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DELIRIUM por Nayu - san

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dos

Debemos estar continuamente en guardia contra la enfermedad; la salud de nuestra nación, de nuestro pueblo, de nuestras familias, de nuestras mentes depende de una vigilancia constante.

«Medidas básicas de salud». Manual de FSS (12.a edición)

El olor de las naranjas siempre le ha recordado a los funerales. Es ese olor lo que le despierta la mañana de su evaluación. Aún somnoliento mira el reloj de la mesilla de noche. Son las seis.

La luz es gris, pero los rayos del sol se van insinuando en las paredes del cuarto que comparte con los dos hijos de su prima Ima. Nori, el pequeño, está acurrucado encima de su camita, ya vestido, y mantiene la mirada fija en el rubio sobre la cama. Tiene una naranja entera en la mano.

Intenta darle un mordisco, como si fuera una manzana, con sus dientecitos de niño. A Tsukishima se le revuelve el estómago y tiene que cerrar los ojos otra vez para no recordar aquel traje áspero y sofocante que le obligaron a usar cuando murió su madre; para no recordar los murmullos, o esa mano ruda y grande que le pasaba una naranja tras otra para que estuviera tranquilo. En el funeral comió cuatro, gajo a gajo, y cuando ya solo le quedaban las cáscaras en el regazo, empezó a chuparlas. El sabor amargo de la parte blanca le ayudaba a contener las lágrimas.

Abre los ojos y Noru se inclina hacia delante, con el brazo extendido y la naranja en la mano.

-No, Nori. -dice mientras se coloca las gafas y se pone de pie. El estómago se le aprieta y se afloja como un puño-. Y la cáscara no se come, ¿eh?

El pequeño lo sigue mirando, parpadeando con sus grandes ojos grises, sin decir nada. Kei suspira y se sienta junto a él.

-Trae. -dice algo cansado, y le muestra cómo pelar la fruta con las manos, dejando caer los brillantes tirabuzones naranjas en su regazo mientras procura contener el aliento para que no le llegue el olor.

El niño lo mira en silencio. Cuando el mayor termina, coge la fruta ya pelada con las dos manos, como si fuera una bola de cristal y temiera romperla.

El rubio le da un golpecito con el codo. -Anda, coma. -suspira.

Él se limita a mirar la fruta fijamente, así que Tsukishima le quita la naranja y empieza a separarle los gajos, uno a uno.

-¿Sabes qué? -susurra lo más bajito que puede-. Los demás serían más amables contigo si les hablaras de vez en cuando.

No contesta. Tampoco es que esperara que lo hiciera. La tía Jun no le ha oído decir ni una palabra en los seis años y tres meses que tiene el niño; ni una sola sílaba. Jun cree que le pasa algo en el cerebro, pero por el momento los médicos no han encontrado nada.

«Es más tonto que una nuez.», comentó con toda naturalidad el otro día, mientras miraba a Nori. El niño le daba vueltas en las manos a un bloque de madera pintada como si fuera algo bello y prodigioso, como si esperara que de repente se convirtiera en otra cosa.

Tsukishima se pone de pie y se acerca a la ventana para alejarse de Nori, de sus grandes ojos fijos y de sus dedos finos y veloces. Le da pena.

Ima, su madre, está muerta. Siempre dijo que no quería niños. Ese es uno de los inconvenientes del tratamiento: al no sufrir los deliria nervosa, a algunas personas les resulta desagradable la idea de tener hijos. Por fortuna, son pocos los casos de desapego total, en los que un padre o una madre es incapaz de establecer un vínculo normal y responsable con sus hijos, como es su obligación, y acaba ahogándolos o golpeándolos hasta matarlos.

Pero los evaluadores decidieron que ella debía tener dos hijos. En aquel momento parecía una buena elección. Su familia había conseguido una buena nota de estabilización en la revisión anual. Su marido era un científico muy respetado. Vivían en una casa enorme en Tokyo. Ima preparaba a diario la comida para los dos, y en su tiempo libre daba clases de piano para mantenerse ocupada.

Pero, claro, todo cambió cuando se empezó a sospechar que su marido era simpatizante. Ima y sus hijos. Kimi y Nori, tuvieron que mudarse a casa de su madre, la tía Jun, y la gente empezó a murmurar y a apuntarlas con el dedo fueran donde fueran. Nori no se acordará de eso, desde luego; sería raro si tuviera algún recuerdo de sus padres.

El marido de Ima desapareció antes de que diera comienzo el juicio. Puede que fuera lo mejor. Los juicios son, sobre todo, una cuestión de apariencias. A los simpatizantes casi siempre se los ejecuta. Si no, se los encierra en las Criptas, condenados a tres cadenas perpetuas seguidas. Ima lo sabía, por supuesto. La Jun piensa que por eso se detuvo su corazón cuando, apenas unos meses después de que desapareciera su marido, la acusaron a ella en su lugar. Un día después de que le entregaran la citación, mientras iba caminando por la calle, sufrió un ataque y murió.

El corazón es algo muy frágil. Por eso hay que tener tanto cuidado con él.

Hoy va a ser un día sofocante, se nota. Ya hace calor en el dormitorio, y cuando Kei abre un poco la ventana para que se vaya el olor a naranja, el aire de fuera es tan denso que parece lamerle las mejillas. Aspira profundamente, inhalando el olor limpio de algas y madera húmeda, mientras escucha los chillidos lejanos de las gaviotas que describen círculos interminables sobre la bahía, en algún lugar más allá de los almacenes achaparrados y los grises edificios. El motor de un coche se pone en marcha junto a la casa.

El ruido le sobresalta.

-¿Estás nervioso por la evaluación?

Sorprendido da la vuelta. Jun está de pie en el umbral, con las manos agarradas.

-No. -responde, aunque es mentira.

Ella sonríe apenas, una sonrisa breve, pasajera.

-No te preocupes. Lo harás bien. Date una ducha y luego te ayudaré a arreglarte. Por el camino podemos repasar las respuestas.

-Está bien. -responde mostrando una pequeña sonrisa.

La mujer sigue mirándolo fijamente. Tsukishima se siente violento, clava las uñas en el alféizar que tiene detrás. Siempre ha odiado que le miren así. Tendrá que acostumbrarse.

Durante el examen habrá cuatro evaluadores que lo mirarán de ese modo durante casi dos horas. Tendrá que llevar un camisón ligero de plástico, semitransparente, como los que suelen dar en los hospitales, para que puedan verle el cuerpo.

-Un siete o un ocho, diría yo. -augura la tía frunciendo los labios.

Es una nota digna, y él mismo se daría por satisfecho si la consiguiera

-Aunque no sacarás más de un seis si no te lavas.

El curso casi ha terminado y la evaluación es el último examen que debe pasar. Durante los cuatro meses anteriores ha ido haciendo los diferentes ejercicios de reválida: Matemáticas, Ciencias, Competencia Oral y Escrita, Sociología, Psicología y Fotografía (una especialidad opcional), con lo que recibirá sus

notas en algún momento de las próximas semanas. Está bastante satisfecho de cómo le han salido, así que de seguro le asignarán una universidad. Siempre ha sido buen estudiante. Los asesores académicos valorarán sus fortalezas y debilidades y elegirán para él una facultad y una carrera.

La evaluación es necesaria para que puedan emparejarlo. En los próximos meses, los evaluadores le enviarán una lista con los cuatro o cinco candidatos aprobados. Uno de ellos se convertirá su esposo cuando termine la carrera (suponiendo que haya aprobado todos los exámenes de reválida; a quienes no aprueban se les empareja y se las casa en cuanto terminan la preparatoria). Los evaluadores harán todo lo posible por asignarle candidatos que hayan recibido notas similares en las evaluaciones.

En la medida de lo posible, procuran evitar grandes disparidades de inteligencia, carácter, edad y procedencia social. Claro que a veces se oyen historias de terror: casos en los que una pobre chica de dieciocho años ha sido entregada a un hombre adinerado de ochenta.

Las escaleras sueltan un gemido quejumbroso y aparece la hermana de Nori. Kimi. Tiene nueve años y es alta para su edad, casi tanto como Tsukishima cuando tenía su edad, pero está muy delgada; parece un saco de huesos, con su pecho hundido como una bandeja combada. Tiene el mismo aspecto demacrado que tenía su madre. Suena mal, pero es que no le cae demasiado bien.

Se une a su tía en el umbral y se le queda mirando. Kei mide un metro ochenta y ocho, y ella un poco menos. Es una tontería que se sienta cohibido ante su tía y sus primos, pero le empieza a subir un picor ardiente por los brazos. Sabe que todos están preocupados por su evaluación. Es crucial que le emparejen con alguien bueno. A Kimi y a Nori les faltan varios años para sus respectivas intervenciones. Si Kei consigue una buena boda, en poco tiempo eso se traducirá en más dinero para la familia. Y de paso, podría hacer desaparecer los monótonos rumores que, cuatro años después del escándalo, aún parecen seguirlo dondequiera que va, como el susurro de las hojas secas arrastradas por el viento. Simpatizantes. Simpatizantes. Simpatizantes.

Durante años, tras la muerte de su madre, lo persiguió una palabra aún peor, un siseo ondulante como una culebra que iba dejando un rastro venenoso: suicidio. Una palabra de soslayo, una palabra que la gente masculla entre cuchicheos o toses, una palabra que solo se murmura tras el refugio de una puerta cerrada.

Era solo en sus sueños donde Tsukishima la oía aullada, lanzada a gritos.

Respira hondo, luego se agacha para sacar la caja de plástico de debajo de la cama. No quiere que su tía vea que está temblando.

-¿Se va a casar Kei-chan hoy? -le pregunta Kimi a la mujer .

Su voz suena como el zumbido constante de las abejas en un día de calor.

-No seas tonta. -dice la tía sin aspereza-. Ya sabes que no se puede casar antes de estar curado.

Tsukishima suspira, saca la toalla de la caja y se incorpora, apretándola contra el pecho. Esa palabra, casarse, hace que se le seque la boca. Todo el mundo se casa en cuanto termina su formación. Así son las cosas. «El matrimonio significa orden y estabilidad, señales de una sociedad sana» (Manual de FSS, «Principios básicos de la sociedad», p. 114). Pero la mera idea de casarse sigue haciendo que el corazón le lata aguadamente, como un insecto tras el cristal. Desde que se dio cuenta de su orientación sexual, nunca ha tocado a un chico, por supuesto: el contacto físico entre incurados del sexo que te atrae está prohibido. Sinceramente, ni siquiera ha hablado nunca con un chico más de cinco minutos en la escuela, a menos que cuente a sus primos, a su tío, a Hayashi Goro, el que ayuda a su tío en su tienda Stop-N-Save y que, por cierto, siempre se hurga la nariz y deja los mocos bajo las latas de verdura; y a Sugawara, su mejor amigo.

Y si no aprueba los exámenes de reválida, se casará en cuanto esté curado, dentro de menos de tres meses. Lo que significa que llegará su noche de bodas.

Mientras se dirige al baño, el olor a naranjas sigue siendo fuerte y el estómago le da otro salto. Entierra la cara en la toalla e inspira, haciendo esfuerzos para no vomitar.

De abajo llega un ruido de platos. Jun suspira y mira el reloj.

-Queda menos de una hora. -comenta-. Más vale que empieces a prepararte.

 

Notas finales:

¿Review?


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