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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Hoola a tod@s! Sé que vuelvo a actualizar antes de tiempo pero este capítulo es como un regalito por San Valentín, porque sí, porque os quiero <3 No significa que dentro del capítulo haya amor o sexo, lo advierto xD Simplemente quería que siguiérais la historia y os emocionáseis un poco.

Sin más, os dejo leyendo. Espero que os guste.

El comandante entró en los calabozos del cuartel de la guardia ciudadana con dos tazas de café humeantes un par de horas después del incendio y de la detención de Rain. Al bajar las escaleras había una puerta blindada, que ahora estaba solamente arrimada, sin cerrar. Tras cruzarla aparecía una celda justo enfrente, a unos cincuenta metros. Esa era la anchura del pasillo que se abría a la izquierda. Sólo había celdas en el lado derecho del pasillo, el otro era una pared. Y al final del corredor, después de pasar por delante de cinco celdas, había una más justo de frente. Desde el principio del pasillo se podía ver al preso de aquella mazmorra. El comandante adivinó la figura de Rain sentada en el camastro que tenía la celda. Eso le crispó todos los nervios. Cogió aire con fuerza, calmándose a sí mismo, y caminó hasta la mazmorra.

Biel estaba de guardia de pie, al lado de esa celda, donde retenía al peliazul. Al ver entrar a Airen, el librero se levantó del camastro que había dentro del habitáculo de piedra y se acercó a la puerta de barrotes. El teniente se giró hacia él y le amenazó.

- Apártate de la puerta.

Rain obedeció, seguramente para no poner al comandante en un aprieto. Y Airen contuvo un gruñido en la garganta al darse cuenta. Definitivamente, a Biel le pasaba algo. Después de lo que había visto, de esa forma de actuar tan rastrera con Rain y de la confesión de Sho sobre las denuncias desaparecidas de las palizas al librero, el comandante tenía que hablar muy seriamente con él. Pero en ese momento le faltaban las ganas de escuchar cualquier excusa. Estaba demasiado cabreado como para mantener una conversación civilizada con Biel.

El teniente por su parte, se quedó mirando las tazas que llevaba el comandante en la mano. Sus expectativas le hicieron esbozar un amago de sonrisa.  

- Abre la puerta – le exigió entonces Airen.

El gesto de asombro y confusión de Biel no pasó desapercibido para el pelinegro, que mantuvo su mismo semblante serio. El teniente había imaginado que Airen querría disculparse por la pelea que habían tenido esa mañana. Sin embargo, nada había cambiado. El comandante seguía manteniendo esa posición distante y agria con él. Mientras asimilaba la situación, Biel se giró hacia la puerta y encajó la llave en la enorme cerradura para abrir la reja. La hizo girar con un fuerte clack, y la abrió, apartando del camino de Airen los barrotes. El comandante cruzó un poco el umbral de la puerta y le tendió a Rain una de las tazas que llevaba consigo.

- Con un poco de leche.

Airen sonrió para Rain. Y Biel se dio cuenta con cierto espanto y mucha ira corriendo por sus venas. El librero le devolvió la sonrisa al pelinegro mientras cogía la taza caliente con las dos manos, agradeciendo el calor que despedía el café. El pelinegro se giró entonces hacia el teniente, volviendo a cambiar su gesto por uno realmente serio y enfadado.

- Dame esas llaves, Biel – le ordenó, alargando la mano que tenía libre hacia él.

Él puso el arete con las llaves sobre la mano del comandante, despacio. Como si le estuviera dando tiempo para pensar en si aquello era lo correcto. Pero Airen tenía muy claras sus intenciones.

- No tienes nada que hacer aquí – añadió, invitándole a irse.

- Es mi guardia – masculló el teniente.

- Ahora yo me quedaré con él. Seguro que encuentras algo mejor que hacer – le dijo con dureza.

En cuanto Biel se encaminó hacia la salida del calabozo, Airen entró en la celda, sin molestarse siquiera en cerrar la reja. Se sentó en un lado del camastro y Rain ocupó un sitio cerca del comandante. Cogió una de las mantas que tenía sobre la cama y se la puso por encima de las piernas.

- Lo siento, este sitio no es muy acogedor – dijo entonces Airen -. ¿Tienes frío?

- No, con las mantas estoy bien. Y ahora con esto – señaló el café caliente -, mejor.  

Biel terminó entonces de salir del calabozo, destilando un odio mortal que podría haber acabado con quien se le hubiera cruzado por delante.

- ¿Quién te las ha traído? – quiso saber Airen.

- Ha sido el hermano de Sho – le dijo -. Ha discutido con el teniente y todo para dármelas.

Airen notó cierto tono de sorpresa mezclado con un deje de emoción.

- Es típico de Shion, no querría dejar que murieras de frío aquí dentro.

- Pensé que eso era parte del castigo de estar aquí – apuntó Rain.

- Bueno, es cierto que no a todos les damos mantas para taparse – admitió Airen -. Te veo muy tranquilo – añadió -. Tienes una sonrisa muy agradable pintada en la cara.

Rain sonrió todavía más ampliamente. Luego hizo amago de morderse el labio pero un dolor recurrente le recordó que lo tenía roto.

- ¿Estás bien? – le preguntó Airen. 

- Sí. Es sólo que… bueno, no acostumbro a que nadie intente ayudarme, ¿recuerdas? Y que… - Esperó a que el pelinegro le ayudase con el nombre del hermano del médico.  

- Shion – repitió el comandante.

- Que Shion me haya traído esto ha sido una sorpresa. Muy agradable – reconoció.

- Shion es diferente, se parece mucho a Sho. Y seguro que harías buenas migas con Ryu – añadió -. Es un poco pesado y tiene un sentido del humor peculiar, pero creo que os llevaríais bien.

- ¿No tendrá miedo de que le seduzca hasta hacer que se vuelva loco? ¿O que intente llevármelo al infierno?

- ¿Ves? A ese sentido del humor me refiero – masculló el pelinegro.  

- Yo no voy por ahí haciendo amigos, Airen – susurró Rain.

- Con ellos deberías intentarlo – insistió el comandante -. Confía en mí.

El librero solamente asintió, sin poder evitar pensar que el pelinegro era demasiado ingenuo.  

- Dime, ¿ya se ha calmado la revuelta que había ahí fuera? – preguntó entonces el peliazul.

Airen soltó un gruñido resignado y lo confirmó con un movimiento de la cabeza. Rain suspiró.

- ¿Ves? Te lo dije. No era tan difícil.

- Al contrario, con esto has complicado todavía más tu situación frente al pueblo.

- Eso ya lo doy por perdido desde hace mucho – le recordó -. Es más doloroso seguir intentado cambiar lo que no puede ser cambiado que rendirse y asumirlo. No te preocupes por mí.

- No me pidas que haga eso – susurró Airen.

Sus miradas se cruzaron. Rain tampoco estaba acostumbrado a que se preocupasen así por él. Mihawk siempre había intentado cuidarle, pero era un Shichibukai y como tal tenía sus propios problemas. Sin embargo, Airen estaba ahí. El librero no sabía si debía dejarse llevar por aquella sensación de protección que le causaba tener cerca al pelinegro. Cuando el contacto visual se volvió más intenso, el comandante carraspeó y apartó la mirada con suavidad.  

- Lo siento, pero tengo que ponerme profesional – le dijo entonces -. ¿Me puedes contar lo que pasó? – le preguntó.

Rain cogió aire con fuerza. Echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos un instante antes de mirar otra vez a Airen.

- Lo que recuerdo, no sé si te servirá de mucho.

- No importa, cualquier detalle, lo que sea.

- Está bien. –Volvió a respirar hondo -. Salí de la librería para ir al entrenamiento a las siete, como siempre – comenzó -. Pero al llegar a la esquina del callejón, sólo sentí un golpe muy fuerte en la cabeza.

- ¿No viste nada?

- Tres sombras en la pared, nada más. Un golpe, caí al suelo y me quedé inconsciente.

- Más tarde me encargaré de torturarte recordándote por qué quería que Shion y Ryu te vigilaran y aun así tú con tu cabezonería me obligaste a decirles que dejaran de hacerlo – le aseguró Airen, con un clarísimo “te lo dije” pintado en la cara -. Ahora, intenta recordar lo que pasó después.

Rain sólo asintió, aceptando su castigo.

- No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Cuando me desperté, estaba tumbado en la entrada de la iglesia. El suelo estaba frío pero hacía mucho calor. La puerta estaba cerrada y los bancos y las paredes ardían. Las llamas avanzaban hacia arriba muy rápido. Era imposible pararlo.

El librero se detuvo un momento. Airen supo que le estaba costando horrores volver a revivir aquello. Entonces le puso la mano en la pierna, con el dorso hacia arriba. El peliazul captó el mensaje. Despacio, se aferró a la mano del comandante y éste entrelazó los dedos con los de Rain, como si le sujetase fuerte para ayudarle a seguir.

- Había mucho humo. Empecé a toser, sentía cómo el humo entraba en mis pulmones y me iba asfixiando. Mi vista incluso se nubló. No pude distinguir si había alguien más dentro – continuó Rain -. Busqué ventanas, pero no hay, evidentemente, es una iglesia sólo con vidrieras en la parte superior de las naves laterales.

Airen no se sorprendió del conocimiento de arte que tenía el peliazul. Después de todo, leía como un cosaco.

- Entonces vi la puerta. Sinceramente, pensé que estaría cerrada por fuera. Es lo lógico, ¿no? Si intentas matar a alguien, le sellas todas las salidas.

- ¿La puerta estaba abierta? – Airen no disimuló su sorpresa.

Rain asintió.

- No lo sabía, pero, en medio de la desesperación me tiré de golpe contra la puerta, con todo el peso de mi cuerpo. Nunca imaginé que se abriría.

- Por eso decían que habías salido de entre las llamas de repente, como si nada – comprendió Airen.

- Sí. La puerta cedió con mi peso. Me llevé un buen susto y caí rodando por las escaleras de la iglesia hasta llegar donde tú me encontraste. Y no pude moverme. Era como revivir una vieja pesadilla, pero mucho más real.

Una caricia del dedo pulgar de Airen en la mano que mantenía amarrada le dio una tranquilidad que hacía años que no experimentaba.

- Está bien, tranquilo. Es suficiente – le dijo.

- No sé qué más contarte – dijo Rain.

- No hace falta que te fuerces. Te has llevado un buen golpe, por lo que dices. Y encima has estado en medio del incendio, has respirado humo. Es increíble que te pusieras de pie tan deprisa.

- Fuiste tú quien me levantó – le recordó, dándole un ligero apretón en la mano.

Airen se revolvió un momento en el camastro.

- Lo siento, pero tengo que preguntártelo – atajó el comandante -. Antes, en el incendio, ¿qué te ha pasado? Estabas como agarrotado, y temblabas muchísimo. Además murmurabas cosas extrañas. Por más que te llamaba, parecía que no podías escucharme.

Rain nunca hablaba de eso. El miedo que se había apoderado de él venía de un pasado muy lejano y doloroso. Demasiado como para querer recordarlo por voluntad propia. Sin embargo, en ese momento, el hecho de saber a ciencia cierta que estaba a salvo con Airen, le daba tal sensación de seguridad que no le costó demasiado ceder ante el pelinegro y decidir abrir una vieja herida por él.  

- ¿Quieres saberlo todo, Airen? – le preguntó entonces el librero -. ¿Quieres saber por qué soy el demonio encarnado? ¿Por qué todos me odian?

- Si tú quieres contármelo, sí – asintió Airen.

Llevaba muchos meses haciéndose esas preguntas. Deseaba fervientemente las respuestas. El peliazul por su parte se ahorró el comentario de que aquellas palabras seguramente hubieran sido las que Mihawk le habría dicho.

- Verás, a mí la gente siempre me ha tomado por un niño raro, callado, demasiado introvertido. Mi mirada azul les aturdía; no era algo muy común que naciese un niño con los ojos del color del cielo, y mucho menos que el pelo fuera del mismo color. Lo que más les molestaba era que no los había heredado de ninguno de mis progenitores, ambos morenos de ojos oscuros. Encima, nací el mismo día que ejecutaron a un asesino muy conocido en la isla, que tuvo aterrorizada a esta gente durante mucho tiempo. –Soltó una carcajada divertida -. ¿Adivinas de qué color tenía los ojos? – Cogió aire con fuerza antes de seguir -. El resto del mundo me consideraba un monstruito extraño, la posible reencarnación de aquel asesino psicópata. Sé que pensaban cosas así, lo sentía cuando me miraban. Supongo que me soportaban por mis padres. Aunque no se sentían orgullosos precisamente de tenerme como hijo, ellos tenían fama de ser buenos y generosos, honestos y agradables. La gente les quería mucho. Sin embargo, de puertas para dentro, las cosas eran diferentes.

Rain se levantó la manga derecha de la camisa hasta el codo, sin soltar la mano de Airen. El comandante se fijó en un montón de cicatrices pequeñitas, muy juntas, que tenía en el antebrazo. Dejó la taza en el suelo al lado de sus pies y acercó los dedos a la piel del librero.

- ¿Puedo?  - murmuró el pelinegro.

El peliazul asintió despacio. Airen puso la yema de los dedos sobre el antebrazo de Rain. Podía notar los pequeños bultos de la piel cicatrizada. El librero sintió un escalofrío eléctrico atravesándole el cuerpo. Nunca había sentido nada semejante cuando Mihawk le rozaba las cicatrices de su cuerpo. El toque de Airen era especial. Trató de disimularlo, pero no pudo evitar cerrar los ojos un momento, dejándose llevar.

- ¿Te lo hicieron ellos? – susurró Airen, haciendo que el librero volviese a abrir los ojos.

Rain respondió con un nuevo asentimiento.

- Querían mantener bajo control a la bestia – musitó Rain.

El pelinegro comprendió lo que eran esas cicatrices. Marcas de pinchazos de una aguja. Airen sintió tal consternación que incluso su cara lo reflejó. Rain volvió a bajarse la manga de la camisa.   

- Un día, cuando yo tenía nueve años, mientras ellos discutían, como siempre, yo me crucé por delante sin darme cuenta. Me llevé un empujón de regalo. Nuestra casa era relativamente pequeña, por lo que tropecé a causa de la fuerza de mi padre y me golpee contra la cocina. Al chocar, tiré una sartén llena de aceite en el fuego que estaba encendido. Hubo una explosión que nos dejó inconscientes. En cuestión de minutos, toda la casa estaba ardiendo. El fuego se esparcía inexorablemente, sin posibilidad de detenerlo. Amenazaba con acabar incluso con los cimientos de la casa. Yo me desperté poco después, no sé cómo, porque el humo amenazaba con asfixiarme. Cuando vi todo aquello… lloré de miedo. Sin embargo, fue el miedo también el que me dio fuerzas para intentar moverme; pero tenía la pierna atrapada bajo un sillón que se había caído al suelo. Recuerdo la voz de mi madre gritando y pidiendo ayuda; mi padre creo que ya estaba muerto, porque no se movió ni siquiera cuando una cortina ardiendo le cayó encima. Entonces, hubo alguien que apareció como si fuera un milagro.

El corazón de Airen parecía que iba a salírsele del pecho de la angustia y la tensión de escuchar aquel relato. A pesar de que fuera el pasado, el comandante estaba empatizando tanto con Rain que podía sentir incluso dolor.

- Leonard Gibbs. –La voz de Rain se suavizó -. Así fue como le conocí. Ese hombre estaba lo suficientemente loco como para adentrarse en una casa en llamas buscando un retazo de vida. El humo llenaba todo el salón. Cuando Leonard entró, mi madre intentó que la ayudase, pero él se dio cuenta de yo estaba tirado unos pocos metros más allá de ella. Leonard supo que sólo podría salvar a uno. Y mi madre también lo comprendió. ¿Sabes lo que le dijo entonces ella?

Airen negó suavemente con la cabeza. Estaba tan atento a la voz de Rain que no quería interrumpir su sonido con su propia voz.

- “Sálvame. Déjale, está muerto.” – Reprodujo las palabras lentamente, lo cual causó todavía más impresión en el comandante -. Mi madre le pidió a Leonard Gibbs que la sacase de la casa y que me dejase porque estaba muerto.  

- Pero estabas vivo – atinó a susurrar Airen, sintiendo cierto ramalazo de pánico repentino.

- Y Leonard se dio cuenta – asintió Rain -. No sé qué cable se le cruzó en la cabeza en ese momento. Él sabía que sólo podría salir de esa casa una vez. Así que me escogió a mí. Me salvó la vida. Mis padres murieron, los dos. Cuando se extinguió el fuego, sólo quedaban sus cadáveres calcinados.

Airen pensó en su madre. Aún tenía pesadillas en las que la sangre de Sarah Hawk manchaba la moqueta de color claro que tenían sobre el suelo del pequeño salón de su casa. Él también sabía lo que era ver morir a una madre. Pero Sarah se había sacrificado intentando protegerle, mientras que la madre de Rain le habría dejado morir sólo por salvarse ella. La diferencia entre esos dos sentimientos era tan pesada como una viga de hormigón.

- Tras el incendio, se extendió el rumor de que había sido yo quien lo había provocado a propósito. Y decían que el fuego lo había creado yo, como si tuviera algún tipo de poder sobrenatural. Porque albergaba al demonio en mi interior. Los supersticiosos fueron creciendo con el tiempo y al final, toda la isla odiaba a un niño de nueve años, tachándole de asesino de sus padres y criatura infernal venida del averno para maldecirlos a todos.

El comandante atisbó un deje de dolor y soledad que no le gustó ver en esos ojos azules.

- Leonard me cuidó. Me protegió cuanto pudo. Y años más tarde, yo se lo pagué matándolo cuando no pude soportar más el estar vivo. Y ahora… sigo aquí. Eso es todo, comandante – añadió el librero -. Conoces mi pasado. Has visto mis cicatrices. Sabes cuáles son mis pecados. No te queda nada por ver de mí.

Rain miró a Airen. Y de repente, algo en ambiente cambió. Se volvió tenso. Pero no tenso de  incómodo. Tenso sexualmente hablando. Algo en aquel cruce de miradas hizo saltar más que una chispa.

- Eso no es verdad – musitó Airen.

El librero clavó la mirada, expectante, en el pelinegro. No esperaba que la conversación tomase aquel rumbo. Y menos en el tono que acababa de usar el comandante. No estaban bromeando, no estaban jugando con las palabras. Estaban sintiendo.

- ¿Qué más quieres ver? – susurró Rain.

- No lo sé. Todo lo que quieras enseñarme. –La voz del comandante fue como un arrullo dulce.

- No te va a gustar. – Rain tragó saliva imperceptiblemente, intentando ocultar un nerviosismo que su respiración agitada amenazaba con descubrir.

- Eso no lo sabes. Yo tampoco lo sé. – El pelinegro le acarició la mejilla con la mano que tenía libre -. Pero hay algo que sí sabemos. Sabemos quiénes somos.

Los dos hicieron amago de inclinarse hacia el otro. Pero Rain se asustó. Se echó para atrás sin brusquedad, rompiendo el contacto visual que les estaba quemando por dentro. No quería dejarse llevar así. No podía hacer eso. No soportaría perder a Airen sólo por sentir algo demasiado fuerte por él. El librero respiró hondo y trató de retomar el punto de la conversación antes de aquel repentino momento de acercamiento tan íntimo.

- Necesito pedirte un favor, Airen – dijo entonces.

El comandante también se apartó ligeramente del librero, como si despertase de un trance extraño. Despacio, sus manos se soltaron. Ambos sintieron que habían dejado un calor que iban a echar de menos.

- ¿Qué necesitas?

Rain cogió aire. No sabía cómo pedirle aquello sin tener que darle demasiadas explicaciones.

- Verás, esta noche, a las doce, tengo que estar en la librería.

Airen frunció el ceño, sin comprenderlo.

- Alguien va a venir a buscar un libro especial y no puede acercarse antes. –Le mintió. Acababa de mentir al único hombre que había confiado ciegamente en él -. Tengo que estar allí, Airen.

- ¿Qué clase de chanchullos te traes tú, eh?

Era lógico que no se creyera una excusa tan pobre. Pero no se le había ocurrido nada más ingenioso.

- No es nada raro, de verdad. Por favor – insistió -. Es importante.

Airen se encontró a sí mismo dándose cuenta de algo: Rain no podía engañarle. No a él. Notar algo así le enorgulleció. Pero el sentimiento de desconfianza siguió extendiéndose en su cabeza como una neblina tóxica. ¿Qué razón podía llevar a Rain a mentirle? Quería saberlo. Para bien o para mal. Necesitaba saber por qué el librero no quería enseñarle lo que aún le quedaba por ver de él.

- Está bien – aceptó, sin embargo -. Te sacaré, te acompañaré y te daré media hora de margen. –Si Rain quería mentirle, entonces él impondría las condiciones -. Luego volveremos aquí. Ahora que estas detenido, si se enteran de que andas por ahí será todavía peor. Pensarán que tienes poderes para atravesar las paredes, o peor, un doble que controlas con la mente o una memez semejante.

- Gracias.

Por acto reflejo, Rain se inclinó a darle un beso en la mejilla, en un roce repentino del que Airen no se apartó. Eso era todo cuanto se iba a permitir acercarse al pelinegro.  El comandante sonrió con suavidad antes de levantarse del camastro. El peliazul hizo lo mismo.

- Enviaré a alguien para que te traiga algo de comer. Yo voy a investigar este asunto. Voy a encontrar a quienes hayan sido.

Rain sabía que lo tenía muy complicado. No sabía nada de ellos, y lo que él le había contado, no servía de mucho. A no ser que tuviera un golpe de suerte, ni siquiera Airen daría con los que habían hecho eso. Pero para el librero era suficiente con saber que el comandante había dado su mejor esfuerzo por él.

Airen salió entonces de la celda, cerró la puerta con dos vueltas de la llave y un gesto de frustración en la cara. Rain se acercó a la reja y rodeó los barrotes con las manos.

- Gracias, comandante – susurró -. Por estar ahí.

- Me has dado razones de peso para no apartarme de ti – respondió el comandante, regalándole una última caricia en la mano.

Rain se sintió como un traidor en ese momento. Pero solo sonrió. Airen salió del calabozo poco después. El librero se dejó caer en el camastro y respiró hondo. ¿Cómo podía hacerle aquello a Airen? Ocultarle que era el mediador de los bajos fondos. Utilizarle para poder llegar a hacer un trato que tenía pendiente para esa noche. Se sentía como un auténtico infiel rastrero. Pero era su trabajo, no podía contárselo. No quería ni imaginar lo que pasaría si Airen llegase a descubrirlo. Desconfiaría de él para siempre. Se alejaría. Si no le había espantado de su lado su pasado, tal vez sí lo hiciera su presente. Nunca había tenido tanto miedo a perder algo como en ese momento. Pero no podía dejar de hacer lo que hacía. Se consideraba una pieza bastante importante en aquel negocio. Sin embargo, sabía que Airen no lo vería así y no lo aceptaría. Era un creyente de las leyes de la sociedad, después de todo. Él se encargaba de los malos a los que Rain escondía con su silencio.

El comandante salió del calabozo y se quedó apoyado contra la pared, en las escaleras. Echó la cabeza hacia atrás, hasta toparse con la piedra, y suspiró. Le había empezado a preocupar lo que su subconsciente había hecho dentro de aquella celda con Rain. ¿Desde cuándo le resultaba tan agradable estar tan extremadamente cerca de un hombre? ¿Por qué le resultaba tan natural tocarle? ¿Y por qué le gustaba hacerlo? Airen se miró la mano un instante. Aún cosquilleaba en su piel el calor de los largos y delgados dedos de Rain aferrados a su mano. Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en sensaciones extrañas que le aturdieran o mantuvieran su mente ocupada. Necesitaba despejarla para poder pensar con toda la claridad que merecían sus palabras de encontrar a los culpables.

Cuando Airen subió al cuartel, se encontró a Shion en su escritorio, sentado en su silla, y a Ryu, con su largo pelo color plata entornando el gesto calmado de su rostro, subido encima de la mesa. Hablaban tranquilamente. El ambiente era completamente diferente al que acababa de vivir en la celda con Rain. Mucho más tranquilo. Más familiar. El pelinegro se acercó a su mesa. Ryu llevaba un vendaje en la mano que no pasó desapercibida para Airen.

- ¿Y eso?

- Me he quemado un poquito – sonrió el sargento -. Pero se curará. ¿Tú qué tal?

- Rain me ha contado un par de cosas interesantes sobre el incidente.

El comandante se sentó en su escritorio y, pocos segundos más tarde, los dos sargentos arrastraron dos sillas para ponerse delante de la mesa del pelinegro. Airen sabía que querían enterarse de lo que pasaba, pero antes él debía dejar las cosas claras.

- Antes de nada, ¿vosotros también creéis eso de que es el diablo reencarnado? – les preguntó directamente.

Ellos se miraron un momento. Ryu incluso soltó una carcajada a medias.

- No – respondieron al unísono.

- ¿Y nunca os habéis dado cuenta de lo que le pasaba? – insistió -. ¿No sabíais que le atacaban?

Airen nunca les había preguntado aquello porque pretendía mantener su relación con Rain en secreto. Pero de repente, era como si eso le diera igual y sólo necesitara respuesta de esos dos hombres. En los que quería depositar toda la confianza que Biel había roto. Los sargentos volvieron a mirarse.

- Yo sabía que la gente habla pestes de él y que le odian mucho, pero de ahí a atacarle… - susurró el peliplata -. De haberlo sabido, claro que hubiera hecho algo.

- Lo hacían, y con bastante frecuencia – dijo el comandante.

- Por eso nos pusiste a vigilarle – comprendió Ryu -. Yo nunca he visto nada de eso – aseguró -. No es que quiera usarlo de excusa, pero tenemos un área muy grande por cubrir. Y Shion y yo nos ocupamos de los pueblos exteriores más que de la ciudad.

- Lo sé, es Biel quien se encarga del orden de la capital – farfulló Airen.

Shion cogió aire con fuerza entonces, echándose hacia atrás el flequillo de su pelo moreno.

- Yo no tengo excusa – masculló Shion -. Sho me lo contó. Me dijo que tenía que haber denuncias de los ataques a Rain. Pero no logré encontrarlas. Así que, no le creí. Mierda – musitó, fastidiado.  

- No es culpa tuya – zanjó el comandante -. Respecto a hoy, ¿le visteis salir de la iglesia? – quiso saber.

- No – respondió Ryu -. Verás, estoy haciendo todavía el informe pero el incendio se iba a extender a las casas colindantes a la iglesia, así que le pedí a Shion que me acompañase con algunos hombres a los tejados de esas casas para sofocar las llamas desde arriba – le explicó -. No sabemos lo que pasó abajo, Biel estaba al cargo.

- Y cuando acabamos, Ryu tenía esa quemadura. Como Sho estaba con algunas personas que tenían ansiedad y trataba de calmarlos, llevé a este idiota a ver a mi cuñada, la mujer de mi hermano. Al ser enfermera, trató la quemadura y para cuando quisimos volver, Rain estaba detenido – añadió Shion.

En el fondo, Airen sabía que esos dos habrían hecho algo de haber podido. Ahora comprendía por qué no habían intervenido con respecto a Rain.

- Rain me ha dicho que le golpearon al salir de la librería – les contó entonces el comandante -. Se lo llevaron inconsciente y lo metieron en la iglesia antes de quemarla.

- Joder, querían matarle a lo grande – exclamó el peliplata.

- Demasiado teatro sólo para una muerte, ¿no te parece? – hizo notar el moreno.

- Es que creo que no pretendían matarle – atajó entonces Airen.

- ¿Y qué querían? ¿Jugar al escondite? – soltó Ryu.

- Dime algo – dijo el pelinegro, mirando a su sargento -. Si tú dejases a alguien en medio de un incendio para matarlo, ¿no cerrarías la puerta para dejarle encerrado y que no pudiera salir?

- No jodas que la puerta estaba abierta – le interrumpió Shion.

- Eso es. Por eso Rain pudo salir. Si eso es un intento de asesinato, los malos están perdiendo facultades. 

- Bueno, si el librero no se hubiera despertado, estaría muerto – apuntó Ryu -. Él era el único que estaba allí. Y no sabíamos que estaba dentro así que, lo más seguro es que no le hubiéramos encontrado.

- Sabían que despertaría – apuntó Airen a su vez -. No es la primera vez que está en un incendio – les confesó -. Eso le hizo reaccionar, el recuerdo físico que le dejó aquel incidente. ¿Pero qué sentido tiene meter a Rain allí y quemar la iglesia? Sigue sin encajarme esa puerta abierta.

- ¿Y si pretendían que Rain saliera de la iglesia? – Esta vez, la hipótesis sí que parecía una locura de lo más plausible -. Que saliera en medio del incendio. Delante de todos. Como si de verdad fuera el demonio.

- Haciendo eso solamente alimentarían más el odio que le tienen los radicales – hizo notar el sargento herido –. Que casualmente estaban allí reunidos, a ver qué se cocía en el incendio.

- ¿Me estáis diciendo que lo único que querían era que Rain pareciese culpable del incendio? – alcanzó a entender Airen -. ¿Por qué?

- Tal vez pretendían que, al mostrar así a Rain, la gente le linchase. Y casi lo consiguen – le recordó Ryu.

- ¿Tanto lío solo para eso? – insistió el pelinegro.

- Supongamos que todo ha pasado como esperaban – dijo entonces el moreno -. Que todo, el incendio, Rain saliendo del interior con vida y la detención estaban planeadas.

- ¿Alguien puede predecir tantas cosas? – se extrañó Ryu.

- Digamos que sí – insistió Shion -. Que pretendían poner a Rain en la escena de un crimen frente a todo el mundo. ¿No hace eso posible que la intención final de esos hombres fuera que detuviéramos a Rain bajo sospecha de ser el que inició el incendio?

- ¿Querían obligarnos a detenerle? ¿Por qué? ¿Qué lograban con eso? – preguntó el peliplata.

- Sacarle de las calles – respondió Shion -. Tenerle controlado para que no haga daño a nadie.

Sin previo aviso, el comandante dio un fuerte golpe en la mesa que sobresaltó a los dos sargentos.

- ¡Es eso! Como tú dices, Shion, la intención final de esa gente era que le detuviéramos – exclamó Airen entonces -. Pero creo que han ido más allá. No sólo sacamos a Rain de las calles. Tenemos la obligación de llevarle ante el juez.

- Solo los culpables van ante el juez… por eso han hecho que lo pareciera delante de todos – comprendió Ryu.

- Esperad. Eso no asegura que vaya a ser juzgado – hizo notar el moreno.  

- Sí, hay algo que asegura que tenemos que llevarle ante el juez – susurró Airen -. Nosotros no hemos tenido más remedio que detenerle a pesar de que no era culpable, ¿por qué?

- Por la presión del pueblo – respondió Shion.

- Eso es. Si el pueblo ejerce la misma presión en el juez entonces…

- ¡Mierda! ¡Enviará a Rain a la cárcel de por vida! – soltó Ryu.

El gesto de Airen se ensombreció.

- O incluso puede condenarle a muerte – añadió Airen, despacio.

Los tres se miraron alternativamente. Habían atado todos los cabos. Cuando ponían a funcionar sus cerebros era como si una conexión hiciera saltar las chispas que podían encender la luz que iluminase incluso las verdades más ocultas. Sólo ellos tenían esa capacidad. Lo que convertía a esos dos en las personas en las que Airen se apoyaba incondicionalmente.

- Matar la amenaza que supone Rain usando la legalidad… acojonante – dijo Ryu.

- Y si no podemos demostrar que es inocente, el proceso seguirá adelante – concluyó Shion -. Pero ¿por qué ahora de repente? Lleva años viviendo aquí y nunca habían intentado nada así.

- Porque algo ha cambiado – dijo entonces Airen -. La última vez que le atacaron, Rain respondió – les contó -. Se defendió. Y golpeó a su atacante.

- ¿Nunca se había defendido?

- No. Y tal y como él se temía, ahora que está aprendiendo a defenderse, la gente le tiene todavía más miedo. Porque se está volviendo fuerte. Y no pueden dominar a un hombre al que temen cuando devuelve los golpes.

- Querían quitárselo de encima de una vez por todas porque le ven como una amenaza potencial, ¿es eso?

- Sí. Y es culpa mía por enseñarle.

- Si no le hubieras enseñado, quién sabe si no estaría muerto ya – atajó Shion.

- ¿Quién sería tan retorcido como para hacer algo así?

- Alguien que no tiene las agallas suficientes para matarle. Era más fácil para esos cobardes hacer que Rain pareciera culpable y que un juez le condenase o a pudrirse en una celda el resto de su vida o a ser ejecutado.

- Sabes que no vamos a encontrar a ese alguien, ¿verdad? – dijo Shion, con gesto preocupado -. Sabiendo que fueron tres hombres quienes le atacaron, lo tenemos muy difícil para identificarlos.

- Ya lo sé. Pero si no les encontramos y no podemos demostrar su inocencia, Rain está muerto – sentenció Airen -. Joder.

- Oye, no pongas esa cara de resignación – le dijo Shion -. Rendirte no te pega nada, Airen.

- ¿Y qué quieres que haga? No tenemos forma de demostrar nada, Shion. Y aunque lo hiciéramos, nada nos asegura que nos fueran a creer.

- Somos la voz de la ley. Si alguien puede probar la inocencia de Rain, somos nosotros – dijo el moreno.  

- Investigaremos un poco más – dijo Ryu, poniéndose de pie de un salto -. Tal vez demos con algo.

Shion hizo lo mismo que su compañero.

- Gracias – susurró Airen.

Se quedó allí sentado mientras sus sargentos salían del cuartel. Les agradecía enormemente la intención, pero él también sabía que era inútil esforzarse así. No iba a dar frutos. Ahora tenía que centrarse en cómo defender a Rain y sacarle de aquel lío sin tener que llegar al juez. Porque si era así, Rain dejaría de estar en sus manos para estar en las de un hombre presionado por la voluntad de un pueblo supersticioso, radical y equivocado. Y entonces él le perdería.

A las doce menos diez de la noche, Airen bajó a los calabozos. El agente que estaba de guardia era un muchacho que había entrado en el cuerpo de la guardia ciudadana no hacía mucho. Al comandante no le costó demasiado hacer que dejase su puesto durante una hora y le permitiera llevarse a Rain. El camino hasta la librería fue silencioso. El pelinegro estaba bastante preocupado por la situación y Rain prefería evitar las preguntas que no podía responder, por lo que también mantuvo su voz muda. Iban utilizando las sombras de la calle para ocultarse de la vista de cualquiera que andase perdido por la ciudad, borracho o de chismoso curioso en las ventanas. Al llegar al callejón, Rain entró en la librería rápidamente.

Airen caminaba hacia la salida del callejón cuando se cruzó con un hombre. Debía ser el cliente de la librería al que Rain esperaba. Al pasar a su lado, Airen tuvo una sensación extraña. El aura de aquel hombre era diferente. Poderosa. En ese momento, el comandante odió tener razón; Rain le había mentido descaradamente. Aquel hombre no iba a recoger un libro. El pelinegro no salió del callejón. Se mantuvo escondido en un lateral, tras unos contenedores para recoger la basura.

Diez minutos más tarde, mucho más pronto de lo que el pelinegro había esperado, el hombre salió de la librería. Airen echó a andar detrás de él para seguirlo. Tenía veinte minutos hasta que Rain saliera de la librería para volver al cuartel. Con el mayor de los sigilos, el comandante siguió a aquel extraño hasta el límite oeste de la ciudad. Una vez allí, sólo se podía seguir avanzando hacia las montañas. A ese lugar donde nunca entraba nadie, ni siquiera la guardia ciudadana. Donde se escondía el oscuro mundo de los bajos fondos a los que él, como defensor de la ley, no era capaz de llegar.

El hombre cruzó el límite. Y se adentró en la zona oeste de la isla. Airen no pudo seguirle más. Su juicio aún estaba sano, lo suficiente como para ni pensar en entrar en ese lugar. Pero aquello solo podía significar que había algo turbio detrás. Y el librero estaba implicado en ello.

- ¿Qué me estás ocultando, Rain? 

Notas finales:

Bueno, las cosas se enredan otra vez. Cuando parecia que por fin estaban yendo por buen camino, ahora se interpone entre ellos algo que quizá pueda separarles para siempre... ¡hasta aquí puedo decir! Tendréis que esperar un poco para saber lo que pasa X3

Gracias de nuevo por leer y sobre todo, a Rising Sloth, Kira-chan, Corazón y RoronoaLaira por compartir vuestras opiniones conmigo, me emociona que lo hagais y me da muchos ánimos para continuar con la historia. Gracias por estar siempre ahí, y a todos mis lectores os dedico un gracias enorme de igual forma. Es un placer escribir para vosotros. 

Nos vemos todos en el siguiente capítulo. 

Erza.


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