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De carburantes y bastidores por FanFiker_FanFinal

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Notas del fanfic:

Título: De carburantes y bastidores

Autora: FanFiker_FanFinal

Pareja: Albus/Scorpius

Rating: T

Género: Romance

Universo: Next Generation

Disclaimer: J. K. Rowling, allá donde estés, gracias por estas historias que tanto nos inspiran.

Notas de autor: Holaaaa. Ya sé que hace años que no me prodigo por este fandom, así que vengo a dejar mi granito de arena sobre esta pareja. Creo que después del libro de Harry Potter y el legado maldito, hemos tenido infinidad de ideas con Albus y Scorpius involucrados.

A Harry Potter siempre le había fascinado cómo evoluciona el mundo mágico: las nuevas escobas, las nuevas golosinas, bebidas, las nuevas varitas, los nuevos uniformes de quidditch… por si fuera poco con las actualizaciones y creaciones de la tienda de George Weasley, ahora, entre los estudiantes de Hogwarts estaba de moda saber conducir coches muggles.

 

Cuando sus hijos lo comentaron en una conversación mientras comían, se le antojó gracioso. Porque él, cuando entró en Hogwarts, ni siquiera sabía blandir una varita, y entonces, lo más chic era ser el mejor mago posible. Aún recordaba a Malfoy vanagloriándose de su sangre pura y de su árbol genealógico (del que había salido más de un mago torcido), mientras él solo podía alardear de sus recetas de pastel de manzana, tartar, salchichas y bacon (nada comparado a lo que podía hacer la señora Weasley sin magia).

 

Por eso, cuando su hijo menor le pidió consejo para ayudarle a conducir un automóvil, no pudo evitar sonreír.

 

Por todos era conocida la pasión de Harry por su familia; jugaba con ellos, les consentía muchas más cosas que otros padres y además era adorado por los amigos de sus hijos.

 

Y sí, también sabía conducir. En realidad, fue Ron quien le propuso sacarse el carnet a la vez que él lo hacía (por órdenes de Hermione); si bien llevaba tiempo sin subirse a uno, en ocasiones viajaban en el del tío Ron, compartido también por George y el patriarca Weasley.

 

En un principio, pensó que Ginny no estaría de acuerdo, pero la joven sugirió un intercambio y respetaron la negociación.

 

Y ahí estaban, en una explanada sin moros en la costa, en pleno campo, dentro del coche, con casi treinta grados.

 

Harry trataba de explicar a Albus cómo debía mover el volante, que no parecía difícil; cuándo utilizar las marchas y cómo frenar. Después, salía del coche y observaba las prácticas de su hijo, varita en mano. El problema de los objetos muggles, es que no siempre reaccionan bien a la magia, y si bien son fáciles de parar, en ocasiones la magia no surtía efecto en el objeto de experimento, y aquello resultaba en una peligrosa aparición dentro de un objeto en marcha.

 

—Como te hagas daño, mamá nos prohibirá este cacharro de por vida —advertía Albus, mucho menos temerario que su padre.

 

—Más te vale que consigas a aquella chica a la que quieres impresionar —respondía Harry.

 

Porque, bueno. Debía haber una razón para aplicarse en conducción en los tres meses de verano de vacaciones. Iban a ser clases intensivas, desde luego. Si bien su hijo no le había contado el motivo de su pasión por el automóvil, la mayoría de los jóvenes lo hacía por impresionar a una futura conquista. Y estaba muy bien preocuparse por esas cosas con la edad de Albus, y no por guerras y magos tenebrosos como le tocó a él.

 

Sin embargo, no hizo más preguntas. Su hijo era distinto a los otros dos, mucho más reservado y tranquilo. Cuando no era más que un muchacho y le manifestó su preocupación por entrar en la casa de Slytherin, a Harry le pareció el menor problema. Después de lo que habían pasado, era una preocupación fuera de lugar. Y años más tarde, la personalidad del joven no podía ser más positiva a pesar de haber convivido entre Slytherin en su vida académica.

 

Gracias a Merlín, los prejuicios eran mínimos. Si bien seguía considerándose la casa de los cobardes, de los afilados de mente, de los aprovechados, toda una sarta de negatividades (los profesores tampoco se encargaban de potenciar las aptitudes de la casa del Barón Sanguinario), Harry había eliminado de su mente toda animadversión por la casa de las serpientes. Pero las comparaciones seguían, y mucha gente no podía explicarse por qué los otros hijos de Potter reinaban gratamente en la casa roja y dorada y ese pequeño hubiese sido llevado allí. Después del primer día, como Albus no proclamase ninguna incomodidad ni problema con ningún compañero, los prejuicios se convirtieron en bromas: aunque a sus primos Hugo y Rose no les hacía ninguna gracia encontrarse con sus compañeros de clase (muchos de ellos, sangrepuras orgullosos), la familia no le dio mayor importancia.

 

Dentro de la casa Slytherin, sin embargo, se sentían pletóricos al tener a un Potter como miembro; las bromas de que el salvador había ganado la guerra porque tenía una pizca de Slytherin en él corrían como la pólvora. Harry sonrió cuando llegó a sus oídos, y pensó que, si así fuera, quizá tendría a su lado a Sirius, o tal vez Fred estuviera vivo. Su impulsividad le había costado mucho.

 

Como en las anteriores clases no hubo demasiado avance, Harry solicitó a Ron que los acompañara. Tal vez su amigo pudiera enseñar cosas que él había pasado por alto. Ron solo reforzó las clases de Harry hasta que se emocionó conduciendo él, llevando a ambos a una alocada velocidad que incluyó quemazón de ruedas y volantazos arriesgados. Albus se lo pasó en grande, pero solo aprendió a controlar los bombeos de su corazón.

 

Ginny, cuyo detector mágico se activó en el momento en el que Ron pisó el acelerador a cien por hora, echó un rapapolvo a su hermano, otro a Harry y a Albus solo lo miró con lástima.

 

El adolescente, al parecer, no quería cejar en su empeño, porque varios días después le mostró a su madre un pergamino que Ginny leyó a conciencia.

 

—No será falso, ¿no?

 

—Mamá, puedes enviarle la lechuza de respuesta tú misma, si quieres —Albus señaló la firma—. Además, lleva el sello de su familia.

 

Ginny así lo hizo y cuando recibió otra respuesta, ella misma la sacudió delante de su padre.

 

—Harry, vais a seguir con las clases de conducción —El aludido elevó la vista, inseguro.

 

—Pero si te pusiste como una mona —Ginny lo fulminó—… lo siento. ¿Albus te ha convencido a cambio de otra cosa?

 

—Por Merlín, Harry, no soy un Slytherin —y le tendió la carta, con una sonrisa malévola—. Lee.

 

Harry elevó las cejas ante la cuidada ortografía y la pomposa narrativa. Cuando llegó a la firma final, sus ojos se desorbitaron.

 

—¿Astoria Malfoy? Demonios, sois unas brujas.

 

—Tú pasas demasiado tiempo con Ron. ¿También habla así de Hermione? Un día nos vamos a reunir para despellejaros.

 

Harry puso cara de inocente.

 

—¿Más? —recibió un puñetazo en el hombro, y no pudo evitar reír. Las mujeres en su familia sí tenían carácter. Y Astoria Malfoy debía estar cortada por el mismo patrón al parecer, según su propuesta.

 


 

Harry, intrigado por todo esto, acudió aquel día a Malfoy Manor con Albus, vestido con sus mejores ropas, impresionado por la mansión a pesar de no tener un buen recuerdo de ella (no parecía la misma ni por asomo) y llamó a la puerta tras atravesar el jardín, antaño oscuro y amenazante, ahora lleno de colorido por las flores, los altos setos, las celosías, las losetas de piedra haciendo un caminito hasta la puerta y el ambriagador aroma.

 

Un elfo doméstico los hizo pasar y esperar en el recibidor. Poco después, un rubio con porte altivo y rostro puntiagudo los miró de hito en hito.

 

—Potter…

 

—Malfoy.

 

Harry no pudo evitar responder como si hubiera regresado a los ocho años.

 

—Creí que vendría tu esposa —fue toda su disculpa, haciéndolos pasar a un saloncito luminoso, exquisitamente limpio y adornado en su mayoría por quinqués y jarrones de mármol.

 

—Oh, ¿debería haber venido ella?

 

—Papá, da igual. Señor Malfoy, creo que Harry es el único que puede ayudarnos —El suspiro del primogénito de la familia fue audible incluso para ellos.

 

Ambos se sentaron alrededor de una mesa de café, cubierta con un mantel de hilo dorado. El elfo doméstico regresó con unos snacks muy ricos mientras Draco Malfoy miraba con semblante de molestia a los invitados. A Harry le recordó un gesto muy propio de Narcissa cuando los miraba arrugando la nariz. Por suerte, aún no había hecho ningún comentario hiriente.

 

Poco después, un joven con rasgos y gestos de la familia se acercó a ellos. Albus se levantó inmediatamente de su silla para saludar a Scorpious Malfoy, quien tendió la mano educadamente a los dos Potter para después sentarse junto a su padre.

 

—Scorpius, ¿y tu madre?

 

—No creo que baje. No pasa nada. Alguien me dijo que el señor Potter sabe conducir coches muggles —un gesto de desagrado pasó por la boca de Draco, mientras el aludido miraba a Scorpius preguntándose para qué podía ser necesitado—. ¿Es así?

 

—Sí, aunque hace tiempo que no…

 

—Mi madre está buscando un tutor en prácticas para enseñarme —Harry casi se mea en la silla de la impresión. Sofocó su risa.

 

—¿Te parece divertido que mi hijo quiera conducir, Potter? —la sonrisa de Harry se borró de un plumazo.

 

—Lo que me parece interesante es que a ti no te moleste —respondió, y Albus a su lado le dio una patada.

 

—Ignoraré ese comentario por tu bien —dijo Draco, enfadado—. Scorpius, hay muchos otros muggles que podrían enseñarte mejor y más eficientemente.

 

Albus elevó la vista para ver si su padre se sentía ofendido, pero se tranquilizó al ver que no supuso ninguna reacción.

 

Scorpius explicó, muy educadamente, que no había forma de contratar a un muggle dejándole su memoria intacta, y los hechizos de desmemorización estaban muy controlados en el Ministerio. Para evitar incumplir el secreto de la magia, preferían contratar a un conductor que tuviera sangre mágica, al que no hiciera falta explicar por qué llevaban un palito en la mano o por qué sus libros estaban hechizados volando alrededor. Harry lo pilló al vuelo.

 

—¿Quieres que yo te dé clase?

 

Albus pestañeó, atónito. Scorpius, por su parte, hizo una especie de reverencia y asintió.

 

—Si a usted no le molesta, señor Potter.

 

—Un momento, Scorpius —graznó Draco, en un arranque muy poco digno de su estatus—. Conozco a Potter y aunque haya crecido, sigue siendo una persona temeraria.

 

—Soy Jefe de Aurores —fue la respuesta infantil de Harry, que, vete tú a saber por qué, sentía cierto orgullo en que el hijo de Malfoy le estuviese pidiendo ayuda.

 

—En tu departamento solo hay locos.

 

—No he oído quejas de la población hasta el momento.

 

Albus y Scorpius se miraron, hastiados.

 

—Solo diga sí o no, señor Potter, seré yo quien le pague —Draco lo miró con sorna.

 

—Espero que no vayas a desperdiciar el dinero en un tutor tan patético. Sería absurdo.

 

—Padre, madre me dio permiso para conducir autos muggles. Trabajaré para devolverte el dinero si tanto te molesta.

 

Albus y Harry se miraron, incómodos. Las discusiones familiares no le gustaban a nadie; de hecho, en su casa había una cada dos por tres, porque todos tenían mucho genio. Albus y Harry solían ser los más tranquilos.

 

El moreno miró a su ex compañero de Hogwarts casi con comprensión. Que sus mujeres llevaran los pantalones ya era bastante humillante para que los demás se enteraran, así que como buen samaritano quiso intervenir.

 

—No es necesario que me pagues. Estoy enseñando a mi hijo, puedo ayudarte también a ti.

 

Albus y Scorpius se miraron, expectantes. La risotada de Draco Malfoy no tardó en llegar.

 

—Vaya un santurrón. No has cambiado nada desde el colegio. ¿Así que lo haces gratis?

 

Harry afiló la mirada. No lo podía evitar, delante de Malfoy su lengua de serpiente crecía.

 

—Si hay buen material, es más placentero.

 

En esta ocasión, tanto Albus como Scorpius agarraron a Draco a tiempo. Claro que, ni siquiera si se hubiera atrevido a golpearlo hubiera hecho diana: Harry estaba muy bien entrenado en la lucha cuerpo a cuerpo.

 

—¡Escucha, Potter! Por nada del mundo te dejaré a mi hijo.

 

—Es mejor que le pague —suspiró Scorpius.

 

—No voy a cobrarle a un adolescente —insistió Harry.

 

—Esto es de locos —concluyó Albus.

 

Por suerte, una aparición oportuna, con hermoso vestido vaporoso y bucles obviamente retocados cayendo a los lados de su rostro, juntó las manos en señal de sorpresa.

 

—¡Qué honor recibirle, señor Potter! —Draco se giró para ver a Astoria Malfoy ofreciéndole la mano al Salvador, quien, confuso, la estrechó.

 

—Buenas tardes —respondió Albus, frenando la tentación de hacerle una reverencia.

 

—Estábamos esperándolo. Scorpius me ha dicho que usted da clases de conducción muggle —Harry fue a replicar, pues él no era profesor de nadie, solo se había ofrecido a dar clase a su hijo y en varios días la pelota se hizo más grande, pero Astoria continuó—. Quisiera decirle que me parece absurdo y poco conveniente que nuestro Scorpius vaya por ahí conduciendo como un muggle…

 

Ah, se dijo Harry, una mujer con sentido común.

 

—Pero Scorpius trajo unas notas excelentes y tenemos que consentir este capricho suyo.

 

—Madre, algún día lo agradecerás.

 

—Nosotros nos aparecemos, no necesitamos ir en útiles arcaicos —intervino Draco aún muy de mala leche.

 

Scorpius se encogió de hombros, no se le ocurrió replicarle a su padre.

 

—A las chicas les gusta —dijo entonces un callado Albus, tratando de razonar. Un sonrojo brutal acompañó su declaración, y Astoria se dirigió hacia él.

 

—Qué encanto. ¿Ves cómo te había dicho, Draco, que era por una mujer? ¿Acaso no hicimos nosotros tonterías cuando éramos jóvenes?

 

Draco murmuró algo que sonó como "señor tenebroso" mientras Scorpius miraba extrañamente al hijo de Potter, quien se sonrojó todavía más.

 

—Yo desde luego, las hice —la fresca confesión de Harry hizo a Astoria sonreír.

 

—Bien, no veo entonces por qué no podamos permitir que Scorpius tome lecciones de conducir.

 

—Porque dentro del coche estará Potter, Astoria, y es más probable que los thestral existan a que Scorpius baje del coche sano y salvo.

 

—Los thestral sí existen —dijeron tanto Harry como Albus a la vez, y Scorpius ahogó una risa.

 

Draco se acercó peligrosamente al más mayor.

 

—Mira, Potter. Ya somos mayorcitos para hacer tonterías, y más aún para exponernos al peligro ahora que reina la paz. Tengo poco o nada de interés en que Scorpius sepa conducir un coche muggle, y por supuesto en nuestra familia siempre hemos conquistado con nuestra belleza y encanto.

 

—Los tiempos cambian, padre. Solo… ven conmigo y así comprobarás tú mismo si es peligroso o no. Creo que no llega al alcance de un mago tenebroso. Por favor.

 

Draco lo miró con estupor. Pensaría que su hijo estaba haciendo toda una escena frente a un personaje importante que, aunque fuera un antiguo arcaico compañero de escuela, no dejaba de ser el Salvador del mundo y todo eso.

 

—Sí, Draco, ven con nosotros. Te doy permiso para aparecerte fuera del coche si tu vida corriera peligro.

 

Draco lo fulminó. Él era un gran mago, tuvo unas notas brillantes, pero todo el mundo sabía que aparecerse en movimiento no solo era complicado, sino también temerario.

 

—No me extraña que tu esposa te controle, Potter —miró a Albus con sorna—. Es toda una proeza que tus hijos hayan vivido tantos años.

 

Albus soltó una carcajada, y todos volvieron a mirarle.

 

—Lo siento, papá, eso fue muy divertido —se excusó el jovencito, mientras Harry se encogía de hombros.

 

—Yo ya me he estudiado la teoría —anunció Scorpius rápidamente para tratar de evitar otro enfrentamiento entre ambos, y con un pase de su varita, un curioso libro gris voló a su mano.

 

Harry y Albus se quedaron estupefactos. Un libro muggle. Espera. Un libro muggle que ellos no habían leído. O, al menos, Harry recordaba haberlo hecho para el examen, pero no recordó que sería una ayuda para la conducción.

 

A Scorpius no le pasó desapercibido el gesto de ambos. Con manos en las caderas, ceja levantada y cierto orgullo, declaró:

 

—No me digas que no has leído el manual principal, Albus —el aludido pestañeó después de unos segundos.

 

—Es culpa mía —dijo Harry haciendo una mueca—, en realidad no lo encontré en casa, así que pasé directamente a la práctica.

 

—Esto se acabó, Astoria —ordenó Draco cogiendo el brazo de su esposa—. Ni siquiera el tutor tiene la decencia de enseñar bien a su hijo.

 

—Tonterías, Draco. Esos manuales caducan, ¿sabes? ¿De qué le serviría al señor Potter encontrar el suyo de hace dieciocho años? —después se volvió hacia ellos con los ojos muy abiertos—. ¿Por qué no le dejas tú el tuyo, Scorpius? Es más, podrías explicarle las señales ya estudiadas y te servirían de repaso.

 

He ahí una mujer brillante, se dijo Harry. No solo estaba tratando de salirse con la suya, sino que además sabía cómo meter en vereda a su hijo. El respeto por Astoria Malfoy creció varios puntos. Entre ella y Ginny, Draco y él siempre perderían.

 

—Dame ese libro, maldita sea —Draco se lo arrebató para ver una serie de flechas, señales, carreteras, números y dibujos, todos impresos al estilo muggle, con esas horribles fotos estáticas. Se lo devolvió a Scorpius, asqueado.

 

—Antes de usar un coche, hay que pasar un examen escrito —explicó Harry—. Los chicos tendrán que estudiar eso. No podrán moverse por la ciudad sin saber el significado de esos símbolos.

 

Ron tampoco pensó en ello. Se rio internamente, al darse cuenta de que habían pasado a la acción sin pensar. Ginny había puesto sus medidas de seguridad por algo…

 

—Me haré una copia —habló Albus, y al sacar su varita le tembló la mano—. Gemini.

 

Scorpius encontró el gesto muy atrevido, pero no dijo nada.

 

—Si sigues mis anotaciones, será mucho más fácil que leerlo todo.

 

—Yo creo que estaría bien que ambos repasarais. Pensadlo —Astoria se movió entre los muebles, ligera, contenta, abrió un cajón y extendió un enorme mantel—. Mandy.

 

Un elfo doméstico apareció, inclinando la cabeza para llevárselo a lavar. Cuando Astoria desapareció, Draco y Harry quedaron mirándose, confusos.

 


 

—¿Estás seguro de que quieres que repasemos? Yo podría leérmelo en casa —las manos sudadas de Albus se prendieron a sus tejanos, incómodo ante tanto lujo. Estaba en una de las habitaciones de la mansión, rodeado de importantes objetos, colecciones antiguas. Hasta la silla parecía del siglo pasado y Albus tenía dificultades en sentarse apropiadamente sin que ésta sufriera algún daño.

 

—Sé que aprendes deprisa, pero lo que sugirió mi madre es interesante. Ellos verán que estamos tomándolo en serio. Además, si te espero, me olvidaré realmente de muchas cosas —Scorpius descorrió las enormes y pomposas cortinas del cuarto para que ambos tuvieran luz suficiente. A continuación ordenó que le subieran un refrigerio en una enorme bandeja de plata, que fue abandonada con un hechizo para mantenerlo caliente.

 

—¿Dónde conseguiste este? —quiso saber Albus, señalando el libro.

 

—No voy a revelar mis fuentes, Potter.

 

—Es que es reciente —insistió el chico, señalando la fecha de la publicación.

 

Scorpius abrió la primera página.

 

—Tipos de automóviles. Leeré y después escribirás los que recuerdes. Los repetiré tres veces.

 

¿En serio iban a estudiar el carnet de conducir en Malfoy Manor? A Albus se le hacía un poco surrealista. Si bien no se llevaba mal con el primogénito de los Malfoy, tanto lujo le incomodaba. Eso y las historias que su padre contaba de esa casa, ninguna placentera.

 

—¿Potter?

 

—Sí, sí, dame un pergamino, por favor.

 

El joven se levantó para sacar unos pergaminos de un cajón, junto con una pluma impresionante.

 

—¿N-no tienes algo más normal? —preguntó el muchacho, cohibido.

 

—¿Normal? ¿Quieres algo más zafio? En mi casa todo es calidad.

 

—Vaya aires, Malfoy… —suspiró Albus poniendo los ojos en blanco.

 

El chico le entregó otra pluma, un poco más vieja y menos pomposa. Albus la cogió con igual cuidado. Sus trazos fueron firmes, seguros, una vez Scorpius finalizó la extensa lista de los tipos de vehículos, lo mismo hizo con los tipos de vía. Ahí hicieron una pequeña parada para tomar algo. El tema tres, las velocidades, tomó más tiempo. Había que estudiar un plano con las diferentes velocidades en cada tipo de vía, según el vehículo a conducir.

 

—¿Te aburriste? —quiso saber Scorpius al término de las dos horas, pero Albus negó con la cabeza.

 

—Me parece interesante.

 

—Me leí todo eso en dos meses mientras estudiaba los finales y me pareció mucho más sencillo que Historia de la Magia.

 

—No soy bueno con las fechas y datos —se lamentó Albus—. Pero me aplicaré. Gracias por la ayuda.

 

—Eh, Potter, no hay necesidad de que seas tan tieso. Si no estás a gusto, puedes marcharte.

 

El joven se encontró con los ojos grises herencia de Draco demasiado cerca.

 

—En… en realidad solo tengo miedo de retrasarte.

 

—Míralo por el lado positivo, tú tienes tres clases prácticas que yo no he dado. Cuando lleguemos a ese momento serás tú quien necesite paciencia —Scorpius le ofreció una sonrisa ladeada y se despidió de él tras mostrarle el camino.

 


 

Albus acudió de nuevo esa semana para atajar los siguientes temas. La tabla de velocidades reinaba en el lugar, en un pergamino que ocupaba la pared de la sala. Al alzar la mirada, Albus la veía sí o sí y poco a poco fue memorizándola. Al cuarto día se la sabía sin errores. Si bien las órdenes de Astoria habían sido muy vagas, aconsejando que ambos repasaran, Scorpius parecía tomárselo realmente en serio. Hasta juraría verlo emocionarse por tratar de enseñárselo correctamente. Esa perfección jamás la había visto en su casa, donde se premiaba la actitud más que otra cosa. Harry debía tener razón cuando hablaba de los Malfoy.

 

Por ejemplo, en la prioridad de paso, Scorpius había señalado las primeras letras de cada una de las intersecciones, formando la palabra "abajo se ve el mar" para poder recordar: agentes, semáforos, señales verticales, marcas viales.

 

Albus apuntaba todo, estudiaba con ahínco. Scorpius era un buen compañero, listo, atento. Algo ostentoso en sus gestos y pertenencias, pero era lo de menos. Podría ser un gran profesor de adulto. Tenía técnicas muy buenas para memorizar, para decir las cosas de carrerilla, y no se mofaba si sabías menos que él, como le había dicho su padre que era Draco de joven. Justo cuando quiso verbalizar esa observación, Scorpius hizo a su vez otra:

 

—¿Quién es? —Albus lo miró de hito en hito—. No boquees como tu padre, ja, ja. La chica, ¿quién es?

 

Albus no entendía nada.

 

—Por Merlín, Potter, no puedes ser tan memo. Te aplicas mucho, alguien tiene que merecer tu atención. Y como dijiste que…

 

—Mira, Malfoy —dijo Albus, atropellado—. No somos enemigos, nunca nos hemos llevado mal, pero no voy a contarte mi intimidad.

 

—Va-le.

 

Scorpius no volvió a hacer ninguna otra pregunta. De hecho, estuvo toda la sesión callado, y al término de esta, prácticamente le cerró la puerta en las narices. Fue la primera vez que Albus tuvo que encontrar el camino por su cuenta. Ya en casa, se preguntó si no habría sido un poco brusco contestando así. Scorpius solo debía tener pura curiosidad. Pero ni Lily, ni James, ni siquiera su amigo Lorcan, conocía el particular gusto de Albus por las mujeres. Scorpius no debía enterarse jamás.

 

 


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