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Vinculados por koru-chan

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Capítulo treinta y seis:


Había llegado tarde…


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Abrí mis párpados de golpe y un: ¿Dónde estoy…? fue lo primero que se me vino a la cabeza. Pero giré mi nuca hacia mi izquierda y mientras intentaba adecuarme a la luz de aquella mañana―quizás tarde―entendí donde estaba.


Suspiré largamente sintiendo una leve punzada en mis sienes. Froté con mis dedos a ambos lados y tras una exhalación me alcé de las mantas.


―Hoy debo colocar las cortinas―murmuré saliendo de mi cuarto―… y debo ordenar y armar muebles―terminé de decretar a la nada como si tachara una lista invisible de quehaceres mientras miraba aquel arrimo de cajas en la sala. Lo único que estaba en orden en aquel lugar era la cocina―a medias―y mi cama. No entendía cómo ni por qué me había convertido en esa persona que sólo procrastinaba. Sentía que mi departamento era mi mente y mi mente era un caos―. Quizás hubiera sido mejor haberme quedado en Osaka―solté al viento cruzando el umbral del baño. Me detuve quedando pasmado con aquella revelación.


Posiblemente había idealizado y fantasiado con que mi regreso sería poner “play” en el momento exacto donde nos habíamos quedado la última vez. Pensé que mi retorno sólo debía sortear las consecuencias de mis actos y que estaba preparado para sobrellevar lo que fuera necesario, pero quería enfrentar todo aquello teniendo a Akira de mi lado… Sin él me sentía sin fuerzas; y todo lo que en algún minuto pensé como correcto, hoy parecía estar todo mal.


Ahora estaba completamente contrariado. No sabía si mi decisión de haberme marchado para pensar con cuidado las cosas había sido la mejor opción. Quizás nunca debí haberme ido; o… nunca debí haber vuelto.


Envolví mi cintura con una toalla y Limpié el vapor del espejo mirando, en el proceso, mi reflejo algo alicaído. Prendí la secadora de cabello y tras unos minutos la apagué y ordené mis hebras irregulares y vaporosas por la humedad. Cuando estuve satisfecho con mi apariencia me dirigí hacia mi habitación para buscar un par de prendas. Observé el interior de mi closet empotrado―casi vacío―sin éxito. Sin deseos de buscar en mis atiborradas maletas terminé mirando, fugazmente, la cesta de ropa limpia donde encontré un pantalón gris de tela holgada y suave junto a una camiseta blanca de manga corta y un suéter negro que me llegaba hasta las rodillas.


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Me deslicé hacia la cocina encontrando sobre el desayunador mi teléfono. Miré la hora, este marcaba la una treinta de la tarde. Dejé el objeto sobre el mesón y abrí la puerta del refrigerador donde tomé una manzana roja y, mientras esperaba que el agua estuviese caliente para prepararme un café, me dirigí directo hacia la sala adjunta a aquella ala donde tomé la caja que correspondía al mueble del televisor el cual debía armar pieza por pieza.


Desembalé cada parte y las ubiqué por grupo sobre el alfombrado del suelo. Miré la fotografía de la caja con el mueble armado y funcional mientras tomaba del suelo la hoja con las instrucciones de ensamble. Compré ese mueble porque parecía fácil de instalar, pero ahora no parecía tan simple. Desvié mi atención del papel, donde intentaba descifrar el dibujo de armado, cuando el interruptor del hervidor se apagó. Mis pisadas, en automático, se dirigieron hacia el área de la cocina por una taza de aquel vital brebaje oscuro. Quizás, tras un par de sorbos de cafeína, el montaje no sería tan complejo...


Pero tras acabarme el contenido de la taza y mirar nuevamente el montón de material sobre el piso y el instructivo―que contaba con una sóla página―suspiré buscando un tutorial en internet.


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Con el ceño fruncido me encontraba escuchando la voz extranjera de una mujer en mi teléfono e intentaba embonar una pieza que se suponía que iba ahí, pero que no quería encajar. Una hora pasó. Gruñí sin éxito mientras dejaba los pedazos tirados y me alzaba sorteando tornillos y maderos para volver a tomar entre mis manos el manual olvidado sobre el mesón de la cocina. Los tutoriales no ayudaron, y ese trozo insulso de papel barato en blanco y negro seguía siendo indescifrable a pesar que ya llevaba dos tazas y media de café en mi sistema.


Me senté nuevamente frente al desayunador frustrado y desmotivado. Con la ansiedad recorriéndome el sistema―y también bastante cafeína―tomé, esta vez, una naranja y mientras pelaba el fruto pensé en mis opciones…


El llamar a Kaolu pasó por mi cabeza, pero cuando estaba a punto de picar el icono, consideré que no era la mejor alternativa. Lo conocía demasiado y sabía que iba a intentar sacarme información sobre la noche anterior, y la verdad, no tenía ganas de aquello.


Metí un gajo a mis labios ideando una segunda opción: Meter todo el caos en el cuarto vacío. Era tentador porque sería provisorio. Claro, sólo hasta que vinieran a dejar el sofá. Hice una mueca de medio lado. Posiblemente ese cuarto termine lleno de cosas para siempre, pero debía despejar la sala; después vería como lo haría para acomodar todo.


Dejé la naranja a medias sobre el desayunador y tomé una primera caja de desconocido contenido para comenzar con el traslado a la dicha habitación. En el proceso, el timbre sonó. Rápido dejé el pesado objeto en el pasillo y tras mirar mis fachas en el microondas aún embalado y situado sobre la pila marrón, tomé el suéter negro desde el suelo el cual me había sacado y aventado dado el ajetreo.


Extrañado caminé hacia la entrada. No había sonado el citófono; quizá era alguien de mantención o un vecino. Dudaba que fuera Kaolu o algún otro conocido porque me hubieran llamado. Miré por última vez la montaña de cosas y recé para que no fueran los tipos del sofá porque no sabría dónde meterme el mueble en estos minutos.


Despegué la madera del marco sintiendo un leve cosquilleo en el estómago al descubrir quienes eran.


―¿Mal momento?―tras mi escrutinio mudo, el músico carraspeó mirándome de pies a cabeza.


Negué recordando mi desalineada vestimenta y el estado de mi nueva morada. Apoyé mi hombro sobre la madera y metí mis manos en los bolsillos tejidos sin saber que hacer realmente. Por un segundo pensé que anoche me había embriagado y que todo lo que pasó, ¿lo había soñado? No claro que no. Fruncí levemente mis labios. Estaba confundido y lo único que tenía claro es que Akira no me quería ver, eso me había dicho ayer. Entonces, ¿qué hacia parado frente a mi puerta?


Me dejé de cuestionamientos mentales e intenté tranquilizarme porque después del cosquilleo de mi vientre el retumbar de mi pecho no me estaba dejando actuar correctamente.


Lo dejé pasar viendo como apenas cargaba con Erika en brazos, una sillita desmontable en su zurda y un bolso en su diestra. Extendí mis brazos a la menor quien no había olvidado mi cara. Sus sonrientes gestos y su mirada juguetona la delataban. La tomé entre mis manos diciéndole lo linda que estaba mientras ésta apretaba un botón de mi suéter entre sus pequeños dedos y me miraba como hipnotizada. Llevé mi vista hacia Akira quien estaba entretenido observando los alrededores de mi caótico departamento―. Así que era cierto, ya no estás viviendo con Kaolu―verbalizó buscando mi rostro mientras yo me entretenía con los castaños cabellos de la menor.


―No―dije―. ¿Cómo supiste que yo estaba acá?


―Fui donde Kaoru―dijo con fastidio mientras yo asentía―. Pensé que estaba bromeando. Me dio tu dirección y yo le prometí golpearlo si me estaba tomando el pelo―suprimí una carcajada la cual mutó a un bufido―. Por cierto. Pésima seguridad―alcé una ceja―, alguien salió y yo entré como si nada al edificio.


―No hay conserje, pero afuera hay timbre de los departamentos…―entoné.


―¿Y eso qué? Cualquier psicópata puede entrar―alcé ambas cejas. ¿Quién había entrado de sorpresa? Pensé. Luego, sin mayor escrutinio hacia él, llevé mis ojos hacia la hija del rubio en mis brazos quien cada vez se parecía más a su madre.


―No tuviste problemas con Lucy, ella… estaba algo enojada ayer―chistó tras oír el nombre de mi hermana.


―No la vi. Hablé con Kathy. Ella me pasó a la niña. Me dijo que la trajera en la tarde cuando la resaca y el mal humor se le haya pasado. Lucy es tan estúpida―Bufé.


―Es mi culpa―alzó una ceja―. No debimos hablar de ese tema en casa con ella ahí―Akira se sentó frente al desayunador inexpresivo. Encontró la naranja que había dejado a medio comer y tomó un gajo mirándome desinteresado.


―Se iba a enterar de todas formas. Está creando dramas innecesarios sobre todo cuando tú y yo… no―cortó su habla masticando la fruta. Lo observé y él pareció titubear si debía continuar. Mas mi atención pasó a la pequeña en mi regazo la cual menee porque se había puesto algo inquieta


―Bueno, sí tienes razón; su reacción fue innecesaria. Pero quizá todo este revuelo tuvo un porqué, ¿no? Ella aún está… enamorada de ti. Ha sido difícil este proceso de dejarte ir, más aún cuando tienen una niña en común. A todo lo demás se le sumó lo nuestro―dije en tono bajo―. Ahora, sólo habrá que darle tiempo―él contrario rodó sus ojos y se encogió de hombros, seguido se alzó para tomar a su hija y montarla en la sillita que había dejado sobre el desayunador. Miré con interés lo que iba hacer. Vi como situó el bolso de la menor en un taburete sacando de este un biberón el cual le dio a la bebé quien, gustosa, lo recibió. Tenía hambre. Miré sorprendido al chico, realmente estaba haciendo un buen trabajo―. ¿No tienes que calentarla?―negó.


―La preparé en casa. En el camino hacia acá agarró temperatura ambiente. Está tibia―asentí sentándome en un taburete frente al que él había tomado. Permanecimos en silencio―. ¿Cuándo llegaste?―habló sin quitarle los ojos a su hija.


―El fin de semana pasado―murmuré―. Hace casi una semana―él me miró largamente.


―Y, ¿este desastre? No es tú estilo―cuestionó jocoso mirando el paisaje que llevo presenciando hace siete días.


―No he tenido tiempo y mi cabeza es un caos y cada vez que voy a armar algo me doy cuenta que en realidad no sirvo para eso―bufé y el contrario rió.


―¿Dejaste tu trabajo en Osaka?―inquirió con un regusto culposo.


―No. Pedí un traslado. Acá hay una escuela primaria de la misma institución. Esta es más pequeña porque la de allá aparte de tener primaria cuenta con secundaria y preparatoria―elevó una ceja alzándose para tomar la botella de su hija ya terminada―. Llevo una semana en la nueva escuela. Me gusta que sea sólo primaria. Es agradable.


―Me alegra que estés de vuelta―abrí mis ojos. ¿De verdad se alegraba?―. No me crees, ¿cierto? Tu forma incrédula de mirarme te delata―jadeó una carcajada avergonzada―. Perdón, fui una basura ayer. Lo reconozco, pero… no supe cómo reaccionar. Me fui a la mierda, literalmente, cuando te vi. Ha pasado un tiempo y no pensé que volverías―me observó detenidamente. Había dolor en sus ojos.


―Lo sé. Pero lo iba a hacer. Sería un tonto si seguía mintiéndome a mí mismo… Además, los extrañaba a todos―le sonreí y el asintió algo incómodo. Hubo un largo mutismo. Entonces, volví a hablar―. ¿Te gustaría beber o comer algo…?


―Un café estaría bien―me levanté en el proceso de su oración para sacar una taza de su anaquel correspondiente. Al menos el desorden de trastes estaba en su lugar. Me quedaba instalar el microondas que estaba fuera de su caja y que debía poner sobre la encimera y que no había hecho―. ¿Necesitas algo de ayuda?―lo miré mientras dejaba que su hija le mordiera el cordón de su sudadera; se había quitado aquella chaqueta que siempre traía consigo.


―¿De verdad?―lo cuestioné. Él asintió.


―De todas formas, no me pienso mover de aquí. Iba a llevar a Erika a casa de Uruha, pero recordé el desastre de ayer y que la casa apesta a alcohol…―lo miré lleno de pánico―. Tenemos todo el fin de semana para limpiar. Bueno, lo que queda. La señora Takashima y la hermana de Uruha fueron a la costa por un paseo de curso. Mencionaron algo de un acuario―se irguió de hombros.


―No sabes la ayuda que necesito acá―asintió paseándose con su pequeña niña por todo el departamento mientras frotaba su espalda.


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Mientras acomodaba prendas en el armario empotrado del pasillo oí como sonó el citófono. Caminé viendo como Akira atornillaba una pieza y alzaba la mirada tras mi apresurado deslizar hacia el recibidor.


Tomé el auricular y de inmediato saludé con un: “Hola” cantarín el cual fue cortado por una voz furiosa quien sólo ordenó un: “Ábreme, Takanori. Sino llamaré a la policía”. Colgué y miré al rubio quien terminaba de ensamblar una última parte del mueble y tras esto, calmo, observó a su hija cerca de él quien dormitaba situada en su sillita. Sonrió levemente hacia la criatura para luego buscar mi mirada la cual lo analizaba con inquietud.


―Es Lucy―vi como el músico se levantaba de su posición acuclillada y como fruncía su nariz con hastío.


―¿La invitaste o algo así?―arrugué mi entrecejo por aquel dejo cargado de molestia.


―¿Qué?―dije sin tono―. Está fastidiada conmigo, no haría algo así.


―Entonces―su mirada cambió preocupada y esta viajó hacia Erika―… ¿la dejaste entrar?


―¿Cómo me podría negar?―chistó.


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No pasaron ni tres minutos cuando la puerta fue tocada en simultáneo con el timbre. Despegué la madera y la chica ingresó a mi hogar muy molesta buscando con la mirada a su hija. Cuando la divisó la tomó de forma brusca y la pequeña lloró en sus brazos por aquel sorpresivo arrebato.


―¿Qué se supone que hacen?―nos increpó. Hoy no iba con tacones ni llevaba un vestido corto ceñido a juego. Sino iba con un jean básico y una sudadera deslavada azul. No llevaba maquillaje y se veía ojerosa y cansada; Incluso así, aparentaba menor edad.


―¿Qué haces tú?―dijo Akira viendo como mecía a la niña para que callara su chillido. Éste, intentó acercarse, pero la chica estaba iracunda así que el chico retrocedió frustrado viendo como su pequeña lloraba en aquellos brazos maternos que, en vez de calmar a la criatura, parecía descomponerla como si de una desconocida se tratase.


―¡Vengo a buscar a mi hija!―gritó sobre el llanto de la menor. Caminé hacia la entrada y cerré la puerta. El escándalo no era menor―. ¿Cómo se te ocurre llevarla contigo y venir donde Takanori?


―¿Qué?―dijo agudo el rubio―. Puedo llevarla donde yo quiera, soy su padre. Además, no la estoy llevando a un antro o un prostíbulo. ¡Es la puta casa de tú hermano!―gruñó y hubo un silencio agitado por parte del bajista―. Acaso… ¿Qué estás insinuando?―dijo entre dientes. La chica bufó y me volteó a ver.


―No estoy insinuando nada―frotó su frente mientras la bebé hacia pucheros con la cara inundada―. ¡No te hagas el imbécil! No voy a tolerar que uses a mi hija como excusa para juntarte con Takanori para tener sexo. No soy idiota―la cara del músico se descompuso.


―¡Estás bastante enferma de la cabeza si crees que voy hacer algo así frente a mi hija!―inquirió el joven colérico. La mujer sólo respiró jadeante; quizás por el viaje, quizá por la presura, quizá por el vómito verbal, quizá por su mente atiborrada―. Controla tu paranoia.


―Si quieres ver a tu hija, hazlo. Pero no te vengas a encerrar en casa de Takanori―se volteó a mirarme y luego llevó su vista hacia el bolso donde guardaban los esenciales de la pequeña.


―¿Qué? ¿Te la llevarás? ¡Hoy me toca estar con ella!


―Me la llevo, Akira. Ya te dije mis condiciones


―¿Lucy, es en serio?―dije incrédulo. Ésta, con el asa larga colgando de su hombro, me miró mientras caminaba hacia la salida.


―No puedo confiar en alguien que termina sentimentalmente involucrado con el hijo de su expareja y exnovio de su hermana―despegué mis labios sin saber que decir viendo como la chica salía a través de la puerta.


Oí chistar al rubio quien tomó entre su palma la sillita individual caminando tras la madre de su hija la cual ya había desaparecido del lugar. Salió tras ella sin decirme nada mientras yo me quedé ahí sintiéndome horriblemente malogrado por lo ocurrido. Era espantoso escuchar aquellas palabras en mi mente; una y otra vez me atormentaban con lo inverosímil que era aquella relación con el hijo de mi expareja, pero verbalizado con aquella seca violencia fue como sentir un puñal en el pecho. Sabía que era espantoso lo que había ocasionado. Y quien más que yo sabía cuánto había intentado cortar aquello en el mismo instante que percibí lo que estaba comenzando a sentir. Pero ya en ese momento había sido demasiado tarde. Y nuevamente me pregunté lo que estaba haciendo a pesar que ya había pasado por aquel proceso. Pero, ¿acaso uno puede elegir de quién es correcto enamorarse? Todo sería más fácil si así fuera.


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Pasaron unos largos minutos en los cuales aún me encontraba en el recibidor de mi departamento apoyado de la puerta del armario de la entrada completamente abstraído en mis pensamientos, hasta que volví a la realidad y me moví a mi cuarto para derrumbarme en mi miseria. Con esa intención en mente me senté a los pies de mi cama y me recosté hacia tras sintiendo las mismas punzadas en mis sienes que obtuve en mi despertar, pero al posar mi nuca sobre el edredón desordenado sentí una textura extraña. Alcé mi cabeza y observé aquella tela lustrosa; la chaqueta de cuero que le había obsequiado al rubio. La tomé entre mis manos y el peso de la prenda me indicó que posiblemente su teléfono estaba ahí. Toquetee los bolsillos encontrando el objeto tecnológico, una caja de cigarrillos y una billetera. ¿Se le había olvidado con el revuelo? o ¿volvería por ella?


Con la prenda apegada a mi pecho oí el timbre y raudo me alcé de mis talones para regresar a la sala. El aliento volvió a mis pulmones cuando descubrí tras la madera de la entrada, el rostro del joven bajista.


―Les pedí un taxi―dijo al ver mi cara. Esta vez no parecía tener intenciones de entrar.


―¿Hablaron?―cuestioné con preocupación al cuerpo estático situado al exterior.


―Sí, pero nada nuevo. Volvió a repetir lo mismo que presenciaste―exhaló―. Pero su actitud cambió al salir de acá. Se notaba bastante abrumada―se encogió de hombros―. Posiblemente se arrepintió de lo que dijo―lo miré sin saber que decir―. Estoy seguro que toda la mierda que escupió fue mero arrebato de la cólera del momento. Se enteró de lo “nuestro”, tú volviste y al final todos nos volvimos algo locos―declaró. Yo le sonreí algo apagado y, por mi gesto desanimado, éste aproximó su extremidad a mí brazo, pero el gesto no se concretó. Se arrepintió en el proceso y el ambiente se sintió algo incómodo―. Se que esa cabeza dura recapacitará, sobre todo porque se trata de ti y además… nosotros no―se autocensuró―… Ten presente que esto se solucionará porque ustedes dos son demasiado apegados―arrugó su nariz―. Tanto así que, en algunos casos, sentí celos―emitió avergonzado de sí mismo mientras yo lo miraba dubitativo. Pero al final, le sonreí tras percibir que era sincero.


―¿No quieres pasar?―entoné suave cortando aquella plática para continuarla en el interior de mi departamento con mayor comodidad. Éste despegó sus labios, pero no dijo nada. Lo sentí algo inseguro; inseguro de hablar, inseguro de sus acciones e inseguro de sus decisiones.


―No. Será mejor que me vaya―emitió en un suspiro. Éste captó su chaqueta e hizo el amago de tomarla por lo que se la tendí viendo como se la colocaba sobre sus hombros con destreza―. Espero que de algo haya servido mi ayuda―asentí.


―Me quitaste un peso de encima al armar varios muebles difíciles. Ahora, por fin podré desempacar y despejar la sala―él asintió sin una mueca facial y retrocedió. Di un paso fuera de mi departamento. Estaba descalzo, pero no me importó. Tampoco me importó como la puerta se fue cerrando de a poco hasta quedar junta tras mi espalda―. Gracias por venir―murmuré despegando mis labios. Quería preguntarle que iba a pasar con nosotros, con lo que quedó en el aire hace un año, pero a pesar de mi constante e interminable habla, no pude. Y sólo me limité a alzar mi diestra para empuñar la solapa de su chaqueta con presura aferrándome a aquel momento y a que no me dejara. Quizás sólo me agarraba a una esperanza que ya veía como perdida, pero que sólo quería oír de su boca si esta era sí.


Humedecí mis labios temblorosos y lento me acerqué hacia él mientras deslizaba ambas manos a su nuca y, éste sin inmutarse, recibió mi boca. A pesar que acaricié sus labios con suavidad mientras movía los míos contra los suyos, él no reaccionó. Me despegué levemente e iba a volver a rozar mis labios sobre los ajenos, pero sentí como me cogió de la cintura y, con sutileza, me aprisionó contra la pared junto a la puerta de mi departamento. Mi suéter descendió por mi hombro y su zurda se apoyó de la muralla respirando entre cortado sobre mi boca. Noté como dudaba. No sabía si debía o no acercarse y continuar lo que yo había iniciado. Acaricié la curva de su cuello incitándolo a que lo hiciera porque yo ya no titubeaba sobre lo que sentía por él. No obstante, Akira no parecía querer dar ese paso. Decidido me alcé levemente de puntillas para volver a poseer los labios del contrario, pero éste retrocedió y negó.


En aquel momento un vecino salió de su casa y sin mucho disimulo observó el instante donde Akira me rechazaba. Con mi mente nublada en mis propios intereses, no había visto el pánico que el rostro del bajista reflejaba. Y ese mismo pánico lo transmitió a mí rostro cuando dijo:


―Estoy saliendo con Yune―lo miré sin habla recordando el fugaz beso que el baterista le arrebató ayer―. Estamos saliendo de verdad y quiero hacer las cosas bien esta vez―asentí con la cabeza agachada mientras acomodaba mi suéter sobre mi hombro―. No pensé que volverías. Me tomó por sorpresa y me hizo desequilibrarme un poco. Pero ya tengo la mente clara―lo miré avergonzado. Lo sabía, había llegado tarde y no lo quería ver.


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