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Vinculados por koru-chan

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Capítulo trece:


Aquel hombre que creí conocer


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Me encontraba debatiendo con un grupo de cuatro alumnos sobre el tema a investigar de la semana. Los pequeños intentaban encontrar las respuestas, pero no lograban llegar a estas a pesar que era cosa de leer un diminuto artículo. Negué con mi nuca tomando uno de los libros del grado olvidados sobre la superficie y, tras buscar la página, les indiqué que leyeran con atención; la tecnología era una gran herramienta, pero a veces sólo los confundía.


—Es lo máximo que los puedo ayudar. Ustedes deben encontrar la respuesta; aún tienen mucho que investigar—me erguí mirando sus rostros desalentados—. No todo es fácil, ¿no? Continúen así; van por un buen camino—acoté tornando mis pisadas hacia otra estación compuesta por un ramillete de estudiantes absortos en sus libros y computadoras portátiles.


—Señor Matsumoto. Su teléfono no para de vibrar—alcé mi cabeza con preocupación mirando a la trigueña de perfecta coleta lustrosa y fleco recto mirarme con el ceño fruncido.


—¡Lo siento!—entoné desviando mi camino para aproximarme a mi escritorio dando grandes zancadas para alcanzar el aparato que turbaba la concentración de la menor.


Rebusqué dentro de mi bolso hasta que di con el artefacto el cual había concluido con su zumbido. Lo sostuve con mi diestra viendo, con notable preocupación en mi rostro, el nombre del hijo de mi novio: Akira. Me alarmé. Contraje contra mi palma el moderno teléfono y observé a la clase trabajando bajo un manto de murmullos.


—Chicos, cinco para la una de la tarde quiero sus avances en mi escritorio. Saldré un segundo a atender una llamada. No se aloquen; estaré junto a la puerta—articulé mirando con advertencia a los prepubertos—. Yumiko, te encargo que los borradores lleguen sanos y salvos a mi pupitre—le pedí a la castaña aplicada de la clase—la misma que, con anterioridad, había perturbado su concentración—. La chica de tez lechosa asintió sin mirarme y tras un último vistazo salí con cautela del aula.


Miré el dispositivo y, mientras rogaba para que el chiquillo no estuviese en la cárcel nuevamente o bajo un puente medio moribundo, le di al icono de llamado y esperé en línea con impaciencia. Al mismo tiempo vigilaba que el salón estuviese en una pieza puesto que había comenzado a oír una notoria elevación de voz de los menores. Caminé con impaciencia frente a la madera doble de la entrada del aula dándoles una mirada reprobatoria a los chicos inquietos.


—Ya es tarde. ¿Te das cuenta que podría estar muerto?—mis ojos viajaron hacia el pasillo solitario de aquel cuarto piso del establecimiento mientras hacía una mueca de medio lado tras colocar atención al profundo contestar del otro lado de la comunicación. Me crispé por el sólo hecho de aquella acotación superficial esbozada por mi hijastro. Mordí mi labio inferior mortificado.


—Dime que no estás tirado, ni lastimado, ni ebrio por ahí—junté mis pestañas sobando mi sien oyendo un chasquido desde el otro lado de la línea. Me afirmé de la muralla junto al umbral después de divisar como un par de chicos depositaban cuadernillos sobre mi área de trabajo.


—Estoy vivo y con todos mis miembros intactos; hasta el más importante. Ese que te gusta tanto a ti—despegué mis labios oyendo un “je,je,je” malicioso desde el auricular.


—Con la clase de vida que llevas no me sorprendería si en unos años no se te desprende—dije en tono bajo sintiendo como mis mejillas se ruborizaban de la vergüenza y hastío.


—Vaya… —se carcajeó—. Ahora me respondes; me gusta tu agilidad mental. Ahora debo contra a tacar. Me pregunto cómo a ti no se te ha caído si dejas que Yuu te la meta a sabiendas de cuantas infecciones transmitidas por su amante debe tener—fruncí mi mandíbula con ira.


—¿Llamas para atacarme?


—Hey, ¿te haces la victima? ¿Te recuerdo quien empezó?


—¿Disculpa? ¡Sólo me preocupé por ti esperando que no estés en apuros y me atacas! ¿Estás aburrido? Bueno, yo no estoy para tu diversión. Estoy trabajando y, en medio de una clase, me apresuro para salir y devolver tu llamado porque pensé-


—Parece que alguien anda con síndrome premenstrual.


—Adiós, Akira.


Corté la comunicación molesto sintiendo, en cosa de segundos, como mi teléfono volvía a vibrar. Bufé ignorando el hecho. Vi, tras bloquear el objeto, como quedaban un par de minutos para que la clase de aquel día  concluyera. Entré al aula y tras un sondeo rápido de los documentos sobre mi escritorio articulé:


—Los que estén listos son libres de ir a almorzar. Nos vemos la siguiente semana para continuar donde quedamos. Recuerden que es el último día para terminar el informe así que recolecten la mayor información que puedan—vi como salían disparados varios de mis alumnos y como muchos se despedían cordialmente con un: “hasta la próxima, señor Matsumoto”. Les hice señas con mi palma junto a una afable sonrisa. Cuando el entorno quedó silente vi con pesar mi celular olvidado en la mesa. Recordando que no supe el motivo de aquella sorpresiva llamada. Me acerqué a tomar el aparato cuando vi que volvió a timbrar. Exhalé el aire de mis pulmones y contesté.


—Dime.


—Cortante, ¿eh?—bufé corriendo la silla acolchada para sentarme y oír lo que aquel muchacho tenía que decir—. Necesito un favor—despegué mis labios. Se escuchaba serio.


—¿Dinero?


—No. Necesito mi ropa—bufé desprendiéndome de aquel pesar que había recorrido mis hombros.


—¿No vienes a casa a buscarla? Te estuve esperando. Pasaron dos semanas, pensé que te habías olvidado de ellas.


—Bueno, no quise regresar. Ver tu estupidez humana me dan ganas enormes de golpearte—me quedé callado recordando el corroído semblante del rubio cuando abandonó el departamento tras aquel sorpresivo hallazgo; y del cual no quise averiguar más e ignoré—. No literalmente hablando…


—Entendí—humedecí mis labios mirando a través de los cristales que adornaban el entorno zurdo de aquel colorido salón. Tenía hasta las tres de la tarde para ir a almorzar al departamento y volver a mi última clase donde era el maestro remplazante de un taller literario—. Pero, ¿y entonces?


—Quiero que me la traigas, puedes, ¿no?—humedecí mis labios con mi ceño levemente fruncido al pensar como aquel desvío retrasaría mi itinerario; si quería sus pertenencias debía ser otro día.


—¿Cuándo? ¿Mañana?


—Ahora.


—¿Estás loco? Estoy en mi hora de almuerzo; voy a casa y regreso. No puedo ahora.


—Si vas a casa puedes traerla, ¿no? El lugar está al paso—fruncí mi entrecejo, pero luego resoplé rendido al trazarme una imagen mental del pobre chico sin prendas limpias para vestir. Mi subconsciente me había convencido sin que el rubio lo hiciese.


—¿Dónde la llevo? ¿Me dirás la dirección del lugar donde estás viviendo?


—No estoy demente—rodé mis cuencas.


—Te espero en el hotel Last Heaven—abrí mi boca con una expresión de duda tatuada en mi rostro.


—¿Qué… haces ahí?


—¿Qué se hace en Last Heaven?—fruncí mis labios.


—¿Hablas en serio? ¿Tuviste una noche de sexo y quieres que te vaya a dejar ropa?—gritonee con histeria contenida dado el lugar en el cual me encontraba mientras oía un carcajeo desde el otro lado.


—¡De verdad pensé que eras más ingenuo, Matsumoto! Sabes muy bien el por qué es famoso dicho lugar. Bien, te espero en media hora.


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No podía entender el descaro del chico. Fruncí mi mandíbula mientras, a paso rápido, observaba la periferia de aquella calle con un regusto inquieto. Sólo esperaba que ningún conocido me viese en aquel barrio; era un tema delicado y más para un maestro intachable.


Resoplé cansado deteniendo mis pisadas frente al enorme edificio completamente vislumbrado por su imponente esplendor. Si bien Last Heaven tenía una connotación para sexo al paso, en el pasado era un lujoso hotel de negocios; su fachada elegante lo delataba, pero, ahora, pisar suelo del lugar era tantear terreno promiscuo y automáticamente se le tachaba a las personas como libertinas.


Inspiré profundamente como un ritual para armarme de valor y poder ingresar a aquella área. Subí de forma ágil aquel amplio pórtico y, de la misma forma, me introduje hacia el amplio recibidor. Miré alrededor algo cohibido; habían pocos pasajeros en el entorno lo que le daba al inmueble bastante discreción. Si no supiera de la fama del lugar, el hotel parecería bastante agradable. Exhalé menos conmovido procurando guardar el juego de llaves del auto de mi novio en mi bolsillo el cual había tomado prestado para aquella “misión”. Dejé el bolso sobre el brillante piso para sacar desde el interior de mi abrigo mi teléfono y marcar al veinteañero del cual no tenía señales de vida desde aquella llamada hace veinticinco minutos. Con el auricular adherido a mi oreja diestra analicé mi alrededor para ver si divisaba en alguna parte del hall al menor porqué lo único que quería era entregar aquello y huir de ahí.


—¡Hey!


—¡Demonios, Akira!—grité golpeando el hombro del nombrado al sobresaltarme escabrosamente tras su saludo de intención maliciosa. El rubio se acuclilló para tomar entre sus dedos mi teléfono magullado sobre la cerámica que, dado el impacto, solté sin pensar. El aparato no pareció tener mayor anomalía más que la tapa trasera desencajada de un costado. Bufé recibiendo el rectángulo de conexión global con una mueca molesta.


—Bueno, gracias por traer esto—lo vi coger el asa de su maleta. Asentí mirando detrás del hombro al chico. Estaba solo—. No me vine a revolcar a este lugar—argumentó tras mi obvio escrutinio—. Lo poco que gano no lo invierto en habitaciones para tener sexo, para eso tengo mi departamento—pestañé repetidas veces.


—No importa, prácticamente me obligast—enmudecí—. ¿Tienes un departamento?


—Algo así. Es diminuto; de esos de una habitación. Pero ese detalle no importa porqué nadie me controla ahí—formé una diminuta “O” con mis labios anonadado por aquello soltado.


—Ya veo, eso…es muy bueno—dije con asombro—. Pero aún no entiendo por qué me hiciste venir a este lugar. Podríamos habernos encontrado en un parque si no querías que descubriera la dirección de tu casa, aunque no me molestaría saberla. Ya sabes, para llevarte cosas, comida o velar que estás bien—divagué aquello último como si pensara en voz alta.


—Por esas cosas no te digo donde vivo—lo miré varios segundos.


—Soy una peste.


—Básicamente—entonó el chico. No pude evitar mirarlo con tristeza. Siempre tenía la idea que mi presencia cansaba a las personas que quería. Por eso mismo sentía a Yuu cada vez más lejos; y a estas alturas, completamente fuera de mi alcance. Muchas veces me vi con las palabras arremolinadas en mi garganta. Lo miraba y deseaba decirle que fuera libre; sin mis molestos y esclavizantes sentimientos.


Pero soy egoísta.


Quité mi vista del chico y tras anunciar, algo incómodo, que me tenía que ir, cogió mi muñeca antes que le diera la espalda. Lo observé extrañado y este con su firme agarre me condujo hasta un sector aclimatado con cómodos y enormes sillones, un gran ventanal detrás en forma de L, una cascada en una de las paredes, y muchas elegantes plantas y arreglos florales. El chiquillo me hizo sentar sin mucho protocolo y tiempo a réplica a su actuar. Dejó el bolso deportivo en el asiento contiguo haciendo que los presentes nos mirasen con curiosidad por aquel accionar brusco del rubio. El chico se acuclilló frente a mí apoyando uno de sus brazos sobre mi rodilla. Despegué mis labios para emitir alguna torpe palabra, pero su mirada dura y fruncida mandíbula me detuvo en la gestión. Desvió sus ojos misteriosos hacia los cristales situados detrás de mi espalda. Pasaron un par de segundos de introspección mental hasta que suspiró y decidió coger su teléfono celular de uno de sus bolcillos traseros concluyendo por mirar el aparato de pantalla ennegrecida otra suma de segundos.


—Akira—murmuré dubitativo.


—Aunque no lo creas, esto no me divertirá—fruncí mi ceño y un escalofrió recorrió mi columna—. Toda esta parafernalia de mi ropa fue una excusa. Te hice venir acá por algo específico, pero como sabía que posiblemente no acudirías a la hora. Vine antes…—alcé una ceja sin entender viendo al mismo tiempo como mi hijastro buscaba algo en el aparato tecnológico con notable determinación.


—¿Cómo? Por favor, Akira, no me asustes. ¿A qué te refieres?—bufé oyendo como me chitaba para que me silenciase. Pasaron unos minutos hasta que volteó el teléfono hacia mi rostro y le dio play a una imagen difusa. Rápidamente hice sinapsis al ver al sujeto conocido en esa, ahora, nítida imagen. Negué con mi cabeza asustado tomando con ambas manos aquel aparato y antes de entrar en un estado de pánico intenté respirar lentamente mirando con paranoia alrededor de la instalación por si veía, en carne y hueso, al susodicho de la imagen en los alrededores—. ¿Es Yutaka? ¿Qué ocurre con él?—articulé en voz baja viendo el rostro del rubio frente a mí con asombro. El hijo de mi novio se colocó de pie y se sentó junto a mí dejando, descuidadamente, el bolso deportivo sobre el suelo mientras yo tenía aquella pantalla pausada.


—Continua—articuló mientras formaba una pose cabizbaja: Sus brazos descansando sobre sus muslos y su cabeza descendiendo hacia su pecho.


Todo era obvio; al ver aquel metraje probaría aquello que me había negado a asumir.


En la imagen distinguí un ascensor de costado mientras el proclamado amigo de mi novio emergía con una sonrisa de oreja a oreja. Mi estómago se apretó, pero seguí viendo aquella imagen vertical de sonido difuso. El metraje tomó la espalda del sujeto y lo siguió hacia la recepción, ahí se percibió el dorso enfundado en un traje entallado a la medida de un hombre. Aquel hombre me hizo detener las pulsaciones y que estas volviesen con mayor aceleración. Llevé mi palma a mis labios. Llevaba años con él, sabía quien era con sólo ver su silueta.  Tragué en seco cuando el azabache sonriente deslizó su palma zurda contra la columna del otro. El moreno se volteó levemente y Tanabe aprovechó este hecho para adherir sus labios con el contrario antes los ojos de la recepcionista, su hijo y, ahora, míos. El zoom dramático de la cámara estuvo de más porque prefería no haber visto como sus ojos se encontraron con anhelo de más contacto; su deseo muto fue palpable.


—Terminó—logré emitir inaudible.


—No me salgas con que es falso porque azotaré tu cabeza hueca contra la maldita muralla—una lágrima descendió por mi mejilla y tras un quebrado suspiro me la limpié intentando tragar aquel doloroso nudo—. Siento esta mierda, pero él es así. Toda su puta vida ha sido así. Gran parte de mi niñez y adolescencia estuve errado en mis pensamientos cegados hacia él. Es mi padre, mi supuesto modelo a seguir, era obvio que lo idolatrase y creyera en cada una de sus palabras—resopló con hastío—. Y mi madre no ayudó a aquello tampoco. Me llenó la cabeza con escusas baratas del porqué mi padre desaparecía de casa. Ella terminó creyéndose aquellas mentiras viviendo día tras día engañada; él le hizo creer que ella y los demás eran los culpables y que él era la víctima. Es un cabrón—el chico junto a mi hizo una pausa—. Sé el número de su habitación, ¿qué harás?—alcé mi vista acuoso—. Debes encararlo, no te puedes quedar así nada más—entonó el menor mientras yo intentaba inspirar con el pecho arremetiendo en dolor.


—¿Están aquí? ¿Ahora?—pregunté incrédulo que en estos minutos mi novio esté haciendo adulterio.


—¿Por qué crees que te cité a este lugar—me quedé unos largos minutos en silencio mientras analizaba los posibles escenarios; ninguno concluía de buena forma.


—¿Cuál es?—limpié la acuosidad de mis ojos mirando afligido a Akira.


—Piso dos. Habitación veintisiete—informó mientras me alzaba de aquel sofá y caminaba plagado de un temor latente. El elevador abrió sus puertas y tras presionar el botón correspondiente sentí como mi pecho se apretaba. No sabía que pasaría; no sabía si al verlo huiría o si me soltaría a llorar desconsoladamente. Muy dentro de mi esperaba que esto fuera una elaborada broma de aquel chico quien me seguía de cerca sin formular una palabra, pero aquel semblante serio que jamás había visto antes me mostró que aquello no era una jugarreta más del rubio teñido, sino, esta vez competía a su intachable padre. Cerré mis ojos cuando las aceradas puertas se abrieron mostrando el piso correspondiente. Sentí que todo me dio vueltas y, tras un paso tembloroso, me detuve—. ¿Estás bien?—sentí la mano fría de mi hijastro en mi espalda baja e inspiré asintiendo. Me armé de valor tornando mis pisadas trémulas para encontrar aquel número de la perdición.

Notas finales:

Este es un capítulo dividido en dos. No quería dividirlo, pero esta bola mental crece y crece cuando se vomita sobre Word. C:

En Facebook escribí que este, el capítulo trece en su totalidad, es el fin de una era. No es un final, pero lo veo como tal; se cierra un gran capítulo y se abrirá otro.

¿Qué esperan en el siguiente capítulo?

¿Las pelucas volarán y las uñas se romperán?

xD

Gracias por seguir acá.

Gracias por comentar y todas las cosas de amor.

Ustedes hacen que esta historia haya llegado a tal punto, como todos mis fanfics; pienso en cosas pequeñas, pero concluyen en grandes. Gracias.

Nos leemos pronto.  


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