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Dance With The Dragon. por Dahliexyz

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Aydahar es un país grande, el más grande del continente y también el más prospero de la región gracias a sus tierras fértiles y clima adecuado sumado a su abundancia de bosques y praderas en los que era posible ver transitar explícitamente las cuatro estaciones del año. Siglos de guerras y conflictos con otras naciones habían convertido al país en un lugar hostil para los extranjeros, receloso de su seguridad y quisquilloso en la relación con el exterior incluso durante la época de frágil paz, para los habitantes era muy difícil confiar en otros más allá de sus fronteras con razones más que justificadas. Desde el comienzo de la vida misma muchos quisieron hacerse del poder y los recursos de Aydahar. La última gran guerra irónicamente fue la primera a punto de ser retratada en la historia como la derrota definitiva, de no ser por los dragones. Los seres humanos sin equivocación eran los únicos interesados en pelear, matar y destruir a otros seres humanos, criaturas como hadas y elfos se mantenían al margen procurando únicamente su propio bienestar. Sin embargo, la familia Plisetsky como guardianes personales del Rey y los suyos, decidió que era el momento de ejercer su autoridad sobre los dragones de las montañas Jarquinort, animales alados de inteligencia y raciocinio semejante —o superior— al de los humanos "civilizados" y un inmenso poder, enemigos naturales de la humanidad y casi cualquier otra especie. No obstante, un trato de sangre reforzado cada generación los unía a los Plisetsky en una singular relación de amistad/protección mutua; no les podían ordenar sin recibir negativas o un simple gesto afirmativo, aquello era un favor que los humanos pagarán voluntariamente tarde o temprano. Al final la balanza se inclinó en beneficio de la gente de Aydahar trayendo tras los escombros ensangrentados la tranquilidad que tanto anhelaban. Los dragones regresaron al anonimato de sus tierras y a pesar de su trascendental participación en el campo de batalla siguieron en el ojo público señalados como bestias temibles, peligrosas y rechazadas por todos. Excepto por los Plisetsky quienes en cada ritual de renovación reafirmaban su amistad y lealtad a los dragones.

Para bien o para mal, casi todos olvidaron los tiempos difíciles.

Yuri descansaba recargándose en el cuerpo enorme del dragón que tenía como compañero. Las alas afiladas estaban recogidas contra el lomo haciéndolas ver más pequeñas de lo que eran, la cola larga que terminaba en un pliegue muy similar a una aleta rodeaba las piernas del muchacho. El dragón dormitaba con la cabeza recostada directamente contra el césped húmedo y los ojos amarillos apenas abiertos, los colmillos sobresalían intimidantemente de su hocico en una escena por lo menos peculiar. Yuri había pasado una hora completa encerrado en el estudio sobreviviendo a la "charla incómoda" con su tío, el adulto responsable de cuidarlo, debido al incidente en el bosque pero la reprimenda por su necedad bajo circunstancias irreconocibles aterrizó en la obligación del ojiverde de conseguir una esposa pronto. La mayoría de los hombres de su familia se comprometían y casaban antes de la mayoría de edad, pero él con veinte años se quedaba atrás y en obvia responsabilidad de procrear a su propio/a primogénito debía apurarse o se metería en líos insuperables. La vida apestaba a veces.

Desde que fue capaz plenamente comprender la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros como primogénito de la rama principal de su familia pensó, planeó y cuestionó si existían maneras de librarse de una existencia aburrida, casado con una chica rica para poder tener un montón de hijos y así heredarle al mayor de ellos el pacto de sangre que lo mantenía unido a los dragones a un nivel espiritual y simbólico. Sí, Yuri quería renunciar a su condición de primogénito heredero transfiriendo ese título a su primo más cercano, aunque eso significaría ser rechazado y expulsado de la familia. Un mal menor a comparación de ser infeliz, únicamente esperaría el momento adecuado para pronunciarse a favor de abandonar la casa familiar y desprenderse de su apellido. Doloroso pero inevitable. Antes de que ese lamentable día estuviese cerca la misión de Yuri era educarse, entrenar, trabajar duro y avanzar como guerrero pues su meta era integrarse al ejército, lograr algo útil, hasta el hombre más impredecible imagina su futuro y cuál es la mejor manera de alcanzarlo en base a un plan más menos elaborado. Se esforzaba pero la mala suerte o cualquiera sea la fuerza que colocaba la punta del pie para hacerlo caer le frenaba vez tras vez, y era frustrante. Al final no le quedaba más que aferrarse desesperadamente a ese plan, ¿si lo deseas fervientemente significa que es la decisión correcta?

El último año, luego de la muerte de su abuelo, la concentración de Yuri puso el punto de mira en demostrarles a su familia y otras personas cercanas a ellos lo mucho que estaba mejorando, madurando y que independientemente de los resultados a sus dudas existenciales, él era un Plisetsky digno de confianza y respeto. Dejaría una huella importante dentro de una familia tan privilegiada como la suya, si la abandonaba entonces nadie podría reprocharle nada salvo su interés por ser independiente y seguir sus propias metas. No se frenaría a ese punto del partido, pero era consciente en parte igual de lo que faltaba y es que desde su nacimiento fue adorado y mimado por todos, creció sobre un pedestal cercado por una vitrina de cristal sintiendo que nada podía vencerlo, que era el mejor, invencible, intocable, la excesiva autoconfianza y egoísmo lo engullían conforme crecía haciéndolo totalmente sumiso a su egocentrismo y nulo sentido común. Era bueno con la espada, en el arco y flecha, con los cuchillos, sabía cazar presas pequeñas y medianas, pescar, también era un excelente nadador y su fuerza física era impactante en comparación a su tamaño y complexión, pero alguien más lo terminaba superando restregándole en el rostro tal o cual fracaso. Todos reconocían su talento, pero definitivamente Yuri requería experiencia fuera de su zona de confort engalanada con ser "prodigio natural e hijo de distinguidos nobles" y verdadera madurez que lo pudiera guiar a evolucionar en un adulto eficiente.

Impulsivo y terco como sólo a Yuri le funcionaba, Otabek se convirtió en una suerte de consciencia prudente y sabia sacándolo de apuros, permanentemente dispuesto a rescatarlo de todas las situaciones apremiantes. Otabek era un dragón tranquilo que toleraba a los seres humanos, fue seleccionado por su clan para convertirse en el "símbolo" de la unión entre los Plisetsky y el clan de dragones mezclando su sangre junto a la de Yuri en una versión tétrica de ceremonia de boda en un sótano de la inmensa propiedad de la familia a tan sólo un kilometro del palacio Real. No estaba interesado en tener contacto con el niño inquieto que pusieron frente a él y a quien tuvo que jurar lealtad en nombre de su especie. El niño rubio que lo seguía con curiosidad con sus ojos profundos solía arrojarle cosas y ponerle apodos, notaba que era inteligente para su tierna edad de ocho años empero su actitud de crio insoportable lo descolocaba hasta asquearlo, y es que el resto de los niños de la familia siendo menores se comportaban mejor. Otabek no se dio espacio a despreciarlo o ignorarlo y mantuvo su tarea como compañero de Yuri desde entonces; para fortuna de ambos las cosas mejoraron con los años, de un momento a otro se hicieron cercanos, Yuri lo considera su primer mejor amigo y más.

—¿Crees que deba cortarme el cabello? —Yuri dijo en un hilo de voz, casi un susurro dedicado a sí mismo.

—¿Ya llega a tus hombros? Lo cortaste recién. —la voz impactante y severa salió del dragón sin necesidad de abrir la boca, la voz brotaba como una brisa directamente de su garganta saliendo un poco ahogada pero audible e inequívocamente masculina.

Sin respuesta, prosiguió.

—Te queda bien así. A diferencia de tu cuerpo que es más marcado que antes tu rostro no ha sufrido un cambio significativo como para decir que tu cabello deba ir corto, de quince o veinte años luces como una mujer fea. —Otabek suspiró tratando de retomar la siesta a la que comenzaba a entregarse como si lo que acababa de escupir fuese un halago para el chico, quien le golpeó con el codo tras elevar el brazo izquierdo dejándolo caer fuertemente. El dragón no se removió ni un poco.

—Me sigo preguntando como fui arrastrado desde el lago hasta el interior del bosque. ¿Tienes alguna idea? —Era un detalle minúsculo que todavía le molestaba.

—Apostaría cinco monedas a las hadas, debieron confundirte con la más enorme de ellas y te pusieron en un rincón seguro. —eso estaba mejor, Yuri sonrió.

Luego de regaños tío-paternales, suplicas para tomar a una mujer como esposa —quizás en el papel de esposo responsable dejaría de hacer cosas así, opinión del tío— y algunos regaños más el de ojos esmeralda pudo darse su anhelado baño caliente, después, tras vestirse con un nuevo uniforme para montar se dirigió hacia los jardines del hogar familiar; un castillo de varias hectáreas rodeado por una muralla de quince metros para proteger la privacidad de los Plisetsky, quizás se sentía un poco como una prisión. Otabek ya lo esperaba y descansaron uno al lado del otro para antes de ir a buscar al caballo-casi homicida aparentemente encontrado en una propiedad cercana. Yuri apreciaba tanto pasar esos momentos con su dragón, minutos u horas sin muchas palabras de por medio. Era fantástico. Sólo cuando Otabek estaba más dormido que despierto, el rubio se armaba de valor para interpelar un poco más en la dirección que tanto quería.

—¿Puedes besarme? Ha pasado bastante desde la última vez. —era afortunado de estar de espaldas contra el brazo del aludido, le avergonzaba mirarlo en situaciones similares.

—No vayas a dormir temprano, iré por la noche a tu habitación, no olvides eso, he perdido la cuenta del número de veces que me llamas ladrón y casi me haces caer de la ventana con una patada a mitad de la madrugada. —respuesta simple, breve, antes de seguir durmiendo.

Yuri quiso decir algo pero las palabras se resistían, no encontraba ninguna y las pocas que llegaban a su cabeza le parecían inadecuadas para expresarse, sólo sonrió con levedad antes de quedarse dormido también. No olvidaban que estaba por cumplirse el quinto año consecutivo de la primera vez que bailaron juntos, a los dragones les gusta bailar.

En el fondo, Yuri tenía otros motivos para no casarse.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Espero tener algo más de tiempo la siguiente semana, he estado muy ocupada pero no podía continuar trabajando sin actualizar aquí. Gracias por leer y comentar, me hacen muy feliz.


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