No había que considerarlo. Nathaniel sabía que su hija se llamaba Mallorie, Amber lo sabía perfectamente luego de que su hermano le contara aquello.
Ya entraría en el sexto mes, era imposible ocultar su embarazo, pero aún así salieron de la casa. Amber estaba ansiosa, y el rubio sabía que no podía controlar a su hermana cuando estaba de esa forma.
"Siempre quise entrar a esas tiendas de cosas de bebés, pero sería extraño. Ahora tengo una excusa." Le comentaba mientras sonreía camino a una tienda.
Entraron, Nathaniel algo incómodo, pero Amber dando saltitos.
Le sonrieron a la chica de la tienda y fueron al sector de niñas.
Amber se contenía, pero estaría gritando. Le encantaba todo lo que veía, y planeaba comprarle todo a su sobrina.
"Amber, pensé que íbamos a verlo juntos. Estás decidiendo todo tú."
"Hermano mío, tienes un gusto horrible. Además es una chica, como yo, y tú no tienes idea de las chicas."
"¿Cómo sabes?"
"Nathaniel, eres gay."
"Si, pero es mi hija."
Al final el rubio tuvo que escuchar a su hermana porque, de verdad, no tenía idea. Pero opinó sobre todas las cosas que Amber quería comprarle.
La rubia tenía mucho dinero, y había estado ahorrando para su sobrina. Pero Nathaniel no quería que gastara una fortuna. Compraron las cosas necesarias y uno que otro capricho y salieron de la tienda.
Esa noche el rubio soñó con una niña a la que no podía verle el rostro, y cuando despertó ni siquiera la recordaba. Pero sabía que estaba ahí, con él.
Solo unos meses más...
El sexto mes era un dolor constante. Nathaniel estaba de mal humor, cansado todo el tiempo, le dolía la espalda, tenía mucha hambre y vomitaba cada dos por tres. Mallorie no dejaba de moverse en los momentos más irritables de Nathaniel, y estaba tan sensible que lloraba casi todo el día.
Se sentía patético y quería golpearse a si mismo por estar tan mal, pero no podía hacer nada ya que era la niña la que le jodía tanto. Y cuando lo recordaba se recomponía.
Amber le había dicho que debía hablarle ya que ella podía oírle. Y el rubio lo hacía todo el tiempo.
Ya se había vuelto algo completamente natural en su día a día.
"Buenos días, bebé." Le decía en las mañanas, acariciando su vientre con ternura.
Él estaba muy apegado a Mallorie, no sabía si había sido el hecho de casi perderla o era algo que le sucedía a todos.
Decidió que viviría en Italia hasta poder llevar a su hija a Francia y mudarse a un espacio más grande. Había llamado a Alexy para avisarle.
"¿Más tiempo aún? Pensé que volverías poco después de que naciera."
"Si, lo siento. Es que el espacio es muy pequeño para un bebé en crecimiento."
"¿Tengo que seguir cuidando a tu gata?"
"Puedes pedirle a Priya que se la lleve un tiempo. Lo siento, pero no puedo volver en un tiempo."
Un pequeño silencio se instaló, lo que era raro de Alexy.
Había algo malo ahí.
"Nathaniel... Castiel ha preguntado por ti."
Lo que faltaba...
"¿Si?"
"Si, me enteré que fue a Italia y le contaste. Pero que hubo un pequeño problema. ¿Estás bien?"
"Si, no me pasa nada. Gracias por preocuparte. ¿Qué tal las cosas por ahí."
"Bien, todos están preocupados por ti, pero les dije que fuiste a visitar a Amber y nada más."
" Gracias, Alexy."
"No me lo agradezcas. ¿Cómo se llama?"
Preguntó refiriéndose a la niña. Nathaniel sonrió inconscientemente.
"Mallorie."
"Es un lindo nombre. No te olvides de avisar si pasa algo... y cuando nazca."
Un pequeño silencio se hizo presente. Nathaniel lo había dejado para plantearse si quería oír lo que Castiel preguntaba sobre él. ¿Estaba seguro de querer hacerlo? Lo había dejado atrás.
A él no le importaba su hija ¿Por qué a Nathaniel debería importarle su opinión?
"Gracias, Alex." Dijo el rubio al final. "Estaremos en contacto."