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Paredes blancas por Musha

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Notas del capitulo:

He aquí un nuevo capítulo. Espero que despierte el mismo interés que los anteriores.

Legajo N° 3611 

Nombre: Kamus 

Edad: 20 años 

Patología: Ataques de Pánico y fobias 

Descripción: Un ataque de pánico es una sensación de temor extremo que se presenta sin advertencia y sin motivo. Durante un ataque de pánico, la persona piensa que le va a dar un ataque del corazón, que se va a morir o que va a volverse loca. Siente que no tiene ningún control o como si algo terrible fuera a suceder. El corazón late rápidamente, con gran fuerza o en forma irregular. La persona tiembla, suda, siente que le falta el aire o se siente mareado. Un ataque de pánico puede suceder en cualquier momento, incluso mientras se está durmiendo. Los síntomas alcanzan su máxima intensidad en unos 10 minutos y pueden durar 30 minutos o más. 

Tratamiento: Casi siempre los ataques de pánico son tratados con medicinas o una combinación de medicina y consultas con un consejero. El tratamiento de los ataques de pánico y el trastorno de pánico da muy buenos resultados. Para algunas personas, simplemente el saber más acerca de los ataques de pánico y el trastorno de pánico les ayuda a aprender a controlar sus síntomas, incluso sin medicamentos ni consultas con un consejero. 

Los antidepresivos y los tranquilizantes, o una combinación de ambos, se usan para tratar los ataques de pánico. El médico a veces le recetará ambas medicinas hasta que deje de tener ataques de pánico, y luego retirará lentamente el tranquilizante. 

                            Capitulo Tercero 
               Miedo, pavor, terror. Tengo temor a vivir 


Temblaba violentamente. Lívido y con la respiración agitada se aproximó a la ventana y con movimientos frenéticos intentó abrirla; pero las hojas de la misma parecían estar selladas. Desesperación indecible. Angustia incontrolable. El corazón quería escapar de su cuerpo. 

Corrió hasta la puerta de la habitación, sabiendo de antemano que se encontraba asegurada. Nunca se olvidaban de pasar cerrojo a las puertas de cada uno de aquellos calabozos. 

Tiró con todas sus fuerzas del picaporte, pero todo esfuerzo era inútil, la madera no cedería, no era la primera vez que le ocurría aquello. 

Si gritaba el escaso aire que llenaba sus pulmones escaparía, podía sentir las venas contraerse dentro de su cuerpo en cada latido. La sangre espesa circulado. Diástole, sístole, diástole, sístole, sístole. Las arterias cerradas. Dolor en el pecho, punzada profunda en el corazón. 

Se moría... 

Con los jirones de conciencia que aún podía retener, hizo el sobrehumano esfuerzo de concentrar sus pensamientos. Tenía que recordar los ejercicios de respiración aprendidos durante la terapia: inspirar exhalar, inspirar, exhalar. El ritmo cardiaco disminuía pero sudores helados le estremecían todo el cuerpo y no podía abrir los ojos porque los vértigos lo sacudían provocándole náuseas. 

Resbaló con la espalda pegada a la pared hasta encontrarse sentado en el duro y frío suelo de la habitación. 

Según sus cálculos, hacía exactamente ocho días desde la última dosis de medicamentos. Así lo había dispuesto el facultativo, creyendo que las crisis estaban totalmente controladas. Le habían dicho que debían pasar al menos 10 días sin presentar algún síntoma para acceder a un permiso especial que le permitiría dejar la clínica provisoriamente, y lo habilitaría para reinsertarse en la sociedad, esa, de la cual tenía escasos o inexistentes recuerdos, claro que siempre bajo supervisión médica. Y él se estaba esforzando tanto para obtenerlo que muchas veces había logrado contener esos intrínsecos impulsos de abandonarse al miedo desesperante que le causaban determinadas situaciones, sobreponiéndose al mismo, con una fuerza desconocida y otras tantas había ocultado los insipientes estados que precedían a los ataques con verdadera maestría. Porque en realidad, él no merecía estar encerrado en aquel espantoso edificio conviviendo junto con esas personas evidentemente inestables y trastornadas. Podía evocar los destellos de demencia que iluminaban algunas miradas, y las actitudes que se condecían con ellas. 
Pero él era diferente, claramente no pertenecía a ese grupo patético de enfermos dominados por sus desequilibrios mentales. 

Y era gracias ellos que ahora se encontraba nuevamente atravesando uno de esos transes tan bien conocidos por él. ¿Era acaso el aislamiento que los volvía agresivos e intolerantes? No le interesaba en esos momentos tratar de comprender a esos por quienes veía su gran posibilidad de salir escaparse como arena entre los dedos. Jamás había estado tan cerca de alcanzar esa tan añorada libertad y pensar que todo su empeño resultaría inútil era absolutamente frustrante y extremadamente injusto. 


Aioria o Stefano, Stefano o Aioria, poco importaba el orden, siempre terminaban implicados en el conflicto, sino era que ellos mismos lo suscitaban.

Un roce sin intensión, una palabra desafortunada, incluso una mirada malinterpretada, solo eso bastaba para que una pequeña chispa produjera una explosión de dimensiones exageradas y de las esquirlas todos eran victimas.

Generalmente era suficiente la presencia de uno de los tantos carceleros del lugar, para que la calma retornase entre los rebeldes, pero esta vez era diferente; habían sobrepasado los límites involucrando a otros en la disputa. 


Gritos, blasfemias, imprecaciones, ojos desorbitados, rostros encendidos de rabia y furor, y en medio de todo aquel remolino los enfermeros separando a unos y otros; intentado restaurar esa siniestra tranquilidad de la que gozaban la mayoría del tiempo. 

Recordó la manera en que habían sido conducidos sus pares a la enfermería, tomados por pies, manos y cuellos, sin el menor atisbo de cuidado, y de la misma forma serían reprendidos por alterar la paz y generarles una ocupación extra a esos que no diferían mucho de los que allí buscaban un alivio para sus males. 

Excusando querer resguardarlos del escándalo para mantenerlos al margen de lo sucedido, él y unos cuantos más, habían sido encerrados en sus respectivas habitaciones. Pero su sistema nervioso no había podido superar el terror que le provocaban las paredes del cuarto acorralándolo, aprisionándolo, acercándose hasta aplastarlo. 

Se asfixiaba. 

Finalmente, agotado, cedió ante el peso de aquello contra lo que, con tanto ahínco, luchaba. Y antes de sumirse en una piadosa inconciencia, escuchó las voces distorsionadas de aquellos que llegaban en su auxilio demasiado tarde ya. 

-Te dije que no iba a durar mucho más- 

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                                 Ficha semanal: 

La terapia psicológica le ha ayudado a reconocer y sobrellevar algunas de sus fobias, pero los resultados no son los esperados. Aunque ha hecho verdaderos esfuerzos por vencer esta enfermedad, no lo ha conseguido, ya que en lugar de erradicar todos sus temores, estos se han multiplicado. 

Con el fin de alentar su recuperación y acrecentar sus ansias por salir del psiquiátrico suprimimos las dosis de medicamentos por espacio de más de una semana. En un principio esta medida pareció funcionar, pero pasados los días notamos que el paciente sufría las crisis, pero pretendía ocultarlas, simulando no haberlas padecido. Sin embargo no pusimos de manifiesto nuestro conocimiento sobre esto, sino que nos pareció más provechoso que él mismo tomara conciencia de que no debe crearse falsas expectativas. 

Sus recaídas han incidido notablemente en su estado anímico. Se muestra hostil e irritable. Pasa por períodos de depresión y decaimiento, combinados con otros de excesiva ansiedad. 

Hemos incrementado las sesiones de Hipnosis clínica cognitiva y de Desensibilización sistemática, así como la ingesta de ansiolíticos y antisicóticos. 

Por el momento se continuará con la misma línea de acción hasta comprobar que se ha conseguido un equilibrio en el paciente. Ni siquiera la excesiva racionalidad que marca su temperamento, puede hacerle frente al miedo absurdo a enloquecer. 

Somos concientes que en las actuales condiciones, no podemos aspirar a una pronta integración social, pues todo parece representar un peligro en potencia para él. 

Se observan ciertos cambios en su actitud cuando las terapias son grupales o de a pares sobretodo con el paciente 3608. 
Aunque esto puede favorecerlo, no deseamos que se transforme en una dependencia, por lo tanto son restringidos y esporádicos estos encuentros. 

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Ocupados como estaban en restaurar el orden, no repararían en uno que otro paseando por corredores de pabellones en los que no deberían estar. Después de todo, nadie les había prohibido salir de sus habitaciones. 


Era lamentable que tuvieran que esperar a que una situación semejante se produjese para sentirse libres de aquellos perros guardianes que los seguían como sombras, pero si al fin tenían la dicha de sacárselos de encima, aunque más no fuese por unos cuantos minutos, no podían desaprovecharlo. 

Sonríose con picardía mirando a ambos lados para asegurarse que nadie lo había seguido e ingresó al cuarto donde encontró al otro en la posición que había imaginado: inmóvil, sentado en la cama, la mirada ausente y en sus manos un libro. Objeto inútil, pensó al instante que fijó sus claros ojos en él. ¿Qué clase de tratamiento era aquel para alguien que ni siquiera sabía si vivía? 

Aproximóse sin hacer más ruido que el de un espectro, y con ademán desdeñoso arrojó aquello al suelo, sintiéndolo estremecer. Se acomodó a su lado y en un gesto que podría interpretarse como una sutil caricia, le corrió el  cabello color lila, despejándole el oído. Su voz sonó tan baja como si de un susurro se tratase. 

-Muy pronto me iré de aquí, con el alta médica o sin ella.- le confió seguro de lo que decía, porque no estaba dispuesto a seguir soportando a aquellos engendros con títulos inmerecidos. 

Shaka frunció el seño apenas hubo terminado de hablar. ¿Impresión suya o había visto sus manos temblar?

Notas finales:

Gracias por leer


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