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W E A K N E S S por Midxrima

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No tenía idea de cómo explicar la situación tan espantosa en la cual se encontraba en ese momento.

Con el cuerpo apretado en el asiento de en medio, Takao sentía que iba a morir aplastado cual sándwich. Mantenía las manos apretadas entre sus muslos para evitar demasiado contacto, mientras la música de la radio se escuchaba a todo volumen dentro del vehículo.

Delante de los tres que iban en el asiento de atrás, había otro en medio con tres pasajeros más. Una cabellera verde le daba la espalda, cuya cabeza yacía pegada a la ventana con una fobia que nunca había presenciado hacia el contacto físico. Kazunari se sentía sofocado gracias al apretón excesivo, pero Midorima parecía tener pintas de no querer rozar siquiera un cabello.

A sus costados tenía a un par de individuos a los cuales parecía no molestarles, ni en lo más mínimo, el contacto. La desgracia era que a Takao sí, porque sentía que se asfixiaría gracias al gran tamaño de ambos y el escaso espacio dentro de la camioneta. Kise e Imayoshi conversaban animadamente sin percatarse de que el cuerpo del azabache estaba a punto de quebrarse en dos, mientras que el conductor y quien ocupaba el asiento de acompañante cantaban las canciones de la radio a todo pulmón. No tendría problemas en unirse a ellos si no fuera porque 1. no conocía las canciones, eran demasiado antiguas como para que formaran parte de su caja de música interna y 2. el escaso espacio personal lo mantenía incómodo.

En los asientos de en medio yacían Midorima, Kiyoshi –quienes iban igual o más incómodos que el azabache– y Satsuki, quien tarareaba las canciones junto al aparente par de casados que iba en frente.

Habían salido hacía más de quince minutos. Después de que Riko los alcanzara y los arrastrara hasta la casa de Hyūga, los obligó a que subieran a la camioneta familiar de la madre de éste para viajar hasta Tokyo, así porque sí. Fue un maldito secuestro y su amiga lo sabía, pero poco podía quejarse si tenía que ver con el festival, ya que el hecho de que el club de fotografía estuviese metido en ello era su culpa.

Lo malo de ser mayor y tener libertad era el que no era capaz de poner la excusa de que sus padres no lo dejaban ir por ahí sin avisar, ya que sería una vil mentira y Riko lo sabría gracias a que los conocía. Se metió al vehículo sin poder negarse y el rubio lo imitó. Allí dentro se topó con la sorpresa de que no habían sido las únicas víctimas de aquél atentado, sino que, así como a ellos, habían obligado a varios más a que se unieran a aquella "reunión" de la cual todos desconocían el propósito.

El aire acondicionado funcionaba pero olía a muerto cada vez que escupía el aire frío, y si abrían las ventanas en lugar de usarlo, el calor podía con ellos y los asaba. Así que se mantenían así, acostumbrándose poco a poco al hedor extraño y a la densa energía de los mayores. El único que parecía compartir la emoción de éstos era Ryōta, quién cada vez que conocía la letra de una canción seguía la corriente y la cantaba con un positivismo sobrehumano.

Era como si estuviesen yendo de excursión, y su humor sería mucho más agradable si no fuera por el que lo arrastraran hasta allí dentro contra su voluntad.

—¿Alguien querría decirnos, de una vez por todas, qué es lo que estamos haciendo? —Soltó Midorima, rompiendo el ambiente familiar.

Riko se giró hacia él y, con una sonrisa en los labios, de la cual Kazunari sospechó, habló:

—¡Ir a Tokyo!

—¡A eso ya lo sabemos! —Exclamó éste, irritándose con facilidad—. ¡Quiero saber el propósito!, ¡no puedo salir de casa en un día como este! ¡El horóscopo-! . . .

Kise se inclinó hacia los asientos de en medio, cortando al otro y aferrando las manos al cojín donde descansaba la cabeza rosa de Satsuki, para unirse a la conversación a la fuerza.

—¿La reunión se hará en la sede de Nikon?

—Oh. . . —Hyūga observó a los pasajeros por el espejo retrovisor durante un par de segundos, y asintió—. Sí, algo así.

Nikon era una de las pocas empresas que patrocinaban el concurso de festivales del cual su universidad formaba parte. Supuso que el rubio asoció esa en particular gracias a su venta en cámaras, más Kazunari no veía el por qué precisamente esa, si no era la única. Si bien la mayoría de los que estaban allí pertenecían a una misma sección, Hyūga e Imayoshi no tenían nada que ver con ellos. Sabía que Shintarō había sido asignado como el encargado del área donde tanto el equipo de cinematografía y el de música estarían, Satsuki era la tesorera, Kiyoshi el presidente del comité y que Riko era la presidenta de su club, pero el conductor estaba en la sección deportiva y Imayoshi en la de cocina.

No veía ningún tipo de relación y la respuesta del conductor le hizo sospechar muchísimo más.

¿"Algo así"?—Interrumpió, por fin, Takao, sonriendo incómodo y con desconfianza—. Esto tiene que ver con el festival, ¿verdad?

—¡Por supuesto! —Respondió su amiga desde el asiento de acompañante, dedicándole una sonrisa demasiado angelical como para ser sincera.

Kise se inclinó aún más y posó su cabeza junto a la de Teppei, quien no había soltado palabra alguna desde que entraron a la camioneta. Se le veía incómodo, en exceso.

—Oye, presidente~. —Llamó el rubio y el otro se sobresaltó, con los nervios a tope—. ¿Qué haremos en Tokyo?

—Sí. — Respondió el castaño, careciendo de coherencia, cual robot.

Desde donde estaba, Kazunari sintió el sudor creándose en su frente gracias a la vil mentira que el par malévolo lo obligaba a guardar. Supuso que todo aquello no había sido obra suya, sino de Hyūga y Riko, a quienes veía más que capaces de armar todo aquello para su propio beneficio.

Shintarō, quien había presenciado toda la conversación con aires de querer asesinar a alguien, chasqueó la lengua y se cruzó de brazos cual viejo gruñón.

—¡Esto es estúpido! —Se quejó, cargando la espalda sobre el cojín del asiento—. Me indigna no haber sido comunicado sobre esto antes.

Se giró hacia Kiyoshi y éste le dedicó una sonrisa falsa, demasiado tenso como para procesar la situación.

—Esto no fue a base de una decisión tuya, ¿me equivoco?

El azabache suspiró en voz alta y alzó ambas manos, comunicando un «da igual» mientras sonreía restándole importancia. No le gustaba nada estar allí dentro, pero las palabras que diría a continuación eran sinceras.

—No podríamos salir de aquí, de todas formas. —Recordó, con aire desinteresado—. A menos que alguno quiera abrir la puerta y saltar en pleno viaje.

—Probablemente, no dicen nada para que ninguno de nosotros asesine a alguien. —Agregó Imayoshi, sonriendo con diversión.

Parecía estar disfrutando del misterio que los había envuelto de repente. Takao reconocía, en silencio, que también estaba pasándola bien mientras era testigo de todo aquello. 

¿Acaso, estaban dentro de una película policíaca de mal gusto?

A sus palabras les siguió un suspiro malhumorado de la tesorera que, para sorpresa de todos, había mantenido la boca cerrada hasta el momento.

—¡Oh, vamos! ¡Estamos yendo de viaje! —Intentó animar, clavando los orbes en los de todos. Aunque, específicamente en los de Midorima. Kazunari supuso que Satsuki también le conocía bien y sabía lo aguafiestas que podría ser en una situación como esa—. ¡Piensen en ello como si fuera una excursión de preparatoria! Me trae tantos recuerdos. . .

La música seguía reproduciéndose de fondo y las casas alrededor de la carretera comenzaban a desaparecer, estaban entrando a la autopista y la zona se volvía cada vez más rural. Imayoshi, cruzado de brazos, cargó su hombro sobre la ventana y suspiró, rindiéndose mientras mostraba una sonrisa.

—Yo estoy bien con ello. —Confesó, tranquilo. Momoi pronunció un «¡gracias!», aliviada de que alguien concordara con ella—. Aunque, me gustaría saber la razón para dejar de pensar en esto como un secuestro.

—Aguarden. —Interrumpió Midorima, alzando una mano mientras fruncía el entrecejo en dirección a la tesorera—. ¿Qué fecha es hoy?

El semblante de la chica pasó de energético a tensión pura. Sonrió con nerviosismo y cerró los párpados, intentando verse amable. No le salió, definitivamente. Ryōta se inclinó hacia ellos todavía más, ansioso. Apretó el agarre sobre el cojín y el cuero chilló.

—¿Qué?, ¿por qué lo preguntas? —Y procedió a clavar los orbes en la pelirosa—. ¿Qué sucede con la fecha?

Al azabache se le prendió la lámpara de las ideas y separó los párpados de par en par, incrédulo. ¡¿Qué rayos?!, ¡¿por qué estaban llevándolo a él, también?!

—¡¿Estamos yendo al ABM?! —Aferró la diestra al cuero del asiento frente al suyo y se inclinó un poco, con el propósito de que su mejor amiga le viera la cara—. ¡¿Qué diablos hago yo aquí?!

Riko se alzó de hombros.

—Eres un bonus, estabas con Kise. —Contestó, como si no tuviera importancia—. Mientras más, mejor.

—¿ABM? ¿Qué es eso? —Se apresuró Imayoshi, ahora adquiriendo cierto interés hacia la situación, mientras se inclinaba para estar más al pendiente.

Asilo Bienestar de la ciudad de Mito.—Musitó el cuatro ojos con desgano, sin despegar los orbes de la ventana

Básicamente, lo habían arrastrado hacia un evento que no tenía nada que ver consigo. El azabache había oído sobre ello gracias a la castaña, quien siempre se quejaba de la cantidad de cosas que hacían cada vez que los invitaban a ir. Estaba al tanto de que ésta sólo aceptaba para ganar un renglón más a su currículum, así como todos los demás que habían formado parte de aquél rapto carente de justicia.

—¿Estamos yendo hacia un asilo? —Kise se veía mucho más perdido que al principio de la conversación—. ¿Para qué?, ¿por qué me necesitan para esto?

—Eres el nuevo encargado del periódico escolar. —Puntualizó Riko, sonriendo a través del espejo retrovisor.

—No traigo la cámara conmigo. . . —Informó, decepcionado, mientras se tocaba el pecho, como si quisiera comunicar una especie de sensación vacía.

—Está en el maletero. —Hyūga se oía completamente satisfecho, como un padre ignorando el hecho de que ninguno de sus hijos tiene deseos de pasar un día de pesca en familia.

Todos guardaron silencio y lo único que deshacía la tensión era la melodía que retumbaba a través de los parlantes. El aire acondicionado seguía oliendo como el infierno y ya le habían dicho adiós a la civilización desde hace muchos kilómetros atrás. Pensar que gastaría su único día libre en aquella tontería. Porque sí, era una tontería. Según lo que le había contado la castaña, ni siquiera estarían junto a los ancianos para pasar un buen rato, sino que se dedicarían a limpiar, mover cosas y hacer recados para el servicio. Era una especie de explotación estudiantil cuya excusa era el rellenar el papeleo laboral que les serviría en el futuro. No era de extrañar que la mayoría de los estirados deseara aprovechar la oportunidad, pero ¿viajar hasta allá sólo para ello? Era una maldita locura. Solía aceptar la mayoría de sus desgracias con los brazos abiertos, pero la idea de malgastar un viernes en trabajo, del cual no recibiría siquiera un cupón falso, lo fastidiaba hasta el límite de plantearse la posibilidad de abrir una ventana y saltar.

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Después de un rato, Kise volvió a hablar.

—O sea que. . . —Empezó a decir, con tono de voz curioso—. ¿No vamos a Tokyo?

La gran mayoría soltó carcajadas al escuchar la pregunta. Y por gran mayoría se refería a todos menos Midorima, quien se limitó a mantener la mirada pegada al escenario verde que se extendía detrás del cristal de la ventana.

—Vamos a Mito. —Le dijo Kiyoshi, girándose hacia él con tranquilidad—. Ir a Tokyo nos llevaría la mitad del día.

El rubio se encogió de hombros, como si acabaran de destruir cada porción de sus sueños. Se volvió hacia el azabache con una mueca devastada, como si, además de no poder creer lo que le habían dicho, no fuera capaz de asimilarlo.

—No vamos a Tokyo. —Le dijo, con las cejas inclinadas y ojos brillantes, dándole una expresión similar a la de un cachorro.

Kazunari sonrió incómodo y frunció el entrecejo con los párpados cerrados.

—¿Por qué parece como si acabaran de darte la peor noticia de tu vida?

—¡¡Porque!! —Saltó, histérico, mientras lo señalaba con energía –cuya causa desconocía ya que, segundos atrás, parecía que iba a caerse del desgano–. Takao fue capaz hasta de imaginar la purpurina volando a su alrededor—. ¡En Tokyo podría sacarme las mejores fotografías para Instagram!

—Eres irritante. —Soltó el peliverde, sin siquiera molestarse en girarse hacia ellos. Sólo se sentía el aura penumbrosa que resaltaba en aquél rincón.

—¡¿Y a ti, quién te habló?! —Le atacó Kise, apretando los puños y gritando de forma infantil.

El viaje siguió, con todos en silencio y deseosos de que alguien sacara algún tema de conversación para que el ambiente dejara de tener tanta tensión encima. A Kazunari no le afectaba ni en lo más mínimo y, según parecía, a Ryōta y Shintarō tampoco. No obstante, a todos los demás parecía inquietarles el silencio que pasaba desapercibido gracias a la música.

Mientras más se alejaban por la carretera, con más interferencia se cruzaban y las canciones se cortaban a la mitad y los dejaba dentro de una escena demasiado incómoda. Los que yacían en los extremos se limitaban a mirar por la ventana, mientras que Teppei y él, los únicos en asientos de en medio, intentaban no dejarse absorber por el fastidio. Takao seguía apretado entre Imayoshi y el rubio, quienes parecían olvidar que había un tercero junto a ellos, asfixiándose entre ambos. Intentó mirar a través de los cristales a sus costados, percatándose de que el cielo había pasado de pulcro a estar invadido por numerosas nubes. ¿Llovería?

«Ni siquiera me extrañaría».

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Todo iba, en lo que cabe, perfectamente. Según el GPS, estarían en Mito en menos de dos horas y apenas serían las cuatro al llegar. Tendrían toda la hermosa tarde para trabajar como esclavos para luego no recibir paga alguna. 

Pero estuvo bien, hasta que el motor comenzó a hacer sonidos extraños. Al principio, nadie le prestó atención ya que, al parecer, ninguno tenía idea de mecánica, incluyéndolo. El azabache sólo se atrevió a echar un vistazo a la expresión que Hyūga mostraba a través del reflejo en el espejo retrovisor y, por lo que vio, algo parecía marchar mal. No obstante, éste no dijo nada durante un rato.

Hasta que el vehículo se detuvo en plena ruta.

Lo único que se escuchó al frenar, eran numerosos «¿qué sucede?», desesperados, nerviosos y hasta molestos. Riko, Hyūga y Kiyoshi se veían tan inquietos que parecían a punto de colapsar, por lo cual aquello no logró tranquilizar a nadie. Satsuki hacía intentos pobres para conseguir un poco de paz.

—¡Vamos, vamos! —Animaba ésta, con tono de voz más histérico que amable—. Seguro es una tontería, Junpei será capaz de arreglarlo, ¿verdad que sí?

Y se giró hacia el frente, sonriendo de forma forzada al conductor. Éste se sobresaltó cual niño capturado en medio de una travesura. Se giró lentamente, con movimientos robóticos, mientras les enseñaba una expresión desesperada que se escondía detrás del cristal brillante de sus lentes.

—No lo sé. —Confesó, tenso.

Y el interior de la camioneta explotó en un griterío, Takao incluido en el desorden. ¡¿Estaban de broma?! Además de secuestrarlos e involucrarlos en un evento para rellenar sus estúpidos currículum, los habían varado en el medio de la nada sin una pizca de conocimiento de coches. Todos eran conscientes de que aquél accidente no era gracias a los responsables del viaje, pero no podían evitar el echarles la bronca cuando las cosas se habían tornado así de complicadas.

Antes de que el motor muriera, Hyūga logró aparcar la camioneta sobre la hierba que crecía a ambos lados de la carretera. Allí, a pocos metros, había cercas que separaban la ruta de los terrenos de cultivo y/o pequeños bosques que se veían a lo lejos. Y, por si fuera poco, los vehículos pasaban allí cual fantasmas. Eran tan pocos que la idea de pedir ayuda de otro conductor ni siquiera se les cruzó por la cabeza.

—¡¡Ya!! —Les gritó, harto, quien estaba al volante. Se volvió para deshacer el cinturón de seguridad y salió del coche para echarle un vistazo a la parte –quién sabe cómo rayos se llama eso– delantera de éste.

Le hizo una señal a Kiyoshi desde afuera y éste también salió.

—Les advertí sobre esto. —Comentó Midorima, todavía de brazos cruzados contra la ventana.

Riko se giró hacia él con rabia y, agitando una mano en el aire como si quisiese espantar insectos, le dijo «cállate».

Permanecieron allí dentro durante, más o menos, treinta minutos y de lo hartos decidieron salir a ver qué sucedía allí fuera con los otros dos. Estaban inquietos –¡normal, para ser una manada de estudiantes buenos para nada que no podían cuidarse a sí mismos ni en un viaje corto de menos de tres horas!– .

El calor era insoportable y una ola maliciosa le abrazó los pulmones y se los apretó con fuerza. Utilizó la diestra como visera para ahuyentar los rayos del sol que impactaban contra sus ojos y, a diferencia de los demás, quienes se acercaron al par para mantenerse al tanto del problema, Takao caminó hacia la cerca de madera que separaba aquella estancia verde del infinito terreno del mismo color. 

Reconocía que la brisa veraniega no estaba tan mal si lo veía desde esa perspectiva. El viento cálido empujaba las hojas de la hierba hacia la derecha, las cuales reflejaban la luz del sol y le daban un aspecto irreal a la escena. Era como estar viendo una de esas películas o novelas para señoras que se desarrollaban en el campo.

Al girarse, vio a su amiga erguida a lo lejos, con una mano tapando un oído y el celular cubriendo el otro. Se acercó a los demás con los párpados entrecerrados gracias a la luz del sol. Enarcó una ceja y, después de estudiar el motor y no entender nada de lo que veía, suspiró.

—¿Qué sucede? —Quiso saber, a pesar de que daba por hecho de que ninguno tenía idea de lo que pasaba.

—No lo sé. —Contestó Hyūga con poca energía mientras se hundía dentro del capó, exagerando la reacción.

Takao se limitó a ladear la cabeza y lamentarse en silencio. No sabía qué le molestaba más, si el haber sido raptado sin siquiera ser necesario en aquél viaje o vararse en el medio de la nada con gente a la cual casi no conocía. Exceptuando a Riko, de quién tampoco sabía si alegarse o no por su presencia.

Admiró su entorno y, después de un momento, se percató de que cierta persona no los acompañaba. La castaña le gritaba cosas al móvil mientras se movía de acá para allá, intentando conseguir que la señal estuviera de su lado, y todos los demás rodeaban la camioneta con impaciencia e inquietud. El conductor insistía en encontrar el problema, Momoi abría el maletero para sacar las botellas de agua que usarían para el viaje y repartir las mismas, Imayoshi descansaba en uno de los asientos traseros con la puerta abierta, Kiyoshi toqueteaba cosas en el asiento de en frente y el rubio se tomaba fotografías cerca de un pequeño bulto de flores amarillas. Y él, Kazunari, mantenía un brazo en jarra y la mano contraria actuando de visera para alejar la ceguera efímera que le otorgaba la luz de verano, buscando a alguien en su inconsciencia.

Lo encontró la zona de en frente, inclinado sobre la valla que separaba los cultivos de la carretera. Se veía como un niño pequeño que detestaba socializar, contento con sus costumbres extrañas. Con una mano se aferraba a la madera blanca mientras que su tronco ejercía fuerza hacia delante, permitiendo así el acceder al otro lado sin caer. No lograba divisar claramente lo que estaba haciendo, sino que sólo lo interpretó como que era una estupidez y debía ser testigo de ello costara lo que costara.

Cruzó la calle sin molestarse en mirar hacia los costados ya que estaban más solos que en un desierto. La brisa veraniega lo golpeaba, arrastrando un aroma a flores que le mejoraba el humor. El murmullo de la naturaleza, mezclado con la charla sutil de sus compañeros y el susurro casi imperceptible del viento lo arrullaban a tal punto que le entraban deseos de echarse a dormir allí, en la graba ardiendo gracias a los rayos del sol.

Shintarō no se percató de su presencia. Estaba demasiado ocupado intentando agarrar quién sabe qué, tan inclinado que corría peligros de caerse de cara al pasto. Takao sonrió, malicioso, al imaginárselo.

Esperó un rato detrás de él, cruzado de brazos. Se cansó de ser ignorado y se inclinó un poco, intentando encontrar su rostro. Los lentes estaban a punto de resbalarse por la nariz y caer despavoridos al suelo pomposo cubierto por la hierba. Caminó un par de pasos y divisó, a un par de centímetros de distancia de los dedos de éste, un grupo pequeño de flores coloridas. Midorima intentaba aferrar una con una insistencia que, hasta el momento, desconocía en su persona. Mordía su labio inferior mientras su rostro se tintaba de un rojo intenso gracias al esfuerzo y el golpe de calor.

No supo interpretar la sensación que lo invadió al verlo de esa forma.

—¿Eso no es robar? —Preguntó sonriente, rompiendo el silencio.

La figura erguida del cuatro ojos dio un sobresalto notorio. Todavía con el estómago aplastado sobre la cerca, giró la cabeza y lo estudió desde abajo. Cerró los párpados con irritación al notar de quién se trataba. Se enderezó y acomodó los lentes, empujándolos hacia atrás con tres dedos de una mano y le dedicó una expresión vanidosa que no generó más que darle una pinta todavía más ridícula. El carmesí en su cara disminuía a medida que el calor abandonaba aquella zona.

Era tan pálido que el verlo de ese modo era como admirar un fósforo.

—Intento dar un pequeño empujón a la mala suerte que nos invade el día de hoy. —Contestó, congelando el ambiente con cada palabra que pronunciaba.

—¿Empujón? —Repitió, curioso. Se acercó a la cerca y, aferrando las manos a ésta, le echó un vistazo al escenario que se expandía frente a ellos—. ¿A qué te refieres?

Escuchó al más alto suspirar a sus espaldas. Por un momento pensó en que se alejaría y lo dejaría allí, hablando solo. Sin embargo, para su sorpresa, caminó hacia la valla y, con expresión de hielo y sin tomar pausas al hablar, musitó:

—El trébol de cuatro hojas es el símbolo de la buena suerte y quién lo porte estará acompañado por la buena fortuna. Cada hoja representa uno de los-

Kazunari perdió el hilo de la conversación después de eso. Veía los labios de Shintarō moverse pero no escuchaba más que un balbuceo inútil. Se limitó a observarlo con las cejas enarcadas y una mueca que mostraba completa estupidez.

—¡¿De qué estás hablando?! —Exclamó, sofocado de tanta información.

Encontró la mano del otro señalando hacia las flores que antes quería robar, así que siguió la dirección con la vista y movió la cabeza con impaciencia. No encontró nada hasta que, entre los pétalos de los tulipanes, notó que se alzaba un pequeño trébol de numerosas hojas. No fue capaz de contarlas debido a la distancia.

Los párpados del azabache cayeron de forma casi automática, transformando la expresión de confusión en una que mezclaba incredulidad y unas severas ganas de darle una patada en la rodilla.

Se giró hacia él y lo estudió de la misma forma con la que admiraría a un extraterrestre. La tela de la camisa blanca que éste traía danzaba al ritmo de la brisa mientras los orbes verdes lo observaban sin ningún sentimiento al alcance de la percepción humana.

—¿En verdad crees en estas cosas? —Preguntó, más para sí mismo, mientras fruncía el ceño y miraba la hierba con aires de «no tienes arreglo».

—Por supuesto. —Respondió—. Según los conocimientos de la astrología, el toparse con un trébol-

—Sí, sí~. —Le calló, agitando una mano en el aire para indicarle que guardara silencio.

No obstante, a pesar de sus quejidos, se inclinó en su lugar e intentó hurgar entre el grupo de seres vivos que se mezclaba entre la hierba. Apartó los tulipanes con cuidado y buscó algún tallo que contara con cuatro hojas. Sentía la mirada de Midorima a sus espaldas, procesando la escena en silencio.

Los demás no dejaban de gritar y reír en voz alta a pesar de la situación tan miserable en la que se encontraban.

—¿Qué haces, Kazunari Takao? 

—Por el amor de dios, llámame como una persona normal. —Exigió, con la garganta seca gracias a la presión que la madera le daba a su estómago.

El otro guardó silencio y esperó un poco antes de volver a hablar. A veces, le daba la impresión de estar hablando con un extraterrestre de verdad. Era tan extraño que le costaba creer que alguien se comportara de esa forma por naturaleza.

Parecía estar reflexionando la respuesta.

—. . .¿Idiot-?

—¡¡Takao!!, ¡Ta-ka-o! —Gritó, perdiendo la paciencia. Giró la cabeza y se volvió hacia él, estudiándolo desde abajo. Notó que el semblante de Midorima seguía siendo imperturbable. Era como conversar con una maldita pared—. ¡Mi nombre es Takao!

—¿No tienes nada mejor que hacer, 

—Pues —Comenzó a decir, estirando el brazo con una fuerza que casi no era suya. No reparó en que si el otro no lo alcanzaba, él tampoco podría, ya que era más bajo en—, por lo visto, no. ¿Ves algo más entretenido para hacer, además de esto?

No contestó y no habló más. Takao siguió insistiendo en encontrar un trébol a pesar de que no creía en ninguno de esos mitos estúpidos. Al parecer, estarían mucho tiempo allí atrapados y no encontraba nada mejor con lo cual entretenerse. No le apetecía charlar sobre lo horrible que era el estar allí o el no tener idea de qué hacer con el vehículo. Así que, como último recurso, tenía a Midorima.

Después de un rato, se rindió y se enderezó. Shintarō había tomado asiento sobre el verde, cruzado de piernas. Lo admiró desde el suelo careciendo de expresión.

—Sería más sencillo si cruzaras la cerca. —Puntualizó, como si nada.

Eso hizo que el azabache ardiera de rabia. Estaba sudoroso y cansado, así que su reacción se debía más a eso, que a las palabras obvias que había escuchado.

—¡¡Estoy haciéndote un maldito favor y me lo dices ahora!!

— La culpa no es mía si tú no eres lo suficientemente inteligente como para percatarse de eso. — Contestó, apartando la vista.

—¡Tú estabas haciendo lo mismo que yo, hace unos minutos!

Y dejó de responder. Parecía que había dado en el clavo, pero el otro no se veía molesto.

Riko los llamó desde el otro lado y les hizo señas con el brazo, indicándoles que se acercaran. Takao sacudió sus manos y Midorima se levantó, adelantándose. Notó, al llevar los orbes sin razón hacia las manos contrarias, que en ellas había mucha tierra. Frunció el entrecejo. ¿No que estaba buscando un trébol? 

Allí, en una de sus manos, había una flor.

No dijo nada, porque no le importó. Se limitó a limpiarse y a acercarse a la camioneta. La castaña mantenía una botella de agua a la altura de su pecho mientras estudiaba la expresión de la persona que le gustaba. Hyūga se veía más que frustrado; era como ver a la mismísima agonía 

—¿Hay noticias? —Rompió el silencio el azabache, cruzándose de brazos frente a los demás.

Todos estaban sentados menos los dos anteriormente mencionados. Teppei en el asiento de conductor e Imayoshi en uno de los traseros. Los otros esparcidos en la hierba, como si disfrutaran de un día de campo.

—Pues, la grúa puede venir en dos horas.

—¡¿Dos horas?!

Ella asintió, apenada. Takao cerró los parpados y se tocó la cabeza con la diestra, sin poder creer que su viernes estaba siendo consumido por una situación tan lamentable. ¡A esa hora estaría durmiendo si no fuera por esa tontería!

Satsuki le pasó una botella de agua y bebió un poco, sentándose junto a Kise, quien había aprovechado para recostarse sobre el pasto con el gorro cubriéndole la cara. Supuso que no quería que la luz del sol lo molestara.

Kiyoshi movía cosas dentro de la camioneta, se agachaba y miraba cosas. Ignoraba sus intenciones, ya que se atrevió a adivinar que lo que quería era encontrar el problema. Junpei, en cambio, se había dado por vencido. Estaba con la cintura apoyada contra el capó, arruinado. No sabía si su estado actual era gracias a la situación que experimentaban o por el regaño que podrían darle sus padres al encontrar a su hijo en aquella situación de la cual, se suponía, era el responsable. Era el conductor, después de todo.

  ㅤ  

Esperaron un rato en silencio. Kazunari apoyó los brazos sobre sus rodillas y no hizo más que estudiar sus alrededores. Midorima no dejaba de acosar el tulipán con la mirada, haciendo girar el tallo entre sus dedos. ¿Estaría perdido entre sus pensamientos?

—Eh, chicos. . . —Teppei mantenía la mirada fija sobre ¿el volante?, o a alguna parte cerca de él, no lograba verlo con claridad. No podía ver sus facciones pero el tono de voz había sido alarmante, todos fijaron la vista en él—. Creo que encontré la fuente del problema.

Hyūga, quien no se había molestado en prestarle atención, se giró de repente y se acercó, desesperado. La castaña también pareció inquietarse.

—¿Qué sucede? —Preguntó ésta.

Kiyoshi guardó silencio y mantuvo el suspenso durante, más o menos, diez segundos, en los cuales nadie habló. Luego, procedió a pasarse la mano por la cara, harto, y hundió la cabeza sobre el volante, rindiéndose ante la situación.

—No tiene combustible.

Gritando al unísono, todos soltaron un «¡¿HAH?!»incrédulos. Incluido el conductor. Teppei señaló hacia donde lo confirmaba, todavía con la cabeza hundida hacia delante. Sonreía, pero era una sonrisa atónita, como si no pudiese creer lo que había descubierto.

Riko se acercó, hecha una furia, y movió a su amigo para dejarla ver el escenario por sí misma. Segundos después, se dio una palmada en la frente que acabó dejando una marca en su piel.

—No me molesté en mirarlo antes porque, bueno. . . —Kiyoshi se veía entre incómodo y decepcionado, ya que jamás era capaz de enojarse realmente. Junpei estaba lamentándose en el suelo, casi soltando el alma por la boca—. Di por sentado el hecho de que habías revisado antes de salir, Hyūga.

Le pasó la culpa cual flecha asesina y la figura agónica de su amigo vibró en un sobresalto, emanando un aura obscura y cobarde. Los demás no decían gran cosa, pero se sentía la irritación. Le sorprendió que el vicepresidente no dijera ninguna estupidez para empeorar la situación.

—Bueno, bueno. —Calmó el azabache, cerrando los párpados mientras sonreía con incomodidad—. Seamos positivos, al menos sabemos la raíz del problema.

—Sí, genial. —Agregó Imayoshi, con tono de voz pacífico a pesar de que sus palabras parecían quejas—. Estamos en medio de una carretera donde no pasa ni un alma y, probablemente, lejos de cualquier indicio de civilización. ¿Se les ocurre algo?

Guardaron silencio otra vez. Takao lo miró con el entrecejo fruncido y un intento de sonrisa que ya pasaba a ser una mueca absorbida por la irritación. Sus palabras sonaban tan tranquilas como alguien hablando de animales bebés, pero lo que había dicho les arrojó la realidad cual balde de agua helada.

La castaña bufó en voz alta y tomó asiento sobre la hierba. Se mordió el labio un segundo y luego alzó la vista hacia el presidente del comité.

—Fíjate qué tan lejos estamos de algún pueblo.

—A la orden. —Accedió, inclinándose hacia un costado para encender el GPS.

—¿Qué quieren hacer? —Quiso saber Kise, quien ahora yacía sentado con los ojos abiertos. Traía el pelo hecho un desastre y la espalda llena de ramas y pequeñas hojas—. ¿Iremos hasta allá?

—Pues, no. No todos, al menos. —Satsuki le dedicó una expresión tensa y se tocó la barbilla con los nudillos de la diestra, reflexiva—. Algunos tendrán que quedarse aquí por si aparece la grúa u otra persona dispuesta a ayudar.

Una brisa con aroma a humedad le abrazó los pulmones y todos tuvieron el reflejo de mirar hacia arriba. El cielo empeoraba, estaba oscureciendo y no gracias al atardecer. Era muy probable que lloviese pronto.

—Propongo que los culpables sean los afortunados. —Propuso Imayoshi, mostrando aquella sonrisa filosa que se podía interpretar de numerosas maneras.

Miró a Riko y Junpei, quienes al escucharlo apartaron la mirada de inmediato, fingiendo inocencia. Kazunari estaba más que de acuerdo, pero no diría nada. Lo peor que podía pasar allí era el conseguir una discusión. Les convenía arreglar las cosas de forma pacífica antes de acusar a los demás con el dedo.

—Aproximadamente, cuatro kilómetros. —Informó quien se encontraba en el asiento de conductor.

Todos soltaron quejas al escucharlo. ¡¿Tan lejos?!, ¡¿por qué rayos les tenía que pasar justo ese día, en el que parecía que las nubes habían decidido descargar?! Le gustaba la lluvia, pero no así. Le encantaba salir al jardín o sentirla al correr luego de clases, pero no en una situación tan asquerosa como esa. Reconoció que la lluvia presentaría muchos obstáculos si aparecía.

—¡Ya! —Calló Momoi, harta de tanto griterío—. Propongo que hagamos piedra, papel o tijera.

La mayoría pareció estar de acuerdo, exceptuando las expresiones incómodas de Riko y Junpei, quienes no se atrevían a soltar palabra alguna gracias a la culpa que debían sentir en ese momento. O, más bien, los pocos deseos de cagarla y que el grupo decidiera mandarlos a ellos en lugar de dejárselo a la suerte.

Una vez más, se sorprendió de que Shintarō no dijera nada al respecto ya que, hasta el momento, le parecía la clase de personas que no era capaz de guardar la calma en situaciones como aquella. No obstante, aumentando la curiosidad hacia su persona, éste permaneció en silencio, con su típica cara de roca de la cual no se deshacía nunca. 

Formaron una ronda pequeña y, haciendo caso omiso a los cambios del cielo, dejaron su destino en manos del azar. Accedieron ante la idea de que serían tres los desafortunados que se expondrían a una caminata infernal, con riesgos de toparse con una pequeña lluvia.

Tardaron un buen rato, pero después de repetir el proceso hasta que sólo quedó el trío elegido, Riko aplaudió una sola vez con entusiasmo.

—¡Muy bien! —Anunció, con energía. Takao mantenía los párpados cerrados, intentando mantener el positivismo que se esfumaba lentamente—. ¡Entonces, Junpei, Takao y Midorima! Buena suerte~.

Kise se acercó a ellos con una mano en el aire, como si fuera un niño en plena clase de primaria intentando llamar la atención del profesor.

—¡Tráiganme un refresco de limón!

—¡¡No somos un servicio de delivery!! —Se quejó el peliverde, colérico. Aún no procesaba su pérdida ya que, luego de que fuese el último en perder el juego, estudió su mano con expresión incrédula. Era como si no pudiese creer que la suerte no lo acompañara en ese momento.

Kazunari seguía sin asimilar que alguien de su edad pudiera estar tan metido en esa estupidez.

—Oh. —La castaña golpeó su propia palma con el puño de la diestra, como si acabara de pensar en algo—. Yo quiero de uva.

—¡¡Oye!! —Exclamó Hyūga, quien, hasta el momento, no se había quejado por el resultado—. ¡No puedes pedir tan naturalmente cuando eres una de las responsables!

Acabaron anotando una lista larga sobre qué quería cada uno y el azabache se sentía más como un empleado que como un compañero. No tenía idea de cómo iban a arrastrar todas esas bolsas al ir y volver a pie, pero no dijo gran cosa además de ciertos quejidos. Después de todo, siempre se mantenía de buen humor en todo momento, por lo cual aceptar aquella situación no le fue demasiado complicado. A diferencia, por supuesto, de Midorima, quien seguía gritándole a todos, cada vez que pedían algo más.

—Pero. . . —Teppei tomó asiento sobre la hierba y los estudió desde abajo, tranquilo—. ¿No necesitamos que Hyūga se quede aquí? Después de todo, es el conductor.

Momoi suspiró y, después de confirmar que ninguno sabía lidiar con una camioneta familiar como aquella, se detuvieron a pensar durante un rato. Kazunari consideró que lo estaban complicando de forma innecesaria, así que procedió a acercarse a Shintarō y aferró el brazo al de él, como si fueran dos amigas listas para salir a recolectar flores.

—¡Da igual~! —Exclamó, intentando poner el mayor empeño en escucharse energético—. ¡Shin-chan y yo nos encargaremos de todo!

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Notas finales:

; || ¡HolaaAA!

¡Les recuerdo que esta historia está disponible también en Wattpad!, donde hay más color, gifs, imágenes y chucherías<3

Decidí partir el capítulo en dos, ya que la narración me quedó mucho más larga de lo planeado y no quería publicar tanto en una sola actualización. 

¡Pronto la parte dos!

luvya<3.   

 


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