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Besetzung por Lilith Lawless

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Notas del fanfic:

Besetzung: Término utilizado por Sigmund Freud en el psicoanálisis para referirse a aquella carga psíquica que recae en una persona, parte del cuerpo, algún objeto, etc y a la cual se es muy apegado.

SUP!
Yo sé que ya tengo un fanfic de YoI acá, pero heme aquí :v
Me inspiré mucho con "Ai ni suite, Eros" (CreoQueAsíSeEscribe) no pregunten :v 

Historia publicada de igual modo en AO3, bajo el mismo seudónimo.

Éste fanfic se maneja entre el mundo del omegaverso.

— ¡Fuera de aquí! ¡Mocoso insolente!— gritó el panadero lanzándole una patada a la mitad de la espalda. Viktor se removió en el suelo, había sentido como la respiración le falló por un segundo, como si sus pulmones hubiesen colapsado, evitando que jalase el aire suficiente, más apenas pudo moverse salió corriendo con la pieza de pan aplastada gracias a la caída entre sus pequeñas y sucias manos.

Incluso ya un par de cuadras lejos del local podía escuchar a los hijos del regordete hombre siguiéndole, pero no se detuvo. Por la cabeza le pasó el pensamiento de que ya no importaba si le alcanzaban, tenía tanta hambre que fácilmente podría soportar otra golpiza si eso significaba tener algo de alimento a su boca. Aun corriendo arrancó con los dedos un poco del pan, lo metió a su boca a sabiendas de que podría ahogarse y justo al pasarlo comenzó a llorar. Lo había saboreado como nada en la vida.

Con la suerte de su lado, justo en el momento que sentía las piernas iban a fallarle dejó de notar los pasos detrás suyo. Se detuvo entrando a un callejón demasiado estrecho, detrás de un contenedor de basura, dejándose caer de rodillas, mientras las palabras “Yermo” y “Decepción” flotaban repitiéndose incesantes en su cerebro.

Todo mundo decía que era un beta, y para colmo, un beta estéril. Lo había dicho el médico de la familia, su papá se decepcionó y su padre le corrió de casa. Era su único hijo, ellos estaban esperanzados en recibir a un niño que pudiese darles un heredero para juntarse con una familia más rica aún; pero Viktor tenía que echarlo todo a perder con su débil y enfermizo sistema. Según el galeno, aquel frágil beta sería incapaz de tener hijos.

Y desde hacía seis meses vivía en la calle. Su cumpleaños número doce lo pasó con un cachorro de perro perteneciente a una raza desconocida para él que había adoptado ese mismo día, al cual nombró Makkachin, quien seguramente le esperaría hambriento en “casa”.

Guardó el pan con solo un pedazo faltante en la gastada bolsa de piel que cargaba casi todo el tiempo—. Necesito irme— susurró para sí mismo, no obstante, una mano en su hombro le impidió renaudar su caminata hasta el centro de la ciudad.

Percató un aroma a licor barato que le asqueó por completo. Tragó con dificultad la bilis que ya subía por su garganta, sintiendo como ésta quemaba su esófago—. ¿A dónde vas?— escuchó una rasposa voz detrás de sí y su nuca se enfrió por un helado aliento—, No puedes irte así como así, no has pagado tu deuda por estar en nuestro territorio

Quiso arrancar a correr, pero otro hombre entró al callejón y de un golpe le lanzaron a la pared del fondo. Viktor pudo notar que era un callejón sin salida. Iban a matarlo.

<<No>>

— Que lindo, es tan chico que ni siquiera ha revelado su raza— habló el recién llegado al tiempo que se acercaba— Hey, Ran ¿cuánto crees que nos den por venderlo a algún ricachón?

<<No quiero>>

El tal Ran soltó unas carcajadas escalofriantes, sus movimientos eran erráticos, probablemente a causa del alcohol consumido—. Bastante dinero a cambio de tener una putita, se ve delicado, seguramente será un omega

<<No quiero morir, no ahora, no aquí, no… así>>

— ¡No— gritó al ver que caminaban hacia él— ¡Aléjense!— nuevas risas sarcásticas llenaron el sitio, clavándose en su cabeza tan fuerte como las últimas palabras de sus padres—. ¡Silencio!

El aire se llenó de chispas color azul, los sujetos retrocedieron un par de pasos con la mirada aterrada y un rostro descolocado por el miedo. Antes siquiera de poder reaccionar centenares de plumas de cristal salieron disparadas hacia ellos, clavándose dolorosamente en todo aquel espacio de carne disponible.

Viktor se quedó sin habla, la luz se había desvanecido y los hombres estaban tirados en el suelo. La sangre alrededor de éstos formaba un charco rojizo que brillaba con la luz del crepúsculo recién iniciado. Aquellas plumas rígidas ya no estaban, dejando en su lugar múltiples heridas que sacaban en abundancia aquel líquido culpable de la vida. Era tan sorpresivo que el niño no pudo levantarse de donde se encontraba, su cuerpo entero temblaba; sentía como si hubiese sacado de su pecho la tensión acumulada de los últimos seis meses y no pudo evitar reírse, con la sensación igual a si recién bajase de un juego mecánico, de esos que te elevan y bajan en menos de cinco segundos. Adrenalina, era la palabra correcta para describirlo.

Cuando logró ponerse de pie caminó lento hacia los cuerpos reposando en el suelo y revisó sus respiraciones. Estaban muertos y ya llevaban unos minutos así, eso era seguro.

Revisó los bolsillos de cada uno, sacando monedas y billetes manchados, algunos en pésimo estado gracias a su “ataque”. Consiguió algo de marihuana y una cajetilla de cigarrillos de vainilla con siete aún en su interior. Lo vendería para comprar comida, pero por el momento debía salir de ahí, era solo cuestión de tiempo para que alguien se diera cuenta del desastre y lo que menos quería era ir a prisión.

Se sacó los zapatos, sosteniéndolos con su diestra salió cuidando no pisar la sangre para dejar huellas. Debía sentirse mal, pero en verdad estaba feliz, al fin comprendió el verdadero significado de “matar o morir” y esa, de ahí en adelante, se convertiría en su frase predilecta.

Ese día comió como hacía meses no, Makkachin tuvo croquetas y un sobre de comida para can en vez de pan duro. Intercambió la marihuana con un drogadicto por una daga y tomó el sobrenombre de Leyend, un mercenario a tiempo completo de quien se desconocía el rostro y cuya sola mención creaba silencio.

A sus veintisiete años era un hombre respetado, Viktor Nikiforov lo tenía todo, y quería mucho más, pero… ¿a qué coste?

Notas finales:

Pues ahí está :v 


Comenten si les gustó la idea, quisiese saber sus opiniones 💙


Sin más nada que decir, me despido por hoy. Au revoir~! 💙


— ¡Fuera de aquí! ¡Mocoso insolente!— gritó el panadero lanzándole una patada a la mitad de la espalda. Viktor se removió en el suelo, había sentido como la respiración le falló por un segundo, como si sus pulmones hubiesen colapsado, evitando que jalase el aire suficiente, más apenas pudo moverse salió corriendo con la pieza de pan aplastada gracias a la caída entre sus pequeñas y sucias manos.


Incluso ya un par de cuadras lejos del local podía escuchar a los hijos del regordete hombre siguiéndole, pero no se detuvo. Por la cabeza le pasó el pensamiento de que ya no importaba si le alcanzaban, tenía tanta hambre que fácilmente podría soportar otra golpiza si eso significaba tener algo de alimento a su boca. Aun corriendo arrancó con los dedos un poco del pan, lo metió a su boca a sabiendas de que podría ahogarse y justo al pasarlo comenzó a llorar. Lo había saboreado como nada en la vida.


Con la suerte de su lado, justo en el momento que sentía las piernas iban a fallarle dejó de notar los pasos detrás suyo. Se detuvo entrando a un callejón demasiado estrecho, detrás de un contenedor de basura, dejándose caer de rodillas, mientras las palabras “Yermo” y “Decepción” flotaban repitiéndose incesantes en su cerebro.


Todo mundo decía que era un beta, y para colmo, un beta estéril. Lo había dicho el médico de la familia, su papá se decepcionó y su padre le corrió de casa. Era su único hijo, ellos estaban esperanzados en recibir a un niño que pudiese darles un heredero para juntarse con una familia más rica aún; pero Viktor tenía que echarlo todo a perder con su débil y enfermizo sistema. Según el galeno, aquel frágil beta sería incapaz de tener hijos.


Y desde hacía seis meses vivía en la calle. Su cumpleaños número doce lo pasó con un cachorro de perro perteneciente a una raza desconocida para él que había adoptado ese mismo día, al cual nombró Makkachin, quien seguramente le esperaría hambriento en “casa”.


Guardó el pan con solo un pedazo faltante en la gastada bolsa de piel que cargaba casi todo el tiempo—. Necesito irme— susurró para sí mismo, no obstante, una mano en su hombro le impidió renaudar su caminata hasta el centro de la ciudad.


Percató un aroma a licor barato que le asqueó por completo. Tragó con dificultad la bilis que ya subía por su garganta, sintiendo como ésta quemaba su esófago—. ¿A dónde vas?— escuchó una rasposa voz detrás de sí y su nuca se enfrió por un helado aliento—, No puedes irte así como así, no has pagado tu deuda por estar en nuestro territorio


Quiso arrancar a correr, pero otro hombre entró al callejón y de un golpe le lanzaron a la pared del fondo. Viktor pudo notar que era un callejón sin salida. Iban a matarlo.


<<No>>


— Que lindo, es tan chico que ni siquiera ha revelado su raza— habló el recién llegado al tiempo que se acercaba— Hey, Ran ¿cuánto crees que nos den por venderlo a algún ricachón?


<<No quiero>>


El tal Ran soltó unas carcajadas escalofriantes, sus movimientos eran erráticos, probablemente a causa del alcohol consumido—. Bastante dinero a cambio de tener una putita, se ve delicado, seguramente será un omega


<<No quiero morir, no ahora, no aquí, no… así>>


— ¡No— gritó al ver que caminaban hacia él— ¡Aléjense!— nuevas risas sarcásticas llenaron el sitio, clavándose en su cabeza tan fuerte como las últimas palabras de sus padres—. ¡Silencio!


El aire se llenó de chispas color azul, los sujetos retrocedieron un par de pasos con la mirada aterrada y un rostro descolocado por el miedo. Antes siquiera de poder reaccionar centenares de plumas de cristal salieron disparadas hacia ellos, clavándose dolorosamente en todo aquel espacio de carne disponible.


Viktor se quedó sin habla, la luz se había desvanecido y los hombres estaban tirados en el suelo. La sangre alrededor de éstos formaba un charco rojizo que brillaba con la luz del crepúsculo recién iniciado. Aquellas plumas rígidas ya no estaban, dejando en su lugar múltiples heridas que sacaban en abundancia aquel líquido culpable de la vida. Era tan sorpresivo que el niño no pudo levantarse de donde se encontraba, su cuerpo entero temblaba; sentía como si hubiese sacado de su pecho la tensión acumulada de los últimos seis meses y no pudo evitar reírse, con la sensación igual a si recién bajase de un juego mecánico, de esos que te elevan y bajan en menos de cinco segundos. Adrenalina, era la palabra correcta para describirlo.


Cuando logró ponerse de pie caminó lento hacia los cuerpos reposando en el suelo y revisó sus respiraciones. Estaban muertos y ya llevaban unos minutos así, eso era seguro.


Revisó los bolsillos de cada uno, sacando monedas y billetes manchados, algunos en pésimo estado gracias a su “ataque”. Consiguió algo de marihuana y una cajetilla de cigarrillos de vainilla con siete aún en su interior. Lo vendería para comprar comida, pero por el momento debía salir de ahí, era solo cuestión de tiempo para que alguien se diera cuenta del desastre y lo que menos quería era ir a prisión.


Se sacó los zapatos, sosteniéndolos con su diestra salió cuidando no pisar la sangre para dejar huellas. Debía sentirse mal, pero en verdad estaba feliz, al fin comprendió el verdadero significado de “matar o morir” y esa, de ahí en adelante, se convertiría en su frase predilecta.


Ese día comió como hacía meses no, Makkachin tuvo croquetas y un sobre de comida para can en vez de pan duro. Intercambió la marihuana con un drogadicto por una daga y tomó el sobrenombre de Leyend, un mercenario a tiempo completo de quien se desconocía el rostro y cuya sola mención creaba silencio.


A sus veintisiete años era un hombre respetado, Viktor Nikiforov lo tenía todo, y quería mucho más, pero… ¿a qué coste?


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