Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Máscara de luna por mei yuuki

[Reviews - 10]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Último capítulo de esta historia, muchas gracias por seguirla hasta aquí y por sus comentarios.

   Afortunado 8

 

   •

 

   Un prado. Extenso, a las afueras de la ciudad, con una pequeña cabaña cercana a la linde del bosque en uno de sus extremos. Era ya pasada la medianoche cuando arribaron y entonces el cielo carente de nubes deslumbraba con su inmensidad estrellada. El humo procedente del incendio en la casa de geishas provocado por Manami no era distinguible desde ahí.

   A Izaya lo embargaba la emoción de quien ha estado encarcelado por años lejos de la luz del sol. Nunca antes había visto algo semejante desde su ventana de barrotes de oro. Alzó la mano frente a su rostro y cubrió con ella la gélida luz de una luna casi llena. Los recuerdos de sus años de infante afloraron desde el pozo de sus memorias y se sintió transportado en el tiempo hacia épocas mejores.

   Le preocupaba la posibilidad de despertar de un instante a otro con grilletes de hierro en los tobillos.

   —Hey —lo llamó Shizuo desde la realidad tangible —. Hace algo de frío, entremos ya de una vez.

   De pie contra el umbral de madera rústica de su hogar temporal, perfecto en su simpleza. Izaya no pudo evitar quedársele mirando absorto hasta que los ojos le ardieron ligeramente.

   Era como pasar de un sueño a otro sin cruzar fronteras de desvelo.

   —¿Estás bien? —El joven rubio posó la mano sobre su cabeza. Al no recibir respuesta ni reacción de su parte se le había aproximado, preocupado —Izaya.

   —Lo estoy —contestó con seguridad, volviendo de ese lapso taciturno. Bajo su toque y mirada era imposible que no lo estuviera —, ¿eres capáz de romper cadenas y grilletes de hierro con tus manos, Shizu-chan? —Preguntó con toda la naturalidad del mundo.

   El atractivo rostro de Shizuo reflejó extrañeza.

   —¿Y a qué viene esa pregunta?

   —Sólo quiero saber, vamos.

   Como siempre Shizuo era reacio a hablar sobre el tema de su -para él- innecesaria fuerza. Su boca se torció hacia un lado, pero finalmente soltó en un murmullo:

   —Supongo que podría. Las farolas y los árboles no han sido problema hasta ahora.

   Izaya se abstubo de mostrarse sorprendido y simplemente sonrió. Algún día sería testigo de aquello, se dijo.

   —En ese caso no hay nada que temer.

   —¿Estás seguro de que estás bien?

   —Por supuesto —se encaminó hacia la cabaña con renovado entusiasmo.

   —Bueno, siempre has sido un bicho raro —repuso Shizuo encogiendo los hombros.

   —¿Qué dices? No lo soy.

   —Siempre has sido como una pulga saltarina e impredecible, así que supongo que no debo sorprenderme —puntualizó sonriendo al ver su ceño fruncirse.

   —Ah, no me creo que digas eso —se quejó dramáticamente —. Lastimas mi corazón. Las pulgas no son especialmente interesantes.

   —¿Es eso lo que te molesta?

   —Pues claro —Observó el interior de la cabaña. El polvo cubría la mayoría de las superficies y los escasos muebles percudidos por los años, pero poseía una habitación además de la sala pequeña con cocina a leña y del cuarto de baño. Las cosas que habían logrado reunir para pasar la noche, además de unas cuantas provisiones suficientes para dos o tres días estaban apiladas en una de las esquinas sobre el tatami. —¿Cómo es que conocías este lugar?

   —Me he quedado aquí un par de veces, la primera vez que me fui de casa y ahora al llegar a la ciudad —dijo rascándose la nuca —. Suelen hospedarse extranjeros últimamente, pero por lo visto nadie ha venido aquí desde que me fui. Es útil como lugar de paso.

   —Bien. Nos quedaremos hasta que estemos seguros de que no están buscándome —Se dejó caer descuidadamente sobre el futón que Shizuo había dispuesto previamente en el suelo —¿Qué piensas hacer respecto a tu trabajo? —Inquirió alzando la cabeza, tras un breve intervalo de mutismo.

   —Ya le dejé un mensaje al señor Tom con Kasuka —suspiró mientras se sentaba en el suelo, a su lado, con la espalda recargada en la pared —. Aunque iré a hablarlo con él personalmente después.

   —Ya veo.

   Otra vez se quedó contemplándolo sin decir nada, con la diferencia de que esta vez Shizuo le correspondió el gesto durante largo tiempo. La certeza de que por vez primera desde su reencuentro no serían interrumpidos caló hondo dentro de sus mentes, dando paso a un sinnúmero de hasta entonces insospechadas posibilidades.

   —Deberíamos dormir, has de estar cansado después de todo esto —Shizuo cortó el flujo de su silencioso intercambio de ideas, bajando la mirada al piso. Sin embargo Izaya ya había sucumbido a la expectativa de pasar la noche juntos, y en ese momento ya se levantaba para ir a hincarse a su lado.

   —He estado dormido por muchísimo tiempo —contestó con espontaneidad, inclinándose sobre él —, y ahora que por fin estoy despierto, todo lo que quiero es vivir, Shizu-chan. Quiero olvidar estos diez años de letargo y la existencia del mañana, ¿comprendes lo que digo? —Nuevamente sus ojos ardían bajo la espesa capa de pestañas negras; tal cual lo hicieron aquella primera noche en que los vio después de tanto tiempo. Irradiaban una sensualidad que nada tenía que ver con el disfraz de maiko que solía llevar, si no que provenía del interior que otros creían haber asesinado.

   Shizuo tragó hondamente y sus manos actuaron por cuenta propia; con el tacto de una pluma recorrió su mentón hasta sus labios cuya esquina izquierda acarició mientras con el otro brazo buscaba sostener su cintura. El deseo de besarlo se le hacía imperioso; mas también su timidez e inexperiencia mermaban considerablemente su confianza, y como la vez anterior, fue Izaya el que dio el primer paso.

   Compartieron un beso lento con ansias de reconocerse el uno al otro mediante el roce suave de sus labios. Izaya quería devorar y ser devorado como si el mundo bajo sus pies fuera a terminarse de súbito; Shizuo en cambio se mostraba más prudente en sus incursiones, si bien disfrutaba inmensamente de la calidez de su boca. Una parte de él no le permitía entregarse por completo a las delicias que el joven de cabellos negros le ofrecía en bandeja, pues temía perder el control sobre sí mismo y acabar lastimándolo sin querer.

   Izaya se sentó sobre su regazo, y pasando los brazos tras su cuello, juntó su cuerpo al suyo tanto como le fue posible. El joven rubio lo recibió gustoso entre sus brazos, y repartiendo besos ahora por el contorno de su mandíbula hasta su cuello, comenzó a tomarle el ritmo a la situación. No resistió la tentación de morder ligeramente la piel fina e inmaculada, y en lugar de una queja o un reclamo todo lo que recibió fue un suspiro fervoroso. Oía el retumbar del corazón propio vuelto uno con el ajeno; el espacio parecía haberse reducido drásticamente entorno a ambos y el dulce aroma de Izaya comenzaba a enturbiarle la mente. La excitación iba en aumento impulsada por cada beso y caricia sesgada por la ropa. Y entonces, Izaya agitó las caderas sobre su entrepierna en un arrebato de audacia que le costó que la voz se le quebrara a medio suspiro. Como si necesitase de más razones para querer desnudarle y silenciar su juicio.

   —No quiero lastimarte —. Confesó cuando el chico moreno le instó a trasladarse al futón y continuar ahí. Tenía una ligera idea acerca de cómo dos hombres podían hacer el amor, pero lo que más le preocupaba era el peligro que su fuerza desproporcionada representaría en algo tan delicado como eso. Ése era el principal motivo de que evitara el contacto cercano con la gente, y de que nunca hubiese estado envuelto en un encuentro íntimo como aquel hasta entonces.

   No obstante Izaya no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente; empezó a desatar el obi de su propia yukata en tanto le replicaba con una confianza que haría dudar a cualquiera:

   —No lo harás, esto no tiene nada que ver con arrancar farolas o derribar paredes. El sexo es algo completamente distinto —se puso de pie inusitadamente, tomándolo por sorpresa. Le dio la espalda entretanto continuaba deshaciéndose de su atuendo justo frente a sus ojos —. Quiero hacerlo contigo, Shizu-chan. Incluso si es riesgoso y resulta ser doloroso, no voy a arrepentirme.

   La imagen del cuerpo desnudo de Izaya a la tenue luz del par de lámparas de aceite fue tanto o más elocuente que su argumento. Shizuo repasó con la vista concienzudamente desde su nuca hasta sus tobillos mientras se incorporaba y acortaba la escasa distancia que lo separaba de él.

   —Eres demasiado temerario —murmuró apoyando el mentón entre su hombro y su cuello. Envolvió la cintura con sus brazos y sus dedos se precipitaron a bajar libremente por el vientre plano hasta casi rozar la incipiente erección entre sus piernas. Izaya se agitó silenciosamente y quiso girarse para quedar nuevamente frente a frente, pero Shizuo lo retuvo un momento más antes de soltarlo. Inspiró profundamente, llenando los pulmones de su fragancia particular hasta la embriaguez y el autoconvencimiento de que todo iría bien.

   —Es una de mis muchas virtudes —. Bromeó Izaya y empezó a abrir la yukata de su contraparte, dejando al descubierto parte del atezado pecho. Shizuo le atrajo hacia sí tomando su rostro e interrumpiendo sus acciones para besarlo, al tiempo en que presionaba con sus dedos suavemente una de sus mejillas de melocotón.

   Después de algunas maniobras finalmente terminaron recostados sobre la colcha del futón. Con los cuerpos entrelazados y las respiraciones convulsas se precipitaron hacia el límite de lo conocido por ambos; descubriendo en el camino nuevas formas de besar y de sentir. El placer mutuo convergiendo en cada fricción íntima.

   Escurriéndose entre sus piernas, Shizuo se encargó de memorizar la forma de las marcadas clavículas bajo su lengua, el pecho, y las costillas en movimiento. Descendió por su abdomen deshaciéndose en atenciones según la reacción que despertaba en cada lugar que descubría. Atacó con ímpetu las zonas erógenas y las deliciosas caderas se alzaron para él. En ese punto Izaya dejó de seguir con la vista lo que hacía y se perdió en el techo, era también su primera vez por lo que se dijo que su bochorno estaba justificado. Con cierta torpeza, Shizuo abarcó el pene con su boca, y de esa forma lentamente le prodigó más placer del que el chico de cabellos negros podría haberse dado a sí mismo o haber imaginado.

    La tensión en su cuerpo esbelto crecía; iba a culminar dentro de poco, pero aún les aguardaba el acto principal y el joven rubio no podía esperar mucho más. ¿Cuál era la mejor manera de proceder sin herirlo? Saboreaba el interior de uno de los lozanos muslos cuando por su mente cruzó una osada idea.

   Abriendo sus piernas tanto como pudo y sosteniendo en alto sus caderas, dio con el lugar indicado. Le dedicó húmedos besos buscando aligerar la férrea defensa que los músculos contraídos formaban contra su lengua; entretanto el propio Izaya se exaltaba y debatía entre desgastar la colcha con las uñas y soltar malas palabras con voz entrecortada. Hizo ambas cosas al final, y Shizuo pensó con cierta ironía que en definitiva aquello no se parecía en nada a derribar un muro de ladrillos. Por primera vez en su corta vida su fuerza le era completamente inútil para superar una barrera.

   Cuando aquel apretado capullo de músculos comenzó a ceder ante sus envites, se aventuró a deslizar dentro uno de sus dedos en lugar de su lengua. La presión alrededor de él lo hizo divagar, pero se esmeró en expandir la zona lo máximo posible. Aumentó el número y tras un tiempo y unos cuantos movimientos tentativos, el cuerpo de Izaya dio una placentera sacudida. Al parecer no iba tan mal encaminado, pese a sólo estar improvisando. Lo oyó mascullar entre dientes que se diera prisa y finalmente se dispuso a ello.

   —Izaya... —El mencionado lo abrazó con premura. El nerviosismo era compartido. Sin embargo Shizuo buscó sus ojos una última vez para asegurarse, y entonces, guiando su miembro con su mano, fue internándose dentro de él con una lentitud que le hizo apretar los dientes y temblar.

   Estático, tan sólo su pecho se movía en busca de aire, chocando contra el de Shizuo. Éste besaba sus mejillas, labios y frente erráticamente; intentaba evadirlo del dolor que sabía estaba sufriendo mientras luchaba consigo mismo para ser paciente y aguardar a que pasara lo peor. ¿En qué momento se había convertido en alguien tan confiable? No venía al caso, pero Izaya se lamentó no haber estado allí para verlo, entretanto su cuerpo se consumía silenciosamente por el calor trepidante que emanaba desde él hacia su propio interior. Normalmente odiaba el dolor, pero aquello era bastante diferente; el cuerpo de Shizuo era duro como piedra, y aun así estaba imbuido de una energía flamígera que disipaba sus pensamientos y encendía su libido sin ser siquiera consciente de lo que provocaba, cual desastre natural. No existía forma de que se echara para atrás o lo lamentase.

   Inusitadamente Izaya se inclinó y le robó el aliento con un beso voraz, cansado de estarse quieto. Sus piernas se convirtieron en las cadenas que lo ataron a su cuerpo, y sin esperar más, empezó a mecerse por cuenta propia. Las consecuencias inmediatas de su accionar lo hicieron olvidarse hasta de su propio nombre por unos instantes; con un gruñido amortiguado por sus labios, Shizuo se entregó a la tarea encomendada y prosiguió el movimiento que le había marcado. Levantó su cintura con un brazo y se impulsó con el otro, aparentemente sin esfuerzo alguno. Puro instinto animal. En un segundo iluminado Izaya vibró escandalosamente al ritmo de sus percusiones. Impelido ante la descarga de placer y dolor, gritó y rasguñó su nuca, tampoco quiso quedarse atrás. Juntaron sus frentes y se encaminaron el uno al otro hacia el último destino.

 

   •••••

 

   Al despertar, Izaya se sintió extrañado y fuera de lugar. Fue un lapso insignificante, pero en cuanto reconoció el tejado bajo y oscuro de la casa y rememoró los importantísimos eventos de la noche anterior, se sintió aliviado. Los hábitos eran hábitos, pero si dependía de él se desharía de las costumbres que lo ataban a Kanra y a la casa de geishas (como la sensación persistente de dormir con la cabeza sobre una estrecha omaku* para no estropearse el peinado, por ejemplo) tan rápido como pudiese. Los reemplazaría con otros más interesantes y placenteros; como el de sentirse rodeado por la calidez del cuerpo de Shizuo cerca del suyo antes de siquiera abrir los ojos por la mañana, tal cual sucedía en ese momento.

   Su pesado brazo descansaba encima de su cadera; Izaya lo apartó ligeramente al voltearse hacia él para quedar frente a frente con su semblante durmiente. Justo como pensó antes de que intimaran horas atrás, no podía estar ciento por ciento seguro de estar completamente a salvo estando allí, pero si podía aferrarse continuamente al presente estando con Shizuo, no lamentaría nada posteriormente, pasara lo que pasara.

   Presionó la punta de su dedo contra la frente lisa de su curioso amante. La recién recuperada libertad le oprimía el corazón con su hambre incontrolable de nuevas experiencias. Parte del niño que Shizuo conoció seguía sin madurar, por muy perversa que fuera la otra mitad de su ser.

   —¿Mmm? —Su rostro se arrugó, pues comenzaba a despertar también —¿Ya estás despierto? —. Bostezo contra su palma y parpadeó un par de veces hasta enfocarlo mejor —¿... Te sientes bien?

   —Eso creo —. Contestó sin más. Sentía el cuerpo pesado y lo suponía adolorido en ciertas partes, pero no era nada de gravedad —. Nunca había compartido el futón con alguien —Observó entonces —. Es en verdad pequeño.

   —Podemos conseguir otro —su voz de oía somnolienta.

   —Entonces no sería divertido.

   —Como quieras.

   —Aunque pensándolo mejor, también lo sería meterme en el tuyo a mitad de la noche para hacerlo.

   Shizuo profirió un bufido y le dio un ligero golpe en la frente con el dedo índice.

   —¡Ah! ¡Eso duele! —Se quejó Izaya de inmediato, revolviéndose y llevando sus manos a la zona, lo que despertó nuevos puntos de palpitante dolor a lo largo de su cuerpo. Nunca se le hubiese ocurrido que un nimio golpe en la frente pudiera doler tanto si era Shizuo el perpetrador —¡Shizu-chan! Golpeas demasiado fuerte.

   El aludido se incorporó y lo miró sin comprender.

   —Solamente fue un toque —. Se miró la mano. Tal vez se había excedido sin notarlo.

   El chico moreno le dio la espalda y se embutió nuevamente debajo de la manta.

   —Al menos intenta consolarme, ¿quieres? —Masculló, malicioso.

   El otro suspiró de nuevo antes de volver a rescostarse a su lado y abrazarlo desde atrás.

   —Ya deja de gritar, aún debe de ser temprano —dijo besando la parte posterior de su cuello. Lentamente talló a ciegas con sus dedos la frente enrojecida.

   —No es como si alguien fuera a oírnos.

   —Eres demasiado escandaloso, Izaya-kun —. Suspiró. La risa del joven chico reberveró contra su pecho desnudo.

   —Anoche no parecía molestarte eso.

   —Y tampoco conoces la vergüenza —mordió su hombro.

   —¡Auch! Idiota —le asestó un codazo y obtuvo a cambio un gruñido ambiguo —. Incluso eso duele más de lo que debería. Te has convertido en una existencia de lo más extraña desde aquel entonces, querido Shizu-chan.

   No hubo contestación alguna. Tan sólo la repentina rigidez de su cuerpo le hizo saber una vez más que entraba en terrenos delicados.

   —Como sea, estaremos bien incluso si no eres humano —. Repuso después con la confianza de quien vislumbra un sinfín de oportunidades —¿Shizu-chan? —Miró su rostro de soslayo y advirtió que había vuelto a caer dormido.

 

   •••••

 

   —Entonces, iré a casa a hablar con Kasuka y a buscar algunas cosas, volveré pronto —. Le anunció nuevamente aunque no fuera necesario. Ya lo habían acordado en la mañana durante el desayuno e incluso la noche anterior. Shizuo se mostraba renuente a dejarlo allí solo; quizás temiera que fuese a desaparecer si lo perdía de vista por un momento, o que  alguien más pudiese hallar ese lugar —. Tal vez podrías, ya sabes, venir también —se rascó la cabeza y su boca se torció hacia un lado con disconformidad —, ¿por qué no vienes conmigo, Izaya? De seguro Kasuka se alegrará de verte después de tanto tiempo. —Preguntó al fin.

   Izaya recordaba lejanamente al chico menor de los Heiwajima. Era sumamente callado y algunas veces salía a jugar con ellos, pero en sus memorias su imagen era imprecisa y eclipsada por la de Shizuo. De todos modos tenía sendas dudas de que éste fuese a alegrarse especialmente porque su hermano dejara todo atrás para estar con un tipo que acababa de huir de una casa de geishas luego de estafar a un par de personas. Nuevamente Shizuo pecaba de ingenuo al creerlo así, aunque por otro lado, si consideraba las vicisitudes por las que ambos pasaron hasta ahora y su historia, Izaya no podía culparlo por no querer separarse de su lado todavía.

   —Prefiero esperar aquí —se negó y apoyó el codo sobre la mesa baja de la sala donde también dormían. Llevaban tres días hospedándose en aquella cabaña olvidada, disfrutando de su improvisada luna de miel y ciertamente se sentía como en casa. Carecían de mayores comodidades, pero no le hubiese importado pasar allí una temporada más larga. No era muy diferente de acampar —. Ya te acompañaré la próxima vez, pon en orden tus asuntos y ya iremos a divertirnos.

   —¿Crees que estén buscándote?

   Por la forma en que pronunció estas palabras, Izaya tuvo que girarse hacia atrás para ver su rostro. Allí estaba otra vez esa temible expresión que presagiaba caos y destrucción para quien osara enfrentarle; el joven de cabellos negros comenzaba a acostumbrarse a aquella indómita faceta suya. Le divertía y generaba curiosidad la manera en que las venas de su frente sobresalían tras su piel.

   —Relájate, ¿quieres? Tan sólo mírame —atrajo su atención antes de que terminara rompiendo algo por pura frustración —; no serían capaces de reconocerme tan fácilmente ahora. Aunque pensándolo bien, tal vez debería decolorarme el cabello como hiciste tú —. Se repasó el mentón con los dedos índice y pulgar, pareció meditarlo seriamente durante unos instantes —¿Qué piensas?, ¿me quedaría bien el cabello rubio? Sin duda eso les dificultaría más averiguar quién soy.

   Su ocurrencia surtió efecto sobre Shizuo; el espectro de la ira desapareció de su fas y por unos momentos quedó en blanco ante el inesperado cambio de tema de la conversación. Enseguida profirió un bufido. Una sonrisa pequeña se asomo a sus labios y acarició la cabeza de Izaya sin más.

   —De ninguna manera, ni lo pienses —se agachó para darle un beso antes de partir. Izaya lo asió por el cuello y prolongó el contacto unos segundos más —. Volveré pronto. —Prometió otra vez, ahora rozándose con sus labios.

   —Y entonces podremos continuar esto. —Le incitó el chico de oscuros cabellos. Deslizó una mano por el pecho del joven rubio para reafirmar su deseo de que así fuera. Shizuo evitó a propósito su lasciva y penetrante mirada, y se apartó de él antes de que la tentación hiciera mella en su ya de por sí era escaso autocontrol. Para ello no se requería demasiado, de todas formas.

   Una vez que se hubo ido, Izaya se levantó del sitio donde estaba sentado y se dirigió a la habitación desocupada. Se entretuvo por largo tiempo husmeando entre las cosas que encontró allí; un baúl polvoriento que contenía un par de libros de páginas amarillentas, escritos en una lengua desconocida para él; una especie de armario con algunas prendas raídas, entre otras cosas de menor importancia. Como bien le comentó Shizuo, era obvio que los últimos huéspedes de ese lugar habían sido foráneos. Mientras acariciaba aquellas páginas que no podía leer, Izaya se preguntó vagamente qué clase de personas serían ésas, procedentes de tierras que solamente había visto en mapas y libros. El país había autorizado la entrada a la corriente occidental hacía pocos años, pero la sociedad de La flor y el sauce se mantenía estrictamente al margen de toda influencia externa y cambio cultural. Siendo así, nunca tuvo oportunidad de observarlos desde cerca.

   Mientras pensaba en ello y en cuanto le gustaba la idea de visitar tierras lejanas en compañía de Shizuo, decidió guardar las alforjas con el dinero dentro del baúl. El joven rubio continuaba negándose a utilizar el dinero que había obtenido mediante engaños: puede que hubiese sido capaz de permanecer con él incluso tras conocer su verdadera naturaleza, pero seguía siendo demasiado tozudo y honesto como para aceptar eso también de buenas a primeras. Le irritaba el sólo hecho de verlo, por lo cual dedujo que lo mejor sería ponerlo lejos de su vista hasta que dejaran la casa o lograra convencerlo de usarlo en su beneficio. Aunado a que lo necesitaban, no era como si Izaya no se hubiese esforzado para engatusar a esos hombres y conseguir que se lo dieran; las últimas dos semanas había empleado toda su energía y talento en esa tarea y en su estrategia en general. Inclusive acudió al doble de celebraciones y citas de trabajo que de costumbre, con el fin único de cautivar mejores presas.

   Afianzar la confianza de Manami, alguien que repudiaba a todo aquel que la rodease por el mero hecho de respirar el mismo aire, de acuerdo a sus propósitos, tampoco fue del todo sencillo. Por supuesto que la chica siempre creyó que Izaya compartía sus mismos sentimientos y por ende también planeaba suicidarse; de hecho, una vez que consiguió que se abriera completamente a él, pareció creerse a pies juntillas la historia de que abrumado por su inminente mizuage, su único deseo era perecer de una vez por todas junto a Shizuo, el amante con el que nunca podría estar mientras viviera fingiendo ser una geisha. Lo último no era un auténtico embuste, pero ni en sus antiguas pesadillas habría considerado la idea de saltar abrazados hacia el fondo de un acantilado. Cuando lo veía bajo esa luz, se daba cuenta de que a pesar de las desdichas pasadas era un tipo afortunado. Reencontrarse con Shizuo sin que lo buscara, conocer a Manami, la ocasión idónea para mandar al adefesio de Kanra directo al olvido; era absurdamente afortunado sin merecerlo.

   Distraído en estas remembranzas y en la certeza de que necesitaban conseguir una escoba para despejar todo ese polvo centenario que cada tanto lo hacía estornudar, oyó el inusitado crujido que emitía la puerta de la cabaña cada vez que alguien la abría. Calculaba que Shizuo se habría marchado hacía ya más de una hora; y pese a la distancia, no le extrañó que ya estuviese de vuelta, tomando en cuenta sus aprensiones.

   —Bienvenido a casa —le recibió animadamente en tanto dejaba la habitación contigua —, ¿sabes? Debemos conseguir una escoba cuanto antes, claro, eso a no ser que ya nos mar— se interrumpió abruptamente en el segundo mismo en que sus ojos se desviaron a la entrada, al cruzar el dintel de la puerta del cuarto. Luego de la sorpresa inicial de ver a aquel hombre en la reducida sala de estar, su expresión se endureció sin dejar traslucir nada.

   —Veo que te has adaptado bastante rápido a tu nuevo entorno —. Afirmó Shiki, la personificación del peor panorama posible, ojeando minuciosamente el interior de la cabaña de estilo tradicional, hasta finalmente detenerse en Izaya, de pie a menos de dos metros de él. Enarcó una ceja cuando cruzaron miradas —Imagino que debe ser una decepción para ti que sea yo en lugar de tu acompañante.

   —De modo que me encontraste —. Se resignó Izaya con un levísimo encogimiento de hombros —. Y yo que creía que no llegarías hasta aquí. Esta vez en verdad has superado mis expectativas, Shiki-san.

   —Diría lo mismo —se le aproximó unos pasos. La frialdad de sus ojos era exactamente la misma que Izaya venía viendo desde el primer día. —Supuse que intentarías algo a pesar de mis advertencias, pero honestamente no creí que el niño que rescate de la pobreza me traicionaría por completo, que rompería todas las reglas. ¿Tienes siquiera una idea de lo que has hecho, Izaya? —Y su fría cólera, una muy diferente a la de Shizuo, se dejó sentir en el tono y manera en que enfatizó su nombre —Incluso si acabo contigo en este mismo momento, no sería suficiente para borrar tu ultraje a las tradiciones.

   El chico de cabellos negros como el carbón no se amedrentó. Suspiró y cruzó los brazos sobre el pecho; para la terrible situación en que se hallaba su postura seguía siendo despreocupada.

   —Lo llamas rescate, yo prefiero llamarlo esclavitud. Cuestión de perspectiva —. Replicó un tanto sarcástico. De inmediato la incipiente sonrisa se esfumó de sus labios y su mirada cobró mayor agudeza —. Lo lamento, señor Shiki. No pude convertirme en la perfecta muñeca japonesa que quisiste hacer de mí; nunca lo deseé y al final mi verdadero yo pudo más. Incluso si mi vida pende de un hilo ahora, no regresaré contigo a ser encadenado por sedas y grilletes. Prefiero ser asesinado aquí.

   En el pesado silencio que siguió a su respuesta, Shiki esbozó una mueca similar a una sonrisa cruel. Y después, con la velocidad de una serpiente al envolver el cuerpo blando de un ratón, su mano alcanzó la garganta de Izaya. Sus dedos se cerraron a su alrededor y le empujó fuertemente contra la pared. Los pies del chico se despegaron unos centímetros del suelo.

   Izaya rodeó su mano con las propias mientras sus piernas se sacudían, pero era inútil. Si bien no poseía la fuerza bestial de Shizuo, el hombre que manejaba la okiya detrás de escena era bastante más fuerte que él. Extrangularle hasta la muerte o romper su cuello no era difícil en lo absoluto para Shiki.

   Emitió un quejido ahogado, el aire comenzaba a acabársele y la presión se incrementaba. Su cara se contrajo.

   —El incendio consumió dos cuartas partes de la residencia —le informó en tanto sus dedos se clavaban en la carne suave del muchacho —, pero milagrosamente, solamente hubo una víctima: la joven que te ayudó. Aunque por poco asesina a tu cliente de mizuage. La vida de éste todavía corre peligro.

   Era el fin, comprendió. De otra manera no tenía sentido que le contase esas cosas. Iba a perder la consciencia por la escasez de oxígeno y después su corazón dejaría de latir si Shiki así lo quería. No obstante, seguía sintiéndose sumamente afortunado, y es que había sido capaz de estar con Shizuo y conocer el significado de enamorarse, además de recuperar la tan deseada libertad. Por todo ello su vida estaba justificada ante sus ojos.

   «Shizu-chan». No poder estar más tiempo con él era el único arrepentimiento que albergaba en diecinueve años de existencia.

   Sus ojos estaban por cerrarse en tanto su consciencia oscilaba cuando la garra de acero en su cuello desapareció; en consecuencia, cayó al suelo cual costal de papas. Tosía profusamente cuando el zapato de su verdugo aplastó su rostro contra el piso.

   —Sin embargo, para el mundo Kanra ha muerto, como seguramente era tu intención —confidenció aquel, asestándole una certera patada en las costillas. Izaya se revolvió adolorido y recibió un pisotón en la espalda —. Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió, pero se cree que quién falleció en el incendio fue Kanra. Además de mí, sólo las mujeres de la residencia y el cliente saben que quien murió fue Manami, pero para todos los efectos tú ya no existes. He pasado los últimos tres días registrando sitios como éste hasta finalmente dar contigo, ¿te imaginas por qué?

   Todavía despatarrado en el suelo, Izaya alzó el rostro y clavó su mirada en él; un destello defiante ardía en sus pupilas. Escupió un poco de sangre antes de contestar.

   —Supongo que para castigarme y después matarme de una vez por todas.

   —Y ya he dicho que eso no bastaría, mocoso —se acuclilló y aferró dolorosamente sus cortos cabellos —. He venido más que nada para recuperar el dinero que tan habilidosamente obtuviste de tus clientes. ¿Pensabas que no me enteraría? Sé que es al menos una fortuna pequeña, una que vale más que una vida insignificante como la tuya, así que ya puedes comenzar a hablar.

   —No tengo la menor idea de lo que me cuentas.

   —¿Quieres vivir o no, Izaya? Si me dices por las buenas donde lo escondiste, te dejaré ir.

   —No tiene sentido que lo haga; estoy seguro de que registrarás a fondo este lugar aunque te lo diga, sólo para asegurarte de que no oculto algo más.

   El hombre mayor tiró con más fuerza de su cabello, arrancándole un gemido de dolor antes de soltarle bruscamente e incorporarse.

   —Cometí un error contigo —se alejó rumbo al cuarto donde antes había estado Izaya —; debí castrarte apenas te compré.

   Se quedó tendido sobre la sucia madera mientras oía a Shiki inspeccionar la habitación de arriba abajo. En su condición era más inteligente aguardar, aunque no pudiese evitar que encontrase su dinero dentro del baúl. ¿Qué pasaría si Shizuo llegase en esos momentos? Una parte de él quería ver la catástrofe y apostarlo todo, y otra más prudente esperaba que Shiki se marchase antes de que eso sucediese.

   Instantes después el ruido procedente del otro lado de la delgada pared cesó y los pasos regresaron a la sala. Izaya alzó la vista y tal como esperaba, Shiki sostenía en una mano sus alforjas.

   —¿Esto es todo lo que tienes? —le increpó.

   —¿Quién sabe? Tal vez mi cómplice se llevara el resto consigo.

   Shiki Haruya pasó por alto su sardónica respuesta y sopesó el interior del par de bolsas unidas por una cuerda. Decidió que contenían más menos la cantidad que los clientes le habían reportado como robada por Kanra.

   Las cerró y enseguida se dirigió a la puerta aún abierta, ahorrándose un último vistazo hacia el chico recostado sobre el suelo.

   —Lárgate de aquí, tienes dos días para hacerlo. Y si alguna vez te atreves a volver a esta ciudad, ten por seguro que será tu fin.  —le ordenó, ecuánime, antes de cerrar la puerta de la cabaña tras de sí.

   A pocos metros de la austera morada, Shiki se cruzó con un hombre. Cabellos curiosamente rubios y altura considerable; algo en sus jóvenes facciones le resultó vagamente familiar, un recuerdo vano carente de importancia. Continuó su camino dejándole atrás y descartando prontamente el pensamiento.

   Shizuo en cambio, se detuvo con un desagradable presentimiento naciéndole del pecho. Ese tipo, su cara; se trataba de alguien que estuvo seguro de haber visto antes y que era perentorio recordar cuándo y dónde con exactitud. Una daga invisible atravesó su corazón al momento de caer en la cuenta de quien era ese hombre.

   —¡Izaya! —El grito le salió ahogado por la hórrida impresión. Salvó en un par de zancadas la distancia que le separaba de la cabaña. La puerta salió volando libre de sus goznes al ser empujada con tanta fuerza.

   Halló a Izaya sentado sobre el suelo con la espalda recargada en la pared.

   —Hey —le llamó éste como si nada ocurriera. Había sangre en la comisura de su boca y su labio estaba roto. Un sombra violácea adornaba su mejilla, entre arañazos menos notorios. En un instante el joven de cabellos claros estuvo a su lado; dejó caer en cualquier parte la bolsa que había traído desde casa y se dedicó a examinarlo desde cerca frenéticamente.

   —¿Qué te hizo ese hijo de puta? ¡Maldición! Acabo de encontrármelo allá afuera.

   —Solamente me golpeó un poco, estaré bien —dijo e intentó levantarse, sosteniéndose costado con el brazo. Antes de que pudiera hacerlo del todo, Shizuo ya cargaba con su peso entre los brazos y lo conducía hacia la esterilla junto a la mesa y el futón —. No es necesario que... Ah, como sea. Iba a matarme pero se conformó con llevarse mi dinero. Supongo que tenía prisa, fue muy considerado, ¿no crees?

   —Voy a matarlo. Si parto ahora todavía puedo alcanzarlo y— Shizuo ya estaba mirando hacia el hueco que la puerta arrancada había dejado, cuando la pálida mano de Izaya se posó en su mejilla y lo instó a que voltease a verlo nuevamente.

   —¿Adónde quieres llegar haciendo eso? Olvida al señor Shiki, tú y yo necesitamos hablar sobre algo —le dijo sosteniendo entonces su rostro entre las manos. Permanecía sentado sobre el viejo tatami mientras Shizuo se hincaba frente a él.

   —Izaya... —el fuego en sus ojos se extinguió lentamente. Acarició despacio y suavemente las muñecas del aludido —Primero tenemos que curarte eso.

   Se levantó luego de verlo asentir y se dispuso a reunir algunas cosas para ello. Después de extraer un poco de agua desde el pozo ubicado detrás de la casa que utilizaban desde el comienzo de su estancia allí, se encargó de enjugar las heridas de su rostro con un pañuelo húmedo. Mientras lo hacía, Izaya le contó sobre la amenaza de Shiki respecto a su estadía ahí y  en la ciudad.

   —Entonces debemos irnos —concluyó Shizuo sin darle vueltas al asunto.

   —No, Shizu-chan: yo debo irme, pero tú no estás obligado a hacerlo también.

   El chico rubio dejó sobre la mesa el pañuelo blanco salpicado de pequeñas manchas de sangre y le miró como si acabase de hablar en un lenguaje desconocido.

   —¿Qué estás diciendo? Por supuesto que iré contigo. Eso si es que no acabo antes con ese maldito bastardo y nos olvidamos de todo esto.

   Izaya esbozó una sonrisa suave y melancólica. En verdad no lo merecía, pero era tan egoísta que en caso de que Shizuo le acompañara en su exilio ya nunca más lo dejaría ir. Se aferraría a él como la más persistente de las sanguijuelas, peor que una pulga anodina. Darle ésa última oportunidad de ser libre de la cárcel de su podrido corazón sería tal vez de los pocos actos loables de su vida entera.

   —Todo ha terminado —anunció—, soy libre. Has cumplido tu promesa a cabalidad. ¿En verdad deseas abandonar todo lo que tienes en esta ciudad por mí?

   —No, Izaya —comenzó a decir con suma tranquilidad —. No lo has entendido bien. Desde el principio nunca tuve un lugar al que pertenecer allí, me alejé de todo lo que conocí y tan sólo regresé por ti, porque eres lo único de lo que no quise desprenderme y también porque necesitaba encontrarte. —Tomó sus manos de su regazo y las estrechó —. Jamás pude perdonarme no ser capaz de protegerte, pero finalmente entendí lo egoísta que era mi deseo de salvarte... Aunque eso no cambia lo que siento por ti.  —Terminó de decir a duras penas, con el rostro bajo a causa del bochorno.

   —Creo que ya has empezado a divagar —musitó Izaya. Sus ojos lo miraban con una calidez pocas veces vista.

   —Yo también lo creo. Por tu culpa siempre acabo hablando demasiado.

   —¿Por mi culpa? Vaya —Shizuo se levantó e inclinó para acunarlo delicadamente en un abrazo. Izaya cerró los ojos y simplemente se dejó envolver.

   —Espero que ahora sí comprendas que aunque intentes apartarme te seguiré vayas donde vayas —declaró el joven de claros cabellos luego de una pausa —. Después de todo, ese apestoso aroma tuyo es inconfundible.

   —Y acabas de arruinarlo —suspiró, sin embargo sonrió genuinamente feliz contra su duro pecho. Todo estaba dicho.

   Con el mismo ánimo, Shizuo se encogió de hombros ligeramente. Acarició su cabello despacio, disfrutando de la sensación de las hebras finas deslizándose entre sus dedos.

   —Da igual.

Notas finales:

Omaku o Makura: Era una especie de mueble pequeño de madera que llevaba un almohada para apoyar la nuca, pueden encontrar imágenes en google. Debido al coste económico y lo elaborado de los peinados las maikos no iban a diario al peluquero, si no que una vez a la semana, y éste les colocaba una pasta a base de aceites y tintes antes de peinarlas para mantener el brillo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).