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Discurso de Graduación por SebaCielForever

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Era una mañana cualquiera cuando, Kate Marshall, la directora del establecimiento educativo donde estudiaba mi hija Grace me abordó. La rechoncha mujer de alrededor de cuarenta y cinco años con su traje café ceñido y sus enormes zapatos de tacón me impidió el paso en la puerta de salida.

-Buenos días, señor Phantomhive. ¿Podría robar valiosos cinco minutos de su tiempo?
Tuve deseos de decirle “Ya lo hace. Dispare ahora.” – Buenos días, señora Marshall. ¿En qué puedo servirle?

-Verá, señor Phantomhive, como sé que usted es un hombre de tanto éxito… Me encantaría que diese el discurso de graduación en el acto de la próxima semana. – Nerviosamente gesticulaba con las manos a cada palabra. – Quizás podría darles una pequeña orientación sobre cómo alcanzar las metas que tienen para la vida. Usted sabe… la disciplina, el esfuerzo, el aprendizaje…

Asentí, pensando en todas las ideas que podría comunicar a aquellos chicos que comenzaban a abrirse paso en la vida. – De acuerdo, señora Marshall. Puede contar con mi discurso durante el acto de graduación. Estaré más que complacido en hacerlo.

Y ella fue toda sonrisas… Y yo fui todo preocupación durante el resto de la semana. El acto era el próximo martes y, lo peor de todo, mi hija estaría entre los jóvenes graduandos.

Mi pequeña Grace ya era una adolescente a punto de graduarse de la preparatoria. Muchas veces me preguntaba si había sido difícil para ella crecer sin su madre. Jamás se quejaba, pero su mirada había perdido brillo desde que Elizabeth se marchó. Nunca me culpó de ser un mal padre porque le había complacido en cada capricho y enseñado cada cosa que sabía. Sin embargo, yo podía culparme a mí mismo de haber sido un esposo terrible.
Yo bebía, jugaba, me acostaba con prostitutas y, luego, cuando el teléfono celular sonaba y mi secretaria me avisaba sobre alguna cita, entonces salía de aquellos sitios que frecuentaba y osaba pasearme por mi mansión el tiempo suficiente para bañarme y cambiarme. Después de eso, volvería a desaparecer por lo menos dos días más.
Mi vida se resumía en tres cosas: Dinero, construcción de centros comerciales y burdeles. No obstante, cada domingo tomaba el día completo para cuidar de Grace. Le llevaba de compras, a practicar equitación, a comer todas las golosinas que quisiera y, si se exhibía una película de su gusto, al cine.

Al principio Elizabeth se mostró condescendiente porque conocía una parte de mi vida que era bastante lúgubre y que había sido marcada por un amor imposible. Pero todo en la vida tiene límites, y ella se cansó de esperar que yo la amara. No la culpo por ello.

Pasé varios días pensando en qué decir durante el discurso. Sin embargo, no sería hasta el desayuno cuando el verdadero tópico llegara a mi mente, ante la pregunta inocente de mi hija: - Papá, ¿te importaría que trajese a casa a un amigo?

-¿Es uno de tus compañeros de escuela? – Pregunté, dejando de leer el diario para verle.

-No… - Ella mordió sus labios en señal de nerviosismo, jugueteando con uno de los rizos dorados que heredara de su madre.

-¿Conozco a sus padres? – Ella negó con la cabeza.

– Olvídalo, papá. No creo que quiera venir de cualquier forma.

Aquello último me dejó bastante desconcertado. Grace no era el tipo de chica que cedía fácilmente. ¿Se trataría de alguien que no pertenecía a nuestro círculo social? Mi mente evocó su rostro de inmediato.

– Sebastián… -Cerré los ojos y negué con un gesto, como si alguien pudiera verme. – No, Grace. Un amor así no te traerá felicidad…
El teléfono móvil comenzó a sonar y lo cogí de mala gana para responder. – Diga.

-Señor Phantomhive, - La voz de Finnian, uno de mis empleados de confianza y supervisor de la construcción del nuevo centro comercial. – es importante que venga. ¡Tenemos una emergencia!

Palabras que marcarían mi día y posiblemente el resto de mi vida. Aquello ocurrió un viernes por la mañana. El martes, cuando puse pie en aquel auditorio, sabía perfectamente sobre qué quería hablar.

Era mitad del acto y la señora Marshall ya me había presentado ante el grupo de jóvenes que me aplaudió emocionado. Desde el podio pude ver a Grace sonriendo, feliz con aquellos ojos azules destellantes y la inocencia de sus dieciocho años recién cumplidos.

Tomé una bocanada de aire y comencé. – Buenas tardes, jóvenes. Mi nombre es Ciel Phantomhive, tengo cuarenta años. Soy dueño de la Constructora Funtom, poseo seis centros comerciales en California, Maine, Florida, Texas, Carolina del Norte, Kansas y, actualmente construllo el séptimo acá en Nueva York.- Aplausos. – Mi madre, Rachel Phantomhive, fue una mujer que se dedico a la filantropía. Mi padre, Vincent Phantomhive, fue un negociante sinigual y se encargó de instruirme en esto, así como de enviarme a una de las mejores universidades del mundo, lo cual le agradezco infinitamente. Sin embargo, hoy no quiero hablarles sobre negocios únicamente, sino de cuán importante es vivir la juventud a plenitud y aceptarnos a nosotros mismos tal como somos.

Mi público se quedó en silencio, prestándome toda su atención. – Cuando yo tenía su edad, conocí a un joven. Su nombre era Sebastián Michaelis y tenía veintiún años. Era alto, con un cuerpo bien definido, tez blanca, el cabello negro y dos preciosos ojos grises. Yo, por mi parte, era un chico solitario. Mis únicos amigos eran los libros de la biblioteca porque mi padre me exigía estudiar muchísimo. Sebastián, en cambio, tenía muchísmos amigos y chicas hermosas que le pretendían.

Y yo, como narrador en tercera persona, solo le veía desde la biblioteca cuando pasaba con su mochila, un canvas y un caballete hacia el salón donde se impartían las clases de pintura. Y así fue por un par de meses, hasta un día en que me encontraba dejando un libro en uno de los anaqueles y accidentalmente choqué con alguien. Era él. Yo me quedé paralizado, emocionado por conocer de frente al chico más popular de la escuela. De inmediato me disculpé por mi torpeza, y él solo sonrió: “No tienes porqué disculparte. Estoy caminando por todo el lugar como un tonto porque no tento la menor idea de dónde se encuentran los libros que me pidieron.”

Le pregunté qué libros le habían pedido y él explicó que necesitaba algunos libros que trataban de técnicas de pintura. Sebastián era huérfano. Había tenido que abandonar la escuela durante tres años hasta conseguir una beca porque de ello dependería el ser aceptado en la universidad. Su pasatiempo favorito era pintar, no le daba mucho dinero pero era suficiente para pagar la habitación en la pensión donde vivía y alimentarse.

De inmediato le pregunté si quería almorzar conmigo. Él me respondió algo como: “No… Mejor comeré algo en casa.” Porque claramente no quería gastar en la costosa comida de la escuela. “Yo gustoso te invitaría.”, le dije. “Pero espero no arruine tu reputación el almorzar con el nerd de la escuela.”
Sebastián rió. Ahora que lo pienso, su risa era contagiosa. No podías verle reír sin reír también. Y como yo le invité a comer ese día, él me invitó a su pequeño apartamento, o por lo menos, así le llamaba él. Debo decirles que era un excelente cocinero, y que sabía sacar una lasaña boloñesa exquisita con spaghetti, tomates machacados y queso americano.
Miré a mi público. Todos estaban cautivados por la narración. - ¿Les ha sucedido a ustedes que en ocasiones quieren que el tiempo pase rápido solo para ver si después las cosas siguen igual de bien? – Muchos asintieron. – Pues eso me pasaba a mí. Yo hablaba de todo tema con él. Él me contaba sus vivencias y yo le platicaba sobre todo lo que leía en los libros, lo que veía en las fiestas de sociedad y mis sueños para el futuro.

Pero como todos los días se llegan, apareció ese día cuando Sebastián me dijo: “Me gustaría besarte, Ciel.” Naturalmente yo tuve miedo. Porque ahora ustedes gozan de más libertad y menos prejuicio, pero las cosas no eran así entonces. – Suspiré. – Y lo besé, jóvenes. Lo besé ésa y muchas otras veces.

El día de nuestra graduación me propuso marcharme a vivir con él, yo no me detuve. Sebastián me repetía que me amaba una y otra vez, ¿por qué debería desconfiar de él? La disputa con mi padre fue como un últimatum. Él no quería verme en su casa nunca más. Le había avergonzado y no merecía ni un centavo de la familia Phantomhive. Así que salí con lo que llevaba puesto y un sobre con dinero que mi madre me dio a escondidas.

Los días a su lado eran perfectos. Despertaba a su lado, rodeado por sus brazos… Desayunábamos hot cakes… Salíamos a pasear a los centros comerciales, yo le decía que algún día sería dueño de uno y que tendría una enorme tienda de relojes, porque me encantaban… Pasábamos horas charlando solo para terminar besándonos hasta gastarnos los labios, porque yo amaba cada pequeño milímetro del llamado Sebastián Michaelis.

Cuando surgió la necesidad, buscamos trabajos de medio tiempo a forma de dividir los gastos y que él pudiese continuar estudiando pintura en una academia. Y nuestros ingresos no eran del todo malos, ¿eh? Incluso compramos una vieja camioneta Dodge donde pasamos muy buenos momentos viajando de un lado a otro.

Sin embargo, un día llegó con la idea de viajar a Canadá. Había ganado más dinero por trabajar horas extra y, creía que su arte sería más apreciado allá. No obstante, no había suficiente para que yo fuese con él.

Peleamos. Fue la única vez que peleamos y, por primera vez desde que nos mudamos a vivir juntos, Sebastián durmió en el sofá y yo en la cama. Cuando desperté, encontré una nota a mi lado que decía: “Ciel, desayuna sin mí. He ido a hacer una diligencia. Te amo.” – Hice una pausa e intenté organizar mis ideas. – Él no volvió, chicos. Sebastián y la Dodge desaparecieron tres días… Una semana… Un mes…

La peor parte fue tener que volver a mi casa, rogar a mi madre que intercediera por mí frente a mi padre. Vincent Phantomhive era un hombre de carácter firme, pero cuando daba una segunda oportunidad, lo hacía sin reproches. Pero yo estaba destrozado. – Tomé una bocanada de aire.- Estudié, triunfé, me casé, tuve una hija hermosa… - Sonreí, señalando a Grace. – Sin embargo, cada cierto tiempo volvía a mí la pregunta “¿Cómo sería la vida de Sebastián ahora?” “¿Habría triunfado en Canadá?” Y con el tiempo me resigné a no saberlo.
Miré hacia mi audiencia. Los chicos inmóviles, concentrados en el relato y ellas intentando evitar las lágrimas. – El viernes uno de mis empleados me llamó, diciendo que teníamos una emergencia. El lugar donde estamos construyendo el nuevo centro comercial fue un área rural por mucho tiempo con una carretera poco habitada. Los planos abarcaban parte de un pequeño barranco para construir el sótano de parqueos.

Yo llegué tan pronto como pude, pensando que se trataba de mil cosas menos de la que me encontraría. Los bomberos y la policía forense trabajando en conjunto sacaron del barranco una camioneta. – Llevé una mano a mi pecho, sintiendo como las lágrimas se agolpaban en mis ojos. – Una camioneta Dodge, chicos. En cuyo interior había un cadáver que llevaba muchos tiempo ahí, de acuerdo al estudio forense.

No fui capaz de controlar las lágrimas más tiempo. – Era Sebastián, chicos. Y con él llevaba una caja forrada en terciopelo, el cual había sido rojo mucho tiempo atrás. Adentro había un reloj y una nota que decía: “Ciel, no me importa no ir a Canadá si no puedo ir contigo. En cambio, prefiero comprarte el primer reloj que venderás en tu centro comercial.”

Por eso mi consejo es, persigan sus ambiciones pero, asegúrense de no soltar la mano de quien aman.


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