada severa, no pareció alegrarse demasiado con mi visita, cosa que no me sorprendía en lo más mínimo. Estaba por demás abatida y debía tener una pinta de lo más vandálica con la ropa llena de sangre seca, con mi brecha en la cabeza y la cara apestando al desinfectante con aroma a tequila que había sido empleado para curarme un poco, normal que se pensara cualquier cosa de mí. Y se pensaba lo peor, lo intuía en el reproche implícito que me daba cada que se cruzaban nuestras miradas y en la poca delicadeza que usaba al manipular mi magullado rostro.


Seguro que me creía merecedora del dolor y en cierta forma masoquista yo también sentía que me lo merecía. En mi cabeza tenía sentido que el destino que me ligaba a Yazmin me estuviese castigando por intentar escapar de él.


Y ese pensamiento es la prueba de que sí, soy muy imbécil.


Luego de las puntadas la mujer me dio un sermón por no haber acudido tan pronto como el incidente ocurrió, por las chapuceras labores de limpieza y en últimas instancias por beber y por pelearme en un bar.


Antes de volver a reunirme con los muchachos tuve que esperar en el pasillo a que el médico en turno me prescribiera algunos antibióticos para que la herida no se infectara así que pude escuchar a todos reunidos en aquel lugar, no eran precisamente discretos.


— ¿Cuánto más van a tenernos esperando? —protestó Alex.


— No mucho —le respondió Javier.


— ¿Y si las cosas se pusieron graves ahí dentro? —inquirió Matt.


— No digas tonterías Matty, verás que todo estará bien —lo reconfortó la rubia.


— Pero he leído que puede haber complicaciones —murmuró—. Todo lo que te hagan en estos lugares puede ponerse difícil ¿no es así?


— Sólo son puntadas Mauricio, no es una operación —le reprendió el irritado BB.


¿Tanto tiempo llevaba ahí dentro como para que las cosas se alteraran? Creía que no, aunque no lo tenía del todo claro.


— Pero las complicaciones —gimoteó Varjos. No obstante, se calló al verme salir de la blanca puertecilla.


— ¿Ves? Está bien —le sonrió la rubia dándole palmaditas cortas en la espalda.


— ¿Qué tal te sientes? —me preguntaron.


— No me quejo, pero esto me parece demasiado —señale el lugar donde estaban los puntos, ocultos tras un gran y para nada estético vendaje.


El hospital central de Gliky atendía urgencias ininterrumpidamente las veinticuatro horas del día, además estaba a mitad de camino del aeropuerto así que no fue sorpresa que tras abandonarlo y contabilizar los estragos de la noche en: cuatro puntadas en la frente, un antiinflamatorio y varios regaños severos para mí, además de unos cuantos estómagos vacíos; encontrásemos un restaurante abierto durante la noche por si algún trotamundos o, en este caso, a los acompañantes de un paciente nocturno les apetecía tomarse un bocadillo a las cuatro de la madrugada.


— Yo estoy hambriento y a nadie va a caerle mal un café cargado y caliente después de tantas emociones fuertes —dijo Alex empujando la puerta del lugar—. Vamos.


Todos nos dividimos en conversaciones irrelevantes luego de ordenar, no sé los demás, pero yo sólo quería tumbarme en mi cama a dormir durante al menos unos mil años a ver si con ello se me pasaba el cansancio del cuerpo. Victoria, que no había abierto la boca desde que llegáramos al hospital se me acercó y tiró del codo de mi suéter para que la mirara.


— ¿Qué? —le pregunté medio adormilada con el mentón apoyado sobre la mano.


— Ven un minuto afuera, necesito hablarte —y dicho eso salió del restaurante, esperándome en la acera contigua.


— ¿Qué cosa te pasa ahora? —protesté al salir.


Juro que iba a patearla si me sacaba al frío aire de la madrugada para decía alguna tontería, pero no lo hizo. Todo lo contrario.


— Quiero disculparme —comenzó para sorpresa mía—. No quiero presionarte ni obligarte a hacer algo contra tu voluntad, es sólo… —bufó—. Es sólo que te quiero tanto como a mí misma y quisiera evitarte todo lo malo que hay en el mundo, pero no pretendo decirte como debes vivir tu vida, se supone que eres un adulto.


— Puedes darme algún consejo.


— Sara, qué consejos voy yo a darte si ni siquiera sé qué hacer con mi propia vida.


— ¿Por qué prefieres a Andy?


— Es buena chica.


— ¿Yazmin no lo es?


— Nadie que deje a mi mejor amiga por un estúpido empleo sin consultárselo es buena persona. Tienes que apostarle tus fichas a alguna de las dos y tienes que hacerlo ahora.


— No es tan simple Vic.


— Claro que no, pero nada lo es, sólo elige y no te atrevas a mirar atrás.


— Si tomo la decisión errónea, ¿entonces qué?


— ¿¡Pero de qué crees tú que va la vida, eh!? No puedes prever todo, si todo funcionara así no sería divertido.


— No quiero herir a nadie.


— Más saldrán heridos mientras más tardes en tomar la decisión, elijas lo que elijas alguien ha de salir herido. Es decir mírate, tu ya saliste herida por tu propia indecisión —me golpeó con delicadeza el brazo—. Y me parece que nos estamos repitiendo, porque ya habíamos hablado de esto antes o no.


— Sí, hace unas horas.


— ¿Entonces vas a perdonarme o no?


— Sabes que sí pelirroja loca, ven aquí —le tendí los brazos, aquello siempre ponía punto final a las discusiones que pudiésemos llegar a tener. Era nuestra ofrenda definitiva de paz y reconciliación.


— Podrás ser lenta para notar las cosas y rutinaria hasta la médula, pero eres irreemplazable Sara.


— Yo estoy de acuerdo con eso —dijeron a mi espalda—. Con lo de ser irremplazable, quiero decir.


Rompimos el abrazo, Andrea estaba a mi espalda con el cabello algo revuelto y un semblante que denotaba el cansancio de haber librado con alguien muy testarudo una batalla campal, Helena sin dudas.


— Hola —sonrió—. ¿Cómo está tu frente?


— Ha visto mejores días.


— Yo me voy yendo ya —intenté enarcar una ceja ante la huida repentina y obvia, pero el dolor me recordó que no estaba en condiciones de hacerlo—. Esa tarta con sabor a cartón no va a comerse sola amiga mía. Nos vemos Andy —Victoria Radosta levantó la mano como despedida y regresó dentro del restaurante dejándonos a solas en un santiamén.


— Creí que estabas con Helena.


— Alan me sustituirá unas horas, a ver si él le obliga a entrar en razón.


— ¿Cómo está ella? Seguro que mi cara le habrá hecho alguna magulladura a sus puños —bromeé.


— Siento mucho que Helena se haya comportado de esa forma, haré que se disculpe con todos más tarde.


— Está bien, no tiene importancia, fue cosa del alcohol. Todos estábamos algo eufóricos hace rato.


— Aun así, quería venir a ver como estabas.


— Estoy mejor ahora que estás aquí —me mordí la lengua inmediatamente después de soltar aquello.


Andrea, que sí podía, enarcó las cejas mirándome como si no se esperase aquello y después sus verdosos orbes se llenaron de ternura.


— De verdad eres irremplazable —sonrió, acercándose un poco más hacía mí.


Me odie a mi misma por tener miedo de decirle lo que estaba a punto de decir, sí las cosas no salían como esperaba no iba a quedarme absolutamente nada de las dos vidas que los últimos meses me estaba esmerando por mantener alejadas una de otra. Tanto el sueño que representaba​ Andy en mi vida como la realidad que era Yazmin y que me envolvía el tobillo cual grillete se tenían que terminar en algún momento y solo uno iba a poder prevalecer.


Era momento de apostar, pero tenía tanto miedo de equivocarme y arrepentirme de por vida que no supe que decir, así que Andrea lo dijo por mí.


— Te quiero —susurró y jamás una frase tan simple, tan cotidiana, me había dolido de la misma manera que aquella.


En ese momento presentí que iba a besarme, temí que lo hiciera, pero sobre todo, deseé que lo hiciera.


No lo hizo.


Contrarios a mis deseos sus labios se desviaron a la línea de mi mandíbula para depositar allí un beso corto con sus suaves labios, después simplemente enredo los brazos alrededor de mi cuello. Yo dudé, dudé que hacer a continuación y todo lo que puede hacer fue corresponder a su gesto poniendo torpemente los brazos sobre su cintura.


«También te quiero» deseaba responderle.


— Te juro por el cielo entero que no quería hacerlo ¿sabes? —sollozó—. No quería sentir nada por ti Sara, intenté con todas mis fuerzas evitarlo, pero cuando me invitaste al Shellby no pude negarme. Peleé muchas veces con Lena por ello, decía que no sabía por qué, pero sentía que no eras conveniente para mí, que no era un buen lugar para quedarme y aun así es exacto donde quiero estar —se acurrucó mejor contra mí y yo la estreché del mismo modo, como si no quisiéramos dejarnos marchar ya nunca más—. Desde que llegaste corriendo empapada a la parada del autobús con tus Converse verdes supe que serías importante, me dio un vuelco el corazón ese día.


— Entonces tenemos más en común de lo que pensé —susurré con la vista clavada en la acera, recordando la sensación de aquel día—. También es el lugar dónde yo quiero estar, ya te lo había dicho —le dije pegando mi frente con sumo cuidado a la de ella.


Andrea Tolento era la persona indicada, si había alguien por quien quisiera arriesgar mis fichas en la ridícula mesa de póquer que era la vida en esos momentos era sin duda ella.


Sin embargo, un golpe sobre el cristal de la ventana del restaurante nos espabiló. Eran los tarados de mis amigos, los maldije por interrumpir y sin soltarme de Andrea miré en dirección de la mesa que ocupaban todos dentro del restaurante. Victoria, Javier y Alex estaban de pie. Los tres haciendo señas como maniacos tras el cristal, agitando los brazos con vehemencia y con los ojos desorbitados mirando algo que estaba tras de mí. Me di vuelta soltando a regañadientes la cintura de Andrea.


Oh sí, sin dudarlo Andy podía ser la persona indicada pero el momento para descubrirlo no podía ser más equivocado que aquel porque ese fue precisamente el último de los momentos en los que sentí el tiempo correr a cámara lenta, mucho más lenta que los anteriores.


Me aterré y casi seguro que mi semblante se volvió más blanco que la cera cuando divisé a Yazmin al otro lado de la calle con las maletas a sus pies. Apenas pude reaccionar debidamente cuando la vi acercarse a toda prisa con ceño fruncido y mirada iracunda.


Iba a matarme, a descuartizarme, a destriparme, a picarme en pequeños cuadritos que apenas serían reconocibles… y quizá, soló quizá, debía dejar de leer a McCllelan para dejar de tener escalofriantes ideas como esas.


Reaccioné y más por instinto que por otra razón me coloqué delante de Andy, si alguien debía ser muerta, descuartizada y picada en pequeños e irreconocibles cuadros debía ser sólo yo, después de todo ella no tenía culpa de nada.


Todo debió pasar en cuestión de segundos, pero a mí me pareció que la eternidad nos apresaba en ese momento. La mano de Yazmin impactó con fuerza contra mi mejilla obligándome a girar la cara por la inercia. El golpe ardió en mi cara herida como si hubieran sido mil, pero dentro de mí dolió mucho más el verla con los ojos anegados de lágrimas contenidas mirandome furibunda.


Y así era justo como se sentía el estar arriba de la cuerda dando despreocupadas volteretas hasta que de pronto saltabas más alto de lo normal sintiéndote enteramente poderoso, capaz de rozar las nubes con los dedos, completamente extasiado contigo mismo, sólo para que al comenzar el descenso te dieses cuenta, muchos segundos tarde, que la cuerda no estaba esperando más por ti.


Aquel golpe me devolvió a la realidad con una brusquedad aplastante, la red de seguridad se había esfumado y me quedaba sólo la caída al vació. Sería un vacío escabroso, hondo y oscuro, lo supe al sentir el anillo de la mujer con la que se suponía hasta hace unos momentos estaba segura de querer compartir mi vida rebotando contra mi cara y de lleno al suelo.


 

Notas finales:

Ojalá lo difrutaran, nos leemos pronto.

 


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