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[B.A.P] Tu espíritu perdido. por Raes

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  Despertó en plena madrugada por un ruido rastrero. Lento y sigiloso salió de su cama sosteniendo su cuchillo.

 

  La experiencia le volvió algo rutinario. Debajo de sí mismo, por encima de las sábanas, guardaba siempre un cuchillo de mano con la hoja esmerilada y con el filo casi intacto. A su lado, sobre la mesita de noche malgastada, el revólver cargado y sin seguro estaba listo para ser disparado. No había noche en que, sea donde fuese que durmiese, no lo hiciera con protección rodeándole. Si se acurrucaba entre hojas y helechos cerca del río, buscaba piedras para camuflar su cuchillo. Si permanecía a los pies de una montaña, removía la tierra guardando la pistola debajo. El peor error que cometió cuando empezó a cazarlos, le había dejado una horrible cicatriz en su brazo de un arañazo que uno de ellos le causó en plena noche.  Se juró que no habría más marcas en su piel, esa sería la única y la recordaba siempre que se cerraba los ojos.

 

  En plena oscuridad, se aproximó a la ventana de su improvisada habitación, intentando ver el origen del ruido. Allí afuera no había nada, sin embargo, más que la soledad propia de esas horas y una capa fina de tierra revoloteando por la brisa nocturna. El sonido volvió a aparecer; agudizó su visión y la ajustó más allá de la calle.

 

  Un hombre apareció arrastrando los pies pegando manotazos al aire mientras la botella que sostenía salpicaba líquido. Un ebrio, pensó YoungJae, observándole desde la ventana. Fue justo enfrente de la casa que el tipo se echó y dejó de quejarse en voz baja. No podía haber algo más problemático que tener a un casi inerte cuerpo vivo a merced de quien sea, a pocos metros de la puerta de su casa. Era alimento servido en bandeja, pedía a gritos que lo notasen. Los quería encontrar pero no de esa manera.

 

  YoungJae le ayudó a pararse, una vez hubo dejado la casa, intentando que el hombre robusto se irguiera sin tambaleos bruscos. Apestaba a alcohol y ese olor agudo le hizo arder la nariz, teniendo que apartarse.

 

            –Esta casa no te pertenece… –dijo el extraño, apuntando torpemente hacia la puerta. Seguía siendo igual o más ruidoso, volviéndose a quejar–. La familia de aquí se ha mudado a cuatro días de este lugar… ¿Cómo se llamaba? –preguntó retórico–. Su hijo, ese niño, al que mataron… ¿Qué haces en su casa, forastero?

 

    Lo dedujo enseguida. Esa casa era otra más de las que abandonaron ni bien las muertes macabras comenzaron, obligando a algunos habitantes a buscar refugio en lejanos poblados. El sheriff le otorgó libre elección en cuanto le enseñó las casas deshabitadas, y aunque a un principio no preguntó acerca del origen, intuía que alguna vez dichas viviendas habían estado fulgentes de vida. La suya era evidencia. No estaba molesto ni incómodo viviendo en un sitio prestado por un tiempo, durmiendo en una cama donde otro se había recostado, o utilizando los pocos objetos que no se habían llevado. No tenía espacio en su vida para insignificantes delicadezas.  Pero tal parecía que para la gente del poblado, era algo que no podía pasar desapercibido.

 

            –Regrese a su casa, señor  –pidió YoungJae situándose en el pórtico, de espaldas al sujeto–, es muy peligroso vagar en la noche, podrían-

            –¿Y tú qué? –eso hizo que frenara su andar y voltease su cabeza para mirarle por sobre el hombro.

            –No me interrumpa.

            –¿Y qué me harás? –amenazó el pueblerino– ¿Me matarás? ¿Cómo lo han hecho esas cosas por tantos meses?

 

  No había rabia en esas palabras, el hombre hablaba desde el dolor, desde la impotencia por no ser capaz de ayudar a sus compañeros, a sus familiares, y YoungJae lo notó. A cada paso, las contenidas ganas de llorar se hacían más y más pesadas y duras de retener, quebrando la voz del hombre y deteniéndolo justo por debajo del escalón de madera. Se arrodilló enfrente, más en muestra de cansancio que de súplica.

 

–Según dicen estás aquí para traer de nuevo la paz, pero en cambio, usurpas la casa de uno de los nuestros. Estás removiendo los recuerdos que tenemos de ellos con tu presencia, los que hemos creado con el pasar de los años. No harás nada aquí, joven, no conseguirás cambiar esto. Todo este lugar está mal: el sistema, las familias, la justicia. Todo en este pueblo está corrupto.

–¿Y le parece que me importa? –era arisco y despreocupado, pero era sincero. Se aproximó hasta la puerta para cerrarla. Ya había advertido al pueblerino, lo demás corría por su cuenta–. Vuelva y descanse, señor, no quieren más muertes en este poblado.

 

  YoungJae no había sido contratado para que la paz regresara y con ello  los habitantes retomaran sus vidas diarias sin miedos y temores. Él no estaba ahí para hacerles feliz, a él no le importaba. Siendo franco, quería que no se cobraran más vidas tomadas por engendros, que no hubiese más muertes repentinas ni desapariciones. Los humanos tienen derecho de vivir tanto como pudiesen, sin que les arrebatasen la vida, y él se aseguraría de que ello se cumpliera. Que luego no supieran cómo aprovecharla no era asunto suyo. Y jamás lo sería.

 

 

**

 

 

  La mañana y la tarde se le habían pasado visitando la comisaría y releyendo los archivos de las tantas muertes. Hasta dos meses antes de su llegada al pueblo, las muertes se limitaban a hombres y mujeres adultos, y algún que otro jovencillo que el pueblo llamaba descarriado. No obstante, luego de ese tiempo, las bajas de niños aparecieron abruptamente, volviéndolo todo un caso mucho más urgente. El sheriff, por suerte (pensó de tal forma), le había quitado tiempo perdido ordenando los casos de muertes cronológicamente y por género, facilitándole el trabajo. YoungJae no poseía un lugar al cual llamar propio y por ende se instaló en la comisaría a hojear la información, descubriendo que las muertes eran totalmente equitativas; misma cantidad de hombres y mujeres. Mas no el de niños.

 

  No se atrevía a decir que eso resultaba una completa coincidencia.

 

  Ansioso por encontrar a uno de ellos, pensó regresar a la casa en la cual estaba habitando para idear la forma de capturarlos, pero luego recordó que nada había ingerido y ciertamente, aun siendo un dhampiro, debía alimentarse como un humano normal lo haría.

 

  Su presencia allí seguía siendo mal vista. Por más que llevara cinco día andando por las calles terrosas y haciendo visible su revólver y cuchillo sujetos a su cintura, la gente no se atrevía siquiera a dirigirle la palabra. Repetía que aquél actuar estaba bien, mucho de hecho. YoungJae tampoco saludaba a los pueblerinos, no por timidez o por darles espacio a que se adaptaran a su presencia, sino porque no le encontraba sentido alguno. Al finalizar su trabajo se largaría de allí, tomaría sus pertenencias y como una sombra –vaya analogía– cabalgaría junto a su caballo inseparable en busca de otros espectros a quienes aniquilar. No había sentido alguno en entablar relaciones con las personas, era un nómade que vivía solo y la compañía no le atraía en absoluto.

 

  Hubo ocasiones en los que se le arrimaron a invitarle un trago de whisky en un saloon a plena luz del día. Disfrutaba de esos lugares por sus bebidas y por la extraña manera que tenían los humanos de llamar la atención y cortejar, muy distinta a la de un vampiro. Pero eso no lo vio venir. Cuando el hombre, mayor y desaliñado se le aproximó, sintió enseguida la energía que portaba y sus ganas de liberar su lívido con alguien de forma carnal. Nada trabajoso le hubiera resultado sacároslo de encima en caso de un mal y estúpido movimiento de su parte, pero una mujer vestida con un frondoso atuendo rojizo lleno de pliegues y holanes, apartó al sujeto extraño regresándolo a su mesa. Agradeció a la joven porque le fue adecuado, sino, pues de actuar en defensa propia, hubiera golpeado al hombre con tal de que lo dejara en paz.

  “Disculpe” le había dicho la mujer, y YoungJae se dijo que por ese día iba a distender su trabajo y tomar un merecido descanso. Luego del acto, hizo lo que siempre; abandonó el bar y salió del pueblo sin mirar hacia atrás. Porque allí no había nada que lo marcase, sólo eran casas y gente vacía para él.

 

  En la posada de su reciente lugar las cosas no fueron distintas. Tras comer y saciarse en un plato delicioso –ya que vivir a base de animales atrapados y cocinarlos a leña entre montones de tierra e insectos, no le gustaba demasiado, pero otra no le quedaba–, monitoreó con la vista y oído los alrededores.

 

  El día estaba muy calmado, sin ráfagas de viento bruscas para ser un atardecer. Fue por eso que le fue fácil detectar un movimiento anómalo en uno de los árboles cercanos a su casa. Las ramas se agitaron y desprendieron unas cuantas hojas que cayeron al suelo y otras al techo de la casa contigua. Unos segundos después, de la misma azotea cayeron porciones significativas de tierra y hojas secas. YoungJae apresuró el paso, mirando de reojo los raros movimientos, adentrándose en su casa sin perder de vista una sombra que se dejó ver en lo alto.

 

  Era uno de ellos. Podía sentirlo, estaba seguro.

 

  Se hizo de sus armas y subió hasta el segundo piso para tener una mejor visión de enfrente. Y sí, lo confirmó, allí había un vampiro.

 

  La sombra pasó de techo en techo, por tres casas consecutivas. YoungJae la observó desde el balcón empuñando su cuchillo, a la espera del momento. Con la zurda, apuntó la Peacemaker donde visualizó al vampiro y gatilló sin más espera. Buscaba su atención, su enojo por descubrirlo paseándose por los techos, reemplazar sus planes iniciales de hacer lo que fuera que estuviese por hacer y cambiar el objetivo a sí mismo. Si algo que sí gustaba de aquellas cosas, dentro de tanta mierda de espectro, era el hecho de tener pensamientos abruptamente cambiantes. Consiguiendo su cometido, bordeó la ventana en cuanto la sombra lejana lo descubrió; el brillo rojizo de sus ojos podía ser fácilmente confundido con destellos de estrellas o foquitos de luz. Preparó el cuchillo y, en guardia, esperó paciente.

 

  La presencia viajó hasta el otro lado de la ventana, YoungJae lo sintió enseguida.

 

  Con la respiración pausada, aguardó en silencio por unos segundos. El espectro no dudaría en ingresar en busca de él para matarlo. Eran muy pocos los vampiros capaces de reconocer a un dhampiro. YoungJae pensó que si el muy infeliz había sido tan idiota de acercarse a la casa inmediatamente después de que le disparara, era porque, cien por ciento seguro, no supiese de la naturaleza de YoungJae. Ese actuar desprevenido y precipitado, no hizo más que alegrarle la noche.

 

  La criatura apareció; de un salto pesado y ruidoso se hizo presente, actuando de forma veloz. Queriendo atacar a YoungJae, golpeó su brazo en la muñeca y dejó deslizarse lejos el cuchillo en cuanto el cazador arremetió contra su cuerpo. Era más veloz de lo que YoungJae hubiera esperado, y mucho más pequeño de lo que imaginaba.

 

            –Eres veloz, niño.

            –Lo mismo digo, humano.

 

  A mano abierta, la criatura golpeó en el aire pifiando su objetivo. YoungJae lo esquivó ágilmente, moviéndose un par de pasos a un costado. El cuchillo estaba lejos, a distancia más que suficiente para que, si pegase un salto para tomarla, le daría la ventaja al vampiro de atacarle por la retaguardia. Un tiro certero en alguna parte de su cuerpo le daría el tiempo suficiente para arrastrase hasta su arma blanca, pensó, al esquivar otro manotazo que iba dirigido a su rostro. “Esta cosa es tan sólo un crío”

 

  Las heridas por armas de fuego de un mortal no hacen mella en el cuerpo de un vampiro. A lo sumo los detiene un segundo o los hace tropezar, no más que un instante, el suficiente tal vez como para poder buscar refugio en una habitación o distraer sus ojos. Siguen siendo igual de mortíferos. Su cuerpo no les transmite dolor, es una masa inervada y vascularizada, por supuesto, porque poseen las mismas funciones que un sencillo humano. Sin embargo, su capacidad cerebral avanzada, inhibe los receptores y terminales nerviosos, dándoles una completa inmunidad selectiva. Por eso también, la necesidad de alimentarse de sólido no es un problema para ellos, sólo buscan rellenar sus baterías de un liquito vitalicio: sangre.

 

  Los golpes se intercambiaron bloqueándolos con maestría. Estaba frustrado, YoungJae a esa altura ya debía haber aniquilado al ser espectral, y lo que lo ofuscaba todavía más es que éste fuese mucho menor que él en cuanto a aspecto. Harto, se dejó caer al suelo fingiendo un golpe en el estómago y tomó el revólver disparando en cuanto la criatura estuvo en su línea de fuego. Con buena puntería, logró perforarle el hombro, espantándolo haciendo que retrocediera y se perdiera escaleras abajo. La cosa no se marcharía así de fácil. YoungJae se incorporó una vez hubo tomado el cuchillo lanzado antes de la pelea, empuñándola.

 

  Una vez heridos, los vampiros se cargan de enojo, ira, todo aquél sentimiento que nutra su cuerpo de forma oscura y violenta. No conocen otra manera de acrecentar la rabia, volverse mucho más intimidantes y agresivos es su naturaleza. Matar para calmarse es su única solución. Los vampiros no pueden ser asesinados por humanos, y que uno los lastime, los enloquece.

 

  El silencio en planta baja era sepulcral. Ni en las afueras de la casa se oían ruidos de vida, humana o animal, era como si el tiempo se hubiese detenido a excepción de la residencia. Los peldaños crujieron debajo de sus pies, haciendo el trabajo más dificultoso para el cazador. De pronto, una carga lo tumbó al suelo cayendo de frente. YoungJae rodó sobre sí e incrustó el cuchillo a su atacante en la zona de las costillas, sintiendo su cuerpo libre al segundo. El espectro se separó hasta el otro extremo de la habitación, dejando una mancha rojiza en su trayecto. Estaba herido, y por una de sus armas.

 

            –Eres apenas un niño, ¿qué haces en este pueblo? –inquirió YoungJae, recobrando su postura cuchillo en mano.

            –Tú… –balbuceó el otro en respuesta, señalándole– tú no eres humano.

            –Eres el que ha estado asesinando a los niños de aquí ¿no es así? –su ubicación no cambió, se mantuvo distante y en guardia. Era imposible e impensable confiarse de esos seres traidores por naturaleza.

 

  Los vampiros no discriminan, si de conseguir alimento vital se trata, buscarán al ser que les parezca más vulnerable. Y estos siempre serán, los de su mismo género y generación. Podrán pasar cincuenta años terrenales, cambiando rasgos y avejentando la apariencia de un ser vivo, sin embargo, los vampiros no sufren deterioro físico alguno. Para ellos, su objetivo fácil es el mismo; vampiro varón-humano varón, vampiro mujer-humano mujer, vampiro niño, humano niño. No importa si, a conciencia de un humano, un infante fuese la mejor opción para matar, la lógica vampiresa actuaba de forma dispareja.

 

  A YoungJae, el sheriff del pueblo se lo enseñó en muchos papeles; las muertes de menores a quince años habían crecido los últimos tres meses. Todo indicaba que las víctimas habían caído a manos de un vampiro de semejante edad. Dudaba de que el chico (en apariencia) frente suyo, ya herido, fuese el responsable de las muertes de los adultos, puesto que –en caso de tener que atacar a una generación distinta– lo hiciesen hacia un mayor. “Menor mata a menor” decía la regla.

 

  El espectro se mantuvo quieto, sangrando cada vez más por la herida abierta en su flanco izquierdo. Examinó a su retador, desde su fachada externa hasta adentrarse por sus ojos. Fueron cinco segundos los que necesitó para comenzar a reírse, tanto de él y de la situación en la que se encontraban.

 

            –¡Oh! –exclamó con sorna, presionando su abdomen en modo de exageración. Si en algo se caracterizaban era en burlarse de cualquier otro ser, y YoungJae era el más cercano–. Eres un dhampiro.

 

Aquella palabra. Aquella maldita palabra.

 

No necesitó más. Cegado por el odio, YoungJae se precipitó a veloces pasos, retrocediendo su brazo armado en el trayecto y así ganando fuerza, potencia. El cuchillo se incrustó una vez más en el cuerpo del vampiro perforándole el estómago e intestinos.

 

  Esa palabra no debía ser dicha, no debía ser mencionada, y menos de la boca de uno de ellos. YoungJae ardió en rabia. Ser un dhampiro no era privilegio, no era nada más que una combinación amorfa y espeluznante de una criatura sin destino, porque no podía llamarse ni humano ni vampiro. Era un cuerpo vagando entre rótulos sin obtener una etiqueta que lo identificase.

 

  Una cosa era que se autodenominase a sí mismo de tal manera. Otra muy distinta que le llamase así un tercero.

 

            –Un medio humano…

 

  Torció el cuchillo dentro, hiriendo más profundo en su anatomía. Con la zurda, presionó el cuello de su víctima impidiendo moverla libremente utilizando la pared como segundo apoyo. Arrodillado, la sangre derramada por su mano formó un pequeño chaco en el amarronado suelo de madera.

 

  Podía acabarlo allí mismo sólo moviendo el cuchillo más hacia arriba hasta impactar su corazón, pero YoungJae quería más que eso.

 

            –Un dhampiro que mata a los suyos… –balbuceó el cuerpo hiriente, escupiendo líquido por la boca.

            –No soy uno de ustedes –le corrigió–, pero sí, te mataré. Y será nada bonito.

            –Como él lo hará contigo.

 

  Él.

  Había alguien más.

 

            –¿Quién? –indago YoungJae. Si otro vampiro rondaba el pueblo, ya debía haberse percatado del infernal olor a sangre que emanaba el chiquillo debajo de él–. ¿Tienes compañía?

            –Él no la necesita… él ya te ha visto incluso desde el primer momento en que pisaste este poblado... Y créeme, dhampiro, estarás bien muerto…

 

   Lo arrojó al suelo, quitando bruscamente el cuchillo. La burla bailaba en cada palabra, la exageración igual, y el odio intensificaba. Iba a acabar con él de una vez por todas.

 

            –Dime tu nombre.

            –¿En serio? –rió aun con suficiencia ante el pedido– ¿matarás a un niño?

            –Mataré a un vampiro, que es distinto.

 

  Desde arriba YoungJae lo observó. Cual fuese el nombre que le dijera, sería mentira, lo sabía, pero reclamaba una identificación para cuando enterrase el cuerpo.

 

  Los vampiros puros, poseen nombre de nacimiento otorgado por la madre en un acuerdo grupal. No obstante, éstos pueden –y por lo general sucede– cambiarlo a un seudónimo ni bien aprenden a hablar. El motivo es sencillamente simple, mero juego.

 

            –Haechan –respondió finalmente moribundo–. Procura que esté en la sombra, no me agrada el sol en las mañanas.

            –No te preocupes, no lo sentirás en absoluto.

            –Gracias… –casi como adivinando lo que vendría, no perdió oportunidad a pesar de saber lo que vendría; sonrió.

 

  El juego fue siempre su prioridad, siempre acompañando al vampiro en sus ataques de madrugada adentrado en las recámaras de niñas y niños que, asustados, pedían en silencio por sus padres.

 

  Rió una última vez, observando los oscuros ojos de su cazador. Sí que había tenido un largo recorrido.

 

            –YoungJae…

 

  Con puntería exacta y precisa, perforó por última ocasión el cuerpo del espectro. Su corazón se detuvo, había muerto.

 

  Lo odiaba. Los odiaba. Esa detestable capacidad de aprovecharse de los demás viendo y leyendo cosas que no deberían en los ojos de las personas, cualquiera sea. Investigando asuntos que no les incumbía. Porque a pesar de manejar sus expresiones y mantener la serenidad, nada podía bloquear lo transparente que eran los ojos enseñando el alma y despojándole de vivencias, pensamientos, y un sinfín de datos puntuales.

 

  Su nombre estaba manchado, otra vez, por la voz de su pasado.

 

  Con la criatura muerta, YoungJae podría asegurar que los niños estarían protegidos, al menos por un tiempo. La existencia de otro vampiro de la misma generación física era muy improbable. La dominancia, incluso en la raza espectral, era muy respetada y de completa obediencia.

 

  Entonces en el pueblo debía haber más…

 

  “Él…”

 

  YoungJae recordó las palabras del reciente fallecido. El respeto con el que se dirigió a su vampiro mayor, podía asegurar, lo invadió de expectación.

 

 

  ¿Acaso se trataría de un vampiro adulto… puro?

 

 

  En cuyo caso, iba a ser mucho más complicado atraparlo como lo había sido ese tal HaeChan.

Notas finales:

Akcknsdj tardé poquito en la actu, jo(?)

Primero que nada, quiero agradecer a quien me dejó un review (el único) en la introducción. Te mereces muchos corazones♥ y fluff y cosas así ;; XD! Es en serio, me ha alegrado mucho.

Y segundo. No me pude aguantar y metí al chiquillo de Donghyuck en la historia, el revoltoso y ruidoso maknae de NCT 127. Porque sí, NCT me gusta demasiado.

  Espero que esto les haya gustado, aunque todavía no haya aparecido Daehyun (lo bueno se hace esperar(?)

Háganme saber qué tal les parece, chusmeen conmigo.hue

Abrazo!


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