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Paredes blancas por Musha

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Notas del capitulo:

El presente capítulo fue escrito por Lythos, a quien agradezco su enorme colaboración.

Legajo N° 3603

 

Nombre: Saga

 

Edad: 28 años

 

Patología: Trastorno disociativo de la personalidad

 

Descripción: El trastorno de identidad disociativo es un diagnóstico descrito como la existencia de una o más identidades o personalidades en un individuo, cada una con su propio patrón de percibir y actuar con el ambiente. Al menos dos de estas personalidades deben tomar control del comportamiento del individuo de forma rutinaria, y asociadas también con un grado de pérdida de memoria más allá de la falta de memoria normal. A esta perdida de memoria se le conoce con frecuencia como tiempo perdido o amnésico.

Tratamiento: El trastorno de identidad disociativo requiere psicoterapia, con frecuencia facilitada por la hipnosis. Los síntomas pueden ir y venir de modo espontáneo, pero el trastorno no desaparece por sí mismo. El tratamiento puede aliviar algunos síntomas específicos pero no tiene efectos sobre el trastorno en sí mismo.

A menudo son necesarios varios períodos de hospitalización psiquiátrica para ayudar a la persona en períodos difíciles y para operar de un modo directo sobre los recuerdos dolorosos. Frecuentemente el médico utiliza la hipnosis para que se manifiesten (para tener acceso a) las personalidades, facilitar la comunicación entre ellas, estabilizarlas e integrarlas. La hipnosis también se usa para reducir el impacto doloroso de los recuerdos traumáticos.

Las sesiones tienen como objetivo integrar las personalidades en una personalidad única o alcanzar una interacción armoniosa entre ellas que permita una vida normal sin síntomas.

El tratamiento a menudo es largo y caótico y trata de reducir y de aliviar los síntomas más que de conseguir la integración. A veces, incluso un paciente con un mal pronóstico mejora lo suficiente con la terapia para sobrellevar el trastorno y comenzar a dar pasos rápidos hacia la recuperación.

 

Capítulo Cuarto

 

-Míralo...ahí va de nuevo. ¡Zeros, apresúrate idiota que te lo vas a perder!

-¡A ver, a ver!

-Ahí lo tienes.

-¿Qué hace?

-Ese es “Cara Buena” y el otro es “Cara Mala”.

-¿“Cara Buena” y “Cara Mala”?

-Sí...son hermanos, cada uno tiene voz propia...uno es más apacible y analítico...el otro es un temerario sin remedio, a veces un poco cínico.

-¿Ahora quién está hablando?

-Mmmm...es “Cara Mala” sin lugar a dudas...escucha lo que dice. ¡¡Jaja!! No falta mucho para que comiencen a discutir, siempre lo hacen.

-¿En serio?

-¡Sí, sí! ¡Mira, mira! ¡Cuidado, no hagas ruido estúpido! Él es un hombre iracundo por encima de todo...si pierde los cabales tendremos problemas.

-Uy...se está gritando a sí mismo. Le cambia la voz. Qué estúpido...no darse cuenta de que está hablando solo.

-Es por el trastorno que tiene...se ve chistoso ¿no crees?

-Jajaja! Se toma muy a pecho lo que se dice! Qué fenómeno...

-Shhh...Cállate, observa...qué va a hacer con eso?

-Un cuchillo...lo ha tenido todo el tiempo bajo sus mantas?

-¿Quieto, quieto...nos vio?

-No lo sé.

-Nos vio...nos vio. ¡Mierda! ¡Cierra la boca!

-Radamanthys…algo me picó.

-¿De qué-?...¡¡Oh, por todos los dioses!! ¡Est-estás sangrando!

-RADA-…ah...ehuuuu...

-SAL DE AHÍ MALDITO FISGÓN...o te atravesaré el cerebro igual que a tu amigo.

-Kanon...

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  Él era inocente, jamás haría cosa semejante...un cadáver en el pasillo y el otro pobre hombre petrificado en su miedo.

Era obra de Kanon...se los había dicho reiteradas veces, había blasfemado un poco, sí...pero todo era producto de su desesperación, ellos tenían que entender quién era el culpable.

Así que les había gritado el nombre del maldito asesino mientras lo agarraban por el doblez de sus brazos y lo conducían otra vez al disciplinador eléctrico. “Medidas necesarias”...tal era el nombre que le daban al aparato. Lo recostaban hasta adoptar la figura rasa de la camilla y entonces liberaban unas tiras y le ajustaban el cuerpo en un abrazo apretado e incómodo, lacerante. La habitación se encogía con la presencia de los médicos rodeando el rectángulo, la luz brillante de un reflector formaba miles de sombras...el ambiente era un contenedor cerrado de ruidos metálicos, de manos expertas, zapatos lustrados, cinturones ciñéndose y una fuga eléctrica que chillaba. De pronto algo...olía ligeramente a carne quemada y él sentía un pinchazo, y un chasquido, una chispa y después un intenso dolor hasta que el sueño lo consumía. Nunca había podido gritar porque le tapaban la boca.

Despertaba bajo un techo eternamente blanco, cubierto por sábanas de una nieve igualmente eterna y una decoración tan austera que acentuaba aún más el blanco de paredes y suelo. Su habitación de nuevo, con su espejo oval, su mesita de luz al costado de la cama...Cada tanto alguien giraba la perilla, abría la puerta, le avisaba sus horarios, si podía salir ahora o si tendría que esperar. Pero esos eran solamente los enfermeros, buenos subordinados de los jefes doctores...algunos perros rabiosos, otros guardianes...en realidad todos perros guardianes. Había notado que sus entradas eran sorprendentemente veloces, de un movimiento sobrenatural como el parpadeo de un mosquito. El anuncio salía de sus bocas y antes de que pudiera formarse la imagen visual del mensajero...este ya no estaba allí, era sólo el mensaje y su timbre de voz al pronunciarlo. Tenía una colección mental de: “No olvides tu medicina”, “El Dr. te espera en 10 minutos en su consultorio”, así como una basta compilación de un sinnúmero de otras frases hechas y latiguillos médicos.

Pocos de sus paseos permitidos fuera de su habitación eran consumidos y en un mismo día podía dejar expirar unos cuantos. Esto lo mantenía desinformado acerca de lo que acontecía-si algo podía ser llamado “acontecimiento” en la previsible vida de los pacientes-en los alrededores del hospital...en los jardines de reunión, en las salas de “recreación” y demás lugares donde podía toparse con alguien más que su psiquiatra, sus enfermeros y Kanon.

Kanon era el que estaba cuando no había otro físicamente próximo...que era la mayor parte del tiempo, lo que lo convertía inmediatamente en su más asiduo compañero de plática. Era posible que en eso residiera su mayor inconveniente...pero cómo explicarle al psiquiatra que el problema no era que Kanon fuese un invento macabro de su fracturada mente sino que Kanon era real...y astuto.

 

Hallándose él en un convento para locos era más fácil suponer no que había un polizón a bordo sino que él padecía una patología psíquica de desdoblamiento de la personalidad. Pero eso no explicaba la voz...oh no, no podía ser la suya. Él no era ciertamente ningún ventrílocuo ni un mago del disfraz sonoro, no poseía conocimiento alguno de las variedades fonéticas de su garganta ni un mínimo conocimiento anatómico de sus cuerdas vocales.

 

¿Cómo se explicaba entonces el cambio radical? El timbre de su voz se hallaba en las antípodas del de Kanon...sin mencionar ya el vocabulario de alto contenido iracundo, amenazador, autoritario y siniestro.

 

En resumen, él no era Kanon porque Kanon era otra persona...plena y acabada.

 

-Y dices que te habla desde el espejo, ¿no es así?

-Así es doctor... ¿podría usted imaginarse mejor escondite? Sagaz el maldito.

-¿Y dices...que su aspecto es “increíblemente similar” al tuyo?

-No sé cómo consigue eso...es como si fuera mi doble, bueno...uno muy despiadado. Es evidente que lo hace para confundirme.

-¿Y nadie lo ha visto nunca...ni los enfermeros que ingresan todos los días a tu habitación?

-Bueno...no podría asegurarlo, es decir...no le he preguntado a nadie aún.

-Saga, tu salud no evolucionará si no aceptas de una vez por todas tu trastorno... ¡lo único que consigues con esto es retrasar y convertir en algo irremediable una patología perfectamente tratable!

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Ficha semanal 

Su estado no ha presentado cambios desde su ingreso en la clínica. El traspaso de su personalidad consensuada a su alteridad continúa efectuándose de manera abrupta e imprevista, con consecuencias de violencia  desenfrenada. Sumado a esto, hay una plena manifestación de todos los síntomas correspondientes al trastorno de la personalidad tales como negación de dicho estado, acabada caracterización de su otra personalidad, diálogos con la misma, materialización corporal de su alteridad en la mente del paciente, incapacidad de recuperar los recuerdos de acciones recientes después del pasaje de una personalidad a otra(y de poder hacerlo, el paciente niega haber estado involucrado en los mismos o incluso haberlos llevado a cabo), cambios repentinos, intermitentes e irreversibles de comportamiento.

Se hace necesaria la manifestación completa y palpable de su otra personalidad ante la presencia del psiquiatra para la mejora del tratamiento. Para ello se aconseja la implementación de técnicas hipnóticas como vía para intentar una integración y estabilidad de las personalidades convivientes.

De la misma manera, el tratamiento farmacológico debe ser fortalecido con el incremento de los sedantes y antidepresivos ya prescriptos, cuya cantidad y variación de la misma se deja a discreción del psiquiatra. Siguiendo con lo recientemente mencionado, es de crucial importancia la continuidad del la psicoterapia y, en las ocasiones en que se crea necesaria, la terapia electroconvulsiva.

 

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-¿Dónde estás, dónde estás...?

 

Escuchó las suaves suelas de los enfermeros chocando contra el suelo encerado del pasillo. Era lo que él había bautizado como la “marcha rastrillo” porque los enfermeros avanzaban por el corredor estirado, de a tandas de a dos personas, sin dejar espacio ni zona descuidada. Afortunadamente había conseguido oírlos con la anticipación suficiente para recuperar la compostura y postrarse de un salto veloz en su cama para adoptar la postura del atareado contemplador de techos.

Había estado revolviendo su cajón contenedor de algunas chucherías, muchas recetas médicas y bollitos de papel, nada de “elementos puntados” ni objetos “dañinos”. Además de su habitual rastreo de peines...ese día en particular tenía la necesidad de un papel, lo más blanco y sin uso que pudiera encontrar, y una lapicera...o algún objeto con que pudiera dejar un rastro en el papel a voluntad.

Los enfermeros se asomaron, seleccionando con la mirada las zonas de la habitación que consideraban indispensable inspeccionar. Él se sabía de memoria el recorrido de la mirada de rayos X…en las esquinas, luego en las partes de suelo inmediatamente accesibles a la vista, en la explanada de su mesita de luz, en la ventana, en el perfil de su cama, en su cuerpo entero y ataviado de las ropas que lo hacían ver en su absoluta apariencia física como un enfermo. Mientras eso ocurría (según sus cálculos no les quedaba mucho más por revisar a los sabuesos), Shaka pensaba en su ulterior visita al paciente pelilargo, pelilila y lavanda…y en que tenía que conseguir una hoja y una lapicera (¿era demasiado pedir?…siquiera un lapicito reducido a la mitad del dedo menor de su mano).

 

-Todo en orden. Así es como debe ser. Mantén el blanco, muchacho.

 

Esa era la señal de su retirada. Shaka se forzó a esbozar desde su cama, un cuarto de sonrisa conciliadora. Buena letra, la letra de un calígrafo profesional…y el blanco de la habitación, eso era todo, tener la mano de un mago para trapear bien y escribir como los dioses (¡vaya guión y qué pantomimas!).

 

Las visitas desaparecieron, acompañadas por unas pisadas rigurosas y simétricas que se alejaban. Shaka se levantó cuidadosamente, controlando el menor ruido que pudieran ocasionar los resortes de la cama y se permitió exponer un ojo a los peligros del pasillo. Los enfermeros se habían detenido frente a la puerta de la habitación contigua, a su izquierda. La habitación del paciente de cabellera de uvas machacadas se hallaba algunas puertas antes que la suya, a la derecha…de lo cual se deducía que los enfermeros ya habían efectuado su inspección allí. Eso lo eximía de tener que inventarse una pócima de invisibilidad pero no de su añadida búsqueda de herramientas de escritura.

 

Su cajón podía proporcionarle todavía muchos peines, invaluable elemento…inservible para lo que se proponía hacer. Tendría que esperar un poco más a que los enfermeros se apartaran…y entonces podía hacerle una visita al paciente del cuarto ocho que no era otro que un proveedor infalible de objetos tan banales como útiles. Desconocía sus métodos reales de obtención de los mismos aunque podía intuirlos (partía de la certeza de que era casi imposible obtener algo allí sino a través de algún subterfugio…)…con algo de suerte podía tener en sus manos lo que buscaba. A cambio (porque el hombre no hacía caridad) le entregaría una de sus más preciadas piezas de peluquería.

 

Se asomó para corroborar que el camino estaba libre. Agradecía la exactitud cronométrica con que los enfermeros se desplazaban y le permitían calcular con qué margen de tiempo contaba para ir de una habitación a otra: del trueque en la octava a su recurrente visita en la primera habitación. Tomó el peine y salió rápido y silencioso.

 

Tocó la puerta, el trocador lo hizo pasar: lo conocía, podía oler lo que quería. Entraron al cuarto para no desatar sospechas. Observó la mercancía que le entregaba-el peine de cerdas lustrosas proporcionalmente ubicadas-, constatando su valor y luego lo instó a mirar hacia la puerta mientras él desenvolvía sus escondrijos en sonidos de baldosas destapadas y sábanas desatadas. Cuando le fue permitido volver la vista a la cama y la ventana, todo estaba en su lugar y el negociante ya tenía en sus manos papel y lápiz en vez de su peine.

 

Notas finales:

Gracias por leer!

A quienes leen les comunico que el próximo va a demorar un poco más en ser publicado.

Espero que sigan acompañando la historia.


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