Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

[Reviews - 62]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Como siempre, mil gracias a.

 

• En busca de fics geniales

• Dantaliana

• eduardo

 

Por sus reviews.

 

Espero y les guste este capítulo. ¡A leer!

CAPÍTULO VII

 

Pasatiempo

 

Para los dos, el domingo anterior había quedado como caso cerrado. Ninguno habló del tema durante toda la semana y, finalmente, el viernes veintiuno de abril, había llegado.

Después de llegar a casa del colegio y ducharse, William se recostó en su cama, perdido en sus pensamientos.

Recordaba que cada vez que él y Solomon estaban juntos, Dantalion aparecía de la nada saludándolo con esa estúpida sonrisa.

A pesar de ello, él y Dantalion no habían interactuado mucho, más que un «buenos días». Fue después de un mes que los dos había tenido el primer contacto más cercano.

 

 

Fue un día viernes; el segundo día de octubre del año 2015.

William estaba caminado y discutiendo con su hermano, quien lo instaba con un favor.

—¡Ya te dije que no! —regañó William por cuarta vez, ante la insistente petición del mayor.

—Antes lo hacías seguido —reprochó Solomon con un toque de enojo.

—En aquel tiempo era un niño. Ese niño creció, cambió y maduró. No lo haré otra vez.

—Tengo curiosidad por saber qué tanto te ha cambiado —aclaró Solomon sonriéndole a su hermano con súplica.

—Quédate con la curiosidad —respondió William con firmeza.

Antes de que el mayor de los dos pudiera reprochar, ambos escucharon un llamado a lo lejos dirigido hacia Solomon. Los dos giraron y se encontraron con el nuevo estudiante que había llegado hace solo un mes, Dantalion Huber.

—El sujeto es persistente —dijo William mientras miraba al pelinegro acercarse—. ¿No te molesta que esté detrás de ti todo el tiempo?

—Para nada —le respondió Solomon, mientras le sonreía a Dantalion cuando se terminó de acercar—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió el pelinegro con una sonrisa—. Mejor ahora que te veo.

Solomon rio y William entrecerró los ojos con fastidio.

Aquel tal Huber se dio a conocer en Stratford en tan poco tiempo por su arrogancia, habiendo demostrado una gran afinidad en los deportes, teniendo una personalidad bastante confiada respecto a ese campo.

Aunque solía actuar casi infantil a veces, siendo completamente inmaduro y problemático de tratar —aunque algunas ocasiones William lo había visto ser serio si surgía la necesidad—. A pesar de ello, era tenaz y el tipo de persona que hace algún trabajo excesivamente bien si se le ordenaba —o, para ponerlo más claro, si Solomon se lo ordenaba—.

Todo eso había conseguido saber William con conocerlo tan solo un mes. No es que William estuviera al pendiente de lo que hicieran los demás o los detallara para conocer cada persona a la perfección. Sin embargo, no podía dejar de mirar y analizar a Huber. Quizás solo era porque éste estaba enamorado de su hermano y él temía que fuera un psicópata o algo por el estilo.

Después de soltar un suspiro silencioso, William cerró los ojos y continuó caminando, dejando atrás a aquellos dos «subnormales», pero sintiendo inmediatamente como su hermano y Dantalion le alcanzaban.

—No te vayas —dijo Solomon tomando a William por el brazo—. Es raro cuando coincidimos horas libres.

William no dijo nada. Continuó caminando y escuchando como Dantalion le contaba alguna anécdota a Solomon.

Miró al pelinegro de reojo observando su expresión. ¿Cómo era posible que alguien pudiese poner una cara tan idiotamente notoria de estar enamorado? ¿No era lo más común intentar ocultar los sentimientos a la persona amada por miedo al rechazo?

Pero a Dantalion parecía valerle poco. No se molestaba en hacerle saber a Solomon y a todo el colegio que estaba perdidamente enamorado. Y, por algún motivo, eso a William le molestaba.

—¡Solomon!

Los tres oyeron ese llamado y voltearon y se encontraron con el cabello ondulado y crecido hasta el cuello de un color rubio verdoso, mientras que las puntas finalizaban en un verde un poco más oscuro.

Sus dorados e inteligentes ojos estaban protegidos por los cristales de unos lentes y una sonrisa cálida se dibujaba en sus labios.

—¿Puedes venir un momento?

—Por supuesto —dijo Solomon, dirigiéndose después a sus dos acompañantes—. Regreso en seguida.

Dantalion miró al de cabellos verde con desconfianza —y tal vez con celos—.

Él y Solomon parecían cercanos… demasiado cercanos. Pero lo que más le intrigaba era que sentía conocerlo de algún sitio.

—Ese tipo… —susurró, siendo escuchado por William.

—No seas grosero —regañó el rubio—. «Ese tipo» es el representante escolar. ¡Qué envidia me da su vida tan segura! Durante el resto de su vida puede presumir de ello: «Soy el representante. ¿Y?» «Fui el número uno. ¿Y?»

Dantalion lo observó sorprendido por unos minutos para luego regresar su mirada a ese al que llamaban «el representante estudiantil». Había algo en él que le resultaba familiar.

—¿Sabes cómo se llama? —preguntó el pelinegro.

—Nathan Caxton —respondió el rubio mirando algo desconcertado a Dantalion—. Aunque, por alguna razón que desconozco y que no quiero conocer, Solomon lo apoda «Camio».

—¡¿Dijiste Camio?! —preguntó sorprendido, sobresaltando a William.

—S-sí…

Dantalion volteó a ver al representante con el ceño ligeramente fruncido bajo la atenta mirada de su rubio acompañante.

—¿Lo conoces? —se atrevió a preguntar William.

—Es el hijo adoptivo del exesposo de mi madrastra —respondió con simpleza.

William lo observó y luego al representante. No sabía por qué presentía que esos dos eran algo más que solo «conocidos», pero prefirió no darle tantas vueltas al asunto.

—Solomon se ve muy entretenido —le dijo a Dantalion—, cuando se desocupe, le dices que me fui.

—¿No te quedarás a esperarlo? Él parece querer pasar tiempo contigo.

—Lo veo todos los días en casa. Además, tengo cosas que hacer.

 

 

Al finalizar las clases, el director lo llamó para informarle sobre un asunto escolar y le pidió de favor que llevara unas cajas a la sala de prefectos. Y así fue como terminó con tres pesadas cajas subiendo las escaleras hasta el cuarto piso.

¿Acaso no pudieron hacer esa dichosa sala en el primer piso? ¡Era frustrantemente agotador!

No había nadie a su alrededor, así que si moría en ese lugar, no habría nadie que llamara rápido una ambulancia.

Una vez su mayordomo Kevin le había dicho que se ejercitara y él se había negado rotundamente. Pero ahora deseaba tener un poco más de resistencia física.

—¿A qué hora sale Solomon de su última clase?

Cuando escuchó a alguien muy cerca del oído decirle eso, se sobresaltó y casi cae por las escaleras si no fuese porque unos brazos lo sostuvieron antes de que terminara en el suelo. Por desgracia, las cajas no corrieron con la misma suerte.

Sin embargo, más que estar asustado, William no pudo evitar sentir una especie de déjà vu, como si hubiese ocurrido algo muy similar. Pero muy rápidamente dejó de pensar en eso y se separó del abrazo sintiendo un dolor agudo en el tobillo derecho.

—¡¿Tienes algún problema?! ¡No aparezcas de la nada!

—Lo lamento —se disculpó Dantalion con una pequeña sonrisa.

William soltó un suspiro fatigado, mirando las cajas en el suelo. Se agachó a recoger los libros que habían caído y regresarlos a las cajas, siendo imitado por Dantalion.

—Solomon debe estar a punto de salir. No te precipites.

Cuando terminaron de guardar todo en las cajas, William quiso tomarlas, pero Dantalion se adelantó.

—Te ayudo. ¿A dónde hay que llevarlas?

William agradeció que alguien mucho más fuerte que él las llevara y él no se tendría que preocupar porque al día siguiente le amanecieran doliendo los músculos de los brazos. Aunque sentía un dolor molesto en su tobillo al afincar el pie derecho y fue algo que Dantalion notó al verlo cojear y haciendo muecas de dolor.

—¿Te encuentras bien?

—Sí. Creo que solo me lastimé el tobillo cuando casi me caigo. Debemos llevarlas al cuarto piso. Sígueme.

Se detuvieron frente a una puerta que Dantalion no había visto o había ignorado todo ese tiempo.

—Llegamos —William abrió la puerta y le dio espacio a Dantalion para que entrara.

El pelinegro se sorprendió ante lo cálida, cómoda y agradable que lucía esa habitación.

—¿Qué es este lugar? —preguntó entre curioso y asombrado.

—La sala de prefectos —respondió William cerrando la puerta—. Solo a los estudiantes supervisores se nos tiene permitido entrar. Para resumir, tú no deberías estar aquí.

—¿Me voy a desintegrar por haber entrado? —Bromeó para después aludir a las cajas—. ¿Dónde las coloco?

—Ah, sobre la mesa —se arrojó a uno de los sofás y suspiró agotado—. ¡No quiero volver a subir escaleras en mi vida!

—¡Qué exagerado eres! —Rio Dantalion—. ¿Regresamos a la salida a esperar a Solomon?

—Regresa tú si gustas. Yo debo colocar los libros en los estantes —se sobresaltó al sonar su celular y frunció la boca al leer el mensaje—. Para tu desgracia, Solomon fue a la casa del representante.

—¡¿Qué?! —Dantalion le arrebató el celular a William, leyendo el mensaje.

«Camio me pidió que lo ayudara con algo. Iré a su casa y no podré ir contigo. Nos vemos más tarde.»

—¡¿Cómo se atreve a aprovecharse de la situación?

—¿Podrías devolverme el celular antes de que lo arrojes contra alguna pared? —pidió William extendiendo la mano.

—Sí aquí tienes —le devolvió el aparato y se arrojó al lado del rubio—. ¡Voy a romperle la nariz! —musitó molesto.

—Adelante. Si quieres ser expulsado por golpear al representante y despedirte de Solomon adelante, entonces hazlo. Estaré en primera fila cuando ocurra.

Dantalion frunció la boca ante aquello. Debía aceptar que William tenía razón.

—Bien —dijo William—, comenzaré con los libros. Tú puedes irte a casa.

Cuando se levantó y cojeó, el pelinegro lo tomó del brazo y lo regresó al sofá.

—Yo lo haré, tú quédate aquí —se levantó y comenzó a organizar los libros—. Entre tú y Solomon, ¿quién es mayor? —preguntó más para buscar conversación que para otra cosa.

—Solomon. Él nació quince minutos antes.

—¿De verdad? Juraba que tú eras el mayor. Actúas como el mayor.

—Que Solomon sea un inmaduro no es mi culpa.

—Y de los dos, ¿quién es el gemelo malvado? —preguntó bromeando.

—Solomon, posiblemente.

Dantalion lo observó por encima del hombro con una sonrisa burlesca.

—Ese papel te queda a ti más que a Solomon —aseguró el pelinegro.

—Oh, no lo conoces como lo conozco yo.

—¿Qué es lo que más quiere en el mundo?

—Yo, seguramente.

Dantalion lo observó de nuevo con una ceja alzada.

—¿Sabes que eso suena presuntuoso?

—Si la verdad es presuntuosa, no podemos hacer nada.

Dantalion rio antes de continuar:

—¿Y cuándo cumple años?

—El seis de junio.

—Oh, falta mucho —hizo una pausa, mordiendo su labio inferior—. ¿Y… tú sabes cómo conoció a Camio?

—No. El representante ingresó este año en Stratford. Aun así, desde que llegó, se ha llevado bien con Solomon. Pero no sé si se conocieron aquí en el colegio o ya se conocían desde antes. No suelo estar muy al pendiente de la vida de mi hermano.

—Ya veo —susurró molesto—. ¿Y es la primera vez que Solomon va a la casa de Camio?

—No. A pesar de que solo ha pasado un mes, lo ha hecho varias veces.

—¡Quiero matarlo! —dijo Dantalion mientras temblaba con fuerza y presionaba un libro entre sus manos.

—Daña ese libro y te haré pagar —advirtió William.

—¿Con mi cuerpo? —dijo con una sonrisa traviesa.

Las mejillas de William inmediatamente se tornaron rojas y a Dantalion, por un momento, le pareció muy adorable.

—¡Claro que no! ¡Deja de decir idioteces!

Dantalion soltó una carcajada y regresó a ordenar los libros.

—¿Sabes? Me divierto mucho contigo. Me haces olvidar por un momento que Solomon está con alguien más.

El sonrojo de William se desvaneció un poco, pero un ligero tono color rosa todavía adornaba sus mejillas. No entendía por qué, pero su corazón latía con fuerza y no era capaz de mirar a Dantalion a los ojos.

Una vez Dantalion terminó de organizar los libros, se acercó a William mirando su pie derecho.

—¿Puedes caminar? —preguntó oyéndose bastante preocupado por el estado de William.

—Sí.

William se levantó y cojeó al dar el primer paso, siendo regresado al sofá por Dantalion.

—Te llevaré en mi espalda —y más que una petición, sonó más como una orden.

—¡Por supuesto que no!

—No puedes caminar bien —señaló Dantalion cruzándose de brazos.

—Sí puedo caminar. Solo me duele un poco. Además, es tu culpa por sorprenderme de esa manera.

—Y por ser mi culpa, déjame ayudarte —pidió Dantalion, esta vez sonando un poco más suplicante.

—¡No! ¡No quiero que nadie me vea en tu espalda!

—¿Es por eso? ¿Por tu reputación? —Se extrañó Dantalion alzando una ceja—. ¿Crees que alguien se burlará de ti solo por ir en mi espalda?

Cuando William permaneció callado y con la mirada desviada, Dantalion suspiró. No entendía muy bien el comportamiento de William y, honestamente, no quería averiguar cómo funcionaba.

—Está bien. Hagamos algo —se quitó el abrigo azul oscuro de su uniforme, dejando al descubierto la camisa blanca manga largas y el chaleco carmesí que llevaba puesto. Usó su abrigo para cubrir a William como una especie de capucha—. Listo. Así nadie te reconocerá.

—¡No seas idiota! ¡Ya te dije que no iré en tu espalda!

—Nadie te verá —insistió Dantalion—. Vamos, déjame hacer esto por ti.

William tuvo que apartar la mirada sonrojado ante la cálida sonrisa que le mostró Dantalion y, por algún motivo, no se pudo negar esa vez.

—Está bien —murmuró—. Déjame llamar a mi chofer.

Cuando estuvo listo, usó las mangas del abrigo como cordones para atarlos y que así no se cayera.

—Listo. Vámonos —dijo con un ligero sonrojo en las mejillas.

Dantalion se giró y se arrodilló, mientras que William lo abrazaba por el cuello. El pelinegro tomó las piernas del rubio con firmeza y se levantó, sintiendo como William se aferraba más a él.

—¡Casi no pesas nada! —se burló meciéndolo en el aire de arriba abajo.

—¡Cállate y camina!

Dantalion rio y salió del lugar, caminando lentamente mientras William escondía su rostro en la espalda del mayor. No veía el camino y no supo cuando llegaron al patio delantero.

—¡Hey, Huber! —saludó un chico acercándose—. ¿Has pensado unirte a algún club de deporte? Nos gustaría que te nos unieras.

—Sí, lo he pensado —respondió Dantalion con una sonrisa—, pero he andado un poco ocupado con esto y aquello.

«Persiguiendo a Solomon por todos lados», pensó William un tanto molesto.

—Bueno, todos los clubes de deportes nos estamos peleando por ti. Espero que… —miró a William en la espalda de Dantalion y ladeó la cabeza hacia un lado—. ¿Quién es él?

—Ah, es William.

El rubio se sorprendió ante lo dicho por Dantalion. Lo mataría y lo remataría y lo haría ver como si hubiera sido un suicidio.

—William, William… —dijo el chico como intentado recordar—. ¿El prefecto Twining? —preguntó como si estuviera adivinando.

—El mismo —hubo un ligero silencio entre los dos, antes que Dantalion soltara una fuerte carcajada—. ¡¿En serio te lo creíste?! ¡Tuviste que ver tu cara!

—¡Deja de bromear! —Rio el chico—. ¿Y quién es?

—Ah, un estudiante de primer año que se lastimó el tobillo y me pidieron que lo trajera hasta aquí.

—¿Y la capucha?

—Le molesta el Sol.

—Ah…

La verdad William lucía demasiado grande para ser un chico de primer año, pero como Dantalion era excesivamente alto, incluso para su edad, todos se veían pequeños frente a él. Así que la altura de William no fue percatada por el chico.

—Bien —dijo el chico—. Entonces, nos vemos.

—Sí, adiós.

Una vez se fue, Dantalion llegó a la salida a esperar el auto de los Twining.

—Voy a cortarte la cabeza —susurró William molesto.

—No te enojes —susurró también—. Ahí viene tu auto.

Cuando frenó, metió a William al asiento trasero y entró con él, sentándose al lado del rubio.

—¡¿Y tú a dónde crees que vas?! —reclamó William.

—Iré contigo —respondió Dantalion tranquilamente—. He escuchado que la mansión de los Twining es enorme, así que supongo que el camino hasta la entrada es largo. Te cargaré hasta ahí.

—Mi chofer me dejará justo en la entrada —aclaró William evidentemente molesto.

—Aun así, ese tobillo puede empeorar si no tienes cuidado —hizo una pequeña pausa y agregó—. Además, quiero ver dónde vives exactamente.

—¿Dónde vivo yo? ¿O dónde vive Solomon? —remarcó William con el ceño fruncido.

—Es lo mismo.

—Entonces ¿has escuchado hablar de la mansión de mi familia, pero no sabes dónde está ubicada? —preguntó con una ceja alzada.

—Suelo emplear mi tiempo libre en otras cosas.

William lo observó molesto, Dantalion ni se inmutó y el chofer los veía a ambos por el retrovisor esperando órdenes.

—Arranca —dijo finalmente William llevando la mirada a la ventana e intentando no prestarle atención al pelinegro.

Cuando llegaron, Dantalion lo cargó hasta la entrada, a pesar de que William se opuso, y fue recibido por el mayordomo de la mansión, Kevin Cecil.

—¡¿Qué le ocurrió al amo William?! —se sorprendió el hombre preocupado de la salud de su señor.

—Solo me lastimé el tobillo. Nada grave —aclaró William bajándose de la espalda de Dantalion y apoyándose en Kevin—. Esto… gracias por todo —le dijo al pelinegro con un ligero sonrojo en las mejillas.

—Tranquilo. No fue nada —respondió con una sonrisa—. Yo ya me voy. Nos vemos —se dio la media vuelta y dio dos pasos antes de ser detenido por William.

—¡Hey! ¡Huber! Tu abrigo.

—¡Ah, cierto! —Tomó la prenda y le sonrió a William—. Y llámame «Dantalion» —una última sonrisa le dedicó antes de retirarse.

 

 

A pesar de que en aquel tiempo Dantalion siempre estaba con William e Isaac para estar en los momentos en que Solomon estuviera libre, a veces no tenía suerte y se conformaba con la compañía de ellos dos y, a veces, solo la de William.

Debido a ello, en algún momento sus sentimientos se sembraron, nacieron y florecieron. Ahora solo debía dejar de regarlo y esperaba que así marchitara poco a poco.

Pero el dichoso trabajo semestral y todo el tiempo que debían pasar juntos era la lluvia que caía sobre sus sentimientos y lo fortalecía. Interactuar con Dantalion de esa manera no ayudaba en nada a desvanecer ese sentir.

Iba a enloquecer.

Salió de sus pensamientos cuando pequeños golpes sonaron en su puerta.

—¡Adelante! —gritó mientras se levantaba justo en el momento que Dantalion entraba.

—¿Dormías? —preguntó el pelinegro cerrando la puerta.

—No, solo pensaba en cosas —respondió sentándose frente a la computadora, tomando Huber asiento a su lado—. Dantalion… —le llamó suavemente mientras encendía la laptop.

—Dime.

—¿Recuerdas cuando me llevaste en tu espalda?

—¿Cuándo qué? —preguntó confundido.

William se sintió un poco decepcionado que Dantalion no recordara su primer contacto más cercano, pero supo disimularlo con mucho profesionalismo.

—Yo estaba llevando unas cajas a la habitación de prefectos y tú apareciste de la nada y me lastimé el tobillo —explicó esperanzado de que Dantalion no fuera tan idiota como William creía que era y lo recordara.

—¡Ah! ¡Sí! ¡Ya lo recuerdo! —Suspiró y miró hacia el cielorraso con una sonrisa medio estúpida en los labios—. ¡Cuánta nostalgia! En ese tiempo no me desagradabas.

—¿Disculpa? —William alzó una ceja y se cruzó de brazos mirando a Dantalion con reproche.

—Me caías bastante bien —aclaró Dantalion volteando a verlo—. Hasta que te convertiste en esto.

—¿Qué quieres decir exactamente con «esto»? —cuestionó William mirándolo molesto.

—Eres inteligente, dedúcelo por ti solo.

William le miró de reojo con el ceño fruncido por un momento, para luego proceder a escribir la contraseña que la laptop le estaba pidiendo para poder proseguir.

—Recuerdo que ese día también apareció el imbécil de Camio —continuó Dantalion con su mente estancada en sus recuerdos.

—¿También te molesta el representante?

—¡Por supuesto! —Dantalion alzó un poco la voz para enfatizar lo obvio—. ¡Siempre se lleva a Solomon a su casa!

—No es siempre. Además, yo siento que en Stratford estás más pendiente de Sitri que del representante.

—Al menos Camio no intenta abrazar a Solomon cada vez que se le presenta la oportunidad. Sitri sí.

—Tú también. ¿De qué te quejas?

—Si yo lo hago está bien —se quejó infantilmente Dantalion un tanto enojado.

—¿Y por qué eres tan especial? —Quiso saber William—. En mi opinión, me molesta que todos estén encima de Solomon todo el tiempo. En especial tú.

—¿Por qué? ¿No me ves de cuñado?

—Eres quien menos quiero que seas mi cuñado —musitó por lo bajo, pero de forma entendible.

—Entonces —dijo Dantalion como si estuviera a punto de descubrir la respuesta de un gran enigma que llevase millones de años sin resolverse— para poder estar con Solomon, ¿debo tener tu bendición?

—Si alguna vez tu único sueño se hace realidad y tú y Solomon están juntos en una relación amorosa, los apoyaré. Por supuesto, luego de amenazarte que si le haces algo vas a envidiar a los muertos. En todo caso, ¿por qué tenemos esta conversación? ¿Decidiste hablar con Solomon?

—No, hablamos de lo que ocurriría si yo siguiera tras él. Aún me siento frustrado por todo lo ocurrido. Además, han ocurrido una serie de eventos que no ayudan a que mi frustración se vaya.

—¿Problemas familiares? —preguntó William intentando sonar desinteresado.

—Es más con los estudios y los equipos. ¿Puedes creer que perdí la camisa de mi uniforme deportivo? ¡No la consigo por ninguna parte! —se quejó el pelinegro haciendo relucir la frustración que aludió anteriormente.

El corazón de William palpitó con fuerza mientras él mismo tragaba saliva y miraba discretamente el armario donde estaba guardada la camisa mencionada.

—¿De verdad? —preguntó rogando porque sus nervios no se notaran y su voz haya sonado natural.

—¡Sí! ¡Está bien si solo fuese una camisa que pudiera reemplazar fácilmente, pero, como parte de los clubes, debo personalizarla con mi nombre y ahora tengo que esperar a que personalicen la nueva! ¡Eso me frustra!

—Me imagino —fue lo único que se le ocurrió decir a William.

Dantalion suspiró llevando la mirada a la ya encendida computadora para decir:

—¿Empezamos?

—Por supuesto. Vienes aquí a trabajar, no a perder el tiempo —le respondió el rubio buscando el trabajo entre sus documentos.

Cuando William dio el aviso de que por ese día estaba bien, Dantalion le agradeció en silencio recostándose del respaldo con fatiga, mientras que el rubio apagaba la computadora.

El pelinegro revisó el calendario en su celular y entristeció la mirada al notar que faltaba muy poco para «ese día».

—Se está acercando el cumpleaños de Solomon —susurró Dantalion con desgano.

—No exageres. Todavía es que falta.

—Un mes pasa rápidamente —contradijo el más alto si dejar de ver el calendario.

—¿Tú crees? Porque yo siento que este mes ha sido una eternidad —dijo William agotado y con un tono de que quería que todo se acabase pronto.

—Sí, tú yo hemos pasado mucho tiempo juntos.

Cuando Dantalion terminó de decir aquellas palabras, William recordó el día en que estuvieron a punto de mantener relaciones, ese domingo después de Easter Holidays.

William no era muy creyente de las festividades religiosas —él era un científico hecho y derecho—, pero no paraba de pensar que casi estuvieron a punto de profanar una fecha santa —aunque el domingo santo había sido el anterior a ese—.

Al recordarlo, el rubio se sonrojó y giró la cabeza en dirección contraria en la que se encontraba su compañero de trabajo.

—No me refiero a eso —aclaró Dantalion ante la evidente incomodidad de William—. Me refiero a que hemos pasado mucho tiempo juntos por el trabajo. Pensé que habíamos dicho que no nos incomodaríamos por lo que estuvo a punto de ocurrir entre nosotros.

El rubio no dijo nada. Permaneció en esa posición sin atreverse a mirar a Dantalion, mientras que éste lo miraba de reojo.

Sus encarnados ojos recorrieron el cuerpo del más pequeño de arriba abajo. Casi que buscando una respuesta del porqué últimamente había deseado tanto poseer ese cuerpo. ¿Qué tenía William que lograba encenderlo con solo unos besos?

«Y yo quiero que me hagas tuyo. Por favor, continúa bajando.»

Recordó aquellas palabras y entrecerró los ojos dudando.

¿Era por eso? ¿William era tan orgulloso que daban ganas de arrebatarle ese orgullo y, en ese momento, por un segundo, él había logrado ese cometido? ¿De verdad solo quería desvanecerle esa soberbia de la que tanto William se enorgullecía y oírlo con voz frágil, excitada y suplicante? ¿O era por algo más?

—Hablando de ello —dijo Dantalion—, ¿aún tienes la marca que te hice? —desnudó el hombro de William, quien, ante tal acción, solo pudo sonrojarse, alejarse de su compañero y cubrirse nuevamente.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —reclamó sosteniendo fuertemente su camisa para evitar que Dantalion volviera a intentar desnudar su hombro.

—Entonces, aún la tienes —afirmó el pelinegro llevando su mirada al cielorraso.

—¡Ya deja de hablar de eso!

—¿Por qué te avergüenzas? —Preguntó Dantalion mirándole de reojo—. ¿Será que en el fondo quieres repetirlo y llegar hasta el final?

—¡Por supuesto que no! —se alteró William con un gran sonrojo en sus mejillas, pero manteniéndole la mirada a Dantalion—. Te dije que lo que sucedió fue una reacción biológica normal. Dame razones por las que yo quisiera estar contigo.

El silencio volvió a reinar entre los dos, hasta que la voz de Dantalion soltó una pregunta:

—William, ¿eres virgen?

El rubio se incomodó un poco ante esa pregunta y apartó la mirada.

—¿Y qué si lo soy? —soltó en un susurro que, sin problemas, había llegado a los oídos de Dantalion.

—Ya veo —asintió el pelinegro—. Supongo que tu primera vez se la quieres entregar al idiota que te gusta.

William lo meditó por un momento y respondió negando con la cabeza:

—No, la verdad es que no.

Dantalion lo observó de reojo alzando una ceja.

—Me gustaría —prosiguió William— estar con alguien que por lo menos correspondiera mis sentimientos y no cualquier idiota que tache mi nombre de su lista de «cosas por hacer» o me guarde en su vitrina de trofeos.

Dantalion lo observó en silencio por unos segundos más y sonrió.

—¿Sabes? No sabía que detrás de ese pequeño arrogante pudiera haber tantos sentimientos. A veces me siento sorprendido.

—¿De qué hablas idiota? —Reclamó William—. Soy humano, después de todo.

Dantalion suspiró y cambió de tema rápidamente:

—Volviendo a los de los cumpleaños, ¿sabes cuándo cumple años?

—¿Quién? —preguntó William confundido.

 

—El idiota que te gusta.

—Ah… ahora que lo preguntas, no tengo ni la menor idea. Bueno, tampoco es que somos grandes amigos para contarme ese tipo de cosas.

—Por supuesto… —murmuró Dantalion mirando fijamente el cielorraso.

William lo observó de reojo mordiendo su labio inferior y finalmente preguntó:

—¿Y tú? ¿Cuándo cumples años?

—¿Yo? El primero de mayo.

—¡Oh! Ya estamos muy cerca de esa fecha —dijo William sacando cuantas mentalmente y notando que faltaba casi una semana para el cumpleaños del pelinegro.

—Lo sé. Pronto seré mayor de edad —calló un momento y ladeó la cabeza pensativo—. Por cierto, ¿tú cuando cumples años?

William entrecerró los ojos con enfado, preguntándose si la idiotez de Dantalion era de verdad, porque le costaba creer que realmente existiera alguien que pareciera no haber usado el cerebro en su vida.

—¿Me lo estás preguntando en serio? —dijo finalmente para poder corroborar si de verdad Dantalion era un completo idiota.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Dantalion alzando una ceja, sin entender la pregunta de William.

El rubio suspiró y se levantó de la silla, alejándose a unos pasos del pelinegro. Masajeó sus sienes para no alterar la poca calma que estaba seguro que aún guardaba.

—A ver, Huber, te lo explicaré muy lentamente y con palabras simples para que puedas entender— se giró a ver al pelinegro, quien lo miraba desde su lugar sin entender—. Cuando dos personas son gemelas, significa que nacieron el mismo día, a no ser que una nazca a las 23:00 y la otra a las 00:00, porque ahí sí sería dos días completamente diferentes. Pero, en el caso de Solomon y yo no fue así. Si entiendes lo que trato de explicar, ¿no?

Dantalion lo meditó por un completo y sus mejillas se tornaron rosas, sintiéndose como un completo idiota.

—Claro. Olvidé por completo que eran gemelos —confesó desviando la mirada y sintiéndose completamente avergonzado

—¿Cómo puedes olvidar algo así? —masajeó uno de sus hombros, como si ese día hubiese sido el más agotador de todos.

—Solo lo olvidé.

Dantalion observó disimuladamente la acción que estaba haciendo William y recordó nuevamente la marca que le hizo y lo avergonzado que se sintió el rubio cuando Huber desnudó su hombro para ver si su piel aún estaba marcada por él.

Dantalion mordió su labio inferior, queriendo molestar a William un poco más. Era gracioso verlo con sus mejillas encendidas, con el ceño totalmente fruncido y buscando dar excusas con una temblorosa voz que no engañaba a nadie.

Se veía adorable cuando aún intentaba permanecer orgulloso y a la vez con un ligero tono color rosa cubriendo sus mejillas.

Sonrió de medio lado y se levantó con una sonrisa traviesa acercando peligrosamente su rostro al del rubio, viendo inmediatamente ese sonrojo que hacía lucir al rubio extremadamente adorable.

—¿Qué me regalarás de cumpleaños? —preguntó desconcertando completamente a William.

—¿Y por qué yo debería regalarte algo? —retrocedió intentando escapar de ese rostro tan cerca del suyo, pero con cada paso que retrocedía, Dantalion avanzaba.

—Vamos, si me regalas algo, yo también te regalaré algo en tu cumpleaños.

William supo que ya no tenía escapatoria cuando la cama le impidió continuar retrocediendo.

—¿Y quién dice que quiero que me regales algo? —intentó mantenerle la mirada con firmeza, pero su corazón golpeaba fuertemente sobre su pecho y, como si fuese el corazón delator, temía que Dantalion lo escuchara.

El pelinegro sonrió aún más y empujó al más pequeño a la cama para posicionarse arriba y capturar sus muñecas en una de sus manos, posicionándolas arriba de la rubia cabellera que tenía William.

La burlona sonrisa que se alzaba más de un lado que de otro, era la traidora delatora de lo mucho que Dantalion se estaba divirtiendo ante esa exquisita y avergonzada expresión que tenía William.

Por supuesto, al rubio no le hacía ninguna gracia.

—¡¿Q-qué demonios crees que haces?! —Gritó William con un evidente sonrojo tiñendo sus mejillas y con un notorio temblor en su voz—. ¡Suéltame!

—Si dices que me regalarás algo, te suelto —Dantalion no pudo ocultar el tono burlón. Molestar a William era realmente entretenido.

—¡Pareces un niño malcriado! ¡Suéltame! —volvió a insistir el menor, intentando zafarse del agarre, pero, como era bastante obvio, el pelinegro tenía más fuerza que él y se le era imposible realizar tal acto.

—Suéltate —retó Dantalion levantando con un dedo la camisa de William para dejarle el torso descubierto y entregarle un pequeño cosquilleo cuando rozó su yema por los abdominales al levantarle la prenda—. Estás muy delgado. ¿Te estás alimentado bien?

—¡Déjate de tonterías y ya suéltame!

Dantalion parecía divertirse, pero William todo lo contrario.

Alguien como él siendo sometido por alguien como Dantalion era para que le hirviera la sangre. Fue peor todavía cuando sintió la palma completa del pelinegro en su pecho desnudo. Algo que no hizo más que aumentar su sonrojo y temió que ahora, con la mano de Dantalion sobre su tórax, éste sintiera su corazón latiendo desenfrenado.

Dantalion sonreía satisfecho y de repente tuvo una pequeña idea aprovechando el momento.

—Si me dices el nombre del idiota que te gusta, te soltaré —propuso enfatizando aún más su expresión burlona.

—¿Y qué sucedió con tu determinación de adivinar su nombre? —preguntó William bastante molesto por esa actitud tan inmadura de Dantalion.

—Ya no sé qué más preguntar —cerró un ojo y sacó la lengua divertido.

—¡No seas infantil! ¡Ya suéltame! ¡Estoy hablando enserio!

Cuando William intentaba imponer su autoridad, pero el evidente sonrojo en sus mejillas no ayudaba, era una imagen adorablemente placentera, y Dantalion solo sentía más y más ganas de molestarlo ante lo fácil que se avergonzaba.

—Dime el nombre del idiota que te gusta y te suelto. Yo también estoy hablando en serio.

William mordió su labio inferior sin tener alternativas. Quizás era el mejor momento para que Dantalion lo supiera y ya pasaría lo que tuviera que pasar.

—Da…

—Wil… —entró Solomon de repente interrumpiendo la confesión de su hermano y quedando completamente sorprendido ante aquella escena—… liam —terminó de decir.

No sabía qué pensar de todo aquello. Su hermano, con Dantalion encima, sostenido por las muñecas, con la camisa arriba y la mano del pelinegro sobre él. La explicación para semejante situación era la más obvia, ¿no?

—Sé lo que parece, pero no es lo que parece —aclaró rápidamente William al notar como su hermano sacaba mentalmente sus propias conclusiones. Se dirigió a Dantalion esta vez—. ¡Ya quítate de encima!

El pelinegro obedeció desviando la mirada para no tener que ver a Solomon, aunque podía sentir la mirada de éste fija en él.

—¿Qué es lo que sucede? —le preguntó William a su hermano mientras se sentaba en la cama.

—Tío Barton está al teléfono. Quiere hablar contigo.

—¡¿De verdad?! ¡Enseguida regreso! —se retiró rápidamente de la habitación dejando atrás a su hermano y a su compañero de trabajo.

—Dantalion —habló Solomon tranquilamente después de quedar a solas con el pelinegro—, agradecería que solo te presentaras para realizar el trabajo.

Dantalion miró sorprendido el serio rostro de Solomon, jamás lo había visto de esa manera.

—Es lo único que te pediré —se retiró de la habitación dejando atrás al de ojos rojos solo y con sus confundidos pensamientos.

Dantalion se quedó sin habla durante un buen rato. Aquel relajado y sonriente rostro del que se había enamorado le había causado escalofríos por un momento con esa expresión tan fría y neutral.

Siempre pensó que Solomon era una persona pacífica, pero, con esa mirada que le dedicó, comenzaba a dudarlo.

Sintió, por un momento, que no lo conocía, a pesar de haber convivido con él por un año y medio aproximadamente. Siempre se había mostrado amable y comprensivo, pero ahora temía no saber quién era, le asustaba no saber de quien se había enamorado.

Con un suspiro se recostó en la cama y abrazó una almohada impregnada con el olor de William, preguntándose por qué ese chico olía tan bien y cómo era posible que ese olor fuera capaz de relajarlo aún más que las caricias que alguna vez recibió de Solomon.

«William…», pensó mientras se perdía en sus recuerdos.

El día en que lo había llevado en su espalda había dicho ciertas palabras:

«Me divierto mucho contigo. Me haces olvidar por un momento que Solomon está con alguien más.»

Es lo que había dicho ese día y no fue mentira. Llegó a perseguir a William en el instituto para poder pasar tiempo con Solomon. Pero, aunque a veces no resultara y éste no estuviera presente, se divertía con William olvidándose por completo del mayor de los gemelos.

Se preguntaba por qué de repente William comenzó a parecerle insoportable si hubo un tiempo en el que Dantalion incluso lo había considerado hasta su amigo.

¿Desde cuándo William había comenzado a actuar así exactamente? Porque Dantalion no lo entendía.

A pesar de ello, la confianza entre los dos volvió desde que comenzaron a hacer el trabajo, como si nunca hubiese ido nada mal entre ellos. ¿Era por la tregua? No, era por algo más. Una simple tregua no era capaz de hacer semejante cambio en la personalidad de William.

Esa y más preguntas bombardeaban su mente: ¿de dónde salía tanta confianza al punto de molestarlo sin temer al mal humor del rubio? ¿Por qué se sentía tan bien la compañía de ese rubio? ¿Por qué deseaba volver a aquellos tiempos en los que no se llevaban mal y permanecer ahí por siempre? ¿Por qué William olía y besaba condenadamente bien? ¿Por qué quería volverlo a besar y continuar donde habían quedado? ¿Por qué deseaba tanto aquello? ¿Qué clase de problemas tenía? ¿Estaba enloqueciendo?

—¡Es mejor que no estés dormido! —regañó William entrando a la habitación.

—Tranquilo, no lo estoy —respondió sin moverse de la cómoda posición en la que estaba—. Hey, William…

—Dime —dijo el rubio sonando agotado.

—Acuéstate conmigo —dijo medio en serio y medio en broma.

—Olvídalo —se negó William rápidamente—. Para empezar, estás en medio de la cama. Y para finalizar, eres molesto.

—No me refiero a ese tipo de acostar; me refiero al otro tipo.

—¿Al otro tipo? —Pasaron unos buenos segundos antes de que William entendiera a qué se refería Dantalion y, cuando finalmente entendió, sus mejillas se tornaron rojas—. ¡¿Q-qué cosas dices?! —se acercó al pelinegro quitándole la almohada que éste abrazaba en un intento de ahogarlo con ésta que, por supuesto, Dantalion impedía con facilidad—. ¡Vuelve a decir algo así y sabrás de lo que William Twining es capaz!

El pelinegro no podía parar de reír. El molestar a William sería un pasatiempo que, indudablemente, iba a disfrutar.

Con habilidad, le quitó la almohada al rubio y la arrojó lejos de su alcance. Lo tomó fuertemente de los bíceps para atraerlo a su cuerpo y hacer que sus rostros quedaran bastantes cercas.

—Te avergüenzas muy fácilmente, William —murmuró sobre sus labios.

—¡Voy a coser tu boca con una aguja! —intentó zafarse, pero Dantalion le recostó al lado de él abrazándolo por detrás.

—Relájate un poco. Estás estresado —susurró Dantalion muy cerca del oído del rubio estremeciéndolo de pies a cabeza.

—¡Ya déjate de estupideces y suéltame!

En un intento por quitárselo de encima, William terminó dando la vuelta y quedando frente e frente con Dantalion. Grave error. Sus rostros quedaron muy cercas y su corazón latía desenfrenado. Pero, al ver la expresión sardónica de su compañero, le mantuvo la mirada con firmeza.

—¿Qué buscas conseguir con tu inmadurez? —preguntó molesto.

—Esa expresión tan tierna que pones cuando te enojas y te avergüenzas al mismo tiempo.

—¡No digas que soy tierno! —reclamó William molesto.

—Está bien —aceptó Dantalion abrazándolo aún más y escondiendo su nariz en los rubios cabellos de su acompañante—. Eres lindo.

William se sonrojó más de lo que ya estaba e intentó de nuevo zafarse.

—¡¿Por qué dices cosas como esas?!

—Porque es la verdad —respondió el pelinegro sincero—. Es decir, físicamente lo eres. Después de todo, si Solomon me parece lindo, por obviedad tú también. Aunque, claro, no fue el físico lo que me atrajo de tu hermano. Si fuese así, tú también me gustarías.

—¡Ya cierra el pico y suéltame!

—Quédate así, no te voy a hacer nada —dijo el mayor sosteniéndolo fuertemente y escondiendo el rostro de William en su propio pecho—. Hablando de Solomon, ¿él ha actuado extraño últimamente?

—Específica a qué te refieres —dijo dejando ya de forcerjar sabiendo que era inútil.

—A que… —se detuvo y suspiró—. No es nada. Olvídalo.

William permaneció en silencio por un momento antes de preguntar:

—¿Estás usando la técnica de «te ignoro para que me ruegues» con Solomon? —se atrevió a preguntar sin poder ocultar lo molesto que estaba en ese momento.

—¿Qué? Claro que no. ¿De dónde sacas eso? Ya te dije que me he mantenido alejado de él por todo lo sucedido.

—Eso espero. No me gustaría que estés jugando con él.

—Parece que es él el que está jugando conmigo.

—No lo sabrás si no hablas con él —insistió William—. Además, Solomon no es el tipo de persona que juega con los demás. Lo conozco mucho más tiempo que tú.

—Estoy bien así —dijo como si se tratara de convencer más a sí mismo que a William.

—¿Lo estás?

—Bueno, intento estarlo —admitió.

—Idiota —balbuceó el rubio, aprovechando que Dantalion aflojó el agarre para levantarse de la cama y alejarse de él.

—Volviendo al tema sobre mi regalo de cumpleaños —dijo el pelinegro juguetón sin intención alguna de levantarse de aquel cómodo colchón.

—No te regalaré nada —reiteró el rubio arrojándole a Dantalion la almohada que anteriormente había lanzado el mismo pelinegro y la cual cayó cerca del armario—. Ya vete a casa. Quiero dormir.

—Entonces, durmamos juntos —propuso Dantalion travieso.

—Huber —dijo William lentamente—, si no te vas de mi habitación en los próximos diez segundos, las amenazas de que te voy a castrar se harán realidad. Diez… nueve… ocho… siete…

—Está bien, está bien. Ya me voy —se levantó y estiró su cuerpo—. Nos vemos mañana —y, tras despedirse, se retiró de la habitación dejando a William solo.

El rubio suspiró y masajeó uno de sus hombros.

Realmente necesitaba dormir un buen rato después de una buena ducha caliente.

Se quitó toda la ropa quedando solo en ropa interior. La toalla que usaría la colocó en sus hombros y, justo cuando estuvo a punto de desnudarse por completo, la puerta se abrió dejando ver de nuevo a su compañero de trabajo.

Lo primero que atinó hacer fue cubrirse con la toalla a pesar de no estar del todo desnudo.

—¡¿Qué demonios haces tú de vuelta?! —se quejó William sonrojado.

—Creo que dejé mi celular —recorrió con la mirada el escritorio y ahí encontró el objeto responsable de su regreso, y se acercó para tomarlo—. ¿Vas a bañarte? —preguntó al ver a William en esas fachas.

—¿Tú qué crees?

Dantalion sabía que debía regresar sobre sus pasos y marcharse, pero no pudo evitar quedarse para molestarlo un poco más.

—¿En serio? Entonces… —se acercó hasta quedar muy cerca de él y bajar su rostro a la altura de William para que su aliento chocara contra la boca contraria—. ¿Puedo bañarme contigo?

El siguiente acontecimiento no se lo esperó. Sintió un agudo e insoportable dolor proporcionado por la rodilla de William al golpearlo justo en el punto débil de todos los hombres.

—Te lo advertí —dijo William con los brazos cruzados y viendo como Dantalion se arrodillaba frente a él, intentando conseguir una respiración normal y gimiendo de dolor—. Espero no verte aquí para cuando me termine de bañar —fue lo último que Dantalion escuchó de William antes de que éste entrara al baño.

El rubio, estando dentro de la tina, terminó de tallar su cuerpo y luego solo se concentró en que esa agua caliente relajara todos sus puntos de presión y liberara todo el estrés de ese día agotador.

—Oye, William —dijo Dantalion entrando la baño y sentándose en el inodoro cerrado que se hallaba justo al lado de la bañera.

—¿No te dije que te largaras? —reclamó el rubio con los ojos cerrados e intentando no incomodarse por la presencia de su compañero. Entendió que, mientras se estuviera cubriendo las «partes importantes», entonces no habría ningún problema.

—Me iré dentro de un rato. Quiero preguntarte algo y que seas sincero conmigo, ¿podrías?

—Siempre soy sincero. ¿De qué se trata?

—¿Tú realmente crees que si hablo con Solomon y las cosas se arreglan, exista una posibilidad de que algún día seamos pareja?

William suspiró.

—Bien. A pesar de que soy hermano de Solomon y que he convivido con él toda mi vida, no te sabré decir qué es lo que él suele pensar. Lo que sí te puedo decir es que eres alguien a quien le tiene aprecio y, si te esfuerzas como te has estado esforzando hasta ahora, existe una baja posibilidad de que algún día estés con él de esa manera.

—¿Una baja posibilidad? ¿Qué tan baja? —preguntó asustado de la respuesta que recibiría.

—Basándome en la personalidad de Solomon y que parece no estar interesado en una relación, yo diría que entre un cinco y diez por ciento.

—¿Tan baja? —se resignó el pelinegro con una mueca.

—Querías que fuera sincero, ¿no? Ahí tienes tu sinceridad.

—La verdad, esperaba que me mintieras un poco —murmuró.

—Idiota.

William alargó su brazo queriendo alcanzar la toalla, pero Dantalion la tomó antes, la colocó sobre sus propios hombros y se alejó a la puerta del baño recostándose de ella.

—¿Sabes? He estado pensando —dijo el pelinegro con una mirada y sonrisa inocente que irritó al rubio—, hemos adelantado tanto el trabajo que es posible que terminemos antes de que lleguen las fechas, ¿no crees?

—Dantalion —murmuró William enojado—, dame esa toalla.

—Por supuesto, ten —estiró el brazo con la toalla en mano, sin moverse de su lugar y sin borrar esa fingida inocencia de su rostro—. ¿Qué sucede? —Preguntó ladeando un poco la cabeza—. ¿No la querías?

William no dijo nada, solo lo fulminaba con la mirada desde la bañera.

—Vamos —colocó la toalla en sus hombros de nuevo y la sostuvo fuertemente de ambos extremos mientras se acercaba a William y se inclinaba a él—. ¿Qué es lo que te avergüenza tanto mostrarme? ¿No me digas que… —acercó sus labios al oído del rubio y susurró—… tienes una erección?

—¡C-claro que no! —Se sonrojó ferozmente logrando zafar la toalla de los hombros de Dantalion—. ¡Y ya dame esto!

Ambos se encontraban en una lucha por la toalla, jalándola cada uno por un extremo.

Aunque William usara ambas manos, no era rival para Dantalion, que solo usaba una sola mano y no se mostraba que se esforzara, aunque sí parecía ser el único que se divertía, encontrando un placer personal en molestar a William.

Para él, esa expresión del rubio era adorablemente cautivadora y no podía evitar molestarlo.

Lentamente colocó un dedo en el hombro izquierdo de William, que dejó de forcejear al sentir aquel tacto.

—Ahí está la marca que te hice. Aún puede verse.

El sonrojo de William aumentó y tiró de la toalla tan fuerte que Dantalion, quien había dejado de usar la fuerza, fue jalado también, cayendo dentro de la bañera.

William, por reflejo, se alejó de Dantalion a un extremo de la bañera y encogió las piernas para «protegerse». Aprovechando que el pelinegro volvía en sí y tenía todo el cabello adherido al rostro por el agua, se levantó rápidamente colocándose la toalla en la cintura y saliendo del baño, cerrando con llave.

Para cuando Dantalion salió de la bañera, se dio cuenta que estaba encerrado en el baño.

—¡William! —Golpeó la puerta fuertemente con ambos puños—. ¡Ábreme!

—¡Tú no saldrás de ahí hasta que me vista! —advirtió William con su corazón latiendo fuertemente.

—¡Bien! —se resignó el pelinegro recostándose de la puerta—. ¿Tendrás una bata de baño que me quede?

— ¿Para qué?

—No quiero volver a casa empapado y, por simple obviedad, tu ropa no me queda.

—En momento busco una de Kevin. Espera un poco.

—Está bien.

Pasado unos cuantos minutos, la puerta del baño se abrió y solo se asomó una mano extendiendo una bata. Una vez que la prenda estuvo en el poder de Dantalion, la puerta volvió a cerrarse con llave.

—No me dejarás aquí encerrado, ¿verdad? —preguntó Dantalion algo asustado por la idea.

—Debería, por lo molesto que has sido. Solo cámbiate y me dices para abrirte.

Dantalion sintió unas enormes ganas de afirmar ya tener puesta la bata y, cuando William abriera la puerta, estar completamente desnudo. Pero sabía que se arriesgaba a quedarse realmente encerrado y a perder su hombría, por lo que resistió la tentación y usó la bata de baño.

—¡Ya estoy listo!

William abrió la puerta unos centímetros y echó una rápida mirada antes de abrirla por completo.

—Dame tu ropa para decirle a las sirvientas que las planches —ofreció el rubio—, se secarán más rápido así —quiso quitarle la ropa a Dantalion, pero éste se lo impidió.

—La verdad, esta es una buena excusa para no regresar a casa tan temprano y convivir con mi hermanastra, así que deja que el Sol se haga cargo de manera natural —abrió el balcón y dejó su ropa para que secara—. Además, si de repente comienza a llover, tendré toda una excusa para quedarme toda la noche.

—Ni creas —advirtió William antes de sentarse en la cama a leer.

Dantalion no tardó en tomar el espacio libre que estaba contra la pared, recostándose en la cama, con su cabeza apoyada sobre sus brazos y sus ojos apreciando silenciosamente el techo.

—A veces solo siento que soy para Solomon como la letra «P» en la palabra «psicología» —susurró Dantalion con tristeza.

—¿Cómo así? —preguntó William desinteresado y sin apartar la mirada de la narración plasmada en su libro.

—Nadie sabe exactamente porque está ahí, pero a nadie le interesa.

William alzó una ceja ante eso.

—Para empezar, hay muchas personas que saben que la palabra griega «Psyché», que se escribe con «P» y «S» al principio, significa «alma, mente y/o consciencia», y de ahí deriva la psicología como la ciencia que estudia esos fenómenos. Y te puedo asegurar que Solomon es una de esas personas que lo sabe. ¿No has escuchado la historia de Eros y Psyche[1]?

—No sé quiénes son esos.

—Sé perfectamente que conoces a uno de ellos. «Eros» es el nombre griego de Cupid[2].

—De ese infeliz ni me hables —pidió Dantalion, enojado con el amor en general.

—Si de verdad crees que el dios Eros, o Cupid, existe y está por ahí flechando a imbéciles con sus flechas invisibles, eres más idiota de lo que pensé.

—¡¿Es un dios?! —preguntó Dantalion sorprendido.

—¡¿En serio eres tan imbécil?!

—Bueno, no todo sabemos lo que tú sabes, pequeño adicto al conocimiento.

—Pero a estas alturas ya deberías saber eso, idiota.

—Eres pesado —se quejó Dantalion con un puchero.

—Solo soy inteligente y comparto mis conocimientos con seres… —hizo una pausa y miró a Dantalion con insuficiencia— como tú. Pero que tu cerebro sea tan diminuto que no cabe todo ese conocimiento, ya no es culpa mía.

—Engreído —murmuró Dantalion.

—Irritante —le respondió William.

El silencio reinó tras esas palabras. William no tenía intención de dejar su lectura y Dantalion sentía que en cualquier momento moriría lenta y tortuosamente de aburrimiento.

Observó al rubio de reojo y le arrebató el libro que leía para ojearlo y saber de qué se trataba.

El rubio solo lo miraba fulminante desde su lugar.

—¿Te excita molestarme? —preguntó irritado.

Nuevamente Dantalion lo observó de reojo por un segundo y desvió la mirada disimuladamente a su propia entrepierna, devolviéndola de nuevo al libro.

—No, no me excita, solo me entretiene.

William le arrebató el libro y continuó leyendo, intentando no prestarle atención al pelinegro presente, pero fue inútil cuando éste lo abrazó y recostó la cabeza en su pecho.

—William… —susurró quedamente—, ¿por qué tu corazón late tan deprisa?

El rubio se sintió traicionado por sus propios latidos, pero no se permitiría decir la verdadera razón por la cual éstos estaban tan descontrolados.

—¿Por qué crees tú? ¡Porque me irritas! —Se levantó de la cama deshaciendo el abrazo de Dantalion—. Siento que me asfixiaré si sigo respirando el mismo aire que tú.

William se retiró dejando al pelinegro y decidido a no regresar hasta haber terminado su libro. Para entonces, seguramente, Dantalion estaría dormido.

El pelinegro, por su parte, se había quedado pensando en todo lo que había ocurrido. Sentía que enloquecería en cualquier segundo.

Sabía que sus sentimientos por Solomon no habían cambiado. Cada vez que lo veía o siquiera escuchaba su voz, el palpitar de su corazón se aceleraba. Aún quería estar con él como algo más que un simple amigo. Todavía estaba locamente enamorado de él.

Pero algo extraño le ocurría con William.

Cuando Dantalion se encontraba a solas, actuaba como el típico fracasado en el amor y se reprendía el no poder estar con el amor de su vida. Pero, cuando tenía la compañía de William, hasta se le olvidaba que tenía a alguien de quien estaba enamorado. Dejaba de pensar en el amor y lograba incluso soltar una carcajada, cuando en todo el día nadie había logrado ni hacerlo sonreír.

Era bastante extraño. Es decir, después de todo, se suponía que William debía ser la persona que más le recordara a Solomon al ser su gemelo a fin de cuentas y al tener su mismo rostro. Pero, por el contrario, estando con él se olvidaba por completo de Solomon.

Y eso era lo extraño.

Según William, ambos estaban llevándose bien por la tregua que prometieron, pero Dantalion sabía que aquello era más que una simple «tregua».

Podía incluso atreverse a llamar su relación con William una «amistad verdadera». Pero lo que él sentía era algo más que amistad, pero menos que amor.

Al recordar lo que estuvo a punto de suceder entre los dos, no sabía cómo sentirse. Solomon los había interrumpido e impidió que ambos cometieran la peor locura que pudieran hacer. Pero, muy en el fondo, había maldecido aquella interrupción. Había querido continuar y saber si William era tan bueno en el sexo como besando.

Y con esos pensamientos en su mente, sus ojos se fueron cerrando lentamente hasta quedar completamente dormido.

 

 

—¡Hey, Solomon! —saludó Dantalion con una enorme sonrisa mientras entraba a la habitación del rubio.

—¡Dantalion! —Solomon le devolvió el saludo con una sonrisa y cerrando el libro que tenía en sus manos—. ¡Qué alegría verte!

—¡Hey! ¡Se supone que esas son mis líneas! —reprendió divertido el moreno, cerrando la puerta tras de sí y acercándose a Solomon.

—¿Acaso no me puedo alegrar de ver a mi novio? —preguntó el rubio ladeando un poco la cabeza.

—Por supuesto que sí —le sonrió antes de unir sus labios en un beso mientras lo recostaba en la cama y se iba posicionando arriba.

Cuando rompió el beso, lo miró con ternura acariciándole la mejilla.

—Estoy tan feliz de poder estar contigo de esta forma —susurró Dantalion sobre los labios contrarios—. No tienes ni idea de cuánto soñé con este momento. Te amo tanto que no quiero que te vayas nunca.

—¿Ni siquiera a buscar agua? —preguntó juguetón—. Tengo sed.

Dantalion rio robándole una rápido beso.

—Está bien si solo vas por agua. Pero no tardes demasiado.

—No lo haré —sonrió para luego levantarse de la cama y salir de la habitación.

Dantalion sonrió feliz mientras cerraba los ojos.

Escuchó la puerta ser abierta y se enderezó con una gran sonrisa.

—¡Eso fue rápido! —se sorprendió al ver al gemelo que no esperaba—. ¿William?

—¿Te sientes bien? —preguntó el rubio acercándose y posicionándose arriba.

—¿Qué haces? —preguntó Dantalion sorprendido, pero sin poder alejar a William.

—¿Te sientes bien de estar con la persona que amas mientras deseas ferozmente a su gemelo? —se acercó a sus labios y susurró sobre ellos—. ¿Puedes tener la consciencia tranquila?

—William, yo…

—Esta cama tiene impregnado el olor de Solomon —le interrumpió William—, y yo tengo impregnado mi olor natural, ese que te vuelve loco—. Introdujo una mano por debajo de la camisa de Dantalion—. Hagámoslo aquí. Mezcla ambos aromas. Siente la fragancia del chico que amas mientras estás con su gemelo. A la vez que también sientes mi aroma.

—William, Solomon puede llegar en… —los labios del rubio sobre los suyos lo interrumpieron.

—Si me deseas, entonces haz realidad tu deseo. No te sigas contendiendo más.

—No creo que…

—¿Qué? —Interrumpió de nuevo—. No me digas que no tienes ni la menor idea de a cuál de los dos mirabas cuando Cupid te flechó.

 

 

Abrió los ojos de repente sorprendiéndose de semejante sueño.

Observó el cielorraso por unos minutos, intentando calmarse y no buscarle explicación lógica a los sueños. Después de todo, solo eran ilusiones.

Suspiró y sacudió la cabeza mientras se enderezaba.

No sabía por cuanto tiempo había dormido, por lo que se levantó y fue a verificar si su ropa ya estaba seca.

Se quitó la bata de baño y se colocó su ropa interior justo en el momento en que William entró.

El rubio quedó congelado en su lugar. No llegó a verlo completamente desnudo, pero mirarlo con solo los bóxer puestos fue demasiado para él.

Sintió un cosquilleo desde su nariz, pasando a sus labios y llegando al mentón. Pero no le dio demasiada importancia.

Dantalion, quien no había notado la presencia del rubio, se colocó su pantalón y llevó la mirada a William preocupándose al verlo.

—¡William! ¡¿Te encuentras bien?! —preguntó acercándose rápidamente sin siquiera colocarse la camisa.

William salió de su ensoñación y miró fijamente los preocupados ojos de su acompañante, intentando no desviar la mirada a ese torso tan cerca de él.

—S-sí, estoy bien. ¿Por qué los preguntas?

—¡Tu nariz está sangrando!

William pasó sus dedos por debajo de sus fosas nasales y, ciertamente, estaba sangrando.

Aquello debía de ser una especie de broma.

No era sorpresa para él saber que cuando una persona se excita, el ritmo cardíaco sube y bombea así sangre al cuerpo con mayor velocidad, causando que suba la presión arterial, de esa manera, los vasos sanguíneos más débiles se rompen, y, debido a que la vena que pasa por la nariz es muy delgada, es la primera que intenta reventarse. Pero para ello se tiene que llegar a un punto de excitación muy elevado.

Ese tipo de tonterías soló sucedía en aquellos absurdos dibujos japoneses donde la exageración no ha de faltar, era verdaderamente ridículo que le sucediera aquello sólo por ver a Dantalion en ropa interior.

—Recuéstate —dijo el pelinegro sosteniéndolo para que no cayera.

—Estoy bien.

—Sangrar por la nariz no es algo que se deba pasar por alto. Recuéstate.

William obedeció. Después de todo, no podía decirle la absurda verdad de su sangrado nasal.

Solo, por favor, no le digas a Kevin o a Solomon —pidió en casi una súplica.

Cuando su hermano y su mayordomo se preocupaban exageraban con todo.

—Está bien. Pero deberás ir al médico —ordenó colocando un pañuelo en el sangrado.

—No es necesario —se quejó aceptando el pañuelo una vez que Dantalion lo presionó contra su nariz.

—William, no seas malcriado. ¡Ve al hospital! —alzó un poco la voz para hacerle saber que hablaba en serio.

—¿Por qué actúas como si te preocupara? —preguntó William desviando la mirada entre molesto y triste.

—Porque me preocupas.

—¿Por qué? —exigió saber sin todavía mirarlo.

—Porque tú eres…

—¿El hermano de Solomon? —interrumpió completando la frase y mirándolo directamente a los ojos.

Dantalion se sorprendió, pero luego suavizó su expresión y le regaló una sonrisa sincera que fue directo a los latidos del corazón de William.

—Porque tú eres aquel que se convertirá en el primer ministro más joven. Algún día llevarás a Inglaterra sobre tus hombros, pero no podrás hacerlo si te encuentras mal de salud. Por eso debes cuidarte. Eres el único que puede ocupar ese puesto. No quisiera que algún trastornado gobierne el país en un futuro. Tienes que ser tú —le revolvió el cabello aumentando su sonrisa—. ¿No te parece?

El rostro de William no podía estar más rojo. Su corazón latía con gran velocidad y, si no fuese porque él mismo se lo impidió, estuviera llorando.

—Es como dice el dicho —prosiguió Dantalion juguetón—: «es mejor loco conocido, que loco por conocer».

—Cierra el pico —desvió la mirada de nuevo y con el sonrojo todavía adornando sus mejillas.

William presionó más el pañuelo sobre su nariz, aquel que estaba impregnado con el olor de Dantalion. Es como si estuviera abrazando la camisa que había hurtado, pero con el aroma más sutil. A fin de cuentas, se había robado una camisa empañada de sudor que no había sido lavada desde que fue arrebatada de su dueño original).

Dantalion, por otro lado, observaba a William y recordaba esa última parte de su sueño:

«No me digas que no tienes ni la menor idea de a cuál de los dos mirabas cuando Cupid te flechó.»

Él sabía que los sueños solo son recuerdos almacenados en su mente que se reproducen y se mezclan mientras duerme y por eso los sueños no tenían ningún sentido. Así que soñar con Solomon siendo su novio, con William insinuándosele e incluso que se mencionara a Cupid, era sumamente normal. Pero no podía dejar de pensar en esa última parte. No sabía por qué, pero era como si algo en su interior lo estuviera llamando —lo cual era ridículo—.

—Pediré que lo laven —dijo William sacándolo de sus pensamientos y aludiendo al pañuelo, pero Dantalion se lo arrebató.

—Está bien. No te preocupes por eso.

—Pero está lleno de sangre… y es asqueroso.

—Ya te dije que está bien —volvió a decir Dantalion, sonriéndole de una forma que William no pudo contradecirle.

—Como quieras —respondió con un ligero sonrojo y desviando la mirada.

—¿Ya te sientes mejor?

—Sí. Estoy bien.

—Bien. Pero aun así deberás ir al médico. Promételo.

—¡Sí, sí! ¡Ya termínate de vestir! —pidió William que hacía todo lo posible por no mirar embobado el torso de Dantalion.

El pelinegro bajó la mirada a su torso desnudo y la regresó a William.

—Lo haré en un momento.

El rubio se sobresaltó al sentir la mano de Dantalion acariciar sutilmente su mejilla.

—¿Por qué no sonríes? —preguntó el más alto.

—¿Debería hacerlo? —dijo William intentando conservar su actitud ruda y no prestarle atención a la mano sobre su mejilla.

—Creo que una vez te dije que te veías mejor sonriendo.

—¿Y eso es una excusa para sonreír?

—Es que cuando sonríes, te pareces…

—¿A Solomon?

Dantalion suspiró y peinó sus cabellos hacia atrás con cansancio, apartando la mano de la mejilla de William.

—Deja de mencionar a Solomon. William, no te estoy comparando con él. Son gemelos, pero son personas completamente distintas. No te estoy pidiendo que actúes como él, que te dejes crecer el cabello como él o que sonrías para parecerte más a él. Yo no quiero que te parezcas a él. Yo no quiero convertirte en su clon. Yo no quiero que dejes de ser quien eres. Yo… yo solo quiero… que seas tú… que seas la mejor versión que puedes mostrar. Por eso te pido que sonrías, porque sé que esa es la mejor versión de ti.

William se sorprendió al escuchar esas palabras y apartó la mirada sonrojado. Cuando decidía hacer algo para borrar sus sentimientos, aparecía el idiota de Dantalion y decía algo que lo enamoraba más. No sabía si matar a Huber o matarse a sí mismo.

—Aun así, no sonreiré.

Dantalion lo observó en silencio por unos cuantos minutos, hasta que finalmente preguntó:

—William, ¿sufres de cosquillas?

El rubio lo miró desafiante.

—No te atrevas —advirtió mencionando cada palabra lentamente para dar a entender que no estaba jugando.

Dantalion solo sonrió de medio lado y entrecerró los ojos de forma burlona.

—Sabes que me atreveré.

De un momento a otro, subió arriba de William con sus manos jugueteando por el abdomen del rubio, quien intentaba por todos los medios sostener a Dantalion de las muñecas para que se detuviera.

—Ya… de… tente… —intentaba decir William entre risas, pero era inútil, el pelinegro parecía hacerse el sordo—. Hablo… hablo en serio.

Por más que lo intentara, aquel tormento no se detenía. Después de todo, no podía sonar amenazante si se estaba riendo así.

Hasta que finalmente Dantalion se detuvo colocando las manos a cada lado de la cara de William, mientras que éste había aterrizado sus manos en los abdominales del pelinegro.

Ambos respiraban con dificultad y sus rostros se encontraban muy cercas. Cada uno miraba los ojos contrarios, uno a la vez, mientras intentaban recuperar el oxígeno que habían perdido.

Cualquiera que mirara la escena, bien tenía todo su divino derecho de pensar mal y no había fuerza sobre la Tierra que se lo impidiera. Dantalion no tenía camisa, estaba arriba de William y ambos respiraban agitados. No había nada que evitara a alguien interpretar aquella situación a su modo. Y todavía más cuando los ojos de Dantalion comenzaron a desviarse a los labios de William y regresaban a los orbes esmeraldas de su acompañante, repitiéndolo seguidamente mientras se acercaba cada vez más hasta rozar sus narices.

Las manos de William deslizaron las yemas de sus dedos por todo el torso de Dantalion, hasta acabar en sus hombros y empujarlo para que se alejara, desviando la vista hacia otro lado.

—Termínate de vestir y ve a casa. Yo quiero dormir un poco.

Dantalion regresó completamente al mundo real y se alejó de William.

—Ah… cl… claro… —intentó alejar cada pensamiento al de su mente, mientras se levantaba de la cama y buscaba su camisa—. Luego irás al hospital.

—Sí, sí. Iré —mintió para desvanecer la preocupación de su compañero.

—Bien, nos vemos mañana —se despidió Dantalion con una sonrisa.

—Sí, nos vemos —alcanzó a decir antes de ver a Dantalion partir.

William suspiró y cubrió su rostro con una almohada.

Si no se controlaba, terminaría por entregarse a Dantalion si volvía a caer en una situación similar. Debía hacer algo al respecto.

 

 

Mientras esperaba a su chofer, Dantalion sonrió al pensar en su nuevo pasatiempo. Recordó a William con las mejillas encendidas, que no ayudaba a que su orgullo reluciera, y esa expresión tan adorable que ponía.

Molestar al rubio sería algo que definitivamente disfrutaría.


[1] Psyche: «Psique» en español. Diosa grecorromana y personificación del alma. Es la protagonista de un mito en el cual —tras haber hecho caso omiso a la advertencia de su amado Eros de nunca ver su rostro—, con la ayuda de una lámpara de aceite, lo observó mientras dormía. Se sorprendió de que el rostro, que temía fuera monstruoso, fuese demasiado hermoso. Finalmente una gota de aceite quemó a Eros despertándolo y éste, enojado, rompe con ella. Queriéndose ganar el perdón de su amante, Psyche debe pasar una serie de pruebas impuestas por la madre de Eros, Aphrodite (Afrodita), diosa del amor, para volver a verlo. Su mito llegó a inspirar la historia de la «Bella y la Bestia» de Gabrielle Suzanne de Villeneuve.

 

[2] Cupid: «Cupido» en español. También llamado «Amor». Dios romano del amor o del deseo amoroso, hijo de Martes y Venus. Su equivalente griego es «Eros». Recuerden que los nombres propios están escritos en inglés.

Notas finales:

¡Espero y les haya gustado! ¡Gracias por leer!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).