× Deberías quedarte en lo
mas profundo de mis recuerdos ×
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Abrió los ojos como si de un par de grandes platos se tratase y tuvo que parpadear unas cuantas veces hasta poder acostumbrarse a la tenue luz en la que estaba sumergida la habitación.
Tenía la respiración agitada, pequeños jadeos escapaban de su boca —como si hubiese corrido una maratón— y la frente estaba empapada con un sudor frío, unos cuantos mechones de cabello se le habían pegado al rostro gracias a esto y en lo personal; a él le pareció desagradable.
—Tranquilo... Sólo fue una pesadilla. —susurra para sí mismo, intentando vagamente calmar los alocados latidos de su corazón inhalando y exhalando fuertemente.
Las 3:51 a.m eran marcadas por el reloj digital que estaba colgado en la pared frente a él.
Dio un suspiro en señal de resignación; engañarse a sí mismo no ayudaba en nada.
Porque Haise sabía bastante bien que aquellas imágenes que se colaban de repente durante sus sueños no eran simples pesadillas que aparecían para atormentarlo, no.
Esos eran sus propios recuerdos; tortuosos y lastimeros recuerdos de la vida que llevo en algún momento del pasado, aquella vida que lo perseguía mientras dormía.
Normalmente esos flashback iniciaban de la misma forma; flores de diversos colores cayendo con elegancia sobre una vieja caja de madera que estaba siendo enterrada a tres metros bajo tierra y un pequeño niño de cabellos azabache mordiendo su labio inferior para no sollozar.
Hasta cierto punto a Haise le daba pena ver algo como eso, él de antemano sabía que los padres de su anterior yo habían muerto; ambos por causas distintas y en momentos distintos pero... — ¡Estoy pensándolo mucho, agh! —dice exasperado, llevándose una mano a la cabeza para revolver su propio cabello y tirar un poco de unas cuantas hebras.
No iba a negarlo; estaba cansado. Cansado de despertar asustado cada noche a la misma hora y sentirse con miedo de descubrir ese pasado que debería quedarse sepultado en lo mas profundo de sus memorias.
— Yo soy yo. —dijo y sonrió.
Haise no necesitaba recordar nada porque él ya lo tenía todo.
Amigos, familia, discípulos, una carrera, un amante... Tenía una vida por delante.
— No debes engañarte. —murmura una voz cerca del oído del bicolor y este se asusto casi de inmediato— Este cuerpo es mio, tú lo robaste. —volvieron a decir con una voz tan áspera y fría que le pondría los pelos de punta a cualquiera.
Tragó duro con la intención de calmarse, en rara ocasión alucinaba con aquella persona y cuando eso sucedía; realmente entraba en pánico.
— Tú eres Kaneki Ken, ¿cierto? —preguntó y quiso abofetear a su consciencia por esa tonta cuestión.
— Lo somos... Ambos Haise Sasaki y Kaneki Ken; ambos somos lo mismo. —respondió la voz en un murmullo apenas entendible.
— ¿Por qué te empeñas en atormentarme?, ¿qué es lo que ganas con esto? —mordió su labio inferior, estaba comenzando a alterarse.
Ken soltó una burlona carcajada que provoco un escalofrío en Haise.
— ¡Deja de burlarte!, ¡vete! —grito el bicolor a la vacía habitación con desespero— ¡No tienes derecho a arruinar mi vida!, ¡ya no perteneces aquí! —dijo apretando sus puños al punto de encajarse las uñas en las palmas.
Las carcajadas se detuvieron y su respiración alterada era lo único que pudo escuchar por un segundo hasta que le volvió a escuchar. La voz susurro en un tono melancólico; — ¿Has amado a alguien en mi ausencia?
Y lo vio.
De un momento a otro ya no estaba en su habitación. Ésta había sido remplazada por un cuarto oscuro con el piso sucio y de mosaicos parecidos a un tablero de ajedrez.
Frente a él estaba él, ¿raro, verdad?
A Haise se le heló la sangre, ¿qué estaba haciendo ahí?, ¿por que de repente ese chico preguntaba algo como así?, ¿eso en verdad importaba ahora?, ¿ahora que se estaba volviendo loco?
— Su nombre es Arima, es mi pareja, el amor de mi vida.
Kaneki ni siquiera pareció inmutarse ante las palabras de Haise, es más; le causo algo de gracia pero no lo demostró, así que lo miro y con ojos afilados y una expresión nula dice;
— También amo a alguien. —confesó el albino con una casi inexistente sonrisa en el rostro— Por eso necesito de vuelta este cuerpo; sólo así podre ir a verlo.
¿Qué?