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Sección Roja [JaeDo] [NCT] por Kuromitsu

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—Como ya tiene la autorización de sus padres y el dinero de la membresía, rellene la forma que está en el mesón de la esquina, luego entréguemela y le sacaré una foto. En cinco minutos su credencial estará lista.

Le sonríe cordialmente al pequeño joven que con nerviosismo ha preguntado con un acento que no logra identificar, poniéndose en puntillas para alcanzar el alto mesón en el que a diario debe atender a los múltiples asistentes a la biblioteca que regenta. Su menudo cuerpo desaparece después de un asentimiento y le ve escribiendo uno de los tantos papeles que están dispuestos sobre la mesa color caoba situada contra la pared de la derecha, antes de finalmente dejar de observarlo y concentrarse en el inventario que llena miles de cuadritos de Excel. Un nuevo cargamento vendrá pronto y es mejor dejar todo listo antes de que eso ocurra, pero clasificar todo por editorial tal como le ha pedido su padre —con voz autoritaria antes de dar un portazo e irse, con su amabilidad característica saliendo a flote—, realmente será un dolor de cabeza.

Y suficiente tiene con tratar de mantener todo bajo control por cuenta propia después de que las llaves del negocio familiar pasaran a sus manos, tan solo un mes atrás. Suspira pesadamente, a punto de quitarse la molesta placa con su nombre que está obligado a usar e irse para siempre del lugar donde le han obligado a trabajar para "sentar cabeza de una vez". Reprime una sonrisa mientras sigue tecleando sin parar en el ordenador. Ya, tal vez sus padres tienen razón al decir que debe madurar a sus diecinueve años y que necesita dejar de gastar su dinero en cosas innecesarias como playeras de conejito, o calcetines de conejito, o pantalones de conejito, o hasta ropa interior de conejito... ¡pero es que son tan lindos que es imposible no hacerlo! Incluso si en su momento le costó todo el dinero ganado en el verano pasado —de mesero en un café en el cual no duró mucho antes de volver a los tiempos de vagancia—, ahora lucía unas orgullosas zapatillas de conejito que se veían muy masculinas a pesar de lo adorable que eran los animalillos impresos en la tela.

O mejor dicho, lo masculinos que lucirían en sus pies si tan solo fuese capaz de utilizarlas en el trabajo, pero no. Está obligado a usar burdos zapatos negros que hacen juego al resto de su ropa exceptuando a la pulcra e inmaculada camisa blanca: la libertad de ser él mismo solo comienza una vez está fuera del sitio al que le han forzado mantener el orden, en una forma de organizarse a sí mismo también. Levanta apenas la vista cuando ve el papel que le tiende el mismo chiquillo de antes, demasiado concentrado en el inventario como para ser amable tal como hace unos minutos atrás... pero entonces algo en el fondo capta su atención.

—Aquí está la forma. Eh, señor... "Kim DongYoung" dice ahí en su credencial, ¿señor DongYoung? ¿Me está escuchando?

Ignora olímpicamente al chiquillo que parece hasta saltar para alcanzar el mesón porque más allá de él, hay otra persona. Lo ha visto varias veces antes. Su gran altura —similar a la suya propia— no es el único motivo por el cual específicamente ese hombre le ha llamado la atención desde que comenzó a trabajar, ni lo extraño que es verle venir todos los días de lunes a viernes sin excepción alguna, ni tampoco el que hasta estas alturas no haya solicitado la credencial de miembro para tener la facultad de llevarse alguno de los libros a casa. Sí, de seguro la suma de todas esas cosas debería ser más que suficientes para poner su ojo avizor sobre quien a todas luces debe tener una edad cercana a la suya, pero ninguna de ellas es la razón fundamental por la cual el chico le llama tanto la atención.

Y es que de nuevo ha sacado uno de los libros de una estantería pequeña, decorados con adorables conejitos, para sentarse en el único sillón disponible y ponerse a leer con una sonrisa que hace aflorar unos llamativos hoyuelos en sus pómulos lechosos.

Esa es justamente la razón por la cual lo ha podido discernir del resto en la concurrida biblioteca. Porque un amante de los conejos tal como lo es él mismo no es algo que se vea todos los días, y menos con una sonrisa tan encantadora como la suya.

Y aún menos que sea capaz de hacerle latir el corazón con rapidez tal como lo hace él.

———

La cortina metálica resuena al caer estrepitosamente sobre el suelo, impidiendo la llegada de más personas después del horario que sagradamente se encarga de cumplir: ningún extraño antes de las nueve de la mañana, ni un amante de los libros después de las diez de la noche. Suspira cortamente para comenzar a caminar entre los interminables pasillos, de forma pausada aunque le cueste preciados minutos de sueño. Siempre hay uno o dos libros que están fuera del lugar que les corresponde, y por lo mismo dar un vistazo es algo rutinario para evitar malos entendidos con los clientes al no encontrar el título que buscan en la sección que debería estar.

Toma uno, dos, tres libros con etiquetas de diferente color al sector donde están ubicados que comienzan a pesar en sus delgados brazos, pero la lista no se detiene. Sus piernas, sí. Desconcertado, se toma un par de segundos para analizar la situación.

Ninguno de los libros de las estanterías que tiene a ambos lados está en su lugar.

———

"Por favor, apenas termine con la lectura déjelo en el mismo lugar del que lo ha sacado, gracias"

"Me haría un enorme favor si mantuviese el orden..."

"...Sí, son meras medidas precautorias, el inventario se ha ido un poco de las manos y con la cantidad de público nuevo..."

Esa y tantas otras variantes se hacen frecuentes al correr de los días, donde las ojeras de Kim DongYoung se hacen tan profundas que ni con todo el maquillaje —robado de la habitación de su madre— del mundo es capaz de eliminarlas. Hace todo lo que está a su alcance para no desmoralizarse bajo las inquisitivas miradas de los clientes porque vaya que tiene un rostro desastroso después de tantas noches durmiendo poco y, para más remate, en contra de su propia voluntad.

Pero no más. Sería demasiado inocente si creyera que tan solo por dejar entrever al ojo público lo mal que ha dormido últimamente podría sensibilizar al culpable, por lo que derechamente ha optado por medidas más drásticas. Enciende el ordenador mas no abre la planilla del inventario como siempre; el ratón sigue su curso por la pantalla hasta hacer doble click sobre un ícono que sabe exactamente para qué sirve. Los nudillos le truenan al estirar sus palmas entrelazadas y es ahí donde al fin el programa finalmente arranca.

Cuatro mini pantallas. Cuatro ángulos, mostrando las áreas más concurridas de la biblioteca, grabándolo todo e infundiéndole al fin un sentido de seguridad. Convencer a su padre de que le dejara utilizar el viejo sistema de vigilancia no fue difícil, y menos con las palabras "libros perdidos" "posible robo" metidas en medio de su discurso. Tacaño y amargado, a lo único que realmente se aferra su padre es al dinero, y censar la más mínima posibilidad de pérdida de algunos libros más caros que el sueldo que recibe mensualmente pues claro que es una herramienta de la cual valerse; más considerando lo mucho que necesita encontrar al o los responsables tras su pérdida constante de sueño, el que se ha reducido a la insignificante cifra de cuatro horas por día.

De lo único que está seguro es que, apenas vea a los culpables in fraganti, se encargará de que como mínimo pasen el resto de sus vidas como esclavos ordenando la biblioteca para que entiendan la lección de una buena vez por todas.

No solo es el desorden, sino la posibilidad de que los preciados libros se pierdan para siempre el factor que le tiene los pelos de punta.

—Disculpa...

Una voz que no ha escuchado nunca antes demanda su atención, y sería capaz de pedirle un segundo para seguir revisando atentamente las cámaras vigilantes... si tan solo no se tratara de él.

—¿En qué... en qué puedo ayudarle?

Tartamudea. El "chico de los hoyuelos" le hace honor al apodo con el que ha decidido llamarle internamente y despliega una sonrisa cálida; mucho más cordial que la suya propia, tan tirante que le hace doler los pómulos al realizarla en su presencia.

—¿Sabes dónde está el libro de "La liebre y la tortuga"?

—Ah, las fábulas de Esopo —responde de inmediato con emoción, alcanzando su teclado sin dejar de mirar el cándido rostro de quien no ha borrado su sonrisa, hasta que nota que es inútil revisar en los registros porque solo hay un lugar donde puede estar. Los libros que contienen conejos (y animales afines, como las adorables liebres) son su especialidad, y podría encontrarlos en la inmensa biblioteca incluso a ojos cerrados—. Debería estar en la tercera fila de la sección morada, junto al resto de las fábu-

—Oh, por eso pregunto, no está ahí —menciona con un suspiro, arrastrando las palabras en una clara muestra de decepción.

—No otra vez...

—¿Otra vez?

—...Lo siento, estaba divagando —alcanza a decir con una sonrisa, incapaz de mencionar aquello que le tiene tan ocupado desde hace varias noches. El desorden de los estantes parece que no se detiene, pero al menos está seguro (no sin antes sopesarlo durante un instante) de que esta vez no tiene nada que ver con ello; la sección infantil se encuentra normalmente en un caos, algo normal dado el tipo de público al que atrae. Un hombre de aproximadamente su edad como al que tiene al frente no cae dentro de esa categoría, pero tampoco es capaz de preguntar por qué quiere leer un cuento infantil como ese—. Le ayudaría a buscarlo pero como ve no puedo dejar el mesón solo hasta que llegue un relevo. Y lamentablemente no tenemos uno.

"Hasta que el tacaño de mi padre se dé cuenta que yo solo no puedo con todo esto" quiere añadir, mas no es capaz de verbalizarlo y simplemente ve al alto chico asentir antes de darse la vuelta.

Sin embargo, tampoco es capaz de reprimirlo todo. No cuando tiene tan cerca a la persona que vuelve sus pensamientos en un desastre con tan solo una de sus sonrisas.

—Usted... —tartamudea cuando la profunda mirada del contrario se vuelve a clavar en su persona, y baja la cabeza antes de proseguir—. Siempre le veo por acá y sé que no tiene una credencial para así poder llevarse libros a su casa, ¿por qué...?

Frunce los labios cuando se da cuenta demasiado tarde que quizá ha hablado de más, pero el desconocido en vez de enojarse tan solo ríe. Con suavidad, como un murmullo que armoniza perfectamente con el silencio del lugar.

Sí, porque afortunadamente al parecer no se ha dado cuenta de lo mucho que le gustaría saber su nombre. Conocer a un amante de los conejitos definitivamente sería una experiencia interesante.

No tiene nada que ver con lo llamativo de sus hoyuelos ni lo cálida de su sonrisa ni menos con lo mucho que logra hacer latir su corazón. No. Imposible.

—Me gusta venir acá. Es cómodo —responde tranquilamente—. Supongo que algún día me haré una... "Kim DongYoung".

Lo único que nota antes de verle partir es su mano apuntándole directamente a la altura del pecho, donde tiene colgada su credencial de bibliotecario, y alcanza a escuchar apenas una frase antes de que su cuerpo musculoso pero delgado a la vez desaparezca por la puerta de salida hacia la bulliciosa calle principal en la que están insertos.

—...Por cierto, me puedes decir JaeHyun.

Resopla al verlo ir, incrédulo ante su atrevimiento y la seguridad de su voz, pero no puede evitar que una sonrisa sincera salga de sus labios. JaeHyun suena más que bien. Perfecto, a decir verdad.

Lleva la mano derecha a su pecho. Está latiendo tan fuerte que hasta le eriza la piel, y quiere pensar que tan solo ha sido el frío que se ha colado cuando JaeHyun ha abierto la puerta.

Pero no es capaz de engañarse a sí mismo y por eso simplemente suspira con nerviosismo antes de proseguir con su labor. La revisión de las cámaras parece más aburrida que nunca ahora que su distracción se ha ido, pero de todas formas continúa infatigablemente mirando con atención, en medio de los momentos donde debe dejar de hacerlo para responder preguntas o realizar una que otra ocasional membresía. El tiempo pasa volando y el estruendo de la cortina cerrándose llega más pronto de lo que espera, y es ahí donde al fin puede sonreír porque no ha visto nada raro en todo el tiempo en que ha estado vigilando atentamente. Al fin una noche durmiendo las horas que por derecho le corresponden. Su corto cabello —de tonalidades naranjas, el único cambio drástico que su padre le ha permitido llevar en el trabajo— se agita ligeramente al dar unos pequeños saltitos, en total libertad porque no hay nadie mirándole además de las cámaras, y gira en el fondo del pasillo para entrar a otro de los tantos recovecos.

—Mier...

El "da" queda flotando en su cabeza, incapaz de pronunciarlo o de siquiera respirar.

Todo absolutamente desordenado. Etiquetas cambiadas de lugar y libros fuera de su sección, en un caos que termina por darle ganas hasta de llorar. Ni aunque se quede toda la noche ordenando sería capaz de organizarlo como antes ni de comprobar que no se han llevado nada.

Y repara en el error que le ha llevado a ese estado de desesperación cuando nota, al buscar frenéticamente en las grabaciones del día, que es justo el lugar donde las cámaras tienen un punto ciego.

———

—Señor DongYoung, se ve muy cansado.

El mismo chiquillo que ha pedido su membresía apenas un par de semanas atrás ha vuelto a hablarle, con su impertinencia logrando despertarle un poco de sus ensoñaciones de lindos conejos brincando en la pradera. Apretando el puente de su nariz entre los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, termina bostezando en contra de su voluntad.

—Perdón, RenJun, es que no he dormido en toda la noche.

—Se nota —el pequeño asiente con una sonrisa que no es con malas intenciones, al contrario. Huang RenJun (tal como estipula la credencial que orgullosamente lleva a todos lados dentro de la biblioteca, a la que ha tenido que escanear varias veces pues el menor es un asiduo lector que ama llevarse múltiples obras a casa) se comporta de manera ejemplar para sus cortos catorce años: ordena los libros correspondientes al rincón infantil sin que se lo pida ni mucho menos, simplemente en un acto de generosidad que agradece profundamente. Sin él, el lugar estaría incluso peor de lo que ya está—. ¿Ya sabe qué hacer para encontrar al culpable? No he visto a nadie sospechoso mientras leo, lo siento por no ser de ayuda...

—¡No, qué dices! —le corta en seco con una sonrisa culpable. RenJun ni siquiera debería estar preocupándose por cosas que no le corresponden, no. El problema ahí le pertenece a su exclusiva responsabilidad... y es por eso que después de noches enteras tratando de solucionar el cúmulo de desorden que no deja de aumentar progresivamente al fin sabe qué hacer. Y ha tomado cartas en el asunto—. Ya lo tengo bajo control. Mira.

La mirada del menor sigue, curiosa, la dirección en que está apuntando. En el rincón más lejano de la biblioteca una cámara de color negro se camufla a la perfección entre los largos estantes, pero sabe que está filmando cada paso que cualquiera haga en su rango de observación. Sonríe, satisfecho tras el traslado de una de las viejas cámaras a aquel punto; proceso que le ha llevado toda la bendita noche pero que ciertamente dará sus frutos.

—Realmente es usted muy inteligente, señor —RenJun asiente con una formalidad tan tierna al mismo tiempo que le dan ganas de pincharle las mejillas, pero es en ese segundo en que el menor se entretiene con el reloj de pulsera que lleva en la muñeca derecha y un gesto de preocupación aparece en su rostro—. Ya se está haciendo tarde, mamá me regañará si no llego antes de que se oscurezca. Espero que encuentre al responsable, ¡adiós!

—Ten cuidado en el regreso a casa —responde, y en una exhalación el menudo chico abandona finalmente el lugar, con el reloj de su computadora marcando las siete y veinte minutos de la tarde. Todavía faltan poco menos de tres horas para irse a casa.

Con los párpados caídos es que sigue vigilando cada una de las cuatro cámaras, entre largos bostezos y la imperiosa necesidad de recostar su cabeza en cualquier superficie —hasta el teclado se ve relativamente cómodo— para dormir aunque sea cinco minutos. Ya es jueves. Solo un día más y podrá al fin dormir como necesita. La lata de bebida energética resuena cuando la toma entre sus dedos y el sorbo termina por escurrírsele por el mentón cuando nota al fin algo.

La cámara número cuatro no miente. Ahí, en el lugar que antes era su punto ciego, una persona no deja de quitar los libros para transportarlos a otras estanterías e intercambiarlos por otros, seleccionando algunos como si tuviese mucha práctica en ello. Perplejo, nota sus rasgos incluso a pesar de lo borroso de la grabación en vivo y quiere creer que simplemente está confundiéndole por otra persona, pero no.

Sigue el trayecto del culpable, el que se aleja del campo de visión de las cámaras y termina apareciendo en el sector de los asientos para ponerse a repasar uno de los libros, pasando las páginas lentamente con una sonrisa que deja entrever unos característicos hoyuelos, como si no hubiese hecho absolutamente nada malo. Enmudece, con la rabia hirviéndole la piel, y pone las manos en los apoyabrazos para impulsarse fuera de su silla de escritorio y gritarle de una vez por todas al imbécil que le ha tenido sin dormir durante tanto tiempo. Que además, ha hecho de sus sentimientos un lío.

No todos los amantes de los conejitos son personas buenas, tal como ha creído inocentemente desde niño. Y es por eso que está listo para insultar a ese tal "JaeHyun" como mínimo, incluso si eso hace que todos los presentes se giren a mirarle y pueda perder el trabajo porque claro, las grabaciones de las cámaras de seguridad quedarán ahí hasta que su padre las revise, tal como hace semanalmente.

En fin, nunca le ha gustado su trabajo después de todo. El peso del asiento cruje cuando al fin se levanta, decidido.

—Eh, señor bibliotecario, ¿dónde me inscribo?

No obstante, un adolescente con aires de rebeldía le impide seguir con su decidido plan y se ve obligado a sentarse de nuevo, con las manos temblorosas por la adrenalina reprimida al tenderle la hoja. No alcanza a tomar ni un respiro cuando una mujer entrada en años le pregunta acerca de la ubicación de algunos clásicos, a la que ayuda con amabilidad, y justo en el momento que tiene las fuerzas preparadas para levantarse de nuevo otra persona aparece de la nada, inquiriéndole la fecha exacta del inicio del club de lectura que su tan inteligente padre le ha obligado a realizar ("¿y cómo se supone que lo haga con esta cantidad de trabajo?" es lo que alcanzó a musitar en aquel instante antes de que el cariñoso de su progenitor le cerrara la puerta de la oficina en las narices).

El trabajo se vuelve exponencialmente más pesado, con molestas personas preguntando por qué no pueden encontrar sus títulos favoritos donde se supone que deberían estar, y forzándose a mantener los ojos abiertos mientras intenta responder a cada uno de los usuarios es que el tiempo termina diluyéndose como si nunca hubiese existido. La cortina metálica nuevamente resuena a las diez en punto y con dificultad se deja caer unos segundos al piso de madera, demasiado agotado para mover un dedo siquiera, listo para dormir ahí mismo hasta el próximo día.

Pero un ruido que le eriza los vellos de la nuca le impide hacerlo y en cambio activa todos sus sentidos de alerta. Temblando, logra levantarse y toma entre sus manos el libro más cercano —el que con un rápido vistazo descubre que tampoco se encuentra en su sección correspondiente—, listo para usarlo como arma de ser necesario. El ruido aumenta en intensidad, y entonces...

—¿Qué haces tú acá...?

La perplejidad le impide aventarle el tomo de tapa dura que tiene levantado sobre la cabeza al chico que como si nada se ve entretenido leyendo una de las portadas de los tantos libros. Reconoce la etiqueta que claramente no corresponde a la sección donde lo está poniendo, la amarilla correspondiente a los libros de autoayuda, y alcanza a agarrar su muñeca antes de que el desorden aumente de nuevo.

—¡Hey! ¿Es que no te das cuenta? ¡Ya está cerrado!

El mismo chico al que ha estado a punto de gritar horas antes al pillarle a través de la cámara de vigilancia simplemente le queda mirando, sorprendido. La mano que tiene libre busca algo y solo ahí nota los audífonos negros que está usando, los que al estar fuera de sus orejas resuenan con un pequeño murmullo de baterías y guitarras estruendosas.

—Perdón, ¿qué dijiste? Con la música me es imposible escuchar nada.

—Que... ugh, no puedo creerlo, JaeHyun —algo se revuelve en su estómago al llamarle por su nombre por primera vez. Termina por soltar su muñeca solo para pasarse las manos por toda la cara, desesperado. Con un último suspiro de frustración puede recién continuar, ante la mirada atenta del otro—. Son las diez de la noche. Ya cerramos. Debes irte ahora mismo.

—¿De verdad? —su interlocutor parece más que sorprendido durante un par de segundos antes de sonreír, con sus estúpidos y adorables hoyuelos haciendo aparición una vez más. ¿Qué es tan divertido de todo el asunto? ¿Es que no se da cuenta de lo poco y nada que ha dormido últimamente por su culpa?—. Woah, el tiempo realmente vuela cuando estoy acá. Me iré de inmediato, descuida.

Asiente, aliviado de verle partir porque así también su corazón tendrá un respiro después de saber a la perfección lo rápido que lo hace latir; mas esa tranquilidad se esfuma cuando el chico comienza a rellenar los espacios vacíos en la estantería con los escasos libros que tiene entre brazos, ninguno correlativo a su lugar.

—¡No! ¡¿Es que no sabes mirar?! ¡Esos libros no pertenecen acá! —apunta la etiqueta brillante de color que cada uno de los libros mantiene en la parte de abajo del lomo, y luego al letrero sobre la estantería, solo para volver a apuntar a uno de los libros mal puestos—. ¡Estamos en la sección amarilla! ¡Esos libros pertenecen a la roja! ¿Tienes idea de lo mucho que me ha costado ordenar noche tras noche el caos que tú a propósito dejas cada maldita jornada? ¡Anoche ni siquiera pude dormir por tu culpa! ¡¡Eres realmente molesto!!

La última frase sale desde lo más profundo de sus adormilados pensamientos, incapaz de acallarla a tiempo. Su padre definitivamente le echará del trabajo apenas vea la grabación de la forma en que ha tratado a un cliente, lo sabe, pero ha valido totalmente la pena porque el insoportable chico de los hoyuelos no volverá a hacerlo. Lo ve en sus ojos.

Pero lo que también ve, y es algo a lo que no estaba para nada preparado, es al ligero matiz de dolor que ensombrece su antes risueña mirada.

Y algo en su pecho duele enormemente al notarlo.

—No creí que sería una molestia...

—Por supuesto, apenas he dormido estos días. No entiendo por qué lo haces, no tiene razón de ser —responde en un susurro, incapaz de decir más porque la expresión decepcionada del otro es demasiado profunda como para reprenderle más. Cada rápido latido duele.

—...Perdón. No volveré, DongYoung, de verdad no quiero incomodarte.

Desvía la vista cuando el chico de lustrosos cabellos castaños da una pequeña reverencia y pasa por su lado, con un tenue aroma a pinos y cedros haciéndole cosquillas en la nariz, antes de que su varonil presencia desaparezca al pasar por el pasillo que está detrás. No lo sigue con la mirada y, en cambio, se concentra en el libro que tiene entre las manos para no hacer algo estúpido como detenerle y disculparse. No hay nada por lo que debería sentirse así pero es incapaz de controlar lo que siente. Las ganas de murmurar un "lo siento" quedan flotando en su cabeza junto con la mirada dolida de JaeHyun, estampadas en su mente por una razón que no logra dilucidar.

Es mejor si no vuelve, aunque ello signifique que no lo volverá a ver nunca más: no más de observarle leyendo tranquilamente en uno de los asientos, ni de contemplar la forma en que su cabello se mece al caminar por entre los pasillos, ni la manera en que los libros infantiles le hacen sonreír ampliamente, ni de volver a admirar esos marcados hoyuelos distinguibles de cualquier otro, ni de sentir cosas que hace años no sentía por nadie aunque realmente no quiera admitirlo.

Aprieta la dura consistencia del libro entre sus dedos. Es mejor así. Sus ojos divagan por la portada del mismo, demasiado intranquilo como para hacer nada más.

"La belleza de tus ojos"

Conoce al libro, aunque nadie lo ha pedido últimamente. Como es rutinario, toma el siguiente libro que está fuera de su lugar en la estantería y sin querer vuelve a fijarse en su portada.

"Adorable"

Y en el siguiente. Y el próximo. Y así, interminablemente, hasta que sus brazos duelen al cargar tantos; hasta que la incredulidad se apodera de sus pensamientos y el latido de su corazón es lo único que se escucha en la quietud de la biblioteca.

"Me quitas el aliento"

"Cuerpo de ensueño"

"Amor a primera vista"

Los termina depositando en el suelo, incapaz de decir nada. En el estante que está frente a sus ojos, constituido mayoritariamente por lomos con etiquetas amarillas —tal como debería ser—, manchas de color rojo cubren a algunos intrusos que se han colado en la antes perfecta simetría. Mira a su alrededor y nota las motas de rojo poblando diversas estanterías, y haciendo memoria en un segundo es que comprueba, boquiabierto, que siempre ha sido así.

Son solo libros de la sección roja los que están desordenados día tras día, noche tras noche: la zona que antes no estaba cubierta por cámaras pero que ahora sí, y por las que ha podido identificar al culpable que lleva haciendo lo mismo desde hace tanto, interminablemente.

Imposible.

Son todos textos pertenecientes al sector de "Romance y Erotismo", representados por el color rojo que llevan para ser identificados del resto, y que sigue viendo en las distintas estanterías que deja atrás mientras sus pasos le llevan raudamente a la puerta de entrada antes de ser consciente siquiera de lo que está haciendo.

De lo que quiere hacer.

—No he podido salir porque está cerrado, verás, si me abres te juro que nunca volveré a molestarte ni-

Lo silencia en un segundo cuando se adelanta un par de pasos, suficientes para percibir de nuevo aquel perfume tan masculino, y también para percibir la sorpresa haciendo temblar sus pupilas. Se ve reflejado en ellas, y es obvio que un sonrojo está poblando sus mejillas porque puede sentir un innegable calor apoderándose de ellas.

Pero con nerviosismo y todo, habla de todas maneras.

—Siempre fue a propósito, ¿verdad? Los libros... tratabas de decirme algo y yo... yo no fui capaz de darme cuenta hasta ahora y...

Sí.

Su seguridad al confirmar sus descabelladas teorías terminan por desarmarle por completo.

—Podrías… ¡podrías habérmelo dicho directamente! —comienza a decir, demasiado nervioso como para detenerse una vez ha empezado. El corazón le late con incluso más rapidez de lo que hace normalmente tan solo al verle—. A veces soy muy despistado y no me iba a andar fijando lo que pone cada uno de los libros fuera de lugar, no lo sé, las acciones son definitivamente mejor que una indirec-

Mas no alcanza a terminar cuando percibe el cambio de expresión de JaeHyun, quien deja de mirarle con serenidad para de pronto, sonreír. Curvando sus labios en una sonrisa tranquila, suave como ninguna, como si siempre hubiese esperado ese momento.  

Y son esos mismos labios tan atrayentes los mismos que terminan por besarle con dulzura.

 

Notas finales:

¡Hola a todos! Como ven, les traigo una nueva historia del JaeDo (mi idea inicial de mantenerlo como un oneshot, pues... creo que ya no va a funcionar hahah).

Si les ha gustado no olviden comentar <3 ¡Nos vemos! 

 


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