Cuando era un niño, un perro le mordió en la pierna.
En su cumpleaños número diez sus padres y sus hermanas le regalaron un cachorro, uno de raza pequeña, que se la pasaba todo el día siguiéndole a todas partes, sin poder evitarlo el miedo que la mordida le hizo sentir hasta esos animales desapareció con la llegada de Roy a su vida.
A sus veintisiete años de edad, Kise Ryouta se desenvolvía como médico residente en el hospital central de Japón. Solía estar en el área de emergencia y atendía con dedicación cada caso que surgía en el transcurso de la noche sus días de guardia.
Los pacientes a los que atendía quedaban encantados con su persona e iban a agradecerle una vez estaban totalmente recuperados cosa que siempre le avergonzaba, no había razón para que hicieran aquello y es bien sabido que los doctores no deben aceptar esas cosas pero el rubio no tenia corazón para rechazarlos y con una sonrisa y a escondida de los superiores los aceptaba.
Ryouta tenía dos amigos, de esos que puedes considerar mejores amigos, estudiaron juntos desde el kínder, salían juntos a muchas partes, todavía recuerda cuando eran adolescentes y Akashi los hizo ir con él al concierto de Dir en Grey; el pelirrojo tenia gustos muy peculiares en cuanto a música se refiere.
El nombre de aquellas dos personas eran Akashi Seijuuro y Aomine Daiki, el primero era un total friki, hasta el día de hoy seguía gastando la mayor parte de su dinero en mangas y figuras de acción y el segundo, bueno, él era un caso perdido, un completo vago y muchos otros adjetivos que podrían describirlo.
Hace poco notó algo diferente en ambos, Akashicci se la pasa mucho con su móvil y Aominecchi está yendo a muchos bares donde suelen tocar bandas poco conocidas.
Pero no se atrevía a preguntarle a sus amigos el motivo, además ahora no se veían tanto como lo hacían hace tiempo, sus trabajos eran muy exigentes, sobretodo el suyo, ser médico residente no es fácil, casi no dormía y atendía a una gran cantidad de personas accidentadas o enfermas por las noches.
Ese día, los tres quedaron en verse en una cafetería, el dueño era conocido de Akashi y la verdad era que los postres de ese lugar no tenían comparación, con razón eran tan popular y concurrido de gente. Esa reunión, cambiaria la vida del rubio medico para siempre.
—Les tengo una propuesta.— Interrumpió el moreno la animada charla que mantenían los tres hasta ese momento, colocando una mano sobre la mesa, sosteniendo con ella lo que parecían ser tres boletos.
—¿Qué es, Daiki? — Dejando de lado su taza de café, pregunto Akashi, mirando al moreno con una ceja alzada en signo de interrogación.
Kise solo se mantenía en silencio, esperando que su amigo hablara de una vez.
—Una persona me han regalado tres entradas para un live que se hará esta noche en uno de los locales situados en Ikebukuro y los quiero llevar conmigo porque quiero que conozcan a alguien.
Oh, rojo y amarrillo casi escupen sus bebidas al escucharle.
¿Aomine Daiki queriendo presentar a alguien? ¡Un extraterrestre se había llevado a su amigo y en su lugar dejaron a una muy mala copia!
Aun con cara de asombro, observaron fijamente al moreno el cual lanzo una pequeña risa y se encogió de hombros.
—A cualquiera le llega su momento, ¿no? — Y sin mucho rodeo aceptaron, porque aquello era algo que pasaría una vez en su vida y debían aprovecharlo.
Luego de aquella reunión, cada uno se fue a sus departamentos, quedaron en encontrarse en el lugar del live esa noche, antes de la hora indicada en las entradas, debían escoger un buen lugar.
Sabiendo la clase de música que inundaría el local, Kise optó por vestir algo simple, un jeans azul oscuro, una camisa negra manga larga, sus converse y como arreglo un gorro tejido para mantener en perfecto estado su cabello, aunque luego se quejara del calor que ese accesoria le daría.
No tenia auto, ni moto, ningún medio de transporte, razón por la que su amigo pelirrojo lo paso a buscar, pero se trataba de Akashi, el siempre descuidado y despistado Akashi y por desgracia quedaron sin gasolina en medio del tráfico de la noche.
Y su amigo lo único que sabía hacer era reír y llamar a su madre para que solucionara eso.
Llegaron tarde, muy tarde, por suerte Aomine no se enojo, porque Kise llamó para explicarle y como buen amigo que era el moreno les aseguró un lugar en donde se encontraba, frente al escenario, apreciando de buena manera a los músicos que allí tocaban con estilo… Y fue cuando Ryouta lo vio, a aquel pelinegro de rastras, sonriendo como un niño emocionado mientras tocaba la batería, con ganas, con pasión, ese chico tenía ganas de vivir.