Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vinculados por koru-chan

[Reviews - 125]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

.


Capítulo once:


La verdad absoluta


.


—Mis anteojos—murmuré rebuscando en el interior de mi morral ya adjunto sobre mi hombro diestro mientras cambiaba la dirección de mis pisadas. Solté mi bolso sobre el sofá más cercano y tras un chasquido de mi lengua di ágiles pisadas hacia el pasillo para adentrarme, silencioso, hacia aquel cuarto que apestaba alcohol.


Me senté sobre el colchón buscando dentro del cajón mis lentes sin éxito. Maldecí a mis adentros preguntándome donde los había dejado hasta que recordé que, descuidadamente, los olvidé sobre el mueble de la sala junto a un libro que aún no podía concluir por falta de tiempo. Bufé reprendiéndome mentalmente por tener mi cerebro perdido; sentía que estaba actuando por inercia, porque tenía que ser así. Exhalé sofocado colocándome de pie para acercarme a los cristales y dejar que aquella caja cuadrada se ventilase. Rápidamente el sonido vertiginoso de las ya atestadas calles envolvió la habitación. Y por ello, fui participe de un despertar ajeno tras mi espalda, seguido de un perezoso movimiento sobre el lecho. Bajé mi cabeza mientras me volteaba lentamente viendo como aquel cuerpo moreno estaba desparramado entre las sábanas blancas con una mueca de dolor que me taladró el cráneo. Con los ojos cerrados llevó, quejumbroso, su diestra a su frente. Arrugué mi nariz molesto conmigo mismo tras el pensamiento empático que rondó mi mente.


Miré mi reflejo maltrecho en el espejo del baño mientras arreglaba, un poco, mi cabello. Hice una mueca molesta porque aquellas ondas marrones, hoy, no se querían controlar de forma prolija sobre mi cabeza. Suspiré abriendo el anaquel de medicinas, busqué la adecuada para aquella dolencia impuesta y desempaqué una blanca tableta para dolencias generales. La miré sobre mi palma he hice un gesto de medio lado sintiendo como mi pecho se encogía dificultándome una óptima oxigenación. Mi cabeza dio una ligera punzada, pero la ignoré cogiendo un pequeño vaso que solitario descansaba sobre la cerámica del lavamanos. Lo llené de agua y, de forma autómata, me dirigí al dormitorio. Entré cauteloso dejando, de la misma forma, el recipiente de cristal junto aquel calmante genérico percibiendo como el cuerpo aletargado a mi lado se removía entre las mantas. Fruncí mis labios. No quería hablar ni verlo, pero aun así no podía evitar tener aquellos gestos amables y empáticos con el hombre que había sido mi pareja por tanto tiempo. Era tan patético. Suspiré entre quebrado dándome media vuelta, pero puse mi cuerpo rígido al sentir como su palma envolvió mi muñeca. Me giré viéndolo como aún tenía sus pestañas juntas y el ceño levemente arrugado. Admiré como abría, sutilmente, sus párpados. Dificultoso pestañó repetidas veces producto de la luminosidad de la mañana a pesar que las cortinas aún permanecían cerradas.


—¿Dónde vas?—se sentó con cautela sobre el lecho como si temiera que cualquier movimiento lo haría vomitar.


—Tengo clases—mi timbre sonó osco mientras tiraba de mi muñeca para zafarla de su agarre—. Y estoy atrasado—articulé viendo la hora en mi brazo recuperado.


—¿Clases?—murmuró desorientado—. ¿Cómo hoy? Es domingo—argumentó mirándome con dificultad.


—Te dejé una píldora sobre la mesa de noche—su mirada viajó hacia la mía con un deje de sorpresa llevando sus ojos hacia el lugar mencionado—. Me tengo que ir. Ya estoy muy atrasado.


—Por favor… —verbalizó  ronco—. Sé que estás molesto, pero déjame hablar contigo—cerró un ojo seguro por alguna punzada en su cabeza—. No te vayas con esa excusa…


—Dios—exhalé—, no es ninguna excusa. Hoy es lunes, Yuu—despegó sus labios mirándome sin entender. Suspiré cogiendo el analgésico con el vaso colmado de agua para tendérselo. Este agradecido lo tomó y sorbió sediento el líquido.


—No te vayas, de verdad yo…


—No me iré, ¿dónde me iría?—me carcajee sin humor interrumpiéndolo. Lo vi asentir culpable por, seguro, mi maltrecho semblante. Acercó su mano temblorosa a mi zurda lánguida para acariciar el dorso de esta la cual tras el contacto provocó que se me crispara la piel. Alejé mi extremidad de su unión viendo su mirada adolorida por mi arrebato. Me giré, sintiendo como mis ojos comenzaban a escocer, para escapar de aquella opresión la cual había luchado por controlar, pero mi batalla interna había sido vencida.


—Te espero para la cena. Amor, de verdad necesitamos hablar—me volteé antes de emerger del umbral del cuarto. Lo miré sin saber que decir. Lo que menos deseaba era hablar porque sabría que me quebraría; no quería que me dijera que había sido una jugarreta y que todo estaba bien ahora. ¿Cómo todo podría estar bien cuando había roto mi confianza?


—No sé a qué hora llegaré—entoné como despido.


.


—¿No te iras?—alcé mi vista tocando cansinamente el puente de mi nariz bajo mis anteojos observando, al parecer, al último profesor en la sala común. Exhalé asintiendo mientras paseaba mis ojos hacia un gran reloj sobre el marco de la puerta; eran las seis y media de la tarde. Mi último bloque de clases había concluido hace ya varias horas, pero me quedé revisando material, corrigiendo exámenes y trabajos. Y cuando ya no tenía más, estudie el próximo contenido para las siguientes dos semanas. Era claro: Estaba aterrado; volver a casa significaba muchas revelaciones que no me sentía apto para afrontar—. ¿Problemas maritales?—despegué mis labios tras sus palabras volviendo a enfocar su rostro de mueca divertida. Le sonreí negando dubitativamente con mi cabeza mientras, pausado, arreglaba todas mis herramientas educacionales—. Eres pésimo mentiroso—fruncí mi frente sin mirarlo—. ¿No me dirás?—bufé aferrándome a la mesa mientras impulsaba mi cuerpo hacia atrás para, al fin, alzarme de aquella mullida silla de escritorio—. Y yo que creí que éramos amigos—rodé mis ojos tomando mi morral para guardar todo ordenadamente.


—Somos amigos. No estés manipulando el término de la amistad, Kathy. Así no conseguirás nada de mí—me sonrió volviendo sus pisadas para sentarse junto a mí sobre la madera del mueble. Corrió unas carpetas y se apoyó relajadamente observándome con cautela.


—Problemas, ¿eh? Sé que no son de mi incumbencia. Y créeme que no soy el mejor en dar consejos amorosos, ni el que sabe todo acerca del sexo gay; para eso está san google. ¿Pero ya ves, que tan bueno soy? Que te prestaré mi hombro para que llores si lo necesitas. Vamos, ¡suéltalo!—volví a negar con mi cabeza mirando a aquel particular sujeto de apariencia moderna. El hombre, en vez de profesor, parecía el miembro de una banda de rock Indie dada su estética llamativa—. ¿Nuevos conflictos con tú hijastro rebelde?—intentó averiguar tras mi silente presencia. Negué corriendo la silla para sentarme nuevamente.


—Sólo tuve un altercado con Yuu—dije en un hilo de voz mirando mis manos frotarse nerviosamente sobre la tela de mi pantalón de mezclilla.


—¿Sólo eso? Te ves demasiado desganado para que haya sido sólo una discusión. Debió ser serio. Ustedes parecen una perfecta pareja de casados, de esas aburridas y monótonas que ni sexo tienen, pero que se complementan maravillosamente, tanto que molestan a la vista—esbozó una genuina mueca risueña.


—¿Y después preguntas el porqué no te cuento mis problemas?


—Es mi sincero punto de vista—se encogió de hombros.


—Bueno, sí es algo serio—fruncí mis labios—. Creo. No, lo sé. Yuu me engañó con otro—tragué dificultoso al verbalizarlo—. Quien sabe desde cuando se acuesta con… Este sujeto—exhalé con dificultad—. No sé qué hacer—dije en un tono de voz quebrado—. Estoy seguro que si me dice que lo perdone lo haré y sé que eso es muy incorrecto, pero él ha sido la única persona importante en mi vida—el hombre junto a mí, hizo un chasquido con su lengua.


—¿Lo viste? En…—lo miré sin una expresión definida—. ¿Él lo reveló todo?—Su mirada estaba molesta, pero su semblante era neutro y calmo.


—Se lo pregunté… No me contestó. Su rostro me hizo asumirlo. Esto pasó ayer y hoy, con resaca, quería, seguro, excusarse. Salí de casa sin dejarlo—bajé la mirada controlando la fiesta de emociones chocar dentro de mí.


—Taka, no des todo por terminado—acarició mis descontroladas ondas.


—Sé que te burlarás cuando te diga esto—hablé con la voz rota mientras sentía como mis ojo se llenaban rápidamente de lágrimas—, pero siento que me ahogo de sólo pensar en que no estaré con él. Duele tanto…


—Aún no han hablado, ¿puede que todo haya sido un muy mal entendido? Démosle la opción de duda hasta que demuestre lo contrario.


—Tengo un deje de esperanza, pero he estado dilatando mi llegada al departamento. No quiero oír la verdad, porque sé que me va a romper.


—Te entiendo. Es normal sentir todo eso, pero no tienes derecho a deprimirte antes; deja de pensar en un futuro incierto. Ahora te vas a parar y vas a ir. Sabes que no te quedaras en la calle porque mi casa es tú casa. Pase lo que pase estaré aquí para ti—lo miré con agradecimiento mudo mientras secaba mis mejillas y aquel hombre perfectamente uniformado con un traje de deporte, acercó su diestra hacia mi nuca para que apoyase mi frente sobre su abdomen. Kaolu siempre había sido un gran apoyo desde que había llegado a dar clases como primerizo a esta escuela de enseñanza básica y rápidamente se transformó en un gran amigo.


.


—La comida se enfrió—entonó calmo una vez que me vio aparecer a través del pasillo que conectaba con la sala y el comedor. Él estaba sentado frente a una mesa elegante con velas consumidas.


—Tenía trabajo que terminar—después de perderme analizando aquel gesto romántico—bajo un manto de doble lectura—lo observé intentando mantener controlado mis sentidos.


—Nunca llegas tan tarde.


—¿Nunca? ¿Cómo sabes si rara vez estás en casa? Y cuando estás, intento llegar temprano para estar contigo—dije con resquemor. Él suspiró. Guardamos un largo mutismo sin que ninguno moviese un músculo.


—Siéntate, voy a calentar todo esto y podemos…—hizo el gesto de levantarse del comedor, pero lo interrumpí en el acto.


—¿Desde cuándo te acuestas con él?—articulé sin más dilación. Lo vi sentarse nuevamente cruzándose de brazos. Miró hacia un punto muerto de la sala como si pensase cuidadosamente que decir. Fruncí mi mandíbula harto de la incertidumbre—. Te dije, te mencioné muchas veces que me molestaba su presencia y tú insistías con que eran amigos. Si querías estar con él, ¿por qué me enamoraste a mí?—hice una pausa viendo como me miró con furia. Se alzó de la mesa y se acercó a mí tomándome de las muñecas. Exhalé quebrado negando; presagiando su dolorosa respuesta—. ¿El verme vulnerable te excitaba?—dije en un fino tono—. Claro—reí amargamente soltándome de su sutil y molesto agarre que me quemó horriblemente. Sentí como si temiera que me quebraría en cualquier momento e intentaba ser cauto; pero ya estaba roto de cualquier forma. Arrebaté una lágrima que rodó por mi mejilla traicionándome; revelando mis emociones a flor de piel—, después que lograste encamarte conmigo te diste cuenta lo aburrido que soy, además, claro, de tener que lidiar con mis conflictos familiares y mentales. No soy como él: divertido y eufórico; siempre dispuesto y abierto de mente—tragué en seco; ahogándome con mis propias palabras.


—Detente y mírame—con mis ojos ya derramando lágrimas en cascada lo observé—. No te he engañado. No lo he hecho.


—Basta, por favor—entoné desigual en un susurro inaudible.


—Debo admitir que con Yutaka pasó algo en el pasado, antes que tú llegaras al café. Todo estaba mal con mi esposa y en una noche de copas en mi viejo departamento nos besamos... Esa vez fue la primera vez que besé y me acosté con un chico. Fue interesante y nuevo. Podría haber pasado algo más, pero no ocurrió; ni en ese momento, ni después porque no sentía una atracción sentimental por él ni por nadie, hasta que te vi—lo miré a los ojos sintiendo como su toque suave ascendía de mis manos a mis hombros y se devolvía—. Con Yutaka siempre hemos tenido este flirteo, ya sabes, por nuestra historia; pero lo de anoche, sé que fue inapropiado. Lo reconozco—bufó acariciando mis mejillas con sus pulgares—. Esto no es una excusa porque es algo infantil, pero últimamente he estado pensando en todo lo que pasó con Akira y me irrita demasiado vislumbrar el hecho que él y tú… Desde un tiempo para acá ya no veo a mi hijo como un niño; rápidamente saltó esa brecha y ahora, que es un hombre, me perturba su presencia. Ayer enloquecí, lo reconozco; verlo acá interactuando contigo me golpeó como una locomotora.


—Dios, no. Te he dado la suficiente confianza para que pienses algo así de horrible. Es tu hijo, Yuu. Akira tiene la edad de mis hermanas. Él para mi es eso, una persona a la cual debo cuidar y proteger.


—Pero no lo es…—resopló—. Y no me contaste ese hecho tan importante—apretó con fuerza mis hombros  mientras yo fruncía mi mandíbula.


—¡No lo hice porque no sabía cómo abordar algo así! Me sentía avergonzado…—Yuu me abrazó—. ¿Por qué volvemos a lo mismo? ¿Por qué intentas voltear los hechos, ahora?— entoné en un sollozo—. ¿Sabes?, Yo no quería ver las señales—deshice el abrazo—, pero Akira me abrió los ojos y… Sí él no me hubiera insinuado esto, tú jamás me hubieras contado este hecho de tu pasado, ¿no?—bufó intentando camuflar su creciente ira.


—Tienes razón. No lo hubiera hecho porque no tiene significado para mí—me miró profundo—. Eres tan manipulable e ingenuo—lo observé incrédulo; sentí como si le hablaba a un niño de cinco años.


—¿Qué?


—Le crees una y otra vez al chico. ¿Cuándo vas a entender lo macabro que puede llegar a ser Akira?


—¿Yuu, te escuchas hablar?— fruncí mi entre cejo—. ¿Cómo no creerle cuando tú me dabas todas las aristas con tu muestra excesiva de cariño hacia Yutaka?


—No he te engañado, jamás lo haría…Créeme, te amo—vocalizó decidido dejándome sin aliento. Mi mentón tembló. Lloré sin consuelo alguno llevando mis palmas a mi rostro luchando con mi mente y corazón. El hombre frente a mí me abrazó de forma apretada susurrando consonantes de consuelo. ¿Todo había sido un muy mal entendido? Mi mente era un torbellino, pero aquellas dos últimas palabras era lo único que podía oír como eco una y otra vez. Me desmoroné por completo entre sus brazos. Lo amaba, él me amaba. Repetí dentro de mi mente como un mantra. Nadie que ame puede hacer daño al otro. Eso estaba claro, ¿entonces porque seguía temiendo? La soledad me aterraba, verme completamente perdido en el mundo calaba profundo dentro de mí. Yuu era mi todo y temía perder a aquella única persona que vio más allá dentro de mí. Erguí mi cabeza y la intensidad de su mirada me terminó por convencer como un poderoso hechizo. El moreno se aferró a mi mandíbula con sus fuertes manos y tras susurrar nuevamente un:—Te amo, bebé, estampó sus labios sobre los míos con suavidad atrayente.


.


.


.


—¡Hey!—abrí uno de mis ojos con pereza viendo, borroso, un rostro de ceño fruncido sobre mí completamente contrario a mi posición. Vi como arrebató un libro olvidado sobre mi pecho haciéndome reaccionar. Me enderecé de mi letargo de media tarde sentándome sobre el mullido cojín del sofá. Bostecé frotándome el rostro para despabilarme de aquel cansancio semanal.


—Akira, qué sorpresa—entoné aún adormilado—. ¿Cómo entraste?


—Robé tus llaves—lo miré sin gesto visible dándome cuenta del paradero de mi copia perdida.


—Podría, al menos, avisarme para la próxima vez. Anduve como loco buscándolas—se carcajeo entre dientes.


—¿Lees un libro de asesinos psicópatas?—alzó una ceja intrigado—. ¿Buscas material para realizar un homicidio perfecto con Yutaka?—se carcajeo con entusiasmo mientras mi rostro se transformaba en uno ofendido.


—No. Y mejor ni lo nombres—rápidamente se quedó mudo analizando mis facciones enervadas del repetitivo tema. Suspiré, aún el nombre de aquel sujeto me ponía nervioso a pesar que habían pasado tres semanas después de aquel mal entendido—. ¿A qué debemos tú visita?—pregunté al instante para evitar algún cuestionamiento del veinteañero que me fuese a incomodar. Vi como descansó sobre el suelo un bolso deportivo—. ¿Vuelves a la casa?—me icé de golpe y, con mi cuerpo vibrando de felicidad, me aproximé al ajeno para abrazarlo, pero este retrocedió extrañado. Me quedé inmóvil en el acto viendo como interpuso su palma frente a mi rostro.


—Ni se te ocurra tocarme.


—Como si tuviera lepra—murmuré.


—Lo gay es contagioso—abrí y cerré mi boca irritado—. Y no. Sólo vine a lavar mi ropa—hice una “O” con mi boca asintiendo.


—¿Has lavado ropa alguna vez?—el rubio rodó sus cuencas al tantear mi ironía juguetona.


—Tendrás que enseñarme si no quieres que explote tu máquina. Soy bueno explotando cosas y chupando vaginas—lo miré estupefacto mientras bufaba.


—Eres… insufrible—vociferé pasando a su lado para direccionarme al pequeño cuarto de lavado que ni siquiera era un cuarto en sí, sino un diminuto closet. El chico, junto a una risita maliciosa me siguió de cerca hacia la cocina donde estaba dicho lugar escondido detrás de una puerta corrediza—. Primero debes separar la ropa: Oscura, blanca y colores.


—No tengo nada blanco ni de color—vi como volteaba el bolso atiborrado esparciendo un manto negro sucio sobre la pulcra cerámica de la cocina.


—Okey, más fácil—rodé mis ojos—. Revisa, entonces, los bolsillos de las prendas. Un diminuto papel puede hacer estragos en la ropa y no quiero malas caras después. Te lo advierto—. Voy a echar esta poca ropa junto con la tuya. Estaba acumulando más prendas oscuras, así que llegaste en el momento preciso—salí del cuartito dejando que el veinteañero hiciera la tarea de verter su ropa dentro de la automática máquina mientras yo buscaba un par de vasos para servir un poco de jugo a la inusual visita.


—Listo—entonó saliendo mientras le tendía un vaso de contenido rosa. El chico lo miró de mala forma acotando un escolar: —Mira. Rosita como tú, princesa. Te faltaron brillitos para hacerlo súper gay—cogió el cristal alzando una de sus cejas a la espera de alguna réplica de mi parte, pero lo único que obtuvo fue una nula reacción; ya estaba acostumbrado a su horrible sentido del humor.


—Tienes una muy mala imagen de las personas homosexuales. No todos son del prototipo gay afeminado—solté entrando al lugar para derramar la cantidad adecuada de detergente líquido sobre las prendas y percatarme que en la cesta no quedara nada. Para mi sorpresa, sí había un par de camisetas y un pantalón azul oscuro olvidado detrás de la canasta. Lo cogí revisando cada bolcillo obteniendo un par de envoltorios y una especie de boleta. Introduje la prenda dentro de la lavadora para cerrarla y salir del pequeño cubículo. Eché dentro del contenedor de la basura los envoltorios olvidados quedándome con la boleta de impresión algo borrosa entre mis dedos.


Caminé con el papel hacia la sala donde se encontraba el rubio sentado cómodamente frente al televisor y busqué entre los almohadones mis anteojos. Cuando los encontré me senté junto a mi hijastro alisando el blanco papel sobre mi muslo mientras limpiaba los cristales de mis lentes ópticos.


—¿Cassis? Eso no es un conocido hotel donde las parejas van a coger?—miré hacia mi izquierda con el ceño fruncido mientras me montaba el marco frente a mi cara—. Por tú cara, asumo que no fuiste tú el invitado a ese candente lugar—habló venenoso.


—Acá no hay un hotel Cassis—dije en un hilo de voz


—No. Creo que hay uno en Kioto—mordí mi labio inferior leyendo la boleta entre mi palma derecha. De repente mi garganta se cerró al corroborar el día y hora que aquel hombre había acudido aquel lugar… Era un maldito mitómano, ¿cómo pudo mentirme con tal descaro? Miré aquel trozo de papel como si me diera las respuestas a las múltiples incógnitas que se me acumulaban. Negué con mi nuca repetidas veces mientras mordía mi labio inferior con ahínco pensando en las posibilidades…


—No. Él sólo se quedó ahí para pasar la noche—emití con la voz quebrada mientras cubría mi boca y tragaba un nudo duro en mi garganta—. Me miró a los ojos y me dijo que no me ha engañado y que nunca lo haría…


—Síguete repitiendo eso como un mantra, Matsumoto. Sigue con tu maldita venda en los ojos—entonó mordaz alzándose del sofá para caminar hacia la salida.


—¿Te vas? y ¿la ropa?—alcé mi vista aguada


—La vengo a buscar mañana u otro jodido día. Me da igual—caminó dando grandes zancadas—. Hoy no estoy de humor de ver tu maldito drama demencial.


Suspiré arrugando el papel entre mi palma diestra mientras me dirigía a la cocina y soltaba aquel diminuto papel dentro del basurero. Actuaría como si jamás lo hubiera visto…

Notas finales:

¡Hola!

Este capítulo fue difícil de escribir. Me trabé bastante. Espero que haya sido de su agrado y que la historia les siga intrigando.

Leer sus bonitas palabras me anima demasiado a continuar con esto. Al menos sé que no estoy sola por la web. Son geniales.

Gracias por aún continuar por acá.

Un beso.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).