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Caged por banana-gi

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Notas del fanfic:

Hello ~ Soy Hana.Gi 
Este el primer fanfic que hago público de mis niños y espero que sea de su agrado.
Empecé a escribirlo desde Junio pero no tuve oportunidad de concentrarme en él hasta ahora que acabó el semestre. Sad life of a student...
Está inspirado por un lado en el desastroso final de la serie The 100 (o él que llamo final porque no continuaré sin mi Lexa), que me dejó la necesidad de crear un mundo postapocaliptico, y en la canción Demolition Lovers de My Chemical Romance que se convirtió en lo único que escuchaba mientras escribia el primer capítulo.

Enjoy your reading!

 

Jungkook pensó que le estaba yendo bien, considerando la cantidad de peligros que Hoseok se había encargado de recalcar que podía encontrar de camino a la fábrica. Su proveedor le había tratado como basura, pero al menos no se negó cuando escuchó el nombre de Yoongi salir de sus labios. Jungkook se hubiese sentido ofendido, si no tuviese ya suficiente consciencia de su poca importancia dentro del clan. Yoongi era el líder, quien se encargaba de delinear el plan de ruta y distribuir los recursos.


El invierno era la estación más difícil, y racionaban al máximo para asegurarse de que duraran los recursos. Desafortunadamente, había ciertas cosas de las que no podían prescindir, y a falta de los habituales puestos mercantes del norte instalados en la frontera, tenían que correr hacia las fábricas. La distribución de la droga era ilegal, pero mantener una relación cordial con quienes la poseían aseguraba beneficios a largo plazo. Sin la presencia de un intermediario el costo era mucho menor.


Jungkook era uno de los señuelos, los primeros intentos de una alianza. Su misión se basaba en investigar y traer con él todo lo que pudiera conseguir, pero gracias a su descuido se convirtió en mucho más.


Estaba asegurando la mochila en su espalda mientras caminaba con aire distraído cuando divisó al intruso en la esquina de la calle corriendo tras él. Trató de escapar, usando toda la potencia de sus piernas en impulsarse lejos del extraño, pero tenía los pies congelados a causa del frio, y apenas podía andar sin hacer ruido. Menos aún preocuparse de cubrir su rastro.


El hombre acortó la distancia en dos zancadas moviéndose con una ligereza que contrarrestaba los torpes pasos de Jungkook, poco acostumbrado al terreno, y le atrapó en el aire, aventándolo sobre el montón de nieve y haciendo que la carga en su espalda saltara lejos de su alcance.


Poco ayudó el grito que salió de su garganta para darse valor mientras se retorcía. Para cuando quiso ponerse de pie la pelea estaba perdida y el hombre le empujó contra la escarchada pared de concreto de uno de los edificios en ruinas agarrando sus muñecas con una fuerza que le parecía casi inhumana.


- Quédate quieto. – Le ordenó, en tono ronco, mientras intentaba controlar su respiración a causa del ejercicio realizado. Llevaba un tapabocas con un escorpión bordado en el costado derecho, elemento distintivo de su origen. Sus ojos se encontraban cubiertos por un par de googles negros, y su cabello era apenas visible debajo de su grueso gorro de lana. Solo unos mechones rubios se salían de sitio con rebeldía.


Jungkook les había visto antes a distancia. Habia imaginado las caras de sus amigos ante la traición antes de despertar cubierto en sudor y con el corazón en la garganta, en pesadillas donde se lo llevaban y le sacaban la verdad de su paradero entre golpes. Los guardias de las puertas de la gran ciudad, con sus rifles en mano y su eterna cara de aburrimiento. En el momento parecía que sus miedos se estaban volviendo realidad.


El rubio volteó. Una de sus manos se dirigió a su cadera desfundando una pistola y apuntando al principio del callejón. Jungkook se pegó aún más a la pared buscando seguridad en el espacio reducido en que se encontraba. El hombre, preparado para disparar, quitó el seguro y ajustó el ángulo en busca de su objetivo, cuando otra figura unos centímetros más pequeña y vestida en el mismo uniforme apareció levantando las manos en gesto de rendición. A diferencia de su compañero, tenía el rostro descubierto.  


Jungkook abrió los ojos sintiendo el aire filtrarse en sus pulmones y aumentar la sensación de asombro con un escalofrío. El extraño tenía el cabello de un rojo furioso, y aunque la nieve insistía en pegarse en medio de sus mechones, el viento lo hacía lucir tan suave como la seda. Esperó, conteniendo la respiración hasta que el tipo llegó donde se encontraban. Era mucho más bajo que su compañero, y su faz, en vez de la mueca amenazante que esbozaba el otro, exhibía una sonrisa de lado a lado enmarcada por sus mejillas regordetas y sus ojos de media luna.


- ¿Cuál es tu nombre? - Preguntó, su voz parecía casi infantil. Muy probablemente no pasaba los dieciocho.


Lo prudente hubiera sido guardar silencio, ver las interacciones entre ambos y encontrar un punto de conflicto. Una parte de su cerebro le urgía callarse y analizar la situación en busca de un plan de escape, pero estaba temblando de miedo, como un perro acorralado, y aunque no se encontraba en posición privilegiada para darse el gusto de despreciarlo, se obligó a sí mismo a hacer lo menos esperado y le escupió en la cara.


En casa, era una clara invitación a una pelea. Había tenido varios conflictos con otros chicos que empezaban con muestras similares, de las que podía decir con orgullo que había salido victorioso, pero por supuesto, los chicos no tenían armas o el entrenamiento de los guardias, quienes podían matarlo en un segundo.


La reacción no se hizo esperar. El rubio lo sujetó del cuello azotando su cuerpo contra la pared y dejándolo caer al suelo. Su cabeza recibió el mayor daño y quedó viendo estrellas por un momento antes de poder volver a enfocar. El rubio apuntaba la pistola a su frente y por un segundo Jungkook pensó que dispararía.


Cerró los ojos, rezando casi inconscientemente en su mente la única oración que su madre repetía antes de dormir. La cruz en su cuello parecía diez veces más pesada que de costumbre, probablemente esperando para encontrarse con su dueña original. Hoseok siempre decía que la arrogancia le costaría la vida. Morir así, era un poco predecible.


Entonces, el pelirrojo decidió intervenir bajando la mano de su compañero y agachándose frente a él. Había limpiado su rostro con uno de sus guantes, y lo tiró sobre su regazo antes de hablar.


- Me dijeron que eran salvajes, pero no creí que a este punto. – Dijo recorriendo su figura de pies a cabeza con la vista mientras se dirigía a su compañero. Jungkook retrocedió aterrado. Lo habían mirado así muchas veces cuando estaba esperando ser vendido en el mercado. Podía reconocer el interés.  – Sólo quiero saber tu nombre.


- Estás demente – Habló el rubio con una risa baja y dio la vuelta pendiente de algo en la esquina a distancia.


- Podemos usarlo, no he visto a ninguno andar solo. – Dijo el pelirrojo. – Parece suficientemente fuerte.


El rubio chasqueó la lengua devolviéndole la atención.


- Ni siquiera sabemos si está infectado.


Jungkook tragó saliva. ¿Infectado? ¿De qué diablos estaban hablando?


- Todos lo están. – Afirmó el más bajo. – Además, he visto esa máscara. – Agregó apuntando a su mochila a la distancia, el tigre medio visible entre las cosas que se habían desparramado en el forcejeo. – Tal vez es un guerrero.


Su voz sonaba emocionada, mientras que su compañero se mantenía imperturbable. El pelirrojo suspiró, levantando la mano en su dirección como forma de saludo. Jungkook hizo los cálculos en su mente, podría torcer su brazo en tres tiempos, inmovilizarlo en seis. La esperanza llenó su pecho por un instante cuando levantó su mano escondida bajo el grueso guante de lana que Hoseok le había intercambiado hace unos meses por conseguir un par de hierbas. El tipo se inclinó hacia él y Jungkook preparó el puño tomando impulso y apuntando a su barbilla, pero fue cortado en el aire por su agarre. Era más rápido de lo que parecía, y aunque intentó empujarlo con sus piernas este le sorprendió cayendo sobre sus muslos de un salto, con tanta delicadeza que por poco no parecía un ataque.


- Soy Jimin. – Se presentó, su cabello curvándose en su frente en distintas direcciones. Jungkook pensó en escupirlo por segunda vez para hacer entender su poca disposición a satisfacer sus cuestionarios, cuando su movimiento lo dejó incapaz de mover un músculo.


Jimin escondió el rostro en su cuello aspirando su aroma, y Jungkook dejó de respirar. Había escuchado historias cuando era parte del mercado, de los niños perdidos y usados para alimentar a los soldados. Mitos que servían para asustar a los menores antes de dormir y advertirles del peligro de cruzar más allá de los límites establecidos. Nunca se atrevió a creerlas hasta aquel momento.


- Namjoon. – Llamó el hombre presionando su muñeca con sus dedos para indicarle que se mantuviera en su lugar. El rubio volvió a su lado agachándose a su altura para estudiarlo con la mirada. Había retirado los googles de su rostro y tenía ojos negros y rasgados. – Quiero quedármelo.


Jungkook dejó salir un sonido estrangulado retorciéndose bajo su cuerpo, apenas podía respirar bajo el clima desfavorable. Obviamente había subestimado su poder. Namjoon caminó a la mochila dejando caer lo que quedaba de su contenido sobre la nieve, la bolsa de las píldoras se vació y Jungkook sintió el impulso de saltar a recolectarlas. Jimin negó con la cabeza, chasqueando la lengua. Lo observó por un par de segundos, buscando algo en su expresión. Jungkook no estaba seguro de qué, pero pasó desde la confusión a la determinación con rapidez.


- Seokjin puede ayudarlo. – Afirmó, y su compañero dejó escapar un suspiro en respuesta.  Dentro de su horror Jungkook imaginó que no era la primera vez que tenían aquella discusión. Namjoon le obligó a ponerse de pie en medio de sus protestas e intentos de patearlo fuera de su camino, y le retuvo mientras Jimin se encargaba de cubrir sus ojos con el pañuelo que protegía su cuello.


- Vamos a ayudarte. – Murmuró cerca de su oído, y Jungkook sintió su piel erizarse al contacto. Dio gracias al hecho de que no pudieran apreciar las lágrimas picando en sus ojos mientras lo arrastraban. El rugido enojado de un motor se hacía cada vez más cercano. 




 Sus padres fueron una de las últimas generaciones echadas fuera de la Metrópoli en castigo por sus acciones. Eran el experimento fallido para crear grandes soldados que había resultado en la demencia y la perdida de humanidad de la mayoría de los afectados. Necesitaban probarlo en alguien, y las oleadas de gente condenada al exilio resultaron ser los sujetos perfectos.


Fueron dejados en el exterior, con la droga en su sistema esperando que se mataran unos a otros. La mayoría terminaba enferma pocos metros lejos de la ciudad, sólo algunos lograban escapar, pero como se esperaba morían días después. Nada les hizo pensar que un porcentaje sería capaz de resistir. Formaron clanes, grandes mercados tratando de recrear la vida dentro de las paredes, pero estaban destinados a fallecer. Sus antepasados inventaron la solución. No era una cura, pero era lo único que les permitió no perecer. Necesitaban la droga para vivir, así que comenzaron a fabricarla.


Existía un pequeño grupo de limpieza en el este, que afirmaba haber encontrado la solución para salvar a la nueva generación, pero la deficiencia venía en su sangre y nadie estaba muy seguro de cómo funcionaba. Algunos decían que los grupos eran enviados por la misma gente de La Metrópolis, como una forma de asegurarse de matar lentamente a los sobrevivientes.


Taehyung había pasado por el proceso un año atrás en una simple misión de exploración. Lo atraparon y lo restringieron durante tres semanas. Hoseok lo buscó como loco, pero no fue capaz de encontrarlo. Volvió por sus propios medios una tarde, con la ropa hecha jirones y la boca teñida de azul. No parecía ser capaz de reconocerlos, al contrario, se comportaba como un animal herido cada vez que lo tocaban. Hoseok soportó sus gritos, sus réplicas y su llanto. Lavó su cuerpo, le obligó a comer, a beber. Incluso le ayudó a dormir, recostándose a su lado y llenándolo de caricias. No sabía cómo había escapado, no podía pensar en ello sin tener un colapso nervioso. Y todos habían optado por no presionar el asunto. Nadie había sufrido un incidente en años, al menos hasta aquel momento.




 Jungkook perdió la consciencia a mitad del viaje. Estaba muriendo de hambre y era difícil mantenerse despierto dentro del vehículo. El frio había desaparecido de alguna forma y el interior era tan cómodo que sus ojos se cerraban por sí mismos. De todas formas, no era como si tuviera algún plan de escape con los ojos vendados y sin tener idea de a donde lo llevaban. Podía sentir la presencia de Jimin, pero el pelirrojo había caído en un silencio de muerte después de intentar sonsacarle la verdad sobre su edad y otro montón de estúpidos detalles con una voz demasiado chillona para su gusto.


Unos golpes en su hombro le devolvieron a la realidad.  El ruido del viento no era perceptible cuando volvieron a tomarlo y lo llevaron a rastras. Sus pies no hacían el estruendo que provocaban en el exterior al toparse con la nieve, en cambio, encontraron suelo sólido.


Jimin lo llevó, la suavidad de su cabello chocaba contra su mejilla debido a la cercanía. Era más pequeño en altura, pero su fuerza parecía ser suficiente para cargar con su peso.


Lo dejaron caer, su trasero golpeando el piso otra vez. Estaba frio, pero no como la nieve. Solo entonces Jimin se encargó de quitarle la venda que cubría sus ojos.


Le costó un momento acostumbrarse a la luz. La habitación era blanca, a excepción de la ventana que daba al exterior, formada sólo por una especie de vidrio grueso. En casa, los prisioneros eran tirados en hoyos cavados y reforzados bajo tierra. Era un signo de respeto a sus niños, no dejarlos a la vista del común de la gente, también, una demostración de poder al no poder permanecer al mismo nivel en la superficie. La Metrópolis no necesitaba ese tipo de intimidación, pensó. Tenían suficiente con sus autos y sus armas.


Tres pares de cadenas colgaban de la pared y le hicieron encogerse en sí mismo de forma instintiva. Había sido apresado dos veces en el pasado, y la familiaridad de la situación le produjo acidez en el estómago.


Jimin soltó una de sus muñecas pasando sus dedos por ella para comprobar la magnitud del daño que se había hecho a sí mismo al forcejear en el camino, antes de arrastrarlo a la pared y volver a atarlo. Namjoon esperó tras él, parecía nervioso, balanceándose en sus talones y desviando la vista a la entrada cada cierto tiempo. No lucia tan amenazante dentro de la habitación, pero todavía le sacaba unos buenos centímetros de altura.


Jungkook sacudió al cabeza tratando de evadir sus pensamientos, no quería parecer incluso más débil frente del enemigo, pero las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos en una mezcla de frustración e ira. Estaba probablemente en una posición sin retorno.


Jimin tomó su rostro del mentón obligándolo a levantarse un poco y verle de cerca. Acarició su mejilla con la yema de sus dedos hasta llegar a su frente, y no Jungkook no pudo evitar un escalofrió cuando posó la palma de su mano en ella un instante.


- Tiene fiebre.


Tragó saliva aguantándose el sollozo que amenazó con abandonar su garganta. Tenía la vista borrosa, y no sabía si se debía al tiempo pasado a oscuras o a causa de la temperatura. Entre su gente, una fiebre era sinónimo de muerte.


Namjoon resopló molesto llamando su atención, y ambos voltearon a verlo.


- Por supuesto que tiene fiebre. - Dijo cansado.


Jimin ladeó la cabeza estudiándolo con la mirada. Jungkook no estaba más cerca de entender.


- ¿Eso es normal?


- Su cuerpo necesita la droga. - Respondió el chico encogiéndose de hombros, gesto que le hizo parecer al menos cinco años más joven. - Si no la tiene se enferma.


Jimin suspiró luciendo incluso más preocupado.


- Voy a ayudarte. – Repitió, antes de retroceder hacia a la entrada con su compañero.


Jungkook esperó durante horas. 




El chico de pie ante él cuando volvió a abrir los ojos, sobrepasaba cualquier canon de belleza que hubiese concebido a lo largo de su vida. Tenía el cabello de una tonalidad cobriza y la piel de apariencia tan suave como la porcelana. Su mentón destacaba formando un triángulo casi perfecto y su espalda era ancha e imponente.


- Has despertado. – Habló el desconocido mirándolo a través de sus gafas, con una sonrisa plasmada en su boca que hizo a Jungkook querer dar vuelta el rostro de lo deslumbrante que era. Había tenido esa misma sensación cuando conoció a Hoseok, la clase de sonrisa que podía conquistar un continente. - Estaba empezando a creer que nunca lo harías.


Su voz sonaba calmada pero sus gestos hacían notar su nerviosismo. Mordía su labio inferior cada que hacia una pausa y golpeaba el piso con la punta de su pie.


El crack de la puerta anunció la llegada de otra persona y Jungkook levantó la vista de inmediato.


Hubiera sido difícil reconocer a Jimin sin las capas de uniforme, pero su cabello llamaba la atención a la distancia. Estaba vestido completamente de negro, un par de jeans y una polera de cuello redondo medio introducida dentro de sus pantalones, sujetos por un cinturón de cuero. Sus músculos se marcaban a la perfección, y Jungkook sin querer se dio el tiempo de apreciarlo con la vista.


- Jin es un doctor. - Le informó, y el aludido inesperadamente le dedicó a una reverencia.


- Lo siento, olvidé presentarme. - Dijo empujando sus lentes hacia arriba con su índice. - Kim Seokjin, estaré a cargo de ti por las próximas semanas.


Jungkook no se atrevió a asentir a pesar de la muestra de amabilidad. No necesitaba un doctor.


- Estoy... - Trató de hablar, pero su garganta estaba tan seca que el solo esfuerzo le provocó dolor. Jimin saltó en su lugar y salió del cuarto volviendo al instante con un vaso de agua en sus manos. Se arrodilló frente a él estudiándole con detención antes de acercar el recipiente a sus labios e indicarle que tomara. Decidiendo que lo más inteligente era aprovechar la oportunidad, Jungkook bebió, aunque no estaba para nada satisfecho al menos podía usar sus cuerdas vocales.


- No estoy enfermo. – Afirmó, a pesar del calor que sentía y de que el mundo entero se veía más nublado de lo habitual.  Seokjin volvió a sonreír en su dirección.


- Sabemos eso.


Jungkook dejó salir un gruñido bajo con la cabeza apuntando al piso.


- Si van a torturarme…


- No hacemos eso aquí. – Le interrumpió Jimin.


Jungkook dejó escapar una risa amarga. No podía seguir tranquilo escuchándole repetir las mismas palabras.


- Somos enemigos. – Dijo ignorando el cambio de expresión en el hombre.


Jimin miró al alto como pidiendo ayudando, pero Seokjin se mantuvo en completo silencio.


- No somos lo que piensas. – Dijo entonces tratando de posar su mano en su cabello oscuro.


Jungkook le mordió. 


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