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Realidades por lezti akira

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Notas del fanfic:

Este fic fue escrito para una de las dos personas que se animó a participar en el reto que puse en Agridulce.

 

Notas del capitulo:

¡Hola!

Les traigo esta pequeña historia que me ha encantado como quedó.

Espero que también les guste.

ÚNICO

 

Jeon JungKook vivía entre hojas de papel y el grafito de los lápices.  El vacío blanco del papel comenzaba a vibrar de simples espejismos de vida cuando una línea delgada creaba el contorno de un rostro. Se perfilaban los pómulos altos y suaves, relegados por el esbozo de las mejillas ligeramente redondeadas. Nacían los labios hinchados y rosados que, tensos, intentaban sonreír débilmente. La nariz recta y respingona armonizaba el rostro, aunque no era de perfil griego. Y el cabello aparecía como una masa ébano sobre la frente, tras las orejas y rozando (de acuerdo al perfil desde el que se viera) la nuca. El cuello fuerte se marcaba con los músculos en una “v”.

Pero aquel rostro de belleza fuera de lo común nunca le devolvía la mirada.

Jeon entonces tomaba los lápices de colores y se disponía durante largo rato a darle calidez y matices, luces y sombras al rostro que se repetía una y otra vez en su libreta de dibujo. Siempre era el mismo chico el que protagonizaba cada uno de sus trazos.

Nacía ahí, de lo más profundo de él.

De cierto modo a Jeon le gustaba pensar que se trataba de algún personaje de su vida pasada. Por momentos se encontraba pensando en cómo sería el chico, si tendría los mismos intereses que él, o cómo se escucharía su voz al decir su nombre.

Secretamente JungKook estaba enamorado de su propia creación. Por muy egocéntrico que sonara.

Cada una de las hojas de su libreta de dibujo estaba llena de él, de escenarios diversos que simulaban una vida. Un mundo que Jeon creaba con esmero y amor todas las tardes bajo la sombra de un árbol. A veces, cuando él se encontraba de excelente humor, más soñador que de costumbre, se incluía en el papel. Particularmente era lo que menos le gustaba; los autorretratos eran demasiado difíciles, a él le gustaba plasmar toda la esencia de lo que sentía en sus trazos, pero dibujarse ¡qué cosa más curiosa! Nunca le habían terminado por convencer los dibujos en los que él se incluía, pues de cierto modo ambos (él y su creación) no parecían congeniar.

Su príncipe, como había terminado bautizando al chico de su libreta, daba la fuerte sensación de que era como una estrella hecha hombre. Brillaba con majestuosidad y reinaba en todas sus obras. Destilaba vida, elegancia y algo de dulzura que no era usual en los hombres reales. Sus profesores de la Academia de Arte, le decían constantemente que la forma en que plasmaba al chico, las situaciones y los escenarios, los transportaban a otro mundo. Uno más pequeño y acogedor, intimo. Una profesora le había dicho una vez, con cierta expresión divertida en su rostro arrugado, que se sentía incomoda mirando sus trabajos pues creía que invadía la privacidad de Príncipe.

Así, JungKook intentaba hacer vivir a Príncipe a través de sus dedos. Creando mundos de papel y tinta.

 

 

 

SeokJin gustaba de perderse.

Cerraba los ojos y una extraña pero reconfortante paz lo envolvía, aspiraba el aroma de la tinta sobre sus manos, y sentía que era capaz de percibir incluso como cada una de sus células nacía.

Escuchaba palabras suaves y amorosas murmuradas contra su oído, el soplo gentil de él. Promesas encantadoras y engañosas. A SeokJin siempre le daban ganas de responder, de decirle aunque fuese su nombre. Para así sentirlo cerca, para dejar de ser meros desconocidos que se dedican suspiros en las tardes bajo el árbol del parque menos concurrido de la ciudad.

Jin se perdía dentro de sí porque era la única forma de soñar con su mundo. Uno que habían creado juntos a base de puros sueños e ilusiones.

En él, en su pequeño rincón, los ojos chocolate del chico que siempre se sentaba en una solitaria banca del parque, se levantaban de las hojas blancas de la libreta y se fijaban en él. Así, las sonrisas que le dedicaba a su creación le pertenecían a él.

Y de esa forma él lo llamaba por su nombre, extendiendo la mano. Invitándolo a estar juntos.

El dueño de su mundo onírico.

 

 

 

El árbol bajo el que siempre se sentaba no había florecido ese año, por lo que su apariencia desnuda contrastaba con el animado esmeralda de los árboles frondosos, y el colorido vestido de las caprichosas flores que alfombraba el parque. Eran principios de primavera, y JungKook había esperado que finalizara el invierno para poder regresar al pequeño parque. Se sintió decepcionado al ver su lugar favorito tan triste.

En sus últimos bocetos había pintado un escenario parecido; matices rosas flotando en el viento, la luz primaveral filtrándose en las copas de los árboles, la banca blanca que era su favorita, y a su amor platónico sentado sobre ella, con la luz bañando sus cabellos negros. Incluso aventuró el ponerle ojos, un bonito par de almendras, le había costado horrores el poder darles cierto brillo de inteligencia, de astucia, aunque no hubieron poseído la dulzura que quiso transmitir. La mirada amorosa con la que soñaba le pertenecía. Y aunque estuvo conforme con la forma y el gesto adusto que formaban su ceño fruncido y el sutil puchero de sus labios, fue incapaz de darles color. Probó con la gama de café, verde, miel, incluso azul. Pero ninguna tonalidad parecía ser la adecuada.

En medio de sus cavilaciones fue incapaz de notar al otro chico que se encontraba ahí sentado.

Aún hacía un viento frío que erizaba la piel, JungKook llevaba una chaqueta y una bufanda larga, bastante abrigado. Sin embargo, ni siquiera las capas de tela pudieron evitar que sintiera un escalofrío erizarle los vellos de los brazos, y bajar desde su nuca hasta la cinturilla del pantalón.

Era la voz bajita del otro chico diciendo hola con una boca que él tenía ya bien resabida. Y la dulzura de unos orbes que era incapaz de plasmar en papel. Las mejillas sonrosadas hacían juego con  la bufanda rosa que abrazaba el cuello.

—Soy SeokJin.

 

 

 

La profesora se quitó los lentes redondos para poder sobarse el puente de la nariz, lucía cansada. Tenía en el escritorio una taza de té de frutos rojos, y el aroma suave que despedía le daba cierto toque de calidez a la pequeña oficinita en que se encontraban.

JungKook, aguardaba con ansias la respuesta de su profesora. La cabeza le pesaba y la garganta le picaba, haber estado bajo su árbol favorito en un día poco favorable había terminado por cobrar sus intereses en forma de un resfriado. No obstante, no podía decir que se arrepentía de haber estado ahí, en ese instante, consiguiendo un pedacito de la eternidad.

Príncipe ahora se llamaba SeokJin. Lo cual sonaba igual de bien.

—¿Estás seguro de que no tienes un modelo? — inquirió ella después de un largo rato de contemplación hacia el dibujo.

—No, Príncipe — sacudió la cabeza, intentando apartar su voz gangosa. Corrigiéndose de inmediato —, es decir SeokJin solo está en mi cabeza.

—Sinceramente, creo que conoces a alguien con estas características. Probablemente de forma inconsciente has usado esta forma para expresar amor, pasión, deseo, sueños. Eso es lo que se percibe. También creo que algo te ha sucedido para que finalmente hayas podido ponerle ojos.

Ella hizo una pausa, sosteniendo el dibujo frente a JungKook. Desde la hoja SeokJin se inclinaba tímidamente sobre otro chico, ambos sentados en una banca bajo un árbol desnudo. Era tan real, que a JungKook lo sobrecogían sus propios sentimientos amorosos hacia alguien que no existía.

—¿Sabías que los ojos son el espejo de nuestra alma? — ella no esperó a que él contestara, así que prosiguió —, ¿qué clase de alma tiene SeokJin?

—¿La mía? — contestó dudoso. Era él el creador, así que aquello debía ser, en cierto modo, correcto.

—No, SeokJin no es tú. Él podrá ser solo tinta y trazos, pero para ti está vivo. Y si vive, entonces posee un alma. Aunque claro, todos los artistas ponen un pedacito de sus corazones en cada una de sus creaciones. De ese modo te transmiten algo.

 

 

 

SeokJin acomodó su bolso en el pasto, sacó una manzana roja de uno de sus bolsillos y una cámara fotográfica. Se tomó la primera polaroid del día.

En su bolso, un par de polaroids más retrataban los días anteriores. Escribió con tinta negra la fecha y el lugar. Una prueba inequívoca de que estuvo ahí. Algo que no podría olvidar. No quería volver a olvidar.

Era jueves, el cielo plomizo se tragaba la luz del sol, de modo que el día era una mezcla de grises.

Su árbol favorito seguía desnudo. Un punto muerto entre tanta vida. Justo cuando debería de estar en el mejor momento de su vida. SeokJin se dijo que su pobre árbol no distaba mucho de ser como él.

Sentía que jamás florecería, ni echaría fuertes raíces.

Se tendió sobre el pasto, con los ojos abiertos contemplando el cielo. Una gota se suicidó en su frente. Solo una.

 

 

 

—¿Qué tan real puedes ser?

JungKook se sentía abrumadoramente afligido. Ya fuera por el clima, la luz gris, o por algo que escapaba de su comprensión. Una lágrima fue a dar sobre el rostro de su SeokJin.

TaeHyung tocó la puerta de su habitación, llevaba un impermeable dentro de la casa y botas de hule de color rojo. Entre sus manos sostenía un paraguas.

—Llueve, Kookie. ¿Me acompañarías a pasear?

El menor dejó el dibujo sobre su escritorio. No tenía demasiado caso sufrir tanto por alguien que jamás comprendería su amor, ni podría devolvérselo.

 

 

 

En el corcho, con chinchetas coloridas, SeokJin renovó unas polaroids.

Él sentado en una banca blanca del parque, junto a un chico que sostenía una libreta de dibujo, y que tan concentrado estaba que no se percató de su presencia, ni siquiera cuando le habló. O al menos él piensa que lo hizo.

Él tendido en el pasto justo antes de que empezara a llover.

Él sonriéndole al chico de la libreta de dibujo.

Las dos únicas fotografías que se quedan, como de costumbre, son una vieja imagen de dos niños comiendo galletas en una banca; y una donde sale un chico muy feliz sentado frente a ese mismo escritorio. Ambas imágenes tienen algo en común: él no recuerda quienes son. Pero mirarlas lo pone nostálgico.

La conexión que parece crearse entre él y el chico de la libreta le hace pensar en cosas como almas gemelas, el amor a primera vista, las vidas pasadas. Hay algo en su forma de andar, de mirar hacia el frente y perderse en sus pensamientos, en como mira con cariño lo que sea que dibuje. Esas expresiones con las que ha terminado por formar su mundo onírico, van echando raíces todavía más profundo dentro de él.

—Soy SeokJin, ¿Quién eres tú?

 

 

 

Por algún motivo desconocido, JungKook terminó dibujando un SeokJin, que dándole la espalda, mira un corcho en el que ha ido pegando fotografías de sí mismo. En algunas, muy pocas, se ha incluido a sí mismo.

Es un poco triste el no verle el rostro a su preciado SeokJin, pero el resultado es lo suficientemente bueno como para que ignore ese hecho. Además, la perspectiva de su amplia espalda le hace desear aferrarse a ella en un abrazo de esos que funden corazones en uno solo.

—Deberías hablarle un día de estos — comenta TaeHyung, salido de la nada. Como casi siempre.

JungKook lo mira con incomprensión.

—Quiero decir, es él quien se te acerca en los dibujos, ¿no? Es él quien te mira. ¿Por qué no cambias la dinámica?

Y así como ha llegado se desvanece como una exhalación.

 

 

 

JungKook levanta la cabeza justo a tiempo para ver a SeokJin enfocándolo con la cámara fotográfica. El mayor presiona el botón y la polaroid ahora forma parte de su colección.

—Disculpa — grita SeokJin. Hay cinco metros de distancia entre sus cuerpos. Y un centímetro entre sus miradas.

El menor siente el aliento del chico de la cámara sobre sus labios.

El chico de la cámara aspira una bocanada de aire, la fragancia del menor es hipnótica.

¿Por qué no cambias la dinámica?

La libreta de dibujo es dejada en la banca. JungKook se levanta tan rápido que se marea, con todo, avanza hasta quedar frente al chico.

—Soy JungKook.

SeokJin sonríe.

 

 

 

Tanto en la fotografía, como en el dibujo, hay una banca blanca vacía; un árbol que — más tarde de lo usual — apenas va cubriéndose de hojas verdes y sanas; el cielo azul salpicado con unas cuantas bolitas blancas; el sol que se puede ver nuevamente.

La primavera por fin da comienzo.

—¡Eh, ChimChim! — gritan a sus espaldas, el aludido levanta las manos del teclado y se medio gira en su silla para observar a SeokJin —, ¿ya has acabado con eso?

—No, y como me sigas interrumpiendo jamás acabaré.

—Eres malo, Jimin-hyung — el pequeño SeokJin termina por entrar en el estudio.

Las cosas han cambiado desde la última vez que estuvo ahí. Ahora todo luce ordenado. Sin embargo, es una cámara fotográfica la que llama su atención. Colocada junto a un portarretratos, la cámara parece señalar la fotografía de un chico de cabellos oscuros que le sonríe a una libreta de dibujo. El que toma la polaroid no se ve. Pero SeokJin supone que debió ser Jimin.

—¿Quién es él?

—¿Si te digo prometes no olvidarlo?

SeokJin asiente, entusiasmado. Con los ojos fijos en el chico desconocido.

—Se llama JungKook, no vayas a olvidar su nombre, ni su rostro. Y cuando crezcas búscalo.

El menor frunce el ceño, es un niño inteligente, pero duda tener una memoria tan buena como para no olvidar al chico.

—Puedes tomar fotografías hasta encontrarlo — lo consuela Jimin, leyendo la duda en su rostro infantil. Toma la cámara y se la ofrece con una mano —. Solo no lo olvides, él también te estará buscando.

 

 

 

TaeHyung brinca en el medio de un charco de agua, aún sigue lloviendo, pero lleva el impermeable y sus botas favoritas. JungKook va tras él, impermeable azul, botas negras. Va dando saltitos, adentrándose en el parque.

Luego de lo que les parece demasiado tiempo, buscan una banquita para sentarse y comer el paquete de galletas que compraron. La banca elegida es blanca y se encuentra bajo un árbol frondoso y grande. Por fortuna para ellos, la lluvia ha cesado y ahora pueden refugiarse bajo la copa del árbol.

—¡Mira! — señala JungKook, y TaeHyung no duda en seguir la dirección en la que apunta el menor.

La trayectoria termina en un chico que sostiene una cámara fotográfica, no se alcanza a ver del todo claro su cara. Hasta que baja el objeto y su rostro queda al descubierto.  

—¿Por qué yo no tengo una cámara? — se pregunta a sí mismo JungKook.

—¡Porque tú sabes dibujar! — contesta inmediatamente TaeHyung.

—Cierto, sé dibujar. Cuando crezca seré un artista.

—¡El mejor de todos! — lo secunda Tae, contagiado por la creciente emoción en su pequeño —. Le darás vida a lo que dibujes.

 

 

 

Tanto en la fotografía, como en el dibujo, hay una banca blanca vacía; un árbol que — más tarde de lo usual — apenas va cubriéndose de hojas verdes y sanas; el cielo azul salpicado con unas cuantas bolitas blancas; el sol que se puede ver nuevamente.

La primavera por fin da comienzo.

—¡Vamos, JungKook, tomémonos una foto juntos!

El aludido accede. Enamorado de la forma en que SeokJin dice su nombre.

Mientras SeokJin se dice que esa será la última fotografía que tomé. De ahora en adelante, sabe que no olvidara nada. Tener a JungKook a su lado, es suficiente para que cada día, cada instante sea eterno en su memoria.  

Notas finales:

Espero que el fic les haya gustado.

Sinceramente ya no dan ganas de publicar aquí, sé que muchas son fantasmas, y tampoco es que pida diez mil comentarios, sin embargo a veces es bueno saber que piensan (claro, las criticas constructivas siempre son bien recibidas).

¿Ya vieron el vídeo que subió la BH?

Yo me morí.

Nos seguimos leyendo.


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