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Alguna vez... por aries_orion

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

 

¿Ha oído alguna vez aquello de que no se puede vivir sin amor? Pues el oxígeno es más importante.

Dr. House

 

Las palabras son peor que las acciones, te puedes curar de lesiones en días, semanas o meses, las cicatrices quedarán, serán olvidadas o recordadas en anécdotas divertidas. Pero, las palabras marcan más y difícilmente se pueden dejar de lado, pues, quizá el recuerdo ha sido comprimido pero la memoria no acepta el olvido.

 

Su cuerpo se siente pesado, su mente aletargada y su pecho no para de doler. Llora sin razón. Llora porque es la única forma en la que puede liberar todo el estrés que durante meses se vio obligado a vivir. Su cuerpo temblaba mientras sus manos eran apretadas entre sí por el constante nerviosismo. Una vorágine de sentimientos y sensaciones explotaban en su interior, quería golpear algo, gritar o aferrarse a algo, lo primero que fuera con tal de parar el llanto. Sin embargo, sabía, aquello era imposible.

Dolía como si algún hueso se hubiera fracturado o como si un ligamento se hubiera recogido. Dolía demasiado que las ganas de detener el llanto se debilitaban. En la silla gris, rodeado de paredes blancas con olor a desinfectante, subió sus piernas hasta que sus rodillas quedaron tan pegadas a su pecho como sus brazos aferrados a ellas. Los gimoteos eran altos y su cerebro no registraba nada a su alrededor. Nada de enfermeras, pacientes o doctores mirándole cómo se desmoronaba ahí mismo, en aquel cuarto de espera de un maldito hospital, donde juró no volver a poner un pie después de la muerte de su abuelo.

Sonríe en medio del llanto al cruzar un recuerdo. Ironía. Irónico el saber que no volverá a ver a su persona especial. No más sonrisas, abrazos o competencias estúpidas donde, en la mayoría, era premiado con besos o caricias que terminaban en el lecho. No más juegos, no más retos, no más… no más de él. Ya no olerá su esencia mientras duerme, no comerá su comida y mucho menos podrá tomar su ropa para llevar algo de él. El aire le faltaba, su pecho era comprimido con demasiada fuerza, sus ojos ardían y sus oídos pitaban.

Escucho como le llamaban, lejano, le volvieron a llamar hasta que por fin comprendió su nombre. Al elevar su vista, un médico con la típica ropa de cirugía le llamaba con una expresión cansada y un tanto preocupada. Se levantó, escucho a medio su parloteo mientras lo dirigía a un cuarto en específico. Al entrar, un llanto tenue se escuchaba, todos sus sentidos se reactivaron como si les hubieran inyectado adrenalina para un mejor funcionamiento, gruño al hombre tras él en una advertencia. Se acercó hasta la cama donde un cuerpo mecía con delicadeza a una pequeña bolita envuelta en una manta azulada con dragones en ella.

–Gane.

Sonrió ante la afirmación. Los brazos contrarios le extendían un bultito para que lo tomara, con extrema suavidad lo acomodo en sus brazos, un par de ojos cafés le regresaba la mirada, unos labios rojizos con un par de mofletes de igual color se tatuaban en su mente. El llanto cesó y él no pudo apartar la mirada de ese pequeño ser que le miraba sonriente.

–Vaya, contigo de una quedo en paz.

No le miro, pero si contesto: – Es hermosa… perfecta y pequeñita.

–Creo que has encontrado tu debilidad. – La pequeña risa se convirtió en una tos, preocupado le miro, pero esta ya tomaba agua, le sonrió, le extendió los brazos en una muda petición que un tanto reticente acato. La pequeña pasó de brazos, pero su sonrisa no se borró.

– ¿Cómo la llamaremos? – Se acomodó en la cama, con un brazo se sostenía y con el otro acariciaba a la pequeña. Esperó por la respuesta en silencio.

–Yuki, Aomine Yukiko. – El moreno le miró sorprendido. – Fue concebida con frialdad, conocida durante una lluvia de invierno y dolor, nacida con unos padres más muertos que vivos… Yukiko, hija de la nieve. – Beso la cabecita, le miró y sonrió. – Además, nos conocimos bajo una caída de nieve.

Aomine no pudo más. Sus lágrimas fluyeron sin retención, se aferró a ella como si fuera una tabla en medio del inmenso mar. Después, sintió los temblores del cuerpo entre sus brazos, se levantó para mirar que de igual manera ella lloraba. Ambos se sonrieron tristes, pero sin que la felicidad sentida los abandonará del todo. Aomine beso sin descanso la sien contraria, abrazo a sus dos amores mientras anhelaba que detrás de esa puerta se encontrara su lobo. Sin embargo, aquello era un vil sueño, una esperanza que poco a poco se extinguió como la flama de una vela.

 

-------------2------------

 

Vivir sin tus caricias es mucho desamparo;

vivir sin tus palabras es mucha soledad; vivir

sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro, es

mucha oscuridad…

 

Amado Nervo.

 

Cinco años han pasado desde que dejó la ciudad que más felicidad le trajo pero también la más amarga tristeza. Su mente se perdía en los esponjosos borregos que invadían el cielo, el sueño le abandonó cuando escuchó el anuncio de arribo, instintivamente hizo el agarre más fuerte sobre su pequeña, la cual en lugar de despertar se acurruco contra su pecho. Sonrió, pero esta no llegó hasta sus ojos. Incontables veces se lo habían mencionado, siempre con un gesto de mano le quitaba importancia o cambiaba el tema.

El motivo fue oculto para los demás, incluso para él mismo hasta que su pequeña, con tres años, le preguntó sobre sus padres; ahí no supo cómo contestar, cómo actuar y sobre todo, cómo comenzar con una historia donde el simple hecho de recordar sentía su cuerpo ser desgarrado. Se maldecía por no saber el actuar en esas situaciones, pero, ¿Qué padre sabe ser padre? No hay un manual para ello como lo hay para citar textos.

No busco ayuda, sino ella lo encontró a él. La única persona que había dejado acercarse lo suficiente le llevó con su hermano, quien estaba por graduarse en psicología, con eso pudo contarle bajo el escudo de cuento sobre su madre y él. El resto se dio natural, las historias eran pan de cada noche antes de dormir, le mostró un sinfín de fotos donde aparecía ella. En un par de ocasiones Ashley le había dicho en broma que sus historias las debería escribir y publicar, la idea quedó en el aire hasta hace un año. Ahora no sólo vivía del básquet sino de sus escritos bajo seudónimo. Tenían una vida sencilla y agradable, pero no se puede huir por siempre. Japón le llamaba para los juegos olímpicos, un par de equipos le ofrecían un lugar como titular, el aceptar implicaba mudarse al país durante la valía del contrato.

Habló con su editorial pensando en un ancla, pero al contrario de lo que pensaba, no se negaron, lo apoyaron pasándolo a una editorial asociada, seguiría publicando pero escribiendo en otro país. Deprimido por su derrota regresó para encontrarse con una infante saltando de felicidad porque por fin conocería a sus abuelos, amigos de su padre y la ciudad donde nació. Ante aquella emoción no pudo negarse más, en Río de Janeiro se encontró con el equipo de básquet, compitieron y al finalizar se quedó un poco más para conocer el país y tomar fuerzas para lo que se avecinaba.

Ahora, a escasas dos horas de aterrizar sentía las piernas cual gelatina, nervioso y más blanco que el papel.

La realidad le golpeó cuando en migración le daban la bienvenida al país. Su hija como un pequeño husky le arrastraba mientras él jalaba las maletas, el viento típico del verano le golpeó la cara, sus recuerdos volvieron como cebras en estampida, su hija no paraba de gritar amazing, cool, great y quién sabe qué más. Un joven hombre en traje se le acercaba con un cartel en mano impreso con su nombre para guiarlos al hotel y después ver al equipo.

El tratar con un infante de cinco años, hiperactivo, lograban exprimirlo más que los mismos entrenamientos. Colgó el uniforme morado y amarillo de Los Angeles Lakers para ponerse el negro y blanco de los Aisin SeaHorses. Al llegar su olfato fue golpeado de varios aromas alfas, se ofusco por ello, pero apenas pudo acostumbrarse cuando su hija ya le gritaba que eran algo pequeños y bonitos, se hubiera reído si lo hubiera dicho en inglés y no en japonés. Todo se detuvo, el silencio reino excepto por la canasta que realizó un jugador donde su hija gritó extasiada hacia él lo genial que era y retirando sus palabras.

Río ante las ocurrencias de su hija. El entrenador le saludo riendo por la misma causa, le presentaron con los demás pero apenas terminaba el entrenador cuando ya se encontraba con el alma fuera de su cuerpo, gritando por su hija.

– ¡Yuki! – El moreno corrió hacia la caja donde se encontraban los balones, sobre de ella, en las esquinas, la pequeña con balón intentaba medir para lanzar. – ¡Aomine Yuki baja de ahí en este instante! – La menor flexiono las rodillas en un claro intento por saltar. – ¡Yuki! – Aomine llegó para encontrar a su pequeña muerta de risa enterrada en los balones. – ¡Aomine Yuki! ¿En qué demonios pensabas? ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas tu voluntad sin decir nada?

–Papi, ¡enceste! – Yuki levantaba las manitas en un claro signo de victoria, muerta de risa y su padre apenas podía sostenerse ante el susto.

–Eres el diablo encarnado jovencita. – La menor le contestó muerta de risa. La tomó, pidió disculpas al equipo por las travesuras de la niña para después retirarse del lugar.

Apenas llegar al cuarto de hotel pidió comida, mientras esta llegaba ambos morenos se ducharon y cambiaron. Yuki brincaba en la cama, Aomine se masajeaba las sienes en busca de paciencia. La comida llegó, entre risas y charlas –más de parte de la niña– cayeron rendidos en los dominios de Morfeo.

El tiempo pasó. Aomine no contacto con nadie de su pasado, ni siquiera con su familia, trataba de moverse con un perfil bajo pero con tremendo tornado a cuestas era casi un esfuerzo titánico. Afortunadamente el hotel contaba con actividades para los niños, la mayoría en la alberca, dándole un poco de tiempo para escribir o relajarse pues comenzaba a hastiarse de las miradas sobre su persona, sabía que por ser un alfa atraía miradas y más cuando, sin quererlo, su presencia se intensificaban junto con su olor a causa de las travesuras de su hija.

Los omegas o betas le miraban como un maldito trozo de carne, sin importar nada. Ahora recordaba lo fastidioso que era, ya que antes eso no ocurría, no cuando su cuerpo olía… a él. Trato de alejar esos recuerdos dañinos, se concentró en la pequeña que desde la piscina le saludaba sonriente sin percatarse de un par de miradas sorprendidas.

 

----------3-----------

 

El primer partido como su presentación oficial y debut en el básquetbol en Japón –por primera vez– le causaba nervios, con ello quizá se enterarían de su estadía. Rogaba porque pasara más tiempo en el que tuviera noticias de alguno de ellos, pero, por otro lado, deseaba saber qué fue de sus vidas y quizá, con un poco de suerte, sabría de él.

Portó con orgullo el uniforme del equipo, su sonrisa aparecía en cuanto escuchó los gritos de su pequeña, quien había traído un pequeño megáfono de cartulina hecho por ella para animar a su papi, le enterneció cuando le pidió aquello la tarde pasada y casi se derrite ante su motivo. ¡Por el amor de dios! ¿Acaso existe algo mejor que ver a tu hijo hacer cosas por apoyarte? Aomine creía que no, su pecho se inflaba cual pavo real cuando su niña le presumía.

El juego siguió, las primeras canastas las hizo él, al anotar el quinto punto corrió hacia su pequeña para elevarla, darle un par de vueltas mientras le gritaba ¡Happy birthday my little demon! Yuki reía por su accionar, su entrenador le gritaba que regresara a la cancha, los chicos le gritaban quién sabe qué; el recinto quedó en silencio ya que era raro ver a un alfa tan cariñosos con sus hijos, pues eso, sólo lo hacían los omegas o betas, y a veces ni ellos.

Si tan sólo supieran.

Eran las palabras que ciertas personas pensaban al ver tal escena. Salvo una, que el ceño fruncía.

 

------------4-----------

 

Daiki buscaba un lugar al cual mudarse. El vivir en un hotel era caro y un tanto fastidioso, se podía dar el lujo, pero su pequeña necesitaba su espacio al igual que él. Ambos deseaban poder hacer lo que querían sin temor a romper nada, Aomine había pedido que quitaran las cosas frágiles excusándose con la hiperactividad de su hija, sin embargo, su pequeña desde hace días le había dicho su deseo por pintar en las paredes, pues el trato era, que en su cuarto podía hacer y deshacer a su antojo, las demás paredes eran intocables, pero a veces no se salvaban.

Cansados de caminar desde muy temprano terminaron en un restaurante para comer, sin embargo, deseo nunca haberlo visto. Sentados al fondo, en varias mesas formando una L se encontraban sus antiguos amigos. Tomó a su hija en brazos dispuesto a dar media vuelta mientras rezaba en su fuero interno que no le hubieran visto, no obstante, olvido la vista de Takao.

– ¡Aomine-chan!

Mierda.

– ¡Aominecchi!

Mierda y doble mierda.

– ¡Dai-chan!

O.K. ¡Tierra trágame ya!

–Aomine-kun, es de mala educación no saludar.

– ¡Kya! – Tanto padre como hija gritaron todo lo que sus pulmones y cuerdas vocales pudieron. Joder, que hacía años se había deshabituado a las apariciones de Kuruko, era el único que sus sentidos no detectaban. Su olor y presencia eran casi nulos. – ¡Tetsu maldito, ¿Cuántas veces te he dicho que no aparezcas de la nada?!

–Aomine-kun, vamos a sentarnos.

El moreno fue jalado por el pequeño omega, al acercarse pudo ver quienes estaban en la mesa. Midorima, Akashi, Kise, Murasakibara, con sus respectivas parejas a un lado. Momoi al lado de Imayoshi encabezaban un lado de la mesa, algunos rostros nuevos pero por su olor los identificaba como alfas, betas y un par de omegas. Sin embargo, casi cae de espaldas al ver que del otro lado encabezaba Akashi Masaomi, extraño, pensó. No obstante, su corazón dejó de latir al ver donde lo sentaban.

Kagami Taiga enfundado en un traje azul marino, con el pelo hacia atrás, un par de mechones caían rebeldes por su cara, una mirada tan intensa que le ponía los nervios de punta. Perfecto, guapo y malditamente alfa. Un gimoteo le regreso a la realidad, quitó las cosas de la mesa para sentar a su pequeña quien se aferraba con una mano a su camisa, sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, Aomine parpadeo un par de veces tratando de comprender que iba mal con ella.

–Ey, ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? – La pequeña le miró y el llanto comenzó. Mierda. – No llores Yuki, no ha pasado nada. – Recordó que a su hija no le gustaba del todo que la asustaran y vaya que se había llevado uno muy bueno… bueno, ambos. – Vamos pequeña, deja de llorar, una princesa no llora ¿recuerdas?

Bu-but… he-he… – Las lágrimas ahora fluían con mayor fuerza. En voz baja le decía palabras para calmarla pero no surtían efecto, afectado por su alfa con el deseo creciente de ir y morder al omega que había puesto en ese estado a su cachorro se levantó, la tomó entre sus brazos, comenzó un pequeño meneo de cuerpo para transmitirle calma y protección mientras le tarareaba una canción. Los gimoteos cesaban, camino hasta el cristal donde, del otro lado, se veía una botarga de un oso haciendo piruetas o caras. Se lo mostró, el llanto pasó a pequeños jadeos profundos para después ser la risa el gobernante del rostro de la pequeña.

–Papi, papi, vamos por un globo.

–Primero comemos y después ya veremos. – Le sonrió, se sentó con Yuki sobre sus piernas. Su alfa ronroneaba feliz por la sonrisa de su pequeña.

–Eres bueno. – El moreno miro al patriarca de los Akashi sin comprender su comentario. – Me refiero a que eres bueno con los niños, yo nunca hubiera podido tranquilizar a Sei.

–Aprendí a la mala. – El mesero le trajo la carta que enseguida fue arrebatada de sus manos, gruñó ante el acto y advertencia, obteniendo un pequeño movimiento de cuello, una opresión en su cuerpo pues se había recorrió más hacia él en clara muestra de sumisión. – Perdón por eso pero a Yuki no le gusta que la asusten.

–Lo siento mucho Yuki-chan. – La menor miró a Kuroko a los ojos para después sumergirse en el menú.

–No te preocupes Kuroko, así es cuando no conoce a las personas. – La pequeña le estiro la mano en una petición muda, sonrío ante su actitud. – No queremos interrumpir en una comida donde no hemos sido requeridos así que…

–Wow. – Aomine levantó la vista para notar que era el centro de mirada de la mesa. – Hasta sabes peinar, eres toda una caja de sorpresa Aomine.

–Era eso o quedarme sin oídos.

– ¿Y por qué no lo hacia tu pareja?

Ante la pregunta su cuerpo se puso rígido, su sonrisa se volvió una mueca, el ambiente cambió drásticamente y su hija como ángel caído del cielo, habló:

–Papi, quiero cakis

–Otra cosa amor, es mucho dulce. – La liga fue jalada para quedar en una pequeña media coleta.

–Pero yo quiero comer cakis, por favor. – Yuki le miraba con suplica acompañado de un pequeño puchero

– ¿Hamburguesa?

– ¡No! Llevamos comiendo eso desde que llegamos al hotel, porfis ¿sí?

–Cariño, escoge otra cosa, – a punto de replicar la menor, Daiki continuo. – te prometo que eso desayunamos mañana.

– ¿Por el oso?

–Por el oso.

–Ok, entonces quiero… ¡sushi! Look, look, this has Philadelphia. This, this daddy.

–De acuerdo. – Llamo al mesero, hizo el pedido junto con un par de tés, antes de retirarse le informó que el lugar contaba con área de juegos para los niños. Su hija apenas escuchó de ello le miró con ojos brillosos y una sonrisa enorme, antes de que saliera algo de sus labios la bajó de sus piernas. – Por favor Yuki comportante y no te pie… – No logró terminar la advertencia y la pequeña ya estaba corriendo en dirección de los juegos.

– ¿Usted va a pedir?

–Por el momento estoy bien, gracias. – Le sonrío y el mesero se fue, un tanto sorprendido se quedó al no ver ningún indicio de coquetería de su parte, elevó un poco sus hombros restándole importancia, pero al girarse casi, casi se va de espaldas nuevamente. Kagami emanaba un aura de advertencia brutal, su olor entraba por su nariz cual invasor sin misericordia, su alfa comenzaba a ronronear ante el accionar del pelirrojo, su mente le gritaba mostrar el cuello y abrirse de piernas en una seducción un tanto burda para con el alfa frente suyo. Sin embargo, su burbuja se rompió ante la voz del padre de Akashi.

–Kagami contrólate. – El moreno le miro y este le regreso la mirada. – Puedo saber, ¿Por qué no pediste para ti?

–Dai-chan no deberías mal pasarte… o si no te ajusta puedo prestarte y…

–No, no es eso Sat, gracias pero esto es lo que normalmente hago cuando comemos fuera. Además, casi siempre termino comiendo las sobras.

–Eres un alfa extraño Daiki-chan. – Las palabras del líder del clan Akashi le sacaron de balanza, sin quererlo, se sonrojo por ello. – Anda, hasta te sonrojas, que monada.

Ahora si el cerebro del moreno estaba a nada de hacer corto circuito, aquello sí que no se lo esperaba ni en un millón de años; el señor Akashi es un alfa con un carácter demasiado fuerte, una muestra de cariño de cualquier índole no se lo permitía. ¿Qué habrá pasado para que cambiara? Se preguntó. Observó a Kuroko que era abrazado por Seijuro comprendiendo. Kuroko y su magia. El pedido llegó, llamó a su hija que con una sonrisa se acercó corriendo a su encuentro, cuando regreso se topó con una silla a su lado. Ambos morenos se sentaron, Daiki se perdió ante la imagen de su hija comiendo, se parecía tanto a ella que a veces le asustaba,

–Listo.

– ¿Ya no quieres más? – La pequeña negó. – Espera diez y podrás regresar a jugar. – Llamo al mesero para, ahora, pedir para él. No toco el sobrante en el plato y negó el pedido de retirarlo. El barullo a su alrededor le molestaba pues se había acostumbrado a sólo escuchar los gritos de su hija o el del estadio, pero de ahí en más casi no lo soportaba. Su hija saltó gritando de los diez minutos para perderse en los juegos. Se llevó un rollo a la boca, un pequeño gemido salió de ella, era la cosa más deliciosa que había probado en las últimas semanas.

–Dioses, esto está riquísimo, – Miro a Masaomi. – Se lo dije, termino comiendo el sobrante.

Sin notarlo, bajo la mesa se encontraba un omega haciendo presión en el muslo de cierto alfa para que no se levantara de su lugar e hiciera una estupidez.

 

--------------5------------

 

Inhalaba y exhalaba. Sus manos temblaban, sus piernas apenas le sostenían, los gritos y pasos de su hija le decían que se encontraba en la realidad. Sin creerlo del todo, miraba fugazmente a la persona parada en la puerta esperándolos. Las maletas estaban abiertas mientras su hija echaba sus cosas sin cuidado alguno. No podía creer el cómo habían terminado así las cosas, en un minuto estaba contando que vivían en un hotel, y, al siguiente ya tenía un sitio. Malditos omegas.

Aunque… no sabía si agradecerles o maldecirlos. Kagami no era un hombre al que le gustaba recibir órdenes y mucho menos que se hiciera la voluntad de otros sobre su espacio. Los nervios y la vergüenza le recorrían el cuerpo sin misericordia alguna, su hija no ayudaba a calmarlo, menos cuando gritaba sobre cosas demasiado personales. Evitaba la mirada a toda costa, sentía que los seguía cual depredador mientras buscaban en cada rincón del cuarto alguna pertenecía olvidada. Sin embargo, la gota que resbaló su preciado vaso de tolerancia fue el grito de su hija sobre una prenda especial junto con un bóxer rojo.

Su hija reía en disculpa mientras intentaba cerrar su maleta, él balbuceaba maldiciones a diestra y siniestra, esas prendas eran –además de vergonzosas– un recuerdo, lo único conservado en físico de ese pasado anhelado. El rojo en su rostro era notorio, lo sabía porque su piel había bajada varios tonos por culpa del frío. Los murmullos atrajeron su atención, al girar, Kagami estaba cerrando la segunda maleta mientras escuchaba las palabras de su hija. No se atrevió a interrumpirlos, dio un par de vueltas por la habitación cerciorándose de no dejar nada, dejó caer la maleta al suelo, logrando que el par diera un pequeño brinco en su lugar.

–Vamos.

Kagami tomo dos maletas, su hija una pequeña y él las otras dos. Al bajar a recepción dejó su número por si  encontraban algo suyo, en la entrada su hija balanceaba sus pies en espera del pelirrojo. Ambos se quedaron sin habla al ver un Buick negro, su hija dio un par de vueltas alrededor del carro mientras los chicos de botones subían sus cosas a la cajuela. Kagami se puso a su lado, le mando una pregunta muda por las acciones de la pequeña, aguantando la risa le contestó:

–Le gustan los autos.

Se acercó a ella, abrió la puerta y ambos subieron; uno atrás y el otro en el copiloto. Kagami subió segundos después. Nadie dijo nada, Yuki movía sus ojos examinando el interior. Soltó un fuerte suspiro llamando la atención de los adultos.

–Señor Kagami, ¿puedo tocar su estéreo? – La seriedad tanto en su rostro como en sus palabras extrañaron al pelirrojo pero a Daiki le cosquillean los labios por soltar una carcajada. Los chicos de negro sí que habían dejado una impresión en su cachorro.

– ¿Por qué no habrías de poder?

–Porque se debe de pedir permiso al hombre del auto el poder hacer algo en su auto, si no lo hiciera sería una falta de respeto.

Un rojo, el auto se detuvo, Taiga se giró para verla extrañado; sin comprender del todo le dejó hacer. Daiki le miraba tocar los controles con sumo cuidado, como si fueran demasiado frágiles para sus pequeños dedos. Las expresiones de sus acompañantes eran épicas, Aomine no pudo soportar más cuando su hija hizo una imitación excelente de El grito al desprenderse un pedazo de mica.

–Yo-yo-yo…

–No pasa nada, tranquila. – Taiga le miró pidiendo una explicación pero apenas podía controlarse

El alivio se plasmó en el rostro de Yuki, con mayor delicadeza de la pasada, siguió picando botones hasta que encontró una estación donde ponían música extranjera. Una canción terminaba para comenzar otra con la debida intervención de la locutora. Un chillido golpeo cual dardo su preciado tímpano izquierdo, además, Kagami había dado el frenón por la causa. Su hija en cambio se había tomado de ambos asientos para no irse contra el tablero.

–No le cambies, papi ¡súbele!

Refunfuñando le hizo caso, la melodía era lenta casi rayando en lo acústico. Cuando la reconoció, ahora sí, quería gritar o golpear algo. La canción no podía ser menos oportuna, su hija comenzó a cantarla a todo pulmón. Kagami… Kagami les veía intercaladamente, con la boca ligeramente abierta en una clara muestra de no entender qué pasaba. La canción siguió, su hija seguía, Taiga le veía lo suficiente para saber que comprendía su bochorno.

 

If I had a highway I would run for the hills
If you could find a 
driveway I'd forever be still
But you're giving me a million reasons
Give me a million reasons
Givin' me a million reasons
About a million reasons

 

Quiso volverse uno con el asiento. Maldita Gaga. Maldita radio. Maldito el momento que su hija la escucho. Se aferraba al cinturón como si este fuera una especie de escudo contra la canción y el alfa, un agujero negro se instaló en su estómago, la mirada de Taiga no le dejaba cada vez que podía, y, por alguna razón una deliciosa corriente eléctrica le recorrió de extremo a extremo excitándose.

 

Hey, ehh, ehh, eyy
Baby I'm bleedin'
Stay, ehh, ehhy
Can't you give me what I'm needin'
Every 
heartbreak makes it hard to keep the faith
But baby I just need one good one…

 

La canción terminó, su hija recuperaba el aire y una nueva canción se presentó. Esta vez imagino todos los cristales rotos del auto por tremendo grito, afortunadamente ya estaban parados por lo que el pelirrojo no había pisado el freno bruscamente. Sin embargo, si la primera no fue lo suficiente para querer desaparecer, con la siguiente, deseo con todas sus fuerzas que algo pasara para no estar en ese momento al lado del pelirrojo.

 

Tryin' to get control
Pressure's takin' its toll
Stuck in the middle zone
I just want you alone
My guessing game is strong
Way too real to be wrong
Caught up in your show
Yeah, at least now 
I know

 

Claro esa canción era una reprimenda hacia él. Una un tanto cruel, parecía como si la cantante conociera su historia y de esta creara esa canción. Noto la media sonrisa del pelirrojo, supo que el muy maldito comprendió el trasfondo de las canciones y lo que provocaba en él. Su hija seguía entonando a todo pulmón, le importaba poco si afinaba o no, movía las manos y el cuerpo dando un mejor performance. Dios ahora ella no iba a parar de escucharla o cantarla.

 

Where were you 'cause I can't see it
It was perfect illusion
But I feel you watchin' me breathe
Somewhere in all the confusion
Dilated, fallin' free
You were so perfect
In a modern ecstasy
You were a perfect illusion

 

Aún después de que la canción terminara, su hija le arrebató su bolso, sacó su celular, conecto el cable al estéreo y su tortura continuo. No una sino diez, ¡diez veces! Aseguraba que el pelirrojo había descendido la velocidad con tal de que su condena durara lo más posible. ¡Hasta término tarareándola el muy hijo de… su santa madre!

Al llegar a su destino se bajó y antes de cerrar la puerta, miró a ambos y gritó: – ¡You were a perfect illusion! – Azotó la puerta dirigiéndose a la parte posterior del auto esperando a que el idiota le abriera la cajuela.

 

--------------6---------------

 

Tres semanas.

¡Tres jodidas semanas y Yuki ya traía babeando a Kagami por ella! Si esta le decía helado, Taiga se lo daba; si le decía juega, Taiga jugaba; y, si esta le llegará a decir: ve y ahógate, Taiga lo haría sin dudar. En esos momentos buscaba paciencia para ese par tan dispar, sentía que no sólo cuidaba a una niña sino a dos –salvo que uno era ya un adulto– Kagami la consentía como si fuera su propia hija, en más de una ocasión habló con ella para que dejara de pedirle cosas al hombre. Aunque no podía estar del todo enojado, sabía sobre el sueño de esta, tener una familia completa. Un padre, una madre, quizá hermanos y, al vivir bajo el techo del alfa aquello se dio por sentado en su razonamiento infantil.

No podía negar, de igual forma, su animal interno también se sentía feliz. Estar en la misma morada que el pelirrojo le agradaba. No obstante, este no daba indicios de querer tratarlo más de lo indispensable, le hablaba cortante y educado, frío y alejado. Tan cerca pero tan lejos. En más de una ocasión intentó acercarse para hablar pero este le gruñía en advertencia, su cuerpo se quedaba rígido e inmóvil cual gárgola de catedral, su alfa le indicaba mostrar su cuello pero lo único que lograba era molestar más al pelirrojo con esa acción, lo que no comprendía del todo.

No deseaba seguir presionando al pelirrojo con su presencia, al igual, que, no podía negarse a los deseos de su hija de realizar ciertas cosas para el pelirrojo. Él lo atribuía como una muestra de agradecimiento, pero sabía la verdadera razón, de ambos, aun así no se negaba y una sonrisa tan radiante nacía en los labios de ella contagiando a las suyos.

Una noche, el alfa se relajó lo suficiente en su presencia mientras ambos hacían la cena. Kagami les miraba mientras bebía una copa de vino. Yuki le preguntaba y él contestaba, su hija fue la que mayormente se escuchó, irradiaba felicidad pura, algo a lo cual comenzaban a acostumbrarse. Al finalizar la noche –que terminó en la sala con varias películas de Disney– ambos llevaron a la pequeña a su cuarto. Sin embargo, el moreno no espero que Taiga le arrinconara contra el muro al cerrar la puerta, apenas tuvo el tiempo suficiente para perderse en los ojos contrarios cuando sus labios eran cazados de una forma asfixiante.

Sus manos se aferraron al contrario, un jadeo opacado por el ósculo se produjo por la excesiva cercanía del contrario, sus glúteos fueron apretados y después sobados. Su animal interno ronroneaba de éxtasis puro, su cerebro sólo producía un único pensamiento: complacer a su alfa. Su miembro palpitaba por atención, sus piernas se abrieron para acobijar a la intrusa, sus labios seguían siendo chupados, mordidos o jalados; su respiración se aceleró igual que su pulso. Un gemido cortó el acto al sentir el pene contrario –duro– frotándose contra él. Su cadera cobró vida moviéndose en busca de más contacto. El alfa le gruño en clara advertencia, sus ojos acuosos, un par de dedos dejando su marca en su piel, y, el mejor orgasmo en años le golpeó cual vendaval en la cara. Taiga le seguía besando.

Aomine apenas pudo recobrarse cuando el calor abandono de tajo su cuerpo. El alfa le miraba con la respiración irregular, dio un paso más hacia atrás y habló:

–Esto no representa ni significa nada Aomine.

El desdén escurría por cada palabra, el tono era frío y el semblante indiferente. Él se quedó en el mismo lugar congelado, sin mover ni un solo ápice de su cuerpo, salvo una pequeña lágrima que escurría por su mejilla.

 

----------7---------

 

Aomine dejaba a Yuki en el kínder dirigido por Kuroko, la pequeña sonreía mientras varios niños se acercaban a ella. No le gustaba del todo el tener que dejarla por casi doce horas en ese lugar, pero ya no podía seguirla llevando a los entrenamientos y mucho menos pagar por una niñera porque ahí no había ese tipo de servicio, claro a no ser que fuera una persona del personal. Aun así, no deseaba seguir abusando de los pocos empleados de Kagami, su hija poseía una energía impresionante, por ello busco algún kínder o sitio para dejarla, encontrando el de Tetsuya.

Suspiro tan profundo en el auto que la ventana se empañó. Dos semanas habían transcurrido lentamente después del beso con el pelirrojo, le ignoraba, le gruñía o le miraba en una clara advertencia de no acercarse demasiado a él, pero, ¿cómo le explicas eso a tu corazón que confabula con tu animal interno para acercarte a tu pareja? Aomine ya no sabía qué más hacer, le dolía la forma en la que lo trataba. A veces, terminaba hecho un ovillo bajo las mantas mientras lloraba de dolor o frustración, comprendía la ira del hombre pero ni siquiera le dejaba hablar o compartir más de lo necesario el mismo espacio, salvo cuando estaba Yuki.

Estaba distraído en el entrenamiento, los pases, jugadas o movimientos los realizaba en automático, su sonrisa –de por sí un poco falsa y forzada– desapareció de su rostro totalmente. El entrenador le pidió que resolviera sus problemas, pero, ¿cómo los resuelves cuando estos llevan casi seis años existiendo? ¿Cómo lo haces si el afectado principal te mandaba a la mierda sin misericordia? Hablo con los pocos que quisieron escucharle, les pidió consejo, se pusieron al día y lo poco obtenido fue insuficiente para tratar de guiar su accionar en torno al alfa de sus delirios.

Suspiro, suspiro y suspiro más, pero como siguiera así ahora sí parecería un fantasma.

Le pidió permiso al entrenador para poder salir del gimnasio que por alguna razón le asfixiaba, paso por su hija. Al llegar a casa se pusieron a cocinar, al terminar Yuki pidió ir a la oficina de Kagami para comer juntos pues aún era temprano, incluso alcanzaron a ser galletas con forma de oso. Empaquetaron todo, subieron a ducharse y cambiarse. La sonrisa de su hija era grande y hermosas, ambos se encontraban emocionados. Aomine un tanto nervioso pues no sabía cómo el alfa tomaría su osadía.

Al llegar a recepción pidieron el piso de la oficina de Taiga, al subir se encontraron con que era el dueño y directivo de la compañía de Darknes Inc., una de las más importantes multinacionales de creación y venta de autos. Yuki quedó sin habla y él en blanco. Apenas la secretaria del pelirrojo le decía que se encontraba, la pequeña salió disparada, él le siguió junto con la mujer tras ellos. Sin embargo, nadie espero la imagen tras la puerta.

Una mujer sentada en el escritorio, una pierna a la vista, la blusa a medio abrir, brazos tras el cuello caramelo; Kagami en su típico traje azul marino, en medio de sus piernas besándole con ahínco. Les examinó de pies a cabeza, el pelirrojo aun le besaba hasta que su olor fue perceptible para ambos, cortando su faena.

Rojo y Azul chocaron. Sorpresa y estupefacción. Sexo y decepción.

Su animal interno se debatía en ir a reclamar a su alfa o echarse a llorar ahí mismo. Opto por la tercera. Frente en alto, sereno y con el orgullo de un alfa Aomine. Sin embargo, su animal sintió la tristeza de su cachorro, relajo más su expresión, se puso delante de la pequeña obstruyendo la imagen tras su espalda.

–Vamos a casa. – Le acarició la cabeza, le sonrió y la abrazo. Las bolsas las dejó sobre el escritorio de la secretaria, que sorprendida les veía. – Cuando el señor termine su reunión dígale que los Aomine´s vinieron a comer con él. – Camino hasta el elevador, los gimoteos de la niña comenzaron a escucharse en el lugar, pero antes de entrar al elevador se giró. – Por cierto, dígale que las galletas las hizo Yuki para agradecerle lo del cine. – Las puertas se cerraron.

Dentro, la pequeña le habló: –Papi, él no nos llevará al cine hoy, ¿verdad?

Daiki le miró con una ternura que faltó nada para acompañarla en su llanto. – A veces me asusto de lo receptiva que eres mi amor. – Beso su moflete. – No, al parecer no irá, iremos nosotros.

–Papi… mejor vayamos otro día, teacher Kuroko me dejo mucha tarea.

–De acuerdo.

Al día siguiente, mientras su hija se encontraba en el kínder, empacó todas sus cosas. No tomo las cosas que Kagami les dio, se despidió de los empleados, dejó con Kawazaki su número por si encontraban algo suyo o por cualquier cosa. Cerró la puerta de aquella morada como el capítulo protagonizado por Taiga en su vida.

No más.

No más ilusiones donde no había lugar para un ellos.

 

----------8----------

 

Suspiro.

Se golpeó las mejillas lo mejor que pudo pues como siguiera suspirando su hija se daría cuenta de su verdadero estado de ánimo. Tristeza, dolor y decepción eran los principales sentimientos que se instalaron en aquel pequeño departamento, los efectos de la escena protagonizada por la rubia teñida y Kagami, los padecía más Yuki que él mismo. Ambos lloraban con cualquier escena triste de cualquier programa televisivo, hasta cuando el gato Cheshire mostró su pata lastimada se pusieron como magdalenas sin consuelo. Pobre gatito.

Su juego se volvió agresivo después de eso, su hija sonreía poco. Tenía que hacer tripas corazón cada vez que su pequeña acariciaba un pulpo azul y un oso polar porque si no ambos se pondrían a chillar y joder ya no quería seguir así. Pero por más que lo deseaba su estado de ánimo seguía decayendo, Yuki a mitad de la noche se metía entre sus brazos y sabanas con ambos peluches, la misma acción después de la muerte de su madre. Se maldecía por no prever una situación así. ¡Por dios que Kagami lo más seguro era que tuviera ya a alguien, ellos sólo eran inquilinos no deseados!

Lo sabía y no hizo nada, no paro los acercamientos de ese par, no pregunto sobre su vida privada por no molestarlo más de lo debido. ¡Carajo! Riko tenía razón, su forma de ser le mataría un día de estos. Sonrió al recordar las palabras de su elfo albino ¡Deja de guardarte todo, pregunta, di lo que sientes! Nadie es adivino y mucho menos leen las mentes. Si no te haces escuchar, nadie más lo hará por ti. ¡Negro estúpido!

La extrañaba.

La extrañaban tanto que por momentos deseaba ser él el muerto y no ella. Había situaciones o momentos donde no sabía cómo actuar o hablar para hacerse entender, dios, para explicarle ciertas cosas a su hija era un completo corto de idea. Se sentía menos ante esos ojos chocolate que le miraban como si fuera alguna clase de genio, su pequeña lo tenía como su Batman o Iron Man personal. ¡Él no era nada de eso!... bueno siquiera tenía algo de dinero… aun así… les hacía falta en su vida.

–Papi, ¿qué haces?

Aomine levantó su vista, sonrió ante la monada parada en el marco de su puerta, con una camisa de los Lakers un tanto grande, regalo de sus compañeros de equipo por su cumpleaños tres, el pulpo y el oso polar a cuestas. –Ven aquí pequeña. – La niña caminó hasta la cama, subió para acomodarse entre las piernas del moreno. –Recordaba a tu madre.

– ¿Mami? – Yuki le miró un tanto sorprendida pues pocas veces Daiki miraba las fotos de ella. – ¿Me cuentas algo sobre ella?

–Claro, señala una foto y te contare la historia. – Peino el cabello azulado varias veces, después, comenzó a trenzarlo. Yuki señaló una fotografía y los recuerdos cayeron como naipes a su mente. Bueno o malos, divertidos o tristes, todo fluyó cual río Nilo.

Por unas horas se olvidó de Kagami, de su tristeza, de la tristeza de su pequeña y de la mierda que a veces era su vida.

 

----------9----------

 

Las semanas se convirtieron en meses. Navidad estaba a la vuelta de la esquina y lo único que quería era que los fantasmas se quedaran en su lugar. Su hija le había insistido tanto por aceptar la invitación de Akashi para una pequeña fiesta de día de muertos –atrasado–. Aomine acepto derrotado tanto física como mentalmente, pues Yuki había usado todo su arsenal contra él para ir, claro está, puso de condición que supieran sobre la menor en la fiesta. Mínimo que se contuvieran con el alcohol hasta las doce.

Su hija le obligó a ir en busca de materiales para su disfraz de Thranduil, rey de los elfos silvanos del mundo de J.R.R. Tolkien, aún se preguntaba cómo se le había ocurrido leerle ese libro y después mostrarle la película. Ahora no sólo tenía que soportar su afición por el mundo de Marvel, DC, autos y motos, no, su hija había caído en las garras de un escritor.

Genial, simplemente genial.

Aunque no se podía quejar, prefería eso que ir en busca de muñecas o barbies. ¡Dios no, eso no lo soportaría!

Llevaba una hora de atraso para la fiesta, porque no conforme de hacerlo cocinar galletas de oso medio zombis, le obligó a disfrazarse de Legolas. ¡A él! Un elfo, hagan el favor. Maldecía el momento de mostrarle las películas, vale, aceptaba que ella se disfrazara, pero él. ¡Agh! Se quería morir, pero bueno, todo sea por ver esa sonrisa tan hermosa.

–Vamos papá, ya vamos tarde. – Yuki, brincaba por todos lados, su pelo pintado de blanco se veía hermoso. Él tras ella cargaba una bolsa con todo lo creado para la fiesta, por un momento creyó ver a su elfo albino, eran tan parecidas en muchas cosas, le dio un par de besos antes de soltarla y salir de casa. – Vamos papá, muévete. – Si, hasta lo mandón lo heredó.

No pudo decir nada ante la toma –de nuevo– de su celular para volver a escuchar a Lady Gaga. Sus oídos iban a reventar como su hija siguiera subiendo y bajando el volumen de la música, casi gritó cuando la casa de Akashi hizo presencia en el horizonte. Se estaciono. Tomo por las ropas a su cachorro antes de que se metiera corriendo sin importar nada. Demasiado chocolate. Toco y un trabajador les abrió para después dirigirlos hasta el jardín donde ya se encontraban todos, hasta el mismo patriarca del clan Akashi.

Casi toma a su hija para dar media vuelta e irse al ver a las personas al lado de Masaomi, pero lo que de plano deseó no haber visto fue a la pareja un tanto retirada de los demás, Kagami y la rubiales riendo. Siseo ante la escena pero su hija salió –nuevamente– disparada hacia Nigou y otros dos perros, llamando la atención de todos sobre ellos.

Sus ojos cayeron sobre Satsuki. –Di algo y juro que te mato.

La chica levantó las manos en son de paz. Noto como los Aida`s se pusieron tensos por su llegada, en su fuero interno se puso a rezar a todo dios habido y por haber porque desde que llegó no ha presentado a su hija ni a sus padres, que decir de los padres de Riko. Esperaba no tener ningún problema pero al ver cómo su pequeña se dirigía disimuladamente a la mesa de los dulces le gritó. – ¡Yukiko Aomine Aida estiras esa mano y el acuario se cancela!

La pequeña se giró horrorizada a mirarlo. – ¡No te atreverías papi!

– ¡No me tientes mocosa, no me tientes!

Yuki le miró un par de segundos para acto seguido regresar al lado de los perros. Aomine casi rió ante las acciones de la niña, soltó el aire, se masajeó el puente de la nariz en busca de aminorar su creciente irritación, no quería recalar en su hija y mucho menos arruinar la noche de los demás.

–Que severo padre eres Aomine-Kun.

–No lo soy Tetsu pero ya comió demasiado dulce y como siga comiendo más no dormirá o terminará con dolor de panza.

–Aomine-kun me sorprende. – Daiki le miró sin comprender sus palabras. –Sabes mucho sobre las consecuencias y necesidades de un niño.

–No lo sé todo Tetsu, tuve que preguntar y la mayoría lo aprendí a la mala o sobre la marcha.

–Entonces te puedo preguntar cuando mi bebe nazca. – La noticia dada por el peli-azul le tomó por sorpresa.

– ¡¿Estás preñado?! – Vale la pregunta le salió antes de digerirla. – ¡Pero si apenas tienes veinticinco! ¡¿Cómo?!

–Aomine-kun tenía diecinueve cuando Riko-san quedo embarazada. – Golpe bajo.

–Lo siento… me tomaste por sorpresa.

–También Yukio, Takao y Himuro están esperando. – Parpadeo varias veces antes de siquiera comprender, otra vez, la revelación.

– ¡¿Acaso hicieron una competencia haber quien queda preñado antes de finalizar el año?! ¡¿Están dementes?! – Daiki necesitaba un trago… con urgencia y puro –preferentemente–, le arrebató el suyo al señor Akashi tomándolo de un trago. Carajo, era demasiado que digerir.

–Mide tus palabras Aomine, estás lastimando a las parejas de tus amigos.

Daiki observó su entorno, el ambiente se volvió pesado, su cuerpo se erizo al completo ante la amenaza percibida, sin quererlo busco a su cachorro que corría con los perros ignorantes de todo. Se sirvió otro trago y hablo: –Lo siento, no era mi intención… sólo me tomaron por sorpresa.

– ¡Papi, ven, ven, mira esto! – Aomine les miro por unos instantes para después caminar hacia Yuki, estuvo con ella hasta que le llamaron.

Yuki le siguió, donde gritó que ella y su papá habían hecho las galletas de osos. Todos le alabaron, con eso supo la aceptación de su disculpa.

La fiesta siguió, las risas no se hicieron esperar, su pequeña le arrastró a la pista divertida, le pidió que la cargara e hicieran caras locas mientras ella tomaba fotos, pero al final termino tomándolas él. La presencia de Kagami, por momentos, le ponía la piel de gallina pues sentía la mirada rojiza sobre su persona. A veces, le gustaría poder ir y arrastrarlo a la pista mientras le aprisionaba entre sus brazos, embriagarse con su esencia, sentir el latir de su corazón sincronizado con el suyo. Lástima que esos pensamientos fueron cortados al verlo con aquella mujer –para su hígado reventar– realmente bonita.

Todos se sentaron en espera de la cena, pero Yuki siguió bailando junto con los perros, su sonrisa era enorme, sus ojos brillaban como un par de cristales, sus mejillas rojas por el aire frío chocar contra ellas; toda ella brillaba como la luna. Sin poderlo evitar sonrió, no sólo por la imagen sino por el recuerdo de su chica en iguales condiciones pero bajo otras circunstancias.

–Dai-chan, ¿qué ves para sonreír así?

–Es hermosa. – Aomine no prestó atención a quien le preguntaba y mucho menos qué contestaba, la escena le tenía atrapado totalmente. –Se parece tanto a ella… pequeña, sonriente y malditamente linda. – Yuki había detenido su danza, su cara reflejaba su sorpresa ante la caída de uno de los canes expresado con una enorme “o” formada por sus labios, y, nuevamente la escena fue empalmada con el recuerdo de su chico. – Tan parecidos, tan distintos y sólo míos.

–Aomien, ¿de quién estás hablando?

–Riko, Yuki y Taiga. – Tres palabras y una letra bastaron para sumergir a todos en un silencio que los ladridos irrumpían. Aomine perdido en su mente no prestó atención de su respuesta, recargado en sus brazos sobre el respaldo de su silla, sus ojos seguían a su cachorro como guardianes. Embelesado. Extasiado por el cuadro que cambiaba cada tanto por la nieve, las hojas de otoño y por las estrellas caer tras ese cuerpo pequeño, rey de su corazón y razón. Los tres cuadros que sin importar el tiempo o los mandatos de su cuerpo nunca se cansaría de ver.

No obstante, no se percató que tras su espalda y palabras tenía a la mesa sorprendida, algunos a punto de llorar, otras sonrientes o enternecidos, uno a punto de explotar y a otro en la ira total.

Quien le sacó de su aletargamiento fue la voz de su hija diciendo ir al baño, a punto de pararse para acompañarla ella le gritó que ya era una niña grande, con los mofletes hinchados se internó en la casa. Aomine sólo negó ante las ocurrencias de su hija. La cena fue servida acompañada con temas, sonrisas y gestos de cualquier tipo, aquello le traía recuerdos gratos pues hacía mucho no convivía con ellos. Sin embargo, el tiempo pasó, varios platos iban por la mitad o ya por la segunda servida y su pequeña no regresaba. Un poco inquieto se levantó en su búsqueda, su animal interno se encontraba en las mismas condiciones que él.

Al entrar le pregunto a uno de los meseros por los baños, a sabiendas que todas las mujeres se encontraban en la mesa, se internó en los servicios, pero su pequeña no se encontraba; al salir volvió a preguntar a una de las empleadas e incluso le pidió ayuda, pues la casa de Akashi era grande. Entre tres chicas y él buscaron pero su hija no apareció, ahora si comenzaba a entrar en pánico, su cachorro no era de los que se movía sin avisarle. Su mente empezaba a mostrarle los peores escenarios con resultados horribles. ¡Dioses! Su pequeña tenía que aparecer.

– ¿Aomine, qué sucede?

–Akashi, dime por favor que tu casa tiene cámaras. – El pelirrojo levantó una ceja para que se explicara mejor. – Yuki no aparece… la hemos estado buscando, tres de tus chicas pero… no está.

–Tranquilízate Aomine, ella aparecerá.

Akashi llamó a su guardia personal preguntando por ella, pero la respuesta fue negativa y la orden fue de búsqueda. El moreno comenzaba a entrar en pánico, sus manos se las frotaba de tal forma que en cualquier momento le saldría fuego de ellas. Sus piernas tomaron la decisión de moverse, su olfato se agudizó como si se hubiera quedado sin un sentido, sus oídos de igual forma, su hija tenía que aparecer sino ahí iba a correr sangre.

Después de, nuevamente, recorrer la casa, sin encontrar nada, se topó con los chicos al pie de las escaleras junto con varios empleados, al terminar de bajarlas una de las chicas se acercó a él titubeante. Masaomi se dio cuenta, así que sin elevar su voz le pidió que hablara. La joven se estrujaba la falda, con la cabeza gacha y con una voz temblorosa hablo.

–Yo-yo vi a la… pequeña entrar en las habitaciones de-del señor Akashi. – Levantó la vista, se mordía el labio y titubeante siguió. – La señorita de cabello rubio se le acercó cuando iba saliendo del servicio, no sé qué le dijo pero después la pequeña se volvió a meter, – Observó al señor Akashi. – Perdón señor estaba en la cava, no sabía que… apenas acabo de subir y… en verdad lo siento pensé que…

No termino de decir nada cuando un furioso moreno se acercó a la mujer, antes de siquiera acercarse, a unos cuanto pasos Murasakibara le detuvo.

– ¡¿Qué le has hecho a mi hija, maldita perra?! – Daiki se removía cual babosa con sal buscando librarse del agarre, su alfa clamaba sangre y él no se lo pensaba negar aunque esta fuera una mujer. – ¡Contesta maldita! – Lágrimas ardientes ya se deslizaban por sus mejillas, por más que intentaba tranquilizarlo no podían, el moreno era uno de los pocos alfas que podían matar por proteger a sus cachorros. – ¡Si las has lastimado de alguna forma más te vale no estar cerca porque lo vas a lamentar! ¡Y me va a importar poco que seas la pareja de mi Taiga! – Tomó varias bocanadas de aire, como si se hubiera sumergido en el agua por mucho tiempo, su corazón poco a poco se fue normalizando pero la sensación de matar con un constante burbujeo de preocupación no hacían la tarea fácil. –Suéltame Mura. – Con cierta reticencia los brazos contrarios fueron cediendo, se giró hacia la chica. – Por favor, llévame con ella.

La joven miró a su jefe para después comenzar a subir las escaleras con un moreno detrás.

 

--------------10-------------

 

Si tan sólo tuviera el poder de Superman junto con la imaginación de Batman, la noviecita de Kagami ya estuviera sufriendo las peores torturas jamás probadas. Bajo el chorro de agua, tratando de enfriar su cabeza, los recuerdos de la noche antepasada lo golpeaban cual camión sin consideración. Su pequeña no se atrevía a soltarle por nada, incluso el ir a trabajar era un martirio porque ella se quedaba llorando en los brazos de Tetsuya. Maldecía a la mujer por su imprudencia al igual que así mismo por no haberse dado cuenta de que la mujer haría cualquier acto con tal de alejarlo de Taiga.

Vamos, que el tipo ya ni caso le hacía. Suspiro, su mente divagaba entre lo de aquella noche y el rostro de Kagami, como si quisiera abrazarlo, pero no se atrevía. Empero, en ese momento no cabía pensamiento alguno que no fuera su pequeña, no le importaba si de igual forma él también estuviera llorando. El sufrimiento de ella lo sentía él. Así de simple, así era su lazo de padre, así era el lazo que Riko les había creado a ellos.

Aunque, viendo el lado bueno de la situación, una de las consecuencias fue que los padres de su elfo albino ofrecieran tregua para poder convivir con la pequeña, por ello la casa se encontraba en un total silencio, lastimando sus oídos.

Al salir de la ducha sólo se puso un bóxer y un suéter negro viejo, se hizo un par de sándwiches, prendió la televisión encontrando una película de acción. Sin quererlo, nuevamente su mente le jugó una mala pasada.

 

 

¡Yuki! ¡Yuki! Cariño, ¿estás bien? Abre la puerta. Los sollozos se escuchaban al otro lado de la puerta, tenues, como si estuvieran siendo cubiertos para no ser escuchados. Yuki, abre, es papá. Cariño por favor di…

¡Eres un mentiroso!  Mentiroso, liar, liar. El llanto se escuchó más fuerte. Aomine sintió como le atravesaron el pecho con una vara al rojo vivo, sin quererlo, tanto su animal interno como él, se llenaron de angustia. Pánico, miedo, reviviendo el momento de contar sobre el no retorno de su madre.

Yuki, ¿po-por qué dices eso pequeña? Sabes que yo no te mien…

¡Mentiroso! Me mentiste dijiste… dijiste que mamá murió por una enfermedad y… ¡Eso no es cierto!

Daiki tuvo que dar varias bocanadas de aire, se sentía a punto de entrar en un ataque de ansiedad, aquello no podía estarle pasando, su pequeña no podía, no podía…

¡Te odio! Ojalá mamá… ojalá mamá… eres un mentiroso daddy. La voz de la pequeña comenzó a bajar el tono, terminado en uno tan lastimero que Daiki sintió su corazón quebrarse. Los recuerdos de la ruptura con su chico llegaron cual vendaval, revolvieron su mente de tal forma que se sentía delante de la puerta de Kagami, que la de madera de Akashi. Sus ojos recorrieron el lugar en busca de distracción, tenía que calmarse o ambos terminarían colapsando y el adulto ahí era él. Parpadeo un par de veces, y, por un momento vio a su elfo albino mirándole con advertencia en el cuerpo de su padre.

Yuki, ¿Por qué dices que soy mentiroso? Su voz la cambio, se tragó todo su sentir, como si hubiera abierta la puerta a una zona de confort.

Porque, porque yo maté a mamá y-y porque por mi tú eres infeliz. El llanto se volvió a escuchar pero más cerca, el moreno olfateo, dedujo que su cachorro ahora se encontraba tras la puerta.

¿Quién dijo que no lo soy? Tú me haces feliz, mi amor.

¡No es cierto! ¡Tú no eres feliz, no cuando no estas con la persona que amas!... Además-además si yo no hubiera nacido mamá seguiría vivía y…

¡Deja de decir estupideces! Si tú no hubieras nacido Riko nunca hubiera cumplido su sueño, tú le… nos diste los mejores años de nuestras vidas y… Se calló ante lo que iba decir, respiro profundo, tenía que calmarse, esa conversación debía ser en privado y no en público. Maldijo en todos los idiomas a la mujer. Maldijo a Kagami porque de algún lado tenía que haberse enterado y el único era el idiota del pelirrojo.

Carajo. Maldición. Joder. Tenía que sacar a su hija de ese lugar a como diera lugar.

 

El constante golpeteo contra la puerta le hizo despertar, algo aturdido se paró del sofá, el timbre de igual forma era presionado.

–Ya voy, ya voy, deja de pegarte al timb… – su discurso de corto en cuanto abrió la puerta. –Ka… ¿Kagami?

No comprendía del todo que sucedía, en un momento se encontraba en la puerta y al otro ya estaba siendo besado-arrastrado dentro del lugar, como si nunca se hubieran separado. Sus labios recordaron cómo moverse ante tremendos movimientos, sus manos se aferraron a la camisa contraria y su espalda baja fue a dar a la mesa. Cuando el ósculo término, Kagami se encontraba en medio de sus piernas, sus manos a cada lado fungía como paredes sólidas, su esencia alfa se desbordaba a raudales sin misericordia. Su animal interno comenzó a gimotear ante la creciente excitación de tener a su alfa cerca.

–Tú y yo vamos a hablar y esta vez quiero la verdad o te juro que te voy a encadenar a mí por el resto de tu vida aunque tú no lo quieras.

 

-------------11-------------

 

Gemidos, jadeos, respiraciones erráticas, ropas tiradas junto con las sábanas era el escenario protagonizado por un par de cuerpos sumergidos en el éxtasis y placer en su estado más puro.

Aomine intentaba detener su cuerpo, ordenaba a sus labios y brazos dejar de aferrarse al cuerpo demandante sobre él. Su mente gritaba tiempo, su cuerpo aclamaba más y su corazón lloraba por el daño que este le hacía. Como pudo golpeó al pelirrojo con una almohada lo suficientemente fuerte para que se detuviera, en cuanto tuvo oportunidad se liberó de sus brazos para correr fuera de la habitación. Tomo lo primero que encontró en el suelo. Lástima que Taiga le diera alcance en sólo un par de minutos.

– ¡Suéltame, maldito violador!

–No, deja de gritar. – Kagami usó su voz de alfa dejando al moreno petrificado en su lugar, sus fuerzas fueron desistiendo al igual que sus brazos de forcejear. – Entra al auto. – El moreno entró sin decir absolutamente nada, siguió los movimientos del contrario hasta que este dio marcha al vehículo. Por reflejo se puso el cinturón, comenzando a retorcerse los dedos, una mano un poco más grande, se posó sobre la suya. – No haré nada, sólo cambiaremos de lugar para poder hablar. – La mano no se fue y él no hizo nada por quitarla.

No supo en qué momento se quedó dormido pero cuando abrió los ojos el sol ya comenzaba a ocultarse, el cielo se teñía de rojo y naranja. Giro el rostro para encontrarse con el perfil de su ex pareja, y, sin quererlo, su mano subió lentamente. Una corriente de calor surgió desde la punta de sus dedos, recorriendo hasta la última fibra de su cuerpo; sonrió. Sonrió porque había extrañado ese contacto, esa piel, ese calor y ¡dioses! se moría por probar nuevamente esos labios del infierno.

Él no era una persona normal, él no seguía las normas de lógica y por ello había perdido a su jinete. Kagami era el único capaz de montarlo sin miedo, de jalarle las riendas importándole poco sus deseos. Lo necesitaba como un adicto a su narcótico. La luz del sol bañaba su piel volviéndola más llamativa, sus labios parecían la misma llama roja del fuego, su nariz respingona pero no excediendo en tamaño o ancho. Su rostro era la perfección personificada.

Y, por ello, se quitó el cinturón, tomo su rostro; brindándoles a ambos un beso lento, como si de primerizos se tratara. Sabía que con aquello aceptaba el accionar del otro, escucharía las palabras pronunciadas de esa voz añorada, carajo, quizá ni terminarían de decir la primera sílaba pues serían dirigidos por el instinto. La dominación de alfa sobre un omega que una vez le perteneció. Y, él no iba a resistirse más, no iba hacer nada por parar las acciones contrarias porque por más que tratara de ocultarlo con odio o enojo, lo amaba.

–Para el auto.

–Si te voy abrir las piernas será en mi cama, no aquí.

–Taiga. – Daiki mordió la parte superior de la oreja. –Para el auto. – Sonrió cual gato Cheshire cuando el carro dejó de avanzar, pero su victoria fue golpeada ante la expresión seria de Kagami.

–No te voy a coger acá. Hablaremos, dependiendo de tus respuestas de voy a joder tan duro que no recordarás ni tu nombre salvo el mío. – Aventó al moreno al otro asiento. – Ahora deja de fastidiar, gata en celo. – El auto volvió a andar.

Aomine le veía entre divertido, enojado y ofuscado; parpadeo un par de veces para que la ficha cayera en su mente. Ahora el miedo lo tomo como su rehén. No podía ser lo que Kagami le había dado a entender. No podía. ¿Cierto?

– ¿Ta-Taiga? – Dudoso le llamó.

–Estas a nada de entrar en celo, ahora quédate callado o te violo.

El moreno no necesito escuchar nada más para quedarse quieto en su lugar, pero, por alguna razón, aquella orden, y el hecho de una promesa silenciosa, le hizo estremecer.

Aomine no supo cuánto más hicieron de camino para llegar a la casa del pelirrojo, pero aquello comenzaba a tornarse en el mismísimo tártaro, pues su celo comenzaba a presentarse en su cuerpo. ¡Carajo! Estaba tan preocupado por el idiota de Kagami y la nueva situación de su cachorro que olvidó tomarse las pastillas, maldecía e imaginaba todo tipo de escenario donde mataba a la tipa pelos de elote. Tomaba bocanadas de aire tan pesadas que sentía jalar hierro en lugar de aire, trataba de calmarse, había tomado el antebrazo de Taiga para sentir a su alfa cerca, su alfa que le satisfacería sin miramiento alguno.

Su corazón parecía un motor de carrera, su cuerpo vibraba como un maldito consolador. En esos momentos maldecía su naturaleza, un omega con esencia alfa, criado como alfa en lugar de omega, ese secreto sólo lo sabían su familia y cinco personas, bueno, cuatro porque una ya no estaba.

El auto paro pero él no podía ni moverse, se había aferrado a los costados del asiento como un soporte ante las abrumadoras sensaciones –y eso que apenas iba comenzando– sus piernas estaban fuertemente cerradas importándole poco si se lastimaba él mismo. No se percató de Kagami a un lado suyo y mucho menos cuando abrió la puerta.

–Sal. – Aomine negó. No quería, ni podía  mover un sólo músculo. Se sentía como un piano con las cuerdas tensas listas para producir sonido al menor toque del músico. – Sal Aomine. – El moreno volvió a negar, enterró más los dedos en el asiento y sus piernas fueron juntadas con más fuerza. – ¡Sal, Daiki!

Fue todo lo que necesito escuchar para acatar la orden de su alfa, quien desprendía tal cantidad de esencia que lo mareó. No pudo negarse a la orden de él y mucho menos si este usaba su voz. Una voz que sólo los omegas podían escuchar sin poderse negar hacer lo ordenado, esa voz a Daiki le asustaba como le excitaba, era deliciosa la sensación, un orgasmo auditivo capaz de ponerlo de rodillas si Taiga se lo pedía con esa voz.

– ¿Cómo saliste con sólo una camisa cubriendo tu cuerpo?

–Fue lo único que pude tomar. – Aomine luchaba con sus instintos pero la batalla la estaba perdiendo, su animal interno arañaba por comenzar a recibir las atenciones del alfa, su cuerpo se quería mover de tal forma para seducirlo, su miembro ya estaba completamente erguido, dolía por lo ajustado de su boxer. Se recargo en la mesa pues ni siquiera observó la casa al entrar, sólo buscaba un lugar al cual sostenerse.

–Aomine, te hice una pregunta, contesta. – El moreno parpadeo enfocando su vista en el rostro contrario, no había escuchado ni jota de lo que el pelirrojo había dicho. – Aomine. ¿Cómo fue que tú y Riko terminaron siendo más que amigos?

–Sólo éramos amigos. – Su garganta estaba reseca, las olas de calor se presentaba con más poder por cada minuto que pasaba. Escuchaba a la lejanía las palabras del pelirrojo, entendía las preguntas pero no sabía si sus respuestas eran las correctas o eran simples jadeos llamando a su pareja.

En un momento tuvo que sentarse sobre la mesa, su miembro punzaba, su pecho le asfixiaba, el deseo de tocarse era grande pero la orden fue dada, tenía prohibido tocarse. ¡Maldita sea! Como siguiera así iba a… no sabía. No sabía cómo reaccionaría su cuerpo o él mismo ante la ignorancia de Kagami, justo ese momento su mente decidió jugar con él, pues los recuerdos –con el sentimiento incluido– allanaron su consciente. Las palabras, las acciones, el último beso furioso de parte de Taiga; todo regreso, la sorpresa de ver aquellos ojos rubíes inundados de tristeza, decepción y dolor, después la puerta cerrándose enfrente de él sin haber pronunciado palabra alguna en su defensa.

Después las acusaciones de sus amigos, el abandono de su familia, la pelea con los padres de Riko; la asfixia e impotencia de ver a su elfo irse apagando con cada quimioterapia, su pequeña y la muerte de ella.

Todo vino cual vendaval endiablado, era demasiado para asimilar, sobre todo en su estado actual, donde lo único que quería era ser llenado con el pene de su alfa. Pero aquello se le negaba, entonces, ¿para qué llegó su celo? Sólo lo lastimaba. Lo humillaba y lo convertía en algo que no era. Se sentía un maldito animal, una gata, una perra, una puta dispuesta a alzar el culo a quien sea con tal de satisfacerse; por eso había aceptado esas pastillas, donde su celo se suprima al noventa y nueve por ciento. Preocupándose únicamente de su cachorro, pero ahora, tenía a su alfa enfrente exigiendo respuesta mientras él sólo desea ser follado.

–No llores… no llores precioso. – Aomine trato de calmarse, ¿estaba llorando? ¿Cuándo comenzó? Quizá era demasiado y por ello su subconsciente tomaba los controles de sus lagrimales. No obstante, enfocando mejor, noto que Kagami lo abrazaba mientras le susurraba palabras suaves al oído. Se aferró a él y este después, se separó limpiando su rostro. –Apenas y contestas, tu olor es demasiado fuerte. – Le beso superficialmente los labios.

–Po-por favor Taiga, sa-sabes que no me gusta esto… porfavor. – Escondió el rostro en el cuello contrario, sus lágrimas seguían fluyendo.

– Tal parece, tendremos que postergar esta charla. – Kagami le abrió las piernas. – Además, ¿Quién se puede controlar con tremendo manjar? – Se metió entre ellas, le tomó de la cintura para después quitarle el bóxer excesivamente húmedo. – Dioses Daiki, – Olió y lamió su cuello. – Hueles tan bien.

El moreno apenas pudo pronunciar las primeras dos letras del nombre del pelirrojo, pues unos labios ya cazaban los suyos, gimoteo varias veces dentro del beso, sus brazos se fueron tras el cuello y el beso se interrumpió por un fuerte gemido, acompañado de la sorpresa, al sentir el pene contrario moverse contra el suyo, con la adicional de la tela.

Su respiración era tan pesada como la de Taiga, comenzó a moverse para sentir mejor el miembro contrario pero recibió un fuerte gruñido de advertencia de parte del alfa, mostrando el cuello en completa sumisión. A veces olvidaba que durante su celo el alfa tenía el control, pero su cuerpo estaba tan caliente como necesitado que lo único anhelado era, ese falo grueso y venoso en su boca o ano. Lo que fuera con tal de menguar un poco el calor.

–Taiga… ah, más…

El pelirrojo le levantó, en automático enrollo sus piernas y brazos en la cintura y cuello contrario mientras repartía besos, lamidas y succiones por el cuello, rostro, labios y orejas de su alfa. Quería demostrar que era buen omega, por ende, merecía como recompensa ser follado por él.

–Controla un poco tu olor Daiki.

–No… quiero más… follame Taiga, quiero sentirte dentro. – Lamió su mejilla derecha. –Vente dentro, hazme temblar, te deseo tanto alfa… mi alfa – Le beso la punta de la nariz para después, ser él el cazador.

El beso se transformó en una batalla donde cedió el control a Taiga, su pelvis se movía despacio con intervalos lentos; sus dedos acariciaban el cuero cabelludo.

–Quítate la ropa.

La mirada de Kagami ante su orden le provocó bajar la mirada, pero contrario a lo que imagino que este le haría, lo beso para acto seguido caminar. Cayo todo desparramado por la fuerza con la que fue aventado en la cama, estaba por protestar pero las palabras murieron al ver a Taiga desprenderse de sus ropas. Una a una fueron saliendo desprotegiendo aquella piel caramelo que se moría por probar nuevamente, encontrar un nuevo sabor o recordar el anterior, sentir la densidad de cada músculo trabajado, el calor invadiendo su piel por la contraria; el golpeteo contra el pecho sincronizándose con el suyo, las piernas enredadas y los dedos entremezclados. Donde no sabía dónde comenzaba uno y terminaba el otro.

–Deja de comerme con la mirada y muestra ese trasero virgen. – Esa maldita sonrisa prepotente tendría que ser borrada.

– ¿Y quién te dijo que era virgen? – La sonrisa traviesa no desapareció ni aunque Taiga se le hubiera lanzado, mordido sus labios y clavícula.

–No hueles a nada, salvo a cachorro.

–Te recuerdo alfa idiota, que el honor lo tuviste tú. – Hundió su nariz en el  cuello contrario, dejó un camino de besos hasta morder la oreja contraria. Con voz suave y seductora continuo. – Y lo sigues conservando.

Después de pronunciar esas palabras perdió la noción de todo a su alrededor, apenas podía sentir en plenitud las manos de Kagami recorriendo su piel, sus dedos los sentía como agua helada circulando por su piel, aminorando el fuego que transitaba sus venas. Sus cuerdas vocales solo emitían jadeos profundos, gemidos largos, chillidos extasiados y el nombre de su alfa. Los dedos, en algunas partes, se cambiaron por labios o lengua, igual o más fría que el tacto.

Su pene fue tragado por paredes húmedas y calientes, era tratado con fuerza. Sus piernas fueron abiertas nuevamente para después ser elevadas, bajo su cadera una almohada fue puesta y su trasero expuesto sin pudor alguno.

–Rosa, un perfecto botón de rosa. – Un  dedo entró y un gemido salió. – Está completamente húmedo aquí dentro Daiki. – Otro dedo acompañó al invasor, por inercia abrió más la piernas, poco después un tercero y su pelvis cobró vida propia; se movía al compás de las penetraciones mientras sus pezones eran estimulados por mordidas, succiones o lamidas. –Eres una maldita puta Daiki, – Saco sus dedos para mostrarselos. –Estas completamente lubricado gatito.

Daiki ya no sabía a dónde o cómo sostenerse, una mano se aferraba a las sábanas, otra a la almohada, pero por momentos se iba a la cabeza de Taiga. Demasiado placer. Demasiado calor.

–Taiga. – Un llamado y un ósculo fue iniciado. Tan asfixiante, tan placentero y tan necesitado como el aire mismo. – Ya… Taiga, lo quiero ya.

El pelirrojo le beso la nariz, tomó sus caderas y la penetración se dio. Ambos gimieron alto, ambos con la respiración cortada pero sus ojos no se desconectaron. El tiempo se detuvo, fue como si nunca se hubieran separado, la pertenencia le golpeó cual gancho al estómago. Ese era su lugar, su alfa sobre él saciándolo, mimándolo. Sólo él. Sólo ellos. Sólo el maldito descontrol hundienlos en el placer más tóxico que un omega le puede provocar a un alfa.

Los embates se dieron en diferentes grados de fuerza, las palabras murieron dejando como únicos sonido el choque de cuerpos, de jadeos o gemido prolongados por las acciones recibidas. El tiempo no fue cronometrado, pero si cada acto se sintió eterno como efímero. El clímax les llegaba cual bomba, la onda expansiva les recorría exquisitamente que los noqueaba lo suficiente para respirar, mirarse, cambiar de posición y comenzar de nuevo.

 

----------12----------

 

Parecía un gato. Uno el cual ronroneaba al recibir las caricias suaves sobre su espalda, círculos, líneas o dibujos, todo era delicioso y… un poco doloroso pues llevaban diez minutos en la misma posición esperando a que el nudo de su alfa bajara para poder moverse. Ya no recordaba por cual ronda iban y mucho menos el día, parecía que su celo hiciera su santa voluntad o quizá sólo estaba reclamando por el tiempo en el que fue suprimido.

El silencio era delicioso, el olor lo tenía completamente drogado y sus brazos no se cansaban de aferrarse al torso contrario. Las preguntas que antes intentó hacerle Kagami fueron contestadas en la espera, ahora sólo quedaba el disfrutar el post-orgasmo con las caricias contrarias. Esperaba que por fin le dejara ir a tomar una ducha, se sentía demasiado pegajoso y sudoroso.

– ¿Qué tanto piensas gatito?

–Quiero una ducha. – Aomine arrugó el ceño ante la risa que soltó Kagami. – No te burles estúpido, exijo una ducha, apesto y estoy todo pegajosos y sudado.

–El olor no se irá.

–Eso no me importa, sólo quiero bañarme.

–Deja de hacer pucheros o te vuelo a montar.

– ¡No te atrevas Kagami! – Le miro con el ceño fruncido y puchero en los labios. –En serio, quiero ducharme.

–Como decirle no a esa carita enfurruñada.

–Estúpido alfa.

–Omega mimoso.

Daiki ocultó su sonrisa al ponerse de cara contra el pecho de Kagami. Amaba a ese hombre.

 

Los besos en su cuello eran deliciosos pero esos dedos en su espalda baja y caderas eran la gloria, el agua templada relajaba sus músculos. Se recargo al completo en el cuerpo tras él, olió y lamió la piel a su alcance. Había extrañado tanto esos momentos en la bañera. Fue apresado por su cintura para después recibir pequeñas mariposas en sus hombros.

–Taiga. – El pelirrojo detuvo sus acciones, diciéndole que tenía su atención. – ¿Qué somos?... ¿Me abandonaras?

–No, pero sólo para corroborar… –Le tomó del mentón para que lo viera a los ojos. – Su acercamiento fue por la pelea que tuvimos sobre la cena olvidada por mí, tomaron, salieron y se hicieron amigos, después, Riko te contó sobre su enfermedad y su deseo. Tú le dijiste que serias su donador pero ambos no mencionaron nada, dando como resultado el abandono de todos, el odio de Hyuga y el mío a ustedes… ¿Algo se me escapa?

–Si- si lo resumes así, pues sí. – Desvió los ojos. – Te falto que tengo una hija.

–Verdad, tenemos una hija. – Ante su respuesta el moreno le miró sorprendido y un tanto anonadado. ¿Acaso Taiga…? – Tenemos una niña que ha sacado lo mejor de sus padres.

–Taiga.

–También tenemos que hablar sobre la boda, ¿te gustaría que fuera en invierno?

El moreno le miró por un largo rato hasta que se giró para besarlo al completo, un beso que termino en sexo en la bañera para rematar en la cama.

 

---------13----------

 

–Entonces… me mandastes con los abuelos para que regresaras a decirme que... ¿Te vas a casa con el señor Kagami?

Ambos adultos se removieron en sus asientos ante la mirada severa de la niña, la seriedad en su rostro le divertía a Daiki  pues de algún modo ese accionar se parecía tanto al de Riko que lo más probable es que el pelirrojo estuviera a nada de bajar la mirada. Sin embargo, Aomine podía jurara que ante sí tenía a una alfa.

–Daddy, stop dreaming and pay attention. Sé que te mueres por casarte con él Apuntó al pelirrojo. pero mínimo préstame atención.

No estoy soñando y si te estoy prestando atención, Le sonrió. ¿Qué dices? ¿Lo aceptas o no?

Aunque me negara de igual forma lo vas a hacer, Suspiro. pero quiero un hermanito. Y se fue.

Tras de sí, dejó a un moreno sonrojado y avergonzado, acompañado de un alfa divertido por las ocurrencias de la niña, después de todo, era hija de Aomine Daiki y Aida Riko un par para nada cuerdo, con el orgullo igual de inmenso que el universo pero tan tiernos y lindos a su manera. No podía esperar por ver a su pareja preñada pero sobre todo por volverle a meter mano.

 

 

De eso se trata, de coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos.

Mario Benedetti.

 

Notas finales:

Y esto surgió de quien sabe donde, ojala les haya gustado.

¡Felices fiestas!

Comentarios, sugerencias y tomatazos son bien recibidos.

Hasta la próxima. ¡Yanne!


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