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Errores por MikaShier

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Capítulo 3. Es de humanos

 

—Rin, ¿podrías dejar por un momento el celular? Y la computadora.

 

—Dame un momento, Haru, esto es importante.

 

Una perfecta tarde de primavera, Rin se encontraba sentado en el sofá del departamento que, junto a Haru, habían rentado. Una mesita retráctil se encontraba frente a él, sosteniendo la computadora portátil mientras la mirada del pelirrojo viajaba de la pantalla del celular a la del computador, presionando teclas en este último y arrastrando el pulgar sobre el primero.

 

Haru suspiró y se sentó en silencio junto a él, observando lo que hacía y sintiéndose, en cierto grado, orgulloso de ser el causante de la desesperación de Rin, quien revisaba las ofertas de las universidades en Japón, pues había rechazado la que antes había aceptado en Australia.

 

Por un momento, Rin se quedó quieto ante las pantallas, Haru le vio examinar minuciosamente los requisitos y las condiciones para mantener la beca deportiva que se le ofrecía. Le vio sonreír levemente, siendo consciente de que justo en ese momento, Rin acababa de elegir dónde se iba a quedar.

 

—Sabes que no me molestaré si decides ir a Australia, ¿cierto? Después de todo, era el plan —murmuró Haru, Rin negó brevemente, soltando un largo suspiro y recostándose en el respaldo del sofá para mirar a su novio.

 

—Ese era mi plan antes de tenerte a ti.

 

—Eso… Eso es mentira, siempre he estado aquí.

 

—Imposible, este departamento era de alguien más —Haru sonrió un poco ante aquella respuesta tan estúpida y recargó la cabeza en el hombro contrario. Para Rin esa era suficiente muestra de afecto.

 

—Ya lo habíamos hablado.

 

—Pero no quiero irme, Haru. Todos tenemos derecho a cambiar de opinión.

 

__________________

 

Tres años y once meses después.

 

Tan cierto y tan injusto. Era de humanos el equivocarse.

 

Era de humanos.

 

¡Era de humanos!

 

Día a día, las personas cometían errores. ¡Siempre! La perfección no existía, era imposible. Nadie podía hacerlo todo bien, nadie. No podían pedirle que no se equivocara, no podían exigirle algo que nadie podía hacer. ¿Entonces por qué…?

 

¿Por qué?

 

¡Todos tenían derecho a cambiar de opinión! No, no todos tenían derecho. No en situaciones extraordinarias, no cuando estabas cerrándole la puerta a alguien más. No podía… ¿Por qué?

 

Sus caderas se movían, su cuerpo sudaba, su cabello se agitaba, la música resonaba en sus oídos y el asco se asentaba en su estómago.

 

El dolor era inevitable y la culpa permanente. Corrompido, olvidado, sin importancia.

 

Hombres, mujeres. Ancianos, jóvenes. Casados, divorciados, solteros, con pareja. Lo había probado todo y vivía las consecuencias.

 

El desdén hacia su persona, hacia lo que ejercía. Su cuerpo débil y la exigencia que se negaba a detener. Todo, nada. Ya no valía la pena.

 

Tirar la toalla, rendirse… Eso nunca había pasado por la mente de Rin, pero ahora la idea brillaba, resplandecía como un hermoso letrero señalando un bellísimo acantilado. Como una lindísima etiqueta nombrando un frasco lleno de píldoras. Como una bonita soga atada alrededor de su cuello.

 

Pero tenía tanto miedo de morir… No quería tomar el camino fácil. Quería recuperarse. Creía que sería capaz de olvidar, de superar, de seguir viviendo. A lado de Haru.

 

Amarlo con todo su corazón y ser amado de la misma manera.

 

Ansiaba ser feliz. Ansiaba olvidar. Ansiaba ver aquellos hermosos ojos azules, brillando ante él. Esa risa tan linda que era la mejor melodía que había escuchado.

 

Pero él…

 

La vida era tan dura. Dolía demasiado. Era como caminar en fuego ardiente, al menos así lo veía él.

 

El riesgo de perder su sueño aumentaba en cada píldora. Su vida se estaba yendo por el desagüe. Rin estaba perdiendo vitalidad. Su cabello ya no brillaba, ya no era suave. Sus ojos parecían irritados, sus labios estaban en un pálido rosado. La vida se le escapaba y él no parecía ser consciente.

 

—Últimamente se ve muy… delgado… —murmuró un joven, sentado ante la barra del antro. Su compañero suspiró y observó con desgana su botella de cerveza antes de asentir.

 

—Odio mirarlo —contestó. El barman soltó una risita, apoyando los codos en la barra y mirando al pelirrojo en la pista. Negó suavemente con la cabeza.

 

—Pero han estado viniendo cada sábado desde hace un mes.

 

Asahi miró a Ikuya de reojo y se encogió de hombros en dirección al joven tras la barra. ¿Y qué si veían a ese chico todos los viernes? Era humano el ser tan jodidamente curioso. No podían reprocharle eso.

 

— ¿Qué te parece si hablamos con él? Quizá cambie de opinión respecto a su… —la risa del barman interrumpió su oración. El chico se limpió una lágrima invisible y miró a Ikuya con suma diversión.

 

—Anda, dime qué te fumas.

 

— ¡No me fumo nada! Solo creo que…

 

—Entonces dime, ¿quién mierda crees que eres tú para cambiarle la vida? ¿Algo así como un dios? ¡Oh, ya sé, ya sé! Un manipulador experto. Quizá seas uno de esos que dan pláticas motivacionales…

 

Ikuya apretó los labios antes de darle un largo trago a la botella, Asahi suspiró y volvió la vista a Rin.

 

—En todo caso… ¿Cómo podrías hacerle cambiar de opinión? Si él cree que eso es lo que merece…

 

—Nosotros tenemos un amigo que está en coma, también —comentó Ikuya, dejando la botella en la barra y recargando los codos—. Él jamás permitiría que su pareja pasase por una cosa como esta… como la pareja de este chico está dejando que suceda con él.

 

—No es que él lo haya decidido, niño. No lo está dejando pasar de una manera consciente. Él sufrió un…

 

—No, él huyó de los problemas —debatió Asahi. Le dio la espalda a la pista y se relamió los labios—. Él no dio una oportunidad. Dijiste que este chico dijo “No puedo”, ¿cierto? Bueno, pues un no puedo no es necesariamente un “no quiero”. Él no le dio la oportunidad de explicarse, no dio otra oportunidad a la relación. Simplemente se marchó considerando sus propios sentimientos, el bienestar de él mismo. Al contrario de este… rojito, como se llame. Él sí renunció a su propio bienestar porque él sí cree que haya otra oportunidad.

 

— ¡Sí! No se lo merece. De verdad, debería encontrar a alguien que sea capaz de ver más allá de sí mismo.

 

—Alguien que no termine en coma por una estupidez. Alguien que no se vaya.

 

— ¡Alguien que se quede! —Asahi rotó los ojos, Ikuya estaba ebrio, notablemente. Sus palabras se comenzaban a arrastrar y solo le estaba siguiendo la corriente— ¡Alguien como Asahi!

 

— ¿Ah? —el aludido alzó una ceja. El barman rió levemente y se irguió, prefiriendo ir a atender a otros borrachos— ¿Por qué como yo?

 

—Porque tú te quedas —musitó el de cabello verdoso, con tono obvio.

 

—Ja… Bueno, le pediría una noche, pero él ya tiene un cliente —Ikuya se giró hacia la pista. El pelirrojo ya no se encontraba ahí, quizá por eso Asahi se había volteado. Suspiró con algo de sueño, dirigiendo la vista a las escaleras del lugar. Ah, ahí estaba él.

 

Asahi terminó su cerveza y se levantó, tomando a su amigo del brazo y jalándolo entre la multitud en dirección a la salida, ignorando por completo sus quejas. Era de humanos querer hacer algo.

 

En ocasiones, uno no podía darse cuenta de los errores que cometía. O no podía abrir los ojos y observar que cada cosa que hizo en consecuencia de un error era, simplemente, algo que no merecía. Las personas, la mayoría del tiempo, acudían a la “auto-consulta”. No les importaba la opinión de un tercero, porque nadie más que ellos se sentían como ellos se sentían en ese momento. Nadie tenía derecho a opinar, a decir si lo merecían o no.

 

Así que no había forma de sacar del pozo a alguien que se había metido ahí solito, por decisión propia... A menos que lo convencieran de que él no debía estar ahí.

 

Quizá Rin necesitaba un empujoncito. Quizá era necesario un poco más de tiempo, un poco más de oportunidades, un poco más de atención. Pero las melodías crueles eran las que el destino mejor sabía entonar. Ya no había vuelta atrás. La ruta que había tomado no tenía retorno y no había manera de compensar, jamás, lo que hizo. Lo que hacía, lo que seguiría haciendo. No tenía perdón, y se lo hicieron… Se lo hizo saber.

 

Una tarde de febrero, Haruka despertó.

 

Y su infierno se desencadenó.


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