Todo había iniciado con Yuko comentándole sobre una amiga suya, quien había iniciado en el “mundo de los Sugar Daddy”, como ella misma le había llamado, y le había ido de maravilla. Al estar todo el día en el negocio poco próspero de sus padres, aburrido, como de costumbre, decidió investigar un poco sobre el término en Internet. En un principio le pareció algo absurdo, ¿ganar dinero de esa manera? ¿Qué no era igual a la prostitución?; colocó su celular a un lado de la caja registradora cuando una pareja entró al restaurante y no volvió a pensar en ello el resto el día.
Para su mala suerte, más temprano que tarde (una semana después, para ser exactos) terminó con la cabeza metida de lleno en el computador por aproximadamente de seis horas, informándose lo más que pudo sobre el tema y registrándose después en una página afiliada al tema.
Esa mañana, el secretario de la directora le había ido a buscar a la mitad de la primera clase, estaba atrasado con cuatro mensualidades en su universidad y ya no podía continuar asistiendo hasta que las pagase. Pero, ¿con qué saldar la deuda si nadie en casa tenía trabajo? su familia había comenzado hacía un par de meses con un restaurante que por su ubicación era mínimamente conocido y a duras penas les daba para comer y pagar los servicios. Entonces lo recordó; “Sugar Daddy: Hombres y mujeres exitosos que saben lo que quieren. Son emprendedores, y disfrutan de una compañía atractiva a su lado. El dinero no es problema, porque son generosos cuando se trata de apoyar a su Sugar Baby”.
Tenía la solución a sus problemas en las manos, era solo cuestión de tiempo a que alguien le contactara; había pedido ayuda discreta a Yuko para mejorar su imagen, había gastado lo último que le quedaba en unas lentillas con aumento para dejar los lentes a un lado. La fotografía en su perfil demostraba a un chico seguro de sí mismo, más una ligera descripción de su persona creaban un halo de misterio, aunque el verdadero Yuuri fuese psicológicamente débil e inestable, nervioso, introvertido y paranoico a partes iguales.
Observó la pantalla de su celular por última vez antes de bloquearlo para ponerlo en el suelo, a un lado de la cabecera de su cama; esperaba demasiado, pero ya era su último recurso.
No pudo dormir bien esa noche, sentía que estaba traicionando los buenos principios que sus padres le habían enseñado. Pero todo estaba bien, mientras no saliese de Yuko, él y aquel o aquella que estuviese dispuesto a mantenerle la escuela a cambio de ser una buena dama de compañía.
— ¡Hey! ¡Idiota!— escuchó a sus espaldas. Con la típica mirada despreocupada que le caracterizaba volteó a verle.
— ¿Qué pasa, Yuri?— preguntó a su hijastro.
El chico colocó detrás de su oreja un mechón del rubio cabello que estorbaba en su rostro—. Encontré la solución a lo que tú llamas “problemas”—, sacó el celular de su bolsillo, tecleó un par de veces y le mostró la pantalla al albino, quien con sus ojos celeste leyó cuidadosamente la descripción del artículo.
— Yuri, ¿Esperas que contrate a alguien para acompañarme a mis reuniones, entrevistas y cenas?
El susodicho rodó los ojos con fastidio—, Para estar tan viejo, captas rápidamente las cosas. ¿Qué no querías a una morocha de mirada oscura y piel bronceada?—, Victor asintió con la cabeza— La encontré, pero hay un problema
— ¿Qué cosa?
— Que tiene pene
Y fue entonces cuando Yuri Plisetski quiso tener una cámara escondida en algún rincón de la sala, para jamás olvidar la expresión que había puesto su padrastro en ese momento.