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Feliz. (kaihun/sekai) por Broknyouth

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Notas del capitulo:

Este es un oneshot que le dediqué a mi mejor amiga. Pensé que podría subirlo por acá también pero se me olvidaba, ah. 

 

 

"¿Eres feliz? ¿Lo seguirás siendo mañana?" 

"Tal vez solo por un momento".

"¿Estás loco? ¿Lo dejarás de estar mañana?" 

"Tal vez no haya solución para eso".

 

 

 

La mujer sonreía mientras jugaba con el mechón de cabello que se escapaba de su moño. Sus labios eran rojo intenso, sin embargo, su peinado estaba bien recogido y lucía lo suficientemente decente como para atender en esa tienda de ropa masculina. Se hacía la desinteresada e igual se notaba que se partía en mil trocitos por el moreno que le coqueteaba mientras atendía.

—Eres la hija del dueño ¿no? ¿No puedes hacerme una rebaja? Es que necesito nueva ropa —Jongin le sonrió, con intenciones ocultas.

—Esa ropa ya tiene descuento, ¿eres tan pobre o qué? No tienes pinta de serlo —cruzó sus delgados brazos.

—Para nada. De hecho, es que tengo un plan para conseguir trabajo y necesito un atuendo más o menos así —soltó, en un murmuro, gentilmente pidiendo a la chica que se acercara con la mano—. En realidad, lo necesito urgente, es que me estoy encargando de mi hermana menor... Y de verdad, necesito trabajo.

Estiró la manga blanca de la camisa blanca, con cierto brillo en sus ojos. La mujer pudo verlo, la esencia de la necesidad en aquel guapo rostro y ojos tranquilos, y cuando Jongin volteó a verla, su corazón se disparó como el de una adolescente incauta. Habían otros clientes quienes eran atendidos por otras chicas dispersos alrededor.

—¿Cuántos años tiene tu hermana? —interrogó, acercándose más.

—Tiene diez años, está yendo a primaria. —dijo, y de pronto sus ojos se abrieron como si le atacara una idea brillante— ¿No podrías tú conseguirme trabajo aquí? Tengo experiencia y seguro me va muy bien.

—¿De verdad lo necesitas tanto? —lo miró seria y él le correspondió el gesto, haciéndola resoplar, haciéndola caer. Jongin sonrió con disimulo, había ganado. —No puedo hacer que mi padre te contrate porque además, te ves muy jovencito. Pero...

—¿Pero?

—Te voy a hacer la oferta, tómala o déjala. —chasqueó la lengua, mas para sorpresa ajena, también sacó su teléfono móvil muy coqueta y añadió— Eso sí, le darás tu número a noona ¿okay?

Jongin sonrió una vez más. Y por dentro, en realidad, quiso poner los ojos en blanco.

Caminó por la calle cuando ya era de noche, con unas cuantas bolsas de ropa que consiguió todas a punta de su labia. Se adentró a una zona poco iluminada, solitaria y fue buscando sus llaves, de las cuales guindaban un pollo amarillo y un oso de felpa. Un llavero bastante infantil para tratarse de un adulto, aunque como era un regalo que recibió hace años, todavía lo conservaba. Recordaba que al tenerlo en sus manos, exclamó con hipocresía que le había encantado. Era un mentiroso, un descarado y era natural en él, no le pesaba para nada. Desde muy joven, fue dándose cuenta del maravilloso poder de las palabras en compañía del tono y gestos adecuados. Un fuerte discurso podía dar más duro que un golpe de boxeador si se usaba bien. Se acostumbró a mentir a todo el mundo, a mostrarse como alguien que no era. Diseñó una máscara perfecta y le puso candado a su corazón para no ser descubierto.

Miraba a la gente cuando hablaba, directamente, sin una sola duda y de vez en cuando brindaba sonrisas cálidas de las que nadie podría sospechar, miradas fijas o muecas que expresaran la idea que quería dar, tenía cuidado al inventar, cuidado de no contradecirse ni de sonar exagerado. Le habría agradecido al estafador de su padre, sino fuera porque desapareció sin dejar rastro cuando él tenía diecisiete, huyendo de la casa que luego él tuvo que vender para pagar parte de sus deudas. Y en definitiva, si en esos momentos se lo hubiera encontrado en la calle, habría extendido su mano para decirle, con su particular educación: "muchísimas gracias por servirme de buen y malísimo ejemplo, maldito perro".

En fin, la cuestión era que por supuesto, Jongin no tenía hermana, no necesitaba trabajo porque ya tenía, o ya se lo inventaba, y más obvio, tampoco le había dejado su verdadero número a la mujer de la tienda. Entonces ¿por qué todo eso? ¿A qué se debía el show de esa tarde?

—Llegué a casa. —avisó antes de entrar, algo cansado por el recorrido de aquel día. Desató la bufanda negra que tapaba su cara hasta la boca y la dejó reposando en sus hombros, a esa bufanda gastada que guardaba como recuerdo de algo. Nadie le respondió el saludo, así que dejó las bolsas en el suelo y cerró la puerta tras de sí.

Estaba a oscuras, en silencio y seguramente se había dañado el calentador otra vez, porque tenía frío. No tanto como cuando estaba afuera, pero lo tenía. Encendió la luz, sin ni siquiera tantear en la pared porque ya estaba acostumbrado. Hace más de un año Sehun y él alquilaron ese cubo con cocina y baño para vivir.

Y hablando del rey de Roma, allí estaba, tirado en la colchoneta en medio de la sala —la cual era su cuarto también—, estaba enrollado en muchas sábanas, dando la impresión de ser un gusano gigante, puesto su rostro ni se veía. Jongin sonrió, esta vez de verdad, y lentamente se acercó hasta su novio para caer y abrazarlo incluso por encima de las múltiples telas.

—Llegué a casa. —repitió, mucho más bajo, y de a poco, el gusano gigante se empezó a mover hasta asomar la cara entre tantas capas. El joven le miró sonriente, con el flequillo revoloteando, los ojos cansados, la nariz roja y Jongin se enamoró de él como si nunca lo hubiera estado.

—Bienvenido. —habló bajito también, sin salir de su capa protectora.

En ese instante parecían bastante contentos en aquel lugar tan simple y pequeño.

—¿Cómo estás? ¿Dormiste todo el día hoy? —aún abrazándolo, el moreno apretó el contacto, con el otro casi ronroneando.

—Estoy bien... Salí un rato en realidad. —confesó Sehun. Jongin se mostró expectante. El frío seguía en el ambiente.

—Ah, ¿sí? ¿Adónde fuiste?

—A una tienda.

—¿Compraste algo? —se sentó, dándole un recorrido al lugar con la vista y en efecto, consiguió unas botellas de pintura de uñas a un costado de la colchoneta. Casi todas de colores pasteles, los colores que le gustaban al muchacho de un tiempo para allá. Resopló. —Sehun...

—¿Dónde estabas? —él preguntó sin querer responder el tema anterior. Tenía hambre, mas no lo iba a mencionar cuando ya se acostumbraban a no cenar.

—Estaba comprando ropa. Tú sabes, necesito verme presentable —volvió a fijarse en las pinturas y regresó a su pareja—. ¿Por qué te has llevado eso? No me vas a decir que lo necesitabas o algo parecido —cuestionó y ya sabía la respuesta, su habladuría estaba de sobra.

—Me llamaron la atención —dijo el otro, todavía acostado, mirando a su novio como si hurtar de la farmacia no fuera nada malo ante su perspectiva—. Nadie me vio, salí rápido del lugar.

—La vez anterior no fue así. —musitó Jongin y no dijo nada más. Sehun empezó a sentirse mal.

Él ya sabía que Jongin no le juzgaba, que conocía su horrorosa condición. No obstante, sí le preocupaba y era algo que ninguno podría evitar. Cuando a Sehun le gustaba algo, simplemente lo tomaba. Había sido así desde que tenía memoria.

Desde aquella vez en el jardín de infantes, cuando uno de los niños trajo un tren de juguete para presumirlo al resto del salón y él, con cinco años, se escabulló durante la hora de la siesta para llevárselo y esconderlo en una maceta del patio. El llanto de su compañero no tardó en aparecer y Sehun, apretando sus pequeñas manos, se sintió mal, se sintió muy mal porque el niño que se sentaba a su lado y compartía los dulces con él, pataleaba enrojeciendo sus mejillas y orejas al no encontrar su preciado juguete, aun si las maestras revisaban todo el salón y las mochilas y bolsos de todos los niños. Sin embargo, con ese mismo malestar, antes de que su madre se lo llevara esa mañana, fue y sacó el juguete de la maceta y lo pasó a su bolso, para después irse corriendo al coche rojo que compró su progenitora hacía años. Dentro, suspiró de alivio y satisfacción, y claro, no se detuvo allí.

Si algo algo le llamaba la atención a Sehun, le parecía bonito o le gustaba, tenía que ser para él. Su madre también lo había consentido demasiado, siendo su único hijo y además, idéntico a su fallecido padre. Ella lo complacía en todo y bastaba que su bebé abriera la boca para que diera brincos si era necesario. Así que de esta manera creció Sehun, mimado y arrebatando. No era todos los días al menos, era cuando por así decirlo, nacía el impulso.

Primero un tren de juguete, después el sacapuntas de las tortugas ninjas y el lápiz de goma, más tarde los colores de la chica que le gustó en segundo grado de primaria. En silencio, a escondidas, arrepintiéndose al final, e igual repitiéndolo. La taza decorada de su tía, la pluma plateada del profesor de ciencias y la pulsera de cuero que llevaba siempre el presidente de la clase. Si Sehun lo quería, sus manos le picaban por tenerlo, por tomarlo y por ocultarlo del resto. Y le daban ganas de llorar inclusive, dado ni siquiera sabía el porqué de sus ansías. Muchas de las cosas que deseó en determinado momento, le aburrían al pasar los días y si podía, las devolvía en sigilo o las regalaba.

Tenía una buena vida, su mamá lo cuidaba y atendía, tenía amigos para pasar el rato, tuvo sus novias para besar y tocar. Así que no tenía sentido, por donde fuera que él buscara no lo encontraba, no podía comprender qué mierda hacía metiéndose en la tienda de accesorios para guardarse esos pendientes en los bolsillos, cuando él ni siquiera los usaría y muy bien podía pagarlos.

Y se había vuelto un experto, porque nadie lo descubrió hasta que se topó con alguien más que vivo.

—Te vi —escuchó, deteniéndose en el acto—. ¿Estás buscando un regalo para tu novia? ¿No es muy descarado darle unos pendientes baratos y robados?

Y ahí venía, ese malestar, ese que se acumulaba en su pecho cuando veía a la gente buscar lo que él tenía, o mucho peor, que descubrieran su acción. Que lo agarraran con las manos en la masa, o bueno, con los pendientes en este caso.

—¿Eh? —respondió, haciéndose el confundido, entre la gente que entraba y salía viendo la mercancía por el pasillo. No era una tienda muy grande. Quien le hablaba llevaba una bufanda negra en pleno verano, y eso llamó su atención—. No sé de qué me hablas, te habrás confundido.

—De los pendientes blancos que tomaste muy tranquilón y guardaste en el bolsillo de tu chamarra. Te vi, mocoso —susurró a su oído, justo a su costado— Conozco al dueño de este lugar, le voy a contar si no los regresas donde deben estar —dijo, y Sehun del malestar pasó al miedo. ¿Qué pasaría si le descubrían? Era menor de edad; le iban a meter una golpiza y llevar hasta la policía, por unos míseros accesorios que ni habría podido utilizar. Intentó relajarse y obedeció, sintiendo una fuerza sobrenatural resistiendo sobre su brazo. Pero lo consiguió, devolvió esa cosa a su sitio y por esto, el alivio le invadió hasta el punto de hacerlo olvidarse de la comezón en sus dedos.

Cuando giró a ver al tipo de la bufanda, este le sonrió, conforme.

—Yo...

—Elige esos de allá —señaló Jongin y los tomó—. Son mucho más bonitos y seguro le gustan a tu chica. Cuestan más, pero no te preocupes, yo los pago. Solo no vayas a estar haciendo esas cosas, te vas a meter en problemas.

Sehun asintió algo sorprendido, y detallándolo bien, descubrió que quería su bufanda.

Un tiempo luego se dio cuenta de que quería algo más, y no, no a causa de su arrebatada compulsión por robar. Esa condición no tenía nada qué ver.

Con el pasar de los días se enamoró del sospechoso ahora conocido, y sin pedir permiso o avisar, forzó el candado, se llevó su corazón y lo guardó junto al propio. En silencio, a escondidas y sin arrepentimientos de ninguna especie. Era la única cosa que nunca se atrevería ni querría regresar.

—Creo que deberíamos hacer algo al respecto ya... —Jongin interrumpió sus pensamientos— No has podido encontrar trabajo desde hace meses, y no quiero que te pases los días aquí, encerrado. —habló mientras iba acostándose nuevamente a su lado.

—Entonces llévame contigo cuando salgas —apartó las cobijas, acercándose al mayor—, Jongdae me dijo que podría ayudarlos en algo. Es preferible ¿no lo crees?

—¿Jongdae te dijo qué? —pareció pensarlo. ¿Cuándo su hermano iba a dejar de estar proponiéndole de sus trabajos a Sehun? No le gustaba la idea, quería que el de piel pálida tuviera un trabajo más estable que los típicos malabares o trucos de reventa que utilizaban los hermanos Kim Jong—. No te va a gustar, además, necesitas ir de un lugar para otro, saber convencer gente y... —ya había empezado a excusarse y Sehun se olvidaba de insistir cada que hacía eso.

—Ufff, olvídalo —se quejó, mas no dejó su posición, movió los dedos de sus pies y los rozó con las piernas ajenas—. Te quiero. —se resignó a decir, reposando su mejilla en la cobija bajo él. No exigiría explicaciones, no le hacían falta. Hace mucho que no las necesitaba. —Te quiero demasiado.

Jongin le miró y sintió a su corazón más relajado. No iba a mentirle a Sehun, no iba a excusarse más porque, así como él le descubría cuando intentaba llevarse algo, el contrario reconocía sus tapaderas de forma impresionante.

—También te quiero. Mucho más. —respondió, con la sinceridad más absoluta que pudo entregar en su vida. Le dolía un poco el estómago y estaba cansado, mas se le pasaba de largo al estar así, tirado en la colchoneta con el menor.

Extendió su brazo, acariciándole el cabello, apartando unos mechones de su frente y luego yendo a su cuello, causando que el otro murmurara consentido, entretanto él observando ese morado que tenía en la quijada y tanto le molestaba. Hace una semana habían agarrado a Sehun intentando llevarse un paquete de chocolates en el kiosco que quedaba a unas cuadras, y sino fuera porque andaba con dos amigos, seguro le habrían dado la paliza de las palizas. Cuando Chanyeol se lo dijo, quiso ir a reventarle la cara al viejo loco dueño del negocio, ya que unos chocolates no eran excusa para soltarle los puños que le soltó a su novio. Se preparó para hacerlo, gruñendo de rabia cuando tomó el bate que le había regalado Jongdae en sus diecisiete y jalando la manecilla de la puerta, solo que siendo San Valentín, Sehun terminó aclarándole que los chocolates eran para él y que su última intención fue meterlo en líos, que pensaba pagar los chocolates y por el contrario, sus manos empezaron a deslizarlos por su mochila. Sus hombros cayeron rendidos junto a su espíritu en resignación.

Estaban ambos en la quiebra, Jongin tenía muchos planes reventándole en la cabeza cuando salía a trabajar y, momentáneamente, se olvidaba de Sehun hasta que llegaba a casa y lo hallaba ahí; tirado, con moretones y con hambre. Entonces era él quien tenía ganas de echarse a llorar.

No estaba funcionando ¿verdad? Se querían, pero los engranajes no estaban haciendo que el reloj diera la hora exacta y Jongin seguía mintiéndole a Sehun con su típico "este negocio sí funcionará". El mundo exterior no era optimista, no era paciente, era cruel y exigente, y eso lo demostraba la gente queriendo matar a golpes a los ladrones, los ladrones queriendo matar a la gente para arrancarles cualquier cosa, los despidos concurrentes, las ofertas de trabajo tan limitadas, las subidas de precio y a todas esas, se supone que vivían en un país relativamente acomodado.

Yacían en un mundo donde ambos eran unos buenos para nada, pero se las iban a arreglar. Lo sentía como una realidad, porque él había encontrado un nuevo trabajo, el cual sería un nuevo ingreso y por consiguiente, Sehun tendría una cama para dormir y mejores cosas en la nevera para comer.

No tendrían que vivir en una caja ni verse nada más en las noches. Entonces, cuando fuera San Valentín, comerían pastel de chocolate y se arroparían en su cama matrimonial, verían la televisión y Sehun conseguiría un oficio de nuevo. En un restaurante, en una librería, en un centro de llamadas... En un lugar no tan forzado y donde pudiera ir a verle para hablar en la hora de descanso.

Algún día las cosas marcharían mejor. Bailarían, beberían y le gritarían al mundo que no eran unos buenos para nada, sino que eran todo lo bueno para el otro.

—Repítelo. —dijo Sehun en su presente, mirándolo a los ojos, ahogándose en sus pupilas, y él obedeció, a total gusto.

—Te quiero, mucho y demasiado. —aseguró, moviendo sus labios despacio al comunicarlo, para volver a apretar al menor en un abrazo. Este le correspondió y dieron vueltas por la colchoneta. La bufanda negra se resbaló por un lado, tapando las olvidadas pinturas de uñas.

Las risas se escuchaban desde afuera de la puerta y la verdad les daba igual molestar los vecinos. Jongin mordió su oreja con cuidado y Sehun jaló su cabello jugando, volvieron a dar vueltas y rodaron hasta el suelo, como dos niños, con veintitrés y dieciocho años de edad. Hubo un momento en el cual Sehun le besó con suma suavidad, a lo que Jongin, creyó estar entre las nubes. Y no era así, pero estaba bien; con el corazón latiendo y secuestrado, la panza cosquilluda y adolorida y los pies fríos en el piso. Con su cerebro ignorando esas feas recomendaciones que le daban sus amigos, las de abandonar al cleptómano antes de que este le metiera en un problema serio.

Era incapaz de eso, al igual que Sehun, quien ignoraba a su madre cuando en las llamadas le pedía que regresara a su hogar, donde recibiría comodidad y más oportunidades. Es que ni lo rozaba la duda,  el complejo de niño de mami se le había esfumado por culpa del enamoramiento. Amaba a su mamá, sí, la amaba como a nadie, no obstante ella lo encerraría apenas tuviera el chance. Lo creía incapaz de desenvolverse como una persona normal y con decepción, le reprochaba todo lo que alguna vez hizo por su bien.

Jongin peinó el cabello más claro con sus dedos más oscuros y besó aquellas mejillas con entusiasmo para volver a los labios más delgados, sintiéndolos contra los suyos una infinidad de veces. Veía que se besarían y abrazarían hasta caer dormidos. Con música de fiesta en sus cabezas, las luces coloridas de la calle infiltrándose por la ventana y sus manos entrelazándose mientras tanto. Ellos celebraban, de la única manera en que actualmente podían hacerlo. Celebraban en su cubo, con solo el desayuno para mañana en la cocina y con el calor de sus cuerpos cubriéndolos, como tantas veces ocurrió en el pasado y como tantas veces les depararía el futuro.

El mentiroso y el ladrón se armarían de voluntad para celebrar cada noche, aun si no era San Valentín o ninguna fecha especial, y la razón era más que simple: estaban juntos, por eso eran felices. 

 


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