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Vinculados por koru-chan

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Capítulo ocho:

 

Esa parte de mí

 

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Aparentemente, aquella casa de enormes dimensiones, parecía una residencia de algún adinerado hombre de negocios. Posiblemente, quizá, en tiempos coloniales aquella mansión habría servido como alojamiento para importantes aristócratas; pero hoy era algo completamente diferente. Toqué el botoncito dispuesto sobre el intercomunicador mientras releía de forma autómata el grabado sobre el aparato de comunicación:

 

“Centro integral en salud mental”

 

Suspiré; nuevamente estaba aquí. Cerré mis párpados como si me estuviese, inconscientemente, preparando para lo que acontecería a continuación. Con un sentimiento de impaciencia esperé a que alguien contestara mí llamado desde el interior del confinado recinto.

 

—¿Sí?

 

—Vengo a visitar a una paciente—emití oyendo como las puertas se abrían tras desbloquearse el seguro con un fuerte chirrido. Me adentré por un sendero corto plagado de árboles frondosos hasta llegar al pórtico donde me atendió una amable mujer mayor de caireles dorados, largos y voluminosos, la cual me pidió el nombre de la paciente mientras la seguía—. Me gustaría hablar con el médico. Claro, si es posible—la longeva de combinada vestimenta se detuvo a medio camino antes de adentrarnos a la sala de espera.

 

—Temo que no se podrá. El doctor viene en la mañana o en la tarde. Hoy vino a primera hora— bufé.

 

—Ya veo. Que mala suerte—entoné en una exhalación.

 

—Te haré una cita para que puedas hablar con él. Sígueme—me sonrió dándome, nuevamente, la espalda para ingresar a una bonita oficina. Anotó un par de datos en una pulcra agenda y tras preguntar mi disponibilidad horaria fijó una reunión con el psiquiatra de mi madre.

 

—Puedes pasar a ver a la señora Matsumoto—acotó cerrando su libreta de forma sonora—. ¿Necesitas que te escolt-

 

—Sólo le vine a dejar un par de pertenencias—alcé mi diestra mostrando un bolso de tela lleno de artículos variados—. ¿Habrá alguien que se las pueda hacer llegar?—la cincuentona me observó seria; parecía como si me estuviese juzgando por mí actuar aparentemente mezquino. Incomodo froté mi cuello esperando una positiva respuesta.   

 

—Claro. Le diré a una de las enfermeras encargadas. Toma asiento en la sala de espera—inspiré profundamente emergiendo de la pulcra oficina hacia un hall amplio e impecablemente decorado con muebles acorde a la aristócrata vivienda. Me senté algo abrumado sobre un impoluto sofá de tapiz mostaza y bordado azul oscuro mientras  observaba a mí alrededor esperando un poco inquieto por la asistente. Siempre el centro mental estaba tan intranquilamente silencioso que sentí escalofríos cuando escuché un grito provenir del otro extremo de la sala; al final de un corredor cubierto por una enorme puerta.

 

—¿Disculpe? ¿Hijo de la señora Matsumoto?—me alcé raudo viendo como una sonriente muchacha de trenza larga que descansaba sobre su pecho perturbó mis pensamientos.

 

—Sí—emití algo cortado sin dejar de mirar el corredor esperando que alguna persona fuese corriendo hacia nosotros—. Quería que alguien le hiciera llegar estas cosas a mi madre.

 

—No hay problema—dijo la chica sin dejar de analizar mi rostro—. Pero, ¿no quieres pasar a verla?—dudé, pero aun así negué.

 

—Es mejor que no. No quiero que se descomponga por mi presencia—dije desalentado. Le tendí la bolsa que cargaba conmigo la cual llevaba varios enseres útiles que variaban desde comida, artículos de belleza y hasta ropa—. Hoy quería hablar con el médico. El mes pasado me contó que iba a iniciar un nuevo tratamiento con mi madre, quería saber cómo iba todo, pero...

 

—Ella ha cambiado. Está mucho más lúcida, sigue introspectiva, pero ha dejado de lado ese estado violento—abrí mis labios sin saber que decir o hacer, ¿debía verla?—. ¿Sabes? Hasta ha subido de peso—me sonrió animándome.

 

—Me gustaría—emití con algo de pesar—; verla me hará estar más tranquilo—la muchacha, de piel tostada he impecable uniforme de dos piezas me hizo seguirla. Las rodillas me temblaban. No podría tolerar que se descompusiera por mi culpa. No quería ser el originario de su malogro mental cuando siempre he querido que se recupere de aquel alicaído estado el cual ha estado sometida por años.

 

Cuando llegamos a su habitación, su puerta estaba abierta. Las cortinas se mecían por la brisa de la tarde, y mi madre estaba sentada al borde de la cama observando como el ocaso caía; parecía fuera de este mundo, completamente abstraída de la realidad.

 

—¡Permiso! Vengo a dejar un par de regalos—entonó vivaz la mujer que me acompañaba. Mi progenitora ni se inmutó—. Sé que rápidamente adivinaras quien las envió—habló acercándose a ella mientras le acariciaba la espalda y dejaba el bolsito sobre un sofá dispuesto al frente de la cama. La muchacha me miró animándome a hablar. Carraspee mi garganta sin saber muy bien como saludarla.

 

—Hola… mamá—verbalicé temeroso desde la puerta, pero ella no movió músculo alguno. La enfermera se quedó acariciando su espalda mientras le decía unas palabras susurradas en su oído diestro.

 

—Que se vaya—alcancé a oír. Mordí mi labio inferior viendo el rostro lastimero de la joven y tras asentir en forma de agradecimiento decidí marcharme, pero antes que siquiera atravesase el marco de aquella recámara me voltee hacia el par de espaldas murmurándole a la mujer cuerda un recado:

 

—Cualquier cosa que necesite, por favor házmelo saber para venir a dejárselas.

 

—¿Por qué lo haces?— emitió mi arisca madre cortando aquellas palabras de despedida. Enmudecí. Me pregunté extrañado si se refería a mí.

 

—¿Mamá?

 

—¿Por qué lo haces?—volvió a preguntar mientras veía como la delgada chica se levantaba para organizar las cosas que había traído en los anaqueles del cuarto.

 

—Porque eres mi madre—dije—. No puedo abandonarte aquí. No soy él… No soy como él.

 

—Él—repitió seguro recordando su fatídica relación y como de la noche a la mañana terminó internada sin volver a verlo; ni a él ni a mis hermanas—. A pesar que yo lo hice… Abandonarte y despreciarte—percibí una risilla melancólica, quizá una exhalación compungida, o, tal vez, un gemido lastimero tras murmurar para sí misma aquellas palabras.

 

Me sentí choqueado, era la primera vez después de años, que lograba intercambiar vocablo de forma fluida con ella. Vi como alzó su cabizbaja nuca admirando el exterior verde y sutilmente dorado del jardín del recinto. Pronto anochecería.

 

—Vi a Kiyoharu—emití—. Me pregunto si te ha venido a ver alguna vez…

 

—No. No quiero verlo—asentí como si me estuviera viendo.

 

—Es mejor—suspiré—. ¿Cómo crees que estén mis hermanas?—no obtuve respuesta—. Seguro, están grandes y bonitas. Deben tener veintiún años…—callé recordando a Akira. Akira tenía la misma edad que mis hermanas cuando me echaron de casa y cuando lo conocí a él. Bajé mi cabeza—. Siempre quise ir a visitarlas, pero me muero de miedo el sólo ver a Kiyoharu—dije tembloroso observando como la impecable y vivaz mujer organizaba las nuevas pertenencias que le había traído a mi madre como obsequio; ella nos observaba de vez en cuando sin acotar opinión alguna. Desee estar a solas con mi madre para la siguiente pregunta, pero a la vez no sabía cómo se iba a comportar; tener ahí  aquella ajena persona me hacía armarme de valor.

 

—Kiyoharu las ama. Deben estar muy bien—suspiró—. Me gustaría verlas—soltó al aire. Mordí mi labio inferior y me aventuré.

 

—Desearía que me contestaras algo…—volví a mirar a la enfermera e inspiré llenándome de un valor que no poseía—. Cuando me encontré con aquel hombre, me dijo que mi padre…—la vi tensarse notoriamente. La asistente se percató mientras doblaba con dedicación un par de blusas sobre la cama. No terminé la frase. No había sido necesario—. Es… cierto—afirmé para mí mismo—lloró en silencio.

 

—Él no tenía ningún derecho a desvelarlo. Ese hombre fue y seguirá siendo un bastardo—solté un par de lágrimas silenciosas; mis anhelos y esperanzas cayeron al suelo junto aquella salina agua.

 

—¿Al menos lo denunciaste? ¡¿Aquel hombre está en la cárcel?!—negó cogiéndose la cabeza con ambas manos como si evitase que esta estallase de dolor. Gimió y emitió, nuevamente, que me fuera. Que me largara de su vista.

 

—Es mejor que la visita quede hasta aquí—asentí con la mirada acuosa hacia la mujer paciente la cual se aproximó hacia mi progenitora para protegerla de sus demonios mientras yo salía de aquella casona con el alma en un hilo.

 

Deambulé sin un rumbo fijo hasta que, inconscientemente, llegué a la vivienda de mi abuela la cual heredó mi madre y pasó, inevitablemente, a ser habitada por ese vil hombre de macabra sonrisa. En la oscuridad de la noche vi las luces de la casa encendida. Metí mis manos en mis bolcillos y hundí mi cuello en la solapa felpuda de mi abrigo. Me quedé de pie completamente inmóvil sobre la acera analizando el horrible y descuidado ante jardín de mi abuela.

 

—Ella estaría tan molesta—verbalicé a viva voz. Vi de soslayo como alguien se aproximaba de forma acelerada. Caminé hacia un árbol  añoso afirmándome de su ostentoso tronco protegiéndome de los copos gélidos que comenzaban a descender a esa hora mientras el sonido rítmico y algo perturbador de un par de tacones se hizo cada vez más cercano hasta que se detuvo. Busqué con la mirada a la persona y descubrí frente a mí a una mujer de impecable traje de oficina la cual me miró extrañada por mi presencia algo sospechosa.

 

—Disculpa, ¿buscas a alguien?—cuestionó mirando la casa de mi infancia y adolescencia frente a nosotros.

 

—¡No!—dije exaltado—. Sólo pasé por el vecindario. Recordaba cosas de mi infancia—dije con melancolía.

 

—¿Vivías  aquí?

 

—Más o menos…

 

—Oh. Te invitaría a pasar, pero esta casa no es mía del todo. Me vine a vivir con mi esposo y sus pequeñas hijas. Bueno, que ya no son tan pequeñas—sonrió. No podía creer como alguien podría estar con ese hombre—. ¿Te encuentras bien? Te ves muy pálido…

 

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Obtuve un recibimiento en penumbras. La casa estaba oscura y vacía. De inmediato me pregunté si Yuu se encontraría o si tendría que pasar otra noche solitaria. Suspiré despojándome de mis pertenencias aventándolas hacia el sofá más cercano para llegar lo antes posible a mi cuarto. Cuando ingresé vi a Yuu en la cama con su atención completamente inmiscuida en su IPad; parecía que leía un artículo y al verme alzó la vista junto a un bostezo.

 

—Hola—saludé con un hilo de voz.

 

—Llegas tarde—habló viendo como me sentaba a la orilla de la cama. Le di la espalda mientras desabotonaba mi camisa completamente alicaído. Nuestra relación sea había tornado cortante; estábamos completamente distanciados después que se enterase del incidente con su hijo. Intenté recuperar nuestra relación, pero al ser rechazado varias veces terminé rindiéndome con la esperanza de que él me dejase, poco a poco, volver. Mas hoy me sentía aún más martirizado, el que se sumara la visita mensual aquel centro mental me hizo debilitar todavía más.

 

—Fui a ver a mi madre—toqué mi frente con agobio.

 

—¿La viste?—cuestionó. Realmente nunca la veía porque siempre me lanzaba cosas o me  gritaba desconcertantes palabras. Me gustó que ahora estuviese mejor; comunicarme con ella había sido conmovedor a pesar de todo.

 

—Sí—asentí—. Está mucho mejor—me tensé sintiendo como aquel hombre se acercaba a mi espalda  y masajeaba mis hombros. Después de casi tres semanas aquella había sido nuestra mayor interacción.

 

—Me alegro—besó mi cuello con intenciones de algo más. Tomó la solapa de mi camisa y la haló hacia abajo descubriendo mi espalda alta donde regó un par de besos húmedos y mordidas desesperadas.

 

—Yuu, no…

 

—Te necesito. Hagámoslo—ordenó gutural—. Bésame—sujetó mi mandíbula con fuerza mientras yo me retraía; me opuse a sus bruscas caricias levantándome de la cama para alejarme de su cuerpo viendo como me observaba sorprendido de mi reacción y, paulatinamente, su semblante se agrió.

 

—¿Estás enojado? No se supone que yo debería estar molesto y tú intentando reconciliar esta relación—fruncí mis labios.

 

—Yuu, no quiero—dije viendo como volvía a su lugar en la cama completamente furioso—, y no estoy enojado. Estoy cansado. Hemos estado mal todos estos días; no me miras, no me tocas y con suerte me hablas, y de forma muy cortante. ¡¿Cómo quieres que me acueste contigo así?!—se me llenaron los ojos de lágrimas mientras me volvía a sentar dándole la espalda aquel hombre osco—. Además, vengo de ver a mi madre, sabes la carga que siento cada vez que voy, pero pareciera que te importara un carajo—bramé—. Quiero… que todo, al fin, logre un curso recto; que lo nuestro vuelva a ser como antes, que Akira regrese; quiero que se lleven bien, que todos podamos convivir en armonía de una vez por todas—emití sin aliento—. Deseo con todas mis fuerzas que mi madre se recupere (aunque sea casi imposible), que ese hombre que la hizo y la sigue haciendo sufrir pague como debe ser. Quiero que mis hermanas estén presentes en su vida; en el proceso que está llevando, que se preocupen por ella, por su estado y evolución. Desearía que mi madre tuviese la custodia de mis hermanas, y tenga su hogar de vuelta, para al fin, ser feliz—terminé llorando y con la voz quebrada concluí con: —. Tú no me entiendes y jamás me entenderás.

 

Salí del cuarto yendo hacia la sala donde me cubrí con una manta y me dejé acariciar por la oscuridad de la noche. Sollocé abrazado a un almohadón tumbado entre los mullidos cojines. Esperaba dormir, aunque sea en aquella superficie algo incómoda para aquel cometido. Cuando el amargo dolor del llanto terminó pude oír unos descalzos pasos alterando aquel silencio.

 

—Vamos a la cama, ¿sí?— su voz rasposa me acarició la espalda, pero no me inmuté a pesar que aquel hombre tocó mi muslo para llamar mi atención.

 

—Dormiré acá…—dije siendo interrumpido al sentir como el moreno tomaba mi cuerpo entre sus extremidades con una facilidad abismal. Sentí que me iba a caer a pesar de la seguridad de sus brazos y con efusividad me aferré a su cuello terminando, en el acto, muy cerca de su boca. Lo miré exaltado sintiendo mi corazón bombear entusiasmado.

 

—No quiero pelear más—asentí pegando mi frente en su barbilla mientras sentía un delicado beso sobre mis cabellos.

 

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La mañana llegó y mientras abría mis ojos pude sentir sutiles caricias en mi cintura y como sus besos se dejaban sobre mi cuello. Me removí girándome levemente. Yuu me sonrió agregando un: —“buenos días”—susurrado sobre mis labios.

 

—Buenos días—repetí ensimismado. ¿Todo había vuelto a la normalidad? Suspiré viendo como acariciaba la comisura de mis labios.

 

—¿Dormiste bien?—asentí percibiendo como posaba su puño bajo su cabeza como soporte mirándome no muy convencido. Detuvo sus caricias que le regalaba a mi brazo para concluir con un serio: —. Te sentí inquieto durante la noche.

 

—La verdad—titubeé —, casi ni dormí

 

—¿Me contarás que pasó?— pegué mi frente en su pecho suspirando largamente con algo de dolor.

 

—Ayer te conté que hablé con mi madre.

 

—Ajá—murmuró acariciando mi nuca.

 

—Fue bastante lúcida nuestra interacción—hice una pausa para continuar—, por ello me atreví a preguntarle…

 

—¿Sobre lo que te dijo ese bastardo de Kiyoharu?—continuó con un deje de molestia oculto entre las palabras—. Sabes que ese idiota mien-

 

—Es cierto. Lo que dijo, todo, es real. Mi madre se descompuso después de aquella pregunta— inspiré profundamente—. ¿Te puedes llegar a imaginar? Siendo sometida por un tipo asqueroso cuyo acto trajo a la vida a alguien como yo. Así mismo como ese acto no se debió consumar, yo no debí nacer; tal vez ella debió abortarme, quizá debió ingresarme a un orfanato o tal vez mi abuela no debió forzar a mi madre a tenerme cuando ella no iba a tener una larga vida para protegerme e iba a terminar, inevitablemente, al “cuidado” de mi progenitora donde lo único que recibí de ella fueron miradas de desprecio, palabras hirientes y golpes. Intentase lo que intentase ella jamás me querría porque yo soy el recordatorio de aquella fatídica noche en la cual nadie la escuchó ni ayudó y donde aquel sujeto no tuvo piedad alguna—derramé una lágrima silenciosa. Su mutismo me entristeció aún más. Quizá debía haber guardado esa parte de mi historia—. Te doy asco, ¿no es así?—me separé de él con intenciones de levantarme de la cama, mas este me detuvo recostando mi espalda sobre el colchón para mirarme desde arriba con sus ojos decepcionados. Acarició mi vientre y luego despegó su mirada de mí.

 

—Siento lo que diré porque quizá suene egoísta y hasta frívolo, pero si no hubiese ocurrido todo esto yo no te tendría entre mis brazos— negué con mi cabeza con los ojos aguados.

 

—Tengo asco de mí, Yuu. ¿No te doy asco?—negó con una sonrisa limpiando el reguero de lágrimas que dejaron mis ojos.

 

—Cariño, no. No mezcles las cosas. Tú no eres él. Eres un individuo único e íntegro; un hombre fuerte que ha sabido salir delante y que atravesado todas esas grandes murallas. Eres alguien admirable y por eso sabrás llevar esta historia contigo, que a pesar de dolorosa es parte de ti—suspiré.

 

—Es difícil.

 

—Los es y lo será aún más si te quedas aquí culpándote de algo que eres completamente ajeno. Y  no, no tuviste la culpa de nada. Eres una víctima, que a diferencia de tu madre, tú has sabido ponerte de pie una y otra vez—sentí que el alma, nuevamente, volvió a mi cuerpo mientras asentía.

 

—Te amo—murmuré viéndolo sonreír—, y perdón—dije apartando mis ojos de su mirada—. No debí haberte ocultado lo de Akira, pero era algo complejo de verbalizar, me sentí vulnerable y tan avergonzado…

 

—Olvidemos ese tema, ¿sí?—besó escuetamente mis labios y se apartó de mi cuerpo levantándose de la cama inmediatamente. Había pasado casi un mes y el tema con su hijo seguía escociéndole.

 

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—Yuu— llamé su atención viendo de soslayo como salteaba unos vegetales junto con dos trozos de carne mientras yo picaba unos champiñones para agregar a la cocción. Me miró y tras murmurar un: “Mnh”, continué—. No te molestes, pero ¿has sabido algo de Akira?—lo oí resoplar—. ¿Su madre te ha llamado?—dejé de picar aquellos hongos para mirar de forma penetrante a mi novio y obligarlo, de forma silenciosa, a que no evadiera mi improvisado interrogatorio—. Está con ella, ¿no es así?—esperé que aquella suposición fuese real para, así, librar un poco de la tensión que poseían mis hombros. Pasaron unos minutos y el mutismo de mi novio me hizo tragar en seco.

 

—No he hablado con ella. Y dudo que esté allá. Sino, créeme que ya me hubiera llamado o, peor aún, hubiera venido al departamento para confrontarme—bajé mi nuca con decepción.  

 

—Ya pasó un mes, ¿no te preocupa?

 

—Ya te dije lo que pensaba—fruncí mis labios. Ingenuamente pensé que el chico volvería al departamento en la tarde de aquel día, quizá al otro día o más tardar en una semana, pero el tiempo siguió su curso. Procuré llamar a diario, pero no contestaba ni para darme una escueta señal de vida. Me martiricé el no poseer el contacto de sus amigos y la única idea de su paradero había sido desechada por su padre. Bufé con frustración; no sabía nada del veinteañero. Su vida era tan hermética que había sido prácticamente suerte el descubrir su secreta banda…

 

Abrí mis labios enormemente recordando un vínculo; sabía cómo localizar al rebelde chico después de todo. Miré a mi novio agregando las setas recién cortadas al sartén para concluir con la preparación de la cena.

 

—¿Me darías el número telefónico de Yutaka?—me observó con los ojos entre cerrados tras aquel brusco cambio de tema.

 

—¿No lo tienes?—negué abriendo la tapa del horno para corroborar que las papas se estuviesen asando óptimamente.

 

—Borré su contacto de mi agenda cuando pensé que estaba coqueteando, descaradamente, contigo—lo miré con el ceño fruncido. Y este me esbozó una sonrisa divertida. Sacó el aparato de su bolsillo y tras buscar el codicioso número, me tendió su celular para que copiase el contacto en el mío.

 

—¿Qué harás?—cuestionó con intriga.

 

—Nada. Sólo quiero hablar con él—formó una “o” con sus labios no muy convencido. Pero no podía darle más información. No me gustaba ocultarle que su hijo tenía una banda amateur, pero si quería solucionar al menos este conflicto, debía evadir algunos hechos; después de todo, desvelar aquel secreto de Akira no me competía.

 

—¿En serio, Takanori? No puedo creer que aún tengas la boba idea que Yutaka quiere algo conmigo—puse mi mirada en blanco tras ver una mueca ofuscada formarse en sus labios. Negué con mi cabeza mientras arrugaba el ceño.

 

—Quiero saber cómo está. La última vez, antes de mi ataque de ansiedad, quedamos que no perderíamos el contacto—le sonreí de forma fingida—. Y ya ha pasado un largo tiempo…—concluí colocando el moderno aparato contra mi oído. Miré de forma afable al moreno quien curioso siguió mis movimientos con su vista mientras me perdía a través del umbral de la cocina. Con una falsa voz de júbilo saludé al receptor al otro lado de la línea una vez que atendió mi llamado. Éste, sorprendido y sin habla, me llenó de preguntas las cuales corté para ir directo a lo que me competía: formular una pronta cita para que me facilitara información de cuando tocaba “Gazette” en 1991.

Notas finales:

Pensé que me iba a demorar más en publicar este nuevo capítulo, y hasta pensé que no lo lograría tener en un largo tiempo. Me dio una especie de crisis existencial y ya no quería publicar más. Me animé a mí misma a sólo escribir; saliera lo que saliera no importaba del todo. Y lo hice. Quizá porque me daría mucha tristeza no poder concluir esta historia, sobre todo cuando está en mi cabeza tan clara como el agua y necesito, de alguna, forma expulsarla.

He pensado que esta debería ser mi última historia del fandom. Ya he pasado por este tipo de crisis. Ya no me estoy divirtiendo del todo. Tal vez debería aventurarme con originales. Ya veré.

En fin, a lo que nos compete. Este capítulo lo iba a colocar casi al final, pero decidí narrarlo ahora dado que todo había ocurrido de forma reciente.

No sé si alguien se preguntaba qué había pasado con la familia de Takanori.

Por otro lado, ¿Taka se logrará reunir con “Reita”?

Gracias por sus bonitas palabras <3

¡Nos leemos!


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