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Vinculados por koru-chan

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Capítulo veinticinco:

 

Yune [Parte dos]

 

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Crucé mi pierna derecha sobre la izquierda reposada de forma estirada en aquel asiento restante mientras descansaba mi espalda tras el respaldo de otra silla. Cómodo, en aquella posición, dispuse un cigarro entre mis labios y encendí la llama del cerillo la cual flameó vivaz frente a mi rostro. Quemé el extremo contrario percibiendo como mi boca era inundada por la nicotina; como mis sentidos se relajaban y como el vaho era llevado por la brisa fresca de aquella oscuridad serena.

 

Bajo aquel manto tranquilo, oí de tras de mí como la ventana—que cumplía, también, como acceso de salida al minúsculo patio donde me encontraba—, se abría y se cerraba con delicadeza dejando en el interior la música que ahora me resultaba molesta. Aquella excusa de la “reunión” había sido por una situación verídica, pero me había aprovechado de la instancia para invitar a Takanori e intentar acercarme un poco más a él. Si era sincero, creí que no vendría y que terminaría borracho vomitando sobre el viejo piso de la sala siendo completamente ignorado por los demás presentes porque seguro estarían igual de decadentes que yo.

 

—Que deplorable. Realmente patético—froté una de mis sienes con la misma mano que sostenía aquel cilindro de nicotina. Menos mal que aquel hombre se apiadó de mí—y de mi hígado— apareciendo a pesar de todo. Sentía que aquel momento era un inicio, un punto cero en el cual podía rectificar el pasado y hacer bien las cosas. Sólo esperaba que pudiera controlar mis impulsos e impaciencias que, hasta el minuto, estaba intentando cumplir a pesar que, con esfuerzo, estaba logrando pensar antes de actuar.

 

—¿Quién es deplorable y patético?—miré  hacia mi izquierda viendo como posaban, sobre la redonda mesa de madera, el pedestal de una copa recién rellenada de vino.

 

—Yo en un presente alternativo—vi como corrió una tercera silla y como fruncía el ceño sin entender. Calé el tabaco entre mis dedos índice y medio para continuar—, en el cual tu no venías hoy y terminaba borracho vomitando sobre el piso y quizá, peleando a golpes con algún idiota como Yune—éste se sentó junto a mí; sobre una sillas de acero mal cuidadas en las cuales la pintura blanca, que se le había aplicado nuevamente, se estaba cayendo develando el óxido provocado por el tiempo y el clima.

 

—Seguro te hubieras divertido más que estar acá, apartado del grupo por mi presencia—negué sonriendo. Estar a solas junto a él era mi fiesta perfecta—. ¿Me das un cigarrillo?—pidió mirando con interés la cajetilla que estaba en medio de la mesita.

 

—¿Fumas?—pregunté sorprendido viendo como asentía. Cogí la cajita y se la tendí mientras tomaba el mechero y expulsaba la llama para que el mayor se acercara y diera una primera bocanada. Quedé hipnotizado viendo como la punta del cilindro se encendía justo cuando el mayor le dio una calada y el vaho del cigarrillo era expulsado por sus labios. Me quedé absorto observando aquel bonito rostro. Éste asintió chocando sus ojos con los míos para luego llevar aquellos posos expresivos al diminuto entorno gris de aquella casa el cual se componía básicamente de una caja rectangular de cemento y ladrillos en las paredes divisorias del terreno. Una enredadera de años estaba apoderada del muro céntrico y un par de plantas mal cuidadas estaban dispuestas en las esquinas y a los costados del ventanal de salida.

 

El hombre gustoso de aquel tranquilo entorno se acurrucó en la fría silla mientras la fresca noche acariciaba su rostro; estaba acogedor el exterior. El castaño, a pesar que había llegado temblando de frío, ahora, después de un par de copas de vino, parecía más templado y sus mejillas pintadas de rojo me lo hicieron notar—. No sabía que fumabas—acoté viendo como no era nada torpe en ello.

 

—No lo hago muy a menudo—el humo acarició su roja boca dejándome apreciar como miraba con mala cara aquel cilindro entre sus dedos—. Sólo recurro a esto cuando he tenido una crisis de ansiedad o… cuando estoy nervioso—me informó provocando que lo mirase curioso.

 

—¿Estas nervioso?—cuestioné obviando que hubiera tenido una crisis ansiosa tras su corta ida al baño. Se veía tan tranquilo que me parecía rarísimo. Éste confirmó rascándose la mejilla con la misma mano que tenía tomado el cigarrillo.

 

—Nunca he estado en una fiesta y la verdad, a pesar que sé que vine por ti, aun así, no sé qué hago acá…—su cabello dócil cubrió su rostro y sólo alcancé a ver un atisbo de sonrisa. Tras unos segundos de silencio me carcajee pensando que aquello había sido una humorada.

 

—¡¿Qué?!—dudé jocoso. Pero al no haber sido partícipe de una carcajada de su parte busqué su mirada viéndolo  pestañar repetidas veces tras mi actuar—. ¿Eh?—entoné bajito mirando de forma incrédula al hombre—. No es una broma, ¿no?—negó terminando por suspirar. Su rostro se puso serio de la nada como si recordara un mal pasar. Dejó caer la ceniza de su cigarro sobre un recipiente de metal que siempre estaba ahí mientras se sentaba recto y, esta vez, probó el vino ignorado.

 

—Es complicado, pero no tuve una buena niñez y ni hablar de mi adolescencia—negó frotando su cabeza con dolor. No sabía mucho más allá de lo superficial acerca de Takanori; y aquello me hacía sentir disminuido.

 

Siempre estuve al tanto que, a  pesar de la estabilidad emocional que irradiaba, a veces caía en un abismo profundo de oscuridad. Muchas veces vi como se encerraba en la habitación que compartía con Yuu y como éste me decía, de forma reiterativa, que no hiciera ruido y que estuviera tranquilo porque Takanori estaba “enfermo”. Y tras dormir quizá dos días enteros terminaba levantándose obligado por los quehaceres sociales. Podía pasar meses así; alicaído sin deseos de nada más que estar en cama.

 

Un día escuché como mi padre le decía que tenía que volver al psicólogo porque aquello le haría bien y que no podía seguir así. Asumí que el tipo, con el cual salía mi padre, tenía “problemas”; pero, sinceramente, Yuu y yo necesitábamos más un terapeuta que aquel sujeto. A simple vista y a mis cortos años, así lo veía.

 

Con el tiempo supe que tenía depresión y ansiedad. Me tomé la noticia con normalidad porque Takanori parecía tener este hecho bajo control.

 

Nunca lo cuestioné por la situación que lo hacía cargar con aquel asecho mental. Asumí que era algo delicado y no quise ahondar ni saber el o los trasfondos del porqué. Si los escondía tan celosamente, era porque realmente no quería recordarlos y menos contárselo a un tipo tan imbécil como yo. Pero ahora me intrigaba. Más aún al enterarme que tenía hermanas y que, por mucho tiempo, no había podido saber nada de éstas. Su madre y su padrastro eran un tema aparte. La primera  estaba internada en un centro psiquiátrico por conflictos mentales críticos y el segundo parecía tener problemas graves de ira y, con Takanori, estos parecían acrecentarse. Era cosa de unir las piezas y el cuadro final mostraba como su pasado no había sido, para nada, de color rosado.

 

Cuando supe lo de su madre pensé que sus problemas mentales leves se debían a un asunto hereditario, pero, al parecer, todo tenía un lado más sombrío—. Cuando conocí a tu padre, sentí que habían cosas que no estaba viviendo de forma adecuada. Tenía diecinueve años y sentía que ya había vivido una vida larga. Cuando estaba en la secundaria comencé a trabajar media jornada. Era duro porque tenía que distribuir mi tiempo en realizar tareas del hogar, estudiar y cumplir óptimamente en aquel empleo. Luego, cuando me fui a vivir con tu padre y te conocí, me enfoqué en rendir en la universidad y cuidar de ti. Tiempo para “divertirme” con chicos de mi edad era impensado—contó aplastando su colilla consumida dentro del diminuto cuenco. Me giré hacia su costado acomodando, en el proceso, la acerada silla para obtener un perfecto espectáculo de sus facciones. El viento meció sus ondas y me aventuré acomodar estas cortas hebras marrones detrás de su  oreja. El profesor de primaria me sonrió por aquel gesto e intentó echar para atrás aquellos cabellos sin apartarse de aquella cercanía que estábamos manteniendo. Se dejó hacer y yo me aproveché de su confianza y el par de copas de vino en su sangre para acariciar su rostro con cuidado mientras me debatía entre el bien y el mal. Y la verdad, el mal estaba tomando ventaja…

 

—Reita—oí tras mi espalda cuando corrieron el acceso de cristal que daba hacia el exterior. Gruñí viendo como Takanori sonreía nuevamente dado mi cambio de humor al haber captado aquella vocecilla. Miré al entrometido de forma ofuscada descubriendo como Yune, un poco más ebrio que antes, asomaba medio cuerpo hacia la intemperie.

 

—Sí, Yune—cerré mis párpados contando hasta diez respondiendo entre dientes a su llamado.

 

—Me pasó un accidente… ¿Me puedes ayudar? Necesito una camiseta… limpia—acotó. Suspiré posando mi zurda contra el respaldo de la silla de Takanori para mirar hacia tras encontrándome con la humedad de la prenda nombrada.

 

—Dile al dueño de casa. Después de todo, él te invitó—entoné cruzándome de brazos.

 

—No seas así—me reprendió el más bajo junto a mí con un susurro y un piquete de su índice en mí mejilla mientras veía como bebía un par de sorbos de vino.

 

—Le dije, pero me ignoró. Está en la sala besuqueándose y frotándose con una tipa. Sólo les falta desnudarse—rodé mis ojos mirando como Takanori veía la escena con diversión. Su vista se detuvo en mí y tras leer un: Ayúdalo dibujado en mayúsculas en sus córneas, resople realmente frustrado. Si bien había sido el único embelesado de aquella atmósfera romanticona que mi cerebro había inventado, estaba seguro que si hubiéramos estado un par de segundos más a solas me hubiera ganado un beso o, lo más probable, le hubiera robado uno pequeño y menos bruto que los anteriores. Suspiré con desazón cayendo al abismo de la realidad en un segundo; ¿a quién engañaba? Takanori sólo me veía como un “amigo” simplón. Estaba seguro que estaba más abajo que Kaoru en el listado de amistades del hombre. Despegué mi trasero de la fría silla pasando por su lado.

 

—Ya vengo. Entra con los demás y—me voltee hacia él de forma seria—, no bebas nada de lo que esos enfermos te ofrezcan. NADA—recalqué.

 

—Entendido…—articuló mirándome temeroso. Yo, en cambio, me carcajee mientras entraba a la cocina.

 

—Son de confianza, pero tú baja tolerancia hacia los destilados, no. ¿Quién me dice que no terminarás desnudo frente a todos?—negué y éste rodó sus ojos mientras acomodaba sus hebras achocolatadas que la brisa nocturna se empeñaba por desordenar—. De igual forma, esa es la última copa que bebes. Te lo advierto…—murmuré cerrando el panel de cristal entrando a la cocina para no dejar que cuestionara mi advertencia la cual tenía doble lectura. Lo estaba cuidando de las consecuencias que podía tener la bebida en su sangre y, de mí. No sabía si esta vez podría soportar el tenerlo tan dócil frente a mí y no hacer nada sucio al respecto.

 

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Subí las escaleras dando grandes zancadas para llegar lo antes posible al segundo piso. Recorrí el corto pasillo e ingresé a la habitación de Uruha. Mis pertenencias las tenía regadas alrededor de un bolso deportivo de gran amplitud, pero me fui derecho al armario empotrado de mi amigo. Mientras intentaba descifrar donde tendría las camisetas aquel sujeto, oí pisadas en el corredor las cuales ignoré por completo al saber de quien se trataba.

 

Cuando al fin conseguí una arrugada tela de tono negro deslavado por el uso, el tipo encargado de la batería—de forma “provisoria” y de una personalidad irritante—, ingresó al cuarto y cerró la puerta lentamente detrás de sí mismo.

 

—¿Quién te vomitó encima?—cuestioné con mofa viendo como desde el cuello de la tela hasta su abdomen tenía una notable mancha de algún líquido desconocido. El tipo se quitó una chaqueta de mezclilla clara rasgada y decolorada para proceder a quitarse, con nula motricidad  fina, aquella prenda de estampado de Guns n’ rose.

 

—Dieron vuelta mi vaso—entonó mientras colocaba sobre mi hombro la ajena prenda y me acercaba al más bajo para ayudarlo en su torpe tarea de desprenderse de aquella ropa apestosa a destilado.

 

—Si claro... Estoy seguro que esto es vómito u orina—arrugué mi nariz mientras deslizaba la tela por sobre sus hombros estrechos y dejaba al sujeto con el torso desnudo.

 

—No. Fue cerveza… A mí no me gusta que me orinen en la cara; pero si fueras tú, me dejaría sin reclamos—articuló medio adormilado mientras me miraba profundamente. Alcé una ceja asintiendo mientras le tendía la camiseta arrugada que había encontrado de Uruha. ¿Qué más podía debatir con un sujeto borracho?

 

El tipo me quitó la prenda de mis manos y enredó sus dedos detrás de mí nuca sintiendo como apegaba su torso desnudo a mi pecho enfundado en una camiseta vieja de Sex Pistols y mi infaltable chaqueta de cuero nueva. Retrocedí un par de pasos hacia atrás para evitar ser atosigado por sus imprevistas acciones.

 

—Hey, basta. El jueguito se acabó. Tú jamás entiendes el sarcasmo, enano deforme. Y así, ebrio como estás ahora, menos entenderás—bufé—. Te estoy dando la oportunidad de tu vida para que pares. ¿Acaso, quieres que me burle en tu cara mañana y el resto de tus días por esta jugarreta homosexual que se te escapó de las manos?—frunció su mandíbula deslizando su palma por mi pecho en un acto temerario y decidido. Pasó por mi abdomen hasta situar su extremidad en mi entre pierna. Gruñí quitando sus dígitos de aquella zona viendo como el sujeto se arrodillaba mirándome con deseo mientras deslizaba sus palmas por mis muslos y mordía su labio inferior—. ¿Vas en serio?—susurré sin entender las acciones del contrario.

 

—No sabes cuantas ganas te tengo—frotó nuevamente su mano en mi ingle y esta vez me aparté caminando hacia la cama mal hecha donde me senté.

 

—Okey. ¿Hablemos?—le dije viendo como se sentaba con las piernas cruzadas y se ponía la camiseta. Tenía el ceño arrugado. Pensé que, como él había hecho conmigo en el pasado, era el instante perfecto para tomar aquel momento a mi favor y sacarle información que me sirviera para hacer su día a día miserable. Ya le había dado una oportunidad, pero no pareció entender e iba vengarme esta vez.

 

Pero mis planes decayeron cuando lo vi alzarse y caminar hacia la puerta. Maldecí en voz baja—. ¿No me dirás que mierda te pasa?—lo vi tomar el pomo de la puerta. Se quedó unos segundos ahí y luego se giró mirándome decidido. Caminó hacia a mí mientras lo observaba sin entender que pasaría a continuación. Sabía como era el sujeto borracho, pero hoy se estaba comportando de una forma bastante peculiar y, por ello mismo, me estaba costando captar sus movimientos. Y este hecho causó que no me diera un segundo para replicar cuando ya lo tenía succionando mis labios.

 

Vi sus ojos entrecerrados y como sus mejillas se colorearon cuando se atrevió a meter su lengua en una acción algo miedosa; tanteando el terreno, quizá, al percatarse que aún no lo hubiese golpeado por su atrevimiento. Pero, no me pude quedar ahí sin entender qué pasaba. Corrí mi rostro y limpié mi boca mirándolo descolocado.

 

—Me calientas—dijo, pero yo esbocé una carcajada mientras miraba su cara roja.

 

—Esa ha sido la declaración de amor más romántica que me han dado.

 

—Me irritas. Siempre fuiste un hijo de perra que nunca me volteó a ver—mordió su labio con tristeza enmarcada en sus ojos.

 

—¿Disculpa?—me sentí ofendido—. Lo siento, nunca vi tus nobles intenciones detrás de tu mierda verbal—ironicé.

 

—No sabes como me frustras, imbécil—articuló subiéndose sobre mi regazo—, pero no me quejo si me la metes ahora—negué posando mis manos en sus muslos para apartarlo, pero éste osciló su ingle y descuidadamente  frotó mi miembro el cual estaba demasiado sensible por esa abstinencia que estaba llevando últimamente. Gruñí sintiéndome algo abrumado. Debía admitirlo, aquello se sintió demasiado bien. Sentí sus labios delgados, calientes y torpes besar mi cuello sin poseer un gramo de delicadeza ni tregua. Me cegué. Y, a pesar que tenía mis ojos puestos en otro individuo, no pude evitar dejarme llevar por la calentura momentánea y aquella experiencia homosexual la cual no había tenido oportunidad de probar con anterioridad.

 

Llevé mis palmas a su trasero estrujando este mientras el sujeto sobre mi detenía sus acciones jadeante. Aproveché aquella pausa para, esta vez, yo mover mis caderas y rozar su entrepierna enfundada en un ajustado pantalón negro. Alcé mi vista captando con gusto como separaba sus labios húmedos y gemía. Entrecerré mis ojos sintiendo lo placentero de aquel toque nublándome producto del alcohol y la calentura. Por ello, cuando abrí mis ojos, no me impresioné al descubrir las mejillas rositas de Takanori en lugar de aquel tipo. Siseé mordiendo mi labio inferior colocando mi palma tras su nuca para acercar su boca bonita y voluptuosa hacia la mía. Estaba hambriento y sediento de él; sólo quería embriagarme de aquella dulzura inocentona que expelía aquel castaño bajito.

 

Voltee su pequeño cuerpo contra la cama mal hecha y, sin despegar nuestras bocas, introduje mi mano dentro de sus pantalones encontrándome con su pene duro el cual froté con mi palma mientras percibía como sus dígitos se aferraban a mi chaqueta y curvaba su espalda gustoso de mi toque un tanto brusco. Deshice aquel húmedo beso apoyando mi frente contra su hombro mientras sentía como los gemiditos que soltaba me estaban haciendo perder el juicio...

Notas finales:

¡Hola, bellezas!

He aquí la parte dos como os prometí.

En esta parte quise plasmar como Reita ve a Takanori; lo que sabe de su vida y lo que no sabe sobre él.

Me gusta esto lo de comenzar desde cero y me gusta, también, que Reita se reprima tanto. ¿Su celibato durará?

Ya vimos como Yune lo hizo pecar...

¿Se esperaban ese desenlace?

¿Les pareció interesante esta nueva actualización?

En el siguiente capítulo volverá a narrar Takanori y aquello será la última parte de esta fiesta.

Las quiero mucho. Sus palabras me alegran el corazón en cada entrega. <3

Nos leemos, bonitas. Un beso.


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