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Errores por MikaShier

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Capítulo 4. Solo escúchame

 

El fin justifica los medios. Esa podía ser la frase más estúpida que alguna vez se creó. Los fines, para nada, justificaban los medios. Pensar que lo hacían sería digno de un idiota. Pero Rin Matsuoka no era ningún idiota. Él era completamente consciente. O al menos lo había sido.

 

Es fácil convertirse en un imbécil, solo se tiene que seguir los pasos adecuados. Cometer error tras error, tras error, tras error. La vida es un camino lleno de acertijos. Como un árbol lleno de ramas y raíces. Un camino te guía a otro, hay atajos, hay caminos largos, hay caminos que terminan antes de lo esperado.

 

Cada decisión abría una gama de opciones en consecuencia y Rin se había asegurado de escoger la peor cada vez. O al menos eso era lo que él había pensado.

 

Un trabajo es un trabajo, pero eso no significa que sea una excusa.

 

Y podría bailar hasta que sus pies doliesen. Podía sonreír de una forma tan real, pero aún así seguiría siendo falso. Estirarse todo lo que podía a fin de alcanzar nada. Sus manos estaban vacías. Todo lo que creyó tener, se desvaneció frente a sus ojos.

 

La mañana de un dos de febrero, Rin recibió el mejor regalo que podía se le podía conceder.

 

Una llamada telefónica que él, lamentablemente, solo pudo contestar en su descanso, después de que alguien intentase contactarlo unas cinco veces.

 

¿Has sentido tu cuerpo cosquillear por la emoción? Tus ojos picando ante el aviso de las lágrimas, la sonrisa de tonto que se instala en tu rostro y esas risitas estúpidas que no puedes evitar contener. Así fue como Rin se sintió. Las palabras se atoraron en su garganta y solo pudo balbucear que iría cuanto antes al hospital.

 

Convenció al jefe de cambiar su turno y se dirigió al centro médico de inmediato, el estómago le cosquilleaba y las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Pero no se permitió llorar. No iba a hacerlo.  Ni siquiera se había quitado el uniforme del trabajo, no le había dado tiempo. Su cuerpo dolía, las ojeras enmarcaban sus ojos, su piel estaba más pálida que siempre, el sudor frío le recorría la espina, pero nada de eso importaba. No importaba qué tan mal podía sentirse. Por supuesto que no.

 

Con la respiración agitada, se detuvo frente al hospital, mirando su reflejo en las puertas transparentes del mismo. Bien, no se veía sucio, solo descuidado. Se acomodó el cabello y soltó el aire lentamente, intentando calmarse.

 

Dio un brinco imperceptible en cuanto sintió una mano en su hombro. Se giró levemente y vio la sonrisa alegre de su hermana. Ella no se molestaba en ocultar su felicidad. Llevaba su bolso en el brazo y un cartón con cuatro vasos de café en la mano libre.  Pero, a pesar de esa sonrisa, Gou se veía preocupada.

 

—Hermano —había dicho de forma animada—. Feliz cumplea…

 

—Tú… ¿Cómo estás aquí tan rápido? —preguntó Rin. La chica le miró atentamente y después suspiró.

 

—Haruka-senpai despertó ayer por la tarde… Su familia fue la primera contactada, pero ellos pidieron que no te llamaran todavía… Ya sabes, querían consentir a su hijo por un rato…

 

—A ti sí te llamaron —Gou desvió la mirada, asintiendo levemente. No había dicho una mentira, pero tampoco había sido toda la verdad.

 

—Llamaron a Makoto-senpai… Él… Bueno, nosotros… Todos están aquí… Haruka-senpai quería vernos, pero solo pudimos llegar hasta hoy, hace unas tres horas —Rin no pudo sentirse molesto, porque fuera de todo lo que tardaron en llamarle, lo único que en verdad le importaba era que Haru estaba de vuelta. Y no iba a dejarlo ir. No de nuevo—. No dijo nada respecto a ti, pero de todas formas no podían evitar llamarte…

 

—Me llamaron solo para que viniese a pagar —acertó. Gou le miró con algo de tristeza, pero asintió—. Y tenían que decirme que él había despertado…

 

—Haruka-senpai no ha dicho nada sobre ti, supongo que le da algo de vergüenza hacerlo… Pero tampoco ha dicho que no podías venir a verlo, todo ha sido decisión de su familia.

 

—Tengo derecho a verlo —Gou sonrió ante el tono de queja de su hermano y asintió, pero luego negó varias veces.

 

— ¡Pero no puedes verlo así! —señaló su rostro y sonrió— No hay que preocupar a alguien más hoy, así que voy a maquillarte esas ojeras.

 

Rin accedió porque era verdad, no debía preocupar a Haru si él acababa de regresar. Ese era el inicio de su recuperación, debía serlo. La luz en su camino, el sendero correcto. Él podía dejar de hacer las atrocidades que hacía. Él tenía la oportunidad de cambiar.

 

Gou cubrió las ojeras con poco maquillaje, de forma en que ni siquiera se notaba el polvo que le había echado en el rostro. No podían hacer nada respecto al uniforme de su trabajo, así que, sin más, la chica le apretó la mano y le incitó a entrar.

 

Por primera vez en meses, Rin no se sintió solo.

 

Las fuertes luces de los pasillos chocaban contra las paredes blancas, reluciendo ante la cansada vista del pelirrojo. Hacía días que no dormía ni un poquito. Se detuvieron frente a esa puerta a la que Rin había acudido tantas veces, hablándole a un cuerpo cuya vida se escapaba. Esta vez, le vería con los mismos motivos, pero con una actitud cien por ciento diferente. Esta vez, él estaba feliz. Y Haruka estaba despierto.

 

Makoto los recibió con esa cálida sonrisa que le caracterizaba y saludó a Rin con amabilidad mientras ayudaba a Gou con los vasos de café, tomando el que al parecer le pertenecía y pasándole a Rei otro de los vasos. Nagisa estaba dormido en el sofá de visitas. Si Rin hubiese preguntado la razón, Rei le diría con una mueca de “fastidio” que el rubio no había dormido desde que se enteró de lo de Haru, ansioso por verle de nuevo.

 

Pero la mirada de Rin había caído en su amado pelinegro nada más entrar, ignorando los saludos de sus amigos, que también ignoraron la tensión que se formó hasta que esta fue imposible de evitarse.

 

Rin tragó en seco y no apartó la mirada de aquellos ojos azules de Haruka, a pesar de que quería hacerlo. Sintió como si alguien rasgara en su interior, porque esa mirada no era de cariño. Era resentimiento puro, en todo el significado de la palabra. No se sentía bienvenido, y Haru no iba a negar que quería que Rin desapareciera en ese instante.

 

— ¿Qué estás haciendo aquí? —su voz sonaba algo cansada, como si acabara de despertar de una siesta, quizá porque no había hablado en mucho tiempo. Rin se quedó sin palabras y se quedó unos instantes sin contestar.

 

—Mi hermano ha venido a verte —respondió Gou, sonriéndole al pelinegro—. Se ha salido de su trabajo y ha corrido hasta aquí en cuanto se enteró.

 

—Rin-senpai —habló Rei, dedicándole una sonrisa al pelirrojo—. Es bueno verlo, Nagisa-kun y yo trajimos un regalo para usted, por su…

 

—Rin, contéstame —exigió Haru, interrumpiendo a Rei sin consideración alguna. Rin se llevó la mano al cuello y lo talló con suavidad, intentando encontrar las palabras. No tardó mucho en hacerlo.

 

—Vine a verte, ¿no es obvio? Me llamaron hace poco y yo…

 

—Tienes que irte, ni siquiera debiste venir.

 

La voz de Haru era seca. No estaba dándole opciones, de verdad quería que se marchase. El pánico se desbordó en el interior del pelirrojo. ¿Acaso Haru sabía lo que había estado haciendo? ¿Era porque él le había contado todas esas cosas que pasaban en su asquerosa vida mientras este dormía?

 

La mirada de Haru, ¿era una mirada de asco? ¿Por qué otra razón lo correría? ¿Por qué nadie decía nada?

 

No era que nadie estuviera diciendo nada, era que Rin no estaba escuchando. Makoto le rogó a Haruka que se calmara y Gou le estaba diciendo algo a su hermano, tomándolo por el brazo e intentando darle apoyo. Rin no estaba escuchando absolutamente nada. Nada salvo los latidos de su propio corazón.

 

¿Por qué debía seguir latiendo? Debió detenerse hace mucho tiempo. ¿Por qué dolía? Era obvio que no había oportunidades para alguien como él. Las puertas se cerrarían en cuanto se acercara. Era estúpidamente obvio que no quedaba nada ahí.

 

 

—Espera, solo escúchame… Sé que esto es mi culpa, pero yo en verdad te amo, y cometí un error, pero… Todos cometemos errores, si pudieras darme solo una oportunidad, por favor… —La voz de Haruka siempre estaría atravesando las barreras que su corazón culpable interponía. Resonando en su cabeza, grabándose ahí para siempre. Una voz que ignoraba la razón detrás de su decisión, la voz que prefería no dar otra oportunidad. Haru habló con tristeza, con decepción. Habló con claridad y sin dejar ningún cabo suelto para que Rin pudiese salvarse.

 

 

—Yo ya no quiero verte.

 

Nunca más. Así que por favor, no regreses.

 

La única razón por la que no se echó a llorar en ese momento fue sencilla: Un vacío absoluto inundó su alma. No se sintió triste, no sintió enojo, no sintió absolutamente nada. Asintió levemente, todo el tiempo con la mirada clavada en Haru.

 

Escuchó a Makoto replicar junto a Rei, intentando hacer entrar a Haru en razón, oyó a Gou gritarle al pelinegro y la sintió aferrarse a su mano. Pero no entendió nada. Todo se escuchaba como un constante balbuceo. Como si sus sentidos estuviesen entumecidos.

 

—Está bien, lo siento —su voz fue un susurro, pero fue suficiente para que los cuatro chicos en el cuarto le mirasen. Haruka asintió levemente, algo desconcertado por la pequeña sonrisa en el rostro de Rin.

 

—Chicos —murmuró Nagisa, tallándose un ojo y bostezando— ¿Por qué están gritando? Estaba durmiendo… —Sus ojos terminaron de enfocar la habitación y observó la mirada molesta que Gou le dirigía a Haru antes de que su mirada cayera en Rin. Sonrió ampliamente y se abalanzó sobre él— ¡Rin-chan! ¡Qué bueno que viniste! ¡Rei-chan y yo trajimos un regalo por tu cumpleaños!

 

Rin empujó a Nagisa y le dedicó una mirada seca, que dejó al rubio pasmado.

 

—No vuelvas a tocarme—gruñó, soltándose también del agarre de Gou. Sacó su llavero y retiró de ahí un par de llaves, lanzándoselas a Haruka, quien las reconoció de inmediato. Eran suyas. Del departamento que había compartido con Rin—. Ya no vivo ahí, sigue igual que como estaba. Sigo pagándolo, así que está bien si vives ahí. Tú decide que hacer.

 

El pelirrojo se marchó de la habitación sin más, con una sensación extraña en el pecho.

 

Esa misma tarde, pagó la deuda del hospital. Ahí mismo le avisaron que el último pago se daría el día en que Haruka pudiese irse del hospital, lo cual sería, si todo iba bien, en una semana. Rin solo aceptó y se fue.

 

A cada paso, sentía que su corazón se rompía, el vacío estaba llenándose de emociones negativas. Llegó a su apartamento y cerró la puerta con suavidad. Se recargó en ella y sacó las cosas de su bolsillo lentamente. Todos sus movimientos parecían ser cuidadosos, pero dejó caer las llaves y la billetera al piso mientras se quitaba los zapatos.

 

Cada prenda fue quitada de su cuerpo con torpeza. El uniforme del restaurante de comida rápida en donde trabajaba quedó amontonado en una esquina de la habitación mientras Rin arrastraba los pasos hasta su refrigerador. Sacó una botellita de agua y la bebió rápidamente.

 

Se dejó caer en su colchón y suspiró profundamente, solo entonces se echó a llorar. Las lágrimas caían sin reparo por sus mejillas mientras él intentaba secarlas en vano.

 

Debió suponerlo, era lo más obvio. Haruka no era un abanico de opciones, había demostrado ser, más de una vez –no siempre–, monocromo. Todo era blanco o negro para él. Rin lo había rechazado, a su punto de ver, y esa era la idea que se quedaría en la mente de ese azabache.

 

Fue así cómo decidió terminar con cualquier opción que la vida le pusiese enfrente. De pronto decidió que ya no había salvación para él. No más natación, no más amor. No merecía, siquiera, morir.

 

Las personas tienen niveles distintos de sufrimiento, había personas que se derrumbaban con una mala nota, había quienes se levantaban aún después de perderlo todo. Rin lo sabía, y decidió que él era de las personas que se derrumbarían por un corazón roto. Merecidamente roto. No más nada.

 

Abrió el frasquito de pastillas y tomó una, después otra, y así hasta que el bote estuvo vacío por completo.

 

Miró ese frasquito durante unos segundos. Hacía instantes, había estado lleno y ahora estaba solo. Como él. Miró al piso y sonrió levemente, soltando un sollozo. Se le había caído una de esas cositas blancas. La alzó y miró la droga fijamente antes de echarla al bote.

 

Cierto, no estaba vacío.

 

Gou lo había seguido hasta que Rin aceleró el paso, corriendo y provocando que ella lo perdiese de vista. No estaba solo. Tenía a su hermanita.

 

Se levantó y entró al baño, inclinándose sobre el váter y metiéndose los dedos a la garganta. Las arcadas se hicieron presentes y unos minutos después, había devuelto todas las pastillas, o al menos parecían serlo. Tiró de la cadena  y se levantó para limpiarse la boca. No estaba vacío, pero lo que tenía no lo merecía. Ya no había vuelta atrás. Se vistió para ir a su “trabajo” en el antro.

 

Esa noche, conoció a un cliente nuevo: Asahi.

 

“Si pudieras escucharme solo una vez más, podría decirte que siempre estuviste en mi cabeza. Y ahora el recuerdo de lo que hice estará grabado en cada parte de mi cuerpo.”


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