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Nicotine | #XiuHun. por xuncontrol

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—¿Lo de siempre?
—Sí, por favor… lo de siempre.

Esas eran las únicas palabras que, durante cinco meses, logré intercambiar con él.
No sabía su nombre, lo único que sabía era que trabajaba en la universidad cercana al café en el cual yo trabajo, y eso lo supe debido a que, una mañana, cuando como de costumbre él se detuvo a comprar su habitual café vienés con chocolate, uno de sus alumnos por casualidad le encontró y comenzaron a conversar. No pude evitar escuchar su conversación.
Por lo poco que escuché, supe que se dedicaba a enseñar historia… Y nada más.
Desde la primera vez que le vi entrar a la cafetería, supe que él no era una persona ordinaria… Movió algo dentro de mí. No sé si fue esa pequeña sonrisa que me dedicó al pagar por su bebida, o esos ojos felinos que reflejaban cierta nostalgia. Lo único que sé, es que deseé que esa no fuera la última vez que le viera.
Para mi suerte no fue así. Y día tras día ingresaba al local, ordenaba un vienés, pagaba por él, y se retiraba. Era extraño, ciertamente no comprendía cómo podía sentirme tan nervioso frente a alguien con quien no intercambiaba más que monosilábicas oraciones. ¿Qué había en él que me hacía sentir como un adolescente con las hormonas alocadas?, ¡no era normal!, yo, un adulto de 23 años, poniéndome nervioso sólo por ver a otro hombre ingresar a mi lugar de trabajo… Vaya locura. Al parecer, había descubierto un lado homosexual que ni siquiera sabía tenía. Aunque eso no era lo que me preocupaba.

Los días transcurrieron, se convirtieron en semanas, y esas semanas se volvieron meses. Hasta que un día, finalmente tomé el valor suficiente. Cuando por fin asimilé todo lo que me hacía sentir, supe que era momento de enfrentarlo.
La verdad es que no esperaba mucho… y eso por no decir que no esperaba nada. Me había preparado emocionalmente para cualquiera que fuese el resultado, así fuese bueno, o malo… o terrible.
Como de costumbre, él  llegó al café. Tan pronto como le vi aparecer, sentí que el corazón se me saldría del pecho, lo escuchaba retumbar en mis oídos, golpeaba con tal fuerza contra mi esternón que temí me rompiera los huesos.
Se acercó al mostrador, y con esa sonrisa que me hacía temblar las piernas, ordenó su habitual vienés con chocolate. Pronto comencé a preparar dicha bebida, mientras me mentalizaba para lo que estaba a punto de hacer.
Le entregué su vaso tamaño mediano, y él pagó el importe. Agradeció, y finalmente se retiró. Mas pronto decidí ir tras él.
Me quité el delantal que llevaba en la cintura, entregándoselo a mi compañero —quien por cierto, fue el que me motivó a tomar aquella decisión—, y enseguida lo seguí.
Lo detuve al tocar su hombro justo fuera de la tienda.

Él se volvió en mi dirección, con una expresión tan seria que me generó escalofríos. Sin embargo, enseguida, y supongo que al percatarse que se trataba de mí, ese gesto de molestia de inmediato se disolvió, y una sonrisa se curvó en sus delgados y pequeños labios.

—¿Sucede algo? —cuestionó, mirándome confundido, quizás incluso un tanto curioso.
Dudé un poco al hablar. No sabía por dónde comenzar, pero tenía que apresurarme si no quería parecer un loco… Aunque posiblemente ya lo parecía.
—No… Quiero decir, sí. —titubeé. Dios, me sentía tan nervioso—. Me preguntaba, si no tienes planes hoy, si te gustaría ir a cenar algo.
Pude notar como la confusión en él aumentó. En esos momentos deseaba me tragase la tierra.
Lo sabía, estaba más que seguro que rechazaría mi invitación, y para ser honesto, lo habría comprendido. ¿Por qué iba a salir con un completo extraño?, nadie lo haría… Ni siquiera yo.
Él se mantuvo en silencio unos segundos, los cuales me parecieron horas, las horas más incómodas de mi vida.
—Eso suena bien para mí. —respondió, y yo quedé en blanco. ¿Había escuchado bien?, ¿había aceptado mi invitación?, me tomó un momento asimilarlo, era como si mi mente no consiguiera procesar tal cosa—.  ¿Te parece si intercambiamos números?, así podré hacerte saber si surge algún inconveniente y tengamos que posponer la salida.

De inmediato asentí, aún sin poder creerme lo que estaba pasando; del bolsillo de mi pantalón saqué mi celular para entregárselo. Él marcó su propio número para realizar una llamada perdida a su móvil, y finalmente, se agendó a sí mismo en el mío, antes de devolvérmelo.
Lo cogí de vuelta, y por curioso miré el nuevo número en mi lista de contactos: Kim Minseok.
—Minseok. —Murmuré, quizás sólo por el placer de pronunciar por primera vez su nombre.
Él sonrió, y despacio asintió, como si intentase confirmar que, en efecto, así era como se llamaba.
—¿Qué hay de ti? —preguntó—, ¿cómo debería llamarte?, ¿chico del café? —ambos reímos.
Su risa se escuchó encantadora en mis oídos.
—Soy Sehun… Oh Sehun. —respondí.

Los nervios que sentí al abordarle parecían haber desaparecido ya. Era gracioso, me sentía como si realmente esa no hubiese sido la primera vez que hablábamos… Claro, hablar algo más que no fuese sólo un «¿Qué va a ordenar?»
Y aunque me hubiese gustado quedarme charlando más tiempo con él, era imposible. Yo debía volver al café, y él ir a la universidad, así que tras acordar vernos por la noche, nos despedimos.
Me volví para entrar al café, y él continuó su camino, mas no pude evitar detenerme un momento para mirar su espalda conforme se alejaba…  y una ligera opresión atacó mi pecho.

Fue en ese momento que algo que durante meses me negué a aceptar, por fin tomaba sentido.

Estaba enamorado.

                                                                                        *

El resto del día no pude evitar sentirme ansioso. Lo único en lo que podía pensar era en él… en Minseok.
Aún me costaba creer que había aceptado mi invitación a cenar, pero al mismo tiempo, me sentía terriblemente feliz porque lo hubiese hecho.
Sabía que él sólo lo veía como una amistosa salida, y eso me hacía sentir algo culpable, ¿estaría traicionando su confianza?, pero más importante aún, ¿podría yo sobrellevar una amistad al tener esos sentimientos abrumadores creciendo en mi pecho?, no lo sabía, y la verdad es que me asustaba pensarlo.
Durante las horas de trabajo intenté mantener mi mente ocupada y lejos de Minseok. Era lo mejor. Pensarlo demasiado sólo me hacía comenzar a cuestionarme cosas y llegar a conclusiones que únicamente conseguían hacerme sentir peor.

Finalmente, llegó mi hora de salida. Me apresuré en realizar mis habituales deberes; limpié el local, ordené  las sillas sobre las mesas, y al haberme desocupado de ello, pude ir a quitarme el uniforme, que no era más que una camiseta tipo «polo» y un delantal color beige, para colocarme la camiseta y chaqueta con las que había llegado.
Cogí mi mochila, me la eché al hombro, y tras despedirme de mis compañeros, salí del café.
Mientras caminaba, revisé mi móvil, quizás esperando encontrarme algún mensaje de Minseok, pero no había nada.
Detuve mis pasos cuando caí en cuenta de algo importante: ¿hacia dónde iba exactamente?
Respiré profundo, y un poco dubitativo decidí escribirle un mensaje de texto, sólo para asegurarme si le vería esa noche, de lo contrario, volvería a casa.
No demoró en responder. Casi podría creer que había estado esperando a que yo le escribiera… Pero por seguro algo así era imposible.

Me dijo que ya estaba por terminar de revisar algunas cosas, y acordamos encontrarnos en la estación de trenes que quedaba cerca, me pareció buena idea. Fue así que dirigí entonces mis pasos hacia el nuevo destino.
Sin embargo, conforme me acercaba al lugar acordado, mi corazón más rápido palpitaba… ¿Qué diablos estaba pasando conmigo?, sólo era una cena, y aun así me sentía morir de nervios.
Ingresé a la estación, bajé los escalones y me eché  a andar por el pasillo hacia el andén luego de haber pagado mi pasaje. Me encontraba buscando un lugar donde poder sentarme para esperarle, hasta que le vi. Estaba cómodamente sentado en una de las bancas de metal, con un libro entre sus manos, el cual parecía tenerle totalmente ensimismado; fue por ello que no pude resistir las ganas de jugarle una pequeña broma. Me acerqué silenciosamente por detrás, y piqué sus costados con mis dedos a la par en que exclamaba un «¡Boo!»
Su reacción sin duda no tuvo precio. Y yo no pude hacer más que soltarme a reír al verle saltar en un sitio totalmente sorprendido.

—¡Por poco te golpeo!, no vuelvas a darme esos sustos. —dijo, al tiempo en que me soltaba un ligero golpe en uno de los brazos.
Yo aún no paraba de reír, aunque tal vez no era porque la situación me resultase graciosa, sino porque me encontraba demasiado nervioso para reaccionar de otra manera.
—Perdón, perdón —logré decir mientras intentaba tranquilizarme—, fue inevitable.
Él sólo negó con suavidad y rodó sus ojos, aunque esa sonrisilla en sus labios me hacía saber que no se encontraba molesto.
—¿A dónde iremos a cenar? —preguntó, y entonces supe que no me había detenido siquiera a pensar en ello, por lo que dije lo primero que vino a mi cabeza, o de lo que más antojo tenía en esos momentos.
—Hay un restaurante de comida mexicana en Itaewon, ¿has probado los tacos de pescado? —pude notar la expresión de total desconcierto en su rostro. No necesité escucharle para saber la respuesta.
—No… Jamás, ¿son ricos? —me preguntó.
El tren no demoró en llegar, y ambos abordamos éste. El viaje hasta Itaewon no nos tomó mucho, pero al menos nos dio el tiempo necesario para mantener una conversación fluida y amena.
Pude conocer un poco más de él, aunque no demasiado… Descubrí que era la clase de persona que no con facilidad se abría a otros. Tendía a meditar sus respuestas, como si separase mentalmente lo que era apropiado y lo que no decir. Eso sólo me hizo querer ganar su confianza, que él fuese capaz de hablar conmigo sin necesidad de guardarse nada. ¿Podría lograr algo así?

Llegamos a la estación que más cerca quedaba del restaurante, y ambos bajamos del vagón. Salimos de la estación, y nos dirigimos a aquel local que por fortuna aún contaba con varias mesas disponibles.
Le invité a tomar asiento, y ambos cogimos las cartas que había sobre la mesa, a un costado de un pequeño recipiente con salsa y un servilletero. Decidimos ordenar un combo de quesadillas, nachos y tacos para los dos, pues era demasiado para uno solo.
La cena transcurrió tranquila, creo que gran parte de la noche no hice más que decir tonterías, aunque agradecí que Minseok riera de esas tonterías. No sé si reía por compromiso, o realmente encontraba graciosos mis pésimos chistes. Fuese lo que fuere… me divertí.
Y supe que no quería alejarme de él, no quería dejarle ir.
Después de cerca de una hora, ambos salimos del restaurante tras haber pagado por la cena, y caminamos por ahí un poco más con rumbo a la avenida principal para que Minseok pudiese tomar un taxi que le llevase a casa.

—La próxima vez que salgamos, traeré el auto. —dije, y él volvió a mirarme.
Enarcó una de sus cejas, y enseguida rió. Adoraba su risa. Creo que empezaba a volverse una de mis cosas favoritas.
—Si tienes auto, ¿por qué viajas en tren? —me preguntó, y yo me encogí en hombros.
—Es más económico…  Y puedo dormir durante el trayecto al trabajo. —admití entre risas, y Minseok pronto me acompañó al reír por igual, dando una ligera palmada a uno de mis brazos.
Ya nos sentíamos un poco más cómodos uno cerca del otro.
—Me gustaría comprar un auto… Aunque aún no tengo mi licencia, ni siquiera sé conducir muy bien.
Por algún motivo, eso me resultó adorable. Y claro, al ver la oportunidad, no dudé en tomarla.
—Podría enseñarte a conducir si gustas. —él me miró sorprendido. Pude notar cierta duda en él, y por un momento pensé rechazaría mi propuesta, pero no fue así. Enseguida asintió, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Eso me agradaría muchísimo, Sehun.

Cuando logramos llegar a la transitada avenida, Minseok detuvo un taxi. Nos despedimos, y él subió al vehículo. Una vez dentro, de nuevo me dijo adiós al sacudir su mano diestra por la ventana. Yo igual le dije adiós al verle partir. No podía esperar a que el fin de semana llegase.

                                                                                       *

Después de esa noche, las escasas (casi nulas) charlas matutinas con Minseok en el café se habían vuelto un poco más frecuentes, pues a diario, y a todas horas, nos escribíamos mensajes al móvil.
Los días transcurrieron, y el sábado por fin llegó. Los sábados eran mi día de descanso por lo que habíamos acordado encontrarnos ese día.
Días antes, entre semana, nos habíamos puesto de acuerdo para ir a cenar juntos después del trabajo, mas a él le surgió un contratiempo y dicha salida no se concluyó, por ello, los planes de enseñarle a conducir quedaron de lado cuando me hubiese invitado a comer a su departamento, dijo que cocinaría algo a manera de disculpa. A mí me fascinó tal idea por lo que acepté sin dudar ni un segundo.
Me envió la dirección del edificio donde vivía mediante un enlace de Google maps al móvil, así que no me costó nada el llegar a su domicilio.
Durante el viaje se me ocurrió llegar a una pastelería a comprar algunos postrecillos para comer luego de la pasta que Minseok había dicho prepararía, en lo poco que había conseguido conocerle, supe que tenía cierta fascinación por las cosas dulces (especialmente el chocolate), por lo que aquello sin duda sería un buen detalle si no deseaba llegar con las manos vacías.

Cuando llegué al condominio departamental donde residía, le escribí un mensaje para hacerle saber que estaba frente al edificio. En poco tiempo él ya había salido a recibirme.
Verle con ropas informales y no con traje sin duda me tomó por sorpresa… Lucía demasiado bien.
 Ambos entramos al inmueble, y nos encaminamos hacia su departamento, que se hallaba en la primer planta, de hecho era el único departamento que había en la primera planta.
Una vez dentro de su departamento, Minseok dirigió sus pasos descalzos hasta la cocina para dejar aquella pequeña caja con pastelillos, mientras en voz alta me indicaba que me apresurara y fuese a tomar asiento frente a la mesa antes de que la cena se enfriase. Me apresuré en sacarme los zapatos en la entrada para poder ir a alcanzarle.

—¿Te gustaría ver una película cuando terminemos de cenar? —me preguntó, y yo morí de ganas por responderle que con él, me encantaría hacer cualquier cosa. Sin embargo sólo asentí, mientras llevaba una porción de pasta a mi boca para comerla. Él me miró sonriente y un poco expectante, como si esperase ver mi reacción al probar lo que había preparado.
—Claro… ¿una de terror? —cuestioné; era mi género favorito, y realmente esperaba Minseok aceptara, pero no fue así.
—No me gustan ese tipo de películas… ¿Y si mejor vemos una comedia?
—¿Por qué?... podríamos ver una que no dé tanto miedo…

Al final no vimos nada. Sólo nos la pasamos conversando tumbados en el sofá… y la verdad es que lo disfruté bastante. Incluso algo así, en su compañía, me parecía la cosa más entretenida de la vida.
Ya era pasada la medianoche. Si hubiese ido en tren, quizás podría haberme excusado en que la estación ya estaba cerrada para pasar la noche con él, pero no había excusa, llevaba el auto, y ni siquiera había bebido alcohol.
Suspiré. Hubo un particular silencio entre ambos, me pregunté qué estaría pensando él.
Cuando me puse de pie, dispuesto a decirle que ya era momento de regresar, Minseok se adelantó a mis palabras.
—Quédate ésta noche. —dijo, y yo me sentí desfallecer. Quizás alguna expresión rara habría puesto, ya que de inmediato agregó—: Es decir… Ya es algo tarde, igual y podrías pasar aquí la noche y volver a tu casa mañana temprano.
Sonreí. La forma en que acariciaba su cuello y evitaba mi mirada me hizo pensar que se encontraba nervioso.
Lucía adorable… demasiado.
—Me quedaré. —respondí, y él me miró sonriente.

Esa misma noche, luego de haber discutido por saber quién dormiría en la cama y quién en el sofá, Minseok me confesó que era la primera vez que invitaba a alguien a su departamento.
La primera vez que dejaba a alguien entrar a su habitación, y más importante aún, la primera vez que dejaba a alguien dormir en su cama.
No supe cómo reaccionar a ello. Pero no pude evitar sentirme feliz.


Ambos terminamos durmiendo en la misma cama.


Esa fue la primera vez que dormí con alguien… Sólo dormir. Y fue perfecto.


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