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Dance With The Dragon. por Dahliexyz

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La primavera había llegado puntualmente como cada año embelleciendo los paisajes sobrios con árboles y vegetación diversa que retomaban la vida luego del invierno. Esa era la época que más le gustaba a Otabek, podía dar muchas excusas que iban desde una mejor temperatura hasta el regreso de los pequeños animales salvajes de los que se alimentaba y aguardaban durante meses el ocaso de la nieve, pero Yuri significaba un más importante motivo. Marzo era el mes de su cumpleaños y desde el inicio de la pubertad se le daba la libertad de elegir sus clases y horarios como obsequio, acostumbrado a institutrices estrictas y clases innecesarias —en su opinión— algo de relajación y malcriadez le venía como un baño refrescante.

Al ser tan cercanos, Otabek percibía su estado de ánimo que mejoraba indescriptiblemente casi como un milagro, un amigo se alegra cuando las cosas le van bien a su persona de aprecio y con los amargos momentos de los recientes cuatro años en la vida de Yuri y su familia significaba mucho poder verlo sonreír, acción que de por sí no era común de ver. Aseguraba que hasta el aroma del chico llegaba más dulce a sus fosas nasales cuando estaban cerca. Después de todo, Yuri aún era un niño inocente tratando de vivir sin mirar los malos ratos. Otabek actuaba como un silencioso testigo, participe ocasional pero siempre orgulloso.

Los padres de Yuri, Lydia y Andrei, eran personas reservadas a quienes no trató directamente sólo logrando verlos de vez en cuando. Ellos siempre estaban ocupados siendo los asignados a la protección del castillo y de la familia real, función principal de los Plisetsky que los mantenía en tan alta estima de los gobernantes y bajo ese rayo de luz que cegaba a todos a su alrededor, auténticas celebridades misteriosas pero portadoras de buenas noticias y protección al país. Nadie adivinaba que el matrimonio sobresaliente con un único hijo estaba fracturado prácticamente desde el día uno de su relación, casados por orden de sus padres siguiendo las viejas tradiciones, obligados a darle un primogénito digno a la familia, desconocidos hasta el día de la boda que rechazaron duramente. No estaban enamorados y si llegaron a intentar estarlo entonces el resultado fue desastroso. No se soportaban.

Al cumplir once años de edad siguiendo el final de la nieve, Yuri recibió la noticia devastadora de la ausencia de su madre. Lydia había tomado las pertenencias de valor que traía consigo para marcharse del hogar familiar abandonando a sus aún esposo e hijo, sólo una carta posterior explicaba brevemente su desprecio por Andrei y la desesperación por regresar a su antigua ciudad cercana a la costa para reencontrarse con el novio de su juventud, el único hombre que quería y quien siguió esperándola hasta entonces. No tuvo contemplación ni piedad para con Yuri, en correspondencia que mantuvo con su ex suegro después del divorcio formal que los Plisetsky se vieron forzados a autorizar como un favor a la reina —sólo murmuraron pero todos estaban de acuerdo que quizás la mujer se sintió identificada con el actuar de la esposa prófuga— Lydia exclamó el pesar por perder a su hijo pero no iba a arrebatarles al primogénito de la rama principal, mucho menos luego del pacto de sangre ya realizado con los dragones.

Dos años más tarde y aún con el tema de Lydia sobre la espalda, Andrei enfermó repentinamente del corazón falleciendo unos meses después sin palabras de despedida o consuelo para su joven hijo. En el pueblo se esparcía como causa del deterioro de su salud el estrés y tristeza de la separación, no se confirmaron nunca los motivos reales de su enfermedad fatal. El liderazgo de la familia pasó a manos del segundo en la línea de nacimiento, James hermano de Andrei, tío de Yuri.

La pérdida sorpresiva del matrimonio principal fue un desastroso golpe bajo para la estabilidad y unión de la familia, empero como una bendición inesperada las estaciones que siguieron trajeron consigo un poco de paz y energía extra entre los integrantes, sólo así y bajo el consejo del rey pudieron salir a flote de la situación, sobrevivir y triunfar por encima de guerras y hambrunas volvieron a los Plisetsky resistentes en todos sentidos. Los padres de Yuri no volvieron a ser mencionados en voz alta, él quedó bajo el cuidado de su abuelo a partir de entonces.

Otabek había pasado tanto tiempo con los humanos que ya conocía de memoria sus costumbres e historia, no era un sentimiento de pertenencia o afecto por dicha especie pero los respetaba y al final del día no era tan incómodo convivir diariamente directa e indirectamente con ellos. Mientras Yuri tomaba clases o pasaba el tiempo con sus familiares, el dragón descansaba en los extensos jardines de la casa, en ocasiones se escabullía más allá adentrándose en propiedad de la realeza llamado por la curiosidad. Sin peligros reales a su alrededor la presencia de Otabek caía en una mera costumbre y simbolismo, mantenía su distancia pero jamás se alejaba lo suficiente como para no conocer la ubicación exacta del rubio.

Aunque de ser cuestionado él prefería la tranquilidad de las montañas. Extrañaba sobremanera su hogar, un sitio inaccesible para cualquier ser vivo con excepción de los amos dragones; cargaban años de disputas y depredación con otras especies por lo que nadie se molestaba en acercarse a su territorio. En lo más remoto de Aydahar yacía su familia, sus iguales, el resto del clan dragón del que fue obligado a salir para entablar una ceremonial amistad con un niño humano de mal carácter, ¡pero se preocupaba tanto por ese niño que no creía existente en esta vida otro digno para ser su compañero!

No provenía de cuna noble, sus padres no eran los líderes, él no sobresalía por un poder o cualidad física en especial, sólo era Otabek. Y precisamente su temperamento pacifico y reservado lo presentaba al mundo como un dragón digno, capaz de proteger a los humanos a quienes estaba unido y mostrar gestos de bondad. Muy seguramente en un intento por cambiar la percepción negativa que otros tenían hacía los dragones.

El mes de abril se acercaba y con ello el final de las pequeñas vacaciones que ya eran una tradición y regla explicita para los dos aliados. Esa noche la ausencia de Yuri fue una incertidumbre, tras varios días de ocio y diversión por su cuenta en que no ocupaba más de diez minutos en leer un poco dando por cumplidas “sus clases”, el más joven prometió pasar unas horas con el dragón a quien llevaba más menos diez días ignorando.

Él mencionado dijo que lo iría a buscar bajo el árbol en que se reunían, pero con aproximadamente dos horas de retraso Otabek comenzó a inquietarse. ¿Dónde estaría? ¿Llegaba el momento de irlo a buscar? Sólo escuchaba ruido y vocerío proveniente del castillo de la realeza, Yuri detestaba involucrarse en los ostentosos bailes y reuniones que sus parientes y vecinos acostumbraban llevar a cabo dos o tres veces al mes. Sólo la presencia de un segundo en escena lo devolvió al mundo de la realidad haciéndolo sobresaltar, antes estaba totalmente desprevenido ocupado en entrar en pánico mentalmente.

Verlo le tranquilizó.

—Si no dejas de fruncir el ceño tu rostro va a quedarse así para siempre—advirtió con severidad, Otabek estaba curioso del motivo que tenía al menor de tan mal humor.

—Escapé de esa estúpida fiesta, todos saben que odio usar ropa ridícula y lidiar con los imbéciles de la corte—exclamó conteniéndose para no gritar.

Y con un fugaz vistazo en medio de la noche iluminada parcialmente por la luna llena y las antorchas de las paredes cercanas, Otabek dejó escapar un suspiro de fastidio. Era verdad que no le podía clasificar como "atuendo sencillo" pero en términos generales la camisa blanca de mangas largas decoradas con encajes, pantalones cortos color azul y lustrosos zapatos de piel unidos a la tela de sus calcetas altas con listones de terciopelo rojo le brindaban gratuitamente la apariencia de un niño inocente, elegante, un pequeño príncipe. El cabello rubio estaba recogido en una trenza dejando ver su rostro por completo. Fue el detalle más singular que no fue ajeno para el dragón, usualmente Yuri se ocultaba tras largos mechones dorados.

—Los de la alta sociedad adoran las fiestas, debes aguantar. Y creo que te ves muy bien— Otabek rehuía a hablar mucho, pocos humanos que conocían su existencia tenían también el privilegio de escuchar su voz. Pero al hacerlo, el noventa por ciento del tiempo consistía en cumplidos para Yuri, en palabras de apoyo para Yuri y mejor todavía, en regaños para Yuri.

—No tengo cinco años, me veo mal. ¿Tú qué sabes de moda? ¿Qué crees saber de ropa? No eres un ser humano— se dejó caer sobre el césped, sin decir más, mirando sus pies.

 

Otabek encogió los hombros y cubrió parcialmente su cuerpo con las alas. Sí, no era un humano y desconocía esas cuestiones.

 

Cuando lo conoció no se llevó la mejor de las impresiones, Yuri era difícil de tratar y entender. Fue hasta  el delicado asunto de la madre que algo cambió para siempre en él, Otabek no fue indiferente logrando acercarse mucho más. Era indiscutible que con el pasar de los años la relación mejoró, Otabek evolucionó de un dragón cortés que accionaba mecánicamente sin sentimientos de por medio a un siervo devotamente leal. Yuri se escapaba de clases, reuniones y fiestas escurriéndose por puertas traseras y ventanas, en una ocasión Otabek debió rescatarlo luego de arrojarse de una de las torres superiores hasta un árbol, el salto fue un éxito y sobrevivió a la idiota osadía pero después no consiguió descender igual a un gato atrapado. Derribando sus propias barreras el alabado primogénito se permitió confiar en Otabek, confiarle sus secretos, sus miedos y gustos, no tenía otros amigos y sólo se acercaba a la familia por cortesía.

 

Dicho sea de paso Otabek supo en el tardar de un parpadeo que la vestimenta no era el problema.

 

—Van a casarme, me hicieron saludar a algunas chicas pero buscarán en cada rincón del país si es necesario. Sólo hoy me vi obligado a bailar con esa pelirroja ruidosa. —admitió en un hilo de voz.

 

Silencio sólo interrumpido en los minutos siguientes por el sonido de un ave cazadora nocturna posándose en las ramas sobre ellos.

 

—No puedo casarme, no así. Los matrimonios arreglados entre personas que ni siquiera se conocen suelen fracasar como él de mis padres. Es repugnante, odiaría pasar por lo mismo— la voz le salió ahogada y terminó por cubrir su rostro con las manos.

 

Otabek no pudo seguir mirándolo y es que la expresión de Yuri se nubló, no soportaba verlo llorar. Literalmente lo consideraba su punto débil en el peor significado de la expresión.

 

—¿Cuál es tu sueño? ¿Qué deseas hacer? —el dragón cuestionó, queriendo indagar en los pensamientos de Yuri sobre ese tema que ahora entendía, le afectaban mucho.

 

—Mi sueño es ser libre, sin estar atado a historias absurdas y tradiciones arcaicas. Quiero al menos poder elegir con quien casarme o no casarme nunca pero sin sentir que todos me empujan contra la pared — no notó que estaba elevando el tono de voz. Respiró hondo intentando calmarse.

Recordar es una obligación para no repetir los mismos errores del pasado. Yuri era consciente de las obligaciones que se esperaba cumpliera al pie de la letra como heredero del liderazgo de la familia y primogénito, su rol como el símbolo físico de la amistad con los dragones y futuro encargado del bienestar de la realeza. Sin embargo él quería hacer más, hacer lo que le viniera en gana y cumplir sus ambiciones lejos de todo. Desde la última gran guerra se respiraba una atmósfera de paz y tranquilidad, los países estaban en calma y progresaban a su ritmo, un dicho dice que tiempos fáciles forman personas débiles, demasiada seguridad dañó la efectividad de la educación y entrenamiento que se impartía llegando al vergonzoso punto de que los jóvenes de su familia ni siquiera eran instruidos en las armas. Preferían hacerlo tomar clases de baile, literatura y música, ¿si él o la familia real estaban en peligro un día, se defenderla con danzas y poesías? Yuri anhelaba ser fuerte, el más fuerte y valeroso soldado, no el hijo consentido incapaz de usar una espada, las pocas capacidades que poseía se las debía a su padre que lo educó por su cuenta en secreto. Despreciaba la pasividad de la época y lo atrapado que estaba entre los suyos. Él era diferente, quería ser reconocido y buscar su propio propósito siguiendo los principios que creía solemnemente, Yuri ansiaba la libertad lejos de su cuna de oro.

—Algún día voy a rescatarte, te llevare conmigo lejos de aquí. ¿Está bien?

Y nuevamente sorprendiéndolo estaba Otabek, su dragón, su amigo y el único a quien podía expresarle sus verdaderos sentimientos por la familia y las molestas tradiciones. A su abuelo jamás le diría por temor a decepcionarlo. Pero en lugar de articular una respuesta coherente dijo lo primero que se le vino a la mente. Tragó saliva.

-—Y además de eso un chico me ha estado molestando las recientes semanas, después de bailar con la pellirroja me siguió diciendo tonterías y casi me toma del brazo para obligarme a acompañarlo. Tuve que esconderme detrás de mi tío, Jean es un terco.

¿Otabek querría escuchar eso?

—Hace un momento parecías abrumado y tras mencionar al tal Jean tu tono de voz cambió, ¿te gusta esa persona?

Directo y sin titubeos. Yuri enmarcó una ceja incapaz de creer lo que estaba escuchando, ¿Otabek enloqueció de repente? ¿Cómo podía existir la más minúscula posibilidad de gustarle un hombre problemático tan dedicado a hacerlo rabiar por diversión? Ridículo, seguía afligido por las tristes memorias que vinieron a él cuando sus entusiasmados tíos y abuelo volvieron a tocar el tema de la futura y soñada boda con Mila o cualquier mujer "adecuada" en sus egoístas opiniones. No, sólo trató de calmar el ambiente desviando el tema a otro menos importante. Negó con la cabeza y Otabek fijo los brillantes ojos amarillos en él. Punzadas de culpa comenzaron a taladrarle en el pecho con cada latido, pasó días enteros sin ver a Otabek ensimismado en su mes de asueto y no por estar ocupado haciendo tal o cual cosa auténticamente valiosa y trascendental, de hecho estaba con Jean-Jacques a quien detestaba pero cada vez se sentía más propenso a aceptar sus invitaciones. No se lo diría a Otabek.

— ¿Yuri?

El aludido forzó una sonrisa tensa, honestamente ya no quería seguir teniendo esa conversación, odiaba cuando las cosas le hacían pensar más de lo que necesitaba.

— ¿Tú tienes un sueño? —Hizo una pausa para tomar aire profundamente— ¿Hay algo que desees fervientemente? —preguntó con timidez, fuera de su pequeño caos interno aquello resaltó en su cabeza como una duda interesante, antes no se propuso saber un detalle tan personal del contrario.

El dragón no necesitó más de un segundo para dar su respuesta.

—Desde hace unos años tengo un sueño, es sencillo a comparación del tuyo— decretó ante los ojos brillantes del menor, expectantes— Quiero tocar tus manos y tu cabello, deseo saber por mí mismo si son tan suaves como lo parecen.

Demasiado amable siempre pensando en él, sólo en Yuri. El rubio comenzó a plantearse que no merecía la amistad de Otabek, no obstante se limitó a disculparse excusándose en tener que regresar a su habitación antes de que notaran su ausencia. No tenía más palabras que valieran. Quería seguir conversando, desahogarse como siempre, aclarar que Jean no le interesaba —quizás— pero escuchar que el dragón deseaba poder tocarlo como su sueño más importante era demasiado, no en el aspecto negativo pero absolutamente se convenció de no merecer el cariño de aquella criatura. “Ya tendremos tiempo de lamentarnos juntos, cuando el mes de marzo termina también lo hace mi buen humor” pensó mientras se incorporaba, se despidió velozmente y le dio la espalda, suspiró y observó al dragón por el rabillo del ojo. Yuri siguió adelante, mordiéndose el labio, como si estuviera temiéndose que la conversación que acababan de comenzar y abarcó un montón de aspectos, fuera a quedarse tal y como estaba, casi estaba compungido por ello. Debía recordar dejarle claro a Otabek que ese chico Jean no le gustaba y que muy dentro de sí, también quería ser tocado por el dragón, ayudarlo a cumplir su sueño. Uno de los dos debía lograrlo.

Al día siguiente y con el mal dormir a cuestas, Yuri caminaba arrastrando los pies por el pasillo de la sala principal que lo llevaba directamente a la habitación de su abuelo. Luego de la fastidiosa fiesta no supo más de él y por educación quiso darle los buenos días personalmente, no estaba en su mejor momento físico con el dorado cabello enmarañado y las terribles ojeras que opacaban su apariencia usualmente perfecta. No se tomó la molestia de vestirse esmeradamente, descalzo y con la bata de baño blanca se aventuró a salir de su habitación sin considerar la cantidad de personas que compartían techo con él y que casi era seguro se toparía en el camino. Agradecía que el adorable abuelo fuese menos estricto en temas de protocolo y no le molestara verlo así. Haciendo uso de las pocas fuerzas de que el brazo derecho disponía tocó a la puerta. Voces dentro, por la hora creyó que era su tío, no tocó más hasta que del otro lado las voces se detuvieron y pudo escuchar pasos. La puerta se abrió y él se movió de enfrente dejando el paso libre, le llamó la atención por lo poco común de la situación cuando un hombre desconocido fue quien abandonó el lugar. O parcialmente desconocido, recordaba haberlo visto una o dos veces antes merodeando la casa, no se inquietó pues estaba ataviado con el uniforme de la milicia. Una gabardina marrón larga que ocultaba prácticamente todo su cuerpo con excepción de pies, manos y cuello, por encima del pecho sólo sobresalía una corbata negra y en su cintura un cinturón metálico enorme del que colgaba una espada que no alcanzó a inspeccionar. El hombre lo miró y Yuri se avergonzó, estaba hecho un desastre ¿Por qué nadie lo obligó a regresar a su cuarto y volver a ser un humano presentable? El desconocido siguió su camino y Yuri entró a la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Sólo un día más antes de volver a su rutina, Lilia la institutriz se frotaba las manos con maldad planeando las cosas terribles que le haría para torturarlo, o así lo imaginaba Yuri. Por la tarde y al fin después de un largo baño y acicalamiento, el muchacho pudo pasearse sin temor a ser visto, se sentía mejor así que su autoestima regresó a niveles normales y no estaba dispuesto a dañarla siendo horrendo frente a todos, por costumbre decidió usar el uniforme de rígido color negro que lo asfixiaba por lo cerrado que era. De camino al comedor, muy cerca del despacho de su tío logró captar al soldado misterioso charlando con una mujer, rápidamente cayó en cuenta que se trataba de Mila. Ella tenía el talento especial de saber su ubicación exacta, siempre se enfadaba por eso, no importaba que estuviera haciendo o que tan lejos se encontraran el uno del otro Mila notaba que Yuri estaba y lo saludaba ruidosamente. No tenía más opción que devolver el saludo y marcharse antes de que la chica decidiera acercarse y abrazarlo, ella no era el verdadero problema, quizás no se sentía particularmente atraído por ella o siquiera interesado pero la obsesión de sus familiares de insinuarle sobre la perfecta esposa que sería para él le irritaban. Mila era linda y amable unos pocos años mayor, además formaba parte de la familia real Nikiforov y eso obligaba a Yuri a comportarse y tener su favor.

Ese hombre volvió a mirarlo con sus ojos severos y profundos como un acto reflejo por el accionar de la chica, parecía tener una conversación muy interesante o profunda con ella ya que no le permitió distraerse mucho tiempo. No le molestó, pero era extraño.

Caminó sin volver a detenerse.

Una noche más tras un día ordinario y lo cierto es que Yuri no tuvo la decencia de ir a buscar a Otabek, desde la distancia tampoco pareció verlo dormir bajo el árbol acostumbrado así que intuía que el dragón decidió ir a hacer cosas más útiles que permanecer allí sin moverse y sin recibir su visita. Tenía que despertar muy temprano y prepararse para las clases habituales, lo menos que podía hacer era dormir mejor.

Un baño caliente bastó para relajarlo, ataviado sólo con su bata de algodón dedicó cerca de media hora en arreglarse el cabello con esmero. Tenía muchas cosas en la cabeza pero quizás hundirse en los libros sería más beneficioso que de costumbre, hasta extrañaba a Lilia.

Entonces, el reflejo de otra persona en el espejo lo hizo temblar, detrás suyo junto a la ventana estaba el soldado de antes, con los brazos cruzados por encima del pecho y sin una expresión detectable en la faz lo miraba con atención, en silencio. No gritó para pedir ayuda, estaba congelado, confundido, aterrado. ¿Cómo había entrado? Su pecho bajaba y subía apresuradamente, sólo la voz del hombre puso su joven corazón otra vez en su lugar. Una voz que estaba cien por ciento seguro que reconocería en medio de una multitud. Lo llamaba por su nombre, calmadamente. Le costó mucho trabajo reponerse y hablar.

—¿Otabek? — por supuesto sonaba ligeramente distinto, más clara, más humana,  pero la voz del dragón era quizá el sonido que más se aferraba en su memoria. Su corazón latía a toda prisa.

No obtuvo respuesta, pensó en la posibilidad de estar soñando o alucinando.  Se pellizco el brazo sin mucho cuidado, el dolor sólo le confirmó que estaba despierto. Sujetó su cabeza entre las manos y cerró los ojos, si no era la imaginación activa de un adolescente atormentado a media noche ¿entonces qué estaba pasando?

—Calma, no voy a dañarte. Yuri, mírame.

De nuevo la voz de Otabek.

—Es un minúsculo detalle que iba a contarte después pero estando aquí fui superado por la ansiedad de verte. Soy yo Yuri, bajo esta forma.

El aludido abrió los ojos, el hombre estaba de pie frente suyo, muy cerca. En una explicación rápida, Otabek le contó sobre los poderes de los dragones ocultos para la generación actual de su familia ante la época de paz que los limitaba a actuar. Básicamente eran mascotas, aliados, compañeros, pero no guerreros como en el pasado. No estaba permitido vivir con esa excepcional apariencia, pero él desobedecía sin temor con tal de poder entrar a la casa familiar de vez en cuando, sentía la obligación de velar por esas personas especialmente por Yuri. Los mayores lo sabían e incluso para ayudarlo a pasar desapercibido a ojos propios y extraños le habían asignado un uniforme militar e instrucciones especificas para no meterse en problemas. Yuri tembló al comprender lo serio que Otabek se tomaba su papel. También le tuvo envidia.

—Mila me obligó a ser su acompañante en las clases de baile de hoy. Aprendí un poco, ¿quieres bailar conmigo?

Él levanto ambas cejas y frunció los labios, un gesto imperceptible, salvo para Otabek.

— ¿Mila? ¿Estuviste con ella todo el dia?

Otabek sonrió, y Yuri dejó de parpadear. Mecánicamente colocó la mano izquierda sobre el hombro ajeno y la mano derecha fue atada de inmediato entre los dedos del mayor. Imaginarse ese tacto entre los dos sólo algunos minutos antes resultaba ridículo, las escamas de Otabek eran gruesas y ásperas, con excepción de sus alas que daban una sensación igual a estar húmedas, todo el cuerpo del dragón no era precisamente terso. Yuri creyó estar loco, no soñaba como pudo comprobar pero estaba loco, perdió la razón, el hombre que lo guiaba en un baile torpe y lento en medio de su habitación al compás de una canción inexistente no podía ser el verdadero Otabek. Se perdió en su rostro varonil y distante  tratando de adivinar lo que pasaba por su consciencia, pero él con una sonrisa sutil no le devolvía la atención. Distraídamente miraba sus manos unidas, apretaba el agarre en torno a su espalda y nada más.

Yuri no era un mal bailarín, de hecho no admitiría abiertamente que disfrutaba las clases de Lilia que todos los hijos de los nobles estaban obligados quisieran o no a llevar. Nuevamente costumbres risibles pero al menos era relajante y a momentos divertido. Yuri se movía más por instinto que por técnica, y aún así Otabek parecía estar encantado. Concentrarse estaba siendo una tarea titánica.

Los ojos oscuros del apenas más alto brillaron en el momento justo que el baile finalizó pero ninguno se apartó, es que Otabek aún sosteniendo al muchacho cerca de sí acariciaba la pálida mano, subía y bajaba los dedos hasta la muñeca con desesperación. Yuri quedó envuelto en un momento inefable, tortuoso e incitante; Otabek actuaba como si estuviera frente al mayor descubrimiento de la historia de la humanidad, tocaba sus manos, atreviéndose además a rozar la parte visible del cuello del de ojos verdes antes de dirigirse al cabello recién lavado, jugando con algunos mechones que caían sobre su frente. Yuri sonrió al fin, no podía tratarse de un impostor si justo estaba disfrutando del sueño de Otabek, del deseo de tocarlo y sentir.

No estaba mal, le agradaba poder hacer algo por Otabek para variar.

Pero que el dragón lo besara no estaba en el plan. Lo empujó sin éxito, Yuri estaba asustado pero terminó por relajarse un poco, Otabek no estaba siendo brusco e incluso con su poca experiencia en el tema podía teorizar que eso era un beso bastante inocente. Prácticamente sólo reposó los labios contra los de él sin intentar algo más atrevido. Después de todo Otabek se distinguía por ser demasiado amable, no debía ser la excepción. Fue el mismo dragón quien se alejó disculpándose.

Iba a ser incómodo el después.

Yuri se había metido bajo las cobijas resaltando a primera vista como un tembloroso bulto sobre la cama, refunfuñando entre dientes. Eran muchas emociones e información en un sólo día, todavía trataba de digerirlo y comprenderlo, o lo más parecido a la tranquilizante aceptación.

El dragón de brillantes escamas rojas, garras temibles y personalidad apacible que conocía desde niño estaba de pie junto a la puerta, esperando. Y más increíble todavía era su apariencia tan igual a la de un hombre común y corriente. Finalmente y sólo tras quedarse sin oxígeno enredado en varias capas de tela azul, Yuri asomó la cabeza lentamente. Tragó saliva cuando Otabek se acercó unos pasos con obvia preocupación.

—Hey, Otabek.

El rubio se adelantó a hablar apenas el mayor separó los labios antes de emitir cualquier palabra. Otabek aguardó.

—Así, ¿estás físicamente completo? —lo apuntó con el dedo anular.

Hubo un silencio entre ambos pero por motivos distintos en cada uno. Mientras el más joven bajaba la mirada y tensaba el cuerpo abrazando ferozmente una de las finas almohadas, Otabek se quedó observando el techo analizando la extraña pregunta. ¿Estar físicamente completo? ¿Se refería a tener un cuerpo igual al de un humano 'real'? Repasó entonces, dos piernas, dos pies, dos manos, dos brazos, dedos, rodillas, hombros, boca, labios, orejas y prácticamente todo lo necesario para cumplir las funciones biológicas de cualquier ser vivo. ¿Estar completo?

Pero con el rostro enrojecido de Yuri y su resistencia a mirarlo nuevamente frente a él la respuesta llegó como un balde de agua fría.

— ¿Quieres saber si tengo genitales útiles? —preguntó con tranquilidad aunque él mismo sentía su rostro arder, avergonzado.

Asintió.

— Bueno, los tengo como soy ahora y también en mi forma auténtica ¿pensabas qué los dragones aparecemos por generación espontánea bajo rocas? También, es decir, nosotros cumplimos el ciclo natural de vida igual al de la mayoría de los humanos y animales, eso abarca reproducirnos y tener hijos.

Entendía que el muchacho tuviera miles de preguntas pero ESA era una exageradamente rara y atrevida que no creyó escuchar venir de Yuri. Otabek suspiró.

— ¿Eso es relevante?

El rubio por fin fijó los ojos en él, no obstante su angelical rostro inundado de vergüenza regresó a la típica expresión fastidiada llena de ira que cargaba al menos un par de veces al dia. Yuri estaba molesto por tener que dar una explicación que consideraba lógica y evidente.

— Tomaste mi primer beso, es justo que tomes la otra 'cosa' importante que tengo y ningún hombre decente le entregaría a cualquier persona.

Resultaba imposible olvidar lo directo y contundente que era respecto a sus ideas, no podía encasillarlo como un desperfecto pero en situaciones tan comprometedoras ese nivel de sinceridad daba miedo. Otabek debió carraspear repetidamente y tardar casi un minuto completo en formular su siguiente oración. ¿A dónde llegaría semejante conversación? Su conciencia de adulto responsable rogaba ser víctima de una broma o haber malinterpretado a Yuri sobre eso tan especial que Otabek debía tomar. Si alguien ajeno a ellos dos escuchaba lo que se hablaba en la habitación, seguro sería azotado por pervertir a un menor.

— Dices cosas inusuales, me halaga ser el primero en besarte pero fue un impulso y no volverá a repetirse. Estoy feliz y satisfecho siendo tu compañero y amigo, no puedo hacer más.

Sí, quizás eran las palabras correctas pero no con la persona adecuada. Yuri no estaba de acuerdo con la respuesta y lo expresó bien arrojándole un libro voluminoso que guardaba en un cajón junto a la cama, tal parece que él mismo tomó una decisión que no le expresó claramente. Otabek estaba tan familiarizado con esos arranques de odio provenientes de su pequeño aliado que sus reflejos reaccionaron sobrenaturalmente, evitando ser golpeado por el objeto en turno. Aunque como dragón debió soportar más de un impacto contra su cabeza y hocico.

—  Eres mal mentiroso Otabek.

Tosiendo, el otro luchó por recuperar la entereza.

 

 

Notas finales:

¡Después de 84 años regresé!

 

Al fin tengo un poco de tiempo libre así que muy pronto voy a actualizar lo pendiente y también responder reviews~ muchas gracias a todos por leer y comentar. Avisenme sin pena si ven dedazos o errores, usualmente escribo y reviso durante la madrugada y soy incapaz de negar que siempre estoy más dormida que despierta, así como sus opiniones y críticas.

 

Hasta pronto.


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