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Mala suerte, Yutaka por Kiharu

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Notas del fanfic:

Nadie en the GazettE me pertenece. 

Notas del capitulo:

¡Lamento el retraso!

Capítulo único. 00.         Mala suerte, Yutaka.


La lluvia iba a comenzar a caer en cualquier momento.


Tanabe Yutaka llevaba diez minutos intentando prender un cigarrillo. Tenía dos encendedores con él; uno suyo y otro que había encontrado tirado en el hospital. Al suyo se le había terminado la gasolina y al que encontró tenía atascado el botón para la combustión. No pudo hacer que funcionara, así que intentó con un paquete de cerillas que llevaba ya desde hace una semana en el pantalón y que descubrió hacía una noche, al preparar su ropa para ese día (mientras tanto, recordó que cuando lo había lavado hace un par de días, vio que el paquete de cerillas apenas había sufrido daños). Probó con todas y ni una encendió. Iba a tirar el cigarro por la barandilla, frustrado, hasta que escuchó cómo alguien entraba en la terraza de descanso. Sin muchas ganas, volteó a ver quién era.


—¡Eh, Yutaka! Takanori me ha mandado a buscarte.


Frente a él, con una expresión perturbada pero con una constante positiva, caminaba Yuu Shiroyama.


—Ya voy.


—¡Pero qué cara, hombre! —Yuu observó el ceño fruncido de Yutaka, segundos después pasó su vista hacia el cigarrillo sin encender—. ¿Quieres fuego?


—Si fueras tan amable…


Yuu Shiroyama sacó un encendedor plateado que destilaba elegancia ajena: era de Takashima. Yuu solía usar encendedores que provenían de máquinas expendedoras, o de tiendas de autoservicio. Hasta con cerillas le iba bien; de hecho, una vez lo había visto encender un cigarro con el encendedor largo que usaban para la cocina. Yutaka, entre pensando en lo bonito que era el encendedor y la torpeza de Yuu para conservar sus propios encendedores baratos, no dijo nada, se acercó y dejó que se encendiera el pitillo. El baterista intentó relajarse: Yuu y Takashima tendían a prestarse esa clase de cosas. A veces eran encendedores, otras veces eran separadores de libros.


—Gracias. Intenté con mi encendedor, con uno que encontré en la sala de espera del hospital y con las cerillas, pero nada funcionó. Iba a tirarme del edificio ya.


—Hombre, relájate. Te necesitamos, no te tires del edificio… A esta altura, te darías un buen golpe, eh. Ah… Mira, ve el lado amable: ya pasa de la hora del almuerzo y ya has tenido la junta de marketing. ¡Ah! Oye, ¿no era hoy esa comida casera que nos prometiste luego de jugar a las cartas el fin de semana pasado? Umh, pero el ensayo aún no termina, aunque espero que…


Yutaka se sacó el cigarrillo de entre los labios. Observó cómo Yuu seguía hablando sin cesar, casi como si estuviera solo, o como si estuviera charlando con Takanori. Esos dos nunca se callaban, maldita sea. Volvió a inhalar el tabaco, buscando la paciencia que le faltaba; la sensación de desesperación no paraba de crecer.


—Yuu, no estás ayudándome nada —dijo, desesperado luego de un rato.


—¿Nervioso?


—Atareado, diría yo.


—Vaya, creo que todos —Yutaka guardó silencio, probando ver si el moreno se callaba. No fue así—. Pero en fin, ¿no? Un trabajo es un trabajo… Ah, oye, hace rato Takashima me comentó que conoció una chica y, tal cual la conoció, se la llevó a la cama. Algunos tienen suerte, ¿no crees? Dice que la chica no sabía quién era, pero que no le importó.


—Ya.


—Takanori llevó a su ligue el otro día a mi casa. ¡Mi casa! ¿Puedes creerlo?


—¿Por qué la llevó a tu casa?


Me importan un comino los ligues de los demás. Me importa un comino los chismes que me quieras compartir, Yuu.


—Porque le dijo que tenía una guitarra impresionante, pero recuerdas que la fracturó la semana pasada, ¿no? Pues entonces le enseñó mis guitarras.


—Ya veo.


—Entonces, ¿me estas escuchando? ¿Ya me vas a contar que diablos te pasó en la pierna? Hace rato que llegaste a la compañía solo me dijiste que más tarde me contabas.


—Yuu…


—Intentamos matar un poco de tiempo hablando, no me cortes el rollo con ese tono.


—Eres el único que está hablando —su voz se había alzado ligeramente al decir aquello. Sentía cómo sus mejillas iban colorándose por el coraje. Dobló el cigarrillo restante sin intención. Inhaló con fuerza, intentado despejarse—. En serio Yuu, basta de cháchara por hoy.


—Bueno, si quitaras esa cara de gilipollas que te cargas, puede que esto funcionara de mejor manera. Ya sabes. A veces sólo soy yo quien pone de su parte, pero está bien, hay días en que es así, ¿recuerdas aquella vez en que…?


—Yuu…


—Tuvimos esa pelea porque…


—Yuu…


—Quiero decir, no tienes mal carácter. No me malinterpretes. Quita esa cara, intento animarte. Ya sabes cómo soy, que hablo y hablo y sólo quiero que las cosas estén bien. Ah… Como te decía, eres un buen sujeto, sí. Haces ejercicio, tienes dinero… Eres amable… ¡Ah! Tus—…


—¿Mis qué? Joder, ¿mis qué? No puedes comenzar a halagarme y luego cortarme el rollo.


Yutaka giró para ver más directamente a Yuu. Su pierna se rosó con el piso demasiado fuerte y gimió un poco al cambiar de posición. El moreno le preguntó qué pasaba; se aguantó las lágrimas y le pidió que continuara con la plática.


—Bueno, tus piernas.


Yutaka ya iba por la mitad del pitillo que, aunque doblado, se siguió fumando. Ni siquiera lo disfrutaba. Deseaba que se terminara de una buena vez. Que se pudiera lanzar del piso en el que estaba. Estaba bien que Yuu intentara animarlo, de hecho lo hacía de vez en cuando, pero en este momento, el moreno estaba cansado, irritado, y su consuelo parecía más un reclamo, mismo que el baterista no tenía la más mínima intención de escuchar; le jodía escuchar la frustración de su novio cuando él estaba frustrado también. Se sintió egoísta al pensar que por una vez quería que el moreno guardara silencio y le preguntara cómo es que había pasado todo esto y luego, de verdad, en vez de hablar ansiosamente para rellenar el silencio de Yutaka, dejara de hablar. Y escuchara. Que maldita sea lo escuchara. Eso es lo que necesitaba en ese momento.  


Yuu no vio respuesta. Pensó que un chiste no estaría mal.


—Es que Yutaka, tienes unas piernas como de fideo, tu pecho no está nada mal pero…


Yutaka Tanabe había estado molesto con Yuu por muchas cosas, y eso que le acababa de decir no era tan significativo como esas otras cosas que el moreno le había hecho con anterioridad, y sin embargo, como esa chispa que no pudo sacar del encendedor, el baterista resopló con furia, volteándolo a ver con las cejas más juntas que Yuu le hubiera visto jamás. El viento sopló. Yuu dejó de hablar. La primera inocente gota de agua cayó a la par del acto de Yutaka, que, estando tan enfadado, le lanzó la colilla del cigarrillo al guitarrista; éste rebotó sobre su pecho, no haciéndole daño y yendo a parar al piso.


—¡Muérete, Yuu! Lo único que quería era un momento de tranquilidad, pero joder, olvídalo. Me largo. ¡Diles a todos que pueden irse al infierno hoy!


Yutaka se apoyó en sus muletas y se fue más lento de que lo hubiera querido.


*


Se recostó en la cama, pensando en el día que había tenido. Un día pésimo, cabe mencionar.


Se levantó a las cuatro de la mañana, pensando que eran ya las ocho e iba tarde al trabajo. Grata sorpresa al ver que tenía un par de horas para dormir. Pero claro, no pudo volver a conciliar el sueño, porque ¡oh sorpresa!, había recordado que el mes entrante era el cumpleaños de Yuu. Su mente, entonces, comenzó a vagar en qué podría darle de cumpleaños (porque este era su primer cumpleaños de pareja) y una cosa llevó a la otra… Al final terminó pensando en cómo, el mes pasado al ir a beber, tuvo que ir al baño con Yuu siguiéndole los pasos, para acabar siendo acorralado contra un cubículo del baño, ser besado a la fuerza y después oír una disculpa barata. Joder, eso había sido muy caliente, se dijo, mientras se giraba por la cama. O también estaba aquella vez en el estudio cuando le tomó la mano por más de tres minutos. O esos mensajes de texto, donde Yuu le preguntaba cómo estaba, qué comía, qué pijama traía, cómo se sentía ese día y además terminaba los mails con emoticones de gatitos con corazones súper ridículos. A los treinta años, por favor. Más de treinta años y todavía jugando al coqueteo. (La verdad estaba mintiendo al quejarse de las cursiladas de Yuu. Pese a que llevaban tres meses de relación, todos esos detalles eran muy lindos y era lo que realmente marcaba la diferencia de cuando eran muy buenos amigos; a cada mensaje que recibía de él siempre se le escapaba una sonrisa).


Aunque en ese momento, Yuu podía irse al infierno si quería… O no, porque de verdad le gustaba. Y él no había estado detrás del culo de ese hombre para ser llamado piernas de espagueti. Joder.


Entonces… Se había levantado a las 4 de la mañana. Como no pudo dormir, se levantó para prepararse el desayuno (y mientras tanto, su enamorada cabeza le hizo pensar en cómo sería un desayuno con Yuu, es decir, un desayuno cotidiano, de cuando ya llevas como 200 meses de relación con alguien y dejas que te vean cerrar el refrigerador con el pie y rascarte las nalgas mientras bebes del cartón de jugo). Comió un omelette mientras veía los mails del día anterior, todo eso a las cinco de la mañana. Lavó los platos sin prestar mucha atención y luego se desvistió y se metió a la ducha. Se le enfriaron las bolas por el frío, por lo que se visitó lo más pronto posible. Al ver la hora, decidió tomar el metro hasta la compañía. Regularmente iba en auto, pero era porque salía sin mucho tiempo de anticipación.


Salió del departamento, bajó por las escaleras del edificio, se despidió de un adormilado portero y se encaminó a buen paso a la estación de trenes; al ir por la calle comenzó a preguntarse desde cuándo era que no funcionaba el elevador del lugar donde vivía; pensaba que tal vez desde el fin de semana anterior—realmente no podía recordarlo, dado que había tenido mucho trabajo—. Se dijo a sí mismo que de regreso, iba a preguntárselo al portero. Tenía la impresión de que ese sería un buen día; iba tan ensimismado que no se fijó que en la esquina por donde iba pasando estaban una fuga de las tuberías de agua y había un inocente agujero en el piso. El pie se le atoró y se dio de bruces contra el suelo. Se raspó la nariz; por un momento Yutaka pensó que se había roto la nariz, pues sintió humedad sobre los labios. Él no pudo levantarse con rapidez por el aturdimiento. Luego de un momento, que para él fue corto, los señores de la constructora lo ayudaron, preguntándole con mucha preocupación si se encontraba bien. Yutaka no podía pensar muy bien, pero sentía cómo su pierna palpitaba de dolor. Las punzadas se habían ampliado a los segundos de que los hombres lo habían ayudado a reincorporarse. No lo había notado porque estaban sujetándolo, pero su pierna estaba hinchándose y por más que lo ayudaran eso no saldría de ninguna forma bien. Estaba muy avergonzado y muy adolorido pero accedió a ser llevado al edifico de su departamento, rechazando que lo llevaran al hospital (no quería tenerlos cerca ni un minuto más; su rostro estaba demasiado rojo. ¿Cómo iba decir que tenía 34 años y se distraía y no miraba un hueco?).


Dolía como el infierno. Pensó en usar su auto, que estaba en el sótano del edificio (pero eso estaba muy lejos. No podía permitirse bajar así como así para llegar al sótano, seguro que acababa por romperse la otra pierna también), luego pensó que lo mejor sería llamar al manager o a su mamá, tal vez a Yuu y a su madre... Quizá mejor solo a su mamá, ella conducía de manera menos violenta que el manager o Yuu estresado. Entró dando saltitos a la recepción del edificio; el portero no estaba y él no llevaba el móvil. Maldita sea, al tener una junta pensó que igual no tendría tiempo de usar el teléfono celular. La oficina del portero estaba cerrada, así que no podría usar el teléfono fijo que había dentro (¡Maldita sea! Si apenas hacía unos minutos que había salido del jodido edificio y lo vio ahí. ¿A dónde se había ido? Su puñetero trabajo consistía en quedarse frente a la entrada todo el día. ¿Dónde estaba?). Como no tenía un teléfono ahí (ya ni para llamar a emergencias) tenía que subir al quinto piso por su móvil y llamar a su madre. Y hubiera sido fácil, si hubiera tenido el puto ascensor funcionando. Yutaka era un hombre tenaz, así que no iba rendirse aún: así pues, tardó media hora en subir. Por no traer las llaves del auto o el móvil y porque no había una puta alma en la recepción.


En cuanto abrió la puerta de su departamento, se soltó a llorar: un llanto lleno de frustración y dolor. Llamó al manager al ver la hora. Le contó lo sucedido, le dijo que le llamaría a su madre para ir al médico así que le dijo que no se preocupara por él, pero que sí estaría más tarde en la empresa; sin embargo, al llamar a su progenitora, la mujer no contestó (¡Ah!, pero cuando a él se le ocurría no contestarle una llamada ardía Troya). Yutaka, con la clásica contestadora de Su madre no está disponible, por favor, deje un mensaje luego del tono, seguía soltando lágrimas, más aun cuando decidió sacarse el zapato y subió su pantalón: se asustó al ver lo terriblemente hinchado que se veía. Tenía hasta una parte morada. Llamó a la recepción, con la idea de que el portero había vuelto a su puesto, pero nada (de todos modos, no iba a ganar nada. Ni que ese bueno para nada fuera a conseguir que su madre le contestara las llamadas).


En ese momento, se dio cuenta de que el dolor lo valía: podía aguantar la histeria de Yuu. Podía escuchar el regaño preocupado del moreno, seguido del consuelo exasperante que siempre soltaba estando muy nervioso. Buscó entre los contactos, pero vaya, cuando él llegaba temprano al ensayo nadie llegaba y ahora que pudieron haber llegado todos tarde, como malditasea siempre,  Yuu lo ignoraba, porque, de seguro, ya habían comenzado a tocar y nadie escuchaba su puto celular (llamó a los otros tres en signo de desesperación). Se preguntó cuánto tiempo llevaba agonizando en su cama. Quizá media hora, quizá cinco minutos. Nadie le hacía caso, así que decidió llamar a una ambulancia, porque al diablo la discreción que deseaba, él no pensaba bajar esas escaleras de nuevo. De hacerlo, prefería ser aventado y morirse ya de una buena vez.


Ya después de que giró en su cama con toda la desesperación de la nación concentrada en él, estaba siendo bajado en una silla por los paramédicos (al menos llamar a emergencias no falló). Lo trasladaron hasta el hospital y obtuvo un yeso en aproximadamente tres horas, pues intentó hacer que le valieran el seguro de gastos médicos mayores que le proporcionaba la empresa. ¡Pero claro! La señorita detrás del escritorio era lenta con ganas y Yutaka había decidido pasar a arreglar primero lo de los costos, en lo que el doctor le entregaba las placas que le hicieron al llegar y le ponía el yeso. Cuando salió de los trámites había perdido su turno, así que tuvo que esperar más tiempo… Pero cuando al fin lo consiguió, pidió que se diera prisa, porque aún tenía que ir a la junta. Le colocaron anestesia que no le hizo efecto (y para ese momento ya le daba lo mismo si le amputaban la pierna o la cabeza: lo único que quería era que su pierna no se viera así de brutal y que lo dejaran ir del maldito hospital), así que sintió a precisión cómo jalaban su pierna. Soltó goterones de dolor y, cuando por fin terminó el tratamiento, pidió analgésicos, todos los analgésicos posibles. Entonces, desesperado, volvió a llamar al manager para que fuera por él (porque ninguno de sus compañeros de banda parecía dignarse a contestarle una puta llamada). Pasaron a comprar unas muletas en el camino, junto con una cajetilla de cigarros para que a Yutaka se le pasaran las emociones violentas. El manager lo acompañó hasta el ascensor.


Tanabe Yutaka cumplió con la junta a la que debía ir, al menos la más importante. Se había brincado el ensayo, pero dudaba que con esa pierna pudiera hacer algo en la batería. El manager le dijo algo sobre la incapacidad aunque la verdad es que no escuchó bien, porque el dolor le aturdía en ese momento. Bueno, no era que le interesara realmente mucho siendo realistas.


En fin, que se había perdido todo el día, que había ido a esa junta mierdera donde no se decidió nada y cuando logró mover su mugroso cuerpo a la sala de descanso e intentar fumar un poco, va el pelmazo de Yuu a arruinarle el momento. Si tan sólo se hubiera estado a su lado y le hubiera dado un beso, ah, vaya, el día hubiera mejorado un doscientos por ciento. Pero no pasó, porque Yuu fue y decidió ponerse todo ansioso, como cada vez que sucedía riesgoso. Le había arruinado el cigarro, maldición.


*


Luego de pensar en todo lo que le había pasado, se había levantado de la cama para ir a tener una segunda ducha en el día (porque sudó como si hubiera salido del infierno). Sin embargo, a media ducha, su yeso se humedeció y tenía una sensación de incomodidad enorme. Ya en el hospital le habían explicado que no lo mojara y ahí fue de pendejo a bañarse con una bolsa… Diablos, sí había tenido cuidado, pero eso parecía casi diseñado para que le pasaran cosas. Quizá era Yutaka algo así como un imán de mala suerte, al menos para ese día. No se sorprendería que estuviera en el último lugar de los horóscopos. En fin, también casi se cae al brincar de su ducha a la cama, desnudo. Se cobijó sin siquiera haberse secado, agonizando de dolor porque el efecto de los analgésicos se había ido. La caja estaba en la entrada del departamento y las axilas ya la dolían de tan solo haber usado las muletas unas horas (que por cierto, era una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida).


¿Dónde mierda estaba su madre cuando más la necesitaba? ¿Dónde estaba ese hombre que era el amor de su vida y lo mimaba como si fuera un niño de cinco años? ¿Dónde diablos estaban todos cuando Yutaka Tanabe estaba teniendo el peor día de su vida?


Pero claro, si Yuu había estado haciéndole una puta broma sobre sus malditas piernas delgadas. Joder. Y su madre, quién sabe dónde. Y sus amigos siendo responsables con el trabajo como nunca lo eran. ¿Y el portero? Ah, para ese tenía muchas maldiciones guardadas, pero seguro que en ese momento estaba disfrutando de un buen baño luego de la jornada laboral.


Se detuvo a pensar en cuántas veces él había ayudado a un montón de personas que lo llamaban en aprietos. Y para él, para un mísero día en que todo se ponía en su contra… Nadie le había tomado la llamada.


Las lágrimas se resbalaron por sus mejillas hasta que se quedó dormido.


*


Yuu corrió las cortinas, sin embargo, ya era tarde y la luz que llegaba era apenas la del alumbrado público. Yutaka lo escuchó desde que entró en la habitación, pero no tenía ánimo para poder siquiera comentar algo, de hecho, ni para abrir los ojos. Sabía que era Yuu, claro, porque nadie más tenía las llaves de su departamento y había escuchado a la perfección cómo entraba la llave en la chapa de la puerta.


La habitación estaba en penumbra. El cuerpo le dolía, se hizo consciente de las sábanas húmedas y de su cuerpo desnudo. Quiso sentirse menos miserable, pero no pudo. Yuu se acercó a él.


—¿Quieres que te haga unos huevos revueltos?


—Soy una basura, Yuu…


—No, cariño, solo tuviste un pésimo día y yo me comporté como el imbécil que soy.


Yuu solía llamarlo cariño cuando estaban solos.


—Pero es que te grité cosas terribles, Yuu —Yutaka había comenzado a llorar de nuevo. El guitarrista se sentó en la orilla de la cama. —Y seguro que los demás también se decepcionaron de mí cuando me marché sin siquiera pasarme por la sala de ensayos. Soy de lo peor, Yuu… Oye, lamento haberte dicho eso yo…


—Tú no quieres me muera. Ni que me vaya al infierno.


—Eso mismo, Yuu —Yutaka se tapó la cara con la cobija—. Tú sabes que yo no quiero que te mueras.


—Pues está claro, ¿no? ¿Quién querría que el grandioso Yuu Shiroyama se muera? Tengo un buen número, además de ti, que no quieren que eso suceda. Incluidos mis padres, ya sabes.


Yutaka se rió con ligereza.


—No sabes cómo te quiero. Lamento haberme enfadado contigo hoy así. No tenías la culpa.


—Ya, cariño. Está bien. Estamos bien.


Yuu se levantó de la cama y volvió a preguntarle si quería comer huevos revueltos. Yutaka negó, alegando que no tenía nada de hambre, pero que le gustaría tomar analgésicos, porque el dolor estaba insoportable. El moreno regresó a la entrada del departamento a buscar las cajas con pastillas que le describió el baterista; sirvió algo de jugo que encontró en el refrigerador y se lo llevó a Yutaka, quien tomó la medicina casi con desesperación.


—¿Estás seguro de que no quieres comer nada?


—Sí, seguro.


—Yutaka, déjame cambiarte esas sábanas, que las vi y están todas húmedas.


—No quiero moverme Yuu, es que…


—Pero el yeso, piensa en el yeso. Y piensa que te va a dar una neumonía si no te secas ni el cabello, porque cuando pise hace un rato cerca de tu cama, estaba todo húmedo.


—Es que… No me puse ropa.


—¿Y eso qué importa? Muévete. Ni que fuera la primera vez que te veo en bolas, Yutaka. Deja de ser cabezota. Ándale, quítate un momento.


Yuu le quitó las sábanas de encima y lo ayudó a reincorporarse. Como la habitación estaba fría, el moreno le consiguió una manta para que se sentara en el sofá que tenía. Mientras el baterista estaba sentado, cobijado, vio cómo el otro iba y venía, con el trapeador para quitar el agua del piso, con juegos de sábanas nuevos. Hizo la cama a una velocidad espeluznante y luego, girándose, le preguntó si quería ponerse la pijama.


—¿Qué te parece si… dormimos un rato?


—¿Puedo quedarme?


—Seguro que sí.


Yutaka volvió a meterse entre las sábanas, desnudo. Yuu había vuelto insistir en la pijama, pero él había dicho que estaba bien. Por lo tanto, el moreno atinó a desvestirse hasta quedarse en ropa interior y meterse en la cama también.


—Muchas gracias, Yuu.


—No es nada, Yutaka. Al fin de cuentas, sabes que puedes contar conmigo.


Ambos se abrazaron para poder darse calor. Aunque Yutaka quiso conciliar el sueño lo más pronto que pudiera no se quedó dormido. Por el otro lado, el mayor ya se había entregado a los brazos de Morfeo desde hacía tiempo. Sentía cómo respiraba pesado y cómo los brazos que lo rodeaban se habían hecho cada vez más pesados.


La pierna seguía doliéndole, de cualquier manera.


Pensó en Yuu, pensando en qué hacer por él durante todo el día. Acabando por decidir nada hasta ese momento, que había llegado a su casa. Le enterneció ver cómo intentaba mantener todo a raya, diciéndose imbécil a sí mismo. Lo apreciaba. Ahora que no estaba enfadado podía ver más allá de las palabras del moreno.


Se arrepentía profundamente de haberle gritado hacia unas horas atrás. Y sin embargo, ahora que lo tenía ahí, acurrucado a su lado, sólo podía pensar en qué demonios había hecho en su vida anterior como para que un hombre como ese hubiera llegado a su vida (un hombre que procuraba hacer todo para entenderlo… Aunque de pronto se comportara como tonto, claro, nadie es perfecto).


Suspiró pensando en que realmente lo quería mucho.


Fue cerrando los ojos, arrullándose con el dulce calor del hombre a su lado.


De pronto, el teléfono sonó. Yutaka respondió sin ver quién era. ¿Quién se atrevía a destruir su casi sueño? ¡Llevaba ya mucho tiempo intentándolo y cuando por fin iba a conseguirlo…!


—¿Hijo? ¿Cómo estás? Vi que me llamaste por la mañana.


A Yutaka casi le da risa de la mala suerte que se cargaba ese día.

Notas finales:

¡Lamento un montón haberme tardado en subirlo, pero ayer me quedé muy dormida!

De cualquiera manera, me siento por no haber escrito más para el DIK de este año.

Esto de afrontarse a las responsabilidades, es complicado.

Kiharu.


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