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W E A K N E S S por Midxrima

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Takao

 

Su desconcierto era tan inmenso que, un par de veces, estuvo a punto de soltar baba sobre la mesa cual fuente. Entre el discurso del mayor, las millones de responsabilidades de las que tendría que encargarse, a pesar de las que ya tenía, y la presencia del cuatro ojos que pretendía no conocerlo, Takao acabaría vomitando del agobio.

Preguntó cosas. Como, por ejemplo, «si era necesario que todos participáramos en las recaudaciones», o «¿para qué es que estamos haciendo esto?» Y también preguntó qué debía hacer si las reuniones coincidían con las actividades de su club. No lo hacía para arruinar el ambiente ni con intenciones de escucharse como un imbécil. Lo preguntó porque en verdad no tenía idea de dónde lo habían metido y tampoco tenía la culpa de ser obligado a ello. El presidente y la tesorera contestaron a cada una de sus dudas. Lo que le tocaba la moral era la mirada desaprobatoria color verde que lo estudiaba como si fuera un animal de circo. Estaba convencido de que, en su imaginación recta y de anciano, al ver a Takao imaginó que se había topado con un idiota de mucho cuidado. Le hervía la sangre al notar que éste no hacía más que mostrar su superioridad sin siquiera esforzarse por disimularla.

Tenía toda la pinta de niño de mami. Y eso, en lugar de significar un problema para Kazunari, no era más que una fuente de entretenimiento.

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—¡Espera! —Le gritó.

Cuando la reunión acabó, todos se dispersaron. No obstante, a diferencia de los demás, que se tomaban su tiempo y hasta se quedaban charlando, el de cabello verde se levantó de inmediato, saludó a sus dos superiores y se retiró con una velocidad de bala de pistola.

No derrocharía la oportunidad de arruinarle el día. Se veía como esa gente que no tenía amigos, pero no por ser un marginado, sino porque así lo debía querer. «Hacerlo yo solo es mejor. No necesito amistades que me estorben. Detesto a la gente que resulta una carga». ¡¡Qué emoción!! Casi podía leer su mente y moría por acercarse y molestarlo. Ser un dolor de cabeza las veces en las que se cruzaran en el futuro.

Lo ignoró con descaro. La mochila de éste colgaba de su hombro con una pinta de tener alrededor de mil ladrillos dentro. Le siguió el paso hasta que reparó en que no desistiría en sus intentos de pasar de él y, entonces, trotó hasta ubicarse delante de éste e impedirle el paso.

—Hey~. —Musitó, sonriente. El más alto lo estudió desde arriba con una expresión muy similar a la de una roca—. ¡¿Me recuerdas?!, ¡soy el-!

—Aunque no disfruto de decir las cosas dos veces, debo repetir que no. —Contestó, con frialdad desbordante. Su semblante no expresaba más que seriedad, pero Takao podía leerlo bastante bien—. Lamentablemente, deberás estar confundiéndome con alguien más. Ahora, apártate.

El azabache colocó los brazos en jarra y le dedicó una cara que comunicaba un claro «no hay caso, contigo».

—¡Qué cruel~! —Exclamó, guiñando un ojo mientras sonreía—. ¡Pero, yo sí te recuerdo a ti! ¡Eres el que apestó toda mi tienda!

Y ese fue. Ese fue el ingrediente necesario para hacerlo reaccionar. Su rostro se tintó de un tomate furioso y sus facciones se arrugaron en un rostro gruñón.

—¡¡Cállate!! ¡Fue tu culpa! ¡Tú fuiste el incompetente que no fue capaz de siquiera arrojar agua sucia en la calle como se debe! —Y luego respiró, transformando su expresión a una de desconcierto.

Takao sonrió triunfante, mientras que el otro aflojaba el gesto. Se había percatado de que acababa de admitir lo que había estado negando desde que supieron de la presencia del otro.

—¿Ves que sí me recuerdas? —Insistió, dándole un par de palmaditas en el hombro. 

Retomó su caminata y lo siguió, dejando la biblioteca atrás y saliendo al pasillo. Casi no había gente allí, ya que pasaban de las tres y el turno de tarde debía estar en clase para ese entonces. Era un murmullo constante y el eco del pisar de las suelas de los zapatos de las pocas almas presentes resaltaba entre todo el sonido. El sol quemaba a través de los grandes ventanales que separaban aquella zona del patio interior.

No dijo nada por alrededor de tres minutos y, al comenzar a experimentar la desagradable sensación de aburrimiento, retomó sus intentos por hacerlo rabiar.

—Soy Takao. —El otro, como lo había previsto, no tenía intenciones de contestarle, así que no desistió—. ¿Y tú? ¿Qué estudias?, ¿en qué año estás? ¿Cómo es que eres el vicepresidente? ¡Es increíble! ¿Crees que-

El más alto se detuvo en seco y se volvió para mirarlo a los ojos, cosa que, hasta ahora, no había hecho. A pesar de su semblante helado, Kazunari sintió sus inmensas ganas de silenciarlo con un puñetazo.

—No me interesa relacionarme contigo. —Declaró, irritado.

—¡Qué directo! —Se tocó el pecho, fingiendo una expresión de dolor, para luego volver a sus facciones simpáticas y lo señaló—. Pero, eso dices ahora.

Volvió a retomar su camino y, una vez más, lo acompañó. No dijeron nada. Takao se limitó a estudiar su entorno en silencio, mientras el otro intentaba acelerar cada vez más para dejarlo atrás. La luz del sol los cegó al salir al exterior; pensó que éste se dirigía a la salida pero se equivocaba ya que, para ese entonces, dedujo que estaba caminando hasta el área de las ciencias duras. «Por supuesto, si tienes toda la pinta de traga libros».

Después de un rato, luego de cruzarse con un desierto inmenso de gente en aquella zona, el azabache comenzó a suspirar en voz alta. En voz muy alta, para ser exactos. Soltaba el aire por sus labios y, además, un sonido desesperanzador a través de sus cuerdas vocales. Las primeras veces fue ignorado pero, a medida que repetía la acción, fue recibiendo miradas de odio intenso hasta que, de una vez por todas, perdió la escasa paciencia que tenía.

—¡Deja de seguirme! —Le gritó, harto. Kazunari seguía sonriendo.

Disfrutaba tanto de molestar a la gente que no soportaba. Era la forma perfecta de experimentar una sensación placentera de maldad, ya que jamás actuaba como alguien desagradable. Sino que era así, la mayoría del tiempo. Sarcástico, animado e insoportable para aquél entorno que se había ganado una pizca de su desprecio. No es que aquella torre le cayera mal, sino que no había cosa que le diera más deleite que generar ataques de ira a gente tan estirada como él.

Y, hasta ahora, las reacciones de aquél desconocido eran sus favoritas.

Cuando volvió a girarse para seguir caminando, Takao ya dejó de seguirlo. Frente a ellos, no a mucha distancia, se alzaba el edificio cuyas paredes superiores rezaban Facultad de Ciencias Médicas. Aunque, en realidad, todos sabían que no sólo era de esas ciencias. Allí explotaba de ingenieros y científicos; pero al director le fascinaba destacar las carreras que más distinción tenían para el público en general.

Arrugó los labios en una mueca curiosa y dio media vuelta para regresar por donde habían venido. No se rendiría allí; sobre todo, porque iban a cruzarse demasiado seguido gracias a la estupidez del concurso de festivales. Reconocía que el premio era una pasada, pero ¿de qué les servía a los de último año, si ya no podrán disfrutar de las remodelaciones debido a su graduación? No lo comprendía, pero debía ser algo relacionado al espíritu de compañerismo y esa clase de cosas. Cosas con las que Kazunari no lograba adaptarse del todo, a pesar de que tenía una increíble capacidad para sentir comodidad en cualquier ambiente.

Pasó el resto de la tarde en el café. Triste, porque no era capaz de sacar provecho de los pocos días en el año donde no tenía que pasar con la nariz metida entre las páginas de un libro pero, de todas maneras, disfrutaba su trabajo. La mayor parte del tiempo, la escena donde él y el cuatro ojos se habían conocido se repetía sin cesar en su mente. Hasta el punto de sentir irritación y percatarse de que ni siquiera sabía su nombre. No es que le importara, pero la curiosidad estaba allí, punzando. Después de todo, era un metiche de corazón y por esa razón disfrutaba de molestar a la gente. El ser sociable y contar con el talento de caerle bien a –casi– cualquiera lo convertía fácilmente en un cotilla de mucho cuidado.

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Los días que siguieron desbordaron en aburrimiento y charlas mediocres. Tuvo que retrasar un trabajo gracias a la estupidez de sus hermanos ya que, después de imprimirlo, los menores lo tomaron y dibujaron sobre él. Quería esconder la cabeza debajo de un tumulto de tierra para ya no volver a ver la luz del sol. Suficiente tenía con aquellas actividades extracurriculares que le estropeaban la tarde, como para que esos mocosos arruinara su condición aún más. Al profesor por poco no le dio un ataque cardíaco al recibir la mala noticia y, por su aspecto, supuso que formar parte de aquél evento no sería suficiente como para subir sus calificaciones.

«Bueno, qué esperabas; esto pasa cuando tu familia está formada por una manada de orangutanes».

Casi podía visualizar el humo saliendo de su cabeza al sentir las neuronas tan afectadas. Se la pasó con la frente pegada al pupitre la mayor parte del día, haciendo caso omiso a las personas que intentaban hablar con él. Se limitaba a gruñir cual animal sufriendo cuando alguien se le acercaba. Todos terminaban por pasar de él, pero al final recibió un golpe tosco en la cabeza. Abrió los párpados y se cruzó con una versión enfadada de Riko, sosteniendo una revista enrollada en las manos de forma amenazadora.

—¿Qué rayos te pasa hoy? —Le preguntó, colocando los brazos en jarra cual madre—. Tienes que ir a la reunión, muévete.

La mejilla de Takao estaba helando gracias a la madera fría del escritorio, sentía que al levantarse la sentiría entumecida por la cantidad de horas que se la pasó ahí tirado, ignorando hasta a los profesores. Los orbes color café de su amiga lo acosaban con un claro «no tengo problemas con golpearte hasta la muerte, si no separas el trasero de esa silla»así que luego de arrugar las facciones con impaciencia y emitir un sonido similar a «booo»como si la abucheara, soltó un suspiro, rindiéndose, y obedeció. Estiró los músculos y el murmullo de la clase se apagó de inmediato, ya que el timbre que daba libertad había sonado hacía ya más de cinco minutos y nadie tenía deseos de quedarse allí sin razón.

—¡Ven conmigo! —Pidió, enganchando su brazo al suyo, mientras arqueaba las cejas hacia abajo.

Ésta no zafó el agarre pero frunció el ceño mientras caminaban hacia el pasillo. Apenas habían escuchado el sonido del timbre y ya no había ni un alma junto a ellos mientras lo recorrían.

—¿Por qué debería de acompañarte al castigo que ganaste por tu holgazanería? —Discutió, cerrando los párpados con cansancio—. ¡En el que nos metiste a todos, por cierto! Es increíble.

Kazunari estiró las comisuras labiales hasta que sus mejillas dolieron, enseñando falsa inocencia. Luego, ladeando la cabeza mientras la miraba, le dedicó una expresión pícara.

—Pues, no lo sé. ¿Por qué deberías? —Reparó, moviendo las cejas de arriba debajo de forma insinuante. Riko mostró una expresión de asco y el azabache, entonces, agregó:—¿Sabes? Hyūga mencionó tu nombre el otro día, ¿o fue otra persona. . .? No lo recuerdo~.

Y utilizó los brazos como escudo al momento de recibir la paliza con el tubo de papel. La castaña empezó a gritar como loca, mostrando una expresión semejante a la del mismísimo satán. Sus mejillas, antes naturalmente rosas, ahora eran de un rojo intenso, casi tanto como el de un semáforo en rojo. Takao se protegía con sus extremidades mientras soltaba exclamaciones de dolor y pedía por ayuda, a pesar de que el pasillo estaba más solitario que un desierto.

—¡¡Ya, lo siento!! —Exigió, corriendo para evitar que el objeto violento lo alcanzara—. ¡Lo entendí!, ¡lo entendí! ¡Lo siento!

A pesar de que Riko lo perseguía sin dejar de gritar con histeria, se detuvo en seco y ésta chocó con su espalda sin presagiar el cambio de velocidad. Takao había frenado en la entrada de la biblioteca, no porque quería entrar de inmediato, sino porque se abrió súbitamente y de ésta salió la persona con aquella fragancia conocida emanando del cuerpo. Aroma a shampoo. Una fragancia demasiado pulcra, como la de alguien que se duchaba cien veces al día.

Le observó con una sonrisa exagerada en el rostro y le dedicó un saludo militar.

—Hola. —Musitó, simpático, con el dedo índice de la diestra pegado a su frente, intentando verse formal.

Notó que su amiga se asomaba desde atrás con timidez, como si el vicepresidente fuese una clase de monstruosidad. No la culpaba, su semblante no transmitía más que una frialdad insoportable. Éste miró a Kazunari y luego sus ojos se posaron en los de su amiga, quien volvió a esconderse detrás de él al notar que el más alto había notado su presencia.

¿Desde cuándo era tan tímida? Sólo se ponía así cuando alguien la adulaba, cosa que jamás pasaba porque la mayoría de los hombres la consideraba uno más. Supuso que aquél tonto emanaba una vibra demasiado intimidante, lo suficiente como para que hasta Riko se sintiera incómoda a su alrededor. Pensó en no bromear sobre ello, pero no pudo evitarlo. Ser intolerable era uno de sus mayores talentos.

Dio un paso hacia la izquierda para dejar a la castaña a la vista del gigante y dejó su mano en el aire, como si estuviese sosteniendo una bandeja invisible. Su propósito era enseñar a la persona que antes utilizaba su retaguardia como escondite.

—Ella es Riko Aida. —Presentó, así sin más, sin saber si se conocían o no—. Es la presidenta del club de fotografía.

Y se volvió hacia ella, ahora exhibiendo al vicepresidente. Su amiga aprovechó para alzar las cejas y comunicarle un «¿qué estás haciendo?»

—Y él es el responsable de que la tienda huela a baño tapado hasta el día de hoy. —Riko no tenía idea de lo que el azabache quería decir, pero ese no era el punto.

El punto era que por fin había conseguido una reacción digna de disfrutar. Sintió la rabia a sus espaldas y, ahorcándose con el cuello de su propia camisa, notó que el más alto tironeaba de él con fuerza. Lo empujó hacia el interior de la biblioteca con una fuerza que no habría identificado como suya. Se veía más como un enclenque que no sabía levantar siquiera una pluma, aunque admitía que su complexión física decía todo lo contrario.

—¡¡Deja de bromear!! —Le gritó, furioso, después de soltarlo. Kazunari se giró hacia él mientras sobaba la zona afectada. Sintió un pequeño deja vú—. ¡Llegas tarde!

Takao se limitó a estudiar su figura hasta que ésta se perdió de vista en el pasillo. Sonreía, porque esa era la actitud de la que le gustaba ser testigo. Su amiga lo observaba desde la puerta con expresión curiosa, a lo que el azabache enseñó el símbolo de paz con los dedos y confirmó que se encontraba perfectamente. Luego, se despidió de ésta y caminó hacia donde se suponía que la reunión se llevaría a cabo.

El aroma a libro viejo lo envolvió enseguida. La luz allí dentro era mucho más tenue y cálida, gracias a que las persianas de los ventanales estaban casi del todo cerradas. Mejor así, ya que el calor no podía entrar si hacían eso, dejándolos frescos dentro de aquella habitación espaciosa. Las partículas de polvo volaban de aquí a allá, volviéndose visibles a partir de los delgados rayos de sol que lograban colarse por las zonas desprotegidas de las ventanas.

El lugar estaba repleto de gente con libros inmensos o cartulinas esparcidas en las mesas. El grupo con el que se reuniría estaba en la mesa más grande, al fondo y apartados de todos para no molestar a los estudiantes que estudiaban o trabajaban con tranquilidad. El chirrido de las patas de las sillas y el abrir y cerrar de los libros retumbaba como si se tratara de los sonidos más intensos.

Saludó a la mayoría con un gesto militar mientras guiñaba un ojo. Muchos le devolvieron el saludo y sólo una persona le devolvió el gesto, imitándolo con simpatía.

Heeey~. — Susurró el otro, con una sonrisa radiante en el rostro. Takao creía conocerle de vista—. Eres del club de fotografía, ¿verdad? ¡Vienes conmigo!

Kazunari ladeó la cabeza, enseñando una sonrisa confundida, y el rubio frente a él volvió a hablar, percatándose de esto.

—Soy Kise Ryōta. —Y aferró la cámara vintage cuya correa le colgaba desde la nuca, saludando con la diestra—. Periódico escolar.

—¡¡Oh!! —Exclamó, olvidando que estaban dentro de una biblioteca. Al rubio no pareció irritarle el aumento de volumen—. ¡Eres el que le compra nuestro material a Riko!

—Sí, sí~. —Confirmó, de buen humor, con los párpados cerrados mientras se señalaba a sí mismo—. Ese soy yo.

—Pero. . .—Se inclinó un poco y señaló el objeto que el otro aferraba entre sus dedos—. ¿No sacas las fotografías tú mismo?

Kise lo imitó, ladeando la cabeza cual cachorro confundido, y llevó los orbes miel a la cámara cuya correa permitía que ésta colgara tranquilamente sobre su pecho. Al verla, soltó un «¡Oh!» y, reparando en lo que Kazunari había dicho segundos atrás, pegó la barbilla a sus dedos índice y pulgar, formando una forma similar a la de una pistola con ellas. Colocó la otra mano en jarra. Aquella pose daba una sensación de persona excesivamente narcisista. Casi podía visualizar las partículas de purpurina a su alrededor.

—Es un accesorio para verme más guapo. —Informó, hablando con un tono de voz más masculino—. Funciona, ¿verdad? A que parezco todo un profesional.

No supo qué contestar. Se limitó a dedicarle una sonrisa aturdida hasta que, por medio de susurros violentos, otro individuo de anteojos los hizo callar con mala cara.

—¡Ustedes dos, idiotas! ¡Cierren la boca! —Les gritó en susurros, abandonando lo que antes estaba haciendo—. ¡Están haciendo mucho ruido!

Kazunari enarcó una ceja y vio a su alrededor, numerosos estudiantes los estudiaban con expresiones molestas y sintió una ligera punzada de incomodidad. Alzó ambas manos y se las enseñó para mostrar un «lo siento» a base de sus gestos. Kise no parecía verse afectado por las miradas ajenas; sino que lo contrario, ya que su atención fue robada por Hyūga, siguiéndolo y saludándolo sin dejar de gritar. Era un mal lugar para hacer ese tipo de reuniones, pero supuso que la institución no los dejaba hacerlo en otro sitio ya que las universidades contaban con turnos de tarde y no había lugar suficiente. Aunque, bueno, podían ir al exterior. Pero supuso que a ninguno de ellos se le ocurrió tal idea y Takao no sería el que lo propondría si ese fuera el caso. No le importaba.

Kiyoshi apareció no mucho después y todos se pusieron manos a la obra. No duró mucho, no hicieron más que intercambiar información y organizar los grupos que se encargarían de cada sección en el festival que se celebraría a fin de año. A él, lógicamente, le tocaba en la de cinematografía. No escuchó sobre lo demás, porque no era asunto suyo. Quería irse apenas acabó la parte que le incumbía, pero no tuvo el valor suficiente como para actuar de semejante manera.

Guardó tantos números en su agenda que pensó en que acabaría borrando más de la mitad. Consideró aquello tan innecesario como ridículo. No conocía a casi nadie allí dentro y no los conocería nunca. Sólo a una pequeña porción que sería con la que trabajaría en un futuro. Sin embargo, el comité insistió con la idea de que todos debían contar con distintas formas de comunicación en caso de que se presentara cualquier problema.

A Takao le interesaron sólo un pequeño tumulto de números; los demás, los consideró irrelevantes.

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La luz de la tarde se filtraba por los ventanales del local, al mismo tiempo en que los dedos de Kazunari tecleaban acá y allá y sus dientes mordisqueaban las uñas de la otra mano de forma inconsciente. El sonido de los cubiertos rozando contra la porcelana de los platos y la música pop relajando el ambiente retumbaban en sus oídos, tranquilizándolo. Sus compañeros iban y venían mientras él esperaba a por los clientes que deseaban pasar por caja para pagar la cuenta. 

Una vez más habían rechazado su trabajo. Suspiró y estiró los brazos sobre el mostrador, soltando un alarido de agonía que alarmó a los clientes que se sentaron cerca de la caja. Comenzaba a pensar en que quizás aquello no era lo suyo. Sin embargo, se había prometido a sí mismo el ser constante a pesar de cualquier obstáculo.

La pantalla del móvil enseñaba su casilla de correos electrónicos. En la parte superior exhibía el nombre del remitente y allí, en medio, resaltaba el inmenso rechazo que le habían plantado.

«No me extrañaría que ni siquiera se tomen el trabajo de mirar mis fotografías», pensó, resentido.

Con la mejilla pegada al mostrador, notó que una figura masculina se ubicaba frente a él. Éste carraspeó la garganta para llamar su atención y Kazunari se enderezó, con mala cara. No hacia él, sino hacia la noticia que acababa de recibir.

El joven deslizó el papel donde rezaba el monto y el azabache apretó los botones de la caja con parsimonia. Ni siquiera se molestó en verle la cara, pero al notar que el otro no dejaba de aclararse la garganta, clavó los orbes en los de él y se percató de que lo conocía.

Kise cerró los párpados con simpatía y lo saludó con la diestra.

—¡Hola! —Exclamó, desbordando energía.

Se veía muy distinto a lo que había presenciado horas atrás. Ahora traía una camiseta roja, un gorro negro y un collar de cadenas colgando desde su nuca. Lo admitía, parecía un modelo. Sin embargo, seguía transmitiendo aquella sensación de idiotez que tanto lo caracterizaba. Apenas lo había conocido, pero así como podía con el vicepresidente, podía con todos. Takao leía muy bien a la gente.

—Tu colonia es demasiado fuerte. —Le saludó, sonriendo mientras arrugaba el entrecejo. No mentía, la fragancia era tan intensa que sintió pena por la gente que compartía asiento con él en el transporte público.

El rubio parpadeó y, confundido, procedió a olfatearse la muñeca mientras Takao terminaba de crear el recibo. Esperó a que el papel saliera del aparato y, una vez estuvo listo, lo arrancó.

—¿En serio? —Y se olfateó la otra.

Le entregó el papel y, a cambio de éste, Kise le dio el dinero. Un par de estudiantes de preparatoria cuchicheaban entre ellas a pocos metros de ellos, mirando al cliente como si se tratara de una especie de celebridad. Le entraron unas ganas inmensas de soltar una broma al respecto, pero se contuvo. Ya lo habían regañado cuatro veces esa semana y apenas era miércoles.

—¿Cómo supiste que trabajo aquí? —Quiso saber, mientras buscaba billetes para devolver la cantidad de más que éste le había dado.

—¡Rikocchi me lo dijo! —Soltó, de buen humor.

¿Rikocchi? Qué diablos. No era capaz de imaginar a nadie llamándola así y ser capaz de salir con vida para contarlo. Se preguntó si eran buenos amigos.

—He estado aquí un buen rato, pero al notar que ni siquiera reparaste en mi presencia decidí acercarme a pagar. —Siguió, ahora sonriendo con cierta incomodidad.

Takao alzó una mano y se rascó la nuca. Jamás solía prestar atención a los clientes. El café estaba en zona céntrica pero muy escondido, por lo cual el cruzarse con gente conocida era una posibilidad demasiado pequeña. Sus amigos lo visitaban de vez en cuando, pero sabía que ninguno tenía dinero, así que no se molestaba en brindar atención hacia quiénes cruzaban por la puerta en ese momento.

—Te veías distraído. —Agregó, ladeando la cabeza mientras recibía el cambio—. ¿Todo bien~?

El azabache se alzó de hombros y enseñó una sonrisa que transmitía un «es lo que hay». Apoyó los brazos sobre el mostrador y cargó el peso de su cuerpo en ellos, dejándose caer un poco.

Se'. —Contestó, restando importancia al asunto—. Me rechazaron una solicitud de trabajo, pero es costumbre.

Era la quinta vez. Quinta. No perdía esperanzas, sin embargo.

El rubio se vio mucho más afectado hasta que Kazunari, quién se suponía era el que más sufría la desgracia entre ellos. Se le acercó con las cejas inclinadas, enseñando una preocupación que, si fuese otra persona, consideraría como falsa. No obstante, con Ryōta era distinto gracias a su personalidad tan extraña.

—¡¿De verdad?! —Exclamó, alarmado—. ¡Tus fotos para el periódico son geniales, ánimo!

Y Takao arrugó la nariz, sonriendo incrédulo.

—Ni siquiera sabes cuáles son las mías. —Acusó, siendo consciente de que sus fotografías no eran las únicas que eran utilizadas en el periódico.

El otro, sonriendo y delatando su propia vergüenza, enseñó los dientes perfectos y se acarició la nuca.

Habían hablado durante varios minutos y llegó a la conclusión de que éste no se iría pronto. Así que, después de un rato, lo invitó a que se sentara en uno de los asientos modernos que yacían frente al mostrador. Nadie solía utilizarlos porque, en su mayoría, sus clientes eran estudiantes femeninas que eran demasiado osadas para visitar el café pero muy tímidas para acercarse hasta ese punto. El rubio accedió con alegría y le hizo bastante compañía hasta que su turno terminó.

Se despidieron en la estación del metro, ambos yendo hacia direcciones opuestas. Se sentó a esperar en una de las bancas mientras, con la espalda pegada a pared, hurgaba en el interior de un paquete de patatas. Traía la mochila presa entre las piernas y el bolso del club colgando del hombro.

No supo distinguir entre si la sorpresa que llevó al encontrarse al cuatro ojos en el metro fue grata o ingrata. Indiferencia, quizá. Éste no lo vio. El vagón estaba lo suficientemente abarrotado como para que varios jóvenes tuviesen la desgracia de viajar de pie y supuso que ni siquiera se molestó en echar un vistazo a su alrededor. Traía un libro de bolsillo aferrado a una mano y se sumergía en las páginas sin prestar atención a todo lo demás. Su semblante era el mismo de siempre, tan frío como el hielo. Lo único que le otorgaba vida a aquella expresión helada era el movimiento constante del verde en sus ojos.

Las luces de los túneles en el exterior le encandilaban la vista y, por los carteles electrónicos que se esparcían dentro de todo el transporte, supo que esa noche lo apalearían por llegar a casa tan tarde. Solían obligar a sus hermanos a esperar a que Takao llegara para cenar, por lo cual, cuando tardaba más de la cuenta, le descargaban toda la rabia.

Él no tenía la culpa de que el tren demorara, después de todo. O, bueno, en parte sí. Su horario se atrasó gracias a que no había dejado de hablar con el rubio que lo persiguió toda la tarde. Reconocía, muy en el fondo, que se merecía el sermón.

Cargó la cabeza en el asiento y clavó los orbes en el único individuo que reconocía allí dentro. Se preguntó por qué no lo había cruzado antes, aunque Kazunari no solía tomarlo a esa hora, sino que más temprano. El vicepresidente tenía pintas de ser de lo más puntual e histérico, por lo cual no le extrañaría la idea de que lo tomara, literalmente, a esa hora todos los días. Aunque, bueno, sólo se hacía ideas. No tenía idea de lo que estaba haciendo en plena calle a esa hora. Casi eran las diez de la noche.

El murmullo de la gente se intensificó a medida que pasaban las estaciones. Subía más, y más gente, la mayoría estudiantes universitarios o trabajadores. Notó que, más allá, donde se suponía que estaba su conocido, yacía una señora sosteniendo un bolso enorme en el regazo. El azabache comenzó a buscar de forma inconsciente, encontrándolo aún más lejos de lo que estaba anteriormente. Casi en la punta del vagón sosteniéndose, con un brazo, de un agarrador mientras insistía en hundir la nariz dentro de las páginas del libro, el cual aferraba con la zurda. Había cedido el asiento.

Lo cual tampoco significó gran cosa para él.

¿Cómo es que no se lo había cruzado antes?, ¿cuánto tiempo había pasado desde la primera y única vez que se habían visto en esos años? Porque sí, a eso lo sabía. Habían sido años, y ahora entendía lo extraño que era tener el recuerdo tan fresco. Aunque, bueno, aquello era una memoria difícil de apartar. Aún podía visualizarse a sí mismo arrojando el balde de agua sucia. Era una anécdota que siempre utilizaba para hacer reír a la gente.

El punto era que, últimamente, se lo cruzaba mucho y, de alguna forma, le sofocaba. Muy a pesar de que el otro ni siquiera se percatara de la cantidad de veces que cruzaban camino durante la semana.

Sus pensamientos se acallaron cuando, por el altavoz, escuchó que la estación donde bajaría estaba cerca. Con movimientos torpes, se puso de pie y salió una vez las puertas le cedieron el paso.

No volvió a pensar en eso durante el resto de la noche y su familia le echó la bronca que tanto había temido.

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Con el barullo de la cafetería aturdiendo sus oídos, trotó con la bandeja de metal presa entre sus manos. El tintineo de los cubiertos y la música de mal gusto reproduciéndose por los altavoces también formaban parte de la orquesta ruidosa que no dejaba hablar a nadie, por lo cual todos procedían a charlar a base de gritos. Una larga cola se expandía hasta perderse en el pasillo, convirtiéndolo en uno de los afortunados que había recolectado el almuerzo antes de que la locura se desatara. Riko le hizo señal a su derecha para que los interceptara y acompañara, más los planes del azabache eran otros, completamente distintos.

Su amiga arrugó el entrecejo con confusión al notar que Takao le dedicaba una expresión divertida y pasaba de la oferta. Había divisado a una figura solitaria en las mesas vacías del fondo, por lo cual acercarse fue el primer reflejo que nació, obligándolo a hacerle compañía a pesar de que éste moría por conservar aquella soledad. Soltó la comida encima de la superficie y deslizó su trasero sobre la banca que actuaba de asiento, acomodándose frente a él.

El otro ni siquiera se inmutó.

—¡Hola! —Saludó, de buen humor, mientras rompía el envoltorio de los palillos para devorar el arroz.

—Vete. —Recibió como respuesta.

Los orbes de éste yacían pegados a la lectura de un libro de bolsillo. Se preguntó si era el mismo que había visto la última vez que coincidieron en el transporte público. Habían pasado tres días, desde entonces. Con una mano sostenía la obra y con la otra se encargaba de acercar la comida a sus labios. Takao frunció el entrecejo y procedió a apoyar la barbilla sobre su propia palma, estudiándolo con una sonrisa divertida.

Estiró el brazo y aferró la bandeja del contrario entre sus dedos, acercándola a él hasta que el más alto careciera de la posibilidad de alcanzarla. Éste, sin darse cuenta de la acción, bajó los palillos e intentó tomar un arroz inexistente en el aire. Trató una, dos veces, insistiendo en descifrar la posición del tazón hasta que se percató de que su comida había desaparecido. El verde de su mirada lo estudió con una rabia incontrolable desde su asiento.

—Es que, ¡¿no tienes amigos?!—Exclamó, luego de regresar la bandeja a su lugar inicial para seguir con lo que estaba haciendo—. ¡Deja de molestar!

Kazunari ladeó la cabeza cual cachorro y esbozó un puchero curioso, mientras se tocaba la barbilla con los palillos.

—¿Y tú?, ¿tienes amigos? 

Y sonrió, victorioso y consciente de lo que acababa de preguntar. Las facciones contrarias pasaron de rabia a un sutil tinte colorado que mostraba una mezcla entre bochorno y cólera. 

Qué fácil era leerlo.

—¡Por esa razón! —Exclamó, señalándolo con un palillo—. ¡He decidido hacerte compañía, Shin!

Midorima alzó la vista con las cejas enarcadas. Su semblante pasó a mostrar una ira más genuina.

—¡No me llames-! —Y calló, transformando su expresión. La confusión en ella, apenas legible, se veía sincera. La luz del sol que se filtraba por los cristales de la ventana hicieron un reflejo sutil en el vidrio de sus lentes, dándole un aspecto aún más estúpido—. Espera, ¿cómo sabes mi nombre?

El azabache cerró los párpados y sintió como si alguien le arrojara un balde de agua helada. Luego, procedió a dedicarle una expresión incrédula, acompañada de una sonrisa que escondía cierta irritación.

—Nos presentamos en voz alta en la reunión, ¿recuerdas? —Contestó, entre incómodo y molesto, mientras intentaba ocultar su reacción interna con una sonrisa cargosa. Sintió que una de sus cejas flaqueaba sin poder ocultar el desagrado que lo envolvía—. Naturalmente, me lo aprendí.

Y se señaló a sí mismo con el dedo índice, sin dejar de sonreír. No se molestó en ocultar la falsedad en sus facciones.

—Takao. —Procedió a decir, presentándose a pesar de que, suponía, éste era consciente de la poca información personal que había brindado aquella tarde.

Shintarō no apartó la vista hasta, más o menos, tres segundos después, sumergiéndose, una vez más, en las páginas del pequeño libro que sostenía con la zurda.

—No te recuerdo. —Mintió, con descaro, metiéndose un pedazo de carne a la boca.

Por primera vez, Kazunari tuvo un instinto automático de golpearlo en la cara. ¡¿Cómo podía ser tan desagradable?! Sabía que mentía y estaba seguro de que Midorima también era consciente de que él estaba al tanto de que lo que había dicho era una mentira de lo más inmensa. Por supuesto que lo recordaba, y Takao lo sabía perfectamente. Por más que éste tuviese una mala impresión de él, estaba seguro de que sabía su nombre.

Al soltar un «¡¡Oye!!», sacado de quicio, un grito, mucho más agudo e insoportable que el suyo, se escuchó a espaldas del vicepresidente. Cuando se percató de quién se trataba, calmó su cólera y sonrió, como si acabara de caer oro del cielo.

Kise se acercó a ellos con una bandeja mientras exclamaba sus nombres.

¡Midorimacchi, Takaocchi! —Aún no tenía idea de por qué hablaba de esa forma ni por qué actuaba como actuaba, pero le agradecía su aparición a los dioses. Midorima, al girarse y notar de quién se trataba, amagó con retirarse a la velocidad de la luz, pero el rubio fue mucho más rápido y se sentó a su lado.

—Hey. —Saludó el azabache, mostrando los dientes a través de una sonrisa mientras hacía un gesto amistoso con la mano.

Ryōta apoyó su comida sobre la mesa y Takao, al ver el contenido de la bandeja, arrugó el entrecejo y sonrió con inquietud.

—¿Qué eres?, ¿conejo? —Quiso saber, al notar que sobre el plato sólo habían vegetales. 

Al menos, en una esquina, tenía una escasa cantidad de arroz.

El rubio alzó la vista y sonrió con simpatía desbordante, mientras creaba el símbolo de paz con los dedos y colocaba el otro brazo en jarra, como si presumiera.

—¡La vida de un conejo es saludable!

Midorima se veía de lo más irritado, deslizando su cuerpo con lentitud para alejarse un poco del rubio de forma no-disimulada. Se limitó a ingerir la comida en una posición erguida, como si quisiera comer en secreto.

Y, entonces, al rubio le siguió Riko. Kazunari la vio acercase desde la izquierda, sosteniendo la bandeja entre sus manos. Los observaba con expresión curiosa y simpática.

—¡¿Qué hacen?! —Preguntó, de buen humor, luego de tomar asiento junto al azabache.

Takao aprovechó para arrebatar uno de los pudines que le habían dado de postre. Ésta se mostró molesta y se quejó, pero no le dijo nada. Siempre hacían eso y la rutina era la misma; se lo robaba para que ella fingiera enfadarse y, al final, permitía que éste lo comiera.

El de cabello verde se vio aún más molesto. Al observar a la castaña se inclinó un poco y la saludó a regañadientes, mientras ella lo estudiaba con facciones aturdidas.

Y, entonces, a Riko le siguieron los demás que la acompañaban en la otra mesa. Parte del club de fotografía y algunos de sus clases. Deslizaron sus almuerzos sobre la superficie de la mesa y encontraron lugar en las bancas para acomodarse y charlar con ánimo. El estado del cuatro ojos empeoró, transformándose en el ser humano más incómodo del mundo. Notó que había estado observando a sus alrededores para cambiarse de lugar, pero a esas alturas no existían mesas vacías ya que el comedor estaba repleto de estudiantes hambrientos.

Kazunari reconocía que era su culpa. Pero, ¿por qué querría estar tan solo a la hora de comer? A pesar de ser capaz de leer a las personas, el ponerse en sus zapatos era algo que se le dificultaba. Especialmente, cuando se trataba de Shintarō. Lo conocía desde hace nada, pero sentía como si ya fuese capaz de prever cada uno de sus movimientos.

Una persona extraña. Así solía clasificarlo en su mente.

Mientras Takao absorbía el líquido de la pequeña caja de jugo que tenía entre las manos a través de una pajilla, Midorima se levantó en silencio y se retiró sin decir una palabra. Los únicos que parecieron percatarse, o darle importancia, fueron él y Kise.

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¿Midorimacchi? —Repitió el rubio, mientras clavaba los orbes al techo de forma reflexiva, después de que le preguntara al respecto—. Pues, no sé mucho sobre él. Es mi tutor~.

Ambos avanzaban por el pasillo, esquivando gente y absorbiendo el murmullo estudiantil. Al ser casi mediodía, la luz del sol casi asaba.

—Oh-. . .Espera —Le calló, moviendo la mano de un lado a otro, como si quisiese espantar un insecto en el aire—. ¿Qué estudias?

Ryōta alzó el dedo pulgar y se lo enseñó.

—¡Medicina! —Soltó, así sin más, con expresión completamente iluminada.

Kazunari estiró el cuello hacia delante, incrédulo.

—¡¿Hah?! —Se tocó la sien con el dedo índice—. ¡Pensé que estudiabas periodismo!

El otro se alzó de hombros y esbozó una mueca conformista, como si quisiera decir «lo sé, pero es lo que hay». Se preguntó si sus padres lo obligaban a hacerlo o algo así. Conocía muchos, quizá demasiados, casos de ese tipo. Y era una mierda, a decir verdad. Lo único que conseguían con ello era el abandonar la carrera a los pocos años después gracias a la presión y estrés.

Luego, como si un descubrimiento naciera en su cabeza, se giró hacia el azabache y lo señaló.

—¿Y tú? —Preguntó, ladeando la cabeza cual cachorro  perdido—. Ahora que lo pienso, no te he visto en el departamento de cinematografía.

Mientras giraban hacia la izquierda por el pasillo, Takao negó con la cabeza.

—Quiero ser profesor. —Le dijo, con expresión incómoda—. La fotografía es sólo un pasatiempo.

Pareciera o no, a Kazunari le fascinaban los niños. Hacía años que había decidido su profesión, gracias a una actividad especial para la clase de matemáticas en segundo de secundaria. Los obligaron a hacer de tutores para los de primaria y la experiencia lo llenó de sentimientos de los que, en el presente, le avergüenza describir en voz alta.

—¿Un pasatiempo del que te gustaría vivir? —Siguió el otro, tocándose el labio inferior con el dedo índice, haciendo evidente la duda en su semblante—. El otro día dijiste que habías solicitado trabajo.

El azabache se limitó a alzarse de hombros. No tenía una respuesta clara para eso, ya que no tenía idea de lo que quería hacer. Su futura profesión le gustaba y su pasatiempo también. Le daba igual el camino que le tocara, más o menos.

Siempre le rechazaban las solicitudes, de todas formas. Tenía y no tenía esperanzas, más nunca se rendía ya que mientras más dinero tuviera, más libertad para adquirir videojuegos caros sin recibir sermones de su madre.

Al bajar a la calle y entrar a la primera tienda que se les cruzó, gastaron dinero en un par de paletas heladas y, al momento en que sus pies rozaron con la vereda, una colorada versión de su mejor amiga hizo aparición en su campo visual.

Ésta, agitada cual atleta, aferró las manos a los brazos del par que no tenía idea de lo que sucedía. Kazunari, con la paleta metida en la boca y el frío lastimando su lengua, intentando quitársela a medida que corría detrás de la castaña; y Kise, quien había perdido la suya a mitad de camino y no dejaba de gritar como un niño por ello. Ambos eran arrastrados por la presidenta del club de fotografía hacia quién sabe dónde, sin molestarse en contestar sus preguntas.

El par le gritaba cosas mientras trotaban esquivando peatones, hasta que los tres se detuvieron junto a un semáforo en verde, para esperar la oportunidad de cruzar y seguir corriendo. El trío, respirando como unas bestias, colocó los brazos en jarra y la muchacha se giró hacia sus actuales prisioneros.

—Hay reunión. —Les soltó, ronca gracias a la falta de aire.

Aprovechó para arrebatar la paleta al azabache y conseguir un poco de frío. Takao no consiguió el aire suficiente como para quejarse.

—¡¿Ahora?! —Exclamó el, aparentemente, futuro médico mientras enseñaba una expresión atónita.

La castaña asintió mientras observaba la luz del semáforo, inquieta.

—Tenemos que ir a Tokyo.

Notas finales:

HolAaAaaaa

Quería aclarar que sé que Takao tiene sólo una hermana; sino que adapté su vida a la historia que quiero contar, así también como voy a modificar la de Midorima. Supongo que es innecesario que lo mencione, ya que es obvio al ser género AU; pero, por si acaso.

En el episodio que sigue se pone mucho mejor i sWEAR<'3333333.

 

PD; También quería recordarles que esta historia está también disponible en wattpad. ¡El mismo nombre de usuario y el mismo título! Con más color y chucherías<3. 


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