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Gimme some sugar, Daddy por Mrs Caulfield

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Cuando la cena terminó, en un silencio de ultratumba, Owen ayudó a su madre a recoger la mesa y subió arrastrando los pies hacia su habitación. Había sido un día largo y el siguiente lo sería incluso más. ¿Qué mejor forma de empezar la semana que con un examen de derecho procesal civil? Soltó un exasperado suspiro y cerró el libro que estaba sobre su escritorio, para seguido guardarlo en su mochila. Las risas de Erik atravesaban las paredes y llegaban a sus oídos, y Owen frunció el ceño molesto. ¿No podía mantenerse en silencio ni unos minutos? A saber con quién estaba hablando para que riera de aquella forma tan erótica. Dejó escapar otro suspiro y se metió bajo las sábanas. Se sentía mal, se sentía vacío. Y tenía unas tremendas ganas de llorar.

Desde luego, era un llorón.

Así que eso fue lo que hizo, llorar. Lloró en silencio durante media hora, porque sí, porque le apetecía, y luego cayó dormido.

Cuando despertó al día siguiente sus padres no estaban en casa, ya que se iban a trabajar antes de que ellos despertaran. Se levantó de la cama, bostezando, y caminó como un zombie hacia el baño para ducharse. Siempre se duchaba por la mañana, y le sentaba genial. Era una forma útil de despertarse del todo.

Cuando salió del baño, diez minutos después, Erik todavía no se había levantado.

Se secó, se vistió y bajó a desayunar mientras repasaba un poco todo lo que entraría en el examen que tenía. Se lo sabía todo y se lo sabía muy bien, pero de todas maneras seguía nervioso. Mientras desayunaba un bol de cereales se dedicó a leer los ingredientes que llevaba la caja de estos escritos, y se detuvo un momento al ver cuánta azúcar tenían. Había escuchado que eso engordaba mucho. Se miró un momento la barriga, se levantó la camiseta para verla mejor, y se sintió mal por no tener un vientre tan definido como el de su hermano. No estaba gordo, claro. Pero tampoco era algo de lo que sentirse orgulloso. Hizo una pequeña mueca de asco y tiró los cereales sin pensarlo dos veces.

Y como aún le quedaban algunos minutos para ir a la universidad, se puso de nuevo a repasar.

Cinco minutos después Erik bajó las escaleras, despeinado y en ropa interior. Bostezó sin taparse la boca y se rascó el abdomen, para seguido ponerse de puntillas y empezar a buscar algo en los estantes. Al parecer no encontraba lo que estaba buscando. Y, frustrado, miró a su hermano.

—Owen.

—¿Hm? —el mayor le miró de reojo.

—¿Dónde están los cereales?

Y en ese momento Owen se arrepintió de haberlos tirado. No era buena idea hacer enfadar a un Erik recién levantado...

Se encogió de hombros, apartando la mirada de sus ojos.

—No lo sé.

—Te has comido un bol—señaló el fregadero—. Sí que lo sabes, ¿dónde están?

El mayor suspiró, sintiendo que sus manos temblaban.

—Los he tirado.

—¡¿Qué has hecho qué?! ¡¿Pero tú eres gilipollas?! —se acercó a su hermano y le dio un empujón—. ¡Joder, Owen, es que siempre la cagas!

—Son solo unos cereales...—intentó arreglarlo.

—¡Ese no es el puto problema! ¡Son mis cereales! ¡Si no te gustan, pues no te los comas, pero no los tires! ¡Joder! —y salió de la cocina, refunfuñando—. ¡Es que parece que lo hagas a posta! ¡Lo único que quieres es joderme!

—¡Esos cereales engordan mucho! —optó por intentar explicárselo, pero tampoco funcionó.

—¡Me importa una mierda que engorden! —se escuchó un golpe seco en el piso de arriba, y Owen optó por mantenerse callado. Discutir con Erik era una pesadilla.

Se levantó junto a un suspiro y guardó el libro en la mochila, para subir las escaleras y entrar en la habitación de su hermano. Cómo no, de nuevo estaba fumando.

—¿No tienes clases? —Erik asintió—. ¿Y entonces por qué no te vistes? Vas a llegar tarde.

—¿Y tú por qué no te ocupas de tus asuntos? —masculló, haciendo una mueca.

—Pero...

—Que te vayas a la mierda—le dijo, alargando aquella última palabra de forma despectiva.

Owen le aguantó la mirada un momento más, solo un momento, y en seguida dio media vuelta. Bien, era su vida, ya se las arreglaría él. Siempre pensaba eso, pero por mucho que tratara de auto convencerse no podía dejar de preocuparse por él. ¿Qué le pasaría si seguía así? ¿A dónde llegaría? ¿Cómo acabaría? Con estos pensamientos salió de casa y fue directo a la parada de autobús. Esperó al vehículo apenas unos siete minutos y cuando llegó se subió, camino a la universidad.

Tuvo tiempo de relajarse, entonces. Porque la escena anterior le había dejado con la tensión por los aires. Y eso no debería ser bueno... Cuando llegó a la universidad, ya relajado, se frotó la cara y se dispuso a empezar un nuevo día.

¿La verdad? Odiaba derecho. Lo odiaba con todo su ser, y cada una de las clases eran como una tortura. Pero ya se lo había dejado muy claro su padre: O estudiaba derecho o no estudiaba nada. Ya casi ni recordaba cómo era tocar el piano. A veces cerraba los ojos y se lo imaginaba. Se veía a él, tocando el piano como antes. Se veía disfrutando de las notas, acariciando con delicadeza las teclas. Se veía en un recital. Se veía vivo... Pero aquello era solo una fantasía. Nunca se haría realidad. Y por el momento debía conformarse con lo que tenía.

Además, si le decía a su padre que quería volver a tocar el piano a este le daría un ataque al corazón, como mínimo.

***

Las clases finalmente habían acabado, y Owen salió de la universidad arrastrando los pies. Estaba agotado, pero mirando el lado positivo ya había hecho una de las cosas que tenía pendientes. Cuando bajó del autobús, en vez de ir como solía hacer hacia su casa, fue en dirección contraria hacia la comisaría de policías. Entró y se sentó en la sala de espera, mirando de reojo todas las personas que había allí. Se le acercó el de seguridad y le preguntó si necesitaba algo, a lo que él contestó que había venido para hablar con uno de los policías.

Estuvo allí durante unos largos minutos, hasta que vio salir al policía de su despacho y se acercó a él rápidamente.

—Ted—llamó su atención, y el joven se giró.

—Hombre, Owen—al ver al universitario sonrió—. ¿Qué haces aquí?

—Venía a decirte que Erik volvió a casa el domingo por la noche, así que no hace falta ponerle en la lista de desaparecidos...

—Eso es fantástico—sonrió un poco más—. Ven, vamos a hablar mejor en mi despacho—le abrió la puerta y dejó que Owen pasara, para luego pasar él—. Estábamos preocupados. El resto de sus amigos fueron arrestados, pero él subió al coche de alguien y desapareció del mapa.

—¿Al coche de alguien? ¿De quién? —dijo Owen, preocupado, sentándose en una silla.

—No lo sabemos. Era un hombre, de unos cuarenta años, y llevaba un coche bastante caro. Pero no pudimos identificarle. Dijo que era su tío, pero...

—Nuestra familia está en Irlanda—acabó la frase.

—Exacto—el policía asintió—. El oficial, obviamente, no sabía este detalle. Así que le dejó acercarse al coche, y fue entonces cuando salieron huyendo.

—¿Y no sabéis quién pudo ser? —el policía negó con la cabeza.

—No quiero sonar pesimista, Owen, pero estuvimos barajando la posibilidad de que fuera... bueno, ya sabes. Un... violador—el universitario asintió.

—Sí, lo entiendo. Tiene sentido, después de todo...

—Pero bueno, ha vuelto bien a casa, ¿no? Eso es lo importante—dijo sonriente—. ¿Ha hablado contigo sobre lo que pasó?

Owen negó.

—Pero... le vi unas marcas en el cuello. Unos chupetones... Si se los hizo ese hombre...—Ted suspiró, sentándose derecho.

—Erik es menor de edad, pero como ya sabrás la edad de consentimiento sexual son los dieciséis años, al menos aquí. Así que, a no ser que tengamos pruebas de que fue forzado... es legal. Lo siento, no podemos hacer nada.

—Bueno... no importa. Confío en que sepa lo que está haciendo—¿Erik? ¿Sabiendo lo que hace? Era como un chiste, pero la esperanza es lo último que se pierde—. Debería irme ya—dijo de repente, levantándose de la silla y recogiendo su mochila, que la había dejado en el suelo.

—Te acerco con el coche—dijo el policía, levantándose también.

—Oh, no hace falta...

—Claro que sí—sonrió amablemente—. Vienes de la universidad, ¿no? Debes estar cansado. Yo te acerco. No me cuesta nada, y me sé de memoria tú dirección.

Bueno...—Owen también sonrió, sintiéndose muy bien de repente—. Vale, está bien.

***

Unos minutos después el coche de policía aparcó en frente de aquella casa, y Owen le agradeció por enésima vez a Ted que le hubiese traído. Bajó del coche, entró en la casa y todo su bienestar cayó al suelo.

Allí, en el salón, se encontraban Erik y sus amigos. Tenían puesta la música de fondo, hablaban animadamente y se iban pasando entre ellos un cigarrillo, jugando con el humo. Owen intentó pasar sin que le vieran, pero no tuvo tanta suerte. Uno de ellos, Kevin, le vio y llamó su atención.

—Eh, Owen, ¿por qué tanta prisa?

El chico cerró los ojos y suspiró, lamentándose porque le hubiesen visto. Se giró lentamente, con cuidado, y miró a los chicos que allí había.

—Erik nos ha dicho que has tirado unos cereales porque engordaban. ¿Es que el niño de mamá se preocupa por su físico? —dijo otro, se llamaba James

—Como si fuera posible arreglarlo—el comentario hiriente de Danny hizo que todos rieran, y Owen sentía que de nuevo iba a llorar.

—¡Miradlo! ¿Tienes ganas de llorar, inútil? —de nuevo habló Kevin.

—¡Que llore, que llore! —se burló George.

—No puede hacer mucho más. Es un llorón. El muy imbécil cree que llorando se solucionan las cosas—intervino Erik, y de nuevo todo rieron.

Owen, por el contrario, estaba petrificado. Las lágrimas estaban a punto de caer por sus mejillas y no era capaz de decir una sola palabra.

—¿Es que te vas a quedar ahí mirándonos? ¡Venga, vete ya!

—Sí, eso, déjanos en paz ya. ¡Qué pesado!

—¡Que te vayas!

El chico bajó la cabeza, viendo cómo unas lágrimas caían al suelo, y subió las escaleras corriendo hacia su habitación. Se encerró en esta, con las manos temblorosas, y se sentó en la cama para llorar el vacío que sentía. Dolía, dolía mucho. ¿Qué había hecho para que le trataran así? ¿Preocuparse por la salud de su hermano pequeño?

Mientras, en el salón, el grupo de amigos seguía riendo por la victoria conseguida. Erik miró por la ventana y vio un coche de policía. Al principio se asustó, y estuvo a punto de avisar a sus amigos, pero al fijarse mejor vio que se trataba de Ted y sonrió divertido.

El oficial, al verle también, le guiñó un ojo.

Y Erik, travieso, hizo con su mano y su boca el gesto de una felación.

 


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