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Ataque furtivo por Snake

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Notas del capitulo:

Buenas noches!

Comenzando de a poco a mostrar un poco más de la historia de Tatsuya esta vez, y más de los enredos que se desarrollarán con su amigo Murasakibara.

Aparición de nuevas parejas!

Espero les guste 

3. EL AMOR VUELA EN EL AIRE.

...

 

Aquél día solo la clara luz le despertó, ya que el amplio cielo nublado no permitía que los rayos de sol se inmiscuyeran entre las cortinas mal cerradas del cuarto. Ahí se encontraba Himuro Tatsuya, durmiendo como un ángel sobre la desordenada cama, las sabanas apenas y cubrían su desnudez y entonces su profundo sueño fue ferozmente interrumpido por su Smartphone sonando, en algún lugar del suelo.

Se sentó en la cama de un brinco, pestañeando como un loco desesperado y se vio completamente solo en la sofisticada y pulcra habitación que les albergó la noche anterior. A él y al camarero Izuki Shun, del que ya no había ni el más mínimo rastro.

Su celular -afortunadamente- dejó de sonar y vibrar, lo que al fin le dio tiempo para oír sus propios pensamientos. “Izuki se marchó” y divisó sobre la mesa de noche un papel doblado a la mitad, lo abrió con rapidez y sonrió levemente.

“Que tengas un buen día Himuro. Gracias a ti, tuve una espléndida noche.

Shun.”

—Ahh, eso es muy cruel, Izuki Shun... —murmuró para luego dejarse caer sobre el esponjoso colchón. —Yo quería ver ese hermoso rostro antes de partir...

Y antes de que el bello hombre del lunar cerrase sus ojos nuevamente, sintió la ausencia de algo importantísimo para él. Tocó su cuello, y lo confirmó entonces... Su collar con el anillo que pendía de este había desaparecido, o mejor dicho; fue secuestrado por el caprichoso camarero dueño de esa maravillosa mirada platina.

Himuro sonrió esta vez aún más evidente, contento porque volvería a verle, contento por aquella noche inolvidable que vivió con el chico de las entregas.

***

 

En otro lugar de la ciudad, una tienda de tatuajes comenzaba a abrir sus puertas a los clientes matutinos.  Él dueño colocaba animado unos carteles al exterior del local, y de paso barría la acera para hacer del lugar uno reluciente. Cuando culminó esas tareas rutinarias, ingresó a su estudio y peinó su cabello desparramado por las brisas de la mañana. Se miró en un gran espejo que se encontraba frente a la entrada y arregló uno de los suspensores que llevaba puestos.

—Yaa, deja eso... pareces una mujer pretenciosa, Nijimura. ¿Cuánto más vas a mirarte en ese espejo?

Nijimura frunció el ceño a más no poder, entregándole una mirada de odio extremo a Haizaki Shougo, el sujeto que osadamente le llamó pretencioso. Sin ánimos de gastar su tiempo en aquel hombre de cabellera trenzada, planeó seguir con los suyo sin prestarle mayor atención a esas -molestas- palabras, pero el muchacho que solo deseaba hacerle enojar, le atrapó en un opresor abrazo desde atrás, afirmando su barbilla en el hombro de Shuuzou.

—Suéltame estoy ocupado. —escupió Nijimura de mala gana.

—Nijimura... —acercó sus labios al oído del contrario, frotándolos lento contra este. —¿No te lo dije antes? No hace falta que te veas tanto al espejo, tu cara es tan linda que aún después de una deliciosa noche de sexo... Me pones así de duro...

—¡¡Haizaki!! —exclamó el de mirada rasgada, en medio de un sobresalto, ruborizado al sentir como el contrario apegaba su cuerpo al suyo, restregando esa evidente erección inoportuna.

Y entonces Shougo no perdió tiempo ante los inútiles forcejeos del “pretencioso” sujeto que tenía cautivo en sus brazos. Y no es que Shuuzou fuese más débil que él, al contrario, el gran problema radicaba en que Nijimura era débil ante los toques de ese tipo atrevido, caía como un tonto sin poder evitarlo. Porque en el fondo amaba la forma en que Haizaki siempre persistía por él, se perdía por él. Lo amaba más de lo que quisiera.

Y a pesar de que en su mente gritaba un deshonesto “no”, Nijimura estaba ahí, rendido en los brazos de Haizaki, quien le besaba intensamente, sumergiéndose en ese creciente calor que el otro le entregaba, dejándose llevar cada vez más y más.

Deseando cada vez un poco más.

Cayendo ante la tentación irremediablemente.

—¡Buenos días Nijim...! ¿Ohh? —detuvo sus palabras Izuki Shun. Quien ingresaba campante a la tienda de tatuajes, saludando armoniosamente al dueño hasta que se encontró con semejante escena de amor.

—¡Uwah, Izuki! —gritó el sorprendido Shuu. Golpeando vigorosamente al sujeto que antes besaba con pasión. —¡Idiota Haizaki bastardo!

—¿Una mañana encendida eh? —bromeó un Shun sonriente. —He traído nuevos diseños, solo vengo de pasada Nijimura-san, debo ir a clases ahora mismo. Míralos y luego me avisas si te gustan.

—Sí, si Izuki. Descuida, ven por el dinero con seguridad en la tarde. Sé muy bien que van a agradarme.

—¡Gracias! Entonces... ¡por favor continúen, ya me voy!

Y ante el regaño inminente de Nijimura, Shun montó su cotidiana y querida bicicleta para marcharse hasta la universidad. Más que otros días destellaba una felicidad encantadora, un brillo en sus ojos que le hacía ver aún más atractivo, y una sonrisa idiota que le inundaba el rostro por completo.

Y bueno, ¿quién no estaría así de feliz luego de una noche sin descanso alguno como la que él tuvo?

Aquél encuentro con cierto hombre tal vez le dejaría ese día en las nubes totalmente, y por supuesto el primero que sabría sobre toda esa ardiente locura, sería su gran amigo Takao Kazunari.

 

Mientras tanto, en un lujoso automóvil, Himuro Tatsuya llegaba hasta la corporación familiar donde cada día trabajaba arduamente, ahí compartía con su medio hermano el segundo puesto más importante en la empresa, puesto en el cual luchaban ferozmente para superar al otro. Y es que esos dos no se llevaban para nada bien, desde siempre había sido así, desde que eran niños, Himuro Tatsuya odiaba a su medio hermano menor, con todas sus fuerzas.

Después de la muerte de su amada madre, Tatsuya conservó el apellido de ésta, todo por supuesto con el previo consentimiento de su codicioso padre. A decir verdad, Himuro y su hermano se llevaban mal desde que eran unos críos, pero esa mala relación era meramente por tener madres distintas y vivir separados; como si ellos junto a sus progenitoras fuesen rivales destinados.

Pero la verdadera enemistad entre esos dos hermanos, nació realmente por culpa de su padre, cuando ambos ya eran adultos, y les obligó a competir por su sucesión en la sucursal más grande de la corporación, y por un mayor porcentaje correspondiente a la herencia cuando él ya no estuviese en este mundo. Era como si ese hombre disfrutase ver como sus dos hijos peleasen entre sí, con sus mejores armas por codicia y dinero, algo vano y frío, pero ellos habían crecido de esa manera.

La corporación era una de las agencias de publicidad más exitosas de todo Japón, pero aquel hombre de garras caprichosas quería más, tanto que incluso no dudo en usar a sus propios hijos para obtener más bienes.

“Quien sea de los dos... El que obtenga una alianza millonaria con otra agencia se llevará el puesto de ganador, será el dueño de este imperio. Tendrá el poder absoluto en sus manos...”

Y así los hermanos fueron aún más rivales, siendo esclavos de sus propios deseos y aspiraciones suciamente manipuladas por su padre. Girando en torno a un mundo hostil y egoísta, donde el fin justificaba los medios para obtener lo que se deseaba. Y era en medio de ese juego nada divertido, que Himuro parecía encontrarse más cercano a la meta, estaba a punto de cerrar un gran trato, una unión que conseguiría aquella alianza millonaria, a tan solo meses de alcanzar la victoria.

Pero aunque se sentía confiado sabía perfectamente que su astuto y peligroso hermanastro no estaba exactamente perdiendo el tiempo, de seguro él tambien tenía buenos y próximos planes entre sus manos. Aun así, Tatsuya no estaba dispuesto a perder contra alguien como él.

 

Pronto Himuro llegaba hasta su ostentosa oficina y esperaba la pronta aparición de Murasakibara Atsushi su colaborador personal, quien era su mano derecha en sus horas de trabajo, y su mejor amigo en la vida cotidiana.

Pero ese hombre se hallaba distraído en cierto lugar de la gran corporación, y precisamente no se encontraba realizando actividades relacionadas con su habitual trabajo. Más bien, estaba poniendo toda su atencion en algo mucho más divertido y placentero.

Un juego del que era un total adicto.

 

—¡Ah...!

Se escapó de los brillantes labios de un pelirrojo un tenue gemido que intentaba ser oculto, mientras un sujeto que ampliamente le superaba en altura le sostenía con vigor, aferrándolo aún más a su cuerpo. El de bella cabellera rojiza enredaba sus piernas desnudas alrededor de la cintura del más alto, su cuerpo temblaba, se sacudía ante las feroces embestidas del hombre que le sostenía y movía su cuerpo a su merced.

Aquellos dos desvergonzados que iniciaban su jornada laboral con una dulce e intensa sesión de sexo, eran Murasakibara Atsushi y Akashi Seijuurou, quienes solían reunirse más que frecuentemente para tener ese tipo de encuentros explosivos de pasión.

Siempre así, desatando sin control todos sus ardientes deseos caprichosos, marcando la piel ajena entre rasguños y mordidas indecorosas. Uniendo sus labios en húmedos besos casi eternos y profundos, que les quitaban el aliento y les hacían rogar por más.

Con la voz entrecortada, con los ojos brillantes por las lágrimas que se acumulaban poco a poco, con esas pálidas mejillas encendidas cándidamente, y esos labios tan perfectamente enrojecidos y estimulados,  Murasakibara se perdía a si mismo al observar tal estado alucinante que le mostraba Akashi cada que hacían el amor. Pero él no se contentaba con eso, su apetito por el pelirrojo era insaciable, casi dulcemente ilógico.

Y al terminar, el alto peli morado regresaba junto a Himuro más arreglado y ordenado de lo normal, siendo demasiado obvio.

Al parecer, esa mañana el amor volaba en el aire como nunca antes.

—Muro-chin, ya llegué.

Cruzó el umbral de la puerta agachando la cabeza para no chocar, con la corbata más que bien puesta y su sedoso cabello lacio recogido. Himuro solo giró su elegante silla de cuero, clavando su hostil y más que furiosa mirada en su amigo, intimidante, como pocas veces se mostraba ante sus cercanos. Luego de guardar silencio, y reprender al recién llegado con su mirada inquietante y sádica, Himuro abrió sus perfectos labios.

—¿Estabas con él, Atsushi?

El de expresión perezosa tardó algunos segundos en responder, hasta que finalmente asintió con la cabeza, confirmando las sospechas de Tatsuya. Por segunda vez el silencio reinó en la oficina, y de un momento a otro el aire se volvió tan pesado como en un Onsen demasiado caluroso.

—¡¿Qué es lo que pasa contigo Atsushi?! —azotó sus manos contra su mesón de trabajo. —¡Lo he dicho miles de veces! ¡¡No vayas con ese bastardo de Seijuurou!!

Sin medir sus actos, y preso por la ira, el pelinegro se aproximó ensimismado a Atsushi, tomándole por la corbata con violencia y obsequiándole sin nada de cordialidad un puñetazo que derribo de inmediato al más alto. Murasakibara solo permaneció en el suelo sin mencionar palabras, con mechones de su cabello alborotado cubriendo su hermoso rostro, con la mirada clavada en la alfombra costosa que le recibió.

El del lunar suspiró profundo, recuperando lento la calma y caminó hasta el mini bar que le aguardaba a un costado de su despacho, destapó una sofisticada botella de grueso vidrio, refinada y diseñada perfectamente para albergar el mejor whisky que se pudiese encontrar. Y sirvió dos vasos, vertiendo aún molesto el licor sobre dos tentadores cubos de hielo.

—Muro-chin yo-

—Lo diré una última vez, Atsushi. Akashi Seijuurou es un bastardo arrogante, él utiliza a las personas para su propio beneficio, no tiene escrúpulos al igual que nuestro padre. Sólo está jugando contigo para derrotarme. Te lo digo porque soy su medio hermano y le conozco bien, y porque eres mi amigo, maldita sea.

Ambos guardaron silencio, pero esta vez durante el día entero. Hartos de tener esa discusión nuevamente, por enésima vez, y claramente Murasakibara no cambiaría de opinión, creía fervientemente que su amor y el de su dulce Aka-chin era verdadero e inmarchitable.

Ese día esos dos amigos no volvieron a cruzar palabras que no fuesen de trabajo, cada uno aferrándose como si sus vidas dependieran de ello, a sus estoicas posturas con respecto a ese bello muchacho de cabellos carmesí.

 

Por otro lado, Izuki estaba llevando un día perfecto en la universidad, sobre todo después de haber recibido la alta calificación de un complicado examen que rindió hace algunas semanas. Nada arruinaba su destellante y buen humor, ni siquiera el chico que le acompañaba, quien le repetía no alardear tanto por su buen resultado en el examen, reiterando que él le superó de todos modos.  Ese muchacho de cabellos cenizas, y que parecía más deprimido que nunca antes, se llamaba Fukui Kensuke y era un buen amigo de Izuki en la facultad. Y a diferencia de Shun, su humor estaba por los suelos.

—Oh, vamos Fukui… ¿piensas seguir así por ese sujeto?

—Bueno, permíteme deprimirme algunas horas, ¿o es que estoy exagerando? Después de todo, tan solo le descubrí esta mañana en mi cama… follándose a otro tipo. Nada inusual…

—Agh… eso apesta. ¿Debería ir contigo frente a ese idiota? Entonces nos besaremos apasionaaadamente. Luego podemos patear sus bolas e irnos de forma tranquila.

—Idiota… —dijo el rubio sonriendo al fin después de una amarga mañana. Y aunque sabía que Izuki bromeaba, no le pareció tan mala idea ir a patearle.

Shun abrazó a su amigo en un gesto de contención, y entonces observó sin querer su muñeca, donde descansaba el hermoso collar de Himuro atado como una llamativa pulsera brillante. Y no pudo eludirlo, no logro evitar sonreír tontamente, no pudo librarse de esas memorias lujuriosas que abordaron su mente en segundos, enrojeciendo sus pómulos al acto.

Y antes de que pudiese seguir profundizando más en sus recuerdos, algo le arrebató violentamente de ese sueño erótico en el que caía. Era una voz que conocía, que escuchó perfectamente bien hace tan solo días, frente a él y Fukui se encontraba ella, tan bella como siempre y sonriendo con dulzura.

Momoi Satsuki.

—¿Eres Izuki Shun, verdad? Ahh, te ves radiante... Al parecer el amor vuela en el aire. ¿No lo crees? Dime... ¿podemos conversar un minuto?

Notas finales:

Gracias por leer!


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