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Heredero de Sangre por Morristar

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Notas del capitulo:

Esta es la primera de mis historias que me atrevo a sacar a la luz. He de decir que estoy muy nervioso, demasiado. Pero supongo que es parte de enseñar algo que has hecho al mundo.

No tendrán respuestas precisas en este capítiulo y realmente no creo que aclare nada. Más espero que les guste. 

Tonalidades oscuras teñían las nubes de algodón, donde las lumbreras rugían con fulgor y el sentido de pertenencia se extendía hasta los confines de la tierra. El viento clamaba dando grandes voces, golpeteando la madera y removiendo el suelo casi podrido del edificio. Los recuerdos de antaño se aferraban a la construcción, que casi en ruinas, actuaba como refugio para dos figuras sombrías. Lo que en su momento fueron amplios pilares recubiertos de gemas vistosas, dando paso a un largo pasillo de inmaculado color blanco, ahora se convertía en trozos de mármol ennegrecido que se desmoronaba en silencio.

A las afueras de la ciudad, donde nadie se atrevía a poner un pie. Se rumoreaba entre los ancianos que la casa traía consigo una maldición, los más jóvenes no prestaba atención a los cuentos y se limitaba a ignorarla. Era cierto que resguardaba algo en su interior, se sentía la chispa de poder que infundía un injustificado temor en los mortales. Corrían al oír las ventanas crepitar o la vieja puerta desengrasada dando golpetazos. No acaban de entender que eso, que con tanta fiereza maldecían, era la causa de su propia proyección y supervivencia. Después de todo, ¿qué males acecharían a una ciudad tan remotamente común como esa?

El último destello ambarino desapareció en el horizonte. Con el sol durmiendo plácidamente, la luna podría señorear con autoridad. No tomó mucho tiempo antes de que ambas figuras se moviesen por primera vez en centurias. Compartían altura, complexión y esos enormes ojos almendrados que hacían recordar a un astuto cervatillo, dispuesto a hacer lo que fuese necesario para sobrevivir ante las fauces de un depredador.

Más que una amenaza, ambos jóvenes daban la impresión de estar consternados y confundidos. Tuvieron que analizar su alrededor antes de resoplar, casi con una fracción de diferencia, como si sus pensamientos estuviesen íntimamente ligados bajo un lazo invisible. Uno de ellos abrió la boca para decir algo, el otro tan solo negó con la cabeza y tomó asiento en un desbaratado mueble que, afortunadamente para ellos, había superado la prueba del tiempo.

—      Ha sido como un pestañeo. En un momento todo rebosaba de vida y ahora… incluso las plantas han muerto. —dijo el hombre de pie, indeciso sobre si echar un vistazo a fuera o sostener su posición por unos minutos más.

—      ¿Qué esperabas? Son plantas, tienen que morir. Aunque tú y yo sabemos que realmente nada muere. —respondió el otro, casi evitando que una ladina sonrisa se asomase por la comisura de sus labios.

—      Ahora mismo no importa, lo único que interesa es cumplir con lo que hemos venido a hacer acá. —contrapunteó. Siempre tenía la razón en todo, nunca se le escapaba nada y era aparentemente imposible tomarlo por sorpresa. ¿Por qué él siempre era mejor en todo?

—      Ya, ya. Siempre tú con tus reglas, tu código y el deber de cumplir con todo a tiempo. —sonaba mosqueado, más que de costumbre. ¿Alguien le diría que no lo estuviese luego de un sueño de miles de años?

La persona de pie hizo un ademán de mano, antes de deslizar sus largos dedos en dirección a la espalda y extraer de la rendija de su pantalón de tela un cuchillo. Athame, por ese nombre le conocían y por ese nombre fue forzado en las brasas más ardientes de un volcán. El que estaba sentado se levantó, dejando que el contrario rasgase la carne. Repitió el proceso con su mano. Gotas intensamente rojas brotaban desde las heridas, esas que unieron en un apretón de mano antes de sentir el mundo a su alrededor derrumbándose.

—      Queremos saber dónde están. Muéstranos la ubicación de esos cuyas almas vagaron durante milenios, ilumina el camino, danos tu sabiduría. Nuestro tiempo depende de ellos, nuestra vida y la de muchos otros está en sus manos. Debemos volver… y no lo haremos solos. —clamaron al unísono con la voz distorsionada, más ronca y certera. Ambas miradas se iluminaron por milésimas de segundos y cayeron. No quedaba allí conciencia, sólo dos cuerpos y un pedazo de papel tendido en el suelo. 

Notas finales:

¡Espero que haya sido de su gusto! Si tienen dudas, críticas, sujerencias o opiniones, son más que recibidas.

Gracias por leer, nos vemos en el siguiente capítulo :)


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