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De carburantes y bastidores por FanFiker_FanFinal

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2. Aceleración y deceleración.

—¿Cómo vais con las clases? —preguntó un mediodía de verano su tío Ron Weasley, en una comida familiar en La Madriguera, pues les había tocado sentarse juntos—. Me dijo Harry que habías ido a la mansión de los Malfoy a estudiar con su hijo.

Albus asintió, no era de dar muchos detalles. Se metió una cucharada de pastel de Yorkshire, cortesía de Hermione.

—¿Cómo es Scorpius Malfoy? Dice Harry que es listo y gentil. Lo primero me lo trago, pero lo segundo…

Gentil. De los años en que pertenecía a Slytherin, Albus nunca hubiera llamado gentil a Scorpius. Atento, detallista, perfeccionista. Todo eso, sí. Gentil le sonaba extraño. Pero suponía que al lado de la rivalidad de sus padres, aquel era un apelativo bastante acertado.

—Es… amable.

—Debió salir más a su madre, entonces —Ron alargó la mano para servirse otro trozo de tarta cuando su madre le calzó un manotazo.

—¡Ronald! Los niños todavía no han comido.

—¡Auch! Mamá, con los años que tienes no puedes pegar como un levantador de pesas.

—¡Pon la otra, verás!

Carcajadas. Albus le sonrió. Ron le guiñó un ojo. Pronto se olvidaron de la conversación: la casa bullía de alegría y entusiasmo.


—Mamá, ¿tengo alguna túnica para vestir? Ya sabes, de esas que llevo al Ministerio cuando voy a ver a papá, o la del cumpleaños de Lily.

Ginny observó a su hijo con cierta sospecha.

—¿Tienes alguna fiesta?

—Mm. Voy a ir a casa de Lorcan el miércoles. Su madre nos necesita de modelos para unas fotografías.

—Pero el miércoles vas donde los Malfoy —recordó Ginny, haciendo un gesto rapidísimo con su varita, que permitió doblar la ropa en tiempo récord. Puso los brazos en jarra, satisfecha.

—S-sí, es verdad. Pero iré después, sin pasar por casa —Ginny volvió a mirarlo, nada convencida—. Su madre vendrá a por mí —añadió, pues Ginny estaría preocupada por el tema de la aparición, habilidad que todavía no dominaba.

Ginny pareció convencida: rebuscó en el armario de su hijo para después buscar en otros dos armarios más, en la ropa sucia, en la ropa doblada (era muy difícil llevar una gran familia) y por fin la elevó de la ropa sucia con una mano. Le hizo varios hechizos y se la entregó. Albus la abrazó en señal de agradecimiento y salió con ella bajo el brazo.

Tenía muchas ganas de ver a Lorcan Scamander. En su casa siempre había cosas curiosas y a veces hacían cosas muggles como colorear. Todos ellos, sentados alrededor de la mesa, junto a su madre. Después, ponían en común su trabajo. Luna les había obligado desde pequeños a hacer esa actividad como un juego, como una forma de hacerles relajarse, pues eran niños bastante inquietos, y así habían continuado hasta la pubertad. Ya lo hacían mucho menos, pero en alguna ocasión, hasta Albus se había unido.

Se duchó, se arregló a conciencia y recogió su libro de autoescuela. Poco después, él y Harry se aparecieron en Malfoy Manor. Su padre le apretó el hombro en señal de ánimo.

—¿Todo bien con los Malfoy?

—Sí, papá, aparte de su ostentosidad, todo bien. Scorpius es agradable.

—Debo adivinar que ha salido a Astoria.

—El tío Ron también dijo eso. Qué poco queréis a Malfoy padre, a mí me da pena…

Harry sonrió de medio lado.

—Que no te oiga decir eso. Te hará un crucio gratuito.

Harry se giró y el "plop" como si se desatascara de algún sitio hizo esfumar su figura. Albus continuó su camino por el hermoso jardín hasta la puerta. Una agraciada Astoria le abrió la puerta.

—Voy a pasear por los jardines —dijo, y a continuación lo miró intensamente—. Huy, Albus, estás muy atractivo hoy. ¿Alguna cita?

El muchacho no pudo evitar sonrojarse ante la elegancia de Astoria, su vestido vaporoso y su figura esbelta.

—N-no, solo una sesión de fotos…

Le sujetó la barbilla, examinándole, y se alejó. Albus volvió a secarse el sudor de las manos, pero esta vez como no eran tejanos lo que vestía, la textura de la túnica le causó una repulsión extraña. Un grito no más raro lo alarmó, haciéndole dar un brinco.

—¡Potter! —esta vez, un Scorpius vestido bastante informal, se apareció ante él. Ambos jóvenes se miraron. Malfoy trató de hacer algún comentario, pero cerró la boca a tiempo. Albus, como contrapunto, se coloreó como una cereza—. Subamos.

Albus tragó saliva: tenía la sensación de haber estropeado algo, pero no sabía qué. Además, Scorpius no llevaba su look habitual, se había cambiado, y ahora se sentía cohibido por ir más elegante que él. Además, la clase fue extraña. Scorpius, que desde el saludo parecía muy contento, mostró un constante gesto de fastidio en la cara hasta el término del estudio. De hecho, hasta parecía haber estado vigilándolo por alguna ventana mientras él se desaparecía con Luna Scamander.


Albus parpadeó al recibir una lechuza cuyo pergamino ordenaba cancelar la clase del miércoles. No había más detalles, todo lo que podía adivinar Albus por la apresurada caligrafía de Scorpius era que quizá se lo había pensado mejor y prefería estudiar solo. Le dio una respuesta rápida, diciendo que le había encontrado algo incómodo en las últimas lecciones y que si no le agradaban sus visitas, podían cancelarlas en cualquier momento. Sin darse cuenta, se intercambiaron trece lechuzas, y Ginny subió a su habitación a interrogarle.

—¿Hay algo por lo que deba preocuparme? —una respiración pesada y la postura descuidada de Albus la alarmaron un poco. Si bien, de vez en cuando, su hijo era como cualquier adolescente, Albus siempre tenía ganas de hacer cosas, y si eso incluía un reto, nada en el proceso podría detenerlo, como a su padre—. De acuerdo, no quieres contarlo. Está bien, solo he visto unas quince lechuzas yendo y viniendo en los últimos cuatro días. Mientras me digas que no tiene nada que ver con el Señor Oscuro o los Malfoy, estaré tranquila.

—Mamá… —el tinte de fastidio en la voz le hizo sonreír.

—Mañana es miércoles. Dime que vas a ir a tu clase con Scorpius y que no pasa nada.

—Solo son cosas nuestras, mamá. No interrogues. No puedes controlarlo todo.

—Lo sé. Pero no te olvides de que nosotros también podemos ayudarte. He hablado con Astoria estas últimas semanas y mi respeto por ella crece por momentos. Es realmente muy buena madre. Me ha propuesto reunirnos para tomar el té el viernes. Naturalmente, estás invitado.

—El viernes Lorcan y yo vamos a ir al bosque a probar unos hechizos…

El rostro de Ginny pareció iluminarse.

—Oh, mira. Qué gran idea. Hablaré con Luna. Vendrá también con nosotros a tomar el té.


—¿De quién ha sido esta gran idea, de tus padres? —para cuando Albus entendió la pulla del joven Scorpius, que miraba a Lorcan con evidente disgusto mientras apretaba los puños, se le ocurrió que tal vez estaban siendo manipulados.

—Quizá tu padre quiera asegurarse de que no te he metido ideas raras en la cabeza…

—No hables mal de mi padre, no le conoces.

Lorcan eligió ese momento para sacar su varita y colorear un mechón de cabello de Scorpius. Albus estalló en carcajadas.

—Si mancillas mi legado, Scamander, no tendrás Malfoy Manor para correr —pero tras convocar un espejo, debió de impresionarle, porque su boca se curvó en una pequeña sonrisa.

Los muchachos pasaron un buen rato probando hechizos de modificación en objetos y en ellos mismos, volando en escobas, y cuando sus padres bajaron a recogerles, los tres reían alrededor de una mesa adornada con un cubremanteles.

Después de aquella reunión, Albus y Scorpius se reunieron una vez más en Malfoy Manor; Scorpius parecía tranquilo y a la mención de Lorcan ya no hizo ninguna extraña mueca, como si lo hubiera aceptado dentro de su círculo de personas gratas, con las que se puede pasar un buen rato. Para entonces, las lecciones habían llegado a la prioridad de paso, y Albus tenía dificultades en entenderlo.

—Bueno, ya estamos empatados, yo tampoco entiendo eso de los carriles de aceleración y deceleración.

Albus arrugó el ceño, tratando de buscar en el libro explicaciones más detalladas, sin encontrarlas.

—Le preguntaré a tío Ron.

—Mandémosle una lechuza —sugirió Scorpius, y a continuación se dirigió hacia la puerta—. ¿Vienes?

Albus asintió, sintiéndose como siempre fuera de lugar mientras recorría la mansión. Resulta que abajo, junto al invernadero, había una pequeña cristalera para las lechuzas. Entre pequeños árboles y matojos, había tres enormes ejemplares de lechuzas sobre unas ramas, una de ellas durmiendo, la segunda picoteando una fruta extraña y la tercera se volvió a mirarles como si su presencia fuera lo más molesto del mundo. Un gesto que hizo a Albus recular. Scorpius sonrió.

—Jajaja, la lechuza de mamá tiene mucho genio. Vamos a coger a Helios —el joven alzó el brazo e inmediatamente después tenía una lechuza pardusco-amarilla sobre él.

—Eh, es extraña —comentó Albus, pues el pelaje de la lechuza, si bien era extraño, no parecía fuera de lo común—. ¿Es la tuya?

Albus acercó un dedo para acariciarla en cuanto vio que no era agresiva.

—Es de mi padre. La mía duerme, allí al fondo —Albus se acercó pausadamente, porque aún tenía que rebasar la línea de la lechuza malhumorada, que giró toda su cabeza para observarlo. La lechuza de Scorpius, sobre una rama y parcialmente ocultada por algunas hojas, escondía su cabeza en el ala.

—Es… enorme —boqueó Albus, impresionado.

—Es por ser un búho lechoso. Es el más grande después del búho real —Scorpius se acercó a él aún con Helio en el brazo—. No sabía que mi búho fuera a impresionarte. Aquí estoy, enseñándote Malfoy Manor, y resulta que lo que más te impresiona es mi búho.

Albus sintió enrojecerse su cara. Qué estúpido. Se sentía como un crío.

—En realidad no la veía bien, por eso quise acercarme…

Scorpius se encogió de hombros, y fue cuando el otro quedó pensativo.

—Un momento. Ese búho no ha ido a Hogwarts. O, por lo menos, no lo he visto volando el Gran Comedor.

—Eso es porque… —Scorpius rio—. Es una de las razones por las que mi padre y mi madre pelean a diario —Albus se giró para escuchar—. Sí, mi padre insistía en comprarme una gran lechuza, y cuando mi madre le dijo que tener lo mejor no haría ningún bien a mi personalidad, mi padre lo tomó mal. Supongo que recordó su infancia, sus errores. Como sea, el caso es que el búho fue comprado, pero mi madre siempre manda a Helios o a Selene cuando remite algún paquete.

—No quiere que destaques del resto, ¿es eso? —Scorpius asintió.

—Para protegerme.

—Muy observador.

—Después de contármelo, cualquiera lo adivinaría —sonrió Albus, aunque gratamente satisfecho por el elogio.

—Ah, no, decía que muy observador de tu parte fijarte en cómo son mis lechuzas que visitan el Gran Comedor —ante la cara de estupefacción de Albus, Scorpius no pudo más que reír—. ¡Pero mira cómo te sonrojas!

Algo dentro de Albus se deshizo. Apenas escuchó las palabras del otro mientras redactaban la carta para Ron. Salió de aquel jardín sintiéndose como un idiota. Scorpius lo había tratado como su hermano James. Scorpius, el gentil Scorpius que él conocía. Tal vez no era tan encantador como parecía, ya que podía hacer bromas a su costa.

Siempre se habían sentido bien el uno con el otro, pero nunca habían tenido algo más que una relación cordial. Sí, en ocasiones se habían ayudado en algunas lecciones, pero Scorpius tenía su círculo de amigos y Albus… bueno, era más del tipo solitario como su padre.

La respuesta de Ron llegó a través de una cita en su casa. Scorpius ya había llegado, vestido tan impecablemente como siempre, con una túnica muy informal, pero todo en él derrochaba elegancia. Albus se sintió estúpido con sus prendas, herencia de James. A su madre le gustaba reciclar la ropa; inclusive Lily había llegado a llevar pantalones y jerseys de James. Conforme iba creciendo, Ginny no tenía otra opción que comprarle ropa conforme a su género y edad, pero él siempre seguiría recibiendo las prendas viejas de James. Y la gente iba por ahí murmurando que pese a la riqueza de los Potter, se vestían como si fueran Weasleys. ¿Cómo iba a ligar así con su pretendiente? Él necesitaba mucho más que Scorpius esas clases. Scorpius lo tenía todo ganado.

Cuando llegó Ron, se aparecieron vete a saber dónde en el mundo muggle, se dirigieron a un edificio que rezaba "Casa de la Cultura" y, tras confundir al señor de recepción con la varita, tomaron un elevador hacia la tercera planta. La puerta los condujo hacia una sala de ordenadores.

Su tío estaba orgullosísimo de la idea. Les indicó una página web donde tenían que meterse, les dijo que los muggles, actualmente, aprendían a conducir a través del ordenador. No por realidad virtual ni conduciendo con simuladores, sino viendo en vídeos las lecciones que ellos leían.

A Scorpius le fascinaba cómo la familia de su amigo estaba removiendo cielo y tierra para que ambos aprendieran a conducir. Se sintió muy especial.

—Señor Weasley…

—Lo sé, es genial —y señaló—, a tu padre no se le habría ocurrido. Esto estará mucho más actualizado que vuestros manuales de conducción, así que tomad notas. Por cierto, os aconsejo no realizar magia dentro de esta sala, estos cacharros no toleran bien los hechizos y más de uno ha explotado en contacto con la magia.

Cuando queráis volver, solo tenéis que enviarme una lechuza. Por cierto, Scorpius, me diste el susto de mi vida cuando enviaste esa lechuza. Tu padre la usa para quejarse en el Ministerio.

—Si lo prefiere puedo enviarle otra, aunque no prometo que no le muerda. Está poco acostumbrada a las visitas.

—Bueno, tenéis una hora y media, yo me marcho, vendré a buscaros después para llevaros a vuestras casas.

—Chao, tío —dijo Albus alzando el brazo. Scorpius recordó entonces que ellos no sabían hacer funcionar un ordenador.

Albus cogió el ratón e intentó moverse por las lecciones. Le había visto hacerlo a su padre alguna vez en casa del abuelo Weasley. Scorpius lo miró, asombrado.

—¡No sabía que supieras informática! Parece que es útil para nuestro cometido.

Albus sonrió, orgulloso. Ya estaba bien de tanto gen Malfoy, él también sabía hacer cosas.

Los jóvenes se sentaron en sillas muy incómodas que hacían a Scorpius moverse de vez en cuando. Ambos anotaron en pergaminos todo lo que aparecía en el vídeo que fuera de utilidad.

Les pareció una clase muy bien aprovechada, porque verlo y leerlo no era la misma cosa, y ante preferencias de paso o ciertas carreteras, era mejor tener algo visual. Los muggles eran muy ingeniosos.

Al término de la clase, Ron, que llegó con quince minutos de retraso, llevó primero a Scorpius a Malfoy Manor, y cuando traspasaron los jardines, el joven se volvió hacia Albus.

—¿Por qué no te quedas a dormir en mi casa? Nos quedan pocas lecciones y si repasamos todo hoy, podremos avanzar más.

Albus se quedó sin habla.

—Tengo ganas de llegar a las clases prácticas —fue la excusa de su amigo, y Albus, algo fastidiado porque esa fuera la razón, aceptó a regañadientes—. No sé qué te pasa, últimamente pareces un viejo.

Ron ya se había marchado y ambos subían las escaleras. Por supuesto, en la mansión existían más de quince habitaciones vacías, y Albus tendría una para él solo, no como la que compartía con James en casa… se quedaba principalmente por eso. Bueno, por eso y porque finalizaba Julio. Odiaba admitirlo, pero el otro tenía razón.

Comenzó a bostezar cuando llegaron a la penúltima lección. Scorpius se dio cuenta entonces y cerró los libros. Se levantó, conjuró un pijama del armario de su habitación para entregárselo a su amigo, a la vez que llamaba a un elfo doméstico para que preparasen el cuarto anexo al suyo.

Una simpática elfina perfumó la habitación, trajo una bandeja con comida caliente y se despidió con una reverencia. Albus se quedó de pie en la sala, atónito. Al poco rato se abrió la puerta y el joven de mirada gris le sonrió.

—Me aburre cenar solo, ¿te importa si te acompaño?

¿Qué podía decir? Acababa de ser acomodado en una de las mejores habitaciones de su vida, quitando aquella en la que estuvieron esas vacaciones que fueron a la nieve. En esa en concreto, solo faltaba la chimenea, pero también fue compartida con James y Hugo.

—¿Tú crees que vamos bien de tiempo para las clases prácticas? —Scorpius se acomodó en una mesa junto a los enormes ventanales. Fuera, se veían los invernaderos de las lechuzas.

—Pues… no sé decirte. Solo he tomado una clase y no ha sido muy completa —Albus se sentó junto a su amigo, notándose extrañamente cómodo. Ambos miraban hacia el jardín, que parecía evocar una tranquilidad en el ambiente.

—He de confesar que tengo miedo del coche —habló Scorpius, algo avergonzado, volviéndose hacia él.

—Pero eso quiere decir que merecerá la pena el intento, ¿no?

—Estoy seguro solo porque tu padre estará ahí.

Albus encontró eso muy gracioso.

—Mi padre puede ser muy torpe a veces. Pero tienes razón, no creo que nos pase nada.

—Me parece muy complicado manejar tres pedales con tus pies, ¿a ti no?

—No conseguí manejar el freno y el acelerador a la vez —confesó Albus, removiendo su zanahoria. La comida era muy sabrosa, los elfos dómesticos cocinaban muy bien.

—Escucha, no somos gryffindor. No nos va eso de arriesgarnos. ¿Crees que para conducir necesitas ser valiente? —Albus no pudo evitar reír.

—No conozco algo más arriesgado que aparecerse. Las clases han sido una pesadilla. Mi madre dice que eso es lo más difícil de aprender, por lo que manejar un auto muggle…

—Vale. Quedémonos con eso —sonrió Scorpius, y pareció volver a comer con otro ánimo.

La noche en Malfoy Manor fue muy silenciosa y Albus no pudo dejar de asombrarse de las maravillosas sábanas que lo cubrían. La cama era enorme para él. No durmió solo porque se concentró en sentirse muy holgado. Respiró profundamente. Scorpius era muy agradable. Dentro de su pomposidad, era generoso. ¿A quién querría impresionar? ¿Lo haría también por una conquista o tal vez era una ilusión? A los Scamander sí les interesaban las cosas muggles como a su madre. Tal vez Scorpius hubiera heredado algún gen recesivo de algún antepasado con gustos extraños.

Cuando despertó, lo hizo por unos extraños ruidos en la ventana. Se acercó para observar a una lechuza picotear el cristal. Albus miró por todos lados, ataviado con el pijama de Scorpius. ¿Cómo se abría esa maldita ventana? Trató de hacerlo agarrando su varita con diversos hechizos, pero le fue imposible. La lechuza pareció volar hacia otro sitio un poco más allá del jardín para rascarse las plumas. Se duchó y se vistió con rapidez para recorrer los pasillos de la mansión. Merlín. Se perdería. Iba a convocar un hechizo de ubicación cuando Astoria lo localizó.

—¿Dónde está Scorpius, no fue a buscarte? —Albus se encogió de hombros. Astoria pareció suavizarse y le dio los buenos días. Después lo escoltó hasta la planta baja, parándose en una sala donde había vistas al jardín, un pequeño patio cubierto de plantas y flores y una mesita de madera con sillas alrededor.

—Señora Malfoy, hay una lechuza fuera, creo que es de mi familia. Se ha quedado desorientada en los jardines.

—Vamos a buscarla. Mandy, por favor, sirve desayuno para mí y para Albus en la salita del té.

Luego, ambos salieron al exterior, en el cielo unas nubes bajas típicas de verano que parecían amenazar algún chubasco. La lechuza lo localizó y se prendió a su brazo. Era la lechuza de su madre. Desenrolló el pergamino y leyó lo que parecía una advertencia:

"¿Sigues vivo? Mándala de vuelta si es así, esto ha sido solo un simulacro".

Albus arrugó el gesto. Ese James era imbécil. Astoria solo sonrió y ofreció dejar entrar a la lechuza en el invernadero donde las suyas descansaban.

—Aquí tendrá un buen desayuno —aseguró, renovando el hechizo imperecedero en algunas flores—. Volvamos.

Al llegar a la salita del té, ya con la mesa puesta, el desayuno sobre ella y una bonita flor blanca sobre un jarrón en forma de óvalo, los esperaba Scorpius. Su cabello estaba recién lavado y secado, sus ojos brillantes. Les deseó buenos días y ambos se acomodaron para comer. Pasaron una agradable velada los tres, el señor Malfoy estaba en el Ministerio y tardaría en volver. No comentaron mucho más, hasta que Scorpius sugirió volver a estudiar.

—Estáis muy aplicados, después de todo un mes. ¿Cuándo hay que concretar las clases con el señor Potter?

—Mi padre estará preparado en unos días, además va a pedir algunas vacaciones que le deben —informó Albus—, ayer estuvimos hablando Scorpius y yo y hemos decidido empezar la última semana de Julio.

—Le mandé a tu padre una lechuza esta mañana —informó Scorpius—, le mandé la de mi padre, ja, ja, ja.

Albus sonrió, divertido. Astoria se limpió con la servilleta, pero supo que quería ocultar su risa.


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