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Gimme some sugar, Daddy por Mrs Caulfield

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El humo de aquel puro se perdía en algún punto en el aire, y el empresario iba dándole calada tras calada, disfrutando de su dulce sabor. Mientras, Erik se miraba en el espejo, lamentándose por todas las marcas moradas que habían quedado sobre su piel. Suspiró y se puso la camiseta, rezando para que no se viera ninguna de ellas. Cosa que, desgraciadamente, no fue así. Björn le miraba curioso, y finalmente se decidió a ir a su lado y dejar un beso sobre su mejilla, de forma casi cariñosa.


—¿Ocurre algo? —preguntó en un susurro, sin despegar aún su nariz del cuello del menor. Le encantaba su aroma.


—Los chupetones—contestó Erik, haciendo una mueca—. Si mi padre los ve...


—Sabrá que su hijo ha pasado un buen rato—acabó su frase, dándole una rápida palmada en el culo—. Vamos, deja de pensar en eso.


Erik suspiró y volvió a mirarse en el espejo, arreglando tanto como pudo su despeinado pelo. Los revolcones en la cama habían estropeado su peinado.


—¿Puedes llevarme a mi casa? —preguntó Erik, caminando hacia la mesita de noche y recogiendo el dinero que le había dado Björn.


—¿Es que no sabes caminar? —le contestó el empresario, que seguía en ropa interior y fumando su puro.


—Es que está muy lejos, y me duelen las piernas—se giró hacia el empresario—. Porfi...


Esta vez fue el hombre el que suspiró. Se lo pensó un momento, mirando su puro, su preciado puro... Chasqueó la lengua contra el paladar y dejó el puro en el cenicero. Se apagaría en unos minutos y debería tirarlo. Un verdadero fastidio. Empezó a vestirse con un traje sencillo, pero elegante.


—Vamos, el coche está en el parking subterráneo.


Dicho esto, ambos varones salieron de la habitación y se dirigieron hacia la puerta de entrada. Una vez fuera de la suite, y después de que Björn cerrara con llave, entraron al ascensor y bajaron al parking. Y unos metros más allá, estaba el coche. A Erik no se le pasó por alto el detalle de que no era el mismo coche de la noche anterior, pero debería haber costado lo mismo, o incluso más. El empresario encendió el coche y salió del parking.


—Tu dirección—pidió serio, sin apartar la mirada de la carretera.


—Calle Oscar Wilde, nº 15.


—¡Hey! Eso no está tan lejos—se quejó Björn, haciendo una mueca.


—Ay, ¿qué más da? —le quitó importancia, y ya no volvieron a hablar del tema.


Unos minutos más tarde el coche estaba parado justo en la puerta de la casa de Erik. Pero este, por alguna razón, no salía. Björn le miró extrañado durante un momento, y carraspeó un poco.


—Ya hemos llegado...—le avisó en un murmullo.


Erik le miró, sonriente, y se acercó a él para dejarle un intenso y húmedo beso. El empresario no se lo esperó, pero poco tardó en seguirle el ritmo. Y mientras su cuerpo se preparaba para un último revolcón en el coche, el chico se apartó. Sacó de su bolsillo un pequeño bolígrafo y le apuntó su número de teléfono en el dorso de la mano de Björn.


—Me llamarás, ¿no? —lo cierto es que aún le debía un traje, por lo que todavía no podía perder el contacto con aquel hombre.


—Claro...—se lanzó sobre el chico, con intención de seguir lo que él había empezado—. Voy a echar de menos tu culo...—susurró un poco ronco.


Erik rió divertido, y lo apartó de encima suyo.


—Tengo que irme—abrió la puerta del coche, y le miró una última vez—. Piensa en mí cuando soluciones eso—señaló la entrepierna del hombre, que empezaba a ponerse dura.


—Anda, vete antes de que decida secuestrarte...—dijo entre risas, mirando la carretera.


Erik sonrió divertido, también, y cerró la puerta del coche. Esperó a que este se fuera, y una vez lo perdió de vista llamó al timbre de su casa.


La primera en aparecer, fue su madre.


—¡Ay, mi niño!


Se tiró a abrazarlo y lo apretó tan fuerte que casi se podían escuchar sus huesos crujir.


—Mamá...—se quejó, intentando apartarla en vano.


—Me tenías muy preocupada, ¿lo sabías? ¡Muy preocupada!—Erik rodó los ojos, sabiendo el sermón que se le venía encima—. Te fuiste sin decir nada, ¡ni una nota! Y luego no aparecías por ninguna parte. Owen llamó a tus amigos y dijeron que habías tenido problemas con la policía. Ay, pobre de mí, ¿sabes el disgusto que me llevé? Tu padre llamó a la policía y nada. No sabían nada. ¡Pensábamos que te había pasado algo! Erik, cariño, sabemos que te gusta salir con tus amigos. Pero podrías volver un poco antes, o al menos avisar cuando estés de vuelta. ¿No podrías hacer eso? ¿No podrías tener a tu madre más tranquila? Santo Dios, vas a darme un infarto...


—¿Has acabado ya? —dijo seco, mirándole fijamente a los ojos.


Su madre suspiró, rindiéndose, y asintió lentamente con la cabeza.


—Sí... eso es todo.


—Bien.


El chico pasó por su lado y subió corriendo las escaleras a su habitación. Antes que nada, tenía que guardar el dinero en un lugar lo suficientemente seguro como para que nadie más pudiera encontrarlo. ¿Bajo la cama? Demasiado tópico. ¿En uno de sus cajones? Demasiado accesible. ¿En el fondo del armario? Ajá, el sitio perfecto. No pudo evitar reír, recreando en su propia mente todas las bromas que se le ocurrían con el tema del armario, y el hecho de salir de él. Una tontería en su más extensa definición, pero más que divertida para un chiquillo de diecisiete años.


Después de un par de horas le llamaron para cenar, y como siempre bajó desganado. No le gustaba compartir momentos con su familia, aquello era sinónimo sí o sí de discusión. Claro que su actitud también contribuía en que se formaran aquellas desagradables escenas, pero todavía no era consciente de ello.


Se sentó en la mesa, junto a su hermano, y empezó a comer sin esperar que todos estuvieran ya sentados.


Desde luego, sus modales eran horribles.


Cuando ya todo el mundo estuvo en la mesa, y ya habían empezado a comer, el padre de Erik se dio cuenta de ciertas marcas moradas que había en el cuello del menor.


—Hijo, no me habías dicho que tenías novia—le comentó, sonriente.


Erik, en cambio, dejó el tenedor con fuerza sobre la mesa y suspiró cansado.


—Papá, te lo he dicho miles de veces, soy-


—¿Cómo se llama? —se apresuró a preguntar, antes de que Erik pudiera acabar de decir lo que el hombre no quería escuchar.


El chico dio un fuerte golpe contra la mesa y se levantó con toda la rabia mal contenida que llevaba sobre la espalda.


—¡Vete a la mierda! ¡Joder!


Y, junto a un último golpe, salió corriendo escaleras arriba.


El comedor se quedó en completo silencio durante unos segundos. Se escuchaban golpes del piso de arriba, posiblemente puñetazos contra la pared.


Lo cierto es que Erik estaba más que harto de que su padre siempre le preguntara por una novia con aquella vocecilla y esa cara de pena. Ya se lo había dicho. Era gay. Y eso no iba a cambiar. Pero su padre ahí seguía, erre que erre. Era agotador...


—Owen—dijo su madre, captando la atención de su hermano mayor—. ¿Podrías ir a hablar con él? Al menos que baje a acabar de cenar...


—Puedo intentarlo...—dijo tranquilo, levantándose de la mesa—. No prometo nada, lo siento. Últimamente Erik no quiere saber nada de mí...


—Gracias, cielo—le contestó su madre, sin embargo, con una sonrisa.


El chico subió las escaleras aparentemente calmado, aunque en realidad estaba muerto de nervios. Puede que fuese cuatro años mayor que Erik, pero en los últimos años su hermanito se había vuelto un gruñón que no dudaba dos veces en decir algo hiriente. A pesar de todo lo que él siempre le había querido...


Llegó a la puerta de Erik y llamó con tres golpes secos.


—¿Puedo pasar? —preguntó temeroso, pegando el oído a la puerta.


—No—dijo, firme y seco, como respuesta.


—Por favor...


Hubo un momento de silencio. De tensión. Y al final, Erik acabó cediendo.


—Pasa, pero cierra la puerta.


Owen sonrió un poco y entró en la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas tal y como le había pedido su hermano. Este mismo estaba tirado bocarriba sobre la cama, con el ceño y los labios fruncidos. Su habitación olía a marihuana. Incluso él, que nunca había fumado aquello, reconocía el aroma. Realmente le preocupaba.


—Te ha enviado mamá, ¿verdad? —dijo en un tono de voz cansado, incorporándose en la cama.


—No, no ha sido así, ¿qué te hace pensar eso? —ciertamente, Owen mentía fatal. Erik le miró un momento, con una cara de "¿en serio?" que daba miedo—. Vale, sí. Me ha mandado ella.


—Pues ya puedes bajar y decirle que su plan ha fracasado—volvió a estirarse.


—Erik...—murmuró apenado.


—¿Qué? —dijo, como si no entendiera el porqué del todo de voz de su hermano.


—En realidad vengo a disculparme, de parte de papá—esta mentira en concreto la tenía bien aprendida. Erik no sospechaba nunca, y ayudaba a la convivencia.


—Siempre tienes que venir a disculparte de su parte. Alguna vez podría disculparse él en persona, ¿no? —Owen se encogió de hombros.


—¿Quién ha sido? —preguntó el mayor, sonriéndole de forma amistosa. Estaba feliz de poder tener una escena agradable y fraternal con su hermano.


—¿Eh? —preguntó sin embargo Erik, desconcertado.


—Los... chupetones—señaló su cuello—. ¿Quién te los ha hecho?


Y de repente, Erik estalló en carcajadas.


—¿Y piensas que te lo voy a decir? Anda, no me des la lata. Ni que fueras mi amigo o algo—y volvió a reír de forma escandalosa.


A la mierda la escena fraternal.


Owen se levantó de la cama, entre una mezcla de decepción, tristeza y vergüenza. ¿Erik siempre había sido así con él? No, claro que no... Se dirigió hacia la puerta, aunque se detuvo a medio camino.


—Supongo que no bajarás a cenar...—murmuró, mirándole un poco apenado.


—Ríndete, Owie —dijo en tono de mofa mientras empezaba a liarse algo que Owen no tenía ganas de saber qué era. Pasó la lengua por uno de los extremos del papel, lo pegó y lo alisó un poco—. No pienso bajar.


—No deberías fumar...—se atrevió a decir, casi en un susurro.


—Y tú no deberías ser tan plasta. Anda, vete ya.


Después de oír eso, le faltó tiempo para huir de aquella habitación, intentando escapar de los comentarios ácidos del menor. Bajó las escaleras hacia el comedor y, resignado, explicó que Erik no quería acabar la cena. Su madre empezó a lamentarse, como siempre hacía. Y su padre... bueno, su padre siguió comiendo.


Mientras, en la habitación, Erik ya había empezado a darle las primeras caladas a su porro.


Y el humo que desaparecía sobre su cabeza le recordó a cierto habano.


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